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PARTE 2

UNA MANERA SENCILLA DE CAUSAR UNA BUENA PRIMERA IMPRESIÓN

REGLA 2: Sonría

En una comida en Nueva York, uno de los invitados, una mujer que acababa de heredar dinero,
ansiaba causar una impresión agradable en todos. Había despilfarrado una fortuna en pieles,
diamantes y perlas. Pero no había hecho nada con la cara. Irradiaba acidez y egoísmo. No había
comprendido esta mujer lo que sabe todo el mundo: que la expresión de un rostro es más
importante, mucho más, que la ropa que nos ponemos.

Las acciones dicen más que las palabras, y una sonrisa expresa: "Me gusta usted. Me causa
felicidad. Me alegro tanto de verlo".

¿Una sonrisa poco sincera? No. A nadie engañaremos. Sabemos que es una cosa mecánica y nos
causa enojo. Hablo de una verdadera sonrisa, que alegre el corazón, que venga de adentro, que
valga buen precio en el mercado.

El profesor James V. McConnel, psicólogo de la Universidad de Michigan, expresó sus sentimientos


sobre una sonrisa: -La gente que sonríe -dijo- tiende a trabajar, enseñar y vender con más eficacia,
y a criar hijos más felices. En una sonrisa hay mucha más información que en un gesto adusto. Es
por eso que en la enseñanza es mucho más eficaz el estímulo que el castigo.

El jefe de personal de una gran tienda de Nueva York me confiaba que prefería emplear a
una vendedora sin instrucción, siempre que poseyera una hermosa sonrisa, que a un doctor
en filosofía con cara de pocos amigos.

Robert Cryer, gerente del departamento de computación de una compañía de Cincinnati, Ohio,
contó cómo había logrado conseguir la persona justa para un puesto difícil: -Trataba
desesperadamente de encontrar un licenciado en Computación para mi departamento. Al fin
localicé a un joven con los antecedentes ideales, que estaba a punto de graduarse en la Universidad
de Purdue. Después de varias conversaciones telefónicas me enteré de que tenía diversas ofertas
de otras compañías, muchas de ellas más grandes y más conocidas que la mía. Me encantó oír que
había aceptado mi oferta. Cuando ya estaba trabajando, le pregunté por qué nos había preferido a
los otros. Quedó un momento en silencio, y después me dijo: "Creo que fue porque los ejecutivos
de las otras compañías hablaban por teléfono de un modo frío, que me hacía sentir como si yo fuera
una transacción comercial más para ellos. Su voz en cambio sonaba como si usted se alegrara de
oírme... como si realmente quisiera que yo fuera parte de su organización". Puedo asegurarles que
hasta el día de hoy sigo respondiendo al teléfono con una sonrisa.

He pedido a miles de gente de negocios que sonrían a toda hora del día, durante una semana, y que
vuelvan después a informar a la clase sobre los resultados obtenidos. Veamos cómo ha resultado
esto... Aquí tenemos una carta de William B. Steinhardt, miembro de la bolsa de valores de Nueva
York. No es un caso aislado. Por cierto, que es típico de centenares de otros casos.

"Hace dieciocho años que me casé -escribe el Sr; Steinhardt- y en todo ese lapso pocas veces he
sonreído a mi mujer, o le he dicho dos docenas de palabras desde el momento de levantarme hasta
la hora de ir a trabajar. Yo era uno de los hombres más antipáticos que jamás ha habido en la ciudad.

Este texto es un fragmento del libro Cómo Ganar Amigos e influir Sobre las Personas.
Carnegie, Dale (1936). Cómo Ganar Amigos e influir Sobre las Personas (20ª edición), Debolsillo,
págs. 96-104.
PARTE 2

"Desde que me pidió usted que diera un informe oral a la clase sobre mi experiencia con la sonrisa,
pensé que debía hacer la prueba durante una semana. A la mañana siguiente, cuando me peinaba,
me miré el seco semblante en el espejo y me dije: hoy vas a quitarte el ceño de esa cara de vinagre.
Vas a sonreír. Y ahora mismo vas a empezar. Así me dije, y cuando me senté a tomar el desayuno
saludé a mi esposa con un `Buen día, querida', y una sonrisa.

"Ya me advirtió usted que seguramente mi mujer se sorprendería. Bien. Eso fue poco. Quedó
atónita. Le dije que en el futuro mi sonrisa iba a ser de todos los días, y ya hace dos meses que la
mantengo todas las mañanas.
"Este cambio de actitud en mí ha producido en nuestro hogar más felicidad en estos dos meses que
durante todo el año anterior.

¿No tiene usted ganas de sonreír? Bien, ¿qué hacer? Dos cosas. Primero, esforzarse en sonreír. Si
está solo, silbe o tararee o cante. Proceda como si fuera feliz y eso contribuirá a hacerlo feliz.
Veamos la forma en que lo dijo el extinto profesor William James: "La acción parece seguir al
sentimiento, pero en realidad la acción y el sentimiento van juntos; y si se regula la acción, que está
bajo el control más directo de la voluntad, podemos regular el sentimiento, que no lo está.

Los chinos eran hombres sabios, sabios en las cosas de este mundo, y tenían un proverbio que usted
y yo deberíamos recortar y pegar en el tafilete del sombrero. Dice más o menos así: "El hombre
cuya cara no sonríe no debe abrir una tienda".

Su sonrisa es una mensajera de bondad. Su sonrisa ilumina la vida de aquellos que la ven. A pesar
de haber visto docenas de personas fruncir el entrecejo, de mal humor o apáticas, su sonrisa sigue
siendo como el sol que rompe a través de las nubes.

Especialmente cuando alguien se encuentra bajo la presión del patrón, los clientes o maestros, de
sus padres o de sus hijos, una sonrisa puede ayudar a comprender que no todo es en vano, que aún
hay alegría en el mundo.

Unos años atrás, un gran almacén de la ciudad de Nueva York, reconociendo la presión de trabajo
durante la temporada de Navidad por la que pasaban sus empleados, decidió exponer esta filosofía
casera en su publicidad a los clientes.

EL VALOR DE LA SONRISA
No cuesta nada, pero crea mucho.
Enriquece a quienes reciben, sin empobrecer a quienes dan.
Ocurre en un abrir y cerrar de ojos, y su recuerdo dura a veces para siempre.
Nadie es tan rico que pueda pasarse sin ella, y nadie tan pobre que no pueda enriquecer
por sus beneficios. Crea la felicidad en el hogar, alienta la buena voluntad en los negocios y es la contraseña
de los amigos.
Es descanso para los fatigados, luz para los decepcionados, sol para los tristes, y el mejor antídoto contra las
preocupaciones.
Pero no puede ser comprada, pedida, prestada o robada, porque es algo que no rinde beneficio a nadie a
menos que sea brindada espontánea y gratuitamente.
Y si en la extraordinaria afluencia de último momento de las compras de Navidad alguno de nuestros
vendedores está demasiado cansado para darle una sonrisa, ¿podemos pedirle que nos deje usted una
sonrisa suya?
Porque nadie necesita tanto una sonrisa como aquel a quien no le queda ninguna que dar.
Este texto es un fragmento del libro Cómo Ganar Amigos e influir Sobre las Personas.
Carnegie, Dale (1936). Cómo Ganar Amigos e influir Sobre las Personas (20ª edición), Debolsillo,
págs. 96-104.

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