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persecuciones externas como las que caracterizaron sus tres primeros siglos de
vida y no han dejado de acompañ arla desde entonces, y crisis internas, como el
arrianismo del siglo IV y el Gran Cisma de Occidente. Pero el proceso de
autodemolició n de la Iglesia, atacada por quienes forman parte de ella, al que
aludía Pablo VI desde 1968, se nos presenta como una crisis sin precedentes,
dada su amplitud y profundidad.
“Simó n, Simó n, mira que Sataná s ha pedido poder para zarandearlos como el
trigo, pero yo he rogado por ti, para que no te falte la fe. Y tú , después que hayas
vuelto, confirma a tus hermanos». «Señ or, le dijo Pedro, estoy dispuesto a ir
contigo a la cá rcel y a la muerte»” (Lucas 22, 31-33).
La autoridad papal tiene unos límites precisos que no se pueden pasar por alto.
2. ¿Todo lo que dice el Papa, todo lo que piense, todo lo que haga, debe ser
aceptado como si viniese de Dios?
Si en todo tuviésemos que seguir a los Papas, deberíamos que haber seguido a
San Pedro cuando negó a Jesucristo la noche del jueves santo.
O los discípulos del Señ or tendrían que haber seguido a San Pedro en todo. Pero
si así fuese no habría existido el famoso incidente que se halla en la Carta a los
Gá latas (el incidente de Antioquia) cuando San Pablo reprende a San Pedro cara
a cara porque tenía doblez de corazó n.
Cuando iba con los cristianos venidos del judaísmo no comía carne de cerdo y
se purificaba las manos
Adorar al Papa.
Creer que una doctrina definida por la Iglesia es modificable por Papas
posteriores.
Creer que el Papa por ser Papa quedo exento de la posibilidad de condenarse
eternamente.
Creer que todos los Cardenales creados por el Papa jamá s proferirá n herejías.
Creer que todos y cada uno de los actos papales fueron inspirados por el
Espíritu Santo.
Creer que las declaraciones del ú ltimo Papa sobre un tema necesariamente
mejoran las de los anteriores Pontífices.
Creer que todas las enseñ anzas papales tienen el mismo valor.
Cuando el Papa no habla de fe o de moral de modo definitivo para toda la
Iglesia, o simplemente emite una opinió n suya, eso no es estrictamente
Magisterio de la Iglesia.
Si en todo tuviésemos que seguir a los Papas, deberíamos que haber seguido a
San Pedro cuando negó a Jesucristo la noche del jueves santo.
O los discípulos del Señ or tendrían que haber seguido a San Pedro en todo. Pero
si así fuese no habría existido el famoso incidente que se halla en la Carta a los
Gá latas (el incidente de Antioquia) cuando San Pablo reprende a San Pedro cara
a cara porque tenía doblez de corazó n.
Cuando iba con los cristianos venidos del judaísmo no comía carne de cerdo y
se purificaba las manos.
Pero aquí hay que ser muy rigurosos en entender el término universal. Y es que
no se trata ni siquiera de que todos (o prá cticamente todos) los obispos (e
incluso el Papa) de este tiempo se unan en afirmar algo (si se siguiera esa
«ló gica», la Iglesia tendría que haber aceptado el arrianismo -herejía que
negaba la divinidad de Cristo- como infalible durante la época de la crisis
arriana) sino que también cuentan los Papas y obispos del pasado.
¿Y cuá ndo estaría justificado este caso? solo en aquellos casos en que el
magisterio ordinario falible diga algo que clara e inequívocamente contradiga
lo ya fijado por el magisterio infalible (sea el solemne del Papa y los concilios
ecuménicos o el ordinario universal de la Tradició n constante de la Iglesia).
La contradicció n tiene que ser clara e inequívoca. Si hay alguna ambigü edad,
debe interpretarse en lo posible en continuidad con el ya fijado magisterio
infalible. Pero si el problema es obvio, el cató lico puede ejercer legítima
resistencia. Y con esto no deja de ser cató lico, pues no está resistiendo aquello
infalible a lo cual debe asentimiento de la fe sino a aquello falible al cual solo
debe, en principio, el asentimiento religioso. Resiste a una autoridad (en lo que
es falible, cuando lo que dice colisiona muy evidentemente con lo infalible),
pero no le niega su cará cter de autoridad.
Y esto no es contra la fe pues en ninguna parte Jesú s promete que cada dicho y
acto de cada miembro de la jerarquía de la Iglesia a lo largo de todos los
tiempos está absolutamente protegido del error. De hecho, en la propia Iglesia
del Nuevo Testamento observamos que hay muchos problemas. «Iglesia
verdadera» no es lo mismo que «Iglesia sin problemas» así como «familia
verdadera» no es lo mismo que «familia sin problemas». Jesucristo no ha
prometido que su Iglesia no tendrá problemas; lo que ha prometido es que los
problemas no la destruirá n («las puertas del infierno no prevalecerá n contra
ella»).
7. La indefectibilidad de la Iglesia