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CONGO E´: LEGADO VIVO EN LOS CARNAVALES (II)

Adlai Stevenson Samper


                                                                                 
La presencia africana en el actual territorio de Barranquilla proviene desde
los mismos tiempos del inicio del esclavismo. Para 1570 las autoridades
coloniales tenían pleno conocimiento sobre la presencia de cimarrones
entre Bocas de Cenizas y la Barranca de Malambo. Veinte años después
aparecen africanos en las haciendas Los Jagüeyes, en las cercanías de
Malambo, en El Carmen, entre Barranquilla y Galapa y la San Blas,
contigua a Baranoa. A ello se agregan los palenques de cimarrones en
diversas épocas que contaron con la coyuntura de una rivalidad hacia
1600 – “Cuando el tirano mandó”, según el verso de La Rebelión de Joe
Arroyo- entre las Gobernaciones de Cartagena y Santa Marta.

Estos palenques se encontraban en buena parte del sur del actual


departamento del Atlántico, encaramados en las serranías –sobre todo la
de Luruaco- y en las condiciones geográficas de ciénagas extensas en
donde se escondían con suma facilidad.  Sus nombres Tabacal, Duanga,
Arenal, Bongue y Matudere.  A estos componentes poblacionales
africanos se suman los Arrochelados, un espacio de libres de todos los
colores, transformados de forma paulatina en pueblos de negros.

“Yo no sé como aprendí a cantar los versos de El Torito, pero creo que lo
traía en la sangre desde que arrastraba troncos de madera por todo el
Magdalena”, dice Mingo Pérez.  Quizás recogía los cantos y la memoria del
agua que llevaban y traían los negros bogas en las embarcaciones que
remontaban el río desde el siglo XVII, cantando en la urdidumbre de la
selva recién abierta en las riberas donde armaban sus rituales de
tambores, canto, coros y baile. En 1825 el viajero Carl August Gosselman
escribió un libro en donde señala que quien en el Magdalena “debe llevar
aguardiente para los bogas, a fin de que no se arrepientan de haber
emprendido el largo viaje”.

El caso es que los africanos congos llegaron por varias vías a Barranquilla. 
Asentándose en los alrededores de los caños del Magdalena, buscando
espacios urbanos en los extramuros de los barrios Arriba y Abajo del río.
Mimetizándose en una especie de “camuflaje” simbólico con los mestizos
de un sitio de libres donde reprodujeron parte apreciable de su cultura
para pasar en cierta forma desapercibidos.  A los que se sumarían otras
migraciones, como la de los negros cesantes de las obras del Ferrocarril de
Panamá,  construido entre 1850 y 1855, para las obras del Ferrocarril de
Bolívar entre Barranquilla y Sabanilla comenzado en 1869 y terminado en
1888.  La presunción surge dado que parte de los constructores de esta
obra en sus diversas épocas –como es el caso de Ramón Santo Domingo
Vilá-, tenían estrechos vínculos con Panamá donde fungió como
Gobernador y comandante de las tropas allí apostadas.

La historiadora María Cristina Borrego Pla señala en uno de sus libros


sobre el tema lo siguiente: "Sin embargo, a pesar de esta legislación
restrictiva y de estar en un medio y cultura diferente al suyo, los negros
nunca olvidaron sus rasgos de sus primitivas culturas. Cada grupo étnico
forman sus “naciones” con sus reyes y gobierno y formaron reuniones, los
llamados “Cabildos” para festejar sus fiestas tradicionales entre los que se
destacaba el domingo de carnestolendas. Cubrían así, bajo una máscara
de catolicismo, sus antiguos ritos religiosos. Se trataba en cierta medida
de una política deliberada, por parte de los representantes del poder, para
evitar la formación entre los esclavos de una conciencia de grupo
explotado".
  
Otro núcleo de entradas de afros congos bantús en Barranquilla fue en el
siglo XIX durante la apoteosis de exportación de bananos a través de
Ciénaga en vastas haciendas controladas por la empresa norteamericana
United Fruit Company. En otras palabras, dentro del territorio del
Macondo rural proveyéndoles  Barranquilla, el Macondo urbano de
insumos a los comisariatos y de trabajadores afros a través de la casa
comercial Rafael del Castillo, socio del Ingenio Central Colombia, en el
Canal del Dique, cerca al Palenque de San Basilio, donde trabajaban
muchos de los nativos de esta población. El escritor Ismael Correa afirma
que desde antes, en esas mismas tierras, hubo esclavos africanos que
dejaron sus músicas y tradiciones. Una de ellas era la jorikamba: "De
acuerdo con el maestro Paz Barros la melodía vino a Ciénaga procedente
de la región de Paparé. En 1870, Eulalio Meléndez hizo formidables
adaptaciones que llevo al pentagrama musical como el caso de El Caimán,
La Maestranza.  Antonio Peñaloza interpreto a ritmo de jorikamba la muy
conocida danza de El Garabato. Dice Darío Torregrosa que la jorikamba
provenía o se tocaba en el barrio Cachimbero, a orillas del mar, donde
vivieron descendientes  de los esclavos negros que trabajaron en las
haciendas de Paparé y Carabuya". La canción El Torito, uno de los temas
musicales de siempre del Carnaval de Barranquilla, arreglado por Antonio
Peñaloza, apoya esta versión aduciendo movimientos (al salir de Tasajera)
de esta danza por la zona de Ciénaga, Magdalena.

Dagoberto Padilla, un afro descendiente de los palenqueros que llegaron a


Barranquilla a inicios del siglo XX cuenta el periplo: “Mis padres iban para
la Zona Bananera y parte del viaje era llegar hasta esta ciudad. Venían por
agua, pues no existían carreteras. Se demoraba varios días.  Cuando se les
terminaron los contratos allá, se devolvían pero ante las condiciones de
pobreza de Palenque, preferían quedarse viviendo aquí donde amigos, en
inquilinatos y pasajes”. De esta misma forma, para trabajar en complejos
agro industriales llegaron los negros Yumecas desde Jamaica y otras islas
caribeñas.  Muy pocos se quedaron en la ciudad.

Un descendiente de una de las familias de las danzas de Congo, Julio


Mario Sánchez indica su condición de artesano y en la intermitencia del
rebusque: “Soy Congo por herencia. Esto lo tenía mi papá Manuel y mi
hermano Atilano. Ambos fallecidos.  Venían desde 1962. Antes ellos
militaron en el Congo Grande, en el Toro Negro, que ya no existe. El Toro
Negro quedaba en Carrizal. Era de la familia Cabrera”.  Ese dato da fe de lo
extendida de esta cultura en esta ciudad y las sucesivas mutaciones a que
se han sometido estas agrupaciones.  Uno de estos cambios sería la
perdida de los primigenios toques de tambor, los cuales al ir muriendo los
primitivos portadores de los rituales guerreros, otros los irían adaptando y
sobre ellos creando su propio toque de época.

Para el profesor e investigador Cristian Pacheco, el proceso es diáfano: “la


danza del Congo es la más antigua del Carnaval de Barranquilla  y de
hecho es considerada  uno de los iconos representativos de esta
festividad. Pese a que su aparición en el Caribe colombiano data de las
celebraciones de la Virgen de la purificación de la Candelaria en la
Provincia de Cartagena de Indias en la Colonia y se dice que se desarrolló
en la fiesta de libertos propiciada por los españoles denominadas
Cabildos. Esta danza es una remembranza de las antiguas cortes congolesa
de los negros nobles arrancados de la madre África, y traídos como
esclavos a tierras americanas”.

No hay la menor duda de la africanidad de la danza de El Congo y sus


diversas agrupaciones en el Carnaval de Barranquilla. Pero; es acaso la
única manifestación Congo bantú, o existen muchos más componentes
congos de menor evidencia africana? Habría que señalar que gran parte
de ese proceso se encuentra radicado en el Caribe y en Brasil. Congos en
Panamá, en Republica Dominicana, en Haití y en Cuba, todos con
evidentes similitudes –guardadas proporciones de cambios en su
desarrollo histórico- en el vestuario, la ritualidad, el uso de tótems y en su
música, perfectamente adaptadas a las circunstancias de cada lugar.  Ese
camuflaje simbólico se convirtió en propias e individuales en cada espacio
en que se movía subterránea la cultura Congo. Como dice el “congo” Joe
Arroyo –ganador de todos los súper Congos,  máxima distinción que
otorga el carnaval-, aclimatado con su vida y música en estos espacios
pegados al río y el mar: “En Barranquilla me quedó”.

EN TIERRA DE RÍO Y MAR


En diversas formas y oleadas llegan a Barranquilla todos estos sonidos y
danzas africanas. Que en la medida del paso del tiempo van lentamente
mutando o desapareciendo, así que encontrar hoy en día un especial
componente sobreviviente “puro” de todo ese andamiaje cultural es
imposible. Alfonso Fontalvo, líder de la danza de Congos El Torito Ribeño
reconoce que en el proceso de transmisión vía oral de todo el legado se
han producido sutiles cambios, pequeños, a los que se van agregando
otros hasta trastornar de modo fundamental las concepciones originales.
“Antes los homosexuales del barrio gastaban dinero en el vestuario que
utilizaban, pero ahora esa presencia se ha ido perdiendo con la llegada de
mujeres a la danza”.  Este particular acento de homosexuales tiene un
claro trasfondo africano pues en los congos de Panamá también aparecen
e incluso los hombres y las mujeres cambian de roles sustanciales en la
vida del hogar.

Igual con los toques distintivos de los tamboreros. En la danza de El Torito,


según su cantante Mingo Perez, los encargados que él conoció en los años
50 y 60 eran afros cuyo oficio era la albañilería. En la danza del Congo
Grande el tamborero era Ayala y tenía el mismo oficio. Por la ausencia o
muerte de estos tamboreros, la función recayó en personajes
improvisados vinculados a la danza que repitieron de oídos lo que
recordaban. Una notable pérdida en cuanto a sonido que a su vez se
reflejan en varios hechos relacionados con la denominación de los
nombres de las músicas.

Toque Congo es uno de los aires de los llamados fandangos de lenguas


cuya fuerza en la música del Caribe colombiano es esencial a la hora de
explicar sus orígenes. Pero a la música que acompañaba danzas del
Carnaval de Barranquilla la llaman garabato –eso es lo que dice Antonio
Peñaloza para definir canciones como Te Olvidé y otras- descartando el
ambiguo de chande, otro de los bailes cantaos provenientes de la zona de
la depresión momposina con fuerte arraigo en el carnaval. 

Pero en lo congos se denomina uno de sus toques de salida El Tamarindo.


O tamarindazo, muy parecido en su denominación y en algunos de sus
elementos rítmicos al llamado de La Rama de Tamarindo, el esencial
cantico ritual del son de negros de Santa Lucía y de zonas aledañas. O
baile de negros como dicen los integrantes del grupo de danzas
Fusión  Ribereña de Bahía Honda, Magdalena que ante la pregunta que se
le hace a una de sus viejos cantadores sobre que ritmo interpretan le
llaman Pajarito, una especie de toque ritual en algunas zonas vinculadas al
amanecer. Luz Estela Guete, hija del director de la danza Congo
Campesino de Galapa indica sobre el nombre de sus cantos: “Canto
pajarito. Mi papá, desde que yo estaba chiquita le ha gustado que yo
cante. Yo aprendi mucho oyendo y viendo al difunto Nicanor y con la
dinastía de los Ramírez sobre todo. Yo también compongo pajaritos. Vea
estos versos:

Vea este verso:


Solito se lame el perro,
Y solito la perrita
Como quedara solito
Cuando solito se muera, como quedara solito
Cuando solito se muera
 
José Vicente Llano, director del grupo es más tajante: “Tocamos puro
pajarito”. También explica que parte de sus tradiciones han sufrido
transformaciones, como es el caso del vestuario: “El carnaval empezó en
Galapa. Los Congos de acá somos más viejos o tantos como los de
Barranquilla. El barrio Arriba es donde salen estos grupos. Los congos
pasaron por aquí y alguien los vio y los copio. Pero ese disfraz de ellos era
distinto al actual.  Era pantalón negro, con plumas. Parecían gallinazos.
Eran negros y les decían los africanos. Ese fue el primer congo por
acá.  Antes había todo tipo de animales. Golondrinas, toro, perro, burro,
vaca, ahora no quieren disfrazarse de eso”.

Esas transformaciones se encuentran en la danza de Congos del Garabato.


Con una carga cultural africana que incluye la presencia de los ancestros
fallecido con la muerte circundante, el llamado Montú Bantú y el
garabato, ese palo para abrir caminos en los montes. Esa misma presencia
de la muerte se encuentra en el hecho de la cara pintada de blanco, ritual
africano para alejar la muerte, que comparten con las danzas de Congo. En
Cuba, donde hay una fuerte presencia cultural Congo, se encuentran
referencias al garabato en una especie de montaje teatral realizado en
1960 por Argeliers León, musicólogo cubano, reivindicando toda esta
cultura africana en la isla, presentando un baile en que sale la muerte y un
hombre con un palo en la mano denominándola Halan Garabato.

La influencia Congo en los carnavales de Barranquilla es densa. Baste decir


que el nombre del principal trofeo se llama Congo de Oro y que la ciudad
es la cuna de donde surge el concepto de música africana hecha a la criolla
a la cual se le han dado diversos nombres: Terapia, Champeta y uno aire
muy popular en las verbenas durante los años 70 y 80 en verbenas y picos
fue la llamada Rumba Congolesa.

Una de las posible puertas de llegada y difusión de esta cultura las ofrece
Julio Mario Sanchez, director del Congo Reformado: “Soy artesano,
comerciante. Estoy en el rebusque intermitente. Esto es herencia familiar.
Esto lo tenía mi papa Manuel y mi hermano Atilano. Ambos
fallecidos.  Venían desde 1962. Antes ellos militaron en el Congo Grande,
en el Toro Negro, que ya no existe. El Toro Negro quedaba en Carrizal. Era
de la familia Cabrera. Yo me encargo del Congo Reformado desde 1987. Lo
de Toro es por las reformas. En la primera época fueron los travestis y
después los maricas.  Mi papá metió solo mujeres. Antes iban mujeres,
pero no eran participantes, se encargaban de dar la comida, de coser, eran
acompañantes, no participantes. Antes en las danzas de Congos se
pegaban los disfraces colectivos. Se pegaban monocucos, marimondas. Y
la fauna en general. El origen es africano. Esta danza llego desde
Cartagena, en los asentamientos africanos. Luego se riega por los pueblos
a las orillas del rio. Se fortalece en el barrio Arriba y Abajo. Antes solo
existía el Congo Grande y El Torito. El Congo Grande el director es Adolfo
Maury. El abuelo de Maury fue Ventura Cabrera”.

Sin ninguna duda la esencia de las danza de Congo era el animismo, a


través de los animales representados en disfraces y en la fauna, criterio
que desapareció al “colarse” un gusto por los turbantes y las capas,
remanentes de viejos uniformes militares de los siglos XVII y XVIII en
España, lo cual  sumado al carácter guerrero de la danza de la herencia
africana producía los famoso enfrentamientos con contusos y heridos en
las viejas plazas de Barranquilla como la 7 de abril –actual Parque
Almendra- y San Mateo, donde se encontraba el cementerio judío, hoy en
día la terminal de buses de Sabanalarga.

Luz Elena Guete, del Congo Campesino de Galapa, tiene su propia versión
de las índoles de los orígenes y de la trayectoria del grupo: “Mi padre es el
Presidente de la danza. Fue fundada en 1916. La tradición de 72 años en el
municipio. La danza nació de campesinos, de una asociación de
agriculturas. L a palabra congo significa congole y es una tradición. El
primer director fue Mercedes Acosta y después al señor Alberto Patiño,
compadre de mi papa y después a manos de mi papa José Vicente Guette.
El la recoge con siete integrantes.  Antonio Polo la tuvo pero la dejo caer
por 3 años. Mi papa la recogió y ahora somos 75. Somos primer puesto en
Barranquilla. Todos los integrantes se dedican a la agricultura, se financian
con la yuquita con la roza. Esta danza llega de Cartagena. Cuando Alberto
Barros Patiño la tiene es una danza de hombres. Algunos se vestían de
mujeres.  Esta danza es de puros hombres. El atuendo es africano. La
manta, la gola significa un manto guerrero y un arma que es el machete. El
turbante es también símbolo. Los espejos son lujos, pero se usan más en
Barranquilla”.

Por otra parte la investigadora Nina Friedemann en un libro suyo sobre el


Carnaval de Barranquilla señala las coincidencias y similitudes entre
mascaras rituales encontradas en estas festividades con las tuvo
oportunidad de observar en varios museos africanos. África sigue viva en
las calles de la arenosa en Carnaval. Tradiciones latentes que afloran en el
espacio temporal de las fiestas para mostrarnos parte de nuestro pasado
cultural y señalarnos, a través de la visibilización de todos estos proceso,
todo un mundo que aflora en forma de comida, vocablos y de cierto
desenfado vital con el que somos tan conocidos los barranquilleros.

Congo e´: Congo somos. Un legado viviente de otras épocas. 

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