La enseñanza de la clínica en la universidad. La psicología clínica y sus variantes. La clínica
psicoanalítica, el sujeto y la singularidad del caso. La clínica actual, psiquiatría y neurociencias. Perspectivas en lo social. La práctica clínica consiste en la delimitación de un cierto no-entender que está en el centro de lo que lleva a alguien a consultar. Si rápidamente entendemos o creemos entender, corremos el riesgo de estar interpretando o leyendo la singularidad de un padeciente con nuestros propios fantasmas, ideales, etc. En la clínica, más que “leer” se trata de “descifrar”: descifrar es hacer un tipo de lectura. Uno de los sentidos que tiene lo que nosotros llamamos la “interpretación” (como instrumento general de las prácticas de la escucha) es que permite -en un caso ideal/en el mejor de los casos- hacer una lectura de lo que el padeciente dice. “En el mejor de los casos” refiere a que uno puede no hacer una lectura de lo que dice el padeciente, sino ya tener una lectura universal para todos los padecientes y, consecuentemente, tener una propuesta universal para todos los padecientes (con un ejemplo banalizado: decir que haga yoga y mindfulness tres veces por semana como una solución/propuesta universal para todos, no haciéndose entonces una lectura de lo que está diciendo ese padeciente en particular). La clínica es lo que se puede transmitir de la práctica. La enseñanza de la clínica nunca debe confundirse con la práctica propiamente dicha: ahí hay un salto, una hiancia. La práctica supone toda una serie de cuestiones que no son subsumibles en la transmisión de un saber. La práctica supone un ACTO y una DECISIÓN PERSONAL que no es sustituida por ningún saber. En ese acto (analítico), decisión de cada uno, debe haber un deseo, se debe estar habitado por un deseo (por ejemplo, el deseo de curar no está mal, pero uno en tanto estudiante debe estar rápidamente advertido de los excesos que pueden llevar al “furor curandis”). El acto se trata de un real insustituible por cualquier saber. De alguna manera cada uno sabe que va a poder o no va a poder autorizarse en un título. No se trata de “tapar” esos agujeros sino de dejarlos a la vista, preservarlos. La singularidad de cada caso nos tiene que poner a nosotros, en tanto clínicos, en un lugar que relativice el saber, la formación recibida. Tampoco se trata de no leer nada, sino de no obturar/taponar la singularidad del sujeto. Se trata de preservar y atender al agujero que llamamos “SINGULARIDAD”, y de darle forma de caso clínico, darle forma de algo tratable. [¿podrá pensarse esta dimensión de la clínica como “la formalización para el tratamiento?”] Esta formalización permite plantear una práctica diferente a “contarle sobre mi malestar a un amigo/familiar”. Por ejemplo, el punto de “sentir que nadie me entiende”, el “no sentirse escuchado”, y de pronto ir a una entrevista y sentirse escuchado, es algo que podríamos pensar como el trabajo del clínico para dar lugar a la AFIRMACIÓN DE LA VERDAD del padeciente. Esto es todo un trabajo en las entrevistas preliminares. Cuando uno no se siente escuchado lo que ocurre es que hay una verdad propia que uno siente que el otro no puede entender. Para que nuestra escucha se amplíe y pueda alojar sufrimiento el analista no debe pasar por todos esos sufrimientos (es como si dijera que tengo que tener cáncer para curar un cáncer). Pero sí es necesario un “EFECTO DE FORMACIÓN”: tiene que ver con poder recibir una verdad que es totalmente subjetiva, una verdad singular, y no contrastar con ninguna verdad objetiva. Para el Psicoanálisis, es un principio considerar que la verdad está en el discurso del padeciente, el criterio de verdad es interior al discurso, no es contrastable con una “verdad objetiva”. No se trata de contrastar los dichos con los hechos, sino de tomar los dichos como hechos. La formación clínica pasa por poder ser esa especie de “superficie neutra” que puede escuchar una subjetividad diferente de la suya. Recordamos entonces que en el corazón de todo diálogo ponemos al malentendido, cuestión que nos ayuda a entender la recomendación técnica de Lacan: “no comprender” (y recordar asimismo que no es necesario tener ese malestar para tratar ese malestar). En el corazón de la práctica, y no como un detalle accesorio, lo que recibo es una singularidad. Eso hace que uno ubique más humildemente el saber con el que se puede empezar a leer lo que le ocurre a ese sujeto. Esta singularidad supone asumir que más allá de las categorías de las que nos podamos servir(por ejemplo, Neurosis Obsesiva, Histeria, Fobia, etc.), ese sujeto va a traer un síntoma único e irrepetible. [primero se podría pensar en términos de sufrimiento/padecimiento único e irrepetible, para después pensar en el armado de un síntoma único e irrepetible] Es por eso que los universales en psicoanálisis tienen un valor descompletado: es un saber que no cierra nunca porque estructuralmente está armado alrededor de un agujero, la singularidad. Sirve pensar al sujeto en relación a la tensión entre universal y singular. Perfilamos dos puntos fundamentales: ÉTICA + NEUTRALIDAD. Freud mismo advertía del riesgo de pretender encajar al sujeto en un protocolo, al sostener que cuando un clínico recibe a un padeciente debe olvidar todo lo que ha estudiado, lo que ha leído y su experiencia. Esto tiene que ver con una cierta “ética mínima”: no se va a hacer entrar al sujeto en un protocolo. El psicólogo clínico, que es el que va a conducir la cura, tiene sus ideas respecto de la vida, respecto del sufrimiento, respecto de la relación sexual, etc.; tiene sus propios fantasmas. A esto se refiere Freud cuando decía que había que “adoptar una posición neutral”: no neutral respecto de lo que dice el padeciente, neutral respeto de que uno no va a hacer una “reeducación” del padeciente. Uno puede hacer una reeducación, pero eso no es hacer un psicoanálisis; cuando educa transmite los propios valores, los propios fantasmas, las propias virtudes, y eso no está mal en sí, no está mal en tanto educación, pero sí tendrá sus límites. Esta NEUTRALIDAD DEL ANALISTA es justamente que el analista no ponga en juego en la dirección de la cura sus valores, ideales, e incluso ideas acerca de lo que es normal o patológico (lo que requiere del control/supervisión y el análisis personal). La ÉTICA estaría vinculada a no dirigir el tratamiento con los propios valores, las propias convicciones, y/o el propio criterio de qué está bien y qué está mal. Desde la dirección de una cura uno no debe poner en juego sus propias identificaciones. La clínica implica un esfuerzo para que en ese dispositivo se pueda escuchar a un solo sujeto, que es el padeciente. Todo lo que a uno le pasa con lo que dice el padeciente es un problema de uno (y será cuestión de llevarlo al propio análisis, pero no ponerlo en juego en la cura). No se trata de ser pretender ser “robots” que nunca se van a ver afectados por nada, sino de formarse para reconocer en donde cada uno está o se ve implicado, y no intervenir en función de eso. Se tratará de precisar la especificidad de la práctica, pero poniendo el acento en una dimensión distinta a la que habitualmente se enfatizó: - tradicionalmente se situó la especificidad del psicoanálisis en el SUJETO DEL INCONSCIENTE, concebido en oposición al sujeto de la conciencia. - la pregunta que nos va a guiar ahora no es por el sujeto, sino “¿QUÉ ES UN CUERPO? / ¿QUÉ CUERPO TRATA EL PSICOANÁLISIS?”. [y esto sirve como “augurio” de lo que sería el cambio/pasaje de la noción de “sujeto del inconsciente” a la de “parlêtre”, recordando que la noción de hablanteser / serhablante está destinada a sustituir la primacía en la clínica de la idea del sujeto del inconsciente, por la de un “cuerpo-hablante” o “viviente-que-habla”. Si apenas se presenta alguien a la consulta uno supone que ya de entrada se está trabajando con el sujeto del inconsciente, se dejan de lado un montón de problemáticas clínicas; así, se termina desconociendo el hecho de que el inconsciente es una dimensión a introducir, producir y trabajar, y que no necesariamente está dada desde el vamos -como lo demostrarán la clínica de la angustia y de la psicosis-] Se afina un poco más la escucha si se problematiza cómo el sufrimiento que trae un padeciente a la consulta es un sufrimiento del cuerpo: es un sufrimiento que se siente en el cuerpo; el síntoma, por ejemplo, es un síntoma en el cuerpo. Nos introducimos entonces por el lado del cuerpo, más que por el lado del sujeto. Esto marca un cierto pasaje del psicoanálisis clásico a la práctica psicoanalítica actual, en tanto en el psicoanálisis clásico el punto de partida era el Otro, mientras que en la práctica actual el punto de partida es el cuerpo. Tradicionalmente, se abordan las diferentes concepciones de la clínica y la práctica a través de la noción de “sujeto”. La subversión que se produce con Freud es la existencia y desplazamiento del “sujeto de la conciencia” al “sujeto del inconsciente”. Eso es una subversión en el sentido de que todas las psicologías académicas y todas las teorías del conocimiento se apoyan en la conciencia y el Yo. Nos situamos en las nociones aristotélicas, el dualismo cuerpo/alma. Lo que ocurre en el “alma” (psique) tiene un correlato en el cuerpo: si tengo un humor triste, depresivo, esto tiene un correlato en mi cuerpo. Respecto al dualismo alma-cuerpo, Freud aportó la novedad de separar del alma (ligada tradicionalmente a la mente, a la conciencia) el inconsciente (o, desde Lacan, lo simbólico). El énfasis se va a poner en establecer un puente entre el cuerpo entendido como cuerpo material, llamémosle “organismo”, y este “otro cuerpo” que vamos a considerar a nivel de los tres registros: en el registro de lo real, el goce en el cuerpo; en lo imaginario, la imagen corporal y el alma con el inconsciente extraído (es decir, la conciencia); y en lo simbólico, el inconsciente (dimensión que separamos del alma). [Debemos recordar que ya a partir de “RSI” (Real-Simbólico-Imaginario), en la última enseñanza de Lacan, se puede perfilar que ninguno de los registros tiene primacía sobre el otro, siendo que en última instancia se puede reconocer su independencia respecto a los otros -cada uno es en sí mismo un registro-] Hay teorías en psicología que ponen el énfasis en el sujeto del conocimiento; lo innovador del psicoanálisis es que pone en pausa ese énfasis sobre si el Yo conoce y cómo conoce. El psicoanálisis no entró en este tema por el lado de una teoría del conocimiento, sino por el hecho de que ese “Yo que conoce” también es una temática de deseo y de goce. Interesa que ese Yo haya tomado como objeto de deseo su propia imagen, que el Yo sea un objeto catectizable mediante una imagen, que el Yo sea un objeto libidinal. Tenemos el estadio del espejo (que parte de fenómenos observables, de experimentos en etología). El “cuerpo-organismo”, está en un estado de “prematuración” (un estado de indefensión, de necesidad de asistencia). Desde el punto de vista biológico, el humano es un cachorro que nace demasiado prematuro, necesitaría “más tiempo” en la panza de la madre si se lo compara con otras especies. Lo que se observa en el estadio del espejo es que cuando el niño se reconoce en la imagen que ve en el espejo hace un ajetreo lúdico, un gesto de júbilo. Hay como un “insight”, una especie de reconocimiento inmediato que, paradójicamente, es algo que “no debería estar permitido” por los sistemas del organismo que dispone el cachorro humano en ese momento. Se produce un fenómeno “libidinal”, fenómeno que rebasa/excede al organismo. El punto de partida es esa prematuración, esa incoordinación; en determinado momento la visión de una imagen en el espejo le permite al niño ponerse contento, hacer gestos de algarabía frente a ese espejo, reconociéndose en ese espejo. Este fenómeno libidinal comienza a transcurrir en un registro propio: el “registro de lo imaginario” (que, si bien no es sin el organismo, es independiente del organismo). El que pasa por el estadio del espejo constituye un Yo y un narcisismo, primero, a nivel de la conformación de su cuerpo: reconoce ese cuerpo como suyo. No tenemos que dar por obvio que el estadio del espejo sea algo que universalmente hagan todos los seres humanos: uno podría no reconocer ese cuerpo, esa imagen en el espejo, podría sufrir una despersonalización. A esto Lacan lo llamaba una “identificación imaginaria”, que permite constituir el “cuerpo imaginario”. Son propiamente fenómenos libidinales, pero por motivos didácticos los separamos: primero a nivel de la conformación del cuerpo; después en el nivel de la relación con el otro. El CUERPO IMAGINARIO es aquel que se separa del cuerpo-organismo, y que se constituye como efecto de una imagen sobre el organismo. Hablamos en términos de efectos formativos de la imagen sobre el cuerpo. Ponemos la causa del lado de la imagen: es la imagen la causa de un efecto que se produce a nivel del organismo; algo conforma al cuerpo humano que no es del orden del organismo, que es del orden del narcisismo. Se erogeneiza la superficie de la piel, sobre la que se adosa lo imaginario. No hay otra especie que se reconozca en su imagen. No hay ninguna otra especie que conforme su cuerpo a partir de una imagen. Lo que puedo catectizar libidinalmente también corresponde al registro de lo imaginario, en tanto se catectiza aquello que refleja la forma de mi cuerpo y que reconozco como propio. Implica una operatoria de identificación a una imagen y de reconocimiento de y en esa imagen. Algunos términos y nociones claves para pensar este registro: la imagen del cuerpo, la identificación imaginaria, el estadio del espejo, el sentir como uno lo que es vivido como parcial, el reconocimiento en y de la imagen, libidinización-narcisismo-Yo, efectos formadores y sintomáticos de las imagos sobre el cuerpo, las fallas en este registro (fenómenos de despersonalización y desrealización), el efecto de los “ideales” (biopolítica) sobre la imagen corporal. El imaginario determina para nosotros “el umbral de nuestro mundo visible”: los seres humanos catectizamos objetos sí y solo sí reflejan la forma de nuestro propio Yo, sino no nos interesa. Lo que no podemos libidinizar es lo que no refleja nada de nuestra forma (la fobia, la discriminación y el efecto de lo siniestro/terrorífico son ejemplos paradigmáticos). El imaginario es la realidad de cada uno y ese imaginario puede variar (uno puede verse un día muy bien y un día muy mal en el espejo, esa es una oscilación propia de la identificación imaginaria). En nuestra civilización prolifera mucho lo imaginario, la imagen que uno más frecuentemente encuentra hoy son las imágenes de los cuerpos, y lo que cada uno hace con ese cuerpo (refiriendo al “tener que hacer” propio de la tiranía/dictadura respecto de la imagen ideal que se debe tener). Desde el punto de vista de la clínica, debemos poner en suspenso esa imagen ideal para todos y tener mucho respeto por el cuerpo, por la imagen del cuerpo que cada uno sostiene, las normas no corren en ningún sentido. Para pensar el CUERPO SIMBÓLICO, retomamos a Lacan cuando dice que “el Otro es el cuerpo”, y ahí empezamos a entender que todo ese sistema simbólico se inscribe en el cuerpo. Lo simbólico es un sistema autónomo, independiente de los órganos. Esto no quiere decir que sin el cerebro pueda hablar, sino que no basta sólo con el cerebro. Algunos términos y nociones claves para pensar este registro: la incidencia de lo simbólico en la formación del síntoma (remitiendo a la noción de síntoma como formación del inconsciente, y del inconsciente estructurado como un lenguaje), la operatoria de los mecanismos (metonimia, metáfora, etc.), lo parasitario de lalengua. El CUERPO REAL, por su parte, es otro que el cuerpo que llamaríamos “material”. En psicoanálisis tenemos un real propio que no es el real material. El cuerpo real en psicoanálisis es el cuerpo que está hecho para gozar. El organismo por sí solo no goza; goza porque hay otro real en el cuerpo irreductible al cuerpo material que nombramos con la palabra goce (luego se verán sus tres variantes, el fálico, el de la pulsión parcial, y el “otro” goce). Es el cuerpo de goce, pero también es el cuerpo de la angustia, de los afectos que se sienten en el cuerpo… La biopolítica nos propone un cuerpo. El saber científico establece que un cuerpo debe tener un determinado peso, que tiene que estar dentro de ciertos parámetros. Pero el goce es más fuerte que el ideal del cuerpo que propone la biopolítica (por ejemplo, fumar). Por ejemplo, el paradigma del goce fálico siempre fue el órgano sexual masculino, que no funciona solamente porque es un órgano con una cierta fisiología, ni tampoco obedece a la voluntad del sujeto, sino que obedece a una ley de deseo y de goce. El organismo se muestra inútil si no funciona algo a otro nivel. Con cada una de las funciones “vitales” se podría demostrar lo mismo: no nos alimentamos por necesidad solamente, no dormimos por necesidad solamente. El sujeto se va construyendo un cuerpo que le permite poder comer, dormir, hablar, tener una vida sexual. Lo imaginario y lo simbólico son registros propios, autónomos del organismo, y constituyen un aspecto fundamental del cuerpo. Lo real constituye el cuerpo en sí mismo, independiente del organismo y a veces contra el organismo, en tanto cuerpo de goce. Para pensar esta “independencia” de los registros nos podemos servir de la clínica actual: la clínica nos muestra que hay algo de los registros que puede fallar, se puede descomponer. Nos podemos servir del ejemplo de Joyce. En su libro “Retrato del artista adolescente” cuenta una escena donde unos compañeros de la escuela le dan una paliza y él no siente nada, ni dolor, ni ninguna fractura; la metáfora que usa para describir esto es que “se desprende de su cuerpo, como la cáscara de una naranja”. Ese fenómeno en nuestra terminología sería el “fracaso de la identificación imaginaria”, queda de un lado el organismo y del otro lado el imaginario, sería un imaginario que se suelta, que se desprende, y es uno de los fenómenos por los cuales Lacan lo diagnostica como psicótico, pero no como un psicótico en el sentido clásico. Actualmente vamos a tener numerosísimas descripciones para plantear todo lo que a cada sujeto le ocurre en la relación con su propia imagen corporal. Por ejemplo, las descripciones en relación a los trastornos que sufre la imagen corporal en la anorexia (donde siendo extremadamente delgada se ve excesivamente gorda). No sólo tenemos estos tres registros del cuerpo, sino que tenemos que tener también algún tipo de ANUDAMIENTO entre ellos. Es esto lo que nos va a permitir “tener un cuerpo”. El SUJETO se define por aquello que hace objeción a todo planteo en nombre de categorías universales. Entendemos la CLÍNICA como “lo real imposible de soportar”. Un fenómeno se vuelve clínico cuando se torna imposible de soportar para un sujeto. Pensamos a aquel real como aquello que no es tramitable del todo por los recursos simbólicos e imaginarios que tiene ese sujeto. Esto implica partir del hecho de que, en tanto singular, él participa de la definición de su propio padecimiento-síntoma (y no de una noción de Salud Mental universal establecida a priori por el clínico). Se puede pensar a la clínica como espacio de emergencia del sujeto. La clínica implica aislar el síntoma y hacerlo hablar para ver qué lo determina, de dónde y por qué aparece, a qué obedece. La clínica no es algo individual que se opone a lo social, es algo que considera las determinaciones. El campo clínico se inaugura cuando dejamos caer nuestra propia idea de “norma” para dar lugar a cómo define cada sujeto su sufrimiento. La clínica psicoanalítica tiene una DIMENSIÓN SIN GARANTÍAS, que implica que cada uno cada vez va a tener que reinventarse. La clínica orientada por el psicoanálisis implica que no es algo dado, no es algo establecido, ni algo asegurado. Se reinventa la clínica cada vez que un padeciente nos viene a ver, porque no está garantizado que uno pueda hacer de esa persona que se nos presenta, un sujeto, no está garantizado que podamos aislar un síntoma, que podamos producir la enfermedad que después vamos a tratar (la “enfermedad artificial” llamada transferencia). El ACTO CLÍNICO implica responsabilidad, va más allá de todo lo que pueda establecerse como protocolo, como universal; el acto es fundante, funda la dimensión singular, es un ejercicio de cada uno. El SÍNTOMA no es algo que para el entrevistador/analista/psicólogo es un problema. La primera singularidad que se debe hacer emerger es la singularidad del sufrimiento propio de ese sujeto, donde algo se le vuelve insoportable. El síntoma se define como lo insoportable, “lo que no funciona” para un sujeto, lo que hace contra u obstáculo. El síntoma es cuestión de relaciones sociales, es una cuestión social, somos afectados y afectamos a los demás. No hay síntoma sin (funcionamiento) ideal; la definición del síntoma como obstáculo para el sujeto se va a plantear de acuerdo a los ideales que sostenga o que lo sostengan a ese sujeto. El síntoma tiene una dimensión adaptativa/social (en este nivel debemos dejar nuestros ideales de lado para que aparezca la dimensión de obstáculo en los ideales de ese sujeto) y una dimensión de sufrimiento (en este nivel tenemos que resignar nuestros prejuicios, no tienen que ser operativos, el que tiene que definir su padecimiento es el sujeto). La clínica psicoanalítica implica revelar todo esto: qué divide al sujeto, qué es lo que no soporta, cómo son sus recursos con los otros y el Otro social, qué ideales maneja, y qué posiciones sociales sostiene y deja de sostener. La clínica, en tanto posición, implica poner en evidencia eso para ver si el sujeto puede hacer él mismo alguna otra cosa con esto. La ÉTICA EN LA CLÍNICA implica no hacer entrar a un sujeto en un protocolo/universal. Hay que relativizar los saberes y las experiencias previas, mantener la tensión entre universal y singular. En psicoanálisis, un CASO CLÍNICO es tal cuando da testimonio de la incidencia lógica de un decir en el dispositivo de la cura y de su orientación hacia el tratamiento de un problema (problema real, libidinal, de goce). Casus: algo que cae de sorpresa, de manera desafortunada, contingencia en general. El relato del caso tendrá como función hacer salir a la luz la envoltura formal del síntoma como un tipo de matriz lógica del desarrollo propio del caso. Por ejemplo, tomar los casos freudianos como paradigmas nos permite ver la estructura lógica, topológica y el lugar del síntoma en una clase, pero también los elementos de sustancialidad tomados de la vida de un sujeto que se repiten y permutan, que declinan la repetición de lo mismo
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