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CONSUMO DE SIGNIFICANTES - Joel Blanco

Comentario del artículo


Inés Real Pascual

El artículo comienza hablando de cómo, en la actualidad, muchas empresas usan


etiquetas y denominaciones relacionadas con la sostenibilidad, con fines puramente
mercadotécnicos, ya que muchas veces son innecesarias o redundantes si se comparan
con la legislación vigente en esos ámbitos, o no son coherentes con cómo se han
concebido otros procesos del ciclo de vida de los productos. Esto se puede comprobar
observando un folleto de cualquier supermercado, donde, sobre todo en la parte de
alimentación, aparecen productos en los que la palabra “bio” es más grande que la propia
marca, o que basan toda su imagen en este aspecto. Uno de los ejemplos más
representativos que se ha encontrado es el café “Bonka” de Nestlé: su principal
característica es que es de cultivo sostenible, aunque sólo su variedad premium tiene el
certificado de sostenibilidad “Rainforest Alliance”, y éste no es demasiado exigente: “los
estándares que se aplican son tan pobres que le restan validez a esta certificación casi
por completo. A diferencia de la certificación que ofrece Fair Trade, la de Rainforest
Alliance no garantiza un precio fijo a los caficultores lo que los deja vulnerables a las alzas
y caídas de los precios del café en la bolsa de valores. A pesar de que la certificación de
Rainforest Alliance incluye algunas estipulaciones sobre el uso de la biodiversidad y los
agroquímicos que se pueden emplear, no exige estrictamente que el café se cultive de
forma orgánica.” (fuente: https://foodispower.org/es/alternativas-alimentos/la-realidad-del-cafe/)
Gracias a esto, a las empresas que realmente se esfuerzan en tener el menor impacto
negativo en el planeta de forma global, les es mucho más complicado comunicarse con
sus potenciales consumidores de forma que se les tome en serio, y la información se
perciba como verdadera.
Después, se explica la razón de que las marcas utilicen con tanto éxito estos calificativos:
al existir múltiples fuentes de información y una gran variedad de opciones para cada
producto, el consumidor tiende a sentirse abrumado, y, con la urgencia que existe
actualmente por tomar decisiones y consumir de forma rápida y contínua, éste opta por
asumir como cierta la información que comunican las marcas en el packaging de sus
productos y en su publicidad, en lugar de contrastarla. Además, el escoger este tipo de
artículos en lugar de las opciones que no tienen estas denominaciones, “recompensa” al
comprador con una sensación de haber realizado una buena acción.

El artículo expone también que muchas personas están utilizando etiquetas similares o
“virtudes” para describirse a sí mismas en sus perfiles en Internet (como ecologista,
activista, feminista…) sin que esto se traduzca en un análisis o en acciones reales por
parte de la persona en cuestión. Esto se puede aplicar, en general, a las redes sociales,
donde es muy frecuente verse forzado a adoptar una posición muy rápidamente ante
cualquier acontecimiento político o social, incluso si se trata de conflictos internacionales
de gran complejidad, sin que tenga importancia conocer en profundidad el tema o
formarse una opinión fundamentada; de lo contrario, ese perfil dejará de ser relevante,
perderá seguidores o se arriesgará a ser “cancelado” por una parte importante de sus
seguidores. El resultado es que muchas personas acaban definiéndose por las marcas
que consumen, y por una serie de etiquetas que tienen más que ver con las tendencias
del momento o con cómo quieren ser percibidos por los demás.

Éste tipo de calificaciones y términos simbólicos, que no tienen un significado real detrás,
también pueden apreciarse en el mundo del arte y del diseño. El texto habla de obras que
no son valoradas por su técnica o su contenido, si no por su vinculación a determinadas
ideologías o corrientes; otro ejemplo estaría en superproducciones cinematográficas,
que, últimamente, se publicitan como “feministas” o “empoderantes” simplemente por
tener una mujer como protagonista.

Volviendo a la problemática del uso de la ecología como reclamo publicitario, el autor


comenta que, una solución temporal al problema, estaría en aplicar una regulación mucho
más estricta a las marcas, de forma que el diseño de un ciclo del producto sostenible
fuera un requisito obligatorio para salir al mercado, pero que la situación climática no irá a
mejor a no ser que cambie radicalmente nuestro sistema económico o nuestro modo de
vida. A pesar de que se está de acuerdo con esta última afirmación, hay muchas otros
campos en los que se puede actuar, desde dentro y fuera del diseño, hasta que llegue ese
momento: por ejemplo, tratando de difundir buenas prácticas de diseño y consumo a
consumidores, diseñadores y empresas que realmente quieran apoyar modelos de
negocio y estilos de vida menos perjudiciales para el planeta.

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