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Todos estos puntos, con desigual intensidad, son puestos en entredicho a lo largo de la obra de
Winnicott, explícita E implícitamente. también hacen resistencia para el trabajo del
psicoanalista y el psicólogo clínico de hoy en día. O inducen a forjarse un retrato fantástico del
bebé, del niño, del púber y del adolescente o consolidan una imagen deficitaria de algunos de, o
bloquean al terapeuta para entender el material del niño, o todo esto a la vez, superpuesto.
Pero hay que detenerse a tener bien en cuenta que es dejar que el niño ingrese al psicoanálisis
con toda su tumultuosidad, en vez de sentarlo para que se porte bien sin tocar nada indebido de
las grandes verdades establecidas lo que lo que posibilita aquel inventario. Para lo cual hace
falta desprejuiciarse y preguntarle al niño por su ser a través del vínculo de trabajo con él.
Lo cual nos conduce a otro rasgo estructural del psicoanálisis y a uno que ha complicado larga y
hondamente las percepciones clínicas del niño, en especial las del más pequeño:
-Patomorfismo, “retrospectivo”, como dice Stern: infancia y niñez se reparten en diversos
estadios caracterizados por una patología que sigue en general los carriles de la psicopatología
del adulto. El bebé será pensado, según las pautas del esquizofrénico y del autista. Consignemos
de nuevo que, prácticamente todo esto se hizo a espaldas de una clínica del niño de carne y
hueso, con lo que se creyó poder inferir sentado a espaldas del adulto.
No habría como exagerar la importancia más bien negativa que esto ha tenido. A caballo de la
“teoría de la libido” y de sus “estadios” se psicopatologizó la fuente de emergencia de la
subjetividad. Para aprender cosas nuevas más ajustadas a nuestra experiencia hay que
desaprender esto: un niño pequeño no se parece en nada a un esquizofrénico o a un paranoico, y
así sucesivamente; un bebé no tiene nada en común con un pequeño afectado de autismo; las
enfermedades “mentales” no son “regresiones” a etapas más tempranas de la existencia.
Un punto donde este patomorfismo ha hecho particulares estragos ha sido en lo tocante al deseo,
a la relación del sujeto con el deseo. Sigue constituyendo un serio problema el que los impasses
de la enfermedad neurótica como enfermedad del deseo sean el referente por excelencia para
caracterizar la conformación del desear en los primeros años de la vida, con ese particular culto
a la “insatisfacción”. Por esta vía se confundió el deseo del niño de seguir deseando con la idea
-neurótica- que hace de la insatisfacción y del malestar la “esencia” del deseo humano.
Sintetizando mucho, puede decirse que I) el funcionamiento general de los textos de Winnicott
y sus ideas ya no responde al conjunto dibujado por estas invariantes, el movimiento de su
pensamiento no está regulado por ellas en absoluto; II) yendo al caso por caso, Winnicott se
desmarca de cada una de ellas. Pero ninguno de aquellos rasgos se reproduce tal cual en su obra.
En este capítulo, por el momento, tocaremos con algún detalle uno solo, el que concierne al
principio de inercia freudiano. No solo porque es al que Winnicott se opone más frontalmente
tanto a la idea misma como a su principal derivación, la pulsión de muerte, sino por la
magnitud colosal de la obturación que provoca en el estudio del bebé en adelante la idea de que
no habría tendencia más fundamental en el psiquismo que desembarazarse radicalmente de la
estimulación, llevándola al cero o lo más cerca posible de él. Como estimulación implica
diferencia, la consecuencia ineludible es imaginar un psiquismo de entrada y definitivamente
peleado con la diferencia. Esto es grave, también por oscurecer el hecho nodal de que, desde su
emergencia más remota, en sus más tempanas manifestaciones, la subjetividad incipiente no
sólo busca el estímulo, sino que participa de la construcción de lo que es estímulo para ella,
como puede verificárselo estudiando las más “primitivas” interacciones. Con lo que el obsoleto
modelo del “arco reflejo” o del “estímulo-respuesta” queda largamente sobrepasado. Trátase de
una vida psíquica que goza de la diferencia, lejos de aspirar a abolirla. Tampoco sigue en pie la
referencia freudiana a un principio del placer que regularía la actividad psíquica: derivado
apenas alterado de la ecuación Q = cero como ideal de “buen” funcionamiento psíquico, este
principio de placer solo propone la descarga y no el encuentro con la diferencia. Cuando un
bebé en su cuna se “mata” de risa ante un sonido o expresión facial que lo sorprende y con el
que se regocija, ¿está “descargándose” de excitación o está disfrutando del encuentro con una
pequeña diferencia que acaba de constituirse en un juego con otro; reteniendo más bien la
excitación, graduando su flujo a “chorros” para jugar con la nueva estimulación?
Apartado de todo esto, Winnicott no introduce principio alternativo alguno, pero sí se refiere, a
la “tendencia a la integración” como la fundamental del psiquismo, la que espontáneamente
emerge. Lo que torna posible un diálogo que no sea de sordos con la biología y en particular con
la neurobiología, hecho que nos importa; “tendencia a la integración”, en una escala de
complejidad creciente y de diversificación de diferencias es una idea inteligible para un físico,
para un biólogo, para un antropólogo cultural… tiene sentido, científicamente hablando;
mientras que un “aparato psíquico” empeñado en hacer del cero su destino es una ficción no
compatible con ninguna proposición científicamente fundada, que deja al psicoanálisis en un
aislamiento peligroso para su porvenir.
La contraprueba de esto que decimos es que, donde sí funciona un principio de inercia como
rector es en algunas patologías de extrema gravedad, aniquilantes de la vida psíquica. Un niño
autista, en particular, sí se comporta como “buscando” el cero y reacciona con sumo rechazo y
hasta con pánico a la introducción de una diferencia de la que sus estereotipos lo mantienen lo
más alejado posible. Pero tal niño no tiene nada que ver con un desarrollo medianamente
saludable. De otra manera, las fobias muy severas también se caracterizan por la tentativa de
neutralizar toda aparición o emergencia de algo “nuevo”, para decirlo en vocabulario corriente.
Por una parte, entonces, esa tendencia a la integración, la que Winnicott destaca correctamente
sus raíces biológicas, en lo más “oscuro” de la materia viviente, y como una de sus propiedades
fundamentales, impulsa un desarrollo no de lo simple a lo sin de lo ya complejo a lo más
complejo aún. Por la otra, cada acto de integración integra diferencias; la integración es
siempre de diferencias, a cualquier nivel que se la considere y es integración, no disolución, de
ellas.
Este “empezar de nuevo” con el psicoanálisis desde el lado del niño, de la experiencia de
trabajar con él, de investigar en él y estudiarlo “directamente” conduce a proposiciones y abre
caminos en ocasiones muy diferentes de la perspectiva psicoanalítica tradicional. No que ésta
hubiera que desecharla en bloque: cada una de sus piezas deberá ser reexaminada, reubicada, a
veces abandonada, a la luz de esta nueva luz. Siguiendo a Jacques Derrida, denominamos
deconstrucción a esta tarea y a este trabajo.