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Seguro que alguna vez has conocido a personas con comportamientos tóxicos hacia los demás, y
has pensado, ¡vaya amargura! Pero, ¿qué hay detrás de estas personas amargadas? ¿Cómo
entenderlas mejor?
Tener que enfrentarnos a personas de mal carácter puede resultar incómodo e incluso intimidante.
Y es que se trata de situaciones complejas en las que muchas veces no sabemos cómo actuar.
Sin embargo, tratar con personas amargadas no es necesariamente un reto tan difícil como
puedes llegar a pensar.
Todos pasamos por algunos días malos en los que nuestra actitud no es la mejor. Sin
embargo, hay personas que viven de manera constante en este estado, proyectando amargura
todo el tiempo, incluso en los supuestos momentos que “deberían” ser felices. ¡Descubramos más
sobre este tipo de personas!
“Todo nuestro descontento por aquello de lo que carecemos procede de nuestra falta de
gratitud por lo que tenemos”.
-Daniel Defoe-
La amargura es una mezcla bastante compleja de emociones, entre las que se destacan
la tristeza y la ira. Esto no quiere decir que todos al sentir rabia o tristeza nos volvamos
personas amargadas. Esto sucede cuando no podemos gestionarlas de manera asertiva y en lugar
de drenar estas emociones y liberarlas, las guardamos, convirtiéndolas por el camino
en resentimiento.
Las personas amargadas siguen ancladas en eventos de su pasado en los que experimentaron
emociones que hicieron que se sintieran mal. Al no ser hábiles en la gestión de este malestar,
se han quedado atrapadas en un estado del que no son capaces de salir.
“Aquí abajo habría menos amarguras si los hombres no se dedicasen con tanto ahínco a
recordar dolores antiguos, en vez de soportar con entereza los presentes”.
-Goethe-
Esa aura de desaliento con la que cargan las personas que nos rodean en un determinado
momento puede generarnos un gran malestar. Incluso nuestra tentación más grande puede ser la
de alejarnos para evitar esa erosión, casi obligatoria, cuando esta situación se produce.
En este artículo, en cambio, hemos visto algunas estrategias que podemos utilizar si nos
animamos a intentar mejorar el estado de ánimo del otro.
La amargura y el rencor son anclas que siempre quieren cautivos, porque sus barcos
quedaron varados y perdidos en una deriva donde antes hubo felicidad y ahora, solo
quedan tristezas no afrontadas.
El amargado siente, por encima de todo, que ha perdido el control de su vida . Estamos
ante un estado tan derrotista que la persona, tremendamente negativo. Asume el papel de víctima
y se deja llevar. Es, pues, necesario saber intuir y aportar estrategias para ayudar, porque a pesar
de que nos incomoden estas conductas, estamos ante alguien que necesita ser ayudado.
El amargado y las raíces de la amargura
Nadie viene al mundo con el corazón habitado por la amargura . Aunque en ocasiones,
la infancia es un escenario idóneo donde más de uno empieza ya a descubrir cómo se gesta y a
qué sabe esta sensación. Una comunicación poco afectiva o una crianza sin cariño pueden abrir ya
a una edad temprana la tierra, permitiendo que en el corazón arraiguen esas raíces que tendrán
como fruto esas sombras que moran en el alma del amargado.
La amargura es una semilla que se siembra y que no suele germinar al instante. Su presencia, al
principio, es silenciosa. Una decepción duele, pero no nos cambia, dos nos hacen pensar.
Pero cuando alguien acumula demasiadas piedras en el camino y hace una atribución
claramente negativa de su existencia, deja de sentir que tiene control sobre su vida .
Entonces las semillas germinan… y nos enferman.
En palabras de Watzlawick (1983) “Llevar una vida amargada lo puede cualquiera, pero
amargarse la vida a propósito es un arte que se aprende.”.
Un dato que también deberíamos tener en cuenta es el relativo a la clásica imagen del “anciano
amargado”. Todos hemos conocido a ese abuelo o abuela que reacciona con apatía. Aquel que
anticipa cosas negativas, y que tanto rencor parece tener sobre el mundo y la propia vida. Tal y
como nos explican en la revista “Health Psychology“, todo ello son, en la mayoría de los
casos, indicadores de una depresión subyacente. Es importante tenerlo en cuenta.
La amargura y el entumecimiento emocional
A menudo se describe a la amargura como el clásico comportamiento “ tóxico“. Estamos
acostumbrados a utilizar la etiqueta de “toxicidad” muy a la ligera, casi con la necesidad de
ponernos una máscara y alejarnos rápidamente sin tener en cuenta a la persona y su realidad
personal; su cárcel emocional. No es lo adecuado. No al menos en lo que se refiere a la amargura.
La persona que no está en paz consigo misma estará en guerra con todo el mundo.
Como ya hemos indicado anteriormente la persona amargada no nace, se hace con el tiempo y a
raíz de diversas situaciones que no han sido gestionadas, y que en un momento dado, han
superado a la propia persona. No hay que abandonarlas, no hay que dejarlas a la deriva en
este entumecimiento emocional. Sabemos que una mente amargada -deprimida- no pasa de la
noche a la mañana a ser una mente feliz. Pero nunca está demás conocer unos consejos básicos.
Cómo cambiar la actitud de un amargado
Tal y como hemos señalado a lo largo del artículo, en ocasiones, la amargura es un indicador de
una depresión. Por ello, es importante animar a la persona a que acuda a un profesional de
la salud para que valore su estado. Es un primer paso necesario y esencial. Más tarde,
podemos poner en práctica lo siguiente.
La ira es como ese gatillo que se dispara cuando perdemos el control y que, lejos
desahogarnos, suele traer efectos secundarios que nadie desea.
Aprende a ser paciente, a calmar el enojo, a enhebrar la ira en lazo del entendimiento y
la comprensión para darte cuenta que la rabia no soluciona nada, porque lo podemos
perder todo.
A la hora de hablar de esas dos grandes virtudes como son el silencio y la paciencia, parece como
si estas dimensiones se asociaran más bien a la pasividad, a quien es incapaz de reaccionar. No
debemos verlo así. El silencio sabio que no agrade y paciente, permite calmar a la mente
para actuar con mayor aplomo, con mayor acierto y templanza.
Ser paciente, la habilidad de los buenos gestores emocionales
Cuando hablamos de ira, enfado o enojo imaginamos casi al instante la imagen de un niño
pequeño con los mofletes hinchados apunto de gritar. Si las rabietas infantiles son de por si
una dimensión importante que lejos de obviarse, debemos saber atender para que el niño
aprenda a gestionar sus emociones, no iba a ocurrir menos en la edad adulta.
El enfado no expresado nos enferma, pero el enojo que estalla en rabia y agresión
también ocasiona víctimas. Sé paciente, calma tu mente y defiéndete sin agredir. Sé
sabio.
Hay quien elige “tragarse” el enfado. Hacer como si nada hubiera pasado. Consciente de que ya
quedaron atrás los días de gritos y pataletas elige, sencillamente, esconder su enojo, su
frustración. No es lo adecuado ni es saludable. Tampoco es sabio permitir que un enfado se
desboque, cual caballo salvaje guiado por la rabia para crear situaciones tan incómodas como
destructoras.
Los buenos gestores emocionales aprenden de forma temprana que dos de los enemigos más
complejos con los que se debe lidiar son sin duda el enfado y la rabia . Se relacionan
además con numerosos cambios fisiológicos que intensifican aún más la sensación negativa y de
amenaza. Por ello, a la hora de controlar a un enemigo, lo mejor es conocerlo.
Un enfado que no se controla, que no se razona o se gestiona de forma adecuada puede derivar
en frustración y malestar. Cuando la ira inunda en nuestro cerebro debido al efecto de esa química
neuronal, acontece múltiples cambios fisiológicos que van a incrementar aún más la emoción
negativa. La rabia galopa ya de forma descontrolada.
El enfado no se puede esconder ni debe derivar en un ataque de rabia. Hay que desmenuzarlo
entenderlo y canalizarlo de forma adecuada para que no asfixie, para que no hiera ni busque
víctimas sobre las que proyectar el enojo.
A veces, algo tan sencillo como caminar, respirar hondo y buscar un punto visual en el horizonte
donde descansar la mente y apagar el interruptor del enojo puede salvarnos de todos esos
alfileres externos que tanto abundan en el día a día. Es necesario alzarnos al mundo con el
corazón tranquilo, conociendo nuestros límites y sabiendo que habrá momentos malos ,
sin duda, pero los buenos abundan más y son nuestra razón de ser…
Hay ciertos momentos en nuestra vida que parece que algunas personas solo buscan
crear discordia. Ante esta incómoda situación, lo mejor es hacer uso del silencio, alejarnos de lo
incómodo y relajarnos.
Muchas veces quien nos está incordiando busca enojarnos y hacernos sentir rabia. Sin embargo, lo
mejor es no alimentar esa situación y generar una enorme burbuja de calma . Hacerlo no es fácil,
pero sí posible y, sobre todo, altamente beneficioso.
Cada uno tiene unas estrategias que, más o menos eficaces, utiliza en este tipo de momentos. No
obstante, siempre es importante que nos hagamos con un gran bagaje anti-estrés que nos permita
replantearnos a nosotros mismos en situaciones complicadas como hermosos templos de silencio y
calma.
La persona plenamente humana es aquella que consigue ser ella misma. Es un actor de
su propia vida, no un re-actor ante lo que dicen o hacen los demás. Actúa por sus propias
convicciones, no por reacción a cómo actúan o lo que esperan de él los demás.
Alimentar nuestra capacidad para expresar nuestra voluntad sin remordimientos es muy
importante para poder relacionarnos desde la calma y tomando perspectiva para valorar las
intenciones de aquellas personas que generan discordia.
Lograr llegar a plantarnos y a poner un muro de silencio entre nosotros y las malas
actuaciones de los demás es un aprendizaje costoso pero que, sin duda, a la larga dará los
frutos que necesitamos: hacer valer nuestras voluntades para potenciar nuestra autoestima,
nuestra determinación y nuestro amor propio.
Porque, como se suele decir, alejarse de lo conflictivo mejora la salud y el alma…
Sea como sea, es obvio que si aprendemos a gestionar todos esos “contratiempos” que
dificultad nuestro desarrollo emocional y que pueden dañarnos, lograremos tolerar
mejor las circunstancias de un entorno desfavorable.
Para realizar este trabajo de manera completa necesitamos también hablar de lo que nos
produce alegría, placer y orgullo, así como de la manera que tenemos de comprenderlos
y controlarlos.
Ejercitar nuestro cerebro pensante y saber ponerles palabras y expresión a nuestras emociones
nos ayuda a desarrollarnos y a tener éxito en nuestra vida. Porque, si no sabemos hacerlo,
probablemente se vuelva en nuestra contra y nos haga vulnerables ante nuestro mundo interno.
Es decir, el vídeo nos muestra cómo traducir nuestras emociones a palabras es una parte
vital de su comprensión dado que las palabras se conectan con los sentimientos en sí mismos y
las respuestas psicofisiológicas que generan.
En el corto vemos cómo los niños son capaces de alejarse de la situación y mantenerse en el aquí
y ahora a través de estrategias de calma que saben definir a la perfección. Es, sin duda, u n vídeo
con un excelente componente educativo que podemos aprovechar niños y adultos.
El aprendizaje de la gestión de emociones
Las personas podemos aprender el lenguaje de las emociones a cualquier edad. Lo que
ocurre es que, como sucede con el aprendizaje de otros idiomas, lo hablan con mayor claridad
aquellos que lo han aprendido de jóvenes.
Pero con lo que nos tenemos que quedar es con eso, que la identificación y la
comunicación emocional puede aprenderse y que es un aspecto esencial para obtener
relaciones íntimas y satisfactorias.
Una persona que “sabe hablar y escuchar” en esos términos es una persona que puede
sintonizar e interpretar una esfera más de la comunicación intra e interpersonal.