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PRESENCIA INDIGENA EN BARRANQUILLA

Adlai Stevenson Samper

En este mismo espacio que hoy constituye la ciudad de Barranquilla,sin el


aparataje grandioso y sangriento de la fundación colonial hispánica, se
encontraba asentados desde los tiempos precolombinos diversas
poblaciones indígenas. Colindantes a las corrientes de agua, a las vastas
ciénagas anegadas por las crecientes del Yuma –actual río Magdalena-, en
donde se concentraban para intercambiar productos y erigir sus poblados.

Que no eran pocos ni tampoco pequeños asentamientos lo demuestran los


diversos hallazgos arqueológicos en diferentes momentos históricos. El
primer campanazo que veníamos desde tiempos remotos de los que creían
en la causa de la colonia como principio fundamentador de la ciudad de
las nuevas tierras ocurrió durante la construcción del tranvía de
Barranquilla a finales del siglo XIX. Está empresa de transporte fue
promovida por el empresario cubano Francisco Javier Cisneros y su
construcción encomendada al ingeniero Antonio Luis Armenta. Durante
las excavaciones para instalar las líneas, Armenta encontró un vasto
cementerio ubicado entre la calle Obando, por el occidente; la carrera
Topacio, por el norte y la carrera Rosario, por el sur. Bordeando el llamado
Caño de Las Compañías en la zona en donde hoy se encuentra ubicado el
Parque Cultural del Caribe, el edificio de la antigua Aduana y gran parte
del barrio Abajo. Eso señala también el historiador Jonathan Castillo,
adscrito al Museo de Antropología de la Universidad del Atlántico: “Las
empresas de servicios públicos cuando instalan sus redes subterráneas
han encontrado piezas arqueológicas. Sucede cada momento”.

El ingeniero Armenta dice en un escrito suyo que el espacio de excavación


“era un vasto osario de la población pre-hispánica de aquella región y las
riberas comarcanas para el reposo definitivo de sus compatriotas”. Lo que
no conocía el acucioso ingeniero era que los indígenas sepultaban a sus
muertos cerca o dentro de sus viviendas, lo que hace suponer su hallazgo
como la postrera muestra de un poblado cercano al ensueño del mohán de
las aguas y su prodigiosa flora y fauna. Ubicado en un estratégico enclave
que le permitía mantener contactos con diversas tribus de la zona del bajo
Magdalena en donde todos intercambiaban productos en ese paradójico
cruce de caminos que fue deliberadamente ignorado por los españoles por
la peligrosa entrada del río y el fiero carácter de sus habitantes agazapados
entre las matas de enea, escondidos entre la flor de la batatilla, curtidos de
rojo por el achiote esperando el paso de las naves para cubrirlas con su
manto de flechas.

CAMACH O AQUÍ TE ESPERO

Gran parte de los indígenas del bajo Magdalena llegaban a ese punto. O a
sus cercanías, para el encuentro de las expediciones que funcionaban a la
manera de un ritual ancestral desembocando en el pueblo denominado
Camach, de la etnia Arawac. Precisamente en esta lengua hay una
expresión de encuentro denominada kamash que significa “espérame ahí,
tárdate ahí”. Para el antropólogo Carlos Consuegra, del Museo de
Antropología, “A nivel arqueológico el departamento del Atlántico fue
bastante habitado por comunidades indígenas. Es por estar ubicado
estratégicamente entre el río y el mar. Los caños y las ciénagas fueron
espacios poblacionales donde estas comunidades intercambiaban
productos, también pescaban y demás le permitían la navegación por el río
Magdalena dando origen a focos de poblamiento”.

La presencia de este pueblo se evidencia en el hecho que los dos primeros


nombres de Barranquilla llevan implícito su sello. Primero Sabanitas de
Camacho y después Barrancas de Camacho. Allí, según el cronista
Domingo Malabet, sucedió el mítico hecho del surgimiento de la actual
ciudad tras la salida de un hato de vacas sedientas con sus pastores
galaperos tal como lo describe en su azarosa expedición: “La mayor parte
del ganado que salió de los montes de Galapa tomó rumbo hacia el norte,
trasmontó la sierra (la loma en que se encuentra la mayor parte de la
ciudad actual) y descendió al lugar llamado las Sabanitas de Camacho”.

Hay toda una trama de caminos que parten desde las serranías de Tubará
y Juan de Acosta, hábitat de los Mocaná, cruzando por el valle en donde se
encuentra Juan Mina ingresando a la ciudad que a la larga los asimiló en
forma de carreras y calles dentro de su actual trama urbana. Igual hecho
sucede con los caminos que parten desde Galapa y en el interior del
departamento del Atlántico. Todos llegan misteriosamente cerca a ese
poblado descubierto accidentalmente por Armenta en su levantamiento del
tranvía.

LA CIUDAD INDÍGENA

No fueron los únicos vestigios de los indígenas en el actual territorio de


Barranquilla. Las excavaciones de Carlos Angulo en el noroccidente, en el
barrio Nuevo Horizonte, muestran a pueblos de economía mixta, algunos
de ellos de 2000 a 5000 años de antigüedad. Casi nada, como se ve. Cómo
el que encontró por la vía Circunvalar en las cercanías de una estación
eléctrica. O el cementerio hallado en 1942 por Eduard Raymond en la
actual urbanización Villa Santos, citado en un informe de geología sobre
las características generales del terreno en donde se encontraba ubicada la
Hacienda Villa Santos. Indica el historiador Cantillo que el museo “Hay
piezas que hablan de una Barranquilla habitada desde tiempos
inmemoriales. En un primer momento, en Malambo, cerca de 3000 años
antes de Cristo. Esas investigaciones las hicieron Carlos Angulo Valdés y
Aquiles Escalante”. Incluso hay una tradición cerámica con especial
diseño y forma denominada Barranquilla.
A finales de la década del sesenta Alfredo Gómez Zurek escribió acerca de
un hallazgo arqueológico cercano a su residencia en una fábrica de los
hermanos Dacarett en la calle 73 con carrera 43 en dónde se encuentra
hoy una tienda Olímpica. Como quién dice a la vuelta, en los predios
aledaños al Country Club se encontraron vestigios de un entierro
secundario. En la parte alta de Barranquilla, en los barrios La Cumbre,
Tabor y Los Alpes, durante la excavación de cimientos de edificios en la
década del 60 al 80 se encontraron restos aborígenes, lo que permite
suponer su poblamiento y tránsito. Otras áreas en que se han hallado
restos indígenas fue en los barrios Delicias, Granadillo, Boston, Porvenir,
en la Base Naval, el Bosque y en La Playa. Igual en las cercanías de Lagos
de Caujaral –nombre indígena-, donde la presencia de lagunas y arroyos
en el magnífico estuario del Magdalena lo convertía en un lugar ideal para
asentamientos.

SOBREVIVENCIA DEL LEGADO INDIGENA

Lipaya es un barrio ubicado justo en el cruce de caminos indígenas que


parte desde Galapa y se une al de Juan Mina. Según el Padre Revollo:
“Bordea por el norte los terrenos de Las Ceibas, en que se está formando
un barrio y es atravesado por la calzada Ujueta. Algunos dicen Lipaya, y
siguiendo tal costumbre, se repite este error en el plano de los señores
Ujueta, dueños de estas tierras. Alipaya es el nombre de un Cacique de
que habla la historia de la Provincia de Cartagena”. Más adelante, en otro
segmento de su estudio de nombres indígenas, señala a Siape, aunque no
se atreve a descifrar la naturaleza de su nombre ubicando su poblamiento
por vecinos –otra vez, cómo la historia de los pastorcitos!-, de Galapa.

Otro caso de sobrevivencia de un nombre indígena transmutado es el del


barrio Mequejo. En realidad se trata del Cacique Menchiquejo al cual, por
esos avatares de las lenguas y sus adaptaciones, se españolizó el nombre
asimilándolo a problemas de quejaderas. Más abajo, dentro de los cuerpos
de agua del Magdalena denominados caños, se encuentra el de la Auyama.
Revollo sostiene que también se le dice uyama, proveniente en su origen
del idioma indígena cumanagota.

El poblamiento de la actual Barranquilla en la colonia española obedece a


causas intrínsecas de su legislación territorial. Ese particular paradigma lo
señala el antropólogo Carlos Consuegra: “En la época de la conquista hay
políticas de fundación y refundación de pueblos. Eso fue a principios del
siglo 16 y comienzos del 17. Las autoridades españolas tenían la necesidad
de reorganizar todas estas comunidades en pueblos de indios. Es el caso
de Galapa, Malambo, Usiacurí, pero Barranquilla no aparece como pueblo
de indios sino de libres porque la población indígena fue reubicada en
otros espacios. Se le llamó pueblo de libres porque habían indígenas,
zambos, mulatos, negros, españoles”.

En dónde se encuentra más clara la tradición indígena sobre Barranquilla


es en los campos de la culinaria y la música. En efecto, la modesta lisa,
salada y colocada al sol para largos períodos tras su ausencia del río,
sirvió de especial preparación para el arroz cuyo acompañante; costumbre
ya perdida, eran rodajas de papaya verde hervidas en sal y cuya
incorporación se remonta a principios del siglo XX cuando una plaga de
langostas arrasó con las despensas alimenticias de la costa Caribe.
También es acompañante de estas presencias aborígenes alimenticias el
bollo de yuca, la sopa de frijol, las chichas, el sancocho de guandú con
carne salada, la yuca cocinada como bastimento en múltiples platos, el
maíz y los envueltos en hojas con sus diversos nombres: pasteles, hayacas
y tamales.

La otra gran fortaleza que sobrevive de la cultura indígena en Barranquilla


es en la cumbia, materia prima musical del carnaval y uno de cuyos
epicentros es el área metropolitana de la ciudad, incluyendo a los
municipios de Galapa, Malambo y Soledad. Igual se puede argumentar su
linaje aborigen sobre el paso ceremonioso, tranquilo, de los bailadores de
cumbia. Es pertinente aclarar, para los que polemizan sobre los orígenes
afros de este aire musical, que en las poblaciones de origen cimarrón
africano la cumbia no existe; como si hay bullerengue, chalupa, pajarito.
La cumbia, por supuesto, tiene importantes elementos afros, pero parte de
su esencia musical ritual y su baile tiene un marcado carácter indígena y
eso se puede comprobar en pueblos con este legado étnico.

El himno de Barranquilla con letra de Amira de la Rosa muestra la


particular perspectiva histórica con que se miraba al pasado indígena en la
ciudad cuando fue creado en 1942, pues solo menciona una sola vez su
presencia casi de comparsa en toda la epopeya de las etapas de
consolidación urbana, a la manera de un estorbo necesario que debería ser
superado por la magna obra de la conquista: “Sin caballos de guerra y sin
hazaña/ sin el indio tambor interrumpir/ bajo el Cuarto Felipe, Rey de
España/ Pedro Vásquez ordena tu vivir”.

El indio prosigue con sus tambores, flautas, cerámicas, caminos y comidas


en las tradiciones culturales de las antiguas lomas de Camach. Allí en
donde antaño volaban pájaros cantores de variados colores y las ciénagas
se desbordaban de peces y caracoles. Nos recuerdan que nunca se han
ido, que siempre han estado aquí.

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