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Sueño de princesas

Había una vez una niña que se


llamaba Lucy, a la que le
encantaba leer. Se pasaba
horas bajo un árbol leyendo y
leyendo, una afición que le
hacía huir del aburrimiento de
las tardes veraniegas.
Le gustaban mucho los libros
de hadas, magos y princesas,
en donde a cada frase que leía, disfrutaba de cada una de las palabras.
Pero un día empezó a pensar:
– Blancanieves se encontró con un montón de enanitos, y para colmo, se
fue a un gran castillo con un chico divino. La Bella Durmiente se quedó
dormida y la despertó otro hermoso chico. Por otra parte, Cenicienta se
encontró con un hada medio modista que le hizo la mejor ropa…, luego
perdió un zapato que le devolvió un príncipe y se terminó casando con él.
¡Qué suerte habían tenido esas chicas! A mí nunca me pasa nada
interesante…
Y se fue a dormir pensando en estas tres chicas suertudas. A los pocos
minutos quedó completamente dormida, su madre no podía despertarla,
ni su padre, ni su amiga Valeria, ni su perro Toby, nadie ni nada podía
despertarla. Cayó en un sueño tan profundo como la historia de la Bella
Durmiente.
Lucy se quedó en su habitación totalmente sola, hasta que de repente
como por arte de magia, aparecieron nada más y nada menos que siete
enanitos pícaros que la despertaron. Ella no podía creerlo, ¡eran iguales a
los del cuento de Blancanieves!
- ¡Qué contenta estoy! – Dijo Lucy.
Las siete personitas le dijeron que tenía que conocer a alguien muy
especial, y la pequeña protagonista al oír eso esbozó una gran sonrisa en
su cara, no podía creerlo. Uno de los enanitos le dijo:
– ¡No puedes ir con ese camisón!, yo conozco a un hada modista que te va
a vestir con una ropa más adecuada para conocer a un bello príncipe.
Entonces el pequeño enanito llamo a un hada, pero no era un hada
cualquiera, sino que era justamente la que había vestido ¡a Cenicienta! Era
un hada maravillosa que dejó en su habitación estrellas y alegría nada más
entrar. Además, le puso a Lucy el vestido más bonito de todos los cuentos
de princesas, de color celeste, con una gran cantidad de brillos que hacían
iluminar por completo su habitación. Continuó haciéndole un hermoso
peinado que resaltó los preciosos ojos azules de la pequeñita. Por último,
le colocó unos zapatitos de cristal, y mirándose al espejo exclamo la
pequeña Lucy:
- ¡Parezco toda una princesita!
-Falta algo. – Dijo el hada. -El transporte.
Al no tener calabazas, con una simple manzana hizo un hermoso carruaje
que la llevó al palacio donde le esperaba ¡su vecinito Manuel!, que era
incluso mucho más guapo vestido de príncipe. Dentro del palacio había
una gran pista de baile donde bailaron sin parar hasta las diez de la noche,
el límite que le obligó a cumplir el hada. Al llegar la hora volvió otra vez a
su casa pensando en la hermosa noche que había tenido, con magia, baile,
diversión y alegría.
De repente se despertó al sentir a Toby lamiendo su pequeña nariz y
pensó que esa noche ella también tuvo su propio cuento de hadas. En ese
mismo instante tomo lápiz y papel, y empezó a escribir su propia historia
que comenzaba así: “Había una vez una niña que se llamaba Lucy, a la que
le encantaba leer…”

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