Teología con diferentes formas históricas Una obra de consulta teológica Llama a San Irineo de León “El primer gran teólogo católico”. Irineo escribió las dos obras que de él nos han llegado, Adversus Haereses y la demostración de la predicación apostólica, en las últimas décadas del segundo siglo, cuando la persecución amenazaba la Iglesia desde el exterior y la confusión doctrinal se desencadenada en el interior. Irineo elaboró una alternativa coherente y bien fundamentada a las especulaciones doctrinales de maestros “gnósticos” cristianos como Valentín y Basílides largos pasajes de su Adversus Haereses recogen las enseñanzas sobre Dios, la creación y La redención, que Estos maestros afirmaban haber recibido como conocimiento Salvador “genosis” de una transmisión oral que se remontaba a conversaciones con Jesús resucitado no recogidas en los evangelios canónicos. Contra las doctrinas que, según los gnósticos, habían sido reveladas solo a unos pocos selectos, Irineo afirmaba enérgicamente lo que se enseñaba abiertamente y desde el principio como “reglas de la verdad” en las Iglesias fundadas por los apóstoles originales de Jesús. Está tradición doctrinal de las iglesias apostólicas pueden resumirse en tres artículos fundamentales de fe en Dios Padre Creador, en el Hijo Redentor, y en el Espíritu Santo que santifica y revela el plan de salvación. Mientras que los diferentes gnósticos a menudo propagan sus ideas en medio de discordia, la fe de la Iglesia es un asunto de consenso Universal, y en eso precisamente radica su poder básico de convicción. Para Irineo, la teología es una actividad intelectual situada dentro de las coordenadas del “esquema único de la fe”, tal y cómo se enseña la Iglesia el teólogo explora la revelación permaneciendo siempre atento a lo que procede de los Apóstoles y lo que ha recibido su corazón como contenido y estructura de la fe. Si Irineo es el primer gran exponente de la teología vinculada a la tradición de la Iglesia Orígenes de Alejandría es su homólogo, debido a su orientación respecto al texto de la Escritura. Este maestro de la primera mitad del siglo tercero sostenía que, puesto que los textos bíblicos estaban inspirados, se debían interpretar atendiendo su significado “espiritual”, esto es, a lo que el Espíritu inspirador pretende de decir en ellos y por ellos . Según Orígenes, todo creyente admite que la Escritura desvela “ciertos misteriosos designios” mediante formas y figuras escogidas por el Espíritu para transmitir verdades religiosas más ondas. Convencido de la inspiración bíblica, Orígenes se acercaba a su trabajo de interpretación seguro de encontrar instrucción en textos que a primera vista prometían poco. En Irineo y Orígenes, por tanto, encontramos dos estilos diferentes de hacer teología cristiana. Ambos eran buscadores de significados que trabajaban para formular y comunicar lo que Dios ha desvelado de sí mismo y de su proyecto de salvar al hombre. Al extraer el contenido y estructura del “esquema único de la fe” enseñado en las Iglesias apostólicas, Irineo preguntaba: ¿Cuál es, pues, el sentido de la tradición?, ¿Cómo se compaginan las alianzas?, ¿Qué podemos decir sobre las venidas (pasada, presente y futura) de Cristo? Irineo parte del contenido singular de la fe básica y pasa después analizar numerosos textos de la Escritura, para investigar por qué y él como de las relaciones de Dios con el género humano. Orígenes de Alejandría estaba convencido de que el Espíritu Santo había preparado en Escritura un enorme y fecundo cúmulo de significado. Se acercaba cada texto bíblico con la seguridad de que el espíritu santo habla Va allí a los clientes sobre Jesús y sobre sus vidas en el Señor. Aunque hay partes a la interpretación espiritual de Orígenes que hoy nos resulta forzadas y fantasiosas, su convicción fundamental se puede compartir: en la Biblia Dios. Dios da sabiduría y consejo en abundancia. Basta que el teólogo interpreta correctamente la palabra escrita para que los creyentes se enriquezcan profundamente. Estas dos orientaciones fundamentales, hacia la tradición y la otra sea la Escritura, son básicas en la teología cristiana. Mientras que Irineo y orígenes ejemplifican orientaciones hacia las diferentes fuentes de la teología, Lutero y Cano muestran como la teología adopta diferentes formas de concentración y diferentes grados de coherencia. en el siglo XVI, Martín Lutero Expreso el ideal de una intensa concentración teológica en una sola verdad central, mientras que el influyente metodólogo domínico Melchor Cano expuso el ideal de una atención, de extensión panorámica, a un notable número de fuentes teológicas. Lutero es famoso por su polémica contra los principios básicos de la tradición católica y por su principio de sola escritura. Pero en Lutero hay algo más. Sabemos que él tuvo un impacto en numerosos creyentes y que su obra cambio el curso de la historia. Una razón de la fuerza de la enseñanza del Lutero es el modo en que se remite constantemente a una sola verdad básica. Lutero aprendió de San Pablo que sin Cristo estamos atrapados irremediablemente en el pecado y la culpa. Pero en Cristo se recibe el perdón, la justificación ante Dios y nueva libertad. Lutero atribuía una importancia extraordinaria la justificación, tanto en sí misma como en cuanto principio que sea de aplicar al tratar otras cuestiones teológicas. Decía que el teólogo debe centrarse en los temas que componen la doctrina de la justificación. Esa es la lente para ver a Dios y al género humano de un modo auténticamente teológico. La teología encuentra en el drama del pecado y la gracia el auténtico corazón de la Biblia. En el amplio campo de las cuestiones doctrinales y éticas, el punto de referencia constante, la estrella polar es la acción de Dios para salvar a los seres humanos mediante un inmerecido don de la justificación y la vida nueva. Para Lutero, la teología descansa en la experiencia del pecado y el perdón, de la muerte y la vida. La Iglesia Católica formuló su respuesta oficial al desafío planteado por Lutero y a las reformas protestantes en los decretos promulgados por el Concilio de Trento (1545-1563). Pero, precisamente cuando el Concilio estaba a punto de clausurarse, los dominicos de Salamanca, España, publicaron de locis theologicis, obra de Melchor Cano, O.P, qué se convirtió en el primer tratado metodológico de la moderna teología católica. La influyente obra de Cano sobre el método es fundamentalmente una expocisión de como la tradición original se desarrolla dentro de las fuentes de las que el teólogo católico extrae sus materiales. Hay ciertas reglas que gobiernan el trabajo realizado con cada locus y que indican como se ha de deducir, de forma adecuada al lugar o fuente en cuestión, los testimonios concretos sobre la verdad divina revelada. Cano se inspiró en el De oratore de Cicerón y llamó a los loci los “domicilios” de todos esos elementos con que se lleva adelante la argumentación teológica. Canon coloca la Sagrada Escritura en el primer lugar entre los loci y explica su verdad y autoridad canónica. El segundo locus teológico es el complejo de tradiciones apostólicas procedentes de Cristo o de la instrucción del Espíritu Santo a los apóstoles y que pertenece al patrimonio doctrinal perenne. Los dos primeros “lugares”, Escritura y Tradición apostólica son las fuentes fundamentales en que da testimonio inmediato de sí misma la palabra revelada de Dios. Cano, como discípulo de Santo Tomás, no consideraba el trabajo teológico como estrechamente dependiente de la autoridad, sino que pasaba a enumerar otros tres campos en que podrían encontrarse materiales de relevancia doctrinal. Respecto a las principales ubicaciones de las pruebas teológicas, estos loci son “anexos”, pero hacen una aportación propia. Así, Cano enumerada como los tres últimos los y los argumentos de la razón natural, las opiniones de los filósofos y las lecciones de la historia humana. Después de Cano, y normalmente con referencia explícita a él, la teología fundamental católica ha emprendido regularmente una exposición de las fuentes doctrinales, igual que hacemos nosotros, esa “doctrina de los principios” es el complemento natural de la exposición de la teología fundamental hace de la revelación, la credibilidad, la fe y la transmisión del Evangelio en el mundo de la Iglesia. Una doctrina contemporánea de los loci o fuentes tratará de ámbitos que no aparecen en Cano, como el testimonio de la liturgia, el significado que se desprende del estudio de vida que destacan por su santidad y experiencia de las Iglesias regionales o locales. Así, dos figuras del comienzo de la Edad Moderna, Lutero y Cano, dan directrices notablemente diferente sobre la práctica de la teología, Lutero la centraba en la verdad fundamental de la soteriología: somos salvados por la gracia de Dios en Cristo, Cano, a su vez, ofrece el recordatorio saludable de no pasar por alto ninguno de los miles de modos en que Dios se revela. Ciertamente, el teólogo de hoy puede aprender de estos dos exponentes del método teológico de comienzos de la era moderna. Los documentos de la enseñanza magisterial católica trataron el ámbito y las tareas de la teología en los años 1870 y 1950. la primera declaración formaba parte de la Constitución dogmática sobre la fe católica. Dei Filius (24 de abril de 1870), del primer Concilio Vaticano. El Vaticano primero define la fe como la aceptación por gracia de lo que Dios ha revelado. en la fe, la persona humana se somete a Dios aceptando como verdadero lo que Dios comunica sobre sí mismo y el plan de salvación se ha dispuesto para el género humano. La Escritura y las tradiciones procedentes de los apóstoles contienen esta revelación, y la Iglesia la propone a la aceptación de la fe. Pero la fe, según el Vaticano I, no es una aceptación ciega de la autoridad, pues Dios ha rodeado sus verdades reveladas de una serie coherente de “signos de credibilidad”, tales como los milagros obrados por Jesús, las profecías que cumplió y las notables cualidades de santidad y estabilidad que se manifiestan en la Iglesia fundada por Jesús. Ciertamente, la revelación invita a los seres humanos a trascender las evidencias perceptibles y las conclusiones racionales, a adherirse a “misterios” como la Trinidad de las personas divinas, la encarnación de la Palabra divina y los sacramentos dadores de gracia; pero la razón puede crear una atmósfera en la que el asentimiento de fe tenga una lógica propia y una coherencia con el resto de la vida. En un párrafo de sutil construcción, El Vaticano I describía las tareas principales de la teología dentro de la casa de la fe. un teólogo atento a esta dimensión humana de la fe es Santo Tomás de Aquino, que en un llamativo pasaje de su summa teologíae desarrolló la idea de cómo el género humano necesita ser salvado precisamente por la palabra de Dios que se encarna. La Encarnación promueve el bien humano de cinco maneras, y en cinco maneras afines elimina males que degradan a los seres humanos. La búsqueda teológica está, pues, profundamente vinculada con la búsqueda más fundamental de la mente y del corazón humano: la búsqueda de la libertad y de la propia realización en Dios. Finalmente, bajo la guía de Pío XII, la teología practicó un método “regresivo”, esto es, se movía hacia atrás, desde su punto de partida en la enseñanza de la Iglesia actual, hasta encontrar los orígenes de esta enseñanza en las formulaciones más antiguas, a veces más primitivas de las fuentes. Las convicciones actuales guían al teólogo en su búsqueda del sentido de textos anteriores, ayudándole a encontrar implicaciones quizás solo oscuramente presentes en las fuentes. Las convicciones que subyace tras todo esto es que la sustancia de la fe no ha cambiado a lo largo del tiempo y que la teología puede demostrar la coherencia y continuidad existente entre las formulaciones anteriores y la fe de la Iglesia expresada por su actual autoridad docente. Con una mirada retrospectiva sobre esta sección relativa de los diferentes modelos históricos del método teológico, se vuelven en la obra de Melchor Cano y las directrices de Pío XII las ideas fundamentales de la “teología positiva”. Esta es la fase en que se sacan de las fuentes las doctrinas que los teólogos sostienen, defienden y además explican. Sin embargo, con la encíclica de Pío XII, el magisterio de la Iglesia se le asignó el primer puesto entre los loci de la teología en su fase positiva. Lógicamente posterior a tal investigación de las fuentes, viene a continuación la fase de reflexión o “especulativa”, esbozada por el Concilio Vaticano I. En ella, la mente intenta comprender mejor lo que se sostiene, integrando las verdades particulares en esquemas coherentes y significativos más amplios La teología a la luz del Concilio Vaticano II El Concilio Vaticano segundo (1962-1965) es para la teología católica actual una fuente continúa de orientación e inspiración. El Concilio enriqueció todas las ramas de la teología, especialmente con cuatro impulsos importantes para el método de un teólogo. Dicho impulso es: 1) la llamada inicial del Papa Juan XXIII a reformular el patrimonio doctrinal, de modo que pueda traer beneficios saludables al género humano; 2) la nueva comprensión por parte del Concilio de las fuentes teológicas, Tradición y Escritura y del magisterio de la iglesia; 3) la adopción de la historicidad en las exposiciones doctrinales; Y 4) la estructuración de las doctrinas particulares de acuerdo con la “jerarquía de verdades” subordinadas a la fe en Jesucristo. Los tiempos exigen una nueva profundización en la herencia y un salto hacia adelante en la profundización de la doctrina, a fin de hacerla más provechosa para producir santidad y una vida verdaderamente humana. Así el Concilio debía volver a expresar el tesoro qué la Iglesia lleva dentro de sí para beneficio de toda la familia humana. La constitución del Vaticano II sobre la divina revelación, Dei Verbum, trata en primer lugar la revelación y la fe, por las que Dios entra en amoroso coloquio con los seres humanos y, por Cristo y en el Espíritu Santo, lo recibe en la comunión de vida con él. La Dei Verbum ofrece una nueva comprensión de la tradición entregada por los apóstoles de Jesús y transmitida posteriormente en la Iglesia. en las iglesias que fundaron los apóstoles anunciaron la buena nueva del Evangelio, comunicando con ello dones divinos a todos los hombres. El Ministerio de los Apóstoles incluye a la predicación, el testimonio de vida evangélica y la fundación de las instituciones básicas de las comunidades. La enseñanza de la Dei Verbum sobre la Escritura es amplia, la Biblia es, en primer lugar, el mensaje de salvación en Cristo puesto por escrito por los Apóstoles y sus colaboradores inmediatos (DV 7) pero los escritos apostólicos solo tienen sentido en relación con la palabra de Dios dirigida primero a Israel. Siguiendo cierto orden lógico, el Concilio pasa de esta declaración Global en favor de la escritura a especificar que la Biblia es un fundamento permanente de todo trabajo teológico y que el estudio de la Escritura Debería ser (el alma de la teología DV 24). Sobre el magisterio, la Dei Verbum hace dos declaraciones que relacionan el oficio de enseñar con la Palabra divina revelada en la tradición y la Escritura, a las que dicho oficios sirve en forma dependiente y subordinada. En el capítulo II de la Dei Verbum, sobre la transmisión de la revelación divina concluye con un párrafo conciso sobre el magisterio (DV 10 ) dentro de la iglesia el magisterio tiene, Pues, un papel que jugar al servicio de la palabra transmitida. Así pues, la enseñanza oficial de la Iglesia está vinculada al testimonio escrito de la Escritura y al espíritu vital Qué es la tradición. El magisterio no es una actividad creativa dentro de la Iglesia, sino un Ministerio de comunicación que protege e interpreta el mensaje y su significado original, dado de una vez para siempre por los profetas y los apóstoles. En 1965, el decreto del Concilio sobre la formación sacerdotal incluye un párrafo que insiste en qué la teología se comprometa a considerar la doctrina en la Historia y a expresar la enseñanza de la Iglesia de un modo nuevo, para beneficio de sus contemporáneos. Una última aportación del Concilio Vaticano II el método teológico se encuentra en el decreto sobre comunismo, acerca de la práctica del diálogo ecuménico (UR512). El decreto urge a los participantes en el diálogo a Buscar significados más hondos, a usar un lenguaje inteligible para las otras confesiones y a ser sensible a la interrelación de las doctrinas particulares de la Iglesia. El tercer punto es claramente aplicable a toda la teología. las doctrinas no deberían tratarse como átomos, aislados sino como partes de un todo orgánico y complejo. De hecho, se pueden construir diferentes órdenes jerárquicos que muestren el orden y la coherencia sistemática de lo que Dios ha revelado, El imperativo básico es exponer las verdades particulares de forma que se complementen, apoyen iluminen mutuamente. La enseñanza de la teología debería fomentar el aprecio del orden intrínseco existente entre los elementos de los que la fe sostiene profesa. Las dos fases del método teológico La teología sana oscila entre la escucha atenta y la elaboración activa y constructiva del significado de lo que se Ha oído. La teología es rítmica, puesto que el teólogo va de aquí para allá, e la consulta de las fuentes, con el fin de determinar su mensaje, a la explicación de lo que su testimonio significa hoy para los creyentes. En primer lugar, la teología se ocupa de las mediaciones de la palabra de Dios es decir, de las variadas expresiones que Melchor Cano llamaba los “lugares” teológicos; de estos la teología extrae testimonios sobre la verdad revelada de Dios. En este punto, el teólogo se muestra sobre todo receptivo ante un significado ya dado al género humano. Después, esta fase de escucha atenta se del paso de forma completamente natural, como en la oscilación del péndulo, a una búsqueda más creativa e instituciones nuevas en los mismos testimonios y de su importancia para la vida humana en el tiempo y el lugar donde trabaja el teólogo. Así pues, la teología es escucha atenta de los testimonios y reflexión crítica sobre la palabra revelada. Pero lo es únicamente debido a que la fe es, en primer lugar, audición de un mensaje de buena nueva y profesión de fe en la obra del Padre, Hijo y el Espíritu santo una obra salvadora que envuelve iluminar creyente. Los elementos de un método teológico completo Debido a que la fase positiva, o de escucha, del trabajo teológico se ocupa del testimonio de la Escritura y la Tradición, donde también está presente un abigarrado intellectus fidei un método teológico adecuado debe tener en cuenta numerosas Fuentes, normas y desafíos procedentes de la situación personal de cada cual. La tarea de una escucha receptiva y atenta y también de una explicación constructiva requiere disciplina y destreza; pero los tesoros de los testimonios bíblicos y tradicionales y sus innumerables aportaciones para una vida sensata y Santa hacen que el esfuerzo valga verdaderamente la pena. EL TEÓLOGO: OYENTE D ELA PALABRA BÍBLICA Las Escrituras canónicas y la teología Al final de su epístola a Los (Gál 6, 14-16), Pablo escribe con grandes letras el nombre de tres cosas que contribuyen la “regla” (en griego el kanon) de quiénes viven bajo la paz y la misericordia de Dios: la cruz de Cristo, la libertad respecto a la exigencia de la circuncisión y el ser una creación nueva en Cristo y en su Espíritu. Este canon comprende lo que es normativo para el pensamiento el discurso y la conducta cristianos. Más tarde, conforma el vocabulario cristiano se fue desarrollando en tiempos patrísticos, el término “canon” acabó haciéndose equivalente a la lista oficial de los libros de la Escritura que dan testimonio de la revelación divina. Los libros del canon bíblico son, por tanto, una fuente normativa para la teología en su esfuerzo para expresar lo que la iglesia ha recibido en la fe. En su uso vulgar, el término griego Kanon se refiere a lavar rígida o regla usada por un artesano para asegurarse de que ha unido sus materiales de construcción de una forma nivelada o recta en sentido figurado, un Canon es un modelo o norma por el que se juzga correcto un pensamiento o enseñanza. En arte y literatura, los estudiosos de la era helenista confeccionaron, en torno al 200 d.C, listas de aquellas obras antiguas de cualidades de estilo tan reconocidas que debían recibir un estatuto canónico como modelo. En la Iglesia cristiana, en este mismo tiempo, se estaba elaborando poco a poco la lista de sus libros canónicos.La aplicación del término “Canon” a las Escrituras de la Iglesia es, de hecho, un uso en el que el término tiene dos significados que coinciden parcialmente. Sin embargo, cuando los cristianos hacen referencia a “las Escrituras” canónicas aparece un Matiz diferente de significado, Matiz de Gran importancia para la teología. Santo Tomás dice que la teología usa las escrituras como una fuente su propia de datos y pruebas. La razón es que “nuestra fe se basa en la revelación echa a los Apóstoles y Profetas, que compusieron las escrituras canónicas”. Así, los libros del canon tienen autoridad en el trabajo teológico. San Agustín veneraba tanto los libros denominados ahora “canónicos”, que creía firmemente que ninguno de sus autores se había apartado de la verdad en lo más mínimo. Por tanto, el Canon de la escritura es, en primer lugar, la enumeración completa de los libros que la Iglesia recibe oficialmente de “los Profetas y apóstoles” como una parte principal de su fundamento. Pero, en cuanto canónicos, estos libros sirven además de Norma o criterio de lo que es adecuado ilegítimo en la comunicación de la verdad revelada y la configuración de la vida cristiana. El hecho de que el libro sea canónico, sin embargo, no equivale simplemente a su Inspiración. La fe reconoce los libros canónicos como inspirados, pero esto deja abierta la posibilidad de que otros escritos, no reconocidos actualmente como canónicos, fueran de hecho compuestos con la asistencia carismática del Espíritu. Además, la inclusión en el Canon no determina la autenticidad literaria de un libro, es decir, que haya sido compuesto en realidad por la persona comúnmente mencionada como autor de la obra. La canonicidad de una obra bíblica es plenamente compatible con el hecho de que la obra sea originalmente pseudónima. El Canon de la escritura sirve para identificar y delimitar para los creyentes, y para los teólogos dentro de la comunidad de fe, un conjunto de obras recibidas y veneradas como “palabras de Dios”, esto es, como transmisión en forma escrita del testimonio dado por mediadores Escogidos sobre la autocomunicación de Dios en la Historia. El teólogo y la Palabra inspirada Un dogma fundamental de la fe cristiana es que el Espíritu Santo “hablo por los Profetas” (Credo Niceno) y que todos los libros bíblicos están” inspirados por Dios” (2 Tim 3 16), para el creyente y para el teólogo, los libros de la Escritura no son como ningún otro libro. Su texto vino a la existencia mediante la interpretación del Espíritu Santo con la actividad de composición de sus autores humanos. Los libros bíblicos son expresiones genuinas, en lenguaje humano, de predicación e interpretación histórica, de oración poética e instrucción doctrinal; y, al mismo tiempo, son también, por inspiración, causas Auténticos de la comunicación de Dios con el género humano. Hablar de inspiración los significa Buscar en la Biblia ante todo poesía o retórica inspiradoras, sino un testimonio coherente y fidedignos sobre la ternura de Dios en el trato con sus criaturas. La Biblia misma procede de la “condescendencia” a por la que la Palabra de Dios ha tomado forma (por nosotros y por nuestra salvación) en la inscripción que Israel hace de su Alianza y en la variada documentación de los Apóstoles sobre su encuentro con Jesús, el Siervo e Hijo de Dios La palabra bíblica de Dios no nos enfrenta directamente con el resplandor de la verdad divina en toda su gloria, sino a través de un medio accesible y terrenal: una colección de libros, notable por su multiplicidad y variedad humana. Entre los dones espirituales la inspiración bíblica es un carisma especial de comunicación; y se otorga a quién sirve a la comunidad de fe escribiendo para que una parte de la tradición qué es la base de la fe y la vida de dicha comunidad reciba forma estable en un texto escrito. Esta noción teológica de inspiración se fija, en primer lugar, en el don y carisma que subyace tras la obra de quiénes redactaron las cartas y compusieron los evangelios del Nuevo Testamento. Gracias al Don espiritual los textos que escribieron pueden servir en cualquier época posterior como instrucción válida, alimento sano y guiado autentica de los creyentes cristianos. Por analogía, las expresiones escritas de la fe y las costumbres de Israel, su oración y sabiduría, fueron agraciadas con una acción semejante del Espíritu a lo largo de la vida del primer pueblo de la alianza y hasta la venida de Jesucristo. Un teólogo interpreta la Biblia La interpretación teológica de la biblia comienza con el esfuerzo de recuperar lo que el autor de un texto quiso decir aquellos a quiénes se dirigió originalmente. La fe en la inspiración otorgada a los escritores bíblicos sustenta el imperativo de dedicar con regularidad un tiempo al estilo exegético de los pasajes bíblicos. La misma obligación se ve confirmada, además, por el hecho de que la iglesia acepta las Escrituras como canónicas y, por tanto, como constitutivas de su propio fundamento. Puesto que para los cristianos estos libros no son como los demás libros, su contenido original debe ser una serie inquietud para la teología. Nuestra lectura de los libros bíblicos conlleva, en primer lugar, un trabajo concienzudo y una intuición no inspirada. Fue la escritura de los autores lo que el Espíritu Santo inspiró para que pudiera ser un testimonio fiel de la revelación de Dios. Así pues, un método teológico sano incorpora los resultados de la exégesis crítica, ya que hay una poderosa fuerza de la gravedad que atrae al teólogo hasta los autores bíblicos concretos y los pasajes específicos. La teología fundamental tiene que considerar cÓmo la revelación divina se expresa en el breve credo israelita de Deuteronomio 26, 5-11 y en los pasajes evangélicos que describen las apariciones de Cristo resucitado a sus seguidores. El teólogo que trabaja en cristología no puede ahorrarse el esfuerzo de estudiar exegética mente el himno Filipenses 2, 6-11, sobre la humillación y exaltación de Jesús y el prólogo del evangelio de Juan, sobre la Palabra por quién todas las cosas llegaron a existir (cf. Juan 1,3) Una teología moral cristiana que omita un estudio de tenido del Sermón de la Montaña (Mt 5, 7) difícilmente puede tomarse en serio. La teología busca, pues, la fecundidad por la que los textos bíblicos llegan expresar significados más desarrollados en situaciones completamente diferentes de su contexto original. Esta forma de interpretación complementa el primer esfuerzo, el de recuperar lo que el texto significaba originalmente, pues procura entender lo que la biblia pretende decir ahora sobre la economía todavía en curso mientras el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo llevan a cabo la salvación del mundo. El Canon da a los cristianos una lista completa de los libros entregados para alimentar la fe y aplicar la palabra de Dios a las circunstancias de sus vidas. El canon cristiano tiene una forma peculiar, en primer lugar, porque junta los libros de la primera alianza de Dios con Israel y los libros apostólicos que hacen referencia directamente a Jesús. Está configuración canónica de la biblia es sumamente importante para todo el pensamiento cristiano Cada parte del canon cristiano tiene importancia para el pensamiento acerca de las relaciones de Dios con la humanidad; y cualquier denigración marcionista de las escrituras de Israel amenaza la vida misma de la teología y de la predicación cristianas. Este canon bipartito exige el estudio del desarrollo religioso y doctrinal dentro de la biblia. El hombre es invitado a dejarse instruir por la pedagogía bíblica, que lleva la mente por diversas trayectorias, desde la promesa al cumplimiento, del tipo al anticipo y de los intereses limitados a propósitos más universales. Cuando los católicos insisten en ir más allá de la “Escritura sola” relacionando la Escritura y la tradición, el fondo de la afirmación es que la biblia debe interpretarse desde la perspectiva de la vida y la fe de la iglesia. La Iglesia ofrece a la Escritura un contexto connatural, dónde es leída, entendida y relacionada de forma fecunda con la vida. Así pues, el trabajo teológico con la biblia es un movimiento pendular continuamente renovado, que va del sentido original de los textos al significado más rico que han llegado a tener desde la perspectiva de la fe y la vida de la Iglesia. La primera fase de investigación de los textos canónicos e inspirados es propiamente exegética, y esto determina la dirección de los pasos siguientes. Pero con ellos no sé excluye, sino que se posibilita la recuperación de ese plus de significado que tienen los textos cuando se vuelven a leer en situaciones nuevas, a cierta distancia del acto de comunicación original.