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La faltta de expectativas vitales provoca en los más jóvenes frustración y poco ánimo paara tomar
decisiones.
También podría ser que nuestros hijos reciben hoy más calabazas de la
vida. Pocos pueden responder mejor a esto que el psicólogo Javier Urra y el
economista e ingeniero Leopoldo Abadía. Los dos son padres, abuelos,
profesores y escritores con una gran hilera de títulos en los que han
reflexionado sobre la vida, la educación y la salud. Mental, en el caso de Urra;
financiera, en el caso de Abadía. Los dos parten de una misma premisa: "el
contexto actual no tiene nada que ver con el de décadas anteriores.
Nuestros jóvenes y adolescentes suman ya varias crisis en su cuenta:
energética, climática, laboral, económica, sanitaria… Esto ha acentuado
su sensación de pérdida de horizonte y hay que tomárselo en serio".
El 29,6% de los españoles menores de 25 años se encuentra en paro, un
dato que pone en cuestión que la adolescencia sea solo un estado transitorio,
un rito de paso a la autonomía individual. "La modernidad ha acortado los
años de infancia, pero la precariedad prolonga la adolescencia y hace a los
jóvenes vulnerables por esa pérdida de fe en la posibilidad de progresar o
alcanzar un grado de bienestar", indica Abadía. Los propios padres son
escépticos. Según el CIS, en siete de cada diez hogares domina el
pensamiento de que sus hijos vivirán peor. "La frustración es mayor si
tenemos en cuenta que estamos ante la generación mejor preparada
académicamente, pero con pocas expectativas de encontrar un trabajo a la
altura de su formación", añade Urra.
El estilo de crianza es decisivo
El panorama no es muy halagüeño, pero tanto el economista como el
psicólogo opinan que sería muy temerario generalizar cuando se pregunta
si los jóvenes tienen ahora la piel más fina, si son derrotistas o si les hemos
dotado de recursos emocionales suficientes para salir adelante ante cualquier
circunstancia. Por supuesto, una buena parte de los jóvenes es gente creativa,
comprometida, ilusionada, exigente consigo misma y con habilidades que
les permiten hacer frente a la adversidad.
Estamos ante una generación de cristal, dura en su actitud, pero sumamente frágil en lo
emocional
Urra pone el acento en esa niñez en la que se gesta una mente sana y marca,
en buena parte, la diferencia con esa otra juventud bautizada
como generación de cristal, dura en su actitud, pero sumamente frágil en lo
emocional. "A menudo son el resultado de una crianza sobreprotectora;
controladora en muchos aspectos y descuidada en cuanto a límites, firmeza
o resolución de problemas".
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