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Hace poco una niña que está cursando estudios de Primaria, me contó que tenía nueva
profesora; ya era la tercera en pocos meses de curso. En su segundo o tercer día de clase
con la nueva profesora, ya hablaba de ella sin mucho entusiasmo. Claro, cuando te
acostumbras a un profesor y se va, después viene otro y se va… al tercero ya no le
quieres tanto; mecanismo de protección emocional ante el abandono, pensé yo con mis
estudios de psicología low cost.
Lo primero que resaltó de ella fue que decía ‘vale’ para todo. Es decir, remataba cada
frase con un ‘vale?’. La niña me contaba esto mientras se arreglaba la camiseta de forma
compulsiva cada vez que tenía que arrancar a hablar. Este hábito, esta compulsión fruto
de la vergüenza o de la inseguridad, resulta entrañable en la niña; no tanto en la persona
adulta a quien ya le presuponemos una preparación, madurez, estudios,
profesionalidad…
Si nuestro cerebro fuese el escritorio de un ordenador en el que organizamos todo
mediante carpetas, la profesora desde el minuto uno, ya había entrado en la carpeta de
‘no-sé-por-qué-pero-no-me-fío-de-esta’ de la niña; que es subcarpeta a su vez de
‘personas-a-las-que-no-escucho’.
¿Solo por el ‘vale’? me preguntaréis… El ‘vale?’ es una muletilla, un mal hábito ante
todo, un vicio como diría mi madre, que no controlas… te controla él a ti… osea, un
vicio.
Decía Aristóteles que “El habla es la representación de la mente” lo que decimos
cuando hablamos y cómo lo decimos representa el fenómeno de nuestros pensamientos
expresados en un contexto social que da sentido a las palabras que utilizamos dada
cierta tradición.
La Real Academia Española (RAE) la define como: Voz o frase que se repite mucho
por hábito. Dicho en otras palabras la muletilla o estribillo es un vicio del lenguaje
porque utiliza palabras, frases o expresiones innecesarias de manera constante. No son
necesarias en el idioma ni para comunicarnos correctamente, de hecho una persona que
utiliza demasiadas muletillas puede quitar importancia a su discurso y hacer que las
personas se enfoquen más en la muletilla que en lo que está queriendo expresar.
Las muletillas más comunes son: “este…”, “pero…”, “eh…”, “a ver…”, “¿se
entiende?”, “¿hace sentido?”, “mmm…”, “asimismo…”, “¿no?”, “sí?”, “OK”,
“Pero…”, “Pues nada, eso…”, “¿Sabes qué?”, “Verdaderamente”, “En verdad”, “Así
es”, «Tal cual».
Es importante tener en cuenta que es una palabra o un sonido que no aplica sentido
propiamente dicho a la esencia de lo que se busca transmitir y que, por tanto, queda
descolgada. Y al ser repetida una y otra vez durante la alocución, aburre, cansa y
transmite varias sensaciones desafortunadas: falta de preparación, insolvencia en el
tema, poco léxico, bajo profesionalismo, inseguridad y miedo a hablar en público.
De aquí podríamos deducir que la niña catalogara a la nueva profesora como alguien
inseguro, falto de preparación y que por tanto no hay que hacer caso… ¿exagero? Puede
que sí, pero ¿por qué no las eliminamos?
El valor de las pausas. Mucha gente tiene miedo a los silencios, pensando que estos no
son buenos en el discurso y tratan de evitarlos a toda costa, sin embargo, un buen
manejo de los silencios da a nuestro discurso más dramatismo y profundidad. Tomate el
tiempo para pensar la palabra que estás buscando. Frena y haz una pausa. La mayoría
de las personas piensan que ser verborrágicas y hablar sin parar es garantía de ritmo.
Puede que sea garantía de velocidad, que no es lo mismo. Cuando vayas a decir tus
muletillas, toma uno o dos segundos. Detén por completo tu oratoria, toma consciencia
de tu dificultad, y continúa expresando la idea que sigue. Los silencios en oratoria son
tan valiosos como en la música. Un buen ejercicio es el de coger un fragmento de
nuestro discurso y hacer una pausa de varios segundos después de cada frase. Lo mejor
es que alguien nos cronometre, por ejemplo hasta 5 segundos. Para el que habla el
tiempo es eterno… pero solo lo parece, en realidad, el tiempo es relativo.
Aprovecha y recibe feedback del público. El espacio entre una idea y otra, cuando no
logras “coserla” o “enhebrarla”, puede ser el momento ideal para evitar tu muletilla
lanzando una pregunta retórica (esas que se responden usualmente por sí o no), y, de
paso, calibras a tu audiencia. Antes de seguir con la muletilla recurrente, cámbiala por
“¿Cómo vamos hasta aquí?”, “¿Avanzamos?, “Si les parece bien, al final tomaré
preguntas”, y cualquier otra frase por el estilo. De paso, sumas un feedback de la gente,
y te nutres en tu energía y discurso.
Ante todo, insisto; el primer paso es ser consciente de las muletillas que utilizamos y, a
partir de aquí, corregirnos cada vez que veamos que vamos a decirla con u nsilencio, un
conector…