Está en la página 1de 11

Un corazón, un alma, un espíritu

Muchas personas hoy en día deciden entrar en una comunidad, porque ven en ella, un lugar
maravilloso de acogida, participación y piensan que es la única manera de saciar su necesidad de
soledad, fatiga y tristeza. Pero, cuando ya viven con otras personas, ese lugar maravilloso se
convierte en un lugar terrible porque se revelan nuestras limitaciones y egoísmos, porque se
descubre mi pobreza y debilidad, mi incapacidad para entenderme con algunos, mis bloqueos, mi
afectividad o mi sexualidad perturbada, mis deseos que parecen insaciables, mis frustraciones, mis
celos, mis odios y mis deseos de destrucción. D 9

La vida en común es la revelación penosa de los límites, debilidades y tinieblas de mi ser; es la


revelación, a menudo inesperada de los monstruos escondidos en mí. Esta revelación es difícil de
asumir, pero si logro aceptar estos monstruos y alejarlos y dominarlos inicia un crecimiento hacia la
liberación. Diap 10

Si somos acogidos con nuestras limitaciones y con nuestras capacidades también, la comunidad
poco a poco se convertirá en un lugar de liberación; descubriendo que somos aceptados y amados
por los demás, nos aceptamos y amamos mejor el lugar donde se puede ser uno mismo sin miedo ni
violencia. Así la vida comunitaria profundiza en la confianza mutua entre todos los miembros.
Entonces ese lugar terrible se convertirá en lugar de vida y crecimiento. No hay nada más bello que
una comunidad donde se empieza a amar realmente y a tenerse confianza los unos a los otros. Diap
12-15

Sentimiento de pertenencia

Un ejemplo vivo de comunidad son los Africanos porque ellos cuando son del mismo pueblo se
tratan como hermanos, 16.17 así como Australia que no le interesan ningún bien material, lo único
importante para ellos es mantener los lazos de fraternidad, cuándo muere alguno; lo sienten en sus
entrañas; para los Indios de Canadá les interesa solucionar juntos un juego, más que competir para
ganar de primero. 18 En cambio en nuestra civilización occidental se ha perdido el sentido de
comunidad, a consecuencia de su vivencia en la infancia, cuando los padres hacen lo posible para
que sus hijos sean los primeros, o ganen alguna carrera. 19

África y la India nos recuerdan que lo esencial de la comunidad es un sentimiento de


pertenencia. Hay que reconocer que el sentido de su propia comunidad les impide mirar con amor y
objetividad a las otras comunidades. Y entonces aparece la guerra entre tribus. A veces también la
vida comunitaria africana se basa en el miedo. El grupo, la tribu, dan a la vida un sentido de
solidaridad, protegen y dan seguridad pero no son verdaderamente liberalizadores.

Debemos tener sentido de pertenencia no sólo a una comunidad sino al universo, a la tierra, al aire,
al agua, a todos los vivientes, a toda la humanidad. Si la comunidad da a la persona un sentimiento
de pertenencia, la ayuda también a asumir su soledad en un encuentro personal con Dios. Por esto
también está la comunidad abierta al universo y a todos los hombres. 23

Tender hacia los fines de la comunidad

Para que una comunidad funcione de manera correcta, sin tensiones y conflictos se debe tener en
cuenta un proyecto, que especifique qué es lo que cada una piensa y que expectativa tiene, y el por
qué se vive juntos y lo que se espera de cada uno. Debemos como miembro de comunidad no
pensar para si mismo y pensar solo en mi santificación, sino ser amplia acogiendo y calmando la sed
de tantos sedientos, siendo luz en un mundo de tinieblas, un manantial en la Iglesia y para todos los
hombres.  Con este fin la caminamos juntos y crecemos juntos en una gran familia conformada co
Cristo. 24-28

De «la comunidad para mí» a «yo para la comunidad» 29-35

Consiste en estar dispuesto, a abrirse a cada miembro, sin excluir a nadie. Pasando del egoísmo al
amor, de la muerte a la resurrección; es la pascua, el paso del Señor y también el paso de una tierra
de esclavitud a la tierra prometida, la de la liberación interior.

Para saber amar da nuestros semejantes debemos saber que El amor no es algo sentimental ni una
emoción transitoria. Es una atención al otro que poco a poco se convierte en compromiso,
reconocimiento de una alianza, de una pertenencia mutua. Es escucharle, ponerse en su lugar,
comprenderle, sentirse atañido por él. Es responder a su llamada y a sus necesidades más
profundas. Es compartir, sufrir con él, llorar cuando llore, alegrarse cuando se alegre. Amar es
también estar alegre cuando el otro está y triste cuando permanece ausente; es morar mutuamente
uno en otro, refugiándose uno en el otro. «El amor es una fuerza unificadora» Para amar, es
necesario morir sin cesar a las ideas, susceptibilidades y comodidades propias. El camino del amor
se teje con sacrificios. Aprender a amar supone toda una vida, pues es necesario que el Espíritu
penetre en todos los rincones y recovecos de nuestro ser, en todas esas partes en las que hay
temores, miedos, actitudes de defensa y celos.

La comunidad empieza a hacerse cuando cada uno hace un esfuerzo para acoger y amar a los otros
tal y como son. «Acogeos mutuamente como Cristo os acogió para honra de Dios» (Rom. 15,7).

Simpatías y antipatías

Los dos grandes peligros de una comunidad son los «amigos» y los «enemigos». “Amigos” cuando
tenemos amistades con las personas que nos gustan, que piensan y tiene las mismas ideas que uno,
“Enemigos” cuando hay contradicciones y nos bloquean, la persona nos confronta porque son como
uno desea ser, me ponen en peligro, ahogan el impulso de mi vida, de mi libertad y por eso las
excluimos
Si nos dejamos guiar por nuestras emociones, pronto se harán clanes en el interior de la comunidad.
Entonces no habrá una comunidad sino grupos de personas más o menos cerradas sobre sí mismas
y bloqueadas las unas por las otras. Una comunidad no es comunidad más que cuando la mayoría
de sus miembros han decidido conscientemente romper esas barreras y ' salir del capullo de
«amistades» para tender la mano al «enemigo».
Mientras no acepte ser una mezcla de luz y tinieblas, de cualidades y defectos, de amor y odio, de
altruismo y egocentrismo, de madurez e inmadurez, sigo dividiendo el mundo en «enemigos» (los
«malos») y en «amigos» (los «buenos»), continúo alzando barreras en mí y fuera de mí extendiendo
prejuicios.

El perdón en el corazón de la comunidad

Mientras que yo no vea en el otro más que las cualidades que reflejan a las mías, no hay crecimiento
posible; la situación será estática y se romperá tarde o temprano. Una relación entre personas no es
auténtica y estable más que cuando se funda en la aceptación de las debilidades, el perdón y la
esperanza de un crecimiento.
Si el punto álgido de la vida comunitaria es la celebración, su corazón es el perdón. A pesar de la
confianza que puedan tener unos con otros, hay siempre palabras que hieren, actitudes que ponen
en evidencia, situaciones donde se estrellan las susceptibilidades. Por eso, vivir juntos implica llevar
una cruz, un esfuerzo constante y una aceptación que es el perdón mutuo de cada día. 
Sed pacientes
Transformar poco a poco nuestra sensibilidad para poder empezar a amar realmente al enemigo es
un trabajo de larga duración. Tenemos que ser pacientes con nuestras sensibilidades y miedos,
misericordiosos con nosotros mismos. Para dar este paso hacia la aceptación y el amor al otro, a
todos los demás, hay que empezar simplemente por reconocer nuestros bloqueos, nuestros celos,
nuestra forma de comparamos, nuestras preguntas, y nuestros odios más o menos conscientes y
reconocernos como somos. Y pedir perdón al Padre. Y después es bueno hablar con un hombre de
Dios que nos puede hacer comprender, quizá, lo que está pasando, confirmamos en nuestro
esfuerzo de rectitud y ayudarnos a descubrir el perdón de Dios.
Uno de los papeles de la vida comunitaria es justamente el de ayudarnos a continuar la ruta con
esperanza, el aceptamos tal como somos y aceptar a los otros como son.
La paciencia, como el perdón, está en el corazón de la vida en común: paciencia con nosotros
mismos y las leyes de nuestro crecimiento, y paciencia con los demás. La esperanza comunitaria se
funda en la aceptación y el amor de la realidad de nuestro ser y del de los otros, y en la paciencia y
confianza necesarias para el crecimiento.

Confianza mutua

En el corazón de la comunidad está esta confianza mutua de unos en otros, nacida del perdón
cotidiano y de la aceptación de nuestras debilidades y pobrezas. Pero esta confianza no nace en un
día. Por eso hace falta tiempo para formar una vida comunitaria.

Cada vez más descubro que la gran dificultad para muchos de los que vivimos en comunidad es la
falta de confianza en nosotros mismos. Tenemos la impresión de que en el fondo de nuestro ser no
somos amables y que si los demás nos vieran tal como somos, nos rechazarían. Se tiene miedo a
todo lo que en nosotros hay de tinieblas, a nuestras dificultades sobre el plan de vida afectiva o de la
sexualidad. Se tiene miedo de no poder amar verdaderamente. Pasamos deprisa de la exaltación a
la depresión, pero ni una ni otra son expresión de lo que en verdad somos. ¿Cómo convencemos de
que nos aman en nuestra pobreza y debilidad y que nosotros también somos capaces de amarnos?

El derecho a ser uno mismo


Una de las grandes dificultades de la vida en común consiste en que a veces se obliga a los demás a
ser lo que no son; se les recubre de un ideal al que han de conformarse. Si no llegan a identificarse
con la imagen que se han hecho los demás de ellos, temen que no les quieran o por lo menos
decepcionarlos. Si lo consiguen, se creen perfectos. La comunidad es la tierra en la que cae a uno
puede crecer sin miedo hacia la liberación de las formas de amor que hay escondidas en él. Pero no
puede haber crecimiento si no se reconoce una posibilidad de progreso y que hay muchas cosas en
nuestro interior para purificar, tinieblas que han de transformarse en luz y miedos que han de
convertirse en confianza.

Hay personas psicológicamente muy heridas, que arrastran verdaderas represiones y nerviosismos
profundos. Terriblemente dañados en su infancia, se han rodeado, para defender su vulnerabilidad
de enormes barreras.

No se trata de enviarlos siempre al psiquiatra, ni de empujarles a hacer una psicoterapia. Muchas


personas están llamadas a vivir toda su vida con esas represiones y barreras. Son también hijos de
Dios y Dios puede actuar por ellos, con ellos y sus nervios, para bien de la comunidad. También han
de ejercer su don. No psiquiatricemos demasiado las cosas y mediante el perdón de cada día
ayudémonos los unos a los otros a aceptar esos nervios y esas barreras. Es la mejor manera de que
se disuelvan.
Llamados a vivir juntos tal como somos

Jesús eligió para vivir con él en la primera comunidad de apóstoles, hombres profundamente
diferentes: Pedro, Mateo (el publicano), Simón (el celote), Judas... Nunca hubieran ido juntos, si el
Maestro no les hubiera llamado.

No hay que buscar la comunidad ideal. Se trata de amar a los que Dios ha puesto a nuestro lado
hoy; ellos son signos de la presencia de Dios para nosotros. Nosotros hubiéramos querido
personas distintas, más alegres o más inteligentes, pero esas son las que Dios nos ha dado, las que
ha escogido para nosotros, y es con ellas como debemos crear la unidad y vivir la alianza.

El ideal no existe, el equilibrio personal y la armonía soñada no se dan hasta después de años y
años de luchas y sufrimientos y que incluso puede que no surjan más que como toques de gracia y
paz. Si se busca siempre el equilibrio propio, aún más, si se busca demasiado la propia paz, nunca
se llegará a la paz que da el fruto del amor y del servicio a los demás.

Compartir tu debilidad

No existe la comunidad ideal. La comunidad se compone de personas con sus valores , y también
con sus debilidades y su pobreza que se aceptan mutuamente y se perdonan. Más que la perfección
y el sacrificio, el fundamento de la vida en común es la humildad y la confianza.
La comunidad se hace con delicadeza mutua en lo cotidiano. Se hace con pequeños gestos,
servicios y sacrificios que son señales constantes del «te quiero» y «estoy contento de estar
contigo». Consiste en dejar el primer puesto al otro, no tratar de demostrar en una discusión que se
tiene razón; es tomar sobre sí las cargas pesadas para aliviar al vecino.

La comunidad es un cuerpo vivo

Cualquier comunidad es un cuerpo en el que nos pertenecemos los unos a los otros. El sentimiento
de pertenencia nos viene no de la carne ni de la sangre sino de la llamada de Dios: cada uno somos
llamados personalmente a vivir juntos, a formar parte de la misma comunidad, del mismo cuerpo.
Esta llamada es el fundamento de nuestra decisión a comprometernos unos con otros y para los
otros, llegando a ser responsables los unos de los otros. «Porque en el cuerpo que es uno, tenemos
muchos miembros, pero no todos tienen la misma función; lo mismo nosotros con ser muchos,
unidos a Cristo, formamos un solo cuerpo y respecto de los demás, cada uno es miembro» (Rom.
14, 4-5).

La comunidad debe actuar e irradiar por obra del amor, la acción del Padre; a la vez debe ser un
cuerpo que ora y un cuerpo de misericordia para sanar y dar la vida a los que están angustiados, sin
esperanza

Ejercer el propio don

Utilizar cada uno su don es construir la comunidad. No ser fiel al don es dañar a toda la comunidad y
a cada uno de sus miembros. Es pues, importante que cada cual conozca su don, lo ejerza y se
sienta responsable de su crecimiento; que los demás le reconozcan ese don y que dé cuentas de
cómo lo utiliza. Los demás tienen necesidad de ese don y por lo tanto tienen también el derecho a
saber cómo se ejerce, animando al poseedor a aumentarlo y a ser fiel a él. Todo el que siga su don,
encuentra su lugar en la comunidad, convirtiéndose no sólo en útil sino en único y necesario para los
otros. Así es cómo se desvanecen las rivalidades y los celos.
El secreto de la persona
La comunidad es el lugar donde se crece en la liberación interior, el lugar del desarrollo de la
conciencia personal, de la unión con Dios, de la conciencia del amor y de la capacidad del don y de
la gratuidad. Nunca puede estar por encima de la persona. Por el contrario, la belleza y la unidad de
una comunidad provienen del reflejo de cada conciencia personal luminosa, verdadera, amante y
libremente unida a los otros.

En una verdadera comunidad, cada persona debe poder preservar el secreto profundo de su ser que
no debe necesariamente confiarse a los otros ni compartirse. Hay algunos dones de Dios, algunos
sufrimientos, algunas fuentes de inspiración que no deben confiarse a toda la comunidad. Cada cual
debe poder profundizar en su conciencia personal; esa es la debilidad y la fuerza de la comunidad;
debilidad porque hay una incógnita, la de la conciencia personal de cada uno que, por su libertad,
puede profundizarse en la gratuidad y el don, y por ello construir la comunidad.

Por tres veces en su último discurso a los apóstoles, Jesús pide que sean uno como son uno él y el
Padre. Estas palabras se aplican a menudo a la unidad entre los cristianos de diferentes iglesias,
pero ante todo y primeramente se dirigen a la unidad en el interior de las comunidades. Hacia esa
unidad deben tender las comunidades: «un mismo corazón , una misma alma, un mismo espíritu».
Me parece que hay un don especial que hay que pedir al Espíritu Santo. el don de la unidad en toda
su profundidad y con todas sus implicaciones. Y es verdaderamente un don de Dios al que se tiene
el derecho y el deber de aspirar.
Este don de la comunidad, el don de la unidad, proviene de lo que cada miembro es plenamente, de
vivir totalmente el amor y ejercer su don único y distinto del de los demás. La comunidad es entonces
una, plenamente bajo la acción del Espíritu.

II Entra en la alianza

Se entra en una comunidad para ser feliz.


Se permanece en ella para hacer felices a los demás.
Para aquellos que llegan a vivir en una comunidad, los primeros tiempos son a menudo idílicos, todo
resulta perfecto. Parecen incapaces de ver los defectos, no ven más que las cualidades. Todo es
maravilloso, todo es bello; existe la impresión de estar rodeado de santos, de héroes o de seres
excepcionales que son todo lo que uno quisiera ser.
Luego viene la decepción, generalmente unida a un período de fatiga, a un sentimiento de soledad, a
la nostalgia, a un fracaso inesperado, a una frustración en relación a la autoridad. Durante este
tiempo de «depresión» todo se vuelve tinieblas, no se ve más que los defectos de los otros y de la
comunidad; todo irrita. Se tiene la impresión de estar rodeado de hipócritas que no piensan más que
en la ley, en el reglamento, en las estructuras o que, por el contrario, están totalmente
desorganizados y son incompetentes. La vida llega a ser insoportable.

Eres responsable de tu comunidad

Se entra en una comunidad para vivir con los otros, para vivir los fines de la comunidad, para
responder al grito de los pobres, y para responder a una llamada de Dios (120) La comunidad es
un un medio de vida en el que se puede crecer y juntos responder a una llamada; una
comunidad nunca vive para sí misma, pertenece a cualquiera que la exceda, a los pobres, a la
humanidad, a la Iglesia, al universo, porque es un don, que debemos ofrecer a todos los
hombres.
Todos somos responsables de la fidelidad de la comunidad, no podemos pretender que sea del
quien tenga este cargo. No debemos inclinarnos tanto a un proyecto, tenemos que vivir
intensamente la vida cotidiana con todo lo que ésta implique de trabajo, disponibilidad, escucha y
acogida. Cuando se entra en una comunidad, se entra en la alianza con hermanos y hermanas
miembros de la comunidad pero también y sobre todo con el pueblo que grita y sufre: con los pobres
que son oprimidos y esperan la buena nueva.

A menudo algunas comunidades se alejan demasiado de sus fines. Sus miembros no saben
claramente quién es «su pueblo», no saben a qué gritos han de responder. No saben por qué deben
crecer en la luz, en la paz y la santidad. No saben por qué son ellos llamados a convertirse en fuente
de vida para «su pueblo» dolorido.
Algunos tienen miedo de acercarse a las personas angustiadas, no quieren arriesgarse a que su
corazón salga herido, porque aceptar ser herido, es aceptar un lazo, una alianza. El pobre se con-
vierte así en un pastor que les conduce. Al decir «sí» a los crucificados de este mundo, se dice «sí»
al Crucificado. Al decir «sí» al Crucificado, se dice «sí» a los crucificados de este mundo. Jesús se
oculta tras el rostro del pobre. Y todo lo que se hace, aún el menor gesto de amor al más
insignificante de sus hermanos, a Jesús se le hace. Jesús es el hambriento, sediento, prisionero,
extranjero, desnudo, enfermo, agonizante. Jesús es el oprimido, el pobre. Vivir con Jesús es vivir con
el pobre. Vivir con el pobre es vivir con Jesús.

El sentimiento de pertenencia a un pueblo, la alianza con la promesa que esta pertenencia implica,
están en el corazón de la vida comunitaria.

LA PRIMERA LLAMADA, UNA EXPERIENCIA DE PAZ

Cuando al llegar a una comunidad uno se siente totalmente en casa, en perfecta armonía con los
demás y con la comunidad, es señal de que está llamado a quedarse. Este sentimiento constituye a
veces una llamada de Dios que debe ser confirmada por la de la comunidad. La alianza es el
reencuentro entre dos llamadas que se confirman mutuamente, la llamada es una invitación: «vente
conmigo». En principio no es una invitación a la generosidad, sino a un reencuentro con el amor; por
lo tanto, hay que recordar este primer encuentro ya que es un tesoro que no se puede desechar,
porque nos brinda esperanza y nos motiva para continuar nuestro camino.

Estás invitado a entrar en una alianza con Dios y tus hermanos, especialmente con los más pobres.
No tardes. «En consecuencia, un favor os pido... Que viváis a la altura del llamamiento que habéis
recibido; sed de lo más humilde y sencillo, sed pacientes y conllevaos unos a otros con amor.
Esforzaos por mantener la unidad que crea el Espíritu, estrechándola con la paz. Hay un solo cuerpo
y un solo Espíritu, como una es también la esperanza que os abrió su llamamiento; un Señor, una fe,
un bautismo, un Dios y Padre de todo, que está sobre todos, a través de todos y en todos» (Ef. 4, 1-
6).

Abandona a tu padre, a tu madre, a tu cultura

Para entrar en una comunidad cristiana y en el amor universal hay que preferir a Jesús y a las
bienaventuranzas en vez de la propia familia y sus costumbres, hay que abandonar valores
familiares, tradiciones, riquezas, posesiones, prestigio social, revolución, para entrar en una alianza
y pertenecer a un nuevo pueblo, a una comunidad con nuevos valores, este gran paso de un pueblo
a otro puede ser un desgarramiento que implique sufrimientos y que la mayoría de las veces tarda
mucho tiempo en realizarse y muchas veces no se llega a hacer, pues los hombres no quieren
cambiar ni cortar. Tienen un pie en cada campo y viven de compromisos, sin llegar a encontrar su
propia identidad. Se quedan solos. Hay que tener en cuenta que la comunidad no suprime la
identidad de la persona sino que la confirma más profundamente. Llama a los dones más
personales, los que están más ligados a las energías del amor.

Compromiso

Algunos huyen del compromiso, porque tienen miedo, de que al establecerse en una tierra se
estreche su libertad y no puedan trasplantarse a otras. También es verdad que casándose con una
mujer se renuncia a millones de ellas y se limita el campo de batalla, pero nuestra libertad no
aumenta en ocasiones abstractas; crece en una tierra particular y con unas personas precisas.
Interiormente no se puede crecer si uno no se empeña con y ante otros.

La comunidad no es sólo el lugar de su curación, un lugar donde están bien y contentos, sino que es
el sitio donde han decidido echar sus raíces, porque han descubierto la llamada de Dios y un sentido
de la vida comunitaria con personas disminuidas. Su proyecto personal se confunde con el proyecto
de la comunidad, y no se sienten acusados cuando otras personas dejan la comunidad. Han
conseguido también su proyecto personal: permanecer en la comunidad.

Pareja y comunidad

Desde muchos puntos de vista la comunidad se parece a la familia. Pero son dos realidades muy
distintas. Para fundar una familia dos personas se eligen y se prometen fidelidad. Y la fidelidad y el
amor de estas dos personas es lo que da paz, santidad y crecimiento a los hijos habidos de su amor.
Cuando se entra en comunidad no se promete fidelidad a una persona. Los roles parentales (los
responsables) cambian con las constituciones y uno no se compromete a vivir siempre con las
mismas personas. La comunidad supone la familia y la familia necesita de una comunidad más
amplia. Pero estas dos realidades permanecen diferenciadas.

Una esperanza está naciendo

Otros caminos

«Muchos buscan la comunidad por temor a la soledad. La imposibilidad de poder quedarse solos por
más tiempo los impulsa a buscar la compañía humana. También los cristianos que no saben valerse
por sí solos, aquellos que han hecho experiencias negativas consigo mismos, esperan recibir ayuda
en la comunidad con otros seres humanos. La mayoría de las veces se ven defraudados y en
consecuencia reprochan a la comunidad algo que es culpa suya exclusivamente. La comunidad
cristiana no es un sanatorio espiritual... El que no sabe estar solo, debe cuidarse de la
comunidad... Pero a la inversa también vale la frase: aquel que no esté en la comunidad que se
cuide de la soledad»

La adhesión a dos comunidades

Cuando se forma parte de una comunidad se entra en un estado de disponibilidad donde se puede
pedir cualquier cosa. Es verdad que al entrar en comunidad hay como un encanto de niño. Se dejan
atrás las responsabilidades y las señales que nos permiten juzgar y entrar en un mundo nuevo.
Entonces es normal que haya esta actitud de abertura. Es como un nuevo nacimiento. Tras un cierto
tiempo se empiezan a emitir juicios y a ponerse a la defensiva. El riesgo para los que dejan una
comunidad para entrar en otra es el de llegar con un espíritu de adulto y no con un espíritu de niño.
Vienen a prestar un servicio; saben ya qué van a hacer. Me pregunto si alguien puede
comprometerse con una comunidad no viviendo de nuevo el período de infancia.
Crecimiento

La comunidad siempre tiene que estar en crecimiento, Muchas tensiones en la comunidad provienen
que sus componentes cuando se resisten a crecer, pues el crecimiento de una comunidad implica el
crecimiento de cada persona. Siempre hay quien se resiste al cambio y rehúsa la evolución, de la
misma manera que en la vida humana, muchos rehúsan el crecimiento, las exigencias de una nueva
etapa y quieren permanecer niños. Viven como adolescentes y rehúsan envejecer.

Del heroísmo a lo cotidiano


Una comunidad que no es más que un cohete de heroísmo no es una verdadera comunidad, porque
implica además un estilo de vida, una actitud, una forma de vivir y de mirar la realidad; implica sobre
todo la fidelidad en lo cotidiano. Lo cotidiano está hecho de necesidades sencillas; Está hecho de
dones, de alegrías, de fiestas.

Una comunidad está en vías de creación cuando sus miembros han aceptado no hacer grandes
cosas, no ser héroes, sino vivir cada día con una nueva esperanza, como niños que miran con
asombro la salida del sol y dan gracias al acostarse. Está en vías de creación cuando han
reconocido que la grandeza del hombre es aceptar su pequeñez, su condición humana, su tierra y
dar gracias a Dios por haber puesto en su cuerpo limitado semillas de eternidad, que se manifiestan
a través de los pequeños gestos diarios de amor y de perdón.
La belleza del hombre está en esta fidelidad a la capacidad de maravillarse cada día.

La conciencia intelectual
Tras la época de heroísmo y de lucha, tras los primeros momentos de asombro, está la época de la
conciencia intelectual de la identidad de la comunidad y de su lugar en la sociedad, en la Iglesia, en
la historia misma de la humanidad. Esta visión o comprensión intelectual son importantes en la vida
de una comunidad. Pero esta conciencia intelectual debe ser siempre un brote de asombro y de
acción de gracias, que debe estar siempre en , el corazon de la comunidad. Si no, habrá un
envejecimiento prematuro.

De la monarquía a la democracia

Algunas comunidades ahogan a sus miembros por no haber sabido modificar sus estructuras, para
vivir mejor lo esencial de la comunidad.
Es importante que las personas tengan unos proyectos personales y unas responsabilidades que les
permitan tomar iniciativas. Pero es importante que estos proyectos personales los confirme la
comunidad o se deriven del discernimiento comunitario. Si no, irán en contra ella.

El discernimiento comunitario implica que todos los miembros de la comunidad, o al menos los
responsables, traten de ver dónde están los verdaderos proyectos de la comunidad y en qué
dirección ir. En este ámbito, sobre todo, es necesario que no haya ni pasión, ni voluntad de
convencer a los demás y hacer prevalecer las propias ideas. Se trata de que todos escuchen las
ideas de unos y de otros y de que, poco a poco, se ponga de manifiesto la verdad. Esto puede
necesitar mucho tiempo, pero vale la pena, porque en ese momento, cada uno en la comunidad se
adhiere personalmente al proyecto.

Apertura al barrio y al mundo

Para que una comunidad se convierta en un signo es necesario que sus vecinos la vean como una
aportación positiva para el barrio o para el pueblo. Es oportuno tener en una comunidad a alguien
que pueda ayudar a los ancianos y a los enfermos y que la casa esté siempre abierta, como un
refugio, para aquellos que sufren y están necesitados.
Cuanto más profundiza y crece una comunidad, más debe insertarse en el barrio. Al principio una
comunidad está como encerrada entre las cuatro paredes de la casa, pero poco a poco” se abre a
los vecinos y a los amigos. Algunas comunidades se azaran cuando empiezan a sentir que sus
vecinos buscan comprometerse con ellas, porque tienen miedo a perder su identidad y el control.
Una comunidad que empieza es como una semilla que debe crecer y convertirse en un árbol que
dará frutos en abundancia, y al que los pájaros del cielo podrán venir a hacer su nido. Debe abrir
mucho sus brazos y sus manos para dar gratuitamente lo que ha recibido gratuitamente.
La comunidad está llamada a crecer poco a poco en su relación con los demás, con el barrio. Así, a
través de estos nuevos amigos, la comunidad crecerá, cada uno ayudará al otro a crecer. No hay
uno sólo que tenga razón y los demás estén equivocados, sino que todos están allí para entenderse.

La prueba: una etapa en el crecimiento


La prueba es un factor del crecimiento en la comunidad. Por prueba, entiendo todo aquello que
resulta difícil, que es pobreza, persecución, que disloca la comunidad y revela su debilidad y las
tensiones y las luchas interiores y exteriores, todas las dificultades que vienen de una nueva etapa
que hay que franquear.
La prueba es un factor del crecimiento en la comunidad. Por prueba, entiendo todo aquello que
resulta difícil, que es pobreza, persecución, que disloca la comunidad y revela su debilidad y las
tensiones y las luchas interiores y exteriores, todas las dificultades que vienen de una nueva etapa
que hay que franquear.
Las pruebas que quebrantan una seguridad superficial liberan muchas veces nuevas energías que
hasta entonces estaban ocultas. A partir de esta herida la comunidad renace en la esperanza.

Tensiones
Las tensiones son momentos necesarios en el crecimiento y ahondamiento de una comunidad;
resultan de conflictos personales, nacidos de la repulsa al crecimiento y a la evolución personal y
comunitaria, conflictos entre los egoísmos de las diferentes personas debidos al descenso de la
gratuidad del conjunto de la comunidad, a los temperamentos diferentes y a las dificultades
psicológicas de cada uno. Estas tensiones son naturales. Es normal que uno se angustie cuando
está frente a las propias limitaciones y a las propias tinieblas, cuando se descubre la propia herida
profunda. Es normal que uno esté tenso ante responsabilidades crecientes a las que hay que hacer
frente. Ante las muertes de los propios intereses uno grita interiormente, se rebela, tiene miedo, está
ausente ante las necesidades de otros miembros.

No hay nada que perjudique más a la vida comunitaria que el enmascarar las tensiones, hacer como
si no existieran, ocultarlas y huir de la realidad y del diálogo. Una tensión o una desavenencia puede
ser el signo de una próxima llegada de nueva gracia de Dios. Anuncian el paso de Dios por la
comunidad.

Frecuentemente las tensiones o las pruebas vienen de que la comunidad ha perdido el sentido de lo
esencial, la visión inicial, de que ha sido infiel a la llamada de Dios y a la de los pobres. Constituyen
entonces una nueva llamada a la fidelidad. Para volver a encontrar la paz es necesario que la
comunidad pida perdón a Dios y le suplique que la ilumine y le dé nueva fuerza. se trata de aceptar
estas tensiones como un hecho cotidiana, en espera de resolverlas mediante la búsqueda de la
profundización y de la verdad. es necesario tener paciencia y no quererlas resolver siempre
rápidamente. Si se quiere actuar rápidamente uno se arriesga a empujar a las personas a exagerar
su punto de vista en lugar de suavizarlo.
La separación de un hermano

Sólo los responsables y los más antiguos de la comunidad pueden tomar la decisión de una
expulsión. Pero al hacerlo, deben reconocer también su parte de culpabilidad. Tal vez no se han
atrevido a reprender a la persona o a dialogar con ella desde el principio, cuando aparecieron las
primeras manifestaciones de división, han dejado arrastrar la situación con cierta ingenuidad,
esperando que todo se arreglaría. Tal vez se han aprovechado de ella o de sus posibilidades en el
plano del trabajo. 

El papel del ojo exterior

Cada vez me doy más cuenta de que las comunidades pequeñas o grandes no pueden
componérselas solas. A menudo los miembros no llegan a resolver sus tensiones y necesitan ayuda
para evolucionar, y encontrar nuevas estructuras en las distintas etapas del crecimiento. Me parece
que cada comunidad debería de tener un «ojo exterior», que la visitara regularmente, alguien con
quien todos los miembros de la comunidad pudieran hablar si lo necesitan, alguien, sobre todo, que
fuera un consejero para él o los responsables, y ayudara a la comunidad a descubrir el mensaje de
Dios oculto en las tensiones. Las comunidades necesitan una determinada persona que les plantee
preguntas sobre sus puntos de vista, su pedagogía con tal o cual persona, su forma de reunirse, etc.
Esta persona no debe ser necesariamente un experto, un especialista, un psicólogo, sino una
persona de experiencia que conozca lo que es el hombre y las relaciones humanas, y que ame los
fines principales de la comunidad. Es necesario la ayuda de alguien para poder evaluar
ocasionalmente y en completa libertad la propia vida comunitaria, ver dónde hay que esforzarse más,
ver si se está perdiendo la creatividad y cayendo en costumbres y rutinas; es necesario evaluar las
reuniones, ver si son realmente sustanciales y vivas o si son una pérdida de tiempo.

La autoridad exterior

Toda comunidad tiene en sus principios un fundador que da el espíritu y que asume la
responsabilidad final, pero, a medida que crece y se arraiga, es necesario establecer una carta que
delimite sus fines fundamentales y su espíritu, una constitución que especifique su forma de gobierno
o estructura de la autoridad, y que decida por qué y por quién es elegido o nombrado un nuevo
responsable. Para garantizar la continuidad de la comunidad en el tiempo, tiene que existir una
autoridad exterior que impida que el espíritu se desvíe.

Crecimiento personal v crecimiento comunitario

Para crecer en el amor, es necesario derrumbar las prisiones de nuestro egoísmo. Esto implica
sufrimientos, esfuerzos constantes, repetidas decisiones. Para alcanzar madurez en el amor, para
llevar la cruz de la responsabilidad, es necesario salir de las utopías, de las ingenuidades, de la
adolescencia.
El crecimiento toma otra dimensión cuando dejamos a Jesús que penetre en nuestro interior para
darnos vida y nuevas energías.

Cada vez más, me parece que el crecimiento en el Espíritu Santo nos hace pasar del sueño (a
menudo también de las ilusiones) a la realidad; en el fondo, cada uno tenemos nuestros sueños y
nuestros proyectos, que nos impiden vernos y aceptarnos tal como somos y ver y aceptar a los
demás tal como son

Decepciones 
 La primera decepción, que seguramente es la menos difícil, es cuando se entra. Siempre hay en
nosotros partes que quedan apegadas a los valores que se han dejado.
La segunda, es descubrir que la comunidad tampoco es tan perfecta como la habíamos creído, que
tiene debilidades y defectos. Ante la realidad, caen el ideal y las ilusiones.
La tercera, es la más dolorosa. Ocurre cuando uno se siente incomprendido y a la vez rechazado por
la comunidad, cuando por ejemplo no se es reelegido como responsable, o no se nos confiere la
función que habíamos esperado. Esta tercera decepción conlleva otra desde el momento en que
sentimos surgir en nosotros la cólera y la decepción.
Para llegar a la integración total con una comunidad, es necesario saber pasar por las diferentes
decepciones ya que todas son nuevos exámenes profundos, pasajes hacia la liberación interior.

Madurez

También podría gustarte