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A LAS FUENTES DE LA
SACRAMENTOLOGÍA
CRISTIANA
La humanidad de Cristo
en la Iglesia
EDIBESA, 2004
M adre de Dios, 35 bis
28016 M adrid
Teléfono: 3 4 / 9 1 345 19 92
Fax: 3 4 / 9 1 350 50 99
E-m ail: edibesa@ planalfa.es
ISBN: 84-8407-435-8
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Sumario
P r ó l o g o .......................................................................................................... 11
Parte p r im e r a
INTRODUCCIÓN
Capítulo I
Una Sacramentología Fundamental h o y .................... 15
Parte seg un d a
EL HOMBRE Y LO SACRAMENTAL
(Aproximación antropológica)
Capítulo II
Cultura y celebración sacram ental.............................. 31
Capítulo III
Antropología de lo sacramental ................................... 69
Parte tercera
Capítulo IV
Sacramentología y Sagrada E s c ritu ra ........................... 105
Capítulo V
La sacramentalidad en las fuentes patrísticas
prim itivas......................................................................... 118
C op ynflh le d m ak
Capítulo VI
Hacia una Teología Fundamental de los Sacramentos 132
Capítulo VII
La Sacramentología Fundamental en la Suma de
Teología de Santo Tomás de Aquino............................ 155
Capítulo VIII
La Sacramentalidad Fundamental en el
Concilio de T re n to ......................................................... 177
P a r te cuarta
SÍNTESIS SISTEMÁTICO-TEOLÓGICA
(Aproximación teológica)
Capítulo IX
La renovación teológica de la Sacramentología
Fundamental ................................................................. 203
Capítulo X
Fundamentos teológicos de la Sacram entalidad........ 228
Capítulo XI
Los Sacramentos, acontecimientos de salvación........ 282
P arte q u in ta
CELEBRACIÓN SACRAMENTAL
(Aproximación pastoral)
Capítulo XII
Los Sacramentos se celebran en la Iglesia.................... 331
10
C opyngr
Prólogo
11
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som os alim entados con el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo. La vida
sacramental sería un ritualismo vacío si faltara un conocim iento serio
del sentido de los sacram entos y la experiencia celebrativa de la vida
que de ellos emerge. Som os lo que celebramos, y así com o som os, cele
bramos. Entrem os, pues, en el m isterio con fe y adoración.
N ecesitam os un nuevo Movimiento Litúrgico que nazca de lo m ás
íntim o de la Liturgia, y que consista, no tanto en nuevos textos y nue
vas creatividades externas, sino sobre todo en el redescubrim iento
del verdadero tejido central del núcleo celebrativo. No se trata de vol
ver la Liturgia interesante, espectáculo, sino de m ostrar su im por
tancia, com o encuentro y experiencia de la salvación del D ios vivo.
N ecesitam os un nuevo im pulso espiritual para que el culto litúrgi
co vuelva a ser la gran acción de la Iglesia una, santa, católica y apos
tólica. Un organism o vivo que se desarrolla, no artificialm ente, sino
a partir de la vida que se experim enta.
El Verbo Encarnado viene a sacarnos de nuestra soledad, invi
tándonos a entrar en este misterio de com unión, que llam am os Iglesia
en celebración. Es preciso mostrar en nuestras celebraciones que los
sacram entos son dones del am or de Dios, que brotan del Cuerpo de
Cristo y que nos hacen com unidad y nos im pulsan a entrar en com u
nicación con los dem ás, con el m undo y con nosotros m ism os. ¿Qué
hacer cuando oím os que las celebraciones son aburridas, siendo así
que la Liturgia es el canto de alabanza m ás sorprendente en el que
podem os participar? El Verbo se ha hecho carne. Grande es la cele
bración del m isterio de la fe, en el que participam os de la salvación.
Dios desciende a nosotros por m edio de los sacram entos.
El subtítulo del libro clarifica tam bién el contenido concreto de
estas páginas, que nos lleva a los ám bitos cristológico y eclesiológico
donde se gesta y se celebra la sacramentalidad cristiana1. Escribía San
Jerónimo al Presbítero N epociano, sobrino de su am igo Heliodoro:
"No quiero seas vocinglero, rábula y charlatán, sino experto en el m is
terio y muy erudito en los sacram entos de tu D ios”2. Y San Ambrosio
de Milán, al inicio de las obras De Mysteriis y De Sacramentis, afirma
que sólo después de recibir los sacramentos, los neófitos podrán com
prenderlos. "Ahora es el m om ento de hablaros de los m isterios y de
explicaros el m otivo de los sacram entos”3.
P ed ro F ernández R o d r íg u ez , O.P.
Salam anca, Pascua 2004
12
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Parte primera
Introducción
Copynghled mak
Copyrighted materia
Capítulo I
Una Sacramentología
Fundamental hoy
1. E l p o r o u é d e l tratado d e la
S a c r a m e n t o l o g ía F u n d a m e n t a l
15
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mentalmente la salvación? Incluso, algunos padres ya no se pre
guntan cómo bautizar al hijo, sino por qué hay que bautizarlo,
como también otros novios se preguntan, no sobre cómo cele
brar la boda, sino si es preciso casarse por la Iglesia. En fin, es
urgente llegar a la verdad sacramental y a su adecuada cele
bración, para lo cual hay que superar tanto el riesgo de la ide-
ologización ilustrada de algunas teologías, como el falso espl
ritualismo, intimista, de ciertos estilos, cuando no olvidos,
celebrativos. Se precisa, pues, una reconciliación crítica con los
ritos sacramentales.
Las respuestas a los primeros interrogantes ahora formu
lados pueden presentarse en los niveles teológico y antropoló
gico. Desde la teología afirmamos que los sacramentos se dan
en la Iglesia debido a la transcendencia divina que ha querido
servirse de mediaciones visibles, como son la creación y la
Encamación del Verbo, acontecimientos constituyentes de la eco
nomía sacramental cristiana, y en la concreción visible del mis
terio de la Iglesia; además, los cristianos celebran los sacra
mentos como consecuencia de la aceptación y obediencia por
parte de la Iglesia a la palabra de Jesucristo. Desde la antropo
logía cristiana afirmamos que es urgente restablecer en el con
texto de la visibilidad sacramental las relaciones entre el sim
bolismo en el que vive el hombre y el misterio de la salus camis
celebrado en los sacramentos, entre la gracia y la experiencia de
sus consecuencias, advirtiendo la condescendencia divina con
la condición humana.
El tratado de los sacramentos en general, históricamente
posterior al tratado de los sacramentos en particular, nace en
la edad media como una introducción sistemática al estudio de
los sacramentos cristianos. Ahora bien, es evidente que la rea
lidad sacramental es un dato consubstancial a la Iglesia del
Verbo Encarnado, y constituye una categoría fundamental en
la expresión de la fe cristiana, aunque su sentido teológico se
precisara en el medioevo. La sacramentalidad y los sacramen
tos pertenecen esencialmente al estado peregrinante de la
Iglesia. Lo sacramental es, incluso, una característica específi
ca y constituyente del catolicismo, si lo comparamos con el pro
testantismo clásico. “Lo característico de nuestra fe cristiana es
esa particular relación hacia el otro, el inmediato y directo
entrecruzamiento o ensamblaje de historicidad y transcendencia,
16
de la concreción histórica y del Dios que se comunica a sí
mismo precisamente en ella’'2.
Es preocupante constatar la simultaneidad entre la crisis en
la práctica sacramental y la renovación estructural de la
Sacramentología Fundamental, que nos obliga a no separar el
sorprendente interés por la corporeidad, una base de la renova
da teología sacramental, de la necesaria experiencia mística, para
no confundir la realidad con las palabras o con los símbolos. En
el contexto de la palabra informativa y preformativa se estudia
hoy la sacramentalidad como acción comunicativa ritual al ser
vicio de la autocomunicación de Dios3. La sacramentalidad es,
ante todo, mediación entre la transcendencia de Dios y la inma
nencia del hombre, pues nos comunica la gracia en nuestra his
toria; Dios no sólo se revela, también se autocomunica en la his
toria de la salvación celebrada sacramentalmente.
2. U na m a n e r a n uev a d e n a r r a r la sa c r a m en ta lid a d
17
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texto objetivo, Dios, sacramento, hombre en el sentido de ida y
vuelta; mientras que en el contexto subjetivo es Dios, hombre,
sacramento en el sentido también de ida y vuelta4. Es importante
advertir que el hombre no es un mero receptor de los sacramen
tos (contexto objetivo), sino su concelebrante (contexto subjetivo).
El modelo sacramentólogico del Vaticano II, basado en la
sacramentalidad de la Iglesia, sacramento del Verbo, corrige
algunas interpretaciones inadecuadas del modelo objetivo,
como el objetivismo exagerado, el maximalismo, el individua
lismo y el desequilibrio entre el signo y la causa. Además, apa
rece purificado el esquema lineal Dios, Cristo-Iglesia, hombre-
mundo, pues Dios al crear el mundo y gestar la Iglesia tuvo en
cuenta la imagen de su Hijo. Por otra parte, advirtiendo el sacra
mento como acción de Cristo y de la Iglesia se equilibran los
aspectos objetivo y subjetivo de la sacramentalidad cristiana en
su normal contexto histórico.
Esta orientación impulsa a los teólogos a buscar unas cate
gorías enculturadas en las cuales podamos expresar un concep
to de sacramento, que responda también al ámbito antropológi
co de la historia de la salvación. La comunión de Dios Padre con
el hombre en Jesucristo es la raíz de la sacramentalidad, que abar
ca todo lo mundano. En fin, no se trata de prejuzgar el concepto
clásico de sacramento, sino de encontrar el vocabulario adecua
do para que la palabra sacramento muestre en cada caso lo que
queremos que diga. Los cristianos debemos estar preparados para
responder de nuestra fe en la cultura de nuestro tiempo, como los
antiguos fueron capaces de hacerlo en su momento histórico5.
18
“La teología no puede renunciar a buscar un concepto de
sacramento con suficiente base exegética y legitimidad sistemá
tica. Efectivamente, lo que está enjuego en el concepto de sacra
mento es, no sólo una opción sobre la relación del cristianismo
con las religiones mistéricas en el plano de la historia de las reli
giones, sino también una opción sobre la relación teológica de
revelación y naturaleza, o de Dios y mundo y, por fin, la decisión
acerca de si la ontología tiene su fundamento en la escatología,
o ésta en aquélla. Una ojeada a la historia de la teología descu
bre que en la interpretación del sacramento es donde la escato
logía y la protología se hallan en un contacto más estricto e ínti
mo, pero también más problemático"6. “En los sacramentos Dios
crea y trasmite la realidad escatológica de la novedad salvífica de
Cristo. Y la trasmite bajo la reserva escatológica, que indica una
apropiación verdadera y ontológica de la gracia, que incluye
transformaciones y cambios reales, pero que no llega a alcanzar
el final (telos) del dinamismo inherente a los procesos de la gra
cia incoados”7.
En fin, la razón de ser del tratado de la Sacramentología
Fundamental está justificada, por consiguiente, desde el objeti
vo de investigar tanto el concepto teológico como la praxis pas
toral de lo sacramental, donde aparezca su vinculación fun
dante a Cristo y a la Iglesia, y sus mediaciones antropológicas
adecuadas y su relación con el dogma y la moral de la vida cris
tiana. “Mientras se debe conservar el concepto de sacramento en
cuanto aplicable a diversas acciones eclesiales salvíficas por con
siderarlo teológicamente legítimo, importante y necesario, el
Phase 38 (1998) 283-297; C. O'N eill , Sacramental Realism. A General Theory o f the
Sacraments. Chicago 1998; P. H affner, The Sacramental Mistery. Herefordshire 1999;
A. B ozzolo, La teología sacramentaría dopo Raimen II dihattito e i problemi. Roma
1999; Corso di teología sacramentaría, ed. A. Grillo - M. P erroni - R. Tragan. Vol. I.
Metodi e proposte. Vol. II. Sacramenti della salvezza. Brescia 2000; J. M. R ovira
Belloso , L o s sacramentos, símbolos del Espíritu. Barcelona 2001; A. G anoczy,
“Bulletin de théologie sacramentaire”. Recherches de Science Religieuse 89 (2001) 593-
618; Varios, “Sacramental Presence in a Postmodem Context”. Questions Liturgiques
82 (2001) 5-96. 112-127; A. H aquin, “Sacrement et sacramentalité. Une évolution en
cours". Revue Théologique de Louvain 32 (2001) 513-528; A. F errándiz G arcía, L o s
diferentes modelos sacramentológicos en la reflexión teológica española del posconci
lio. PUG. Roma 2002; A. G anoczy, "Théologie sacramentaire. Bilan d'une double
décennie". Recherches de Science Religieuse 91 (2003) 223-258.
6. E. J üngel - K. R ahner, Was ist ein Sakrament? Friburgo 1971, pp. 28-29.
7. G. U ríbarri, “La reserva escatológica: un concepto originario de Eric
Peterson (1890-1960)”. Estudios Eclesiásticos 78 (2003) 98.
19
estudio de los sacramentos particulares en tratados diferentes no
hace innecesaria la Sacramentología Fundamental. La importan
cia de ésta crece si se tiene en cuenta que hoy vuelve a aplicarse,
más que antes, a Cristo mismo y a la Iglesia el término sacramento,
porque se considera que es un concepto teológico fecundo”8.
3. L ugar d e la S a c r a m e n t o l o g ía F u n d a m e n t a l
EN LA DOGMÁTICA
20
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tura sacramental de la Iglesia y de su liturgia y exponer así todos
los contenidos esenciales de la teología sacramental tradicional,
a condición, por supuesto, de que se evite luego encajar a la fuer
za a todos y cada uno de los sacramentos en el mismo y único
esquema,10. Es decir, no olvidemos el carácter análogo del con
cepto de sacramento, tal como aparece ya en Santo Tomás de
Aquino1011, a la hora de aplicarlo a cada uno de los sacramentos.
“Hoy se está de acuerdo en opinar que, si esta inversión meto
dológica (partir de los sacramentos en particular) puede ser útil
para captar con mayor fidelidad la noción de sacramento que era
típica de la comunidad cristiana primitiva, no es ni mucho menos
suficiente, ni quizás tampoco útil, para captar los principios teo
lógicos necesarios para una reestructuración del lenguaje ritual
y celebrativo”12.
Además, desde una perspectiva genética la raíz común de la
sacramentalidad, que está en Cristo, en su Iglesia y en el hombre,
es anterior a la existencia de los siete sacramentos; por eso, la rea
lidad sacramental es más amplia que la referida estrictamente a
los siete sacramentos. En consecuencia, partiendo de que las rea
lizaciones sacramentales son análogamente diversas, porque los
sacramentos no son idénticos13, consideramos legítimo comenzar
por el estudio de los sacramentos en sus aspectos comunes, con
tal que no sometamos a un concepto unívoco lo que es una expe
riencia diversificada.
Integramos, pues, la sacramentalidad en la teología dog
mática, es decir, ni se aísla, ni tampoco se convierte en el cen
tro del dogma. Ahora bien, el presente estudio implica también
la teología fundamental de la sacramentalidad, porque ésta es
una de las dimensiones constitutivas de la fe y de la existencia
cristianas, y las mediaciones visibles en las cuales se ofrece la
gracia invisible exigen una teología fundamental basada tam
bién en las pertinentes ciencias metodológicas y antropológicas,
que nos permitan determinar la identidad teórica y práctica de
21
la sacramentalidad en los niveles celebrativos en los cuales se
dan los sacramentos. De todos modos, la teología sacramental,
aunque utilice las ciencias humanas, no puede prescindir de la
lectura atenta de las fuentes dogmáticas para no diluir lo espe
cífico cristiano.
4. C arácter t e o l ó g ic o d e la S a c r a m e n t o l o g ía F u n d a m e n t a l
22
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en absoluto, no es irracional la sumisión a Dios y al magisterio.
Aquí se presupone una vivencia profunda y genuina de la fe cris
tiana, tal como de advierte en el sentido profundo de estas pala
bras de San Agustín: "Pertenece al fuero de la razón el que pre
ceda la fe a la razón en ciertos temas propios de la doctrina
salvadora, cuya razón todavía no somos capaces de percibir; lo
seremos más tarde. La fe purifica el corazón para que capte y
soporte la luz de la gran razón”17. Además, si asumimos la matriz
disciplinar o conjunto de hechos o principios que en cada cien
cia se admiten como punto de partida, sin discutirlos, hay que
cuestionar tanto el positivismo lógico (científico, igual a verifi-
cable), como el racionalismo ilustrado (como la teología no prue
ba sus principios, sustituyase la fe en Dios por la fe en la razón).
La tercera cuestión nos lleva a advertir que, aunque la filoso
fía se haya desvinculado de la teología, y rechace su papel tra
dicional de “sierva de la teología”, ésta es un saber especulativo
y práctico y, en cuanto tal, necesita siempre una estructura de
pensamiento filosófico. La cuestión es encontrar un sistema ade
cuado de reflexión, que no violente, ni la realidad humana, ni
tampoco la realidad divina; incluso se necesita una fenomeno
logía o una hermenéutica abiertas a la metafísica, donde sea posi
ble un soporte teorético esencial, como la concepción metafísi
ca de persona18.
En fin, paralelamente a lo que ocurre en algunas ciencias en
las que el criterio fundamental es el de la veracidad, para un cre
yente, el principal criterio de verdad es el don de la fe, que se
impone sólo por experiencia y convencimiento. Además, aunque
no haya criterios absolutos para fundamentar la verdad cientí
fica, sin embargo, la realidad es anterior a la ciencia, y en la rea
lidad no hay contradicción entre el objeto y el sujeto, sino inte
rrelación. En este ámbito, se capta la experiencia religiosa como
un fenómeno en el nivel transcendental, donde hallamos, no sólo
una intencionalidad subjetiva, sino también una realidad obje-
23
tiva. Ahora bien, no se puede discernir la experiencia cristiana,
-puente que une la teología con la antropología-, sin la fe cris
tiana, cuyo fundamento no es la conciencia creyente, sino la
misma fe esculpida por Dios en nuestra razón. El hombre no fun
damenta la realidad, sino la encuentra y la piensa. En fin, la cues
tión es saber si somos creyentes o seguimos siendo creídos. Para
hacer una buena digestión no es necesario conocer la fisiología,
sino tener un buen estómago.
En consecuencia, el discurso sacramental deberá dejarse ilu
minar por la revelación, tal como ésta aparece en la palabra y en
la celebración ritual de la Iglesia, de manera que la teología no
se reduzca a antropología, ni tampoco sea por ella manipulada.
La teología no es ontología racional, sino ontología epistemoló
gicamente cristiana (la razón iluminada por la fe e impulsada por
los dones del Espíritu Santo), pues hay afirmaciones teológicas
que “no se captan ni por los sentidos, ni por la inteligencia, sino
únicamente por la fe, que se fundamenta en la autoridad divi
na”19. Nos encontramos en las antípodas del sentimentalismo
religioso (fideísmo) y del intelectualismo teológico, no teologal
(teodicea). Cuando la fe se acoge como don de Dios, uno mismo
se sorprende de la oración que gesta teología y del pensamiento
cristiano que evangeliza con entusiasmo, transformando las
estructuras del mundo.
5. C a r á c t e r s im b ó l ic o - l it ú r g ic o d e la
S a c r a m e n t o l o g ía F u n d a m e n t a l
24
go ha de tener siempre presente que la base fundamental del
saber teológico sobre Dios se apoya en Jesucristo, que es el sím
bolo de la divinidad, la imagen del Padre, al decir de San Pablo
(2 Cor 4,4), a quien revela a través de su naturaleza humana, que
por ser el instrumento unido de la divinidad del Verbo, pone de
manifiesto la verdad de Dios”21. En Cristo, símbolo y celebración,
encontramos a Dios y al hombre; la absoluta diferencia y la abso
luta comunicabilidad entre Dios y el hombre.
L. M. Chauvet22 ofrece, dentro de una gran riqueza de pers
pectivas globales muy sugerentes, un nuevo planteamiento de la
teología fundamental de la sacramentalidad, desde las catego
rías del lenguaje y del símbolo; de la sacramentalidad del signo
y de la causa instrumental (realidades heterogéneas y no desco
dificables en nuestra cultura) pasa con audacia a la sacramen-
tología del lenguaje creador y del símbolo ritual, realidades
homogéneas y mediaciones culturalmente situadas, que nos ayu
dan a gestar un nuevo pensamiento teológico sobre la sacra
mentalidad. El símbolo, dentro de la ontología del lenguaje, lleva
a afirmar que la realidad existe para el hombre en cuanto la
expresa. En realidad, la novedad de Chauvet está en el desarro
llo del signo natural o símbolo y en las condiciones antropoló
gicas o pastorales de la celebrabilidad ritual en el contexto cul
tural de hoy día; evidentemente, cuando se rechaza la metafísica
no es posible hablar de causalidad.
La Liturgia en su expresión simbólica proporciona una mag
nífica experiencia del contenido sacramental. Lo esencial del
misterio sacramental, el proceso real de la historia de la salva
ción, aunque es irreal para la inteligencia del agnóstico, es sor-
21. R. Arnau-G arcía, Tratado General de los Sacramentos. Madrid 1994, p. 187.
“Aplicar el símbolo en la teología equivale a recurrir a un procedimiento a la vez ana
lógico y trascendente con el que expresar la posibilidad que tiene el hombre de acer
carse a Dios y a la realidad sobrenatural. Analógico, por cuanto admite el proceso rela-
cional que posibilita hablar de lo desconocido a partir de un dato que presta el apoyo
de una semejanza; y trascendente, por cuanto posibilita abrir el ascenso de lo cono
cido a lo desconocido”. íbíd., p. 188.
22. De la ontoteología pasa a la teología simbólica, asumiendo la tesis de M.
Kant y de M. Heidegger; pero el buen teólogo no profana a Dios usando categorías
ónticas para referirse a El, una vez asumidas la analogía o la teología apofática; la
teología dice Dios en el decirse de Dios. Cf. L. M. Chauvet, D u Symbolique au Symbole.
Essai sur Sacrements. París 1979; Símbolo y sacramento. Dimensión constitutiva de
la existencia cristiana. Barcelona 1991; D. Zadra - A. Schilson, "Símbolo y sacra
mento”. (Fe cristiana y sociedad moderna, n.° 28). Madrid 1989, pp. 107-174, con
bibliografía, pp. 175-182.
25
préndente para el creyente en su experiencia celebrativa; desde
la experiencia de la fe celebrada se puede reflexionar y evange
lizar creativa, digna y eficazmente. Entremos, pues, en la teo
logía sacramental, no teorizando, sino celebrando, confortados
por la fe ritual de la Iglesia. El retorno al culto es hoy más urgen
te, cuando advertimos la descodificación cultural de algunos
conceptos filosófico-teológicos, como ‘causalidad instrumentar,
los cuales han dejado de ser para algunos significativos. "Es
necesario colocar de nuevo mucho más estrictamente la teolo
gía de los siete ritos mayores, en general, en el cuadro general
de los sacramenta y de los mystería en general, es decir, en el cua
dro precisamente de la liturgia general (...). El tratado de los
sacramenta en general ha de ser, pues, un tratado teológico de
la liturgia en general”23.
La Liturgia es un tiempo y un espacio privilegiados para el
estudio de la sacramentalidad en su propia verdad celebrativa24.
Ella es el seno más fecundo del ser y del pensar sacramentales.
Con otras palabras, la celebración litúrgica constituye la priori
dad ontológica y epistemológica del estudio teológico de la sacra
mentalidad y de los sacramentos, y el mejor camino para salir de
sus aportas racionales y existenciales. Es la Liturgia quien nos
libra tanto de la sacramentología ilustrada, como de la ilusión
simbólica, y nos ayuda a no confundir lo esencial con lo inva
riable, ni tampoco la mediación significante con la gracia signi
ficada. El sacramento se celebra no sólo in genere signi, mas
también in genere ritus, es decir, el intellectus fidei pasa por el
intellectuis ritus. Los sacramentos son celebraciones per ritus et
preces. De todos modos, queremos presentar, no una teología
litúrgica de los sacramentos, sino una teología sistemática de
la sacramentalidad; así se reconoce una vez más el primado de la
26
praxis celebrativa de la Iglesia, vida de la fe, en la reflexión teo
lógica sobre lo sacramental.
“No se trata de dos cosas diferentes: por una parte la liturgia,
y por otra los sacramentos, sino de una sola realidad, la liturgia
de la Iglesia, dentro de la cual el puesto de los sacramentos -y
entre éstos más el de la Eucaristía- es prim ordiar25. “Hablar de
liturgia significa referirse, en primer lugar, a los sacramentos, y
no se puede hablar de los sacramentos sin tener en cuenta su con
dición ritual-celebrativa, dado que se trata de acciones y no de
entidades abstractas”26. La sacramentalidad y los sacramentos
son “una parte esencial de la Liturgia de la Iglesia”27.
Es fundamental advertir que la renovación litúrgica del
Concilio Vaticano II no sólo ha fructificado en una reforma
ritual, sino que sobre todo ha provocado un desafío en la teo
logía sacramentaría. De la Liturgia renovada se llega a una
teología sacramental renovada.
6. C a r á c t e r in d u c t iv o - g e n é t ic o d e la
S a c r a m e n t o l o g ía F u n d a m e n t a l
25. J uan Pablo II, “Discurso a la Congregación para el Culto Divino y Disciplina
de los Sacramentos (2-XII-1988)”: Notitiae 25 (1989) 22.
26. J uan Pablo II, “Discurso a la Asamblea Plenaria de la Congregación para
el Culto Divino y Disciplina de los Sacramentos (26-1-1991)": AAS 83 (1991) 939.
27. Cf. H. Vorgrimler , Teología de los sacramentos. Herder. Barcelona 1989,
p. 38.
27
Copynghted mak.
Y desde la perspectiva sincrónica, basándonos en la sacra-
mentología positiva anteriormente expuesta, llegaremos a la teo
logía sistemática de la sacramentalidad, donde trataremos de
ordenar los fundamentos, los frutos y el contexto celebrativo de
la sacramentalidad, como el acontecimiento nuclear de nuestra
salvación. El quehacer teológico necesita tomar en serio tanto las
fuentes de la revelación en su historia y en su síntesis, como la
situación histórica en la que se hace la teología, sin llegar nunca
a identificar plenamente el reino de Dios con la justicia huma
na o la mera praxis liberadora. La escatología temporal no se
identifica con la eterna, aunque ésta implique aquélla. Es decir,
no podemos identificar natural con sobrenatural28.
Además, dado que los sacramentos son también expresiones
culturales, nos situamos en el nivel de la enculturación de lo
sacramental, es decir, en el ámbito de la historia y de la geogra
fía de nuestra salvación, de manera que se visibilice la gracia en
el mundo mediante las acciones de la Iglesia. De este modo, las
celebraciones sacramentales, profunda praxis liberadora de la fe,
destruirán en nuestras vidas el pecado y sus estructuras opreso
ras, realizando la salvación integral del hombre, fuera de todo
escapismo hacia el cielo o hacia la tierra.
La estructura de nuestra Sacramentología Fundamental
ofrece cuatro aproximaciones básicas: la antropológica, o intro
ducción al discurso sacramental desde las consecuencias de la
Encarnación del Verbo, en los contextos pastorales de las formas
celebrativas y de las ideas subyacentes; la histórica, o dimensión
diacrónica de la Sacramentología Fundamental, considerando, a
partir de la Sagrada Escritura y de la Liturgia, las prácticas y teo
rías sacramentológicas actuales en la historia de la Iglesia y de la
teología, en orden a legitimar la categoría sacramental; la siste
mática, o la ubicación de la sacramentalidad, no sólo en un con
texto renovado, sino también en el ámbito del sacramento total,
distinguiendo las diversas mediaciones históricas de la sacra
mentalidad cristiana, y analizando lo sacramental como aconte
cimiento salvador, y como experiencia celebrativa; y la pastoral,
donde se considera la celebración adecuada de los sacramentos.
28
Parte segunda
El hom bre y
lo sacram ental
(Aproximación antropológica)
Copyogh'--1
Copyrighted materia
Capítulo II
Cultura y
celebración sacramental
A. EN EL CONTEXTO DE LA MODERNIDAD
31
Copynghle d mak.
tencia. El Doctor Angélico enseñó que la gracia no destruye la
naturaleza, sino que la perfecciona; y aceptó también, aunque no
exclusivamente, un quehacer teológico desde la creación, pro
bando la existencia de Dios, pues el hombre iluminado por la fe
es capaz de pensar y configurar la realidad cristiana. “Alberto
Magno y Tomás de Aquino, aunque permanecieron a pesar de
todo dentro del marco de la comprensión de la fe que lo abarcaba
todo, sin embargo establecieron como base -por primera vez en
la historia del cristianismo- la legitimidad de un horizonte de
comprensión autónomo y racionar2.
1. O r íg e n e s d e la p r im e r a m o d e r n id a d
2. E. Schillebeeckx, Dios, futuro del Hombre. Salamanca 197, pp. 62-63. Cf. J.
B. M etz , Antropocentrismo cristiano. Sobre la forma de pensamiento de Santo Tomás
de Aquino. Salamanca 1972. Aquí antroponcentrismo se opone, no a teocentrismo,
sino a cosmocentrismo.
3. Cf. J. M. Gómez H eras, Religión y Modernidad. La crisis del individualismo
religioso de Lutero a Nietzsche. Córdoba 1986, p. 38.
4. Cf. J. Locke, Segundo tratado sobre el gobierno civil. Madrid 1982; J. J.
R ousseau, El Contrato social. Madrid 1992.
5. Cf. R. P oole, Moralidad y Modernidad. Barcelona 1993.
32
C op yngr
injusticia, verdad o mentira. Así se secularizó el derecho y la
moral.
La apoteosis de la razón ilustrada (cuyo concepto identifica
la cultura prometeica moderna en la que la primera modernidad
tomó conciencia de sí misma), presentada como “alternativa
radical, e incluso religiosa, a la religión cristiana"6, tal como se
desarrolló en la razón positivista de A. Comte, 1798-18577, en la
razón dialéctico-antropológica de L. Feuerbach (1804-1872)8, y
en la razón dialéctico-materialista de K. Marx (1818-1883)9,
caracterizadas todas ellas por un concepto de razón autónoma
e instrumental alienante, asumió, en exclusiva, la dirección de la
racionalidad histórica en todos los campos del vivir humano,
condenando a la religión (hasta entonces cogestora de la racio
nalidad) a la región de lo privado y de lo subjetivo, es decir, lo no
científico o lo no histórico, provocando no sólo el divorcio entre
fe y cultura, pues se identificó lo real con lo racionalmente veri-
6. C. Díaz, En el jardín del Edén. Salamanca 1991, p. 5. También pp. 38-39. 71-
82. La lectura de este libro es muy gratificante en orden a salir del desierto donde
viven algunos cristianos de nuestro tiempo, y en orden a vivir el Cristianismo hoy
como exigencia evangelizadora y alternativa cultural.
7. Sobre la teoría de los tres estadios, el teológico, el metafísico y el positivo o
científico, antagónico éste con los anteriores, que Comte convirtió en la nueva reli
gión, cf. II. de L ubac, El drama del humanismo ateo. Madrid 1967, pp. 153-314.
8. Feuerbach, tratando de explicar la pervivencia de la religión, creyó redes
cubrir la esencia del cristianismo afirmando la homologación del hombre y Dios: "La
antropología es el misterio de la teología cristiana”. Cf. La esencia del Cristianismo.
Salamanca 1975, p. 372.
9. K. Marx, sometiendo el individuo a la razón suprema del proletariado, la
única clase social capaz de discernir el bien y el mal en razón del interés de la pra
xis histórica, y basándose en la teoría antropológico-teológica de Feuerbach, concluirá
que la religión es una ideología y opio del pueblo oprimido, necesitado de consuelo.
En consecuencia, hay que combatir la alienación religiosa, en orden a advertir el capi
tal y la burguesía como las causas estructurales que mantienen la explotación de una
clase sobre otra. La Escuela de Frankfurt (H. Marcuse, J. Habermas), asumiendo los
resultados dialécticos del marxismo, revisó sus postulados clásicos, implicando una
cierta apertura a la transcendencia, al admitir que una razón finita está incapacita
da radicalmente para dar razón de todo. Cf. M. H orkheimer - T h . Adorno, Dialéctica
de la Ilustración. Madrid 1994. Por su parte, el sociólogo alemán M. Weber había cri
ticado ya los postulados sociales del marxismo, mostrando la importancia que el ethos
cristiano ha tenido en el progreso económico. M. W eber , La ética protestante y el espí
ritu del capitalismo. Barcelona 1985. Finalmente, el proyecto esperanza de E. Bloch
intentó elaborar una teoría posrreligiosa de la salvación, cf. M. Ureña Pastor, Ersnt
Bloch, ¿un futuro sin Dios? Madrid 1986; mas siendo el marxismo algo degenerado
en sí mismo, cf. B. H enri-Levy, La barbarie con rostro humano. Caracas 1978; F.
F uret, El pasado de una ilusión. Ensayo sobre la idea comunista en el siglo XX. Madrid
1995, y conociendo sus resultados utópicos, se derrumbó donde hubo cristianos y pue
blos que no se resignaron a la destrucción del hombre.
33
Copynghle d m ak.
ficable, sino también el olvido del concepto personal del hombre,
reduciendo así el mundo y el hombre a puros hechos racional
mente analizables10.
El hombre moderno e ilustrado, convencido liberal11, habien
do sustituido a Dios por la razón, sin preguntas últimas, identi
ficó triunfalmente la razón con el progreso salvador; conocer es
dominar. Los capitalistas, con mentalidad calculadora, confiaron
en alcanzar la felicidad, gracias a la racionalización de las estruc
turas sociales y económicas; los marxistas, sustituyendo al indi
viduo por el colectivo, esperaron la emancipación del proleta
riado, mediante la lucha violenta de clases; y hasta algunos
cristianos pensaron conquistar el mundo con su pastoral utili
tarista y barroca. En fin, los mitos modernos, reflejo de actitu
des características en la mentalidad burguesa, fueron desmitifi
cados con el pensamiento y desacreditados con los hechos. Así
se consumó el subjetivismo protestante, reflejado en la sustitu
ción de la Iglesia por la conciencia personal y de la moral cris
tiana por una ética civil.
“Es imposible llamar moderna a una sociedad que busca, ante
todo, organizarse y actuar de acuerdo con una revelación divi
na o una esencia nacional. La modernidad ha dejado de ser cam
bio puro, sucesión de acontecimientos; es difusión de productos
de actividad racional, científica, tecnológica, administrativa... La
modernidad excluye cualquier fínalismo... La idea de moderni
dad sustituye en el centro de la sociedad a Dios por la ciencia,
dejando en el mejor de los casos las creencias religiosas en el seno
de la vida privada... En todos los casos se ha hecho de la racio
nalización el único principio de organización de la vida personal
y colectiva, asociándola al tema de la secularización, es decir, del
alejamiento de toda definición de fines últimos”12.
34
2. P rimera modernidad y religión
35
A partir de entonces la fe dejó de fundamentar la sociedad;
la teología entró en el gueto, originándose la irrelevancia histó
rica de la Iglesia y el aumento del poder estatal que legisla para
la sociedad, no para las conciencias. Una consecuencia de esta
modernidad laica fue la privatización de la religión, la cual al
quedar relegada culturalmente quedó en las solas manos de las
iglesias. Las experiencias no empíricas, como la fe y la simbóli
ca, fueron tachadas de socialmente marginales; dado que el ideal
era la laicidad, el lenguaje religioso dejó de ser significativo16.
La secularización, fruto de la modernidad cristiana, no acabó
con la religión, sino con ciertas formas religiosas; por eso no es
legítimo hablar de oposición entre modernidad y religión y tam
poco se debe hablar de retorno de lo religioso, sino de su trans
formación. El sentido de lo sagrado no pertenece a un estadio de
la civilización, sino que representa una estructura de la con
ciencia humana, que cambia según las diversas culturas. Por el
contrario el secularismo, fruto de la modernidad laica, no sólo
restituye al mundo su autonomía, sino que sitúa en la inma
nencia el eschaton cristiano, identificando iglesia y mundo, reino
de Dios y reino de los hombres, salvación y justicia terrenal; no
se trata de purificar la religión, sino de humanizarla. En fin, las
teorías que afirman no necesitar a Dios no responden a las pre
guntas definitivas del hombre. El secularismo en un contexto beli
gerante elimina todo sentido de ultimidad y transcendencia y pre
senta a Dios como enemigo del hombre. Las bases racionales del
cristianismo se han derrumbado. En fin, ciertamente, "es muy
difícil ser cristiano y ser moderno a la vez, a menos que se rea
licen algunas acomodaciones”17. La fe no se cotiza pues parece
no servir para el progreso material del hombre, y la religiosidad
popular se tolera como mero folklore costumbrista.
La razón ilustrada, al rechazar la revelación y la salvación
gratuitas de Dios, originó las gnosis modernas, que conciben la
salvación como un proceso de autoelevación del hombre hasta
36
la identificación con Dios; la fe se ha convertido en algo inte
rior, subjetivo, al negar que Dios se manifieste en realidades espa
cio-temporales; se sustituye la salvación por una ideología.
Curiosamente hay una coincidencia subjetiva entre el protes
tantismo y la ilustración al negar ambos la mediación eclesial
entre Dios y el hombre, afirmando aquél el primado exclusivo de
la fe y éste el primado exclusivo de la razón; la conexión entre el
fideísmo protestante y el iluminismo ilustrado está en el deísmo
y en el relativismo religioso, donde la fe se reduce a experiencia
religiosa y la religión a solidaridad; incluso, cuando se fundó la
masonería en Londres en 1717 adoptó la ética ilustrada y el
marxismo destronó al hombre colocando en su lugar la sociedad.
El secularismo es la muerte de la sacramentalidad.
La religión racional o natural ha originado una tendencia
moralizante, típica del posconcilio, culturalmente incompati
ble con la fe cristiana18, que explica el desarrollo de un conjunto
de desafíos para el culto sacramental, como el conflicto entre
identidad cristiana y relevancia social, entre privatización de la
fe y presencia pública de la Iglesia, entre lenguaje simbólico y
comunicabilidad ritual, entre agnosticismo-indiferencia-tole-
rancia y evangelización, etc. Pues, aunque la Modernidad sigue
hablando de libertad, derechos humanos, solidaridad, etc., se
ha perdido el código hermenéutico cristiano, según el cual estas
realidades antes se interpretaban, produciéndose no sólo el
desencantamiento del mundo, sino también la descristianiza
ción de la sociedad, situada más o menos tranquilamente en la
finitud.
18. Cf. J. L. Ruiz de la Peña, Crisis y Apología de la fe. Evangelio y Nuevo Milenio.
Santander 1995. No confundamos el falso conflicto entre modernidad y cristianismo
con la división que lleva el hombre dentro de sí, espíritu en un cuerpo, la razón y la
fe, consecuencia del pecado, que ha originado también en nuestro tiempo la inse
guridad interior en tantos cristianos, que sólo se sana con la gracia. "El hombre está
compuesto de alma y cuerpo, de naturaleza espiritual y sensible; y abandonado a sí
mismo no puede llegar libremente a la cumbre de la contemplación”. Santo T omás
de Aquino, De Malo 5, le.
37
3. Maestros de la segunda modernidad
38
La posmodernidad, entendida como crisis de la utopía
moderna, se puede describir en base al pluralismo, al carácter
estético-místico y al nihilismo. El pluralismo posmodemo apa
rece en el derrumbe de los grandes relatos de emancipación,
como el marxismo, el capitalismo y el cristianismo seculariza
do y burgués, al menos como praxis real de cierta modernidad
al haber señalado sus límites; ahora bien, la caída de los gran
des relatos antes señalados no es el final de la historia, en el pen
sar hegeliano, pues después de una ideología viene otra, sino la
descomposición de su sentido; después de la ilustración ha veni
do el relativismo, donde no hay convicciones, sino opiniones. La
tolerancia, nacida del relativismo, es sinónimo de indiferencia
ante las ideas y personas, pues cuando no se admite la verdad,
todo es lo mismo, todo es equivalente. De aquí que la defensa de
la verdad se identifique con dogmatismo e intolerancia. Ahora
bien, cuando no hay convicciones no es posible el diálogo, ni
la convivencia, y surgen los fundamentalismos y, finalmente, la
intolerancia. Que la víctima dialogue con el asesino, sin el com
promiso de buscar la verdad, porque no existe, es poner la carre
ta delante de los bueyes.
La estetización dionisíaca y narcisista en el estilo de vida se
manifiesta al privilegiar desde el ideal de lo pequeño la nada
sobre el sentido, el pluralismo sobre la pluralidad, el impulso
sobre el precepto, la estética sobre la ética, la fiesta sobre el
esfuerzo, la motivación sobre la voluntad, pues los valores se pier
den ante los códigos de comportamiento, de modo que se sitúa
uno en lo inmediato, lo individual, lo hedonista, lo fortuito, lo
transitorio. La sociedad homogénea y uniforme es sustituida por
la sociedad individualizada y fragmentada, pues el mundo es
como lo conocemos, y no como es en sí mismo. La acumulación
de información crea realidad, pues los cosas terminan siendo, no
como son, sino como parecen que son.
El nihilismo posmodemo, consecuencia de la pérdida de fun
damento o del sentido integrador, tiende a convertir las contra
dicciones en tesis, afirmando la incapacidad humana de llegar a
la verdad, el sin sentido de todo, el irracionalismo, la posmeta
física, etc, porque la razón no encuentra un punto fijo donde
anclar el barco del pensamiento; donde se prometió progreso,
libertad, justicia, fraternidad, se encontró deshumanización,
opresiones, enfrentamientos armados, totalitarismos, injusticias
39
antihumanas, individualismo, sometimiento del hombre a la
máquina y a la organización, destrucción de la naturaleza, etc.
El sujeto humano consciente, libre y responsable de sus actos no
existe; al ser negada la capacidad racional del hombre se cues
tiona la modernidad en sus mismos fundamentos21. Además, pro
metió que una razón libre engendraría unos individuos y socie
dades libres, la salvación la felicidad, y nos encontramos con
hombres esclavos de sus pasiones y sociedades terriblemente
insolidarias e injustas. En fin, la racionalidad moderna gestó una
visión unidimensional del hombre incapaz de responder al sen
tido de la vida y del mundo.
Esta fragmentación origina el consumismo, el goce momen
táneo, el disenso, la incoherencia, la infidelidad, la insolidaridad,
la indiferencia, el escepticismo, la información confundida con
la realidad, pues lo importante no es la realidad sino cómo se pre
senta. En fin, las lacras de la sociedad contemporánea, los nacio
nalismos exacerbados, la droga, el terrorismo, el aborto y el
divorcio, tienen que ver, definitivamente, con el desprestigio pos
moderno de la razón. Si nada existe por encima de la razón, y
ésta entra en crisis, el hombre se derrumba y se hace imposible
respetar la alteridad. Cuando a uno ya no le importa dejar de ser
lúcido en el pensar y en el actuar, significa que tampoco le impor
ta dejar de tener razón. Desaparecido el concepto cristiano de
persona, y en consecuencia la moral objetiva, como ya dijimos,
el hombre se rige por el cuerpo, y la ética del deseo y de lo coti
diano; en fin, la irresponsabilidad histórica.
40
Copyngh
rechazo masivo de Dios y la negación exhaustiva de las raíces de
lo sagrado y de los fundamentos de la verdad y bondad cristia
nas, afirmando, por ejemplo, que el vicio es bello; y, por otra
parte, ha provocado un despertar religioso distorsionado y dis
tanciado de la fe cristiana, como aparece en los fundamentalis-
mos o integrismos y en diversos esoterismos gnósticos. Ambos
fenómenos, dadas sus características, son nuevos en la historia
de la cultura humana y prueban que no hay un nexo causal entre
secularismo e irreligiosidad, pues la religión es una realidad cons
titutiva de la conciencia humana y de la sociedad.
Vamos a reflexionar brevemente sobre ambos fenómenos,
asistemáticos, inmanentistas y coexistentes, a saber, la increen
cia posmoderna y la religiosidad posmodema, teniendo en cuen
ta que vivimos en una sociedad abierta, en la que los individuos
son libres para elegir creencias y comportamientos a partir del
racionalismo crítico, postura que somete todo a juicio, de tal
manera que lo que fue válido hasta ayer, hoy puede no serlo; de
una conjetura se pasa libremente a otra, como enseña Karl
Raimund Popper (1902-1994), padre del relativismo actual y crí
tico eficaz del carácter científico del marxismo y del psicoanáli
sis23. Éste, reflexionando sobre la relación verdad e investigación,
afirma que por vía empírica, confrontando las teorías con los
hechos, sólo se demuestra la falsedad, no la verdad; en conse
cuencia, la ciencia busca la verificación, no la refutación; por eso,
defiende un conocimiento conjetural, hipotético, provisorio. Mas
Popper fue menos escéptico que sus epígonos.
Cuando se renuncia a criterios objetivos de veracidad, porque
el único horizonte filosófico, si de filosofía se puede hablar, es la
experiencia humana, se comprende que los individuos traten de
disfrutar cada momento, pues hay que entrar en la movida y
formar parte de la sociedad liberada; no es tiempo de pensar, sino
de vivir aunque sea irracionalmente. Es curioso advertir cómo
mientras en la modernidad laica se rechazaba la religión por con
siderarla algo privado o no científico, en la posmodernidad se
niega todo o se cree fútilmente en todo y se mezclan gnóstica-
mente las creencias24.
41
La increencia posmodema, masiva y culturalmente relevante,
tiene una doble manifestación: la indiferencia, desmotivada ante
la religión, pues en un contexto relativista y antidogmático la
considera como perteneciente a una cultura ya superada25; y
la militante que se manifiesta intolerante y beligerante ante las
personas y comunidades que viven y anuncian certidumbres de
fe. En concreto, los incrédulos militantes son intolerantes ante
las posturas evangelizadora y celebrativa, y luchan en contra
de los cristianos y determinados Movimientos Eclesiales que, tra
tando de estar en el mundo, sin ser de él, defienden una presen
cia histórica e institucional de la Iglesia en la sociedad.
Por otra parte, nos hallamos ante un despertar religioso.
Rousseau defendió una religiosidad natural, espontánea e indi
vidual, adaptada a la bondad natural del hombre, en contra de
la religión positiva e impuesta por el racionalismo ilustrado. Y
Nietzsche provocó inicialmente la mística atea y dionisíaca del
superhombre, aunque a la postre la ficción terminó en función
o autocomplacencia narcisista26. Creer en Dios es creer en esa
realidad divina, subjetividad ilimitada, que hay en el hombre.
Éste, ofendido por el Dios revelado, se desagravia no sólo delin
quiendo, sino incluso cambiando la moral o tratando de modi
ficar el plan divino. El hombre recupera su libertad y Dios, res
ponsable del pecado original, abdica ante el hombre mediante su
encarnación. Mas, al final, ni el mundo es el deseado Heimat
(hogar) de Bloch, ni la fiesta dionisíaca de Nietzsche: es el drama
del humanismo ateo.
42
Copynghted malí
La religiosidad posmoderna ha sido caracterizada como
gnóstica y pluralista, tal como se muestra en la corriente, más
que movimiento organizado, de la New Age27. En efecto, la reli
giosidad gnóstica está centrada en la interioridad y en el sub
jetivismo religioso narcisista, privatizado y desdogmatizado. El
gnosticismo, mito de la autoredención mediante el conoci
miento de uno mismo y del mundo, tiene un componente polí
tico (sociedad horizontal) y otro componente esotérico (bús
queda del yo profundo). Es una religión difusa, blanda y
coexistente con otras lealtades, ideologías y comportamientos
característicos de la cultura inmanentista producida por un
hombre hastiado. La fe no es el criterio de la experiencia, sino
que vale lo que se experimenta. Evidentemente, en esta reli
giosidad no hay lugar para la Iglesia, don institucional de
Jesucristo, ni tampoco para la misión, una de las exigencias
radicales del Evangelio. "Esto supuesto, una religión es tanto
más verdadera cuanto mayor libertad otorga a sus adherentes
en el creer, celebrar y actuar”28. El futuro de la gnosis está en
el budismo, como método de actualizar el potencial de per
fección que hay en cada uno, alcanzando una sabiduría prác
tica sin revelación cristiana, mediante creencias, como la reen
carnación y comportamientos más o menos no violentos.
Característica gnóstica es unir al individuo con el universo y
relacionarse con un dios impersonal.
En segundo lugar, la religiosidad posmoderna se caracteri
za por ser “pluralista”, pues la homogeneización de la cultura
43
Copynghted mak.
moderna ha sido sustituida por una cultura fragmentada en mil
formas, que obedece simultáneamente a lógicas múltiples, donde
el individuo posmoderno combina su propio “cóctel” religioso.
Se ha perdido la comunión en la cosmovisión cristiana y en las
señas de identidad y pertenencia a una comunidad de fe. La pos
modernidad ha generado un pensamiento religioso superficial,
lúdico, "light” (frívolo, brillante), “pathwork” (chapuza), fideísta,
acrítico y de entretenimiento, y un ecumenismo envolvente, carac
terizado por la tolerancia absoluta donde todas las religiones son
igualmente válidas. Lo que interesa no es la religión verdadera,
sino la religión atrayente. La religión posmodernista es tole
rante y utilitarista, por carencia de fines, y acrítica por falta de
pensamiento, donde se cultiva lo estético, o lo maravilloso, o el
integrismo fundamentalista, según los casos. En fin, lo verdadero
ya no limita con lo falso, sino con lo insignificante. La verdad,
sea real o ficticia, es lo que da sentido. La estética ha ocupado
el puesto de la metafísica.
Las manifestaciones de la religiosidad posmodema son múl
tiples, pues nos encontramos no sólo con el despertar de algu
nas sectas clásicas, sino con el reencantamiento del mundo o
la sacralización de lo profano (nacionalismos, deportes y otros
ritos marginales), con los nuevos cultos y sobre todo con las
alternativas también religiosas de la Nueva Era, que propagan
una espiritualidad inmanentista y gnóstica. ¿No se tratará de
un reemplazo cultural con el que se pretende llenar un vacío
interior, fruto de la acidia materialista en la que vive la socie
dad actual? El hombre está humillado por el déficit sapiencial
y busca una salida de la cárcel del vacío con el regreso a las
ciencias y prácticas esotéricas y ocultas, algunas de ellas des
tructivas.
En este contexto se desarrollan los creyentes no practicantes
y los practicantes no creyentes, como un fenómeno propio de la
generación posmodema, caracterizada por ser más pronta para
gestar conflictos que para resolverlos; y como muchos forma-
dores religiosos y políticos actuales pertenecen a esa generación
suelen transmitir preguntas más que respuestas; cuestiones, más
que soluciones. En este contexto ha surgido el “tercer hombre”,
incubado en la confrontación entre los conservadores y progre
sistas, quien, al estar persuadido de que todo encuentro con Dios
se resuelve en un encuentro con el hombre, considera inútil toda
44
acción simbólico-celebrativa en la medida que no implica un
compromiso inmediato con el hombre25. En este ámbito, es lógi
co que las celebraciones posmodernas sean lúdicas, dionisíacas
y pararreligiosas. Este neopositivismo hace primar la emotividad
religiosa. En fin, advirtiendo que la práctica sacramental es un
criterio hermenéutico para distinguir entre la fe verdadera y la
falsa, es urgente redescubrir en la teoría y en la práctica el ver
dadero sentido de la sacramentalidad.
45
Copyngmed mak.
bles de la fe cristiana”30. En consecuencia, el diálogo con la cul
tura posmoderna, en la que la verdad es subjetiva y no objetiva,
es difícil aunque se muestre la ingenuidad de quienes piensan lle
nar el vacío cultural con la religión antes de recuperar la digni
dad del hombre y de la razón humana. La mediación filosófica
es previa al anuncio teológico.
Pero, aunque el hundimiento de la razón sea un dato regre
sivo, no podemos olvidar que la posmodernidad es un paradig
ma cultural en el que es preciso hallar modelos de encuentro del
hombre con Dios y disponibilidad para la fe. En concreto, la pos
modernidad es una invitación, primero, a hacer una autocrítica
sobre nuestros modos de pensar y vivir la religión cristiana y,
segundo, a valorar la legítima pluralidad, la experiencia reli
giosa, la mística, la emergencia de lo simbólico, etc. El mismo
L. Wittgenstein (1898-1951) afirmaba que existía lo místico, aun
que negaba la posibilidad de hablar sobre ello31; ¿por qué no
intentar mostrarlo testimonialmente pensando la religión para
evitar el fanatismo? En fin, el hombre es más que razón, y la
razón es más que razón científica.
46
Copynghled malí
ayudan con su fe y religión a que los demás vivan en justicia y
libertad; en segundo lugar, dialogando desde la razón ilumina
da por la fe, pues terminados los grandes relatos, queda todavía
la pregunta religiosa; en tercer lugar, evangelizando, anuncian
do a Cristo, no en el límite, sino en el centro de nuestra vida, no
informando, sino experimentando los misterios de la fe desde
una teología, no condescendiente, sino compasiva, fruto de la
kénosis de Cristo. El reto actual es dotar de valores la cultura
emergente y actuar no desde el pesimismo, sino desde la espe
ranza, sin olvidar que nos interesa, no sólo la estructura doctri
nal de la fe, sino también su celebración religiosa, de modo que
los sacramentos sean creíbles y fuentes de vida.
El segundo reto de los cristianos en la modernidad es ser tes
tigos de la fe, sencillos, valientes y muchas veces solos; la valen
tía es necesaria no sólo para creer en un Dios que vence para
dójicamente en la Cruz, sino también para aceptar una fe que
complica la vida, pues no se puede tener fe y no vivirla cada día;
cada minuto tiene importancia eterna. Las ideologías desperso
nalizan y transfieren a la manipulable razón de la mayoría las
decisiones, mientras el creyente conoce sólo la gracia que le cues
ta la vida entera, entregada por los demás; la fe se vive sólo en
el combate diario. La salvación nace de la gracia, que actúa ecle-
sial y visiblemente en el tiempo y espacio a través de los sacra
mentos. Sin la fe y la conversión no hay acceso a Dios.
El tercer reto del cristiano en la modernidad es entrar en la
mística cristiana mediante una disciplina espiritual que permi
ta al hombre dejarse transformar por la gracia y no por una mera
necesidad religiosa, como en las gnosis; la espiritualidad cristiana
nos dará un nuevo estilo de vida menos racionalizado y más soli
dario. El cristianismo burgués, responsable de los conflictos
teológicos intraeclesiales, se supera cuando se entra en la espi
ritualidad de los pequeños según el evangelio. La mística, expe
riencia del amor de Dios y de la fraternidad cristiana, muestra
hoy al mundo el rostro del Dios revelado en Jesucristo, proban
do cómo la gloria de Dios es la vida del hombre; pero es preciso
clarificar la transcendencia de Dios, de modo que no se difumi-
ne en la inmanencia de las criaturas.
Mientras la mística del superhombre provoca la lucha cam
pal entre los individuos y las naciones, la mística cristiana gene
ra la primacía del amor en el régimen de la cruz. Que el cristia
47
no no se canse de aceptar la verdad, denunciando al mismo tiem
po las medias verdades que hacen progresar al error; que no se
canse de sopesar su propia historia, siendo signo del amor de
Dios en el mundo. El cristiano, en la medida que lleve en su vida
la Memoria de la Pasión y de la Resurrección de Cristo, conse
guirá probar la relevancia histórica de la fe, devolviendo así la
esperanza a quienes la hayan perdido.
El cuarto reto del cristiano en la modernidad es discernir los
elementos verdaderos de la cultura posmoderna que nos dispo
nen a iniciar la lectura cristiana de la realidad. En este orden
sobresale el triunfo de la espontaneidad, como aparece en el des
pertar del populismo y de tantos grupos sociales que reemplazan
tantas veces al orden establecido y saborean el vigor de lo con
creto, la sobriedad de lo pequeño, el valor de lo distinto. En el
mismo sentido hay que revalorizar la experiencia religiosa como
testimonio personal, contactando con lo real y recuperando el
silencio contemplativo, la fiesta, la belleza, la praxis creyente, etc.
La experiencia religioso-cristiana, verdadero lugar teológico, no
es un conocimiento extensivo, sino intensivo32. Por su parte, el
Evangelio, antes de ser un imperativo moral, es una acogida
gozosa de la gracia gratuita.
Por otra parte, hay que valorar lo narrativo, como camino de
la realidad, frente a lo argumentativo. Las reservas de la posmo
dernidad frente al lenguaje conceptual nos ayudan, sin renunciar
a la razón, a ser más comedidos en su uso, en orden a no mal
tratar el misterio cristiano, de tal manera que advirtamos que el
error y el mal no sólo son falsos, sino también insensatos. El pen
samiento “débil” nos recuerda a nosotros la teología negativa o
apofática33. Sería bueno recuperar la primitiva forma narrativa del
lenguaje cristiano frente a los excesivos discursos racionales, que
ahogan a veces el carácter celebrativo de la fe. Ahora bien, estos
valores para que adquieran credibilidad tienen que concretarse en
32. Cf. “El concepto de experiencia es uno de los menos ilustrados y aclarados".
H. G. Gadamer, Verdad y método. Fundamentos de una hermenéutica filosófica.
Salamanca 1984, p. 421; A. Castiñeira, La experiencia de Dios en la posmodemidad.
Madrid 1992. J. M. R ovira B elloso, "Experiencia religiosa desde el ámbito cristia
no”. Iglesia Viva 194 (1998) 2-27.
33. Cf. A. G. M anno, "11 pensiero debole e il ritorno alia Metafísica”. Sapienza
45 (1992) 39-52; T. D. H umbrecht, “La théologie négative chez S. Thomas”. Revue
Thomiste 93 (1993) 535- 566; R. B erzosa M artínez, Hacer Teología hoy. Retos, pers
pectivas, paradigmas. (Madrid 1994).
48
hechos, más que en sentimientos, y superar la prueba de una dis
ciplina constante y una forma comunitaria de vida.
49
lenguaje capaz de comunicar la verdad y la consecuente libertad
humana. La Iglesia necesita volver a pensar con creatividad,
construyendo un pensamiento y una praxis que convenzan por
su eficacia ante los problemas individuales y sociales, superan
do la frivolidad posmoderna. Se trata de un reto, no de una rup
tura entre cristianismo y modernidad, superando tanto el fun-
damentalismo, como el relativismo. Se trata de crear una
antropología cristiana, basada en la creaturalidad personal y res
ponsable, mostrando que tiene sentido el ser cristiano. La pos
modernidad, como cuestión hermenéutica, es una oportunidad
providencial para la Iglesia con tal que sea capaz de expresar su
fe como una alternativa cultural.
En segundo lugar, el diálogo con la modernidad se ha de pre
ocupar no sólo de la ortodoxia y de la dimensión estructural de
los problemas, mas también del clamor del pueblo, que espera
de la Iglesia, no sólo respuestas asistenciales, sino testimonios
que cambien las vidas de las personas y las estructuras de la
sociedad; los hombres esperan de los cristianos, no tanto res
puestas dogmáticas, sino esperanza para quien ha perdido el sen
tido de la vida. No es suficiente pasar de la militancia política a
la militancia solidaria o moralizante. Es preciso volver a llenar
de verdad, vida y misterio nuestras celebraciones; no olvidemos
que la crisis de la modernidad se reduce, en última instancia, a
una crisis de referencia trascendente34. Quizá se confundan a veces
la tolerancia y el diálogo con la ausencia de certidumbres cris
tianas y la pérdida del celo apostólico; de hecho surgen con fre
cuencia cristianos conformistas y comunidades “refugio”, de tipo
emocional, donde se valora la dimensión estética y celebrativa de
la fe, olvidando la trasmisión de la fe.
En tercer lugar, lo que precisa la Iglesia hoy es sobre todo la
nueva evangelización, pues el problema radical de la Iglesia hoy
no es el paso de la cristiandad al cristianismo, sino el paso del
cristianismo al paganismo. La cuestión actual para la Iglesia no
es el secularismo o la pervivencia de la religión sino el pasar de
un paganismo o de una religiosidad natural y positiva a la ver
dadera vida del hombre siendo nueva criatura en Cristo, y esto
se consigue sólo mediante la locura de la predicación. Así pues,
34. Cf. D. B ell , Las contradicciones culturales del capitalismo. Madrid 1977,
p. 38.
50
es preciso que la Iglesia recupere urgentemente su quehacer
evangelizados entendido y vivido, no como una cruzada funda-
mentalista, ni tampoco en el contexto de la oferta y de la deman
da, sino como presencia transformadora en la sociedad, anun
ciando oportuna e inoportunamente el kerigma de Jesucristo,
que es donde se gesta el testimonio de la Iglesia, oponiéndose a
la mentira y a la muerte del hombre. Si hace algún tiempo algu
nos optaron por secularizar el evangelio, hoy es evidente que el
compromiso es evangelizar al hombre desacralizado. Ahora bien,
las comunidades cristianas divididas por lecturas diferentes de
realidades fundamentales de la fe son comunidades estériles.
La posmodernidad es una ocasión providencial para que la
Iglesia resuelva bien su presencia en el mundo desde la pers
pectiva cultural, sin asumir ideologías o comportamientos bur
gueses de acomodación al mundo, sino aceptando la encultu-
ración del cristianismo, mediante comunidades cristianas
vivas e influyentes en la sociedad, integradas por personas con
vertidas y entregadas a la misión, de modo que la Iglesia reco
bre la credibilidad perdida. Para ello es preciso estar convenci
dos de que la verdad cristiana es la luz que visibiliza la verdad
de Dios, del hombre y del mundo, pues la verdad sólo de Cristo
recibe su plenitud. Una predicación orientada, sin apologéticas
excesivas y sin utopías ilustradas, a la clarificación de lo fun
damental, ahondando en la fe y manifestando la unidad y fecun
didad de las verdades creídas, preocupándonos no sólo de las
buenas formas, sino también de los contenidos, es urgente entre
quienes habitan en un mundo disperso y respiran una cultura
fragmentada.
¿Cuál es la misión de los Movimientos Eclesiales en el con
texto que aquí hemos presentado? Algunos responsables de la
Iglesia han saludado a estos movimientos como un futuro de
enculturación cristiana y otros responsables eclesiásticos ven en
ellos un fenómeno neointegrista, "un simple retorno a la tradi
ción religiosa premoderna”35. La existencia de estos Movimientos
nos obliga, por tanto, a distinguir en ellos los elementos posi
51
tivos de los negativos, pues unos y otros son evidentes, y res
ponden a fenómenos religiosos que no se pueden aprobar o con
denar globalmente; además, en estos Movimientos no existe
idéntica sensibilidad cultural, ni tampoco el compromiso evan-
gelizador es el mismo. El criterio interpretativo definitivo exige
discernir si la influencia social y misionera de los contenidos de
estos Movimientos gesta una verdadera enculturación cristiana
histórica y plural, de donde surja un cristianismo más comu-
nional, donde los clérigos y los laicos formen una verdadera fra
ternidad cristiana, radicada en el ejercicio diferenciado de sus
diversos ministerios y capaz de dar a la Iglesia las vocaciones que
necesita. Si fuera así, sería un pecado contra el Espíritu Santo
despreciar los Movimientos Eclesiales. Además, la oposición que
experimentan puede ser signo de la singularidad de la fe cristiana
ante las ideologías seculares.
Los resultados de este discernimiento nos dirán si estos
Movimientos son signos de una presencia evangelizadora de la
Iglesia en nuestra sociedad, sin la fácil nostalgia o el fácil recha
zo de otros tiempos. El compromiso misionero es urgente en
España, cuya nueva paganización exige una nueva evangeliza-
ción. Sigue siendo urgente que los pastores y pensadores cris
tianos orienten a los católicos españoles sobre las consecuen
cias de la privatización religiosa, que ha hecho pasar a España
de un estado confesionalmente católico a un estado socialmente
laicista; consecuencias que ahora estamos padeciendo, sin la
cobertura institucional que necesitamos, ni tampoco la pre
sencia de algunas organizaciones religiosas imprudentemente
abandonadas.
Un camino para revalorizar la sacramentalidad en nuestro
mundo cultural es advertir la emergencia del lenguaje simbólico
en la vida humana, individual y social, como aproximación a la
realidad total, evitando así la fragmentación. En este contexto,
P. Ricoeur resalta el despertar de la metáfora y de la narración,
como un nuevo tipo de cultura que, al valorar las categorías de
la transparencia, lo simbólico, lo estético y la experiencia, nos
capacita para mirar y encontrarnos con el misterio, que encierra
cada cosa. "El símbolo revela ciertos aspectos de la realidad -los
más profundos- que se niegan a cualquier otro medio de cono
cimiento (...). Libre es el hombre moderno de despreciar las mito
logías y las teologías. Mas por ello no dejará de nutrirse de los
52
mitos caídos y de imágenes degradadas"36. El símbolo es el len
guaje de la experiencia religiosa.
B. EN EL CONTEXTO DE LA DESRITUALIZACIÓN
36. M. E l ia d e , Imágenes y símbolos. Madrid 1992, pp. 12. 19. 25; cf. G. W o rg u l
From magic to metaphor. A validation o f the Christian Sacraments. Nueva York 1980;
Varios, Nuove ritualitá e irrazionale. Come far rivivere el “mistero litúrgico”? Padua
1993; B. Testa, ”Le domande delluomo e i sacramenti”. Rivista Teológica di Lugano
2 (1997) 245-264.
37. Cf. J. M artín Velasco, "Los ritos cristianos en situación de pluralism o cul
tu ral y religioso”. Phase 184 (1991) 271-185.
53
1. Causas de esta situación
54
sospechas y reducciones en torno a la conciencia humana y al
rito, procedentes del marxismo y del psicoanális, principalmen
te, que explican el origen de los ritos a partir de una relación
ideologizada del hombre con la realidad, respectivamente desde
la angustia religiosa de la criatura oprimida (el opio del pueblo),
o desde la neurosis obsesiva universal que provoca la sublima
ción de las pulsiones instintivas, identificando los rituales reli
giosos con los comportamientos obsesivos38. Por todo esto es
urgente cuidar la expresividad de los ritos gratuitos y su acogi
da fraternal, pues ni los ritos son simulaciones, ni los celebran
tes espectadores; defendamos también su coherencia con la cul
tura y con los celebrantes y su transparencia equilibrada, entre
lo individual y lo comunitario, lo legislado y lo creativo, el gesto
y la palabra, la lucha y la fiesta.
En fin, estos tres motivos de la actual desritualización expli
can cómo una cierta “religiosidad natural” ha provocado una
crisis de identidad ritual y sacramental. Por tanto, es urgente
recuperar el buen uso creyente de los ritos, puesto que son nece
sarios y fundamentales en la expresión religiosa de la fe, tenien
do en cuenta que se trata de mediaciones relativas, no absolutas,
del misterio, cuya misión es revelar el acto de fe y la experiencia
de la salvación. De todos modos, la revitalización de los ritos
sacramentales presupone la revitalización de la vida cristiana y
un nivel alto en la misma relación teologal de los celebrantes con
Dios, sin olvidar que los ritos y el lenguaje reflejan también la
vida y el contexto histórico del hombre y del mundo, espacios en
los cuales el cristiano se comunica con Dios, Padre de nuestro
Señor Jesucristo39.
55
Copyngmed mafc.
2. Cuestiones disputadas
40. Cf. L. M. Chauvet, Les Sacrements. Parole de Dieu au risque du corps. París
1993, pp. 46-47^. Uríbarri, "Tres cristianismos insuficientes: emocional, ético y de
autorrealización”. Estudios Eclesiásticos 78 (2003) 301-331.
56
Copyngh
han enfatizado la dimensión cultual (fe confesada en el misterio
sacramental). En este sentido, se explican algunas dialécticas his
tóricas, como la cuestión de la reforma del siglo XVI entre la fe
que salva al individuo y los sacramentos, y las tensiones actua
les en las que aparece la pérdida de la necesaria relación entre
seguimiento de Cristo y celebración sacramental, o entre el
compromiso ético en la y la práctica sacramental.
¿No es cierto que con frecuencia no hay relación entre el com
promiso cristiano con los demás y la asistencia al culto? ¿No se
reduce a veces la vida cristiana, ya a unas acciones religiosas, inti-
mistas, ya a unos compromisos sociales? ¿Qué es lo que cuenta,
el compromiso personal o el objetivismo sacramental? Lo deci
sivo es ciertamente la acción de Dios, pero si no hay recepción
personal del don de Dios y amor en la vida real permanecemos
en una praxis mágica de ritos.
¿No sorprende que los que parecen no tener fe siguen
pidiendo los sacramentos, y los que parecen tenerla dejan de
pedirlos? Los creyentes no suficientemente practicantes, o al
revés, manipulan religiosamente los sacramentos, sustituyen
do la recepción del sacramento por el comportamiento moral,
o a la inversa. Algunos cristianos confunden el convertirse con
el acto exterior de confesarse; ciertamente, es más fácil asistir
a una misa de funeral, a una boda o a un bautizo, cumpliendo
una estupenda norma social, que vivir según el evangelio y par
ticipar, en consecuencia, también en los funerales, bodas y bau
tizos. Ante una práctica sacramental ambigua, algunos conclu
yen que: es suficiente expresar la fe a través del compromiso
fraterno y del testimonio profético, y así nace la división entre
el clero y los cristianos del culto y los otros, a quienes les basta
el compromiso. Unos practican una fe sin ritos; otros unos ritos
sin fe.
La simplificación ética del cristianismo propone un Cristo
modelo de comportamiento moral para el hombre, lo que con
duce a un cristianismo legalista, prometeico, una especie de
ONG. Pero el cristianismo relaciona toda la existencia hum a
na sobre todo con Dios, integrándose por el Espíritu en la
nueva vida del Hijo. La cuestión es si Cristo es un mero ejem
plo ético o la fuente de la vida eterna. El cristianismo es segui
miento de Cristo (sinópticos), incorporación a Cristo (Pablo),
vida nueva en Cristo (Juan).
57
Este dilema algunos lo presentan como alternativa entre el
sacramento del altar y el sacramento del pobre, categoría teoló
gica, llevándonos a un dualismo falso41, pues cuando se afirma
que lo decisivo no es el culto sino la vida, se olvida, a veces, que
la liturgia, como celebración del misterio pascual de Cristo, abar
ca toda la existencia del cristiano, que ha de ser asumida para ser
salvada en Cristo. Además, el sacramento expresa no sólo una
esperanza futura, sino también el seguimiento real de Cristo en
este mundo temporal, pues la gracia sacramental se nos da como
tarea, de tal modo que el rito es siempre expresión de un com
promiso ético. Con otras palabras, la gracia es donación gratui
ta (no debida) de Dios y recepción graciosa (respuesta libremente
necesaria) del hombre.
Ante esta dicotomía peligrosa, por la que unos reducen la vida
cristiana al culto, y otros, al compromiso ético, afirmamos que
no hay dos caminos en la vida cristiana, puesto que el único
modo auténtico de seguir a Cristo es el que se gesta en la cele
bración sacramental, animada por el Espíritu Santo. Un gran
principio eclesiológico enseña el seguimiento profético, sacra
mental, y real de Cristo profeta, sacerdote y rey. Además, la recep
ción del sacramento exige fe, conversión y recta intención, de
modo que la gracia ni se consigue mágicamente, ni se aumenta
cuantitativamente. Quizá necesitemos dejar ya de sospechar que
los que celebran olvidan al prójimo, y los comprometidos olvi
dan a Dios, fijándonos más en los frutos.
“En definitiva, no se trata de elegir entre la interpretación
ética y la interpretación religiosa del culto cristiano. La origina
lidad cristiana consiste precisamente en haber superado este
planteamiento alternativo: o, por una parte, liturgia, culto, ritos;
o, por otra parte, vida, ética, compromiso"42. La construcción de
una teología moral desde los sacramentos es siempre necesaria
en orden a fundamentar la moral y también en orden a superar
41. "Declarar sin más que lo importante no es la misa, sino los otros, es mani
festar una singular incomprensión del misterio cristiano”. L. M. Chauvet, Les
Sacrements. Parole de Dieu au risque du corps. París 1993, pp. 59. Cf. p. 82.
42. J. M artín Velasco, Lo ritual en las religiones. Madrid 1986, pp. 65-66. Los
sacramentos no son ajenos al compromiso moral del cristiano en la sociedad. Cf. Ph .
J. R osato, Introducción a la teología de los sacramentos. (Estella 1994) 9. 147. 162, M.
Lóhrer , Sacramenti ed etica: I sacramenti della Chiesa tra preocupazzioni dottrinali.
Roma 1993; L. M. Chauvet, "Pratique sacramentelle et expérience chrétienne”.
Christus 171 (1996) 275-287.
58
el fácil conflicto entre el culto y la vida, pues unos se inclinan por
el compromiso y otros por el culto. En fin, no se puede separar
la ortodoxia de la ortopraxia; los sacramentos han de ser con
validados en sus frutos éticos.
En este contexto, es preciso defender el equilibrio entre lo con
templativo y lo activo en el culto, pues no podemos adorar a Dios
sin construir su reino (provocaríamos los humanismos ateos), ni
tampoco podemos construir el reino sin dar culto a Dios (provo
caríamos los cristianismos ateos). Juntemos, sin confundir, el tra
bajo con la gracia, la ética con la mística, la política con la ora
ción, la lucha con la gratuidad, el hombre con Dios, para desterrar
la ideologización ilustrada del campo teológico y el intimismo de
la espiritualidad cristiana. Ni la fe se ordena unilateralmente al
compromiso ético, ni tampoco a la oración. Más bien, la vida cris
tiana, fundada en la fe en Jesucristo, se expande en círculos con
céntricos, donde encontramos momentos para la oración cultual
y momentos para el quehacer profético.
¿Fe o religión?
59
cantes no creyentes o a los creyentes no practicantes. El rito sim
bólico es el nervio de toda la religiosidad ilustrada o popular, y
la fe es su alma. Bienvenido sea, pues, el personalismo sacra
mental y la renovación cultual, con tal que no caigamos en los
extremos contrarios de los rigoristas y puristas del compromiso
o del culto, ni tampoco la subjetividad nos ayude a perder el sen
tido histórico-salvífico de nuestra relación con Dios.
El cristianismo como autorrealización personal no deja lugar
al martirio, dando la vida por el otro, mientras el realismo esca-
tológico, consecuencia de la encarnación y de la pascua, genera
valentía, parresía, para testimoniar en público la fe. Cuando la
celebración de los sacramentos no está impulsada por la fe, sino
que se pone al servicio del bienestar emocional, se convierte en
una reunión social, reducida al grupo de amigos, sin capacidad
para impregnar de Cristo la sociedad viviendo en medio del
mundo. La palabra lo inunda todo; no hay adoración, ni silen
cio; se comparte la vida de cada quien, no la fe, la cual se redu
ce al sentimiento subjetivo, en la línea de F. Schleiermacher
(1768-1834). Pero el culto es, más bien, realización mística de la
vocación recibida, excavando no en cisternas agrietadas, sino en
el insondable misterio de Cristo crucificado y exaltado.
Superada la vana oposición entre fe y religión, se recupera el
equilibrio en el culto entre la palabra y el rito; definitivamente,
la revelación no suplanta, sino que juzga (Aufhebung) la reli
gión43. Hoy día se redescubre la importancia de la ritualidad en
la estructuración de la identidad del ser humano, reflexionando
sobre aquellas palabras evangélicas: "El sábado ha sido hecho
para el hombre, y no el hombre para el sábado” (Me 2, 27), en
donde Jesucristo reconoció también la dimensión esencial de la
religión para el desarrollo del hombre. El nunca condenó los ritos
religiosos, aunque habló del riesgo de no entenderlos, ni practi
carlos, como verdaderas mediaciones. Además, cuando se pres
cinde de los ritos, por miedo a la magia, se cae en dogmatismos
o en moralismos aún peores. Afortunadamente, la mayoría per-45
45. Cf. K. Barth, Die Kirchliche Dogmatik. Zürich 1948, pp. 304.356. “Ellos tiran
con el agua sucia de la religión tam bién al niño de la fe”. P. Vanzon,
“Secolarizzazione”. Dizionaño teológico interdisciplinare. III. Turín 1977, p. 224. El
culto, que es fe expresada religiosamente, se opone a la mera religiosidad natural y
positiva; por eso, el problema raíz para el Cristianismo no es la irreligiosidad, sino
la paganización.
60
cibe cada vez mejor la necesaria complementariedad entre la fe
y el sacramento.
¿Gracia o sacramento?
61
Copynghted ma*.
cristiano en su comunidad. Además, los caracteres sacramen
tales que adquiere sólo mediante la recepción real del sacra
mento pertinente.
Por otra parte, ¿qué sucede con los creyentes no practi
cantes?; ¿no es cierto que además de los sacramentos de la
Iglesia está la Iglesia de los sacramentos?48. Frente a estos inte
rrogantes, hay que ampliar el ámbito de la eficacia sacramen
tal, pues, aunque los sacramentos concretos son siete, las
expresiones sacramentales de Cristo y de la Iglesia son muchas
más. Además de la eclesialidad del ministerio ordenado está la
eclesialidad de la asamblea; uno y otra son, aunque comple
mentariamente, sacramentos de Cristo; y no sólo está la sacra-
mentalidad de la Iglesia que celebra, sino también la sacra-
mentalidad de la Iglesia que lucha por la justicia y por la paz.
El precio del sacramento es siempre nuestro testimonio en
favor de la paz y del amor al prójimo. Además, Cristo es el
sacerdote universal y no está atado a los ritos sacramentales.
Mas hablamos, no de los cristianos anónimos, sino de la Iglesia
sacramento y, por lo mismo, visible.
Concluyendo, afirmamos que aunque no podamos identificar
exclusivamente la vida sacramental de la Iglesia con la visibili
dad de los siete sacramentos, porque la gracia nos puede llegar
a través del buen ejemplo del hermano, que implica también un
valor eclesiológico y sacramental, sin embargo, toda la gracia
cristiana procede de la virtud de la fe y del sacramento de la fe, y
no hay ninguna gracia extrasacramental, sino sólo modos extra
sacramentales de conseguir la gracia sacramental, de modo que
los siete sacramentos, en cuanto sacramentos de Cristo y de la
Iglesia en el Espíritu, son las mediaciones plenas de la fe y de la
gracia. Por eso, el cristiano en plenitud, piedra viva de la Iglesia
visible, es el que celebra y recibe los sacramentos y, en conse
cuencia, da su vida por el hermano. Toda gracia cristiana es gra
cia cristológica, eclesial y sacramental.
48. Cf. E. Schillebeeckx, Cristo, sacramento del encuentro con Dios. San
Sebastián, 3 ed., 1966, pp. 159-164; 227-246.
62
Copyngh'
3. Caminos de recuperación ritual
Evangelización y sacramentos
63
prometidas en la propia vida y en la misma sociedad, donde apa
rece la adoración a Dios y el respeto a los hombres.
La cuestión es compleja, pues la transmisión de la fe y su
código interpretativo no sólo han de introducir en el simbolismo
cultual, sino también han de dar unidad y fidelidad a la vida frag
mentada, mediante la experiencia de la fe; además, asumir el
código hermenéutico sin la experiencia de fe facilita la manipu
lación de la gente. Por eso, la cuestión fundamental en la praxis
sacramental está en el nivel de la vida de fe y también en el hecho
de haber evangelizado previamente los ritos49, que son media
ciones no para encontrarse con uno mismo como en la religio
sidad gnóstica, sino con Dios, nuestro Señor y Salvador. En este
contexto, hay que descubrir que se evangeliza para celebrar, y se
celebra también para evangelizar, aunque cada una de estas dos
realidades tenga su objetivo propio. La fe no cultivada termina
en indiferencia o en superstición.
La evangelización es necesaria para dar sentido a los símbo
los y demás mediaciones sacramentales y para percibir en ellos
la presencia de Dios y entrar en comunión con El en la concre
ta historia eclesial y litúrgica de la salvación. El culto sacramental
presupone, en consecuencia, la fe del sujeto y la fe de la Iglesia,
es decir, no se celebra sólo en el nivel subjetivo de la fe individual,
sino también en el nivel objetivo de la fe de la Iglesia, (la fe pro
clamada, realizada y contenida en los mismos ritos), dada la rela
ción entre fe y sacramento, en los niveles intrínseco y participa-
tivo, para que el sacramento sea fructuoso en nuestras vidas. “No
hay verdadera experiencia de fe sin sacramento, ni sacramento
pleno sin experiencia de fe... el sacramento forma parte de la
experiencia de fe, y la experiencia de fe del sujeto concreto forma
parte del sacramento celebrado. Pero ni la experiencia se encie
rra en esta expresión sacramental, ni el sacramento se reduce a
esta experiencia de fe"50. En fin, no separemos nunca la fe del
64
culto, ni los sacramentos de la fe, ni la pastoral misionera de la
pastoral litúrgica, ni tampoco la fe de la historia51.
65
nos a esa realidad que ocultan y revelan los sacramentos, y que
es preciso experimentarla, aunque no sea posible dominarla ple
namente con el análisis racional. Es la dialéctica cultual entre la
ideologización de los ritos y su correcta simbolización, donde lo
fundamental es el modo de decir o de hacer.
Nos encontramos, por tanto, ante la obligación de reconocer
la íntima relación de la ortopraxia cultual con la ortodoxia sacra
mental, porque los sacramentos son, no sólo contenidos dog
máticamente correctos, sino también acontecimientos verdade
ramente históricos. En este sentido, hay que resaltar el carácter
narrativo, gratuito y regenerador de los símbolos sacramentales,
rehabilitando lo simbólico sobre lo discursivo y lo ritual sobre lo
argumentativo. Ahora bien, la última clave hermenéutica de los
sacramentos es su eficacia transformadora de la realidad que nos
rodea, de modo que la celebración y la historia, que se está
haciendo, vayan paralelas. Los sacramentos comprometen al
cristiano en toda su existencia, gracias al poder y la vida que
brota continuamente del Espíritu Santo, en cuya virtud cree y
celebra la Iglesia. No separemos la moral del culto, pues el Señor
no acepta los sacrificios sin la misericordia.
66
de lo sacramental es el acontecimiento teológico, no moral, de
Pascua y Pentecostés. Esta teología de la presencia activa de Dios
en la historia produce en nosotros una sorpresa constante ante
las maravillas ininterrumpidas de Dios. La realidad histórica de
la sacramentalidad se manifiesta sobre todo a través de la media
ción simbólica del lenguaje que es para el hombre manifestación
de intimidad personal.
Segunda, lo simbólico es la mediación categorial que confi
gura la relación entre el misterio pascual y los sacramentos.
Celebrar no es decir lo que se hace, sino hacerlo simbólica y
sacramentalmente, dejándose llevar por el poder evocador del
símbolo memorial, plenificado por el don gratuito de Dios, cap
tado en fe por la asamblea y experimentado por los celebrantes.
El culto integra a los participantes en el acontecimiento cele
brado, pues el testimonio público gesta comunidades fraternas.
Ahora bien, como el sacramento es una mediación cognoscitiva
humano-divina de comunicación, hay que distinguir en el rito
sacramental entre el acto de la asamblea (lo contigente) y el acto
de Cristo (lo absoluto).
Tercera, la fe subjetiva y objetivo-eclesial es un elemento cons
titutivo de la celebración sacramental, que identifica objetivamente
a quienes lo reciben. Ahora bien, tiene que haber coherencia entre
la palabra-rito y los contenidos de fe, de modo que no se pronun
cien palabras o se ejecuten acciones desconectadas de la fe obje
tiva de la Iglesia. En este sentido, el sacramento se capta como
memorial o actualización anamnética del misterio pascual;
como gracia o fruto que presencializa el misterio pascual; y como
prenda de la gloria futura o cumplimiento del misterio pascual. Por
tanto, la pastoral sacramental se fundamenta en sus valores cele-
brativos: presencia de Cristo, dínamis de su Espíritu, doxología del
Padre y epifanía de la Iglesia o construcción de la comunidad. La
identidad cultual es base de la identidad cristiana en los niveles
personal y comunitario.
La entrevista pastoral, exigida hoy como preparación a la
recepción de algunos sacramentos, será una mediación provi
dencial en la medida que exista verdadera comunicación53. ¿Hay
67
relación entre lo que la Iglesia ofrece y lo que la gente pide? A
veces se advierte un disfuncionamiento pastoral, pues nos move
mos en un lenguaje vacío, que nos obliga a regresar a la evan-
gelización antes de continuar sacramentalizando. No se trata de
ser duros, ni tampoco complacientes, sino de tratar evangélica
mente las realidades evangélicas, porque no es cuestión de leyes,
sino de fe y de conversión. Hay que volver a lo esencial, en el res
peto al sacramento y al otro. La exigencia catecumenal es fun
damental en la iglesia actual en orden a una reiniciación de los
bautizados hasta que haya una aceptación real de la fe de la
Iglesia.
La identidad celebrativa de los sacramentos presupone tam
bién advertir que son, no meros medios para obtener la gracia,
sino acontecimientos de salvación. Quienes practican el consu-
mismo sacramental, como si el sacramento fuera un mero medio
de salvación, no pueden captar el sacramento en el hontanar mis
térico del acontecimiento salvífico y, en consecuencia, se inca
pacitan para celebrarlo contemplativamente con un estilo apro
piado. Sin embargo, el sacramento es gratuidad, belleza, fiesta,
y no podemos manipularlo en favor de nada, ni de nadie. Dios
no puede renunciar a su gloria, ni tampoco renuncia a salivarnos,
porque nos ama. Por eso, sólo cuando renunciemos a nuestra glo
ria experimentaremos la gloria de Dios que nos salva.
68
Copyngmed malí
C apítulo III
Antropología de lo sacramental
69
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mediante la cual se realiza la celebración de la salvación cris
tiana; después veremos cómo el símbolo en su inmanencia hace
transparente, por el don sacramental, la transcendencia de Dios.
La pedagogía litúrgica en el contexto de fe se transforma defi
nitivamente en mistagogía, pues el símbolo sacramental no sólo
significa la alianza de Dios con el hombre, sino que también la
realiza en la historia concreta. En nuestro ámbito, la palabra
“sacram entar es más exacta y más apropiada que el vocablo
“simbólico”, pues, si bien todo lo sacramental es simbólico, no
todo lo simbólico es sacramental, porque no todo símbolo trans
mite la presencia de Dios.
Se afirma hoy que el hombre técnico busca la eficacia, des
confiando del mundo simbólico; con todo, esto puede ser una
falacia, pues, aunque el hombre actual es mucho más crítico tam
bién con las prácticas religiosas, si consideramos en profundidad
sus anhelos, advertimos que nunca ha dejado de buscar la trans
cendencia de los acontecimientos fundamentales de su vida. Toda
la realidad tiene una transparencia simbólica, y el retorno a la
naturaleza, amén del despertar religioso en tantas personas de
todas las clases sociales, muestra cómo el pensar o el actuar sim
bólico es consubstancial al ser humano; precede al lenguaje y a
la razón discursiva. La palabra “sacramental” expresa en un sen
tido amplio que lo sensible es “más” o significa algo “más pro
fundo” que lo que aparece en la superficie.
Nos adentramos, pues, en el sistema de significación de la
sacramentalidad cristiana, en orden a que los sacramentos
superen con creces la barrera de la insignificancia y expresen la
fe, para lo cual es preciso no sólo reformar los ritos, sino tam
bién renovar los celebrantes. Las características antropológicas
influyen, indudablemente, en el estilo celebrativo; por ejemplo,
en un ámbito intelectual fácilmente se suprimen determinados
símbolos. En este sentido, advertimos cómo la cultura semita
tiende a la síntesis y la cultura griega al análisis; la cultura paga
na huye de la historia mediante la sacralización de la realidad,
y la cultura cristiana se integra en la historia mediante la difu
sión de la santidad divina en el hombre y en el mundo. Y nues
tra cultura occidental, que se deleita en el lenguaje hablado y
escrito, se completa en la ritualidad.
70
1. E l hombre y la asamblea
71
contemporáneo es preciso reivindicar el carácter trascendente del
hombre, como fundamento del sentido profundamente humano.
El simbolismo, por otra parte, está en el umbral de lo huma
no, pues el animal, determinado por sus instintos, carece de
capacidad simbolizadora; no se pregunta por el sentido de su
vida, ni necesita una ética para ser lo que es. Mas la simboliza
ción humana presupone la transparencia de la realidad material,
y al desvelarla se aprehende por otro camino diferente al cono
cimiento conceptual directo. El concepto analiza y el símbolo
globaliza; y necesitamos analizar y sintetizar, pues los símbolos
nos desvelan aspectos de la realidad ocultos al poder concep-
tualizador. Los ritos sacramentales son también procesos y dra
mas sociales, que significan la entrada y pertenencia a una comu
nidad; son sistemas en los que se encuentra el lugar que a uno
le corresponde en el universo y en la propia comunidad, después
de haberse hallado uno a sí mismo.
El cuerpo, fecundísimo orden simbólico, es el primer lenguaje
del hombre, el cual no es sólo algo a interpretar, sino sobre todo
principio hermenéutico. Hablando del cuerpo como símbolo, nos
referimos tanto al cuerpo humano y al social, como al cuerpo
cósmico, afirmando que en el culto sacramental lo espiritual nos
llega en la corporeidad, en cuanto expresa al hombre en su tota
lidad56. Las realidades mundanas visibles nos transportan a las
realidades invisibles. Los elementos naturales que entran en los
sacramentos desde su estatuto de simples objetos materiales
pasan a simbolizar nuestra salvación, desde la intencionalidad
cristiana. Es el eco del matrimonio indisoluble del Creador con
su criatura y del hombre con su tierra.
56. Cf. “La Liturgia, expresión corporal”. Concilium 259 (1995) 367-439.
72
trario, se afirma que Cristo es el origen determinante de lo sacra
mental y mediación necesaria, pues gracias al don gratuito del
Verbo Encarnado, fuente de la Iglesia, el hombre varón-hembra,
creado a imagen y semejanza de Dios y después redimido del
pecado, es sacramento y significa y celebra en Cristo su propia
salvación. La estructura sacramental del hombre manifiesta,
pues, la mediación histórica en la cual Dios se ha relacionado con
el hombre, y el hombre con Dios, la cual pertenece, no sólo al
orden antropológico, sino sobre todo al orden teológico, porque
expresa el querer de Dios y se refiere al Verbo Encarnado.
El hombre entra en comunión con quien ha asumido su con
dición pecadora, y al identificarse con la voluntad de Dios supe
ra su fragmentación personal y se integra libremente en sí
mismo y en la Iglesia. Paradigma del sacramento del hombre es
el buen samaritano, como encuentro con el prójimo, cuya supre
ma realización fue el Verbo Encarnado volcándose misericor
diosamente en la salvación del hombre57. El culto sigue la ley
encarnacionista del plan salvador de Dios. En la pedagogía bíbli
ca los signos sensibles del mundo cósmico significan la virtud
sobrenatural, iluminando la Historia de la Salvación. Toda rea
lidad sacramental se refiere siempre al misterio encarnado del
Cuerpo de Cristo, y su visibilidad está, igualmente, en función
de mostrar y entregar la salvación cristiana a los hombres. Así,
desde el hombre, ser simbólico y simbolizante, se llega al hom
bre ser sacramental y sacramentalizador, pues los símbolos cul
tuales o ritos desvelan al hombre como ser sacramental, al haber
sido asumido por la transcendencia divina. Esta antropología
sacramental cristiana nos ofrece también la respuesta al por qué
de los ritos sacramentales.
Así pues, la sacramentalidad se contextúa tanto en la esencia
del hombre -ser simbólico por la creación-, como en la plenitud
de su realización histórica -ser sacramental por la redención-; el
hombre es hierofanía de la salvación, cuyo origen y perfección
es Jesucristo, hombre-Dios. El hombre necesita de lo sacramental
para emerger en cuanto tal, en el mundo y en la Iglesia, puesto
que los sacramentos no sólo se acomodan a su naturaleza, sino que
también le realizan en su existencia cristiana. En concreto, los
sacramentos salvan al hombre de la unilateralidad técnica,
57. Cf. Santo Tomás de Aquino, Summa Theologiae, II-II, 30, 4c.
73
integran el trabajo humano en el nivel de lo festivo, y lo elevan
al nivel de lo trascendente. Con razón Santo Tomás de Aquino
relacionaba cada sacramento con un momento fundamental en
la vida del hombre58, de modo que los sacramentos son tiempos
de plenitud salvífica para el hombre. Así, la historia profana se
hace Historia de la Salvación, pues los sacramentos no son una
huida, sino uno de los máximos contrapuntos, bellos y contem
plativos, de la vida.
La estructura simbólico-sacramental del hombre, imagen de
lo creado y redimido, verdadero microcosmos e imagen del
creador y del redentor, al haber sido creado varón y mujer a su
imagen y semejanza, muestra los contenidos celebrados en los
sacramentos y discernidos por la fe, reafirmando así las bases de
la antropología sacramental cristiana desde la armonización entre
el cosmos y lo sacramental. En este sentido, los sacramentos
expresan al hombre-mujer cristianos, imagen de Cristo-Iglesia en
el nivel sacramental.
“Las estructuras y acontecimientos sacramentales caracteri
zan, ya desde los orígenes, la historia de Dios con los hombres.
Es decir, desde que el hombre existe, estas estructuras y estos
acontecimientos impregnan todos los ámbitos de una teología
que tiene una estructura histórico-salvífica. Pero esta concepción
sacramental no se produce por sí sola; es eficaz únicamente
cuando desciframos la realidad a partir de lo que llamamos reve
lación. Dicho de otro modo: la fe es uno de los presupuestos irre-
nunciables de una teología sacramental. Y esta fe tiene, a su vez,
en su acuñación eclesial y en su expresión litúrgica, una estruc
turación dialógica”59.
La asamblea sacramental
74
Copyngr ‘
brativo, en las que aparece el contexto antropológico del sacra
mento en los niveles social e histórico.
En primer lugar, el origen. No somos los cristianos reunidos
los que hacemos la Iglesia; es la asamblea, fruto de la evangeli-
zación y de la celebración, la que nos hace cristianos y lo somos
en la medida que entramos en su orden simbólico-sacramental;
la asamblea es la primera señal de la identidad cristiana. Una
Iglesia sin asamblea es una contradicción teológico-antropoló-
gica, como una celebración sin el signo o al menos sin el signi
ficado de la asamblea. Cuando hablamos de asamblea nos refe
rimos sobre todo al sentido de la asamblea eucarística dominical.
Ser cristiano es ser iglesia, y ser iglesia es participar en la asam
blea eucarística dominical. Esta es la mediación esencial de nues
tra relación con Dios. En este campo, la asamblea eucarística es
la realización suprema del misterio de la comunión en la Iglesia.
Así pues, la asamblea nos ayuda a superar la tentación de la rela
ción inmediata con Dios.
En segundo lugar, el contenido. La asamblea sacramental,
sujeto celebrativo integrado por los fieles bautizados, evangeli
zados y convertidos, anuncia y celebra simultáneamente en accio
nes y palabras el misterio pascual de Jesucristo como poder que
salva y transforma al hombre y a la sociedad, haciendo memoria
de la vida, muerte, resurrección y ascensión de Jesucristo, con
cretándose así la presencia gratuita de su reinado en el mundo.
En ésta descripción operativa de la asamblea quedan integradas
las realidades de Dios y del hombre, de la comunidad, la palabra
y la acción simbólica, interpretadas en los niveles antropológico
y sacramental, cuyo fruto es la presencialización cultual y salví-
fica de la salvación cristiana.
La riqueza de la asamblea litúrgica, en sus contenidos cristo-
lógico, eclesial y cósmico, aparece en su esplendor si considera
mos sus dimensiones conmemorativa, demostrativa y escatológi-
ca. Los diferentes ministerios que estructuran y realizan la
asamblea, celebrando los misterios y sacramentos, manifiestan la
importancia antropológica y teológica de la comunidad cúltica,
conociendo las exigencias, aunque menores, de tipo sociológico
y psicológico que hay que tener en cuenta a la hora de constituir
una comunidad celebrativa, que también requieren su tiempo y
espacio adecuados. Aunque el culto cotidiano de muchas comu
nidades no tenga grandes exigencias culturales, no hay que
75
olvidar las condiciones antropológicas de la celebrabilidad para
que el culto sea verdadero y, por tanto, sensatamente creíble.
Uno de los elementos fundamentales que integran la asamblea
dominical, según consta en los documentos más primitivos de la
Iglesia y en la Constitución Litúrgica del Concilio Vaticano II60,
es el gozo y la fiesta. Esta experiencia de la asamblea cristiana,
donde los cristianos se reúnen en orden a compartir su fe, que
haceres, testimonios y experiencias durante la Eucaristía y demás
sacramentos, favoreciendo de esta manera la fraternidad entre
ellos, nos hace agradecer a Dios la salida de la esclavitud y, sobre
todo, pregustar lo que será la asamblea del cielo, de la cual espe
ramos formar parte. Es importante acentuar el sentido festivo de
la celebración de la vida nueva.
En consecuencia, la asamblea sacramental no sólo se des
cribe como una acción social donde se comparte con fe y entu
siasmo la vida cristiana, o como una memoria psicológica del
pasado anticipando en él el futuro, sino que se constituye en
Jesucristo, Señor de la historia, quien se presencializa en
medio de la comunidad creyente, fundamentando así el futu
ro de un mundo mejor. En el centro está la realidad anamné-
tica de los sacramentos (el misterio pascual), y el ejercicio
actual del sacerdocio de Jesucristo, en la virtud del Espíritu
Santo, especialmente, en la consagración y en la comunión
eucarísticas, plenitud del compartir fraternal. En caso con
trario, sería posible sustituir la Eucaristía por otro tipo de reu
nión fraternal, una de cuyas consecuencias podría ser que
Cristo terminaría siendo un marginado entre quienes se reú
nen para celebrar la solidaridad.
2. S ig n o s y S ím b o l o s
76
Copynghted mafc.
mental del siglo XX, por encima de sus diferencias”61. Además,
“afirmar que el sacramento pertenece al contexto simbólico equi
vale a situarlo en el centro de la realidad humana”62. El ocaso de
una civilización basada en la razón instrumental nos abre la
puerta a la cultura del símbolo, que nos muestra la historia pro
funda del hombre. El símbolo, cuya finalidad es el advenimien
to y el encuentro, revela aspectos de la realidad ocultos al razo
namiento. El símbolo nos enseña que no es sólo el pensamiento
el que ilumina el misterio, sino que es sobre todo el misterio el
que ilumina el pensamiento.
Es preciso distinguir entre el signo y el símbolo con sus dis
tintos principios de funcionamiento, aunque el signo protege al
símbolo, pues éste abandonado a sí mismo pudiera originar fan
tasías gnósticas y exotéricas. El signo, que pertenece al orden
objetivo del conocimiento y de la información en el nivel del valor
canjeable, se caracteriza porque el significante es arbitrario o
convencional en relación al significado, debido a un pacto entre
los hombres, y el significante y el significado no pertenecen al
mismo orden de la realidad, como las señales de tráfico. Por el
contrario, el símbolo o signo natural, característico de la estruc
tura sacramental, implica que el significante está naturalmente
relacionado con el significado, aunque respondan a distinto
orden de la realidad, como el hogar o una muestra de cariño sig
nifican acogida y amor. En general, el símbolo, perteneciente al
campo semiótico, es un medio de reconocimiento subjetivo y de
comunicación social en el orden del valor no canjeable o gratuito,
entre un emisor y un receptor, desde un código común, cuya
estructura básica nos lleva de un significante a un significado.
El concepto etimológico de símbolo (symbolon-symballein =
poner junto, reunir dos mitades) significa una señal de conver
gencia de dos realidades, o de reconocimiento o pacto entre dos
o más personas. Por eso, el símbolo, que es una mediación de
identificación, siempre hace pensar63. El concepto real de símbolo
77
es polisémico, de modo que es preciso clarificar en cada caso el
uso que se hace de esta palabra, en orden a no permanecer en la
ambigüedad, es decir, el símbolo exige una interpretación con
dicionada por los individuos y las asambleas. Los símbolos se
interpretan en la pluralidad cultural y religiosa en la que vive el
hombre, base de lo que se llama "expresión simbólica” (sonreir),
distinta de la expresión funcional (escribir); aquélla es tan plu
ral como plurales son la culturas y las religiones.
Lo que caracteriza el símbolo no es su valor material (el signo
de la cruz puede ser de oro o de madera), sino su relación o sig
nificado en el conjunto o contexto cultural al que pertenece, pues
“no se puede aislar un símbolo sin destruirlo, empujándolo a lo
imaginario inefable"64. Así se explica la muerte de símbolos cris
tianos en la cultura desacralizada que nos rodea. El símbolo de
la señal de la cruz en un ámbito pagano es insignificante, mien
tras que en un contexto cristiano permite a los individuos reco
nocerse como cristianos y miembros de una comunidad. Un
grupo humano es tal en la medida que se conjunta en un códi
go común de valores.
78
Copyngr:
de sentido, reafirma la vida y nos abre a la esperanza mediante
la fantasía que, al arrobarnos y entusiasmarnos, nos capacita
para transformar la realidad, llevando al hombre al absoluto en
el nivel transcendental; esto evidentemente no elimina la reve
lación, sino que abre una puerta a ella. El juego, como aparece
en los ritos, manifiesta la característica más propia de Dios en su
relación con nosotros, la gratuidad. En este contexto del análi
sis ontológico del actuar mediante el concepto de fiesta, E. Fink
llama al juego ritual símbolo por excelencia66.
El juego, como el lenguaje categoría originaria, nos sitúa en
el ámbito del amor cristiano cuando decimos de él que es espon
táneo y desinteresado y en el ocio contemplativo, como presu
puesto de la Liturgia. En este contexto, el juego ritual, vista su
gratuidad e inutilidad, es símbolo de Dios, quien nos ama porque
sí, consecuencia de su bondad, sin causa alguna fuera de sí
mismo. Es verdad que quien celebra encuentra confianza y paz;
lo cual presupone el axioma: quien celebra no tiene hambre, o
quien tiene hambre no celebra. La verdad del rito consiste en su
capacidad mistagógica de intencionar lo sagrado y de situar a
quienes lo celebran en la presencia de Dios.
En fin, en esta teoría del simbolismo lúdico, en sus diversas
manifestaciones históricas, aparecen algunos aspectos que favo
recen funcionalmente las celebraciones sacramentales, aunque
no se trate de probar la existencia y característica de la sacra-
mentalidad cristiana. Además, es preciso distinguir entre el
juego, señal de la intrascendentalidad en su pura funcionalidad,
y el simbolismo lúdico-cultual, que expresa la "Severa Majestad
de la Liturgia”. Así titula R. Guardini el capítulo 6.° de su libro
El Espíritu de la Liturgia, después de haber hablado de "La
Liturgia como juego”67. El equilibrio entre lo apolíneo y lo dio-
nisíaco es siempre bueno.
66. Cf. E. F ink , Le jeu comme symbole du monde. París 1966, p. 104. (Original
alemán, Spiel ais Weltsymbol. Stuttgart 1960). Fink, fuertemente influenciado por
Nietzsche al rechazar la visión de la verdad propuesta por la tradición greco-cristia
na, afirma que el juego y el arte, en cuanto creadores, son eventos constituyentes de
la verdad y, por tanto, absolutos y sin otra finalidad, más allá del bien y del mal.
67. El psicólogo suizo Jean Piaget (1896-1980), sobre la fase del pensamiento
simbólico y preconceptual del niño (2 a 4 años), etapa de los dos mecanismos sim
bólicos fundamentales el lenguaje y el juego, considera a éste como un medio para
desarrollar el equilibrio global de la futura personalidad, dado que la actividad sim
bólica es, por principio, libre y creativa. Cf. J. P iaget, La formación del símbolo en el
niño. México 1987.
79
Teoría del simbolismo óntico
80
Copynflh'--'
expresividad humana, presupone que sólo se nombra lo que
preexiste; en la base de la palabra humana está la palabra
Originaria, de la que aquélla es un eco. Es importante advertir
que la fe y la celebración han de ser realizadas con la necesaria
expresividad simbólica y verbal, nacidas del hontanar del espí
ritu cristiano. L. Maldonado, en la línea de R. Panikkar, presenta
esta teoría como una manera de describir el culto sacramental
en una cultura secular:
“Ante la pregunta, ¿por qué dar culto, por qué hacer liturgia,
por qué celebrar el sacramento?, se puede contestar lo siguien
te: porque de lo contrario yo no podría ser yo mismo, ni tú
podrías ser tú mismo... Un acto cultual es un acto que nos posi
bilita realizar nuestro ser, realizar el cosmos, llegar a ser efecti
vamente lo que somos... de lo que, en definitiva, se trata es de
reconocer que en todo acto humano hay algo mayor y más pro
fundo... lo auténticamente real es de por sí sacramento, que está
revestido, cargado de lo sagrado; por lo mismo, la entrada en el
sacramento no es una salida de la realidad, antes al contrario,
una penetración en ella"71.
81
Copynghled mak.
el símbolo revela y oculta al mismo tiempo el significado defi
nitivo, como el cuerpo humano revela y oculta, simultáneamen
te, al hombre y a la mujer. El símbolo es, por tanto, ambiva
lente; incluso, funciona superándose a sí mismo, en cuanto que
el primer significado te lleva más allá, si se deja mover uno por
la estética y por la fe. Lo esencial es siempre invisible.
Este funcionamiento del símbolo se explica mediante la rea
lidad de la metáfora72, una mediación más significativa que los
mismos enunciados científicos. La metáfora crea, no la realidad
objetiva, sino sus aspectos humanos, que tanto significan en
nuestra vida. Así se explica cómo la metáfora nos introduce en
un mundo experiencialmente inédito; incluso, es una ayuda para
entrar en el misterio de Dios. ¿Cómo crea la metáfora la verdad
subjetiva? Hay enunciados que literalmente no significan nada
pertinente. Pero si los interpretamos como metáforas podemos,
a veces, encontrar innovaciones de sentido, que originan nuevos
significados y nuevas experiencias. A estos enunciados los lla
mamos metáforas vivas, las cuales, situándose más allá del sen
tido literal, provocan el abandono del significado evidente, y nos
entregan el significado segundo, gracias a la vehemencia del ser,
que se expresa a través del hombre. La polisemia de la metáfo
ra no es imprecisión, sino totalidad; tiene algo que ver con la afa
sia de los místicos en la experiencia de Dios. La celebración en
símbolos concede al liturgo la capacidad de hacer palabra el
silencio divino. El concepto pleno de símbolo en teología se llama
sacramento, es decir, no basta pasar del signo al símbolo; es pre
ciso pasar también del símbolo al sacramento.
En esta perspectiva se advierte cómo la metáfora oculta la
realidad, llegando incluso el momento en el cual la metáfora
comienza a ocultarse detrás de lo que ella misma ocultaba. Por
ejemplo, cuando el celebrante durante la Vigilia Pascual canta
ante el Cirio: “Es Cristo, tu Hijo resucitado”; o cuando invocamos
a Dios, diciendo: “Roca mía, alcázar mío”. En principio, la metá
fora está cargada de sentido y de afecto y nos permite acercar
nos profundamente a la realidad humana y divina. Pensemos en
el contenido metafórico de un paseo, de una carta, del agua bau
tismal, del pan y vino eucarísticos. Desde la función metafórica,
72. Cf. P. R icoeur, La métaphore vive. París 1975; P. R icoeur - E. J üngel, Dire
Dio: per un ermeneutica del linguaggio religioso. Brescia 1993.
82
advertimos cómo se anticipa el futuro, como en el canto victo
rioso entonado antes de la batalla. Con razón, los sacramentos
prefiguran el cielo nuevo y la nueva tierra, es decir, los valores
escatológicos en parte ya presentes. Con todo, la memoria del
pasado y la anticipación del futuro acontecen, no mágicamente,
sino sacramentalmente, en la realización gratuita de su nivel
sobrenatural.
El fundamento del simbolismo litúrgico es, en general, lo
antropológico, y, en particular, el simbolismo tipológico, es decir,
las relaciones teológicas existentes entre los acontecimientos
bíblicos y la historia de la salvación. El simbolismo litúrgico,
esencialmente histórico y salvador, no reniega de la creación, ni
tampoco de la historia profana, sino que al enraizarse en ella la
asume, la purifica y le confiere un significado nuevo. En fin, el
símbolo litúrgico, en cuanto expresión tematizada de la expe
riencia religiosa, no es una mera señal o signo ilustrativo de un
concepto, sino que es una mediación entre nuestra fe y el reino
de Dios capaz de presencializar efectivamente la salvación actual
como acontecimiento pasado y como anticipación del futuro pro
metido.
Entre las características del símbolo litúrgico destacamos en
el contexto de su valor comunicativo y relacional su diversa
intencionalidad evidente en los dos significados, cuya despro
porción se salva análogamente; la prioridad gnoseológica del sig
nificante sobre los significados, y la prioridad ontológica de los
significados sobre el significante; y la historicidad de los sím
bolos, que influye en su evolución, enculturación y celebración
ritual, porque los símbolos nacen y mueren, aunque no todos,
ni del mismo modo, pues hay símbolos permanentes y univer
sales. Por eso, la renovación litúrgica consiste, no sólo en crear
símbolos, sino también en revitalizar los ya existentes, pues es
frívolo sustituir los símbolos básicos de los sacramentos, olvi
dando que son constantes en la cultura humana y con ella se
armonizan plenamente.
Entre las funciones del símbolo están las siguientes: la
mediación desveladora y veladora de la realidad; la capacidad
de dar sentido a la vida; la eficacia presencializadora, etc. “En
el símbolo la relación esencial se refiere menos a una idea o
voluntad que se ha de transmitir que a una persona que se entre
ga, se comunica, se abre, se da, se manifiesta, se hace presente.
83
Considerado formalmente el símbolo no necesita desembocar en
otra cosa... esto explica también por qué, correlativamente, el
símbolo tiende hacia una explicitación de lo que transmite,
hacia la determinación de un sentido"73.
Como el símbolo es mediación de sentido en relación con algo
trascendente, es lógico que este concepto esté en crisis en la
medida que se vive en una cultura inmanente. Por consiguiente,
hay que proteger al símbolo de sus prácticas y lecturas reducto-
ras. Situarse ante el símbolo con prejuicios incapacita para su
comprensión correcta. Cuando el símbolo pasa a ser un objeto,
incluso un instrumento de poder, se idoliza perdiendo su trans
parencia, mediante su sacralización o su vivencia mágica. La
demonización de los símbolos es una tentación constante en toda
realidad simbólica, también la religiosa. La hermenéutica filosó
fica, que considera la interpretación conceptual de la realidad
como suficiente, reduce el papel del símbolo a un puro ins
trumento de información pedagógica, subsidiaria en relación al
concepto. En este contexto se reconoce al símbolo como algo his
tórico, pero sin capacidad para crear historia, pues se le niega
capacidad para interpretar adecuadamente la realidad. Alguna
práctica sacramental en la Iglesia postridentina se situó en este
reduccionismo interpretativo del ritualismo, con el riesgo de
hacer una lectura racional de la revelación.
También tenemos que defender el símbolo ante las posibles
influencias negativas de la razón instrumental del positivismo74,
del marxismo, y del posmodernismo cultural, donde se identifi
ca el símbolo con lo irreal, originando una regresión de la acti
vidad simbólica y de su influencia antropológica, ocultando así
la verdad del símbolo. El positivismo científico reduce el símbo
lo, no sólo a una función subsidiaria del concepto, sino a un mero
adorno, pues la única fuente reconocida de conocimiento es la
84
razón manipuladora de la realidad en orden a su verificación. El
Marxismo califica el símbolo como utopía regresiva, alienante y
conservadora, opuesta al proceso de transformación social, y lo
tolera como forma lúdica. Finalmente, el posmodemismo cultu
ral, al presentar la religión como una herencia anacrónica, redu
ce el símbolo a lo fantástico, dentro de una particular simbiosis
de racionalidad e irracionalidad; para los gnósticos la sacra-
mentalidad es metafórica, mientras que para los cristianos es
mediación en referencia a lo divino.
3. M it o s y r it o s
El mito religioso
85
Copynflh'
toria de salvación, gracias a su poder mayéutico. El tiempo ver
dadero no es el humano o histórico, sino el mítico o cósmico, que
es cíclico y reversible. Por eso, la ética en el mito está desligada
de la historia. Ahora bien, el mito fuera de su ámbito original y
geográfico no tiene sentido, como el mito aparicionista guada-
lupano no tiene sentido fuera de Méjico.
El mito, con el que el hombre pretende dominar su exis
tencia, presenta la transhistorización como su hermenéutica
propia. Ahora bien, nosotros no podemos interpretar la sacra-
mentalidad sin más como una vuelta a los tiempos privilegia
dos, o una huida del tiempo presente para entrar en comunión
con unos orígenes limpios, en un eterno retomo. Esta teoría es
regresiva y estática, mientras que la sacramentalidad cristiana
es transformación de la historia presente mediante la anám-
nesis de un acontecimiento histórico pasado y la anticipación
escatológica. La nueva tierra, fundada ya en Cristo, es ya hoy
prenda del reino futuro75.
El rito religioso
75. Cf. M. E liade, Mito y Realidad. Madrid 1968. Frente a la mentalidad antihis
tórica que muestra la obra de Eliade, quien examina las religiones a través de la espi
ritualidad de la India, está el acontecimiento histórico de la Encarnación de
Jesucristo, que ha gestado la Iglesia. Eliade, que residió en la India desde 1928 a 1932,
repetía con frecuencia: “Jamás el hombre dejará de escuchar mitos”, en un contex
to antireduccionista.
86
una acción simbólica sagrada, predeterminada y operativa76, per
teneciente al orden del hacer. Los ritos no se traducen, se cele
bran; los ritos no son la vida, sino su celebración.
Primero, es una acción simbólica, integrada por elementos y
palabras, que nos introduce, no en planteamientos utilitaristas
de tipo pastoral o espiritual, sino en el reino del misterio que des
pierta en nosotros la confianza gratuita en quien puede salvar
nos. Hay convergencia entre el acto exterior y la intención inte
rior, pues no hay iniciación sin confianza en el otro. Los ritos son
a la historia lo que las hierofanías son al espacio cósmico. Esta
descripción del símbolo sagrado nos introduce en la verdad plena
del cielo (Dios) y de la tierra (hombre), donde lo verdadero limi
ta con lo falso, que se identifica con lo insensato. La ritualidad,
desde su relación con el misterio que nos salva, exige una rup
tura con la vida ordinaria, que si es exagerada produce el hiera-
tismo (rubricismo), y si es insuficiente origina la banalización
(frivolidad).
Segundo, es una acción predeterminada, en cuanto se ejecu
ta según un cuadro preciso y en un ritmo periódico, por unos
ministros determinados y según normas y circunstancias con
cretas, mostrando así la dignidad de lo que se celebra y el amor
con que se hace. El rito protege contra el posible subjetivismo del
ministro o de la asamblea; su reiteración tiene un valor confir
mativo. El carácter repetitivo del rito y su fidelidad a lo institui
do facilita la entrada en comunión con acontecimientos origi
narios y fundantes, y hace posible la continuidad ritual en la
sociedad, pues la virtud procede no del que realiza el rito, sino
del misterio ritualizado. La acción ritual es una acción real, por
que al utilizar símbolos del misterio, influye en la misma reali
dad. Ahora bien, este quehacer ritual tiene que ser cristianizado
desde el Evangelio y desde el amor para superar conformaciones
exageradas al orden establecido o desprogramaciones creativas,
que nos impedirían estar abiertos a la continua novedad del
Espíritu Santo.
87
Tercero, es una acción operativa histórica y escatológica, en
cuanto que expresa y realiza prácticamente algo trascendente,
el misterio de nuestra salvación, y nuestra pertenencia a una
comunidad nueva. Aquí el hacer prevalece sobre el decir. El rito,
una realidad social cuya finalidad es expresar la realidad huma
na en tensión entre el ser y el deber ser, es eficaz, porque esta
blece una relación personal, mediante la religión, entre quien lo
ejecuta y el misterio salvador, gestando incluso la comunidad.
La eficacia ritual, al iluminar la vida sin domesticarla, es intrín
seca al símbolo sagrado y a quien lo realiza; de este modo, no
sólo evitamos la explicación mágica, sino que también supera
mos el objetivismo físico y el subjetivismo idealista. El rito es
más que narración o metáfora viva, pues en él se explicita la fe
y se recibe al gracia, gestándose una iniciación o nuevo naci
miento. Ahora bien, los ritos son capaces de lo bueno y de lo
malo. ¡Cuántas neurosis habrán provocado la confesión y la
comunión por no saber celebrarlas!
El rito sacramental
88
que queramos, ni tampoco tenemos a Dios a nuestra disposición
aunque lo comamos. El rito nos revela a Dios y, al mismo tiem
po, nos lo oculta, pues no puede dejar de ser una mediación. Pero
el creyente, evangelizado y convertido, sabe que el hombre no
se da sentido a sí mismo, sino que el sentido lo recibe gratuita
mente de Dios.
La originalidad de la ritualidad cristiana frente a la rituali
dad pagana nace de su fundamento que es Jesucristo encarna
do, y de su objetivo que es la construcción del Cuerpo de Cristo,
la Iglesia, en orden a visibilizar el reino de Dios. Jesucristo es el
rito originario cristiano. Todo sacramento es rito; pero el rito no
es sacramento a no ser por la palabra de Dios y por la acción del
Espíritu Santo. Luego el rito tiene que ser iluminado por la fe;
hay que favorecer que el rito grabe la salvación de Cristo en el
cuerpo y en el espíritu de los participantes. Es la realidad sal-
vífica, mística mejor dicho, del rito sacramental. No obstante el
parentesco antropológico entre los ritos cristianos y los paganos,
los ritos sacramentales no tienen sentido fuera de Jesucristo y
expresan y presencializan los acontecimientos y padecimientos
de su vida, muerte y resurrección. La presencia de la Historia de
la Salvación en la acción sacramental estructura el rito sacra
mental y lo conforma en una sola realidad. Interpretamos el rito
sacramental, sobre todo, desde la fe; por eso, hay un momento
en el que se abandona la mediación del rito por superación: es
cuando aparece el Señor y se experimenta su salvación. Con fun
damento, escribía San Gregorio de Nisa: "Explicadme la con
cepción según la carne, y yo os explicaré cómo renacemos según
el Espíritu”77.
Los ritos pervierten la sacramentalidad cristiana si no están
evangelizados, es decir, asumidos y sobrepesados desde la fe. En
este sentido, los ritos sacramentales, memorial de los misterios
de Cristo, nos empeñan introduciéndonos en el misterio de la
gracia, y prefiguran escatológicamente la plenitud de la vida
eterna. En fin, los ritos sacramentales se interpretan y se cele
bran en el proceso dinámico de la Historia Sálutis, en su ámbi
to humano-divino, en el que Dios ha irrumpido con su vida y con
su amor, gratuitamente, como Señor y Salvador. En el mismo
contexto aparece la Iglesia, esposa de Cristo, y depósito de la fe
89
y de la gracia cristianas. “Así como la naturaleza asumida sirve
al Verbo Divino como órgano de salvación a El indisolublemente
unido, de forma semejante la unión social de la Iglesia sirve al
Espíritu Santo de Cristo, que la vivifica, para el incremento del
cuerpo (Ef 4, 16)”78.
Los ritos sacramentales expresan realidades fundantes y fun
damentales de Cristo y del cristiano, cuya plenitud procede, no
del rito en sí mismo, sino de su institución divina y de su legíti
ma celebración en la Iglesia. Lo decisivo no es, pues, el rito mate
rial, sino el misterio pascual y la fe de los celebrantes, en el ámbi
to de la intención eclesial. El rito de tomar el pan, bendecirlo,
partirlo y entregarlo es sacramento con el que se celebra y se
renueva el gesto de Jesús; momento en el que se abren los ojos
y se reconoce al Señor. El rito es mediación y veneración del mis
terio. Por consiguiente, es preciso hacer una hermenéutica res
tauradora de los ritos sacramentales, a partir de la ritualidad ins
tituida por Cristo, sabiendo que ellos expresan, contienen y
transmiten la liberación del hombre, humillado por el pecado.
Mas, sabemos que el rito celebrado puede ser momento simbó
lico (comunión) o momento diabólico (discordia), en relación
con la acogida o el rechazo del misterio. ¡Cuidado con convertir
el rito en una trampa del poder, originando la violencia despóti
ca de lo sagrado!79.
Ahora bien, todo esto exige auténticas comunidades capaces
de hacer una lectura creyente de los símbolos rituales, los cuales
en cuanto expresiones de la fe y de la salvación, nos otorgan el
sentido profundo de la vida cristiana, si se interpretan como rea
lidades proféticas, comunitarias y morales. Aquí se advierte la
necesidad previa de las experiencias de fe y de gracia para poder
expresarlas simbólicamente de un modo adecuado en las cele
braciones sacramentales; sin ellas los ritos no dejarían pasar la
luz y ocultarían la presencia divina. El esplendor antropológico
de los ritos sacramentales pasa también por la profunda reno
90
vación de las asambleas litúrgicas, mediante la evangelización y
el don de la conversión. Si los ritos sacramentales celebran la
vida, se presupone la existencia de esta vida cristiana para que
se dé verdadera celebración.
A modo de conclusión, afirmamos que la estructura sacra
mental se caracteriza por ser una mediación comunicativa, diná
mica, celebrativa y kenótica. En primer lugar, una mediación
comunicativa, en el supuesto que los respectivos participantes
hagan aquello que deben para celebrar y acoger en ellos el don
de salvación. Dios ha querido salvar al hombre, comunicando la
gracia en signos históricos y visibles, y el hombre, para recibir
tal salvación, debe asumir estos signos en su plenitud. Ahora
bien, estos signos son polivalentes, de tal modo que el signo
puede ir manifestando nuevos valores anteriormente ocultos en
él. Este proceso se desarrolla en un contexto de fe y, al mismo
tiempo, en un ámbito cultural, que no podemos olvidar.
En segundo lugar, una mediación dinámica. El sacramento se
concibe, no sólo como un momento, sino como un proceso, de
manera que en el sacramento encontramos un camino a recorrer
en tres secuencias: el kerigma, el rito y la vida. Se trata de un pro
ceso cuyo objetivo es clarificar la significación del sacramento,
que exige aceptar el “principio sacramentar' a partir del mismo
poder del símbolo, en cuanto enriquece permanentemente su sig
nificado y provoca una continua reforma celebrativa80. Además,
como estamos ante un acto de Cristo en su Iglesia, el significa
do sacramental sólo puede captarse desde la fe y desde la inten
ción de la Iglesia, mientras nos preparamos para acoger el don
del sacramento; por esto, el símbolo y la fe son constitutivos del
acontecimiento sacramental.
En tercer lugar, una mediación celebrativa. Teniendo en
cuenta que “la esencia del sacramento no consiste, pues, ni en la
significación espiritual, ni en la forma externa, sino en la signi
ficación manifestada; en otras palabras, es la significación espi
ritual en cuanto se manifiesta en la forma litúrgica"81; es preci
so, pues, entender y celebrar los sacramentos en la misma
91
estructura que nos ofrece el Ritual, vale decir, en la misma cele
bración en la que se da el sacramento. Con razón, se habla hoy
mejor de celebración mistagógica que de administración ritual
de los sacramentos, sabiendo que el sacramento es culto para
Dios y salvación para el hombre, simultáneamente.
En cuarto lugar, una mediación kenótica. Las palabras y los
ritos sacramentales son realidades frágiles y limitadas, como la
misma asamblea y los símbolos sagrados. En la celebración de
los sacramentos, como en la Iglesia, aparece siempre el escándalo
de Belén y del Calvario, no sólo cuando nos referimos a la lici
tud y validez de los sacramentos, sino sobre todo cuando nos
referimos a su estilo celebrativo y a su fructuosidad salvadora.
Así como Jesucristo se manifestó humilde, así también los sacra
mentos se muestran en gestos y palabras de apariencias humil
des. Así como la humanidad velaba y revelaba a Jesús, también
los sacramentos velan y revelan a Cristo. El sacramento apare
ce en palabras y en ritos pobres, y en celebrantes, a veces, dis
traídos e indignos. Es evidente, pues, la grandeza y la precarie
dad de la estructura sacramental, que es débil en su exterioridad
y fuerte y estupenda siempre en su interioridad.
Con fundamento, desde la hamilliatio de la celebración sacra
mental, aconsejan los santos que se humillen también quienes los
celebran, aceptando los caminos del Señor: "Quien desciende hasta
la fuente no considere el agua, sino la eficacia salvadora del espí
ritu que recibe”. "No honréis las cosas sensibles, sino la realidad
invisible que en ellas hay”. "Las cosas sensibles pertenecen al culto
y al reino de Dios, no en su materialidad, sino en cuanto signos de
realidades espirituales en las cuales consiste el reino de Dios”82.
82. San Cirilo de J erusalén, Cathechesis III, 4: PG 33, 430; San Agustín, De
cathechizandis rudibus 26, 50: PL 35, 611; Santo T omás de Aquino, Summa
Theologiae. III, 60, 4 ad 2m.; cf. III. 61, le.
92
Copynghted m al
fundamental no es el decir sino el cómo se dice, evitando que el
lenguaje juegue con nosotros; y nos ayuda a superar la actual cri
sis de la palabra profético-apostólica en el culto, que es una cues
tión, no de pedagogía, sino de fe y de religiosidad, despertando
en nuestro corazón la palabra y el tono adecuados. El ritualismo
sacramental no se interpreta adecuadamente fuera del ámbito de
la palabra eclesial de fe. En este sentido, el culto aparece en su
verdadero sentido de “anuncio” (1 Cor 11,26) y “cumplimiento”
(Le 4, 21) del misterio pascual.
La palabra y el rito sagrados en la celebración sacramental
son, no realidades alternativas, sino complementarias, que nos
introducen en la experiencia déla fe. En el ámbito del hombre,
oyente de la palabra, el lenguaje es una mediación fundamental
en su realización creyente. “En los sacramentos se produce un
dominio radical de la fe sobre los ritos simbólicos que la Iglesia
asume para que Dios se comunique en ellos por la fuerza de su
Espíritu (...). El simbolismo, esencial al sacramento, está, pues,
cargado de una larga experiencia de alianza expresada en la pala
bra. Por ello es posible comprender su sentido”83.
Es evidente el carácter profético de los sacramentos, pues su
celebración implica un verdadero anuncio y realización de la sal
vación cristiana, aunque presupongan siempre la evangelización
y nos impulsen a experimentar su realidad íntima que sobrepa
sa siempre el mero anuncio. En este contexto, los sacramentos,
cauces de solidaridad cristiana, y por ello cargados de humani
dad y de divinidad, anuncian y celebran la memoria de Jesús,
denuncian el pecado del hombre y disponen para la transfor
mación del hombre y de la sociedad.
Mas, esta doctrina ha sido exagerada por algunos autores en
las últimas décadas, bajo una doble modalidad. En primer lugar,
la palabra-pedagogía. Consiste esta forma cultual en privilegiar
todo lo que es logos-palabra en las celebraciones sacramentales,
las cuales se justificarían sobre todo por la calidad de la palabra
y por su capacidad para adoctrinar, olvidando en parte que la
palabra sacramental es, no sólo una mediación comunicativa,
sino sobre todo un signo eficaz de la gracia, que santifica y que
nos transforma. Es conocido el poco aprecio del protestantismo
93
clásico por los ritos litúrgicos, y es también lamentable la pre
sencia excesiva de palabra en determinados cultos católicos.
En segundo lugar, la palabra-ideología. Consiste esta forma
cultual en acentuar en el sacramento todo lo que conduce a la
concienciación social de la asamblea, en los niveles colectivo e
individual, a propósito de la celebración de los sacramentos, los
cuales, por tanto, no serían ya el tiempo privilegiado del don de
Dios confesado y acogido en el culto, que nos santifica y glorifi
ca a Dios, sino el tiempo de comunicar nuestro modo de pensar.
Concebir el símbolo como mero vehículo de ideas es una degra
dación, pues ¿no son los sacramentos más que una lectura
ideológica, desprovista del poder evocador del símbolo y de la
fuerza sobrenatural de la gracia? Dentro del contexto del sacra
mento exterior, planteamos esta cuestión sobre la estructura fun
damental del rito sacramental, en las perspectivas lingüística, his
tórica y teológica.
Aproximarión lingüi'stica
94
cias, es decir, lo que se dice ha de ser convencidamente expresado
y, además, aceptado correcta y completamente; esto implica la
veracidad tanto en el emisor como en el receptor, como se advier
te en el lenguaje narrativo, caracterizado por ser implicativo y por
comprometer la existencia completa de quienes integran la
comunidad celebrativa.
El uso comunicativo del lenguaje religioso en la celebración
de los sacramentos presupone reconocer un código común en
la expresión de la experiencia religiosa, que es evidentemente la
fe, pues sólo ella nos dice que hay algo más allá de lo sensible
y de lo humanamente racional. Como el lenguaje sacramental
no expresa verdades verificables o demostrables científicamen
te, su credibilidad brota del testimonio, que hace verdadero lo
que se dice, y sobre todo bueno lo que acontece, en el ámbito
hermenéutico de una comunidad creyente. Por eso, la base está
en la experiencia de fe, de gracia y de sentido en los niveles pro
fundos de la existencia cristiana. Hay una historia de salvación,
contenido de la fe profesada por una comunidad, que hay que
relatar. Así pues, analizar el lenguaje sacramental fuera del con
texto de la fe no tiene sentido alguno, como tampoco hacer teo
logía sin fe.
Lo que está en juego es la posibilidad de comunicar la expe
riencia de fe en el lenguaje humano. La analogía, (el lenguaje
humano es siempre inadecuado referido a Dios), impide la uni
vocidad indiscreta, (hablar frívolamente de Dios como si fuera
algo conocido), que está rechazada por la transcendencia divina,
y la equivocidad radical, (la incomunicación entre Dios y el hom
bre), que está rechazada por la revelación divina. La analogía une
realidades diversas sin identificarlas; admite la presencia sin
negar la ausencia. En Cristo lo humano envía a lo divino, sin
separación, ni confusión. La analogía, al mismo tiempo que nos
invita a hablar prudentemente de Dios, nos mete en el silencio
donde se advierte que el buen decir, sobrio, santo y gratuito, nace
del no decir. Así celebraremos sin caer en la banalidad, ni tam
poco en el hieratismo.
articulación del sentido religioso”. Estudios Filosóficos 107 (1989) 149-159; P. R icoeur,
Liturgie et Langage. Lovaina 1992.
95
Aproximación histórica
85. “Como siempre, entre las Escrituras y los acontecimientos que las llevan
a cumplimiento, las relaciones no son de simple correspondencia material, sino de
iluminación recíproca y de progreso dialéctico: se constata a la vez que las Escrituras
revelan el sentido de los acontecimientos y que los acontecimientos revelan el senti
do de las Escrituras; es decir, que obligan a renunciar a ciertos aspectos de la inter
pretación recibida, para adoptar una interpretación nueva”. P ontificia Comisión
B íblica, La interpretación de la Biblia en la Iglesia. Vaticano 1993, III. A. 2.
86. San Agustín, Tract. in Johan. 80, 3: PL 35, 1840; Tract. in Johan. 15, 4: PL
35, 1518; 80, 3 , : PL 35, 1840. “Es, pues, la palabra de Cristo la que produce este sacra
mento”, enseña San Ambrosio hablando de la Eucaristía. S. Ambrosio, De
Sacramentis IV, 4: PL 16, 459. Cf. S. T omás de Aquino, Summa Theologiae III, 60, 7
ad lm.
96
describe la unicidad personal y la dualidad de naturalezas en
Cristo, es importante para entender correctamente la estructu
ra sacramental, a partir de la misma sacramentalidad de Cristo,
donde lo humano es mediación comunicativa de lo divino, sin
confusión, ni división87.
Santo Tomás de Aquino, hablando a modo de criterio her-
menéutico de materia y forma, como principios hilemórficos
indeterminado y determinante respectivamente, presenta la
estructura del rito sacramental. La función de la palabra, formal
y constitutiva del acto sacramental, es doble: en primer lugar,
informa o determina el sentido concreto y correcto del rito, por
que la palabra es más personal y significativa que las acciones o
elementos para expresar el don divino que se entrega en la gra
cia, y nos abre al diálogo con Dios, donde hay anuncio y res
puesta; en este sentido la forma sacramental expresa una profe
sión de fe. El símbolo es polivalente, porque toda realidad
inmanente es inadecuada para expresar la transcendencia; por
eso la palabra termina mostrando el sentido del símbolo. Y, en
segundo lugar, la palabra en el sacramento consagra o santifica
el rito, de modo que éste se convierta en acontecimiento salva
dor; ahora bien la palabra santifica, no porque se pronuncia, sino
por la fe que en ella se expresa, se contiene y se celebra88. En con
secuencia, la tradición tomista insiste en la importancia de la
palabra en la estructura sacramental. Por tanto, la palabra sacra
mental tiene un carácter, no sólo informador, sino también pro-
fético y santificante, pues no sólo interpreta la Historia de la
Salvación, sino que también la realiza; aquí la palabra es rumor
y acción. La palabra es palabra de Cristo, símbolo de la intención
de Cristo; pensemos en las palabras con las que Cristo no sólo sig
nificaba, sino que también realizaba los milagros.
La polémica protestante-católica motivó la tentación católica
de atribuir a la palabra una mera función ilustrativa, mientras
se relacionaba la función transformadora con el rito sacramen
97
Copynghted mak.
tal, en contra de los protestantes, quienes defendían que la efi
cacia del sacramento estaba en la palabra, siendo el rito un mero
medio pedagógico para consuelo y ayuda de los rudos; aunque
Lutero no separa en el ministro el anuncio del Evangelio de la
celebración de los sacramentos. En un contexto ecuménico, algu
nos teólogos católicos, como K. Rahner, han propuesto una des
cripción del sacramento desde la palabra sacramental, concebi
da ésta como una palabra poderosamente exhibitiva de la
salvación. "Partiendo de la esencia primordial de toda palabra,
se entenderá esta palabra eficaz y sacramental, no como una refe
rencia posterior a algo que existe o que actúa con independen
cia de ella misma, sino más bien como una indicación demos
trativa por la cual y en la cual acontece lo mismo que afirma, y
se entenderá por tanto el sacramento como el caso más radical de
la palabra de Dios ál hombre”89. Rahner ha establecido una rela
ción estructural entre la proclamación de la palabra, revelada y
celebrada en la historia, y la celebración sacramental, que es la
cumbre de la teología de la palabra; se trata de un punto de par
tida común a católicos y protestantes, que nos habla de la pre
sencia escatológica de Dios mismo en el mundo90.
Sin embargo, esta teoría pudiera originar un desequilibrio
sacramental entre la palabra y el rito. "Cuando Lutero explica el
sacramento desde su carácter verbal, y también cuando la recien
te teología católica habla de ese carácter verbal del sacramento,
no se refieren sólo al signo sacramental; lo que se intenta es hacer
una afirmación acerca del sacramento desde el punto de vista de
sus efectos”91. Ahora bien, la teología católica, al respecto, no
habla de la eficacia de la palabra de fe, sino de la eficacia del
89. Cf. K. R ahner , Sakrament. V. Systematik. Lexikon für Theologie und Kirche.
vol. IX. Friburgo 1964, p. 228; Palabra y Eucaristía. Escritos de Teología, vol. IV. Madrid
1962, pp. 323-367; “Parola e Sacramento in generale". Saggi sui Sacramenti e
sull’Escatologia. Roma 1969, pp. 110-162; E. J üngel - K. R ahner , “Was ist ein
Sakrament?” Friburgo 1971, p. 73; H. V orgrimler , Teología de los Sacramentos.
Barcelona 1989, pp. 110-113. “Los sacramentos no son otra cosa que la palabra ope
rante de Dios al hombre, en la que aquél se comunica a éste y con ello libera la liber
tad del hombre para aceptar con su propia acción la comunicación de Dios mismo”.
K. R ahner, Curso fundamental sobre la Fe. Introducción al concepto de Cristianismo.
Barcelona 1979, p. 477.
90. Cf. “Funzioni della Chiesa. Il programma di una comunitá cristiana". Studi
di Teología Pastorale, 5. Roma-Brescia 1971, pp. 30-37.
91. J. A u e r - J. R a tzin g er , Curso de Teología Dogmática. Vol. VI. Sacramentos.
Eucaristía. Barcelona 1975, p. 57.
98
Copyngnted mak.
sacramento, integrado por la palabra y el rito. Dicho de otro
modo, el carácter ritual de la palabra no podemos separarlo del
carácter verbal del rito, pues el rito y la palabra forman una sola
realidad, el sacramento.
Aproximación teológica
99
fe de la Iglesia, que la ha impulsado a denominar la gracia reden
tora de los sacramentos realidad o verdad sacramental. Este mis
terio redentor se realiza, no en un contexto impersonal, mágico,
sino personal, pues se trata de una acción de Jesucristo, acogi
da por otra acción virtuosa del hombre. "En la sacramentaliza-
ción del acto personal salvífico realizado por Cristo en la Iglesia
debemos situar el valor prioritario de la palabra de fe o del ver-
bum fidei, incluso aún cuando ésta reciba una significación par
ticular según sea la naturaleza propia de cada sacramento. En
virtud de la palabra sacramental la actividad simbólica social, en
parte religiosa en el plano humano en general, se integra en la
Iglesia como sacramento de Cristo”94.
100
Copyngr
Parte tercera
La sacram en tología en la
historia de la Iglesia
(Aproximación histórica)
Copyngr
Copyrighted materia
Nos adentramos ahora en el campo de la teología positiva, en
orden a investigar los datos históricos que nos permitirán des
pués fundamentar la teología sistemática de la Sacramentología
Fundamental, pues los sacramentos, tales como hoy los cele
bramos, no cayeron del cielo. La historia tiene una densidad teo
lógica en orden a la inteligencia de la fe sacramental, en cuyo tra
tado la tradición es fundamental. Nos gustaría tener en cuenta
tanto la historia doctrinal como la historia ritual de la realidad
sacramental; pero la segunda es más propia de cada uno de los
sacramentos que de la sacramentalidad en sí misma.
Nuestra intención no es presentar una historia completa de
la cuestión, sino ofrecer sus etapas principales, de manera que sea
posible captar los factores que influyeron, desde la fe y la praxis
eclesiales, en el desarrollo teológico de la sacramentalidad. En la
Tradición primitiva de la Iglesia y en la Sagrada Escritura encon
tramos hechos y afirmaciones sobre acciones sacramentales
determinadas, principalmente el bautismo y la eucaristía. En
relación con la importancia que tiene la praxis ritual de la Iglesia,
San Basilio, tratando de la epíclesis en la Liturgia no obstante no
constar en la Sagrada Escritura, escribe: "Si la mayor parte de
las acciones litúrgicas, aun no estando escritas, tienen entre noso
tros derecho de ciudadanía, admitamos también esto entre otras
muchas cosas”1.
103
Copyr>ohl©d mak
En fin, hasta la edad media no existe una doctrina siste
mática de los Sacramentos en Común y, por ello, hasta bien
entrado el siglo XII tampoco quedó fijado ni el concepto de sacra
mento, ni en consecuencia el número septenario de los sacra
mentos, los cuales, antes de ser una doctrina teológica, fueron un
acontecimiento creído y celebrado por la Iglesia. Por tanto, es
importante advertir el paso de la experiencia y práctica sacra
mentales a su formulación teológica, y los condicionamientos
culturales y religiosos en los cuales aconteció tal desarrollo.
Nuestro quehacer es verificar cómo el evento sacramental ha sido
acogido y explicado durante la historia de la Iglesia, tradición
viva de la fe y de la gracia, en el culto. Esta memoria histórica y
narrativa fundamentará la sacramentología en la continuidad de
la fe de la Iglesia, recibida de los apóstoles.
104
Copyngmed mak.
Capítulo IV
Sacramentología y
Sagrada Escritura
105
Copyngmed ma*.
encuentra en la celebración sacramental su Sitz im Leben, que
la explica y realiza2.
A continuación, vamos a exponer los fundamentos bíblicos de
la sacrametalidad en tres estadios: el Pueblo de Israel, nacido de
la alianza que Dios hizo con él; Jesucristo, el eschaton o la ple
nitud de los tiempos prometidos; la Iglesia, el mysterion o la rea
lización de la historia de la salvación; finalmente, considerare
mos la cuestión de los sacramentos cristianos, como derivación
del misterio de Cristo y de la Iglesia. El objetivo es manifestar
cómo los sacramentos, que los cristianos reciben en los momen
tos claves de la vida, son acontecimientos divinos que continúan
en nuestra historia la permanente Historia de Salvación. Es
importante fundamentar bíblicamente la realidad teológica del
sacramento, precisamente porque no es un vocablo bíblico.
2. Cf. C. R occhetta , I Sacramenti delta fede. Saggio di teología bíblica dei sacra-
menti come eventi di salvezza nel tempo delta Chiesa. I. Sacramentaría bíblica fonda-
mentale. Bolonia 1997.
106
con el hombre y a proclamar los acontecimientos de la salvación.
Israel es, en la historia de la salvación, misterio prefigurativo de
Cristo y figura de la Iglesia futura, pues Dios entró en la histo
ria a través del pueblo israelita, en cuanto persona corporativa,
que revela y oculta a Dios. "Israel, como pueblo de Dios, es una
magnitud histórica, simbólico-sacramental, y ello desde varios
puntos de vista. Cuando se congrega el pueblo para las solemnes
festividades, cuando celebra en el santuario los cultos de expia
ción y de acción de gracias, aparece en gloria y majestad el Dios
que convoca a Asamblea a la comunidad liberada. Esta sacra-
mentalidad se aplica, en primer término, al propio Israel”3.
En este ámbito sacramental se explican y se celebran los sig
nos y los sacramentos del pueblo de Israel, entre los cuales sobre
salen la Circuncisión, la Ley, el Cordero Pascual, el Templo, el
Sábado y el Nombre de Dios. Estos signos instituidos por Dios,
sombras de la fe en la Pascua de Jesucristo, promesas de su sal
vación cristiana, y verdaderas ocasiones de la gracia, funda
mentan que la simbólica sacramental sea bíblica. Estos y otros
signos escriturísticos, que describen y garantizan a su modo la
presencia cultual de Dios en medio del pueblo, son, desde la tipo
logía cristiana, acontecimientos proféticos de nuestra salvación,
como Abrahán saliendo de su tierra; el éxodo de Egipto; el maná
durante la peregrinación por el desierto; la serpiente de bronce;
el arca de la alianza; el rostro iluminado de Moisés; los grandes
fiestas israelitas, etc. Para Israel el hombre y su historia salvífi-
ca son sacramentos de Dios; hay acciones y personas que están
en función ritual de la historia de la salvación.
Partiendo de la plenitud del Antiguo Testamento, que se
encuentra en el Nuevo, se caracterizan correctamente los sacra
mentos veterotestaméntanos, descubriendo en ellos su verdade
ro valor profético, al mismo tiempo que quedan, una vez acon
tecida la realidad, relativizados como institución salvífica, como
el Templo, lugar de los sacrificios; y el sábado, opresión para el
hombre (Jn 8, 20; Me 2, 27). Cristo, aunque desaprobó la exte
rioridad ritual de los escribas y fariseos (Mt 9, 13), aceptó la vali
dez prefigurativa de los signos salvíficos vetei otestamentarios, y
practicó algunos de ellos, como las celebraciones sinagogales, las
107
peregrinaciones festivas y las comidas (Le 2, 41; 4, 16 y 44; 24,
43; Mt 26, 26). “No quiero, hermanos, que ignoréis que nuestros
padres estuvieron todos bajo la nube, que todos atravesaron el
mar, y todos siguieron a Moisés bajo la nube y por el mar (...).
Todas estas cosas les sucedieron a ellos en figura y fueron escri
tas para amonestarnos a nosotros, para quienes ha llegado el fin
de los tiempos” (1 Cor 10, 1-2. 11).
El culto veterotestamentario, basado no en hechos míticos o
en fenómenos cíclicos de la naturaleza, sino en la historia de los
acontecimientos con los que Dios salvó de una vez para siempre
a su pueblo, a modo de gestos y acciones proféticas que antici
paron los sacramentos definitivos de Cristo, como el Bautismo
en el Jordán y la Ultima Cena, se desarrolla linealmente en la
memoria de estos acontecimientos y en las estructuras sacra
mentales de la bendición (beraká) y del memorial (zikkaron). La
beraká es una narración hímnica, a modo de confesión de fe, de
las maravillas realizadas por Dios en bien del pueblo; y el zikka
ron es la celebración actualizadora de esos acontecimientos sal
vadores.
El culto israelítico, que nos introduce en el hoy del Señor que
salva, es un servicio a Yahvé o un estar ante la presencia de Dios,
reconociéndolo como Señor y Salvador, y comprometiéndose a
cumplir su palabra. El modelo de este culto es el Siervo de Yahvé,
fiel hasta la muerte y muerte de Cruz. En este encuentro cultual
del pueblo con su Dios, aquél se constituye como tal y Dios reci
be la gloria al ser santificado su nombre. El supremo contexto
cultual es la Pascua con su sentido de salvación prometida y
experimentada. Pero este culto de la Antigua Alianza, cuyo voca
bulario se encuentra también en el culto cristiano primitivo, era
figura de Jesucristo, Pascua nueva y eterna. Este año aquí, el pró
ximo en Jerusalén.
108
"Todo ha sido consumado” (Jn 19, 30). Ahora bien, hablar de
Cristo, origen y fundamento de la sacramentalidad cristiana, es
hablar de las palabras, acontecimientos y padecimientos de su
vida, muerte, resurrección y ascensión a los cielos. En conse
cuencia, vamos a presentar a Jesús como signo, profeta y sacer
dote de Dios Padre, fundamento definitivo de la sacramentalidad.
En primer lugar, Jesucristo es el signo sacramental de Dios
Uni-Trino. Jesús nacido en Belén fue una señal para los pastores
(Le 2, 12), y levantado, sepultado y resucitado es una señal para
los judíos y para todos los hombres (Jn 12, 32; Mt 12, 38-39).
Jesús, imagen de Dios y esplendor de la gloria del Padre e
impronta de su ser (2 Cor. 4, 4; Heb 1,3), es signo de contradic
ción para los hombres (Le 2, 34). En este contexto, San Juan,
quien presenta los milagros de Jesús como signos (Jn 2, 11; 23;
3, 2), escribe: "Realizó otras muchas señales que no están escri
tas en este libro” (20, 30). El proceso de los signos es el del ver o
escuchar-creer. Dios se revela en el Cuerpo de Jesús, en su humi
llación y en su glorificación, en sus estadios terreno y celeste. Por
eso, la teología sacramental se hará a partir del mysterion pau
lino y de los signos joánicos, porque el culto, aunque revela a
Dios, también lo oculta.
En segundo lugar, Jesucristo signo se explicita en su ser pro
feta-predicador de la palabra de Dios, enviado por el Padre, de
quien recibió lo que tenía que decir (Jn 12,49). "Desde entonces
comenzó Jesús a predicar y a decir: arrepentios, porque se acer
ca el reino de Dios” (Mt 4, 17). Jesús vino para anunciar el evan
gelio a los pobres y la conversión a los pecadores. Pero Jesús
habló con autoridad, manifestada en los milagros, y, aunque a
ningún judío le gusta sentarse en el banco de los pecadores y cíni
cos, Jesús, médico de los pecadores, sí comió con ellos. Los mila
gros son los signos de la llegada del reino de Dios y de la salva
ción escatológica. Además, Jesús llamó a sus doce Apóstoles,
jueces escatológicos de Israel, como fundamento de la comuni
dad de carácter universal, y signo de la restauración de las doce
tribus de Israel.
En tercer lugar, Jesucristo signo se explicita en ser sumo
sacerdote (Heb 4,14; 8, 1; 10,19. 21), inaugurando el nuevo culto,
la nueva pascua, el templo nuevo, el sacerdocio nuevo y el nuevo
y eterno sacrificio, mediante el poder del Espíritu Santo, que le
capacitó para no resistirse al mal. El sacerdocio de Cristo se
109
caracteriza, no por la separación y elevación rituales como el
sacerdocio aarónico, sino por la solidaridad existencial con los
pobres y pecadores y por la mediación entre Dios y los hombres.
Es la lógica del Siervo de Yahvé, para quien toda la existencia fue
un servicio cultual al Padre. Jesús, don de Dios y plenitud de la
nueva alianza, vive en obediencia y se ofrece en la Cruz Gloriosa
al Padre para el perdón de nuestros pecados. En fin, los gestos
y palabras de Jesús reciben su sentido sacramental en el contexto
pascual en el que se dieron.
En cuarto lugar, Cristo sacramento es fuente y fundamento
de la sacramentalidad, pues el sacramento cristiano se gesta en
el acontecimiento salvador realizado y proclamado en la huma
nidad y en la Persona divina de Cristo. Es preciso llegar a los
gestos y palabras de Cristo, los cuales gracias al misterio que
expresan y contienen fundamentan la sacramentalidad cristia
na. Esta irrupción salvadora de Dios en la historia por medio
de la naturaleza humana del Verbo, asumida en su Encarnación,
es el origen y fundamento de la sacramentalidad. La presencia
de Jesús era una presencia sacramental y sus contemporáneos,
mediante la fe, vieron en él al Mesías, al Hijo de Dios. Encontrar
visiblemente a Jesús es encontrar invisiblemente a Dios. No fue
un mero signo de la gracia, sino la misma irrupción de la fuen
te de la gracia en su Humanidad, acontecida una vez por todas.
Esta condición corporal de Jesús, ahora transfigurada y exal
tada en los cielos, continúa siendo el signo sacramental del
Señor Glorioso.
En fin, el Cuerpo crucificado y exaltado de Cristo, gracias a
la mediación del Espíritu, fuente de toda comunidad, es en la
Iglesia el contenido del memorial cultual cristiano. "Cuantas
veces comáis de este pan y bebáis de este vino proclamáis la
muerte del Señor, hasta que vuelva” (1 Cor 11,26). El memorial,
"haced esto en memoria mía”(Lc 22, 19), es el hoy salvífico del
Señor. En este sentido, el bautizado se incorpora a la muerte de
Cristo y forma un solo cuerpo con Él (Rm 6, 3). Por eso, los
Santos Padres vieron la Iglesia y los sacramentos naciendo de
Cristo Crucificado, al brotar sangre y agua de su costado4.
110
En esta perspectiva se capta en Cristo el hontanar de toda
sacramentalidad y el ámbito donde se comprende y se celebra el
misterio de la Iglesia y sus siete sacramentos. “Los actos salvífi-
cos del Hombre Jesús han sido realizados por una persona divi
na en orden a la salvación; pero, como esta fuerza divina nos apa
rece bajo una forma terrestre, visible, los actos saludables de
Jesús son sacramentales"5. En consecuencia, las mediaciones
existenciales de la vida de Jesús, como la oración, el bautismo,
la predicación, las comidas, etc. son, no sólo datos biográficos,
sino sobre todo datos sacramentales.
3. La I g l e s ia o e l m y s t e r io n d e la e c o n o m ía sa c r a m e n t a l
111
Copyngh 1
El tiempo y espacio de la Iglesia, con respecto a Cristo, son
simbólicos, pues prolongan corporal o visiblemente el misterio
del Verbo Encamado y Glorificado, plenitud de los tiempos,
acontecida una vez para siempre. Eso es lo que implica la natu
raleza memorial de la Iglesia con respecto a la Pascua de
Jesucristo. Es un símbolo escondido, pues solamente se acepta
y se celebra este misterio desde la fe, antes de la Parusía, prea
nunciada proféticamente en el tiempo de la Iglesia.
En segundo lugar, las diferentes acciones de la Iglesia son
sacramentos de Cristo, que proceden de una práctica espontánea
de la asamblea cultual congregada y jerarquizada en el nombre de
Jesús por el Espíritu; la Iglesia no inventa nada, sino que obedece
la voluntad y sigue el ejemplo del Señor; los sacramentos no son
aislables de la asamblea; son sus actos y antes son de Cristo. Este
nuevo culto, con su nuevo vocabulario, tiene una expresión ritual
compuesta de palabras y sacramentos; y un tiempo y un espacio
nuevos, cuando se nos habla del Día del Señor (1 Cor 16, 2), de
la Pascua inmolada (1 Cor 5, 7), del Templo y de las casas (Hch
2, 46); y de los cuatro elementos fundamentales: doctrina de los
Apóstoles, comunión fraternal, fracción del pan, y oraciones
comunes (Hch 2,42). Este culto es logiké latreia en el que los cele
brantes son sacerdotes y víctimas.
Las palabras y las acciones de la Iglesia realizan, en el nom
bre y persona de Jesucristo, la historia y geografía de la salvación;
por eso son acontecimientos sacramentales, es decir, prolonga
ción y cumplimiento del eschaton en la historia de la humanidad,
verdadera mediación en la que se revela sacramentalmente la
presencia salvadora de Dios. El ministerio eclesial es la actuación
de ese misterio, recibido como don y potestad, en el nivel de la
mediación, para la construcción de la comunidad, donde se cele
bra la salvación de los hombres. La Iglesia actúa y celebra siem
pre en el nombre de Jesucristo.
El mandato misionero de Cristo, el kerigma pascual anun
ciado desde Jerusalén hasta los confines de la tierra (Hch 1, 4),
crea la conciencia evangelizadora de la Iglesia, de tal forma que
ésta vive para proclamar y celebrar el misterio de Cristo, en torno
a cuyo anuncio y presencia surge la comunidad mesiánica de los
últimos tiempos. Para celebrar el culto nuevo, hay que entrar pre
viamente en esta comunidad por el Bautismo recibido con fe en
Cristo; es el sacramento que perdona los pecados y concede el
112
don del Espíritu Santo (Hch 2, 38). En fin, para San Juan Apóstol
y Evangelista lo fundamental no es haber visto a Jesús en carne
y hueso, sino encontrarse con El e identificarse con El en la fe
de la Iglesia y en sus sacramentos (Jn 20, 29-31).
7. Cf. A. Loisy, Les mystéres pai'ens et le Mystére Chrétien. París 1919, y la mag
nífica refutación católica hecha por el también exegeta J. M. Lagrange en la Revue
Bihlique 29 (1920) 226-246, donde enseña la independencia de los sacramentos cris
tianos de los misterios paganos. Hoy se acepta ya que los ritos del Bautismo y la
Eucaristía son anteriores a los ritos iniciáticos paganos, como ya indicó San Justino.
Cf. Padres Apologistas Griegos, ed. D. Ruiz Bueno. Madrid 1957, pp. 255-257.
8. II. Vorgrimler, Teología de los Sacramentos. Barcelona 1989, p. 68
9. Cf. R. H otz, L o s sacramentos en nuevas perspectivas. La riqueza sacramen
tal de Oriente y Occidente. Salamanca 1986, pp. 25-75.
113
Mysterion en el helenismo pagano
10. Cf. P latón, S im p o s io 209, donde se refiere a los m isterios (ta e p o p tic a ).
114
terio que encontramos en la literatura apocalíptica tardo-judai-
ca, en el judaismo rabínico y en el Nuevo Testamento.
115
en las Sagradas Escrituras nunca significa lo que nosotros enten
demos hoy bajo el concepto de sacramento"11.
La relación entre Cristo acontecimiento y el futuro rito sacra
mental se clarifica desde los vocablos paulinos omóioma (seme
janza) para el bautismo (Rm 6, 5) y koinonta (comunión) para la
eucaristía (1 Cor 10, 16). Es decir, la relación es la que existe entre
un original y una copia; dándose entre ellos identidad perfecta,
la copia no es el original, ni éste es repetible. "Las ideas funda
mentales del Nuevo Testamento acerca del acontecimiento y de
las acciones salvíficas sacramentales se basan en el modo espe
cíficamente paulino de pensar, que une lo histórico-salvífico
(paralelismo Adán- Cristo) y lo pneumático-supratemporal (en
Cristo). Pablo pudo salvar este abismo temporal y efectivo tan
sólo en la figura de Cristo, la cual sigue siendo para él el Jesús
histórico y, en cuanto tal -en el plano histórico-salvífico-, el
Mesías; pero a la vez sigue viviendo como Señor espiritual a tra
vés de los siglos (pero no de forma supratemporal o atemporal),
hasta que vuelva como el Cristo de la Parusía (Schnackenburg)”12.
En el contexto neotestamentario, el vocablo mysterion no es una
teoría, ni un secreto doctrinal, sino un acontecimiento salvífico,
Jesucristo. Incluso, este término sirve para relacionar indisolu
blemente los conceptos de revelación, economía salvadora y
sacramentalidad. En fin, la base bíblica de la sacramentalidad
está próxima al concepto de revelación fuera de todo contexto
exotérico.
Finalmente ¿por qué el Nuevo Testamento rechaza el signifi
cado directamente sacramental del vocablo mysterion ? Quizás,
para evitar la ambigüedad lingüística ante los cultos mistéricos.
Con todo, en el término mysterion hay un verdadero contenido
cristiano (el acontecimiento salvífico de Cristo, prolongado en el
misterio de la Iglesia); y existe en este vocablo un sentido, en
cuanto contexto, sacramental, como claramente hallamos en
116
1 Cor 4, 1. Por consiguiente, es legítimo afirmar que el misterio
de Cristo está en los sacramentos, y los sacramentos están en el
misterio de Cristo13. Los sacramentos son, ciertamente, la con
tinuación, en el tiempo de la Iglesia, de los acontecimientos sal-
víficos del Antiguo y del Nuevo Testamento, y la anticipación de
la escatología final14.En fin, el sistema sacramental cristiano es
profundamente original, ya que se refiere a la participación en
la salvación de Cristo, entrando en comunión con su misterio
pascual de muerte y resurrección. El vocablo mysteríon es una
forma de revelación y de realización de la historia de salvación.
13. Cf. R. Schulte, Los sacramentos de la Iglesia como desmembración del sacra
mento radical. Mysterium Salutis Vol. IV/2. Madrid 1975, p. 101.
14. Cf. C. R occhetta, Sacramentaría Fondamentale. Dal “Mysterion' al
“Sacramentum’'’. Corso di Teología Sistemática. Bolonia 1989, pp. 218. 235.
117
Copyngmed malí
C apítulo V
La sacramentalidad en las
fuentes patrísticas primitivas
1. La pr im it iv a l it e r a t u r a g r e c o - c r ist ia n a
15. Cf. San I gnacio de Antioquia, (m. 107): Ef. 19,1; Magn. 19,1; Trall. 2,3:
Padres Apostólicos, ed. D. Ruiz Bueno. Madrid 1965, pp. 458. 464. 468; Didache, (hacia
130): 11, 11: Padres Apostólicos. Ibíd., p. 90.
118
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cado ritual pagano, ni cristiano, sino que, en el contexto pauli
no, lo utilizan para significar acontecimientos salvíficos de la vida
de Cristo en los cuales se manifestó el misterio de Dios. En la
Carta de San Ignacio a los Trallanos 2, 3 y en la Didaché 11,11
se habla de los ministros y servidores de los misterios de Dios en
la comunidad, con una connotación claramente eclesial.
Los Padres Apologistas, sobre todo San Justino (m. 165), en
un contexto polémico con los cultos mistéricos y gnósticos, y lla
mando la atención sobre la analogía de los misterios paganos
con los ritos cristianos, emplean el vocablo mysteria (en plural)
para designar los cultos mistéricos, imitación diabólica de los
ritos cristianos, y, sobre todo, tanto para señalar acontecimien
tos fundamentales de la salvación, como el nacimiento y la
pasión de Cristo16, cuanto para aludir a figuras y aconteci
mientos del Antiguo Testamento caracterizados por ser figuras
o tipos del Nuevo Testamento17. La novedad cristiana, basada en
Cristo, explica la confrontación de los Padres Apologistas con los
paganos y con los judíos; los cristianos no eran un pueblo sin
religión, sino con una religión en Espíritu y en Verdad.
Ireneo (m. 202), en lucha con el dualismo gnóstico, constru
ye una sugerente teología de la historia, centrada, a partir del
acontecimiento de la revelación, en la recapitulación de todas las
cosas en Cristo Jesús; realizándose así el único plan salvífico de
Dios, que consiste en la renovación del hombre, del mundo y de
la historia a imagen de Dios. Cuando San Ireneo habla de las
celebraciones sacramentales, siempre de un modo esporádico
pues regía la ley del arcano, las sitúa en el contexto de la histo
ria de la salvación y en el ámbito epifánico de las realidades sim
bólicas aunque no use el verbo símbolo18, considerando su sig
nificado salvador para el hombre en el contexto paulino del
término mysterion.
Una modificación importante del vocablo mysterion se ini
cia en el contexto gnóstico-cristiano de la teología alejandrina,
donde con frecuencia se identifica el misterio con las verdades
de la fe cristiana. En este contexto se acepta, primero, el sen
16. Cf. San J ustino, Diálogo 74, 91: PG. 6, 650. 691.
17. Cf. S an J u s t in o , Diálogo 24. 40: PG. 6, 527. 562-3.
18. Cf. E. R u f f in i - E. L o d i , “Mysterion” e “Scicramentum”. La Sacramentalitá
negli scritti dei Padri e nei testi liturgici privnitivi. Bolonia 1987, pp. 75-83.
119
tido neo-platónico del vocablo mysterion y, después, aparece el
sentido cultual, sin que ello nos dé fundamento para hallar en
los siglos III y IV una teología sistemática de los sacramentos
en general. Por ejemplo, Clemente de Alejandría (m. 215) utili
za 90 veces el vocablo mysterion, de las cuales un tercio para
significar tanto los misterios paganos como la religión cristia
na y sus ritos contrapuestos a los paganos, y dos tercios para
designar verdades, sobre todo bíblicas. El primer sentido se
refiere al misterio salvador de Cristo opuesto a los falsos mis
terios; y el segundo sentido se coloca en el contexto de la gno-
sis cristiana, es decir, el nuevo conocimiento de Dios, del hom
bre, del mundo y de la historia, contenido de la salvación, cuyas
verdades principales sólo algunos las captan. No olvidemos que
fue Clemente de Alejandría quien desarrolló en la catequesis
cristiana la ley del arcano, ya presente en las religiones misté
ricas paganas.
“Conducido por Cristo al mistagogo, el gnóstico recibe la
consagración y perfección, mientras va pasando de los peque
ños misterios (a los que pertenece la doctrina de la creación del
mundo) a los grandes, en los que se realiza la epoptia mística
(iniciación). Por esto los misterios más elevados se han de
transmitir sólo de forma encubierta para protegerlos de una
profanación, y debido a esto, también la escritura los ofrece
sólo de forma parabólica y enigmática”19. En este contexto
gnóstico, donde Cristo es el mistagogo y el fiel es el gnóstico,
la revelación, identificada con la escritura y los ritos, se inter
preta como enseñanza; los misterios como las verdades revela
das del credo cristiano; y la fe como la experiencia de las ver
dades cristianas. En fin, de este modo la salvación se describe
como conocimiento o gnosis, y el misterio ha pasado a signifi
car no sólo un evento salvífico, sino también una verdad y su
conocimiento experiencial.
Orígenes (m. 253), uno de los pensadores cristianos más emi
nentes de todas las épocas, acentúa el sentido filosófico-místico
del mysterion, que él identifica con las categorías de símbolo,
tipo, sombra, en un nivel de imitación, participación o antici
pación velada o simbolizada de la verdad, principalmente en la
120
escritura, en la Encamación y en la Iglesia20. El mysterion, enten
dido éste como una realidad divina mediata, es decir, manifes
tada y comunicada en signos sensibles, que no sólo es una ins
titución, sino también la economía cristiana, comprende todas
las realidades espirituales que se nos han otorgado bajo el velo
de los símbolos, Cristo, la palabra y la Iglesia; pero en Orígenes
no hay oposición entre el símbolo y la realidad, porque el sím
bolo lleva en sí veladamente el misterio. En este sentido, Cristo
Encarnado es el misterio o el símbolo fundamental, pues, vién
dole a Él, se veía su cuerpo y se creía en Dios. Es en este contexto
mistérico-simbólico donde Orígenes habla del bautismo, de la
eucaristía y de otras celebraciones de la comunidad cristiana,
buscando en ellas siempre su sentido espiritual e invisible.
Este planteamiento de Orígenes, criterio para interpretar el
sentido de la escritura y de las celebraciones litúrgicas, ha de
comprenderse en el contexto alejandrino, donde la salvación se
expresa como una doctrina (gnosis) y se experimenta como cono
cimiento de Dios. Así el mysterion termina siendo, no un acon
tecimiento, sino una verdad. Es lógico que surgieran en esta
escuela alejandrina las primeras reflexiones sobre el carácter ope
rativo del signo sacramental, aunque se mueva un un contexto
algo diferente al característico del signo agustiniano. "El signo,
-dice Orígenes- es una realidad sensible que exige la verdad de
otra realidad invisible”21. Esta sacramentalidad se refiere al con
junto de toda la economía cristiana. “No era del todo fácil la sus
titución de una religión de misterios paganos por una cristiana,
y en relación con esto, tampoco era fácil una falsificación o un
superproducto helenístico de la enseñanza de Cristo, como opi
naban a finales del siglo pasado y principios de éste, los repre
sentantes de una historia de las religiones orientada racionalís-
ticamente según el espíritu de la Ilustración”22.
20. Este sentido se hará común en los Padres Griegos, y también en los Padres
Latinos como San Ambrosio, San León y San Gregorio Magno. Cf. C. R o c c h e t t a ,
Sacramentaría Fondamentale. Dal “Mysterium”al “Sacramentum”. Corso di Teología
Sistemática. Bolonia 1989, p. 248.
21. O r íg e n e s , Comm. in Epist. Rom. 4, 2: PG. 14, 968. “Se llama signo a lo que
una vez visto nos indica otra realidad”. O r íg e n e s , In Johannem 13, 60: PG 14, 521. Cf.
H. U r s von B althasar , Parole et Mystére chez Origéne. París 1957, p. 141, nota 34; H.
C r o u z e l , “Origéne et la structure du sacrement”. Bulletin de Littérature Ecclésiastique
63 (1962) 83-92. La originalidad figurada del sacramento se expresa en oriente y en
occidente con la categoría de signo.
22. R. H o t z , L o s Sacramentos en nuevas perspectivas, o. c., pp. 33-34.
121
Por tanto, es evidente que el término mysterion pasa al cris
tianismo significando, en primer lugar, un acontecimiento (s. II)
y una verdad (s. III), y en segundo lugar, una celebración cultual,
en relación definitiva con Cristo, que es el misterio fundamen
tal, de donde proceden los demás misterios, como la palabra, la
Iglesia y los mismos sacramentos. El sentido cultual y sacra
mental del vocablo mysterion aparece en los siglos III y IV, en el
ámbito de la helenización y neoplatonización del Cristianismo,
cuando ya no hubo peligro de sincretismo para el culto cristia
no. En efecto, el neoplatonismo "es el telón de fondo impres
cindible para la comprensión del concepto mysterion. Si los
Padres de la Iglesia caracterizan algo como mysterion, no ven en
ello algo innacesible, sino la misteriosa relación de imagen o
arquetipo revelada al agraciado. Por esto, mysterion no es un
concepto estático, sino un concepto dinámico, de acuerdo con
su contenido, que apunta más allá de la percepción sensible,
transcendiéndola”23.
Considerando las categorías neoplatónicas de imagen-
arquetipo, es normal que los Padres Griegos, de formación neo-
platónica, terminaran llamando misterios al bautismo y a la
eucaristía. El arquetipo está en la imagen, aunque de un modo
oculto; por eso, la imagen revela al arquetipo, gracias a la
acción del Espíritu Santo. Aquellos Padres apenas distinguen
verbalmente en el mysterion entre la mera imagen y la realidad,
porque usan los vocablos símbolo e imagen en un sentido rea
lista. La filosofía neoplatónica explicaba la experiencia de un
acontecimiento salvador y proporcionó el vocabulario apro
piado para enculturar el misterio pascual de Cristo y su ritua-
lización sacramental.
2. La pr im it iv a l it e r a t u r a l a t in o - c r is t ia n a
122
hecho, esta traducción latina implicó un desplazamiento sig
nificativo, pues la concepción del misterio como aconteci
miento salvador se fue transformando poco a poco en una
mediación sensible o en un compromiso, que facilitó la diso
ciación entre la historia de la salvación y la sacramentalidad
cristiana. Mientras el vocablo mysterion significa, en primer
lugar, un acontecimiento salvador, Cristo, que transforma el ser
del hombre, y en segundo lugar, una verdad o un rito, la pala
bra sacramentum (sacrare-consecrare, cuya raíz es sacer, del
ámbito de la religiosidad pública, y el sufijo mentum, con valor
de medio para conseguir algo) significa el efecto de la acción
de consagrar, lo consagrado y el medio para consagrar, en un
contexto público u oficial.
El vocablo latino sacramentum, procedente del mundo cul
tural pagano, pasó al uso cristiano en el norte de Africa, a fina
les del siglo II, en el contexto de las primeras versiones latinas de
la Sagrada Escritura, debido al peligro de sincretismo religioso
con los ritos iniciáticos paganos; más tarde, en las traducciones
ítala y Vulgata la palabra mysterion, se tradujo primero por el
neologismo mysterium con un valor significativo similar, como
aparece en Mt 13, 11; Me 4, 11; Le 8, 10; 1 Cor 2, 7; 4, 1; 14, 2;
15, 51; Ef 3, 4; 6, 19; Col 1, 26; 2, 2; 4, 3; 2 Tes 2, 6; 1 Tim 3, 9; y
después por el vocablo sacramentum como sinónimo a veces de
mysterium (Ef 1, 9; 3, 3.9; 5, 32; Col 1, 27; y 1 Tim 3, 16). Con
todo, terminó prevaleciendo el vocablo latino sacramentum sobre
el término latinizado mysterium, quizás, para evitar palabras de
sabor religioso pagano, aunque en tiempo de San Jerónimo no
había ya peligro de confusión con la iniciación pagana. De todos
modos, en la Vulgata del Nuevo Testamento los vocablos myste
rium y sacramentum significan acontecimientos histórico-salví-
ficos, pero no acciones litúrgicas concretas; ahora bien, siendo
hechos históricos ya no son secretos sino cognoscibles; por eso,
estos vocablos significan realidades que dan a conocer, como ya
vimos en San Pablo.
Tertuliano (m. 225), cuando generalizó el uso bíblico encul
turado del vocablo clásico pagano sacramentum para designar los
misterios cristianos, cuyo significado tanto en el nivel militar
(juramento con el cual se prestaba obediencia y fidelidad y como
garantía se grababa un tatuaje en el cuerpo), como en el jurídi
co (el dinero depositado en los juicios públicos, que recibía final
123
mente el vencedor y entregaba a los dioses), cambió el contexto
del sacramento cristiano24.
En concreto, Tertuliano a principios del siglo III usó el voca
blo sacramentum 134 veces, de las cuales 84 veces tiene un sen
tido de juramento, y 50 veces un sentido de realidad salvadora,
en relación con el mysterion o al símbolo griego25. He aquí algu
nos ejemplos a veces con el genitivo de pertenencia: la obra
redentora de Cristo (s. oikonomiae); la salvación prefigurada en
el Antiguo Testamento (s. iudaicum); el misterio de Cristo como
realización de la voluntad salvadora de Dios (s. cristianum); algu
nos ritos litúrgicos (s. aquae, eucharistiae, pañis et calicis); y el
juramento militar aplicado a las promesas bautismales (s. aquae
vel fidei=pactio, testado).
Es fundamental advertir cómo Tertuliano utiliza el vocablo
sacramentum en un ámbito teológico diverso en el que se usaba
el término mysterion, aunque continúa en el contexto de la
Historia de la Salvación. Mientras que para la teología oriental
el misterio era un acontecimiento histórico referido a la econo
mía salvadora de Dios, para la teología africana de Tertuliano el
sacramento significa no sólo una realidad interior, la verdad sal-
vífica, sino también un compromiso religioso del hombre con el
querer de Dios en una comunidad concreta, o una norma de con
ducta, o también un signo visible (la semejanza), que el cristia
no acepta para gozar, por su medio, de la salvación histórica.
En este sentido, Tertuliano utiliza sobre todo la palabra sacra
mentum para significar el compromiso sagrado del cristiano en
el bautismo, como obligación contraída en el nivel jurídico, ecle-
sial o público26. Por eso, el bautizado, soldado de Cristo (2 Tim
2, 3-4), renuncia a las pompas del diablo (el estilo pagano de la
vida, caracterizado por los cortejos o séquitos del mal, como los
espectáculos públicos). El cristiano se distinguía en su modo de
pensar y de actuar de los paganos, y vivía de otro modo; incluso
rechazaba algunas funciones públicas, incompatibles con la fe
124
cristiana; por eso terminó siendo considerado como un subver
sivo en el imperio romano.
También concibe el sacramento como una realidad sensible
capaz de conferir un efecto sobrenatural27. En este contexto
rechaza los misterios de Mitra a los que denomina copias dia
bólicas de los divinos sacramentos28. “Verdaderamente el cuer
po es el quicio de la salvación (...). El cuerpo es lavado para que
el alma se purifique; el cuerpo es ungido para que el alma sea
consagrada; el cuerpo es signado para que el alma sea defendi
da; el cuerpo recibe la imposición de manos para que el alma se
ilumine sobrenaturalmente; el cuerpo se alimenta con el Cuerpo
y la Sangre de Cristo para que el alma sea fortalecida por Dios”29.
Ahora bien, la eficacia del sacramento depende definitivamente
de la Cruz de Cristo (Sacramentum Christi Crucis)30, sin olvidar
que en el nivel de la participación platónica la semejanza parti
cipa de la realidad31. De esto, sin embargo, no podemos concluir
que Tertuliano sea el creador de la teología de los sacramentos;
aunque es el primero que eleva el término sacramento a catego
ría teológica, la teología de la sacramentalidad se desarrollará
más tarde.
San Cipriano (m. 258) emplea normalmente el vocablo sacra
mentum con los sentidos, ya encontrados en Tertuliano, de jura
mento y de misterio, entendido éste bajo la acepción de símbo
lo y figura32. Cipriano considera, pues, el sacramento como una
exigencia de fidelidad a algo prometido y como expresión del
misterio de Dios, significando su verdad o el medio por el cual
recibimos la salvación. El simbolismo sacramental en San
Cipriano expresa también una perspectiva funcional e instru
mental en el sentido que la Iglesia tiene la potestad de bautizar
y de purificar, instituida por Cristo33; es una base de la doctrina
que posteriormente considerará los sacramentos como instru
mentos de salvación. Un problema que aparece en San Cipriano,
125
Copynghled mak.
como antes en su maestro Tertuliano, es que no reconoce el bau
tismo celebrado por los herejes, pues el Espíritu no actúa fuera
de la comunión eclesial34, al no advertir que es posible conservar
la fe, aunque uno se separe de la caridad de la Iglesia, en cuyo
caso conserva también los sacramentos eficaces, aunque pudie
ran no ser fructuosos en él por falta de disposición personal35.
San Ililaño de Poitiers (m. 367) y San Ambrosio de Milán (m.
397) se distinguen de la mayoría de los teólogos africanos y lati
nos coetáneos en cuanto que, bajo la influencia de los Padres
orientales, como Orígenes, entienden los vocablos mysterium y
sacramentum como acontecimientos salvíficos, como verdades
de fe y como celebraciones, con una dimensión más histórico-sal-
vífica que funcional; aunque acentúan con el vocablo mysteñum
el acontecimiento salvífico, y con la palabra sacramentum el
aspecto ritual o signo visible del misterio, de modo que ellos fue
ron quienes más contribuyeron a extender el sentido litúrgico del
término. En concreto, San Hilario habla del sacramento del bau
tismo y del sacramento del Cuerpo y de la Sangre de Cristo; y San
Ambrosio, quien habla también del sacramento del misterio, dis
tingue entre los mysteria-sacramenta, a los que pertenece la pala
bra, y los sacramentos más perfectos (sacramenta perfectiora) a
los que pertenecen los sacramentos de la Iniciación Cristiana36.
Con la paz de la Iglesia, el culto se institucionaliza y se encultu
ra en los contextos veterotestamentario y pagano, como se advier
te en el sacramento del Orden, y en los procesos iniciáticos del
catecumenado y de la penitencia; y en el contexto de la polémi
ca antiarriana los misterios de la vida y muerte de Cristo se pre
126
sentan como soteriológicos; es en ellos donde el cristiano expe
rimenta la salvación.
San León Magno (m. 461), conocedor de los contextos teoló
gicos oriental y agustiniano, usa los vocablos mysterium y sacra-
mentum significando las acciones histórico-salvíficas y su cele
bración, y presenta un concepto de sacramentalidad que se
caracteriza por dos aspectos: la visibilidad mediante la cual se
comunica una realidad escondida y misteriosa, y la presenciali-
dad eficaz de la realidad salvífica significada37. El pensamiento
sacramental de San León, aplicado en concreto al plan misterioso
de salvación manifestado en la celebración, y a los misterios de
la vida de Cristo, actualizados en la Liturgia (hodie liturgicum vel
sacramentum liturgicum), se encuentra, principalmente, en sus
96 Sermones, pronunciados en la celebración de las grandes
solemnidades litúrgicas. Estamos en la época clásica de la
Liturgia romana, como se muestra en el contenido y hasta en el
mismo lenguaje. San León Magno es el gran tratadista de la fies
ta memorial litúrgica, en la que distingue el fenómeno celebra-
tivo, el acontecimiento que nos salva, y el ejemplo para nuestra
vida. En fin, San León es, sobre todo, un gran teólogo de la
Liturgia, y, en consecuencia, un gran celebrante.
San Gregorio Magno (m. 604), caracterizado por una mentali
dad sacramental, que le impulsa a hacer una lectura profunda o
simbólica, viendo en lo visible de Cristo, de la Iglesia y de todas las
cosas, el significado de su íntima realidad, usará como sinónimos
los vocablos sacramentum y mysterium; aunque también en San
Gregorio hay una tendencia a aludir con el primero la acción ritual
o el símbolo celebrativo, en los que se actualizan el misterio escon
dido, interpretados fuera del contexto de la historia de la salvación,
quedando reducido el rito, no a una economía salvadora sino a una
función, y el símbolo a una mediación cognoscitiva38; y con el
segundo, mysterium , la realidad significada, la verdad de fe escon
dida en la celebración; diferencia que es común en los escritores
127
occidentales posagustinianos. San Gregorio, entregado, a la cele
bración litúrgica como monje, y a su labor pastoral en Roma como
Obispo, en un tiempo de transición política y cultural, transmite
a la posteridad, más que reflexión sacramental, la estructura coe
tánea de la realidad sacramental.
39. “En la muerte y pasión de Cristo hay que distinguir dos aspectos: la reali
dad histórica y el contenido de salvación. La realidad histórica no pasa de ser imi
tada por el rito sacramental que la simboliza y representa. En cambio, el contenido
de salvación entraña una participación (koinonía) real. Quedan así perfectamente
definidos los dos aspectos del sacramento: símbolo eficaz de la pasión y resurrección
que la representa corporalmente y la realiza espiritualmente”. J. D a n ié l o u ,
Sacramentos y Culto según los Santos Padres. Madrid, 2.a ed., 1964, pp. 60-61.
128
Copyngn
tismo nos salva como antitipo de lo anteriormente sucedido; el
signo sacramental se historiza, es decir, se interpreta en la his
toria de la salvación, como el agua del bautismo se ilumina con
el agua del costado de Cristo y con el paso del Mar Rojo. Así pues,
la tipología garantiza la unicidad y la irrepetibilidad del aconte
cimiento histórico-salvífico en relación con su celebración ecle-
sial; en este sentido, los sacramentos, en cuanto acciones divinas,
son continuación de las maravillas realizadas por Dios en el
Antiguo y Nuevo Testamento.
Este método, radicado en la historia, se gestó en la teoría dia
léctica de Platón40, basada ontológicamente en la transcenden
cia y participación del ser, tal como se desarrolló más tarde sobre
todo en el medioplatonismo de Filón de Alejandría, en el siglo
primero de nuestra era. La mediación lingüística utilizada en esta
hermenéutica tipológica fue la alegoría, presente en los grandes
padres alejandrinos, y antes en Filón. Aunque la escuela alejan
drina fuera alegórica y la antioquena tipológica, en la práctica se
identificaban entonces el uso y el sentido de alegoría y tipología.
En fin, la tipología litúrgica fue, como después el hilemorfismo,
una cuestión cultural, no un contenido de fe.
La sacramentalidad se concibe en esta cultura como seme
janza, en sentido ontológico, que se identifica con lo que se per
cibe mediante la fe, no con los sentidos, y es la garantía de su efi
cacia ritual. Las acciones litúrgicas eran descritas como copia,
símbolo, imitación o semejanza, en relación con la verdad de la
que se participaba; así la eucaristía es símbolo del Cuerpo de
Cristo. El punto débil del sistema tipológico es, aveces, su frágil
fundamentación en acontecimientos bíblicos o rituales no sufi
cientemente pertinentes, por ejemplo, el vino con el que se embo
rrachó Noé considerado como tipo eucarístico, o la esclava que
sugirió a Naamán su ida a Israel considerada como la Iglesia en
su realidad sacramental. Cuando desapareció la cultura neopla-
tónica que concedía valor ontológico a la imagen o figura que
imita la verdad, la imagen dejó de usarse para expresar la natu
raleza profunda del sacramento, empleándose sólo para mostrar
129
lo fenomenológico del sacramento o para moralizar desde la
Liturgia. Entonces se vieron obligados a evitar tales palabras,
referidas a la eucaristía, para reafirmar el realismo de la pre
sencia de Cristo. En el medioevo, la alegoría se basará, en gene
ral, en los significantes del ritual, y la tipología en los significa
dos del ritual, es decir, los acontecimientos histórico-salvíficos.
Cuando de la tipología o alegoría, donde el rito se relaciona
con la historia, se pasa a la mediación catequética de la mista-
gogía o teología de los misterios, donde el rito se relaciona con
la fe, se produce la superación de la tipología, como encontramos
especialmente en cuatro grandes ciclos homiléticos completos de
finales del siglo IV, cuyo objetivo fue ilustrar a los neófitos sobre
el rito íntegro de la iniciación cristiana41. Mientras en la tipolo
gía litúrgica la figura era la verdad, en Teodoro, por ejemplo, la
imagen se opone a la verdad42. La mistagogía, partiendo de que
“hay misterio cuando vemos en las realidades visibles algo más
de lo que ellas nos muestran”43, trata de llevar desde los ritos al
misterio de las realidades inefables. Si la realidad inefable está
en el sacramento, la mistagogía consiste en la iniciación al mis
terio, y no sólo en la explicación del rito. La figura se ha con
vertido ahora en el signo del misterio escondido; la concepción
del rito es representativa, no ontológica, lo cual abre el camino a
considerar la liturgia como dramatización del misterio, en una
perspectiva similar a los cultos mistéricos. En fin, la mistagogía
se practicó como un modo de aproximarse al rito y facilitar su
fructuosidad sobrenatural.
En esta hermenéutica tipológica, la Historia de la Salvación
da sentido a la sacramentalidad, en cuyo contexto se interpretan
y se celebran los siete sacramentos, y a través de los cuales nues
tra historia se transforma en Historia de la Salvación. Concebidos
los sacramentos en este ámbito de la Historia de la Salvación, se
41. Los cuatro grandes catequetas de ese tiempo fueron San Cirilo de Jerusalén
(m. 386), San Ambrosio de Milán (m. 397), San Juan Crisóstomo (m. 407) y Teodoro
de Mopsuestia (m. 428). Recordemos que en el canon 46 del Concilio de Laodicea
(anterior al 374) se ordena que los bautizados asuman seriamente la fe cristiana, y
hagan su redditio el día de Jueves Santo. Cf. E. M azza , La Mistagogía. Una teología della
liturgia in época patristrica. Roma 1988, p. 6.
42. Cf. E. M azza , L’interpretazione del culto nella Chiesa antica, en Celebrare il
Mistero di Cristo. Vol. I. La Celebrazione: Introduzione alia Liturgia Cristiana. Roma
1993, pp. 266-269; Pitase 179 (1990) 363-364.
43. S an J uan C r is ó s t o m o , In 1.aEpist. ad Cor. Hontil. I, 7: PG 61, 55.
130
manifiestan propiamente como \a. prolongación institucional de
la obra cultual y santificadora de Jesucristo, en el misterio his
tórico de la Iglesia, cuerpo pneumático de Cristo. Esta actuali
zación del misterio pascual es el Memorial (pasado, presente y
futuro), que Santo Tomás de Aquino explicitará a través del prin
cipio de la causalidad instrumental. Por eso, cuando nos referi
mos a cada uno de los siete sacramentos estamos hablando de
momentos diferentes en la misma dinámica salvadora en favor
de la realidad histórica del hombre y del mundo. En fin, la sacra-
mentalidad se entiende y se vive sólo en la totalidad de la Historia
de la Salvación, de manera que la escritura y los sacramentos se
interpretan mutuamente. En este contexto, los sacramentos son,
no cosas, ni tampoco meros medios o máquinas para obtener la
gracia, sino auténticos acontecimientos de salvación, en cuanto
encuentros salvadores con Jesucristo y con la experiencia de la
naturaleza salvadora de la Iglesia.
En este contexto se capta la importancia del discurso teoló
gico sobre los sacramentos desde la Historia de la Salvación, con
cebida ésta como el designio salvador de Dios manifestado en la
plenitud de los tiempos, acontecimiento tan fecundo que nos reve
la la unidad en el desarrollo progresivo de la salvación y es la ner-
vatura en el contenido celebrativo del culto sacramental. Jean
Daniélou (1905-1974), uno de los renovadores de la actual teo
logía sacramental, en el ámbito de la Teología de la Historia y de
las Catcquesis Mistagógicas de los Santos Padres sobre los sacra
mentos, ha estudiado ampliamente las analogías entre las accio
nes sacramentales y las maravillas de Dios realizadas en la
Antigua y en la Nueva Alianza44. Ahora bien, con la expresión
Historia de la Salvación no se pretende justificar un sistema
humano de pensamiento, sino ofrecer un camino para entrar en
comunión con las mismas fuentes de la revelación cristiana y su
dinamismo salvador, por ejemplo, con la fe de Abrahán en el
Antiguo Testamento, y con los milagros de Cristo en el Nuevo,
signos permanentes de nuestra salvación.
44. Cf. J. D a n ié l o u , Sacramentos y Culto según los Santos Padres. Madrid 1962;
Historia de la Salvación y Liturgia. Salamanca 1965; Tipología Bíblica. Sus orígenes.
Buenos Aires 1966; Los Sacramentos y la Historia de la salvación, en Palabra de Dios
y Liturgia. Salamanca 1966, pp. 47-62; L’entrée dans l’Histoire du Salut. Baptéme et
Confirmation. París 1967, donde estudia las fuentes de la teología sacramentaría, pp.
144-156; La Catequesis en los primeros siglos. Madrid 1975.
131
C apítulo VI
1. S an A g u s t ín (3 5 4 - 4 3 0 )
132
Copyngr
número, fáciles de observar, y ricos en significado"45. "Siendo
comunes todos los sacramentos, la gracia, que es la virtud de los
sacramentos, no es común en todos, como sucede ahora que ha
sido manifestada la fe que entonces se ocultaba"46.
Mas no es fácil resumir el rico pensamiento sacramental de
San Agustín, que está disperso en sus obras. En cuanto al voca
bulario, San Agustín emplea unas 2.279 veces los términos “mys-
terium”y “sacramentum” con el triple significado de rito, símbolo
y misterio, aunque la palabra “mysterium” se refiera más al mis
terio-verdad figurado (v.gr. misterio trinitario), y “sacramentum”
a la figura o misterio-símbolo y al rito (v.gr. alegorías bíblicas y
sacramentos vetero y neotestamentarios), con cuyo significado
ritual aparece unas 1.400 veces47. En este contexto, es lógico que
no sea fácil interpretar su vocabulario desde nuestro contexto
teológico actual. A continuación, ofreceremos el sentido real de
la sacramentalidad en San Agustín, que él refiere especialmen
te a los sacramentos del catecumenado: el Credo y el Padre nues
tro y sobre todo al bautismo y a la eucaristía48, teniendo en cuen
ta que fue un gran tratadista del simbolismo en el contexto de la
visibilidad sacramental.
45. S an A g u s t ín , Epistula 54, 1: PL 33, 200; cf. Epistula 55, 19: PL 33, 221;
Contra Faustum 19, 13: PL 42, 355; De doctrina christiana. 3, 9: PL 34, 71; J. A ldazábal ,
“Una Carta (n.° 54) de San Agustín sobre la Liturgia”. Phase 158 (1987) 85-112; I. M.
F o s s a s , “La carta 54 de San Agustín: algunos criterios para ir por el mundo (cristia
no)". Liturgia y Espiritualidad 32 (2001) 237-242; “La carta 55 de San Agustín, un tra
tado de teología sacramental”. Liturgia y Espiritualidad 33 (2002) 461-472.
46. S an A g u s t ín , Enarratio in Psalmum 77, 2: PL 36, 983-4.
47. Cf C. C o u t u r ie r , Sacramentum et Mysterium dans l’oeuvre de S. Augustin.
Études Augustiniennes, de H. Rondet, etc. París 1953, 161-274; P. T h . C a m e l o t ,
“Sacramentum". Notes de théologie sacramentaire augustinienne”. Revue Thomiste
57 (1957) 429-449; A. M a n d o u z e , A propos de “sacramentum” chez Saint Augustin.
Polyvalence lexicologique et foisonnement théologique, en Mélanges offerts á
Mademoiselle Christine Morhmann. Utrech 1963, pp. 222-232; J. M o r á n , "La con
cepción de sacramento en San Agustín”. Estudio Agustiniano 4 (1969) 321-364; W.
S im o n is , Ecclesia visibilis et invisibilis. Untersuchungen zur Ekklesiologie und
Sakramentenlehre der afrikanischen Tradition von Cyprian bis Augustinus. Frankfurt
1970; B. S t u d e r ,” Sacramentum et exemplum chez Saint Augustin”. Recherches
Augustiniennes 10 (1975) 87-141; M. G u erra G ó m e z , "Dimensión lógica, mítica y mís
tica de Mysterium en San Agustín”. Augustinus 38 (1993) 267-289; Diccionario de San
Agustín a través del tiempo. Dr. Por A. D. Fitzgerald. Burgos, 2001, Sacramentos, pp.
1158-1167; Signo, pp. 1226-1233.
48. Cf. S an A g u s t ín , Sermo 228, 3: PL 38, 1102.
133
Copynflh'
El Sacramento, Signo Sagrado
134
La función tipológica del signo sacramental muestra cómo las
categorías de simbolismo y realismo aplicadas a la sacramento-
logia de San Agustín han de ser explicadas mediante la ontolo-
gía que subyace en el concepto neoplatónico de participación55.
Vocablos como figura, imagen, semejanza, imitación, misterio,
sacramento, en Agustín, han de ser interpretados en el contexto
de la participación y en el sistema teológico de la tipología patrís
tica; aunque el sentido del concepto de participación en Agustín
no se identifique con lo que significaba para Platón, en ambos se
da una participación de la realidad objetiva; el signo sacramen
tal participa ontológicamente del acontecimiento salvífico y, por
ello, se asemeja a él, sin duplicarlo; el signo nos lleva al aconte
cimiento, no por semejanza exterior, sino por similitud ontoló-
gica. “Porque si los sacramentos no tuvieran alguna semejanza
con aquellas realidades de las que son sacramentos, no serían en
absoluto sacramentos"56.
En este sentido, la participación garantiza la identidad del
proceso salvífico en sus diferentes etapas; así los sacramentos
veterotestamentarios (signos de la fe en el Mesías anunciado) se
relacionan con los sacramentos neotestamentarios (signos de la
fe en el Verbo Encarnado)57. “Los sacramentos cambiaron; pero
la virtud del Mediador permaneció inalterable; cambiaron los sig
nos, no la fe"58. Todos los sacramentos del Antiguo y del Nuevo
Testamento convergen en Cristo; y ellos están presentes en la
Iglesia59. Ahora bien, San Agustín, aunque utiliza el término signo
y lo interpreta como los Padres Griegos, para quienes había una
identidad parcial entre el símbolo o icono y lo simbolizado, pre
senta el signo también como un instrumento ritual, explicitando
en él junto a lo simbólico también lo funcional, sin emplear, es
evidente, estas palabras.
La función comunitaria de los signos sacramentales, que sirve
incluso para caracterizar o distinguir a una religión frente a otra,
135
hace que el sacramento sea un signo social. Los sacramentos, en
cuanto símbolos de la fe, afectan a la sociedad exterior y garan
tizan su comunión interior; también sirven para realizar el reco
nocimiento de los miembros y la pertenencia a una sociedad.
“Los hombres no pueden llegar a fundirse en una ordenada
comunidad bajo cualquier denominación religiosa, verdadera o
falsa, si no se unen entre sí por alguna manera de participación
en signos visibles o sacramentos. La acción de estos sacramen
tos es inefablemente grande”60. “La misma sabiduría de Dios
encarnada, por la que fuimos llamados a la libertad, estableció
algunos sacramentos muy saludables, con que se mantiene unida
la comunidad del pueblo cristiano, esto es, la multitud libre bajo
el Dios único”61. Estos textos responden a aquella nueva sociedad
cristiana, que, salida del paganismo, necesitaba lograr una gran
cohesión social y espiritual, superando también el peligro de las
herejías, como el gnosticismo o el donatismo. Por eso, en aquel
momento era preciso relacionar claramente los sacramentos con
Cristo, con la Iglesia y con el compromiso de fe propio del indi
viduo y de la comunidad, exteriorizado en signos.
136
lo espiritual, desde lo temporal a lo eterno, y desde lo visible a
lo invisible, es decir, desde los sacramentos corporales a las rea
lidades espirituales65.
Analizando los contenidos del sacramento, San Agustín dis
tingue en el sacramento visible o exterior el signo (elementum),
la palabra (verbum), y la relación del elemento con la palabra,
que es la realidad más determinante y constituyente del sacra
mento. “Vosotros estáis ya limpios por la palabra que se os ha
anunciado. ¿Por qué no dice, vosotros estáis limpios por el bau
tismo con que habéis sido lavados, sino que dice por la palabra
que os he anunciado, sino porque junto con el agua está la pala
bra que purifica? Si quitas la palabra, ¿qué es entonces el agua
sino agua? Pero, si al elemento añades la palabra, tenemos el
sacramento, que es también, en cierto sentido, una palabra visi
ble. ¿De dónde le viene al agua esta gran fuerza, que toca el cuer
po y limpia el corazón, sino de lo que hace la palabra, no porque
se dice, sino porque se cree? Este verbum fidei vale tanto en la
Iglesia de Dios que en virtud de ella o por ella purifica al creyente,
al oferente, al que bendice, al que toca, aunque sea un tierno
infante, que aún no puede creer con el corazón para justificar
se, ni confesar con la boca para salvarse! Todo ello se hace por
la palabra, de la que el Señor dice: Vosotros estáis ya limpios por
la palabra que os he hablado”66.
Analizando, por su parte, las realidades comprendidas en el
sacramento invisible e interior, el vocabulario de San Agustín
65. Cf. San Agustín, Ad inquisitiones Januarii 5, 9: PL 33, 208; 7, 13: PL. 33, 211.
66. San Agustín, Tractatus in Johannis Evan. 80, 3: PL 35, 1840. Sobre este
texto preguntamos: ¿habla San Agustín de la forma sacramental del bautismo, de
la bendición del agua bautismal, del agua y la palabra elevadas a categorías sacra
mentales, o de una profesión de fe bautismal? Para no pecar de anacronismo, hay
que advertir que San Agustín no habla aquí de la forma y materia sacramentales, sino
que enseña que cuando la palabra se une al elemento se produce el sacramento, por
la virtud de Cristo que es quien por la palabra purifica y santifica a la Iglesia. Quizá
esta frase agustiniana explique lo que él quiere decir: “Nacemos espiritualmente,
nacemos en el espíritu por la palabra y por el sacramento y la palabra divina es la
voz del Espíritu”. (Cf. San Agustín, In Johan. Evang. tract. 12, 5: PL 35, 1486). Luego,
el elemento es el sacramento y la palabra es la voz del Espíritu de Cristo. En fin, el
verbum fidei de PL 35, 1840, (el poder objetivo del Espíritu de Cristo) podemos com
pararlo, mutatis mutandis, con el sacramentum fidei de PL 33, 364) (la fe objetiva
de la Iglesia). En fin, este texto ilumina la íntima relación entre el sacramento y la
fe y el poder objetivos de la Iglesia. Cf. P. T h . Camelot, Sacramentum Fidei.
Augustinus Magister. Vol. II. París 1955, pp. 891-896; M. E B errouard, “Le Tractatus
80, 3 in Johannis Evangelium de Saint Augustin: la parole, le sacrement et la foi”.
Recherches Augustiniennes 33 (1989) 235-254.
137
Copynghted mak.
es sumamente rico, aunque el significado de cada palabra no
siempre sea unívoco y suficientemente claro67. En este contexto
admite San Agustín la realidad significada o el misterio celebrado
(res divina)68; lo que recibe el alma, la gracia, el efecto o fruto, la
fe y la caridad, que es el constitutivo esencial del sacramento,
también la fuerza del sacramento (virtus, sanctificatio, sacra
mentani fidei); y el carácter, sello o contraseña (consecrado).
“Todas estas cosas (lo exterior) se celebran y pasan; pero, la vir
tud que actúa por el signo permanece gozosamente”69. “Hoy reci
bimos el alimento visible; pero, una cosa es el sacramento y otra
la virtud del sacramento”70. “Aunque fueran comunes todos los
sacramentos, no sería común a todos la gracia, que es la virtud
de los sacramentos”71. La virtud espiritual de los sacramentos es
como la luz que ilumina a los pecadores, aunque no se manche
con su pecado72.
La eficacia sacramental en San Agustín está significada por la
relación entre la palabra y el elemento, que es como una palabra
visible, y es producida por Jesucristo y su Espíritu, aunque la
fructuosidad requiera la fe y la caridad en el sujeto receptor adul
to. Los sacramentos visibles significan y con ellos se recibe la san
tificación invisible. Pero, ¿la causan también? El vocabulario de
San Agustín es diferente, de tal modo que pudiéramos hablar de
un signo eficaz de la gracia dentro de una significación sacra
mental dinámica, pero sería un claro anacronismo hablar de cau
salidad sacramental; el santo obispo, aunque superó el plato
nismo según el cual la materia no sería receptiva de la gracia, no
conoció la doctrina sobre la virtud instrumental de la
Humanidad de Cristo presente ya en los Padres Orientales.
“Pero, ¿cómo el pan es su cuerpo y cómo el cáliz, o lo que hay
en el cáliz, es su sangre? Pues estas realidades, hermanos, se lla
man sacramentos, porque en ellos se ve una realidad y se entien
de otra. Lo que se ve tiene una especie corporal; lo que se entien
67. Cf. H. M. F éret , Res et sacramentum chez Saint Augustin. Revue des
Sciences Phil. et Théol. 29 (1940) 218-243.
68. La res sacramenti de la Eucaristía es la unidad del Cuerpo total de Cristo.
Cf. San Agustín, In Johan. Evang. tract. 26, 15, 18: PL 35, 1614.
69. San Agustín, Contra Faustum 19, 16: PL42, 357.
70. San Agustín, Tractatus in Johannis Evang. 26, 11: PL 35, 1611.
71. San Agustín, Enarratio in Psalmum 77, 2: PL 36, 983-984.
72. Cf. San Agustín, Tractatus in Johan. Evang., tract. 5, 15: PL 35, 1422.
138
de tiene un fruto espiritual. El Cuerpo de Cristo"73. “Hay sacra
mento en una celebración, en la que se conmemora un aconte
cimiento salvífico pasado, de tal manera, que se entienda tam
bién un significado oculto, que ha de recibirse santamente; es lo
que sucede en la Pascua"74. Esta inteligencia de la fe nos capa
cita para percibir y gustar el fruto espiritual que emana o que se
logra en el misterio sacramental; pero esta gracia invisible sig
nificada por el sacramento, la santidad, la iluminación, el delei
te, no es algo que te da inmediatamente el sacramento, sino
Cristo y su Espíritu Santo mediante el sacramento. “Por aquel
Espíritu la misma alma es purificada y fortalecida"75. Se trata,
además, de un contexto de experiencia no de causalidad, en el
que el sujeto debe dejarse imbuir e impregnar por el misterio.
El ministerio sacramental
139
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En este sentido, es fundamental ver en Cristo, gran misterio
de Dios78, el origen y la plenitud de los sacramentos79, de toda
religión o filosofía cristianas y de toda santificación del hombre,
según el principio agustiniano del crede ut intelligas. El costado
de Cristo Crucificado fue abierto, “abriéndose entonces la puer
ta de la vida, de donde brotaron los sacramentos de la Iglesia,
sin los cuales no se entra en la vida verdadera”80. “¿Cuándo nacie
ron los sacramentos del costado de Cristo? Cuando dormía en la
Cruz”81. “Cristo es el nombre de un sacramento y la vida de todos
los sacramentos”82. Cristo es también quien nos abre la inteli
gencia al significado de los signos sacramentales83.
En cuanto al sujeto del bautismo, tema considerado por San
Agustín de modo especial en su polémica contra los donatistas
y los pelagianos, en el ámbito de la diferencia entre celebrar los
sacramentos y celebrarlos fructuosamente, distingue el Santo
tres posibilidades: los que reciben el sacramento y su efecto (los
bien dispuestos o los que no ponen óbice)84; los que reciben el
sacramento, pero no su efecto (los herejes y hermanos mal dis
puestos como quienes menosprecian los sacramentos)85; y los que
reciben el efecto, pero no el sacramento (los catecúmenos már
tires)86. No olvidemos que la fe y la conversión del corazón son
los presupuestos en los adultos para recibir fructuosamente los
sacramentos; y en los niños bautizados se da la fe, no en la volun
tad sino en el sacramento87.
78. Cf. San Agustín, Contra Faustum 12, 32: PL 42, 271.
79. Cf. V. Grossi, "Cristo autore dei sacramenti nella patrística. L'apporto di S.
Agostino”. Rivista Litúrgica 81 (1994) 21-59; R. Dodaro, “Sacramentum Christi:
Agustín sobre la Cristología de Pelagio”. Augustinus 40 (1995) 83-93.
80. San Agustín, Tractatus in Joh. Evang. 120, 2: PL 35, 1953.
81. San Agustín, In Psalmum 40, 10; 56, 11; 126, 7: PL 36, 461.668; 37, 1672.
82. Cf. San Agustín, In Epistulam Johan. 3, 6: PL 35,2000; Sermo 10,2: PL 38, 93.
83. Cf. San Agustín, Contra Faustum 22, 38: PL 42, 424.
84. Mientras los pelagianos negaron el pecado original y la eficacia del bau
tismo de los niños, en defensa de la libertad individual y su responsabilidad, San
Agustín enseñó la solidaridad pecadora de todos en Adán, la redención universal de
Cristo, y la eficacia salvadora universal del bautismo, como consta en su Carta a
Bonifacio. Cf. San Agustín, Epístola 98, 10: PL 33, 364.
85. Cf. S an A g u s t í n , Enarratio in Psalmum 77, 2: PL 36, 983-984; Quaestiones
in Hepta. 3, 84: PL 34, 713. San Agustín conoce la reviviscencia de la gracia sacra
mental. “Cuando se vuelve a la paz católica empieza a aprovechar algo que estaba
fuera de ella, pero que no servía". De Baptismo VI, 9: PL 43, 204.
86. Cf. San Agustín, De civitate Dei 13, 7: PL 41, 381.
87. Porque recibir el sacramento de la fe es recibir la misma fe, la fe de la
Iglesia. Cf. San Agustín, Epistula 98, 9-10: PL 33, 364.
140
Impulsado San Agustín a defender la fe católica frente a los
donatistas, quienes afirmaban que donde había sacramentos
existía la Iglesia, enseñó el santo que una cosa es poseer o reci
bir el bautismo verdadero (sacramentum) y otra recibir su efec
to (res sacramenti), es decir, la caridad derramada en nuestros
corazones, porque puedes poseer el signo único del bautismo y
no su fmctuosidad, al no estar unido a la raíz, que es Cristo88. Una
cosa es la perfección del signo sacramental y otra es su fructuo-
sidad; San Agustín habla aquí de los signos sacramentales que se
celebran verdaderamente pero fuera de la unidad de la Iglesia y,
por eso, no producen los frutos que debieran producir, incluso
pueden originar un daño89. “El bautismo no es de los cismáticos
y herejes, sino de Dios y de la Iglesia, donde quiera que se
encuentre y donde quiera que sea llevado”90.
“Una cosa es el estar sin un sacramento y otra cosa el hallar
se en posesión de él malamente y usurparlo ilegalmente. Por eso,
los sacramentos no dejan de ser sacramentos de Cristo y de la
Iglesia por el simple hecho de que sean utilizados ilegalmente, no
sólo por los herejes sino también por toda clase de personas mal
vadas e impías. Estas personas ciertamente deben ser corregidas
y castigadas, pero los sacramentos deben ser reconocidos y reve
renciados”91. En esta diversa concepción sacramental hay una
diferente comprensión de la Iglesia; San Agustín, fijándose en
la redención universal de Cristo, considera a la Iglesia como una
comunidad de santos y pecadores, o como un signo imperfecto
de la futura congregatio sanctorum, mientras que los donatistas
y después los pelagianos, fijándose en la vida concreta de los
hombres, pensaban la Iglesia como un coetus sanctorum ya.
88. Cf. San Agustín, Psalmus contra partem Donati: PL 43. 30; De Baptismo 4,
17, 24: PL 43, 169-170; 6, 1, 1: PL 43, 197. Por eso, cuando los donatistas vuelven a
la verdadera Iglesia, no reciben lo que ya tienen, pero sí el fruto de lo que tienen, por
que fuera de la caridad de la Iglesia no hay salvación. San Agustín, Epistula 61, 2: PL
33, 229 ; Ad Cresconium 2, 16, 19: PL 43, 477-478. El bautismo puede existir sin la
donación del Espíritu. San Agustín, De Baptismo V, 24. PL 43, 193-194.
89. Cf. San Agustín, Sermo 71, 19: PL 38, 463; De Civitate Dei 21,25: PL41, 741.
90. San Agustín, De Baptismo 1,14: PL 43, 121. El bautismo de los donatistas
era verdadero por lo que de la única Iglesia de Cristo había en ellos; se nace en la
Iglesia, no en una secta, aunque sea la secta quien bautice; ahora bien, el permane
cer fuera de la plena Iglesia voluntariamente impide recibir el fruto sacramental. Cf.
San Agustín, De Baptismo I, 10, 14:PL43, 117; IV, 2,2: PL 43, 155; V, 7, 8: PL 43, 181;
VI, 9, 14: PL 43, 204.
91. San Agustín, De Baptismo 3, 10: PL 43, 144.
141
San Agustín, en su compromiso antidonatista, desarrolló tam
bién la doctrina sobre el carácter sacramental, enseñando que el
hereje al recibir el bautismo queda consagrado aunque no reci
ba la gracia por falta de las disposiciones requeridas, distin
guiendo evidentemente entre la eficacia del sacramento y su fruc-
tuosidad, y como ejemplo recurrió al tatuaje que, grabado a
fuego, permanecía en los legionarios romanos incluso cuando
desertaban. En este contexto, San Agustín no sólo admite la exis
tencia del carácter, al que también llama sacramento por ser el
efecto que siempre se recibe y siempre permanece92, sino que
propone también sus propiedades de inamisibilidad e irreitera-
bilidad (de donde él deduce su existencia), derivadas de la con
sagración que implica, de modo que no se pierde ni siquiera por
el pecado mortal93.
En San Agustín, por primera vez, encontramos ya el inicio de
una verdadera teología sacramental, que se desarrollará en el
Medioevo. Las grandes aportaciones de San Agustín son el signo
aplicado al sacramento, la distinción entre el signo sacramental
y el sacramento interior o la verdad expresada y contenida, y su
doctrina sobre el ministerio, la eficacia y la fructuosidad sacra
mentales. Pero las carencias de la sacramentología de San
Agustín, el haber clarificado más el signo que el significado y el
no haber explicado suficientemente la gracia y eficacia sacra
mentales, no son fruto de su unilateralidad, sino de las circuns
tancias pastorales, que entonces no exigían clarificar más lo que
todos aceptaban; San Agustín no fue un teólogo académico, sino
un teólogo obispo. Más tarde, la reflexión sobre la diferenciación
entre el signo y la realidad o verdad y sobre la eficacia de las
acciones sacramentales, serán los cauces que harán progresar la
ciencia de la sacramentalidad. En este proceso es evidente que
lo primero en la determinación de la verdad sacramental, no
fue la definición de sacramento, sino la misma vida sacramen
tal de la Iglesia.
92. Cf. N. H aering, “St. Augustines use of the Word Character”. Medieval
Studies 14 (1952) 79-97.
93. Cf. San Agustín, Contra Epist. Farm. II, 13. 28: PL 43.70-1; Tract. in Johannis
Evang. VI, 15: PL 35, 1432; Epistula 98, 5: PL 33, 362; Epistula 185, 6: PL 33, 803-804.
Basándose en esta doctrina, afirma San Agustín en referencia a los donatistas: somos
hermanos por el mismo nacimiento bautismal, y digan lo que sea contra nosotros,
somos hermanos, y los amamos. Sean buenos o malos, somos hermanos. La frater
nidad se basa ya en el vínculo del carácter sacramental; la gracia la vivifica.
142
2. S an I s id o r o de S e v il l a (570-635)
94. Esta frase está tomada literalmente de San Agustín. Cf. Epistula 55, 1: PL
33, 205.
95. San I sidoro, Etymologiae VI, 19, 39-42: PL 82, 255-256.
143
aspecto que más influirá en la tradición sacramentológica occi
dental, hasta que en el siglo XI se recupere el criterio agustinia-
no de signo. Además, el sacramento en Isidoro no es la conme
moración de la historia de la salvación o misterio de Cristo, como
en Agustín, sino un rito significativo del misterio de Cristo en el
que está presente y actúa el Espíritu Santo96.
144
Ratramno, monje también de Corbie (m. 868), usando una meto
dología dialéctica de confianza en la razón, explicó la presen
cia eucarística en términos más simbólicos, aunque los dos se
movían en el ámbito isidoriano del velo sensible. Ahora bien,
Pascasio afirmaba que el pan eucarístico era aparentemente figu
ra, y verdaderamente realidad; lo sorprendente era que, gracias
al velo, no se viera el Cuerpo del Señor. Y Ratramno, refiriéndose
al conocimiento humano de Cristo en la Eucaristía y no a su pre
sencia real, enseñaba que el pan y el vino eucarísticos eran figu
ra de Cristo según el conocimiento humano; pero según la fe eran
la realidad del cuerpo y la sangre de Cristo97.
En ambas perspectivas hay que resaltar el contexto celebra-
tivo y simbólico en el que tanto Pascasio, como Ratramno, des
cribían el sacramento. “Sacramento -escribía Pascasio Radberto-
es, en una celebración divina, una acción trascendente que actúa
interior e invisiblemente en una realidad visible, la cual es pren
da de salvación y ha de recibirse santamente”98. Y “el sacramento
-escribía por su parte Ratramno- consiste en una celebración, en
la cual aquello que realizamos intenta significar lo que se debe
recibir santamente”99. Evidentemente, ambas descripciones del
sacramento dependen de San Isidoro y, más allá, del ámbito
agustiniano100.
En este contexto, Berengario de Tours, de la Escuela de
Chartres, director de la Escuela de Tours y partidario de Ratramno
en contra de Pascasio, vuelve, desde la dialéctica, otorgando a la
razón su puesto al lado de la tradición, al sacramento como
“forma visible”, en el vocabulario agustiniano101; pero al inter
pretar unívocamente el simbolismo sacramental no supo conci
liar la forma (signum = figura) con el significado (res = ventas),
145
afirmando que la eucaristía era una figura vacía (figuraliter) del
Cuerpo de Cristo, y que los elementos eucarísticos no experi
mentaban ninguna transformación en su sustancia, ni conte
nían el Cuerpo de Cristo. Berengario redujo el sacramento al
signo visible; comparando el agua bautismal con el pan euca-
rístico, dijo que seguían siendo agua y pan, cambiando sólo su
función gnoseológica; el significado eucarístico estaba en el cielo,
su efecto en nosotros. En definitiva, en el contexto del nuevo
vocablo eucarístico “sustancia”, negó la presencia real de Cristo,
no en la eucaristía, sino en las especies de pan y vino.
Para Berengario la inclusión simbólica, presente en el sim
bolismo sacramental de los Santos Padres, es una antítesis dia
léctica, de manera que al prescindir de la participación neopla-
tónica, mediación entre la figura y la realidad, se enterró el
simbolismo patrístico. “El simbolismo se vuelve algo extrínseco;
en adelante se podrá silenciarlo sin perjudicar la integridad del
sacramento. Desde el momento en que se convierte en corpus
mysticum el cuerpo eclesial, éste se separa ya de la Eucaristía”102.
La respuesta católica a Berengario, tanto la de Lanfranco,
monje de Bec (m. 1089)103 como la misma retractación de
Berengario en el Concilio Romano de 1059104, acentuó, dentro de
la materialización del sacramento, el signo a modo de instru
mento funcional, identificando ultra-realísticamente el signifi
cado eucarístico (res) con el cuerpo físico de Cristo, omitiendo
la dimensión sacramental de la presencia real. Lanfranco ense
146
Copynghted mak.
ñaba que la Eucaristía era sacramentum (pan y vino) y res sacra-
menti (cuerpo de Cristo), de manera que la figura contenía la rea
lidad. Unos y otros estaban lejos de la perspectiva neoplatónica
de Agustín y del genuino ámbito sacramental, que se clarificará
más tarde. A partir de Berengario ya no se hablará de presencia
mística, referida a la presencia eucarística, sino de presencia real.
El “cuerpo verdadero” será la Eucaristía; y el “cuerpo místico”,
la Iglesia.
147
Copynghled mak.
pensando que estaba perdiendo el tiempo, la abandonó y susti
tuyó la lectio histórico-bíblica y canónica por la quaestio dog
mático-doctrinal.
En estas Escuelas se gestaron los primeros tratados teológicos
de la Sacramentología Fundamental, cuyos principales proge
nitores fueron Pedro Abelardo, Hugo de San Víctor, el anónimo
de la Suma de las Sentencias y Pedro Lombardo108. La vieja cues
tión de la estructura del sacramento (signo-significado) vuelve a
plantearse en nuevos contextos: ¿cómo realidades materiales
pueden producir frutos espirituales, teniendo en cuenta las pos
turas maniqueas del momento? ¿Cómo relacionar el signo con
el significado, el don concedido, una vez olvidado el ámbito neo-
platónico en el que nació esta formulación?
108. Rabano Mauro (m. 856), discípulo de San Isidoro y abad de Fulda, inti
tuló un capítulo de su tratado Líber de sacris Ordinibus, De Sacramentis divinis. Cf.
PL 112, 1168.
109. Cf. P. A b e l a r d o , Introductio ad theologiam I, 1: PL 178, 981; I, 2: PL 178,
984; Sic et Non, 117: PL 178, 1535A; Epitome theologiae christianae 28: PL 178,
1738; R. H e r m a n s , Petri Abelardi eiusque primae scholae doctrina de sacramentis.
Malinas 1965.
148
tuales o mayores son los que sirven para la salvación o el reme
dio contra los pecados.
En la escuela teológica de Pedro Abelardo encontramos dos
escritos del siglo XII, las Sententiae Parisienses y la Ysagoge in
Theologiam que iluminan el proceso histórico sobre la concep
ción del sacramento como signo eficaz, o signo que significa y
además confiere la gracia110.
149
esto a la Eucaristía, tenemos: la figura visible, la verdad del
Cuerpo, y la gracia espiritual. La relación entre el signo y el sig
nificado se basa en la institución por Cristo, y el signo aparece
como un vaso de la gracia, medicina que cura al enfermo, dando
un sentido dinámico y salvador al uso sacramental. Es tanta la
importancia del elemento material, pues el signo es mera con
dición, que excluye la penitencia, el orden y el matrimonio del
número de los sacramentos, mientras exagera la consideración
del sacramento como vaso de la gracia, en sentido físico.
Pero, ¿cómo es posible que una realidad material pueda curar
en el hombre sus dolencias espirítuales? Hugo de San Víctor ense
ña que en el sacramento hay más de lo que en él se advierte por
los sentidos, pues una cosa es lo exterior (sacramentum) y otra
lo interior (res sacramenti); además el sacramento por la actua
ción del Espíritu Santo cura invisiblemente o concede la gracia
mediante lo visible112. Hugo acentúa el tema de la institución
sacramental y abre el camino a la futura causalidad sacramen
tal, vinculando el signo a la acción del Espíritu. Distingue tam
bién tres clases de sacramentos: los primeros, principales y nece
sarios o mayores, para la salvación o el remedio contra los
pecados, que son el bautismo y la eucaristía; los segundos son
convenientes para la ejercitación cristiana y son los hoy llama
dos sacramentales; y los terceros son los que sirven para prepa
rarnos a la celebración de la liturgia y de los sacramentos113.
150
Copyngmed mafc.
caz. Y esto es lo que diferencia al sacramento del signo; en efec
to, para que una realidad sea signo se exige sólo que signifique
lo que presenta en el nivel del signo, y no que lo produzca. Por
el contrario, el sacramento no sólo significa, sino que también
produce aquello de lo que es signo"114.
Este opúsculo en su séptimo y último tratado, De Sacramentis
in generali, preguntándose qué es un sacramento y para qué fue
instituido, relaciona por primera vez el signo y la eficacia sacra
mental, remedio para los pecados original y actual115 en los
órdenes de la erudición, la humillación y la ejercitación vir
tuosa, como ya indicó Hugo de San Víctor; esta eficacia, que
distingue al signo sacramental de los demás signos, prepara el
camino a la cuestión de la causalidad sacramental. La eficacia
del bautismo, por ejemplo, responde a la triple inmersión con
la invocación a la Santísima Trinidad116. Ofrece dos caracterís
ticas del sacramento: el simbolismo natural y la eficacia. Así,
pues, en relación con Hugo de San Víctor sustituye el elemen
to material por la forma visible, y la santificación por la efica
cia, enseñando que la gracia no es una cualidad del signo natu
ral, sino fruto del sacramento. Cambia la expresión contener
por conferir. Esta definición, en el nivel del signo eficaz, pre
senta el riesgo de no entender cómo es posible celebrar un
sacramento verdadero y, con todo, no recibir la gracia, por estar
mal dispuesto el sujeto.
151
causa de la misma”117. Pedro Lombardo se distancia de Hugo de
San Víctor al afirmar que el sacramento no está en el “elemento
material”, sino en la forma visible entendida como signo, en la
línea de la Suma de las Sentencias; pero sigue tanto a Hugo como
a la Suma de las Sentencias al enseñar que el sacramento es un
signo de algo sagrado y, además, signo eficaz de la gracia; inclu
so, en el vocabulario de la Suma de las Sentencias y de la Ysagoge
in Theologiam habla de que el sacramento confiere la gracia.
Lombardo acentúa el aspecto objetivo y eficiente de los
sacramentos. La novedad de esta definición es haber añadido
al vocablo genérico signo el término específico causa; la expli
cación de Santo Tomás sobre esta causalidad en los contextos
cristológico y eclesiológico proporcionará la característica
específica que distinguirá a los sacramentos de todos los demás
signos sagrados, fundamentando así la determinación del
número septenario de los sacramentos. Otro aspecto destaca-
ble en Pedro Lombardo, que se inserta en la dimensión sana
dora de los sacramentos, es la relación entre la Cristología y la
sacramentología, pues ellas son el contexto de la acción reden
tora en el hombre, de tal modo que los sacramentos son la par
ticipación del sacramento de la Pasión de Cristo para el perdón
de los pecados118. Por esta razón, los verdaderos sacramentos son
fruto de la Encarnación y Pasión de Cristo. De todos modos,
Cristo no está atado a los sacramentos.
152
salidad sacramental, los efectos sacramentales, el número sep
tenario, etc., cuya respuesta exigía un sistema de pensamiento
más vigoroso que el neoplatónico entonces vigente. Por eso, la
irrupción del aristotelismo en la filosofía occidental cristiana, a
partir del siglo XII, desde los centros culturales de Córdoba y
Nápoles fue el contexto en el que se gestó la nueva teología.
Córdoba fue el emporio del aristotelismo con figuras tan impor
tantes como el árabe Averroes (1126-1198) y el judío Maimónides
(1135-1204), sin olvidar al árabe oriental Avicena (980-1037).
Ahora bien, para entender el contexto antropológico de la teo
logía sacramental de Santo Tomás de Aquino hay que tener en
cuenta también la irrupción del Pseudo-Dionisio en la teología
parisina del siglo XIII119. Téngase esto en cuenta para no inter
pretar unilateralmente al Doctor Angélico desde la mera pers
pectiva filosófica.
Santo Tomás de Aquino (1225-1274) y, en general, los domi
nicos, aceptaron el nuevo pensamiento aristotélico, mientras la
escuela franciscana continuó aferrada al ámbito neoplatónico.
Santo Tomás de Aquino, con este nuevo bagaje intelectual y here
dero de la gran tradición agustiniana y pseudo-dionisíaca, pudo
responder a las cuestiones sacramentales, algunas de las cuales
habían sido planteadas ya anteriormente, como se manifiesta en
la gran síntesis filosófico-teológica por él creada, que, sin poder
ser calificada de neoplatónica o aristotélica, dada su novedad,
gestó nuevos y fecundos caminos para el pensamiento cristiano
medieval.
Hugo de San Caro (m. 1263), cardenal dominico, fue quien
generalizó la explicación hilemórfica en la relación del elemen
to y de la palabra en todos los sacramentos120, de modo que la
palabra comenzó a considerarse como la forma que determina
ba la materia remota (elemento) y la próxima (la acción); en
Hugo de San Víctor, las Sentencias y Pedro Lombardo la forma
era el elemento material completo, palabras y signos. De esta
forma, Hugo de San Caro preparó el camino a la causalidad ins
153
trumental, aplicada al simbolismo sacramental, aunque él sólo
trató de explicar el axioma “los sacramentos realizan lo que sig
nifican”. Será San Alberto Magno (m. 1280) el primero que hable
de la causa eficiente dispositiva, aplicada a la eficacia sacra
mental. Así, la escolástica potenció causalmente la palabra sobre
el elemento; en este mismo contexto medieval surgirá más tarde
Martín Lutero, quien se quedó sólo con la palabra, y al estar for
mado en la filosofía nominalista y en dependencia de su expe
riencia personal no supo interpretarla correctamente. Fue en el
Concilio de Trento, donde se volvió fundamentalmente a la doc
trina de Santo Tomás de Aquino por considerarla más adecua
da para proponer y defender en aquel momento la fe católica
sobre los sacramentos.
La filosofía aristotélica aplicada a la sacramentología nos
obliga a distinguir cuidadosamente entre los contenidos de fe y
las gnoseologías culturales de cada época. El aristotelismo medie
val contribuyó a explicar la unidad significativa y causal dentro
de la pluralidad de realidades presentes en cada sacramento,
manifestando cómo la palabra tiene en el sacramento un carác
ter, no meramente doctrinal, sino formal y eficiente o santificante
en el nivel de la fe121. Pero forzó una esquematización de la rea
lidad sacramental, que, mientras llevó a precisar los gestos esen
ciales, toleró el posible olvido de los gestos secundarios, referi
dos a la mediación de la gracia (solemnidad) y, sobre todo, el
descuido del contexto histórico-salvífico en el que se celebran los
sacramentos122.
Téngase esto en cuenta para no caer, como no cayeron los
grandes maestros, ni en la cosificación sacramental (meros medios
para la gracia), ni tampoco en su “minimalismo” (las ceremonias
son irrelevantes), pues en la teología manualística se consumó el
paso del sacramento como “mysterion” al sacramento como
“signo-causa” y el valor simbólico de los sacramentos fue inter
pretado menos mistagógicamente y más pedagógicamente, como
materia y forma. Además, el vocabulario “causa-efecto” pudiera
malinterpretarse considerando los sacramentos como actos
mágicos, en la perspectiva del consumismo sacramental.
121. "Si es verdad que la investigación de las causas es el acto mayor de la cien
cia, entonces se entiende una teología en cuanto ciencia”. M. D. C h e n u , La théologie
au XIIe siécle. París 1976, p. 309.
122. Cf. H. V o r g r im l e r , Teología de los sacramentos. Barcelona 1989, pp. 80-81.
154
CAPÍTULO VII
La Sacramentología Fundamental
en la Suma de Teología
de Santo Tomás de Aquino
123. "En el uso de los sacramentos se pueden considerar dos realidades: el culto
divino y la santificación del hombre”. (III, 60, 5; 62, 5; 63, 1).
155
Copyngmed malí
nos ofrece la esencia del sacramento como acción de Dios y como
acción del hombre, mediante la definición metafísica de la sacra-
mentalidad por las cuatro causas124. Estas cinco cuestiones sim
bolizan los cinco pórticos de la Piscina Probática, y sus 38 artí
culos los años que pasó el paralítico antes de su curación (cf. Jn
5,2. 5); estupendo contexto para señalar la dimensión cristoló-
gica de los sacramentos. Entonces, el sacramento, según Santo
Tomás, es un signo de una realidad sagrada (signo sensible - el
fenómeno - la causa material), que justifica (signo necesario -
el fin - causa final), concediendo la gracia y algunos sacramen
tos el carácter (signo eficaz - efectos - causa formal), los cuales
proceden de Dios en Cristo (signo teándrico - el origen - causa
eficiente). Y en la cuestión 65 plantea un tema accidental, el
número septenario de los sacramentos.
Este concepto de sacramento, planteado con una claridad
meridiana en el género del signo, es análogo, de modo que el
concepto de la sacramentalidad (primero, Sacramentos en
Común) no se puede aplicar unívocamente a cada sacramento
(después, Sacramentos en Especial)125. La estructura teológica de
estas cuestiones sobre el concepto de sacramento la encontramos
en el artículo 3 de la cuestión 60, cuando dice: “Propiamente, se
llama sacramento lo que se ordena a significar nuestra santifi
cación. Ahora bien, en esta santificación hay tres realidades: la
causa eficiente, que es la Pasión de Cristo; la causa formal, que
consiste en la gracia y en las virtudes; y la causa final última,
que es la vida eterna. Los sacramentos significan estas tres
realidades".
El sentido dinámico, histórico y personal de la sacramentología
de Santo Tomás se entiende desde el quicio cristológico de la
156
Copyngfr
Unión Hipostática126, en el ritmo neoplatónico y pseudo-dioni-
síaco del exitus-reditus mediante el sacerdocio o la mediación de
Jesucristo. Santo Tomás identifica las funciones sacerdotales de
Cristo con sus funciones de mediador (cf. III, 22 y 26). El Cuerpo
de Cristo, órgano o instrumento unido a la divinidad, concepto
procedente del Pseudo Dionisio a través de San Juan Damasceno,
es un principio clave en la cristología y en la sacramentología de
Santo Tomás de Aquino. Ahora bien, no separemos los diversos
misterios del Verbo Encamado, sobre todo la Pasión y Muerte del
Señor, cumbre de nuestra redención, en el ámbito de la historia
natural y sobrenatural del hombre que recibe la vida que salva,
de los sacramentos. Con fundamento, se habla de los sacra
mentos del Verbo Encarnado o de la humanidad de Cristo(cf. III,
80, 5). La sacramentología de Santo Tomás, en la que aparece un
paralelismo entre la conveniencia antropológica del Verbo
Encarnado y la conveniencia antropológica de los sacramentos,
es una conformación ontológica con su cristología. La sacra-
mentalidad es un acontecimiento cristológico, en el contexto tri
nitario de la Historia de la Salvación.
Además, la humanidad de Cristo, quicio de los sacramentos
de nuestra salvación, tiene su fuente en el Espíritu y su fruto en
la Iglesia. El Espíritu Santo, que es el Espíritu de Cristo, actúa
en la Iglesia mediante el Cuerpo de Cristo127. Tampoco podemos
separar al Cuerpo eucarístico del Cuerpo místico o eclesial en
su plenitud, porque no podemos separar al efecto final (res
157
tantum de la Eucaristía) de la causa intermedia (res et sacra-
mentum de la Eucaristía). El modelo epistemológico de la
sacramentalidad de Santo Tomás está en relación con la pre
sencia del Verbo Encarnado en la Iglesia, y del criterio her-
menéutico de la causalidad eficiente. En este contexto el
Doctor Angélico habla de los sacramentos como actos del
Sacerdocio de Cristo (cf. III, 63, 3), de la Iglesia (cf. III, 64, 8
ad 3m) y del Espíritu Santo, causa principal de la eficacia
sacramental (cf. I-II, 112, 1 ad 2).
La teología sacramental de Santo Tomás es cristológica, y por
ello pneumatológica, eclesial, antropológica y cósmica en el ámbi
to de la persona, clave de la comunidad, de la creación y de la
redención. El planteamiento de la Sacramentalidad en la Suma
de Teología presenta una estructura o plan general donde apare
ce el hombre cristiano, en cuanto que procede de Dios y vuelve a
su Creador, por el camino del Verbo Encarnado, practicando las
virtudes, celebrando el culto sacramental de la Iglesia, y experi
mentando sus frutos soteriológicos. El relieve eclesiológico de la
sacramentología de Santo Tomás es suficiente, en orden a supe
rar el individualismo y el extrinsecismo sacramentales. No son
medios de gracia autónomos, ni meros deberes religiosos. Santo
Tomás concede el derecho celebrativo a todos los bautizados por
el carácter y concreta los criterios litúrgicos del simbolismo ritual
fuera del alegorismo. Evidentemente, la opción de Santo Tomás
por la quaestio theologica, sin excluir la actio litúrgica, adaptada
a las exigencias científicas de la fe, explica el vigor y actualidad
de la teología de Santo Tomás y también sus posibles limitacio
nes, derivadas del contexto teológico del siglo XIII128.
158
1. E l sa cram en to , s ig n o s e n s ib l e
159
CopyriQbled mak
La importancia que concedamos a lo sensible influirá indu
dablemente en el concepto que tengamos de sacramento. Así
pues, en esta primera cuestión, donde aparece la connaturalidad
de lo sensible con la economía sacramental, Santo Tomás se incli
na por relacionar el sacramento sobre todo con el signo en cuan
to santifica (a. 2), sin olvidar la santidad oculta (S. Isidoro), ni
la medicina contra el mal del pecado en la línea medieval que
hallamos en Hugo de San Víctor y en el primer S. Tomás132; por
eso, afirma el Santo que el sacramento, según la doctrina de San
Agustín, está en el género del signo; después, en otras cuestiones
profundizará en su diferencia específica.
Y en los artículos restantes, considera el Santo \a esencia físi
ca del signo sacramental, a saber, su composición de materia (aa.
4-5) y forma (aa. 6-8)133. El signo sacramental es, en primer lugar,
un signo natural o símbolo instituido por Dios en cuanto a su sig
nificado propio, de manera que no es un signo convencional, ni
tampoco equívoco, pues sólo Dios puede determinar lo relativo
a su culto y a la santificación del hombre. Además, es evidente
mente un signo sagrado, pues su significado, que abarca la
Historia de la Salvación, es la Pasión de Cristo en su triple dimen
160
sión eficaz del memorial (el misterio pascual histórico), de la
Iglesia (la gracia presente), y de la escatología (la vida futura)134.
Es, también, un signo análogo, pues así son los signos terrena
les referidos a la santificación cristiana. Por otra parte, es un
signo adecuado, por integrar elementos y palabras sensibles al
misterio del Verbo Encarnado, palabra hecha carne; a la natu
raleza humana, compuesta a su vez de cuerpo y espíritu; y al
modo de conocer el hombre, donde la palabra clarifica el senti
do de las cosas sensibles. “El signo en sí mismo implica algo
evidente para nosotros, por lo cual somos conducidos al cono
cimiento de otra realidad oculta”135.
Finalmente, el signo sacramental, en cuanto significante y
en cuanto significado, es único, no obstante su complejidad. La
unidad del significante se explica gracias al criterio hermenéu-
tico del hilemorfismo, entendido aquí análogamente, según el
cual los elementos (realidades o acciones) son como la materia
del sacramento, y las palabras son, con su significado instituido,
como la forma informante de la materia sacramental, que crea
un principio de conocimiento y pone orden en el simbolismo
confuso, significando en concreto la Pasión de Cristo, la gracia
presente y la vida eterna; la materia y la forma no son separables,
sino constitutivos de un todo. No se trata simplemente de pro
nunciar una palabra espiritual sobre una realidad material, sino
de que la visibilidad espacio-temporal de la Iglesia redimida sea
vivificada por la palabra ritual. Sabido es que la condición de
signo se da con más perfección en las palabras que en los ele
mentos materiales. Y en cuanto al significado, que es la santifi
cación, es único, porque única es la justificación cristiana.
El signo no es una mera realidad de tipo cognoscitivo; por eso
el conocimiento adquirido mediante el signo no tiene un carác
ter científico, como se muestra en el arte de la retórica, que, pro
cediendo mediante signos elocuentes, trata de persuadir, -aquí
sobre todo de comunicar-, mas no de penetrar en la sustancia de
las cosas. Ahora bien, esta característica de los signos es muy ade
cuada para el sentido de los signos sacramentales, el cual se capta
y se celebra correctamente sólo desde la fe, sin olvidar el valor
161
iluminador de los misterios de la Humanidad de Cristo y de sus
sacramentos. En fin, el sacramento para Santo Tomás no es una
realidad material o un signo que se administra, sino que es una
acción que se celebra, pues el sacramento se presencializa en el uso
que se hace de ese elemento material, en la perspectiva significa
tiva o reveladora de la Historia de la Salvación para el creyente136.
Pero la Eucaristía es también sacramento antes y después del uso.
2. El s a c r a m e n t o , s ig n o n e c e s a r io
162
Copyngr
Teniendo en cuenta los estadios de la historia humana, afir
ma Santo Tomás que antes del pecado, la mediación sacramen
tal no era necesaria para el hombre, ni en cuanto al remedio del
pecado, que no existía (cf. III, 49, 5), ni en cuanto a la instruc
ción del hombre, cuya vida estaba sometida libre y perfectamente
a la voluntad de Dios. Pero, después del pecado, sea antes de
Cristo, sea después de Cristo, la mediación sacramental es nece
saria, y siempre como signo de la fe en la salvación de Jesucristo,
anunciada o realizada138. En este contexto, valoramos también
los sacramentos de la naturaleza y los sacramentos del Antiguo
Testamento, que, en cuanto figuras del futuro Redentor, aunque
no causaban la gracia, sí eran ocasión de ella. En las cuestiones
siguientes, Santo Tomás enseñará, en contra de la escuela fran
ciscana, que los sacramentos neotestamentarios son verdaderas
causas eficientes de la gracia. Es evidente, que en esta cuestión
no se trata de la necesidad de cada sacramento, que se estudia
rá en el tratado de los Sacramentos en especial.
3. El s a c r a m e n t o , s ig n o e f ic a z
163
decir, no sólo que los signos son prácticos a modo de instru
mentos, sino también que son causas, y así llegamos a la carac
terística fundamental de la sacramentología cristiana. Pero el
Santo estudia primero los efectos que las causas, porque la razón
de signo y significado está más en el efecto que en la causa; y
como la causa eficiente instrumental es simultáneamente efec
to y causa, es también signo de sí misma.
Llegados aquí, es preciso advertir la doble evolución en la
Suma de Teología (1272-1273) con respecto a los teólogos ante
riores y al mismo Santo Tomás en su Comentario a las Sentencias
(1254-1256), pues, aunque el Santo recibe de la Escuela los con
ceptos de signo y causa aplicados a los sacramentos, en la Suma,
en primer lugar, presenta el sacramento en el género del signo,
que, en segundo lugar, por exigencias de su pensamiento cre
yente, presenta como causa simbólica, eficiente, instrumental y
perfectiva de la gracia, mientras que en el Comentario presentaba
el Sacramento-causa acentuando su actividad santificadora
como causa dispositiva instrumental139, significando lo que cau
saba disponiendo la materia, como enseñaba el agustinismo
entonces reinante. Santo Tomás, reaccionando en la Suma en
contra de todo ocasionalismo sacramental, abandonó el esque
ma de la causa dispositiva de Avicena por el esquema de la causa
instrumental perfectiva de Aristóteles en la versión de Averroes,
una vez que la donación sacramental de la gracia, al no ser un
acto de creación, manifiesta el poder concedido por Dios a las
realidades creadas140. Pero esta evolución de Santo Tomás pudo
deberse a su confianza en las mediaciones antropológicas y, sobre
todo, a la concepción instrumental de la Humanidad de Cristo
con respecto a la redención, que él encontró en los Padres
Griegos141.
En concreto, mientras el Doctor Angélico presentaba en el
Comentario los sacramentos como remedios (causa dispositiva),
en relación con Isidoro y Hugo de San Víctor (el vaso que con
164
tiene la gracia del remedio), en la Suma, volviendo a la auténti
ca tradición de San Agustín, enfatiza el sacramento como signo
de una realidad sagrada en cuanto santifica al hombre; la santi
ficación, bajo la influencia del Pseudo-Dionisio, es la finalidad
y la formalidad de los sacramentos. En el fondo, Santo Tomás
clarifica ahora la doctrina de la cuestión 60, al añadir que el
sacramento, que está en el género del signo, es también, especí
ficamente, causa de la gracia; pero en cuanto signo de la gracia,
porque se trata de una causalidad simbólica y eficiente instru
mental. Los sacramentos son mediaciones instrumentales de la
gracia, en correspondencia a la mediación instrumental de la
Humanidad de Cristo; así se salva la unidad en el proceso salví-
fico, pues en definitiva sólo Dios salva. De aquí surge la impor
tancia del Ritual de los Sacramentos, donde hallamos los signos,
para hacer la teología y la pastoral de los Sacramentos.
Aclaremos antes de continuar que los axiomas referidos a los
sacramentos que afirman: "realizan lo que significan” y "causan
significando”, implican una contradicción según las leyes lógicas,
porque el signo y la causa no se pueden unir, dado que el signo
pertenece al orden intencional, y su causalidad sería intencional,
mientras que la causa pertenece al orden entitativo, y su causa
lidad sería inmediata o física, es decir, no moral. No obstante, los
signos sacramentales, elevados a la categoría de mediaciones ins
trumentales del orden sobrenatural, son usados por Dios, causa
principal, para producir la gracia físicamente (cf. III, 62, 1 ad
lm). La virtud espiritual instrumental, que Santo Tomás coloca
en el signo sacramental, está ordenada por Dios para producir
un efecto espiritual (cf. III, 62,4, ad lm). Por eso esta virtud espi
ritual no es intencional, sino física, pues el Doctor Angélico la
refiere, fundamentalmente, a la causa principal y a su efecto, no
al instrumento o signo. En este ámbito aparece el talante teoló
gico de Santo Tomás, presentándonos un concepto válido de
sacramento desde las exigencias de la fe y de su pensamiento
sobre la fe, y comprendemos cómo realidades naturales pueden
causar realidades sobrenaturales. En fin, no reduzcamos la expli
cación adecuada del sacramento a un mero encuentro con Dios,
o a una mera proclamación eficaz de la palabra142.
165
Es de suma importancia entender que Santo Tomás, al expli
car el sacramento con los criterios del signo, elemento genérico,
y de la causa, diferencia específica (el modo de santificar a los
hombres), entiende estos términos en un nivel analógico, por la
diferente relación del signo y de la causa al mismo término, la
realidad santa o santidad. Esto lo enseña Santo Tomás ya en el
primer artículo de la cuestión 60; en el cuerpo del artículo y en
las respuestas 1.a y 3.a Se trata de una analogía de atribución
mixta, en la cual los analogados inferiores participan formal
mente de la virtud del analogado superior, que es donde ésta exis
te en sí misma, ontológica y formalmente143. “El gran mérito de
Santo Tomás en la sacramentología es haber tratado de reducir,
hasta donde era posible, la heterogeneidad del signo y de la
causa, sabiendo que una total homogeneidad era imposible”144.
La gracia sacramental
166
Copynghled malí
sin caer en una materialización de la gracia, ni tampoco en la
magia, se explica cómo algo material puede causar una realidad
espiritual, o cómo la gracia se recibe en el signo según la condi
ción humano-cristiana, pues los sacramentos, signos de la gracia
que confieren, son como instrumentos en las manos de Dios. La
infusión sacramental de la gracia no es creación sino donación,
puesto que la gracia es un modo de ser (accidente), que trans
forma al hombre (cf. I-II, 110,2 ad 3m), quien tiene la capacidad
(potencia obediencial, cf. III, 11, 1) de recibirla gratuitamente.
En el artículo segundo (el quid sit) enseña Santo Tomás que
los sacramentos conceden la gracia santificante, que radica en
el alma (la gracia de las virtudes y los dones) y, además, cada
sacramento concede una gracia particular, la sacramental, que
presupone la santificante sin la cual no se da aquélla, la cual se
puede describir no sólo como una purificación de los pecados,
sino también como un cierto auxilio divino para conseguir el
objetivo característico de cada sacramento. Esta gracia sacra
mental propia de cada sacramento, que es como la especie con
respecto a la gracia santificante común, que sería el género (ad
3m), tiene pues un sentido satisfactorio de los pecados, en cuan
to al presente y futuro mediante las virtudes y los dones, y en
cuanto al pasado disminuyendo o haciendo desaparecer el rea-
tus poenae (ad 2m)145; también aumenta la gracia desarrollan
do la vida sobrenatural en quien recibe el sacramento. Con todo,
la gracia sacramental no es una cantidad de gracia que se añade
a otra cantidad; esta concepción cuantitativa repugna a la teo
logía de Santo Tomás.
En los artículos restantes estudia las características de la efi
cacia sacramental en orden a la gracia. Así en el tercero afirma
167
Copyngnted m as.
que los sacramentos contienen la gracia en cuanto signos y en
cuanto causas, es decir, en cuanto signos eficaces; esto no quie
re decir que los sacramentos sean una especie de “contenedores
de la gracia”, cosificando el misterio y entendiendo estática y
profanamente lo que es dinámico y sobrenatural, pues los sacra
mentos contienen la gracia, no formalmente (como el vaso con
tiene el agua), sino virtualmente (como el buril contiene el
grabado). En el cuarto se concreta que la virtud sacramental
es instrumental, transitoria e incompleta en dependencia de
Cristo que es la causa principal; luego no se trata de una acción
concomitante.
Finalmente, en el artículo quinto enseña Santo Tomás que los
sacramentos neotestamentarios causan real y efectivamente la
gracia; pero no a causa de la fe de la Iglesia de la que ellos son
signos, sino gracias a la Divinidad de Cristo, cuya virtud salva
dora, a través de su Humanidad (la Pasión de Cristo), llega a
los sacramentos. Por otra parte, la fructuosidad sacramental
nos viene simultáneamente por la fe subjetiva y por los sacra
mentos objetivos de la fe, que constituyen el corazón de la acti
vidad visible de la Iglesia. De todos modos, ¿qué es lo que con
fiere la gracia el signum o el significado (signum rei sacrae)?
El signo es la causa instrumental y el significado, es decir, el
misterio pascual de Cristo, sacramento de Dios Padre, es la causa
principal. “Dios mismo es la causa principal de la gracia para
quien la Humanidad de Cristo es un instrumento unido y el
sacramento un instrumento separado. Por tanto es necesario que
la virtud salvadora proceda de la divinidad de Cristo por medio
de su humanidad en los mismos sacramentos” (62, 5). “Cristo con
su pasión nos ha liberado del pecado a modo de causa; es decir,
instituyó una causa de nuestra liberación, por medio de la cual
podamos obtener el perdón de nuestros pecados pasados, pre
sentes y futuros, en cualquier tiempo” (III, 49, 1 ad 3m). La sacra
mentaría de Santo Tomás está calcada en los misterios del Verbo
Encarnado, causalidad eficiente instrumental y ejemplar.
Los acontecimientos y padecimientos de Cristo (acta etpassa
Christi) causan insti umentalmente la gracia de la salvación, no
sólo a modo de mérito, sino también a modo de causa eficiente
(cf. III, 8, 1 ad lm; 49, 1 ad 3m). La muerte de Cristo es causa
suficiente de nuestra salvación y la gracia de esta muerte se nos
comunica por medio de los sacramentos del Nuevo Testamento,
168
los cuales reciben su eficacia de la Pasión de Cristo146. "Su cuer
po y los misterios realizados en Él realizan instrumentalmente
la vivificación de nuestra alma, si bien vivifican nuestro cuerpo
no sólo como instrumentos, sino también por cierta ejemplari-
dad” (III, 62, 5 ad lm). Según la doctrina de Santo Tomás, la
Pasión de Cristo, o el Nuevo Testamento de la sangre, es la causa
suficiente de nuestra salvación, teniendo en cuenta la Unión
Hipostática de Cristo. En efecto, la fuente es su gracia capital,
relacionada con la Iglesia y con toda la humanidad. Por tanto, el
origen de la eficacia sacramental está en la Pasión de Cristo; de
su costado abierto brotó el Espíritu Santo y con Él nacieron los
sacramentos de la Iglesia. "De Cristo muerto en Cruz brotaron
los sacramentos, con los cuales se construyó la Iglesia”147. Hay,
por tanto, unidad de acción entre los misterios del Cuerpo de
Cristo y los sacramentos de su Humanidad148.
En este contexto, nos preguntamos, ¿qué influencia tiene
la Resurrección del Señor en la eficacia sacramental? Santo
Tomás nos responde: "La justificación se atribuye a la resu
rrección por el término a que conduce, que es la nueva vida de
la gracia; y se atribuye a la Pasión como a su origen, que es el
perdón de la culpa” (III, 62, 5 ad 3m). Con otras palabras, la
Pasión de Cristo es causa m eritoria, eficiente y ejemplar de
la eficacia sacramental, y la resurrección es causa eficiente y
ejemplar (cf. III, 56, 1 ad 4m). La resurrección forma parte
constitutiva o integrante del misterio pascual, en cuanto fruto
merecido por la muerte; la cima es la Muerte; lo demás es su
premio gozoso. En consecuencia, no se puede acentuar unila
teralmente la eficacia de la Resurrección de Cristo en el ámbi
to sacramental, como si los misterios de su Pasión y Muerte
gloriosas de Cristo ya no tuvieran influencia en los sacramen
146. Cf. A. Bandera, El Espíritu que ungió a Jesús. El Espíritu Santo en la vida
cristiana. Edibesa. Madrid 1995, p. 276; J. Lécuyer, “La causalité efficiente des mysté-
res du Christ selon Saint Thomas". Doctor Communis 6 (1953) 91-120; I. B iffi,
“Misteri di Cristo, Sacramenti, escatologia nello “Scriptum super Sententiis” di S.
Tommaso d’Aquino”. Scuola Cattolica 102 (1974) 569-623.
147. S. T omás de Aquino, In IV Sententiarum d. 18, q. 1, a. 1, sol. 1.
148. Cf. R. Cuesta, "Cristo, sacramento fontal según Santo Tomás de Aquino”.
Escritos del Vedat 1 (1971) 279-329; “Antropología sacramental de la Encarnación
según Santo Tomás de Aquino”. Ciencia Tomista 98 (1971) 311-325; “Valor sacra
mental de la Humanidad de Cristo como instrumento de salvación, según Santo
Tomás de Aquino”. Escritos del Vedat 2 (1972) 53-85.
169
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tos después de Pentecostés149; al mismo tiempo superamos la
posible manipulación de las personas, quienes necesitan, mien
tras peregrinan por este mundo, participar de la Pasión de
Cristo para experimentar después su Resurrección.
Advirtamos que la nueva terminología a este respecto emplea
los vocablos "símbolo” y "misterio”, como O. Casel, mientras que
Santo Tomás, en su ámbito medieval, utiliza las palabras "signo”
y "realidad o verdad” (signum et res)15015. Estas categorías de ins
piración agustiniana llevaban, mientras tenían el riesgo de olvi
dar el simbolismo del mundo creado, a la causalidad del Verbo
Encarnado; en cambio, el mundo simbólico actuad favorece otras
explicaciones de la eficacia sacramental, que presentaremos en
su momento. Reconocemos, con todo, que el concepto de cau
salidad es hoy día evanescente, mientras que el simbolismo se
acepta con harta facilidad.
El carácter sacramental
170
función exterior, éstos tienen que implicar alguna señal distinti
va, consagración, pues sin ella nadie puede dar culto a Dios.
En el artículo segundo se afirma que el carácter es no sólo una
señal configurativa y consecratoria, sino también un poder espi
ritual activo, participado de Cristo e indeleblemente impreso en
el alma, que nos capacita para celebrar, transmitiendo o reci
biendo, el culto y la santificación sacramental. Esta función cul
tual del carácter la recibe Santo Tomás del Pseudo-Dionisio,
quien afirma que el carácter perfecciona al cristiano en orden a
transmitir lo divino152. Al interpretar el carácter en la categoría
de potencia piensa el Santo en el perfeccionamiento del cristia
no mediante la acción cultual.
En el artículo tercero, dado que el culto procede del sacerdo
cio de Cristo, se enseña que el carácter consiste en una ontoló-
gica consagración o configuración sacerdotal y victimal con
Jesucristo; si los sacramentos son acciones de Cristo Sacerdote,
su celebración exigirá alguna participación en el sacerdocio del
Señor. En este sentido, el carácter convierte a quien lo ha reci
bido en pertenencia de Cristo, en cuyo nombre actúa, y en miem
bro visible y activo de la Iglesia, en cuanto que lo dispone para
realizar los actos eclesiales pertinentes. Para Santo Tomás el
carácter sacramental es el significado del rito sacramental exte
rior, es decir, la realidad de que somos propiedad de Dios por la
configuración sacerdotal con Jesucristo, que es signo exigitivo de
la gracia sacramental. En este contexto se entienden los carac
teres sacramentales con los que los cristianos constituyen una
comunidad santa de profetas, sacerdotes y reyes. Esta configu
ración con Cristo en la Iglesia es preparación para la configura
ción propia de la gracia153. Todo esto prueba la fidelidad de Dios
en el cumplimiento de la promesa de salvar al hombre por Cristo
en la Iglesia, y exige del hombre la santidad. Este artículo sitúa
el carácter, señal y potencia, en el contexto de Cristo, pues el
carácter es señal e instrumento de la Pasión de Cristo154.
171
En el artículo cuarto se advierte que el sujeto, lógicamente, es
el entendimiento práctico, pues se trata de una potencia activa;
además el culto es una profesión de fe y ésta está también en
el entendimiento. En el artículo quinto se prueba la indelebi-
lidad del carácter, en relación con su naturaleza instrumental.
Finalmente, en el artículo sexto se afirma que no todos los sacra
mentos confieren carácter, porque no todos nos disponen a par
ticipar celebrando el culto, aunque todos ellos sean culto. Aquí
aparece el fundamento cultual del diferente puesto que ocupan
en la Iglesia el clero y el pueblo fiel, por sus distintos ministerios.
En este contexto, queda patente cómo el carácter es un don que
nos dispone remotamente para recibir fructuosamente la gracia
sacramental155.
4. E l s a c r a m e n t o , s ig n o t e á n d r ic o
172
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definitiva, la significación espiritual y su eficacia sacramental, es
decir, la concesión de la gracia significada, pues instituir un sacra
mento es conferir significado y eficacia determinada a un rito.
En los artículos tercero y cuarto habla de Cristo como causa
principal (Cristo Dios, potestad de autoridad), y como causa
instrumental unida (Cristo Encarnado, potestad de excelencia,
ministro principal, fruto de la Unión Hipostática), de la efica
cia sacramental. La potestad de excelencia de Cristo se mani
fiesta en estas cuatro prerrogativas: el mérito de la gracia capi
tal de Cristo y la virtud de su Pasión actúan en los sacramentos;
éstos se celebran profesando la fe en el nombre de Jesús, con
lo cual nos unimos a su Pasión; Cristo puede instituir otros nue
vos sacramentos; y, como Él no está atado a los sacramentos
visibles puede producir sus efectos sin sus signos. Cristo, en
absoluto, puede conceder a otros hombres, no su potestad de
autoridad, mas sí su potestad de excelencia; pero no lo ha hecho
en el orden ministerial de la Iglesia para no crear divisiones en
la comunión eclesial.
En los artículos restantes considera Santo Tomás la potestad
de ministerio, en referencia a los ministros vicarios de Jesucristo,
que es el único ministro principal de los sacramentos. Para la
correcta interpretación de estos artículos, hay que distinguir
entre la acción sacramental en sí misma, que es siempre válida
en sí misma y prescinde de la indignidad del ministro y de las
disposiciones del sujeto (ex opere operato) y el uso de la acción
celebrativa sacramental (ex opere operantis) del que depende tam
bién la fructuosidad, en orden a no caer en ningún automatismo
mágico, que pudiera favorecer el puro consumismo sacramen
tal. Igualmente, hay que distinguir entre el ministro que celebra
los sacramentos, en la persona de Cristo y en el nombre de la
Iglesia, y los fieles que los reciben, debido al criterio hermenéu-
tico de la causalidad sacramental, pues el sacramento implica la
acción de un ministro en un sujeto. Además, no olvidemos que
el ministro, en algún sentido, es también fiel necesitado de los
sacramentos. En este contexto, en el siglo XIII se inició la cos
tumbre ritual romana de formular en sentido indicativo las pala
bras formales de los sacramentos.
En el artículo quinto enseña Santo Tomás que los malos
ministros celebran válidamente los sacramentos, pues la validez
depende del mismo rito y no de la bondad del ministro; aunque
173
ésta sea fundamental para la fructuosidad sacramental en él
mismo y muy conveniente para la fructuosidad en los demás. En
el artículo sexto añade que aunque la celebración de un ministro
pecador sea válida él comete un pecado mortal por tratar indig
namente una realidad santa; además, si el ministro está exco
mulgado o suspendido por la Iglesia peca también quien parti
cipa en sus celebraciones.
En el artículo séptimo se dice que los ministros ordinarios de
los sacramentos son sólo los hombres varones, porque son ellos
los que se conforman con la naturaleza encarnada de Cristo, de
quien proceden; pero Cristo, en cuanto Dios, ni está atado a los
sacramentos, ni tampoco se ató a que los ministros fueran sólo
los ordenados por la Iglesia, hasta el punto de no poder conce
der, por ejemplo a los ángeles, el poder y el efecto sacramental
sin el sacramento de la ordenación y el carácter; ni tampoco
hasta no poder conceder la gracia mística, no sacramental, de
celebrar el misterio pascual, no la Eucaristía, a determinadas per
sonas santas, escogidas, a quienes ha podido identificar con
Cristo sacerdote, otorgándoles un cierto don sacerdotal místico,
como fruto de su Unión Transformativa en Jesucristo, el Amado,
pues los órdenes de la gracia y del carácter ministerial pueden ir
en absoluto separados.
En el artículo octavo se afirma que el ministro de los sacra
mentos, en cuanto persona animada y libre, necesita entrar en
comunión con la intención del ministro principal para que la
celebración sea válida; con todo, es suficiente la intención obje
tiva y externa, con tal que no se tenga ni se exprese otra inten
ción ni interior, ni exteriormente. En el artículo noveno se ense
ña la no necesidad absoluta de la fe o de la caridad en el ministro
para la validez del sacramento, pues él es un mero instrumento,
y, en absoluto, basta la fe de la Iglesia proclamada objetivamen
te en el rito. Éste es el caso de la validez de los sacramentos cele
brados por herejes, aunque el ministro tiene que expresar en el
modo de celebrar la sumisión a la voluntad eclesial en las leyes
fundamentales; pero la fructuosidad sacramental se da sólo cuan
do hay fe ortodoxa, o cuando está uno en el cisma o herejía sin
culpa personal.
Finalmente, en el artículo décimo se enseña que la rectitud de
intención puede pervertirse de doble modo: por parte de la acción
sacramental, cuando un ministro celebra por comedia; o por
174
parte del uso del sacramento, cuando se pretende conseguir algo
malo, como confesar para abusar del penitente. La primera des
truye la verdad del sacramento, especialmente si es manifiesto;
la segunda, aunque no destruye la verdad del sacramento, quien
celebra peca mortalmente.
5. El n ú m e r o s e p t e n a r io d e l o s s a c r a m e n t o s
156. Cf. E. Denzinger, El Magisterio de la Iglesia. Barcelona 1955, p. 152, n.° 424.
175
tificación sino en el nivel de la analogía; esto es importante para
no identificar la madurez sobrenatural con la madurez fisioló
gica, en orden a lograr una solución correcta, por ejemplo, en la
cuestión de la edad adecuada para recibir los sacramentos. El
sacramento más noble y más necesario es la Eucaristía, de tal
modo que este sacramento recapitula todas las demás acciones
litúrgicas y todo el orden sacramental se ordena a la Eucaristía
como a su fin; entre los demás sacramentos hay tres absoluta
mente necesarios: el bautismo, la penitencia (para el perdón del
pecado mortal cometido después del bautismo) y el orden (para
la comunidad eclesial); los otros tres son necesarios sólo para la
perfección de la salvación. Esto explica la diferencia entre los
sacramentos mayores y menores.
176
Copyngmed mafc.