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Apuntes de clase
Prof. P. Julián Ces
1. Introducción
La revelación que fuimos estudiando en las clases pasadas no tiene como destinatarios a individuos
particulares; Dios siempre se revela a un pueblo. De hecho, los textos en los que se expresa la revelación son
textos comunitarios, eclesiales. La revelación se recibe, se comprende y se trasmite en Iglesia y con la Iglesia.
La transmisión de la revelación esta ligada a un sujeto vivo, la Iglesia, Pueblo de Dios conducido por el Espíritu
de Jesús glorificado: “Quien a ustedes escucha, a mi me escucha” (Lc. 10, 16) dirá Jesús a los discípulos cuando
los envía a la misión. Por lo tanto, es clave comprender que la palabra humana de la Iglesia se convierte en
portadora y presencia de la palabra de Dios.
Con respecto al Magisterio encontramos dos tipos: magisterio inefable o extraordinario y magisterio
ordinario. En ambos casos es ejercido por el Papa y/o los obispos, según corresponda.
b. Magisterio ordinario
Además del magisterio infalible o extraoridnario, tenemos también el Magisterio llamado ordinario, en tanto
que es mucho más habitual que el anterior. Para que tengamos un ejemplo de esto, Francisco aún no se ha
pronunciado con Magisterio extraordiario pero sí muchas veces a través del ordinario, justamente por ser el más
habitual en al vidad de la Iglesia como Padre y Pastor de todos los creyentes.
Sobre este tipo de magisterio vamos a dejarnos iluminar por la constitución pastoral Lumen Gentium (LG)
del Concilio Vaticano II, en su número 25, donde hablando de la respuesta de fe del pueblo de Dios afirma que:
“(…) ha de ser prestado al magisterio auténtico del Romano Pontífice aun cuando no hable ex cathedra; de tal
manera que se reconozca con reverencia su magisterio supremo y con sinceridad se preste adhesión al parecer
expresado por él, según su manifiesta mente y voluntad, que se colige principalmente ya sea por la índole de los
documentos, ya sea por la frecuente proposición de la misma doctrina, ya sea por la forma de decirlo.”
El texto expresa diversos grados de obligación frente al Magisterio. Ésta se mide exactamente según el
grado del ejercicio del magisterio. Si este último proclama un juicio absolto y definitivo, no cabe ninguna duda.
Si se limita, por el contrario, a una declaración auténtica sin llegar a la “definición”, o si se contenta con un consejo
prudencial, estamos obligados guardando las proporciones, al asentimiento, a la docilidad o a la cuidadosa
atención.
Ante esto podemos preguntarnos, ¿dónde encontrar los criterios que permitan esablecer el grado de
autoridad que el Papa quiere otorgar a un documento? Su intención será manifiesta, con una claridad suficiente,
bien por el texto mismo, bien por las circunstancias que lo rodean y lo explican. Incluso el estilo del documento
puede darnos indicaciones. Esto nos lleva a concluir que en este dominio también el género literario tiene su
importancia. Una recomendación hecha de paso o una piadosa exhortación dirigida a un grupo de peregrinos no
tiene el mismo alcance que una declaración formal.
Por último, el Papa puede hablar como persona privada. Como ejemplo baste la figura de Benedicto XVI
que ha escrito como teólogo: “Jesús de Nazarteh”. De ahí que en la portada del libro aparezca la autoría de
Joseph Ratzinger y que él mismo declare: “Sin duda, no necestio decir expresamente que ese libro no es en
modo alugno un acto magisterial sino únicamente expresión de mi búsqueda personal del rostro del Señor”. Por
su puesto, en este caso, no estamos hablando de una instancia magisterial.
modo, tienen una garantía de que se encuetran ante “la verdadera palabra de Dios”. Es interesante ver como no
se ha llegado a creer en esa verdad porque están definidas, sino que fueron definidas porque se creían en ellas.
Es el mismo Espíritu el que ilumina a los fieles cuando viven los misterios de la fe, oídos en la Palabra, y el
que ilumina al Magisterio cuando, con su autoridad, profiere técnicamente y purifica las vivencias espontáneas y
las expresiones populares de los fieles. Sin esta referencia esencial a una verdad vivida, que la precede y la
condiciona, la definición dogmática del Magisterio, no tendría sentido: sería una decisión sin objeto.
Queda así claro que el carácter extraordinario de las intervenciones del Magisterio es inseparable (y en
cierto modo segundo) con relación a la normalidad del acceso de todos los creyentes a la revelación, pues de lo
contrario nos encontraríamos en un auténtico callejón sin salida. En efecto, si la comprensión de la revelación
no estuviera al alcance de todos, si estuviera reservada a un grupo de expertos, y aún a éstos les resultase difícil
determinar sus contenidos, entonces, ¡no habría revelación!