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Efectos de sorpresa en la clínica del autismo y las

psicosis en la infancia

Eduardo Abello

Sigmund Freud decía en “El chiste y su relación con lo inconsciente” que un chiste produce
efecto sólo cuando aparece algo del orden de la sorpresa, y previamente ha existido cierto
desvío de la atención consciente para que ella, con sus rasgos de novedad, pueda irrumpir.

Fue Theodor Reik quien supo sostener como fundamental a la sorpresa en la experiencia
analítica y mantener su relación directa con lo esencial del inconsciente tal como Freud lo
había subrayado. De él Lacan llegó a decir que fue el único discípulo de Freud capaz de
hacerlo. En 1932, Reik postulaba que “la esencia del procedimiento analítico consiste en
una serie de shocks experimentados mientras el sujeto toma conocimiento de sus procesos
reprimidos”. Para hablar de la naturaleza de estos “shocks psíquicos” específicos al
psicoanálisis, como los llama, no tiene otra explicación sino que se trataría de la “sorpresa”,
definida como la “expresión de nuestra lucha contra cualquier llamado al reconocimiento
de algo bien conocido para nosotros que había devenido inconsciente”, planteándolo como
una lucha contra el reconocimiento de una parte del yo. Así, la falta de sorpresa es índice de
la construcción de una interpretación errónea. Para Reik, la técnica analítica no consiste
sólo en tratar de poner en juego la sorpresa, pero afirma que las piezas más importantes de
un análisis tienen su naturaleza: “no estoy describiendo las características una por una,
estoy definiendo (con la sorpresa) la naturaleza esencial de la técnica psicoanalítica”.

Lacan advertirá, en el seminario “La lógica del fantasma”, que es precisamente en la


interpretación verdadera donde aparece como fundamento la sorpresa y que toda
interpretación, para obtener efectos sobre el inconsciente, debe tener una faz de sorpresa.
Volviendo a Reik, podemos agregar que intentó abrir los ojos de sus colegas frente a la
“nueva tendencia” psicoanalítica de aquella época, que demandaba y esperaba una
conducción “sistemática” del trabajo analítico. Se declaraba oponente a toda mecanización
de la técnica psicoanalítica, a la vez que con ello subrayaba lo novedoso y singular del
discurso analítico: “¿hay alguna otra clase de procedimiento diagnóstico o heurístico tan
desprovisto de cualquier plan fijo, tan asistemático, tan falto de previsión o cuidado en lo
que está por venir?”. Para él se trata de descubrir, de encontrar. “No hay una ruta fijada de
antemano en la marcha hacia el inconsciente”, y por ende toda “aplicación esquemática del
conocimiento” es errónea.
Convocar a Theodor Reik a modo de exergo de este trabajo sobre los efectos de sorpresa en
los tratamientos psicoanalíticos de los autistas, nos renueva un hallazgo. Porque todo lo
anteriormente citado, y en especial el no contar con una ruta previa, sino con un camino a
recorrer que se debe aprender a lo Champollion y su piedra roseta, con cada joven, uno por
uno, puede aplicarse a lo que se vive a diario en una institución de orientación
psicoanalítica que aloja a estos sujetos.

Sabemos que una de las diferencias entre las psicosis y las neurosis es que el psicótico se
interesa mucho más por lo real que el neurótico, este último más interesado en la verdad y
el sentido. El primero, sin el velo de la verdad, intenta arreglárselas desde el manejo sin
sentido del significante, intentando constituir o mantener un sentido propio. La sorpresa
actúa sobre ello, todo apartamiento respecto del sentido esperado, o del orden previsto del
mundo, impacta, conmueve al psicótico, y produce efectos. Además, la sorpresa, como
señala Miller, molesta al amo, y por ello, si seguimos a Lacan al emparentar sus discursos,
al inconsciente mismo, algo que también alivia al psicótico en su cruzada de rechazo al
discurso del amo.

Tomemos un ejemplo de la clínica en una institución europea: cuando un joven intenta


repetidamente meterle los dedos en la nariz a una interviniente, aparece otro al que, en vez
de retar al joven, se le ocurre echar del lugar a la interviniente, pidiéndole que se retire
inmediatamente. Sorpresa para el joven, pero al día siguiente no va a ponerle sus dedos en
la nariz, sino que se dirige a ella, y la echa de la habitación.

En nuestro medio, en nuestra clínica, una joven se quejaba continuamente, al llegar a la


mañana, por algún golpe o lastimadura recibida en la casa, o inventada. Un día, en lugar de
aplicarle una curita o venda en la zona, se decidió vendarle toda una pierna, y luego una
gran parte del cuerpo. Eso tuvo efectos de apaciguamiento notables, que le permitieron
atemperar su queja y sus demandas insistentes al Otro.

Otra joven, que no se despegaba de su mochila o bolso desde que concurría a la institución,
llegaba un día con hipo, persistente. Luego de casi tres horas, donde los intervinientes le
cuentan la teoría del susto para cortarlo, y de que no hubiese ningún modo de lograr
asustarla, alguien pasa a su lado, agarra su “cartera-bolso” y sale corriendo.
Inmediatamente se le pasa el hipo: - ¡Funcionó!, dice ella sorprendida. Esa misma joven
había pasado meses en el jardín delantero de nuestra institución sin querer franquear la
puerta de ingreso: se la sorprendió con la presencia de los intervinientes a través de la
ventana, ellos adentro, ella afuera, asociando a las palabras algunos escritos, mensajes,
carteles, que constituyeron un nexo a partir del cual se pudo lograr que ingrese sin
problemas diariamente al centro.

Entonces esa sorpresa, presente en los análisis en la intervención del analista, y que
conlleva -por definición- otra significación, inesperada, que aporta ese “acontecimiento
imprevisto” de palabra, está también presente en los fundamentos de las intervenciones que
se realizan en los tratamientos psicoanalíticos de las psicosis y del autismo inspirados en la
enseñanza de Lacan, más allá de la interpretación analítica en la sesión propiamente dicha.
Esto es claro para cada psicoanalista, para cada interviniente, y se hace evidente en cada
reunión clínica, al constatar sus efectos.

Otra joven presentaba una relación especial con la comida. Al principio comía todo lo que
podía, vomitaba todo lo que podía, defecaba todo lo que podía. Se presentaba al llegar
como un cuerpo desparramado por el piso. Se la sorprendió insistentemente dividiendo la
comida, ofreciéndosela de “a partes”, en diferentes recipientes, en distintos momentos y
lugares, evitando la hora del almuerzo, o lejos de la mesa, haciendo otras actividades
mientras comía, como jugar en la computadora o mirar una película. En ocasiones, luego de
un gran vómito, a los intervinientes se les ocurría decirle: “¡Pero eso no es vomitar, eso es
escupir!”. Un trabajo continuo y paciente para sorprender al autista y obligarle a variar su
defensa, sin imponerle o exigirle otra, invitándolo en lo posible a tomar la palabra. No se le
pedía que comiera sino que se tomaba la actitud de habérseles olvidado” que ella debía
comer, o como si no alcanzase la comida para ella. En ocasiones ella misma era quien debía
proveérsela, buscando y sacando comida de los platos de los otros. Todo ello se
acompañaba de manifestaciones y quejas hacia algún interviniente que había cometido un
error en la cantidad de comida solicitada, otro que no la tuvo en cuenta, etc. Con el tiempo
y con la presencia del Otro pluralizado en la institución fue adquiriendo un semblante que
le daría un nombre: peleadora. Se fue consagrando paulatinamente a poner un malestar en
el Otro con el uso del lenguaje, en vez de poner las emanaciones de su cuerpo. Así, se
convirtió en “la contra”. Fue necesario para ello que ese Otro que encarnaba la institución
accediera a dejarse llevar hacia ese lugar, haciendo existir los semblantes del fastidio y la
molestia, a falta de lo cual volvía a constituirse en sólo un cuerpo y su borde.

Para Jean-Claude Maleval, una de las características fundamentales del autismo es la


retención del objeto voz, objeto que está en ese borde topológico que no es el presentificado
por el límite del cuerpo imaginario, sino el que se establece entre el Uno del goce, y la
avanzada significante del Otro. Esto es constatable en la clínica de varias formas. En
ocasiones escuchamos una voz muy débil, suave, casi imperceptible, susurrando para
contestar, hablando en tercera persona, que delata cómo se guarda, se reserva su
enunciación. Otras veces se trata del mutismo característico del imaginario social del
cuadro clínico; pero también en otros sujetos la voz propia enunciativa puede aparecer
camuflada en tanto es dominada en otras enunciaciones que se usan como pantallas y
defensas. Escucharlos hablar en el ritmo y el tono en que lo hace un dibujo animado o un
personaje de telenovela no es infrecuente. Que se sepa escuchar en cada uno su posición y
recurso frente a la enunciación no deja de ser una sorpresa para ellos, en algunos casos de
manera más notable, en otros más discreta, pero no menos efectiva.

Eric Laurent ha advertido también sobre la fascinación que estos casos producen, muchos
de ellos haciendo confuso el borde entre la lucidez de la locura y la rigidez de la debilidad
mental. Un día comprobamos esto en el señalamiento de un joven a nuestro director, joven
que desde hace años buscaba en vano la “figura fuerte” institucional, posiblemente para
intentar desarrollar valiéndose de ella una elaboración delirante paranoide, y que, con el
Otro pluralizado que se destaca en el centro, no encontraba. Se valía de su enunciación
prestada de los ambientes académicos y televisivos, y de una comicidad que no obstante se
asentaba sobre una disposición querulante hacia el Otro, y con la que hacía lazo. Así,
cotidianamente se lo escuchaba quejarse, irónicamente, de las actitudes del director, que era
vago, que no ejercía su función, que tenía las piernas sobre la mesa y las manos atrás de la
nuca, etc. Cuando se hicieron algunas reformas en el patio trasero, y éste apareció un día
lleno de escombros, con arrogancia, altanería y sorna cómica, el joven le retrucó al director:
-¡Vió, ya me parecía que esta institución algún día iba a terminar derrumbándose! Es que la
comicidad, además, le ayudaba a mantener la incertidumbre de la enunciación, mientras
que si se tomaba muy en serio lo que él decía, se enojaba y angustiaba. El estatuto del
engaño y su denuncia con el solo fin de revelarlo, son para él lo que oficia de suplencia al
nombre del Padre.

En la joven que mencionábamos anteriormente, ese borde que pasaba por la producción de
algo que oficiaba de límite entre su cuerpo y el Otro, el vómito, pudo correrse a un
semblante, la peleadora. Ese borde, que es sostenido tanto con objetos, como por nombres,
por partes del cuerpo, o por el saber también (cifras, fechas, saber especializado, etc.), lo
percibimos en la constitución de un doble, una copia de sí, o un representante para algunos;
en la cuchara que otro usa como elemento con el que hace límite y donde inserta su modo
de gozar como la expresión de su rechazo al Otro; en la mano que otro ocupa como barrera,
a la que ubica de manera bizarra cuando entra en contacto con los otros; o en los bordes
espaciales que una joven, parándose cerca de las puertas, de las ventanas, en los umbrales,
en las esquinas de las plazas y evitando el centro, se ha inventado para defenderse y a la vez
construir a partir de allí un posible lazo.

Por último, debemos mencionar que cuando hablamos de efectos de sorpresa en un


contexto institucional de orientación psicoanalítica, pensamos fundamentalmente en la
incidencia de lo inesperado y de lo que la ruptura con el discurso del amo fascina y alivia a
estos jóvenes. Pero hay otra dimensión, que va en otra dirección, de esos efectos: no son
pocas las ocasiones en que estar “abiertos a la sorpresa”, como han dicho nuestros colegas
europeos, es también un dejarse sorprender. Hace poco, esa joven del jardín delantero,
siempre alerta y al resguardo en lo posible de la demanda del Otro, cuando un interviniente,
preocupada por su intervención, en duda acerca de la misma, se corría del lugar para darle
paso al hacer de otro colega, hizo escuchar un: ¡Qué te pasa, vieja!, que constituyó toda una
interpretación. Se nos hace evidente así lo señalado por Miller hace un tiempo, cuando
manifestaba que el psicoanálisis aplicado, en los lugares donde existe aplicación del
psicoanálisis como es por ejemplo la clínica en instituciones, no sólo tiene efectos en dicha
clínica, sino que también existen efectos de vuelta sobre el psicoanálisis puro. He allí cómo
la sorpresa puede derivar en un detalle que enriquezca los análisis.

Queda para decir que la apuesta ética del psicoanálisis lacaniano en el tratamiento en
instituciones diverge de la ética del imperativo: ¡hablen, comuniquen!, de adquirir las
destrezas que “nuestra cultura requiere” (TEACCH); de la ética burocrática de espacios y
tiempos, y reglas y saberes; de la ética victimizante. Intenta que el niño o el joven se
enfrenten a su propio Otro, y que haya quien sirva de enlace, no con una lista de tareas u
objetivos para que eso se produzca, sino con su inventiva, su creación y su posición
subjetiva singular.

Bibliografía:

Freud, S.: “El chiste y su relación con lo inconsciente”, “Obras Completas”, Amorrortu ed.,
Bs. As., 1986, tomo VIII; pp. 146/147.

Lacan, J.: El Seminario XIV – “La lógica del fantasma”, clase del 11/1/1967, inédito.

Reik, T.: New Ways in Psycho-analytic technique, I.J.P., vol.14, pp.321-334.

Miller, J.-A., “La salvación por los desechos, el psicoanálisis”, Revista de la Escuela
Lacaniana de Psicoanálisis, N° 16, noviembre de 2009, Barcelona;

Miller, J.-A., “Vie de Lacan”, clases del 7 y 14 de abril de 2010.

Laurent, E., alocución en el Forum “Lo que la evaluación silencia, un caso urgente: el
autismo”, Barcelona, 19 de junio de 2010, inédito.

Maleval, J.-C., “De la psychose prècocissime au spectre de l’autisme. Histoire d’une


mutation dans l’appréhension du syndrome de Kanner”, Ornicar Digital N°. 240, A.M.P.

Eduardo Abello es psicoanalista y reside en Córdoba.


Es Miembro de la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP) y de la Escuela de la
Orientación Lacaniana (EOL).
Miembro fundador y coordinador clínica del Centro Educativo Terapéutico de la Fundación
AVENIR.

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