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Porge: La transferencia a la cantonade

Después de un largo tiempo trabajando con niños me di cuenta de que se podía hacer un trabajo
analítico con ellos, sin pertrechos de juego, ni dibujo, sin apremio de tiempo. Mi práctica en sus
aspectos llamados técnicos, no era esencialmente diferente de aquella con analizantes que han
pasado la pubertad.

Es habitual escuchar la pregunta respecto a la práctica con niños, sobre si es realmente un


análisis. La práctica con niños esta más expuesta que aquella con adultos porque se desarrolla
implicando a terceros que pueden intervenir directamente ante el analista. Quizás sea por esto
que se le pide a esta práctica, más que a otras, dar sus razones. Frecuentemente se hacen
preguntas al análisis de niños en nombre de un modelo de análisis de adultos, preguntas que no
están resultas para la practica con adultos.

Me pregunto qué es lo menos que el analista puede y debe hacer cuando se dirigen a él por un
niño. ¿Qué es lo mínimo que solo un analista está apto para efectuar cuando los padres consultas
a un “psi”? Tomare como punto de partida, la transferencia.

En 1926, Freud no hace distinción entre la neurosis infantil tal como es reconstruida a partir del
análisis de los adultos y la neurosis de los niños, es decir, una sintomatología neurótica en los
niños. La cuestión que se plantea es saber si esta neurosis se encuentra con los niños o no. Si,
dice Freud, en el caso de neurosis en el adulto: “en ninguno de los que luego se vuelven
neuróticos echamos de menos el anudamiento de la enfermedad infantil, que no necesita haber
sido demasiado llamativa en su época”. Pero de todas maneras, “la neurosis infantil no es la
excepción, sino la regla.

En 1932 Freud inicia una distinción entre los estados propios de los niños y la neurosis. No es
más la neurosis de los niños la regla sino que son los estados que es lícito equiparar a las
neurosis, que atraviesan muchos niños durante sus primeros años. Es el caso de todos aquellos
que se enferman más tarde mientras que “en numerosos niños la contracción de una neurosis no
aguarda hasta la madurez, estalla ya en la infancia”. De este modo, aparece una distinción entre
una afección neurótica y estados equivalentes. La transferencia desempeña otro papel, puesto
que los progenitores reales siguen presentes, se sobreentiende otro papel que en el adulto. Pero,
¿Qué papel juega en el niño?

Recordemos el papel que juega la transferencia en el adulto, “cuando el paciente muestra al


menos tal complacencia, que respeta las condiciones de existencia del tratamiento, conseguimos
regularmente dar una nueva significación de transferencia a todos los síntomas de la
enfermedad, reemplazar su neurosis ordinaria por una neurosis de transferencia, de la cual
puede ser curado por el trabajo terapéutico. La transferencia crea así un reino intermediario
entre la enfermedad y la vida por el que se efectúa el pasaje de la primera a la última. El nuevo
estado endosó todos los caracteres de la enfermedad, pero presenta una enfermedad artificial,
que es por todos lados accesible a nuestras intervenciones. Es simultáneamente un fragmento de
experiencia vivida real, pero posibilitada por condiciones particularmente favorables, y tiene la
naturaleza de algo provisorio”.

Si la transferencia juega en el niño un papel diferente del que juega en el adulto, ¿No es porque
en el niño no sustituye a una neurosis ordinaria? En el niño, es neurosis ordinaria, de ahí el
término “equiparar”, empleado por Freud. Estos estados neurológicos por los que atraviesan
muchos niños son neurosis de transferencia, no sustituidos en una neurosis ordinaria. En el niño
la neurosis ordinaria sustituiría a una neurosis de transferencia no resuelta.

Pero, ¿Sobre quién dirige el niño una neurosis de transferencia? Y, ¿Por qué? ¿Sobre quién?
Sobre cualquier objeto parental cercano, el padre, la madre, un hermano, etc. La neurosis de
transferencia estalla frente a quien no sostiene más la transferencia del niño. En la perturbación
del discurso de los pares es perceptible que no asumen más un lugar del sujeto supuesto saber.
En el límite, el niño se transforma en “persecutorio” para los padres, en general, de una
“persecución”, tal como se la encuentra en la histeria. Perciben el trastorno de un niño como si
fuera dirigido contra ellos: “el me hace una crisis”.

El síntoma del niño es simultáneamente el representante para los padres de un saber supuesto
que el niño oculta, no dice, y que el analista debería descubrir.

Es como si hubiera ruptura en la trasmisión del saber. Ruptura que prueba que ese saber no es
otro que el saber de una transmisión, que el saber es lo que se produce por un cierto lazo social
o, que la flia es tomada en un tipo de discurso, donde el saber está en el lugar del producto. El
sujeto supuesto saber surge en el punto de desfallecimiento del saber, como producto.

Eso forma parte de los efectos psicopatológicos donde, son reveladas las tensiones surgidas del
edipismo: expresan una dehiscencia del grupo familiar en el seno de la sociedad debido a un
incremento del poder captador de ese grupo sobre el individuo, en la medida misma de la
declinación de su poder social. La perturbación en el niño manifiesta un punto de ruptura
respecto a lo que de un saber familiar no es más transmisible al grupo social. No es más
transmisible a la manera de un chiste, es decir de eso que pasa la barrera de una relación dual
para producirse en un lugar tercero. En algunos momentos el mensaje del niño dirigido
directamente a una persona implica que sea colocado ese lugar tercero y constituya una
instancia activa con el fin de que el mensaje llegue a su destino, porque ese lugar es el destino
legítimo del mensaje.

En el caso Hans, Freud se dirige al niño, pero no es el quien va a escucharlo. Freud destina su
mensaje a los lectores, especialmente a los analistas.

Esta simultaneidad de la dirección del mensaje se llama “hablar a la cantonade”, que era un
término de teatro que designaba un costado del teatro donde una parte de los espectadores
estaban sentados sobre bancas en forma de pequeño anfiteatro. Luego desgano los pasillos.
Hablar a la cantonade es hablar a un personaje que no está en escena.

Por otro lado, Piaget, con lo que ha llamado el discurso egocéntrico, el niño no habla para sí,
como se dice. No se dirige tampoco al otro, si usamos la repartición teórica que han deducido de
la función del tú y del yo. Pero tiene que haber otros allí, entonces hablan a la cantonade, en alta
voz pero a nadie en particular. Es el discurso egocéntrico es un “a buen entendedor…”

El punto de ruptura de la transferencia es uno de los padres es ese punto en que ya no es más
buen entendedor, donde no escucha más la división del sujeto en su mensaje, justamente ahí
donde sería importante que la escuche. Este desfallecimiento es tan general como la neurosis del
niño. Esta neurosis se declara cuando quien está a cargo de hacer pasar socialmente el mensaje
familiar, ya no asume su función de sujeto supuesto saber, cuando rechaza la transferencia
confundiendo, en su escucha al niño, el enunciado del mensaje directamente dirigido a él con e
lugar tercero al que ese mensaje está destinado y desde donde justamente puede regresar al
sujeto.

Ese modo de desfallecimiento asigna al analista, cuando es solicitado, un lugar equivalente al


que juega para el niño la novela familiar. Las fantasías, “sustituyen al padre efectivo por un
padre más noble, no hacen más que expresar en el niño la nostalgia de una época feliz y perdida
en la que su padre se le aparecía como el hombre más noble y fuerte, y su adre como la más
bella y querida. El niño no elimina a su padre sino que lo enaltece. La novela familiar es una
manera de restablecer el pedestal de donde los padres han caído. El analista es llevado a cubrir
la misma función, a restablecer una transferencia puesta a prueba y es lo que hace en el mejor de
los casos.

En primer lugar, aparece que la transferencia del niño sobre el analista no es muy evidente. La
lectura de informes de análisis de niños por la manera en que desde los primeros encuentros el
analista de algún modo fuerza la transferencia del niño. De entrada el analista se dirige al niño
como si hubiese comprendido.
El analista llega a encontrar un lugar en la neurosis de transferencia del niño. Pero no será, con
en el adulto, una neurosis de transferencia que sustituirá a la neurosis ordinaria, porque esta
neurosis ordinaria es ya para el niño la transferencia. Entonces, ¿Cómo llamar a esta
transferencia particular? Es una transferencia indirecta que aspira a sostener la transferencia
sobre la persona que de entrada se revelo inepta para soportarla. Es además una transferencia
indirecta contemporánea al establecimiento de un lazo de transferencia sobre un progenitor en el
mismo momento en que esta último desfallece. Una transferencia a la cantonade.

El analista permitirá que la neurosis de transferencia del niño se desarrollara y que el entorno la
tolere. Lo que demanda el niño es que lo dejen hacer su neurosis. Quiere poder hablar a la
cantonade, es su manera de subir a escena. Incluso es necesario que el lugar de esta cantonade
sea preservado y diferenciado. Las intervenciones del analista sobre la ubicación de los padres
frente a la neurosis del niño son tan o más importantes que sus intervenciones directas sobre
esta neurosis De esas intervenciones, la más simple no menos eficaz, consiste simplemente en
cerrar la puerta del consultorio donde se recibe el niño.

La transferencia sobre la persona misma del analista no puede ser analizada como tal por el
niño. Esto es correlativo al hecho de que la neurosis del niño está ya constituida como neurosis
de transferencia antes de encontrar al analista. La transferencia del niño solo es analizada en
tanto recoloca al niño en un cuadro edipico; el trabajo del analista es su contribución social al
edipismo. Si hay un límite estructural a la interpretación de la transferencia al analista no podría
haber allí fin del análisis con el niño. Este límite estructural existe. No hay análisis de la
transferencia amorosa niño analista. Este es sistemáticamente proyectado sobre el plano edipico,
sino, uno se encuentra en un más allá de la cura.

El niño no puede tener acceso al análisis de la transferencia amorosa con el analista, porque no
tiene acceso a lo que en y por el encuentro sexual, lo pone en la determinación de la formula
“no hay relación sexual”. La efectuación de esta prohibición puede, en el mejor de los casos,
realizarse ni el niño con el psicoanálisis. Pero, la prohibición no está sobre el mismo plano que
lo imposible de la relación sexual.

No está solamente exceptuado para la reproducción, sino también esta exceptuado de un saber,
“no hay relación sexual”. No saber que suplen las teorías sexuales infantiles. El amor para el
que el niño está listo es el amor determinado por las teorías sexuales infantiles: todos los
humanos tienen un pene, lo que provoca la Verwerfung del saber de la vagina y un efecto
paralizante: el niño es evacuado por el ano, la concepción sáfica del coito.

Hay un momento en que el análisis del niño se detiene y esta detención se localiza por
comparación con la estructura de la relación amorosa, que más tarde será determinante.
Entonces, ¿Cómo terminar un análisis con un niño cuando sabemos que por una necesidad de
estructura queda inacabado? El fin de los trastornos no es forzosamente el fin de la neurosis de
transferencia y el fin de esta neurosis no es forzosamente el fin del análisis. Entonces, ¿Cómo
terminar de tal forma que sea inacabado pero de una buena manera? Se puede intentar hacer que
el fin de los trastornos sea el fin de la neurosis de transferencia en el sentido en que yo lo definí.
Ese no es simple el caso. Por el contrario, hay una diferencia a mantener: entre un fin de análisis
de neurosis de transferencia y un fin de análisis de la transferencia. Esta diferencia es además la
garantía de que el sujeto pueda formular una demanda, si siente la necesidad de ella, cuando sea
adulto.

Algunos se preguntan, ¿Se debe tomar a un niño en análisis? Si, respondería yo, a condición de
detenerse a tiempo.

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