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Gran parte de los indígenas del bajo Magdalena llegaban a ese punto. O a
sus cercanías, para el encuentro de las expediciones que funcionaban a la
manera de un ritual ancestral desembocando en el pueblo denominado
Camach, de la etnia Arawac. Precisamente en esta lengua hay una
expresión de encuentro denominada kamash que significa “espérame ahí,
tárdate ahí”. Para el antropólogo Carlos Consuegra, del Museo de
Antropología, “A nivel arqueológico el departamento del Atlántico fue
bastante habitado por comunidades indígenas. Es por estar ubicado
estratégicamente entre el río y el mar. Los caños y las ciénagas fueron
espacios poblacionales donde estas comunidades intercambiaban
productos, también pescaban y demás le permitían la navegación por el río
Magdalena dando origen a focos de poblamiento”.
Hay toda una trama de caminos que parten desde las serranías de Tubará
y Juan de Acosta, hábitat de los Mocaná, cruzando por el valle en donde se
encuentra Juan Mina ingresando a la ciudad que a la larga los asimiló en
forma de carreras y calles dentro de su actual trama urbana. Igual hecho
sucede con los caminos que parten desde Galapa y en el interior del
departamento del Atlántico. Todos llegan misteriosamente cerca a ese
poblado descubierto accidentalmente por Armenta en su levantamiento del
tranvía.
LA CIUDAD INDÍGENA