En el seminario sobre “El deseo y su interpretación”, Lacan llega hasta
identificar el deseo con su interpretación misma, hasta el punto de decir que el deseo no es más que su interpretación. El deseo se presenta como una función eminentemente simpática pues se funda en el axioma de Lacan: “el deseo es el deseo del Otro”. Lacan había formulado este axioma en relación a la histeria, antes de hacer de él el axioma fundamental del deseo. Este axioma hace del deseo una función dialéctica, el Otro está implicado desde el vamos en su constitución. Este aspecto retuvo siempre a quienes sostenían la idea de una intersubjetividad, de un humanismo intersubjetivo. El goce, por el contrario, no es una función dialéctica, al menos desde el vamos, es esto lo que determina que su manejo, práctico y teórico, sea tan complejo. El goce no comienza con una definición del estilo "el goce es el goce del Otro", no llega a ser tan simpático. En lo que se refiere al deseo, lo que retuvo la atención fue la relación entre el deseo y la demanda. La demanda es también siempre una demanda al Otro, una demanda del Otro, así hacen su camino el deseo y la demanda, el deseo como metonimia de la demanda. Tal como fue escuchado este punto de la enseñanza de Lacan se concluyó, en forma inmediata, que esta oposición entre el registro del deseo y el registro de la demanda implicaba que la demanda era consciente y que el deseo era inconsciente. A partir de lo que Lacan planteaba como un consejo al psicoanalista, el proscribir de la cura la respuesta a la demanda, se concluyó que la demanda se expresa como demanda, y que el colmo del refinamiento analítico era rehusar satisfacerla; por ejemplo, si alguien quería cambiar su sesión la respuesta era un no, si planteaba que quería reducir el número de las sesiones la respuesta era también no. Pueden observar a qué guignol quedó reducida una teoría psicoanalítica tan compleja. Esta es una aberración; es evidente que, en su faz más profunda, la demanda es inconsciente. La demanda en el registro del psicoanálisis puede ser, por ejemplo, la demanda de una mujer de tener pene. No es necesario el consejo de Lacan para que el analista se sienta inerme en cuanto a la posibilidad de injertar en el cuerpo del otro ese órgano. Hoy en día hay cirujanos que responden a esta demanda en casos de transexualismo. Resulta evidente que no hay que leer a Lacan para darse cuenta de que el resorte de la demanda reside en que es una demanda inconsciente. ¿Cómo comprender si no que ella se continúe con la pulsión? Sin la demanda es imposible captar nada acerca de la pulsión en el sentido de Freud y en el sentido de Lacan. La ventaja de la demanda y el deseo es que de entrada implican al Otro, hasta el punto de que Lacan hace del deseo, en su gráfico de Subversión del sujeto, una pregunta, que toma prestada de la pequeña novela de Cazotte, El diablo enamorado, que espero habrán leído, el Che Vuoi? que el diablo le plantea al héroe, Se consideró que la cura analítica tenía como objeto introducir al sujeto en la pregunta sobre su deseo; que el analista tenía que proporcionar una respuesta, que evidentemente no era directa, a través de la interpretación y que el psicoanálisis está ahí para asegurar que la interpretación tiene efectivamente una incidencia sobre el deseo. El goce no es de entrada del Otro. Para llegar a formular que el goce es el goce del Otro es necesaria una enorme construcción, no es en lo más mínimo un punto de partida como lo es en el caso del deseo. El punto de partida, tratándose del goce, es el cuerpo. Lo que toma el lugar del deseo es el deseo del Otro en lo tocante al goce es que el goce sólo se aprehende a través de lo que es cuerpo, que sólo un cuerpo puede o no gozar. Las relaciones del goce con el significante son muy diferentes a las relaciones del deseo con el significante. El deseo está ligado a la cadena significante y por ende a sus permutaciones, por eso es muy móvil, es dúctil, plástico al significante. Por el contrario, las relaciones del goce con el significan te son relaciones de exclusión. Lacan se preguntó muchas veces, cual si soñase obtener una respuesta: ¿Cuál es el goce de una ostra o el de un árbol? Concluía, con sensatez, que no sabemos de qué goza eso, la ostra o el árbol, no lo sabemos porque no hay ahí distancia entre el goce y el cuerpo, esa distancia que introduce el significante. Esto conduce a esa posición del significante como lo que separa el goce del cuerpo. En cierto modo, sólo se puede tener una idea de lo que es el goce cuando se lo perdió, cuando se lo busca, cuando se habla de él. Pero, allí donde el goce está en el cuerpo, allí donde estamos -hablando en sentido estricto- ante la carne, no sabemos qué hay. Podríamos decir que hay, en la teoría psicoanalítica, un nombre específico para la barrera que hace e1significanteal goce del cuerpo, el nombre de esa barrera es precisamente el deseo. El deseo es una barrera al goce fundada en el lenguaje. Lacan modificó la inflexión de su primer abordaje del deseo marcando que, en efecto, el deseo es una defensa contra el goce. El goce en sí mismo, en función de lo que de él alcanzamos a conocer, es una perturbación del cuerpo, constituye en sí mismo una relación perturbada del animal que habla con su propio cuerpo, no hay, al respecto, armonía del goce. Apuntar directamente, a través de la terapia, al buen entendimiento del goce con el cuerpo, es un fracaso. Se intenta la restitución imposible de un acuerdo con el goce. Esto tuvo sus virtudes en la Antigüedad, o en culturas que no son la nuestra, donde se llamaban sabidurías. Podemos seguir soñando con ese saber sobre el goce que define una sabiduría pero constatamos que no anda entre nosotros, en la época del discurso de la ciencia. Podemos abordar al sujeto pura y simplemente a nivel de la lógica del significante. El efecto de sujeto está también en el efecto de separación del cuerpo del goce, podemos decir incluso que eso es lo que Freud introduce como la castración. Esto es difícil de escribir. ¿Cómo hacer conciliable por ejemplo, la escritura de la castración imaginaria que hace Lacan, como - , y luego su escritura del falo simbólico: , imposible de negativizar significante del goce? ¿Cuál es, precisamente, la relación entre la significación del falo, tal como ella emerge de la metáfora paterna -cuando el Nombre-del-Padre tapona el deseo de la madre y emerge en el lugar del significado el falo- y el falo como significante del goce? Evidentemente, hay un aspecto por el cual el falo es el significado universal, es incluso lo que permite el surgimiento de esa ilusión -que no es freudiana sino schopenhaueriana- que es el pansexualismo. Todo lo que decimos, escuchado de cierto modo, puede tener una connotación fálica. Basta con que existan sobreentendidos para que se produzca este efecto, el sobreentendido es en sí mismo erótico. Sin embargo, el falo y el goce son otra cosa. Hay que comenzar separando los términos de la expresión "significan te del goce". Hay que percatarse de que se trata de una captura del goce por parte del significante, que el falo es una captura y una limitación del goce por el significante y la castración del goce puro es, en sentido estricto, precisamente eso. El goce en tanto fálico ya es una reglamentación del goce. También hay que percatarse de que el goce fálico no implica la relación con el Otro, es lo que se llama masturbación. El goce fálico puede bastarse por sí solo, por esa causa más bien se lo prohíbe, no es social este goce directo e inmediato. Se nos obliga a tener relación con el Otro, lo cual indica de entrada que el goce no es el goce del Otro, que puede, en primer término, ser el goce del Uno mismo. En realidad, por allí debemos comenzar, el goce es el goce del Uno, ésta es por otra parte la forma más elevada de la sabiduría: bastarse a sí mismo. Hayal respecto una imagen clásica del sabio, Diógenes, quien encontró cómo burlarse de todo el mundo. Me preguntaba cómo se las arreglaba Diógenes con su superyó. Podemos estar seguros de que se las arreglaba muy bien con su superyó, pues no renunciaba a ninguna satisfacción pulsional, ni siquiera a las más bajas, podemos estar seguros de que contaba con la plena aprobación de su superyó. No queda rastro alguno en la historia de que se haya arrojado al Etna como lo hizo otro. Evidentemente, éste es un goce de corto alcance. Es esencial, para esta cuestión, diferenciar placer y goce. El goce no proporciona placer, el goce es antinómico con el bienestar, puede incluso confinar con el dolor. Esto es lo que le permite a Lacan formular que el principio del placer equivale al temor a gozar, el principio del placer consiste más bien en dormir, relacionándose el goce más bien con el despertar. El goce es una apertura sobre la beatitud sin medida, -de la que Schreber nos da el ejemplo vivido- que es insostenible. Hay que leer Schreber para darse cuenta de lo que es el goce como intolerable. Otra imagen de la beatitud sin medida es la de alguien en coma profundo, tenemos ahí la imagen de un cuerpo que se transformó en el de una ostra, la muerte no está lejos, sino muy próxima en este caso. Quisiera detenerme más en esta antinomia entre goce y significante. Se prestó mucho mayor atención al Lacan que ponía el énfasis en la presencia del significante en el inconsciente, que demostraba luego una lingüística y una lógica de ese significan te, que presentaba la memoria inconsciente como cibernética, al Lacan que podía utilizar las paradojas lógicas para demostrar el efecto del sujeto, al Lacan que, a fin de cuentas, poblaba la Otra Escena de significantes, al Lacan que destacaba que esa Otra escena podía ser sostenida también por el psicoanalista, que el psicoanalista debía inscribirse en ese lugar Otro para poder operar mediante la interpretación en el campo de la palabra. Se retuvo, finalmente, al Lacan del campo del lenguaje y de la función de la palabra y se olvidó el Lacan posterior, que se ocupa del goce en tanto que está fuera de todo esto, el Lacan que desprendió de. Freud das Ding, la Cosa, con la que hizo la Cosa freudiana, a la que abordó especialmente en la ética del psicoanálisis. La Cosa, tal como la introdujo primeramente, es intolerable, su estructura no es conforme con la estructura significante. En un momento de su seminario dice que el Otro, en lo que respecta al goce, no es más que una explanada barrida, que el goce, por ahora sigamos hablando de él en singular, el goce en nosotros que hablamos, sólo adquiere su peso por estar evacuado de ese campo del Otro, de la instancia de la letra, de la palabra, por estar evacuado de lo simbólico. También está evacuado del saber, esto, nosotros, en la época de la ciencia, no podemos desconocerlo. Conocen la frase de Rabelais "ciencia sin consciencia no es más que la ruina del alma". Finalmente, que hizo esta ciencia en relación a los saberes que la precedieron, había saber antes de que existiese la ciencia, saber y ciencia no son sinónimos. La iniciación es también una forma de saber, pueden tener ustedes una erudición que no sea una ciencia, los armarios están llenos de saber, como lo recuerda Lacan. Los eruditos se especializan en esto, cuando ya a nadie le interesa un saber, cuando éste ya no tiene consecuencias, se pueden abrir los armarios y empezar a ordenar lo que hay allí adentro. Respeto a los eruditos, pero es evidente que en el psicoanálisis nos interesa otro tipo de saber, un saber que tiene consecuencias. En el discurso de la ciencia encontramos un saber barrido de las exigencias del goce. El psicoanálisis no se reduce a palabra y lenguaje, eso es lo que dice Lacan. Dije, una vez, que la enseñanza de Lacan era el desarrollo de una hipótesis, la de que el inconsciente está estructurado como un lenguaje. La enseñanza de Lacan desarrolla esta hipótesis pero de una manera que no hay que figurarse que es armónica, por el contrario, esta enseñanza está hecha de rectificaciones constantes del desarrollo de esta hipótesis. La restitución del concepto de goce le permite superar las consecuencias primeras que se deducían del "inconsciente está estructurado como un lenguaje", es algo así como una segunda corriente que acompaña a la primera. Lo que les acabo de decir es una simplificación, porque el goce también supone en el ser hablante el "significante". Si dijimos antes que el goce en cuanto tal está evacuado de lo simbólico, sabemos también qué quiere decir esto en la teoría de Lacan: lo rechazado en lo simbólico reaparece en lo real. Esta fórmula Lacan la tomó del texto de Freud sobre Schreber. El goce, forcluido también de lo simbólico, reaparece en lo real. La elaboración de lo real del goce también forma parte de la enseñanza de Lacan. No podemos deducir todo esto de la "fi" mayúscula como significante del goce, la "fi" mayúscula es significan te del goce cuando el goce tiene un significante. El falo tempera el goce, o sea le da una medida y también su semblante, porque el goce en cuanto tal no tiene medida. A la vez, Lacan admite el goce como el único real de la práctica psicoanalítica, lo cual le exigió restablecer lo que falta en la instancia de la letra, la relación entre el síntoma y el goce. Si hay algo que hace necesaria la introducción del concepto de goce en psicoanálisis ese algo es justamente el síntoma. El goce da cuenta de la existencia del síntoma, de la satisfacción que el sujeto encuentra en sus síntomas, de lo que Freud abordó como masoquismo primordial. En Instancia de la letra enfatiza de manera unívoca la estructura significante del síntoma, prometiendo, de algún modo, que la interpretación significante podía deshacer la articulación del síntoma. La consistencia misma del síntoma exige que se le agregue aquello que, en esa metáfora, satisface al sujeto. Al mismo tiempo, si el goce está excluido de lo simbólico, está también por doquier, a él se apunta siempre en la articulación significante, está a la vez excluido originariamente y omnipresente. El superyó está exactamente en la conjunción de lo simbólico y lo real en esta materia. Porque el superyó, tal como lo aísla el psicoanálisis, es precisamente una ley que se articula apuntando al goce, inclusive haciendo de él un imperativo: Goza. Por este rodeo la función del superyó como organizador de los síntomas, pudo ser delimitada por Alexander -ya en 1925- tal como lo evoca Lacan en su Seminario I sobre los Escritos Técnicos. Evidentemente, si se enfoca la cura desde esta perspectiva, no se puede reducir la práctica de la interpretación psicoanalítica al juego de palabras. El goce no se desliza siempre hacia otro lado como el deseo, vuelve siempre al mismo lugar, a eso debe su estatuto· de real. La función de la histérica no es tan sólo recordar el deseo, como decía Lacan al principio, pues luego dijo otra cosa: que la función eminente de la histeria para el psicoanálisis es la de no conformarse solamente con desear. Si su deseo está insatisfecho es porque el deseo no la satisface, hace del goce un absoluto. Por esta vía ella sabe que el falo no es más que un semblante. Por no reducir el goce al semblante fálico desacomoda enormemente la medida del orden del mundo, porque la medida del orden del mundo no es sino el falo. Lo que Freud obtuvo aparentemente con la histérica es que, al final de un análisis, ella se ponga a reclamar obstinadamente ese semblante. Esta función del goce es necesaria para ordenar las determinaciones del deseo, permite realizar una lectura retroactiva de Lacan a partir de su enseñanza misma. Esta enseñanza avanzó y muchas cosas se aclaran tomando momentos más tardíos de su enseñanza para aplicarlos a momentos anteriores de la misma. La histérica es también una forma de comprender por qué el superyó femenino le creó tantos problemas al psicoanálisis. Habría que escribirlo así: el superyó, femenino. Si no se encuentra el superyó femenino es, precisamente, porque está ahí ante los ojos, es del estilo de la carta robada, porque salta a la vista no nos percatamos de su presencia. Pueden ustedes preguntarme entonces: ¿qué hace usted con la primacía del falo, afirmada por Freud y luego reafirmada por Lacan? ¿Qué quiere decir la primacía del falo? Según el matema de Lacan quiere decir que no existe el significante de la mujer, en otras palabras, La mujer no existe. Creo que no es necesario que precise que esto no representa una ventaja para el hombre, más bien es para él un estorbo, pues ese significan te primario es tomado de su propia semblancia. Por el contrario, las mujeres son más ligeras. Hay que tomar muy en serio esta formulación de que La mujer no existe, permite explicar muchas cosas como, por ejemplo, porqué Lacan decía que todo el mundo es delirante. Decir que La mujer no existe, en sentido estricto, quiere decir que para la especie humana la forclusión del significante de la mujer hace su delirio, ésta es la locura genérica del ser humano, estamos todos atrapados en ella. Esto es lo que ocurre cuando se produce la forclusión del Nombre del Padre que anula la significación fálica, La mujer aparece más aún en lo real. Lean nuevamente a Schreber y verán qué duro es vivir en el goce, cómo las olas de goce llegan a inflarlo y desinflarlo, cómo llegan a transformarlo en su textura misma feminizándolo. Deben colocar junto al Edipo a Tótem y Tabú. Todo el esfuerzo de Lacan, a partir del comienzo de los años 70 fue, precisamente, rectificar el concepto de padre elaborado a partir del Edipo a través del padre construido a partir de Tótem y Tabú. El padre del lado del Edipo tiene ante todo una función de saber: sabe o no sabe y, dado el caso, es un padre que prohíbe. El padre de Tótem y Tabú es el padre que goza, esto merece que corrijamos lo que tiene de unilateral el complejo de Edipo. Freud no logró que nos percatáramos de ello, tampoco lo logró con la segunda tópica, porque lejos de recordamos el goce, se la viró hacia la psicología del yo, que va exactamente en contra del esfuerzo de Freud. Freud sitúa el superyó en el declinar del Complejo de Edipo, porque el superyó es un l1amado al goce puro, si quieren, un llamado a la no castración. Podría, además, situarlo en el grafo de Lacan, cuando Lacan escribe en su grafo, en la línea inferior significante y voz y en la superior goce y castración, podemos situar el lugar del superyó en este vector que atraviesa el lugar del Otro, y que hace la gruesa voz del superyó. Si tomamos en cuenta lo que dije acerca del superyó como imperativo del goce, vemos que hay que unir esta voz con el goce, los cuatro términos mencionados sirven para ordenar el superyó. (1). También podría dar cuenta de lo que se perturba en la psicosis a partir de estos cuatro términos. Por ejemplo, podría decir que lo que nos protege de escuchar en lo real la voz que ordena el goce es, precisamente, el significan te de la castración. Cuando, como en el caso de Schreber, se conjugan la voz y el goce, se encuentran separados el significante y la castración del Otro. La psicosis anula la castración, en todo caso revela, al igual que el goce femenino, al menos dos goces. Aquí hemos comenzado a usar el plural, el goce fálico y el goce que habría que denominar como el del más allá del falo, éste último es el efecto que Lacan denominó en la psicosis el "empuje a la mujer", la feminización que conlleva en sí misma la psicosis. En función de esto dice en su Televisión que todas las mujeres son locas, lo que corrige de inmediato diciendo que eso quiere decir que no son para nada locas. Hay una normalidad propia del delirio de la cual estamos protegidos por la metáfora fálica. Schreber hace a Dios paciente en tanto soporte de ese goce y, al mismo tiempo, debe pensar todo el tiempo de manera articulada si no Dios, ese Otro, huye y lo abandona. Lo específico de la psicosis de Schreber es esa conjunción entre el Otro del significan te y el Otro del goce. Por eso Lacan, de un modo que pasó totalmente desapercibido, pudo definir la paranoia como la identificación del goce en el lugar del Otro. Esto muestra como contrapartida hasta qué punto, en la teorización de Lacan, el goce y el lugar del Otro se excluyen; la psicosis paranoica consiste justamente en la conjunción del saber y el goce sin interposición de la castración. Evidentemente, el goce también figura en lo que Lacan aísla como los cuatro discursos, figura a veces como la verdad. Se supone que en el discurso universitario ésta está dominada, el discurso del amo puede hacer gala de su producción y en el discurso del analista el Goza (Jouis) del superyó se vuelve un Oigo (J' ouis), por eso el analista puede creerse el superyó. Toda una teoría clásica en análisis desea que el analista se coloque en el lugar del superyó, en el fondo, esa teoría se sitúa en la homofonía entre el Jouis, Goza y el J'ouis, Oigo. Por eso el psicoanalista es casi un superyó, en todo caso no puede desconocer que también actúa desde ese lugar. Había en Lacan, por otra parte, una práctica que sus analizantes sentían como un aliento, frente a sus elucubraciones sobre determinados puntos decía: "adelante, sí, eso es, haga eso". Esto es del orden de: "dále viejo, goza hasta el final de tu fantasma". Es obvio que resultaba muy. difícil con Lacan saber qué quería decir cuando decía Sí. Es fácil hacer juegos de palabra complicados, pero llegar a hacer un juego de palabras diciendo sencillamente Sí es verdaderamente difícil. El goce está pues presente en los cuatro discursos pero, precisamente, no está presente como el goce pleno y completo, como la beatitud sin medida de Schreber, está presente como objeto a, que es también uno de los nombres del goce, al que Lacan le dio el nombre de plus de gozar, pero que ya es un residuo de goce. El plus de gozar del objeto a no se parece en nada al funcionamiento del goce fálico, y es también diferente al goce del Otro. Pueden observar que nuestros goces se multiplican. Puede decirse que; en principio, en el análisis el objeto a está en el origen de la pulsión invocante, que es finalmente lo único que puede encontrar su satisfacción en el análisis, ya que los otros modos de satisfacción están descartados, punto en el cual el dispositivo analítico mismo encarna la ausencia de relación sexual. El resultado de la posición del analista como plus de gozar en el discurso analítico es que el analizante imagina que el analista goza de lo que él le cuenta, debe pagar precisamente para que ponga sus pies en la tierra en lo que respecta a esa ilusión, si no paga estará seguro de que el otro goza de él, lo cual es muy peligroso, puede terminar como Schreber. Se sabe que la entrada en análisis puede precipitar a un sujeto en la psicosis. Es una paradoja en el discurso analítico que el goce, que tal como lo evoqué, es lo más real que tenemos en la experiencia analítica, esté situado al mismo tiempo como un semblante, en el lugar que Lacan llama del semblante en relación al saber supuesto. Hacer semblante del goce es una paradoja. La ciencia, por el contrario, sólo se pudo desarrollar porque los científicos se convencieron de que el saber de Dios era algo muy distinto al goce de Dios. Cuando la gente se ocupaba del goce de Dios se hacían sacrificios para satisfacerlo. Hoy en día ya no hacemos ese tipo de sacrificios, hacemos ciencia, finalmente imaginamos que Dios nos pide saber. El resultado es que ya no se hacen sacrificios humanos pero, de un modo diferente, la humanidad entera se sacrifica a la ciencia. Habría que llegar a articular esta multiplicidad de goces, no tengo una doctrina acabada sobre esta articulación. Sé, en cambio, que hay que partir del concepto de repetición en el que precisamente se anudan el significante y el goce. La cadena significante ordena más allá del principio del placer, principio que es homeostásico, la cadena significante va más allá del límite que impone el placer. Pero, el goce precisamente es lo que está más allá del principio del placer, está más allá como infracción a dicho principio. ¿En qué medida el principio de placer en Freud puede reducirse al antiguo principio, tan bien subrayado por los epicúreos, de que, en definitiva, hay que hacer lo menos posible, esa lección de sabiduría que confina con el dormir? A pesar de todo, el principio de placer en Freud mismo está habitado por el goce y en Lacan encuentran ustedes formulaciones exactamente contrarias acerca del principio del placer, como él mismo lo dice, como una especie de barrera orgánica; finalmente en la vía del placer no podemos ir más allá de cierto punto. Esto es especialmente evidente en lo que el hombre es capaz de soportar del goce fálico, éste se desarrolla según una curva extremadamente limitada; al respecto, el principio del placer abrevia el deseo. Esta barrera orgánica está pues especialmente presente en el macho, en la hembra de la especie el goce aparece como una apertura sin medida y sabemos que eso la hace especialmente fascinante para la otra mitad. La hipótesis de Lacan es que la interdicción del incesto, la interdicción fundamental, a saber, la del incesto con la madre, no es más que la metáfora de esa barrera orgánica. El Edipo es finalmente una pequeña historieta que nos permite situar el goce mediante la prohibición del incesto, la prohibición de gozar de la madre. Existe además otra prohibición importante, la del goce fálico como goce del órgano. ¿Qué dice el superyó? dice goza. ¿Quiere esto decir goza de tu propio cuerpo o goza del cuerpo del otro como de tu propia metáfora? No se ha dicho todo aún sobre las formas del goce, no hay razón alguna para limitarse a hablar del goce sexual, hay muchos otros goces, incluyendo el de hablar o el de escuchar. ¿Por qué el goce se relaciona especialmente con la sexualidad? No es algo obvio. Sin embargo, el ser hablante tiene a través de la sexualidad un acceso al goce, acceso que es el orgasmo, que es considerado a veces como un fin en sí mismo. Lacan, al reflexionar sobre este punto, llegó a la conclusión de que no hay acto sexual, formulación que es previa a la del "no hay relación sexual". Que no hay acto sexual quiere decir, precisamente en relación al orgasmo, que el goce del orgasmo no hace al significante, que no permite fundar la relación significante para la cual, de todos modos, falta el significante correspondiente al significante primario y único. Es curioso que se hable del superyó en términos de introyección, de identificación; la supuesta introyección del superyó sólo encuentra su estructura a partir de la exclusión interna del goce en relación al campo de lo simbólico. Exclusión interna es un término muy preciso que se explica a partir de cierto número de estructuras significantes a las que me referí en el seminario que aquí desarrollo, en otro horario, sobre la lógica del significante. Esto hace que el superyó sea lo que está en mí más que yo mismo, fórmula con la que Lacan, en Los cuatro conceptos, introduce el objeto a, y lo es especialmente por su estatuto de voz, voz a la que se confundió con la consciencia moral: éste es de hecho, el estatuto del superyó como introyectado, efectivamente, en tanto que objeto, la voz. Evidentemente, ya que el lugar del Otro es el borramiento de das Ding, la prohibición del goce podría olvidarse sin la presencia del superyó, es decir, del síntoma. Esto ha sido a menudo denominado en psicoanálisis la deuda, la deuda a pagar. Para finalizar quisiera hacer un comentario acerca del masoquismo primordial. Masoquismo primordial es el nombre más freudiano del goce, es también lo que puede dar pie a suponer que el analista en la experiencia es masoquista. Esta hipótesis es posible porqué el analista hace semblante del objeto a. Subrayo que el objeto a es una función a-sexuada. El concepto de pulsión en Freud sólo tiene sentido en tanto concierne una sexualidad a-sexuada, la sexualidad de la zona erógena, el psicoanálisis es más un a-sexualismo que un pansexualismo. El goce no es la satisfacción de una necesidad sino la de una pulsión. Si queremos ordenar -para finalizar- los goces que he multiplicado, habría que decir que en lo simbólico el goce es abordado a partir del significante fálico -esto le permite a Lacan escribir las fórmulas de la sexuación a partir de la función fálica y de la inscripción del sujeto como variable de esa función-, mientras que en lo real el goce, lo que de él podemos conocer, se debe al objeto a. No es nada fácil establecer la relación entre el goce sexual y el goce pulsional, no tienen la misma estructura; tampoco la tienen el goce fálico, que es el goce del Uno, y el goce del Otro, que es el goce sin medida.
1.- J. Lacan. "Subversión del Sujeto", Escritos, I, Siglo XXI, p. 328.
(Sacado de: Miller, Jacques-Alain: “Recorrido de Lacan. Ocho conferencias”.