Está en la página 1de 5

 Videocuento

 Cuento
interactivo
 Más
sobre el cuento

 Si te gusta el cuento de Blancanieves, echa un vistazo a nuestro


recopilatorio de cuentos cortos infantiles, la mayor biblioteca de cuentos gratuita
de Internet.
En un país muy lejano vivía hace muchos años una pequeña princesa, una niña
muy bonita que tenía el cabello negro como el azabache, las mejillas de un rojo
como la sangre y el cutis tan blanco como la nieve, por lo que todo el mundo la
conocía como Blancanieves.

Tenía una madrastra que era una mujer bella, pero tan orgullosa y arrogante que no
soportaba que nadie la superara en belleza. Por eso se pasaba todo el día mirándose
al espejo y preguntando:
– Espejito, espejito mágico, ¿quién es la más hermosa del reino?
A lo que el espejo respondía:
– No hay ninguna duda. La más bella del reino sois vos, majestad. Era un espejo
que siempre decía la verdad, por eso ella quedaba satisfecha.
Pero Blancanieves a medida que iba creciendo, lo iba haciendo también en belleza
y cuando cumplió quince años era tan bella como la luz del día y más hermosa aún
que la reina.
Un día ocurrió que cuando la reina le preguntó al espejo…
– Espejito, espejito mágico, ¿quién es la más hermosa del reino?
El espejo respondió:
– La reina es hermosa en este lugar, pero la linda Blancanieves lo es mucho más.
La reina se puso amarilla de la rabia y cada vez que veía a la bella Blancanieves
sentía una terrible envidia.
Llegó un día en que la malvada madrastra no soportaba más su presencia.
Entones, llamó a un cazador y le ordenó que la llevará al bosque para matarla. Sin
embargo, como Blancanieves era tan joven y bella, el cazador se apiadó de ella y la
dejó que se fuera, aconsejándola que se buscará un sitio en el bosque para
esconderse.
– ¡Corre, mi pobre niña! ¡Escóndete en algún lugar!- le dijo mientras la veía huir.
Blancanieves huyó hacia el bosque, le asustaban los árboles y el ruido que hacían
sus hojas, los animales salvajes pasaban a su lado aunque sin hacerle ningún
daño, estaba atemorizada. Siguió adentrándose en el frondoso bosque hasta la
caída de la tarde cuando encontró una casita a la que entró para descansar.
Todo en la cabañita era pequeño. Al lado de la chimenea había una mesita con
siete platos, siete cubiertos y siete jarras, todo de pequeño tamaño. Al final de la
habitación se hallaban siete pequeñas camas arregladas con blancas sábanas. La
princesa que estaba muy cansada se echó a dormir sobre tres de las camitas, al
instante, se durmió profundamente.
Cuando llegó la noche, regresaron los dueños de la casa. Eran siete enanitos que
trabajaban en las minas de oro, muy lejos de allí, en el corazón de las montañas.
Con sus siete farolitos encendidos pudieron comprobar que en la casa había
estado alguien, pues las cosas no estaban colocadas como ellos las habían dejado.

Con asombro y algo asustados miraron por toda la casa, hasta que encontraron a
Blancanieves durmiendo sobre sus camitas.
– ¡Qué niña tan bella! -exclamaron unos.
– ¡Sí, que linda y hermosa! respondieron otros.
Sintieron tanta ternura al verla dormir que no la despertaron y dejaron proseguir su
sueño. Cuando al amanecer Blancanieves se despertó, se asustó al ver a los
enanitos a su alrededor. Ellos se mostraron amables para tranquilizarla y le
preguntaron.
– ¿Cómo te llamas?
– Me llamo Blancanieves -respondió ella.
– ¿Cómo llegaste hasta nuestra casa?
Ella les contó su triste historia y los enanitos, encantados con tan dulce niña, le
hicieron una propuesta:
– Quédate aquí y ayúdanos en las tareas de la casa. Puedes cocinar, lavar, coser,
y tejer. ¡Nosotros te cuidaremos y protegeremos!
– Claro que sí -respondió-. Lo haré encantada.
Y así es como Blancanieves vivía feliz en compañía de los enanitos, tenía la casita
en orden y limpia. Todas las mañanas les despedía cuando partían hacia la mina y,
por la noche cuando regresaban, les tenía una rica cena preparada.
Como durante el día permanecería sola, los enanitos advirtieron a Blancanieves:
– ¡Ten cuidado con tu madrastra, pronto sabrá que estás aquí y tratará de hacerte
daño! ¡No dejes entrar a nadie!
Pero la reina seguía consultando su espejito:
– Espejito, espejito mágico, ¿quién es la más hermosa del reino?
A lo que el espejo respondió:
La más bella del reino sois vos, majestad; pero en el bosque, en casa de los siete
enanitos, la linda Blancanieves lo es mucho más.
La reina quedó aterrorizada pues sabía que el espejo no mentía nunca. Descubrió
que el cazador la había engañado y no pararía hasta ser la más bella del reino.
Tenía que buscar un plan para deshacerse de Blancanieves.
Cuando tuvo todo planeado, se pintó la cara y se vistió de vieja buhonera para
quedar totalmente irreconocible.

Vestida así, atravesó las montañas y se adentró en el bosque. Cuando llegó a la casa
de los siete enanitos, golpeó a la puerta y dijo:
– ¡Vendo bonita mercancía!
Blancanieves miro por la ventana y dijo:
– Buenos días. ¿Qué vende usted?
– ¡Unas preciosas cintas de seda! !Cintas de todos los colores!
Sacó las más bonitas que llevaba y Blancanieves pensó:
«No puede pasar nada por dejar entrar a esta buena mujer para comprar una
cinta».
Corrió el cerrojo para permitirle el paso.
Blancanieves escogió una cinta roja y se la colocó en el pelo.
-¡Qué bonita te queda! ¡Has elegido la más bonita! -dijo la vieja-. Pero te la has
puesto mal. Ven, acércate que te la coloque bien.
Blancanieves, que en ningún momento había desconfiado, se acercó a la mujer
para que le colocará bien el lazo. Ella aprovechó para apretarlo fuertemente.
Blancanieves quedó sin aliento y cayó al suelo como muerta.
La vieja rio contenta y dijo:
– ¡Dejaste de ser la más bella!–. Después, cerró la puerta y se fue.
Al llegar los enanitos por la noche y ver a Blancanieves caída sin sentido en el
suelo, se asustaron mucho. La cogieron entre sus brazos y, al acariciarle el pelo,
descubrieron el lazo que la oprimía. Lo cortaron y Blancanieves comenzó a respirar
poco a poco.
Cuando los enanitos supieron lo que había sucedido, se disgustaron y le dijeron:
– La vieja vendedora era en realidad la malvada reina. ¡Ten mucho cuidado! ¡No
dejes entrar a nadie cuando no estemos en casa!
Al regresar al castillo, la reina volvió a preguntar a su espejo:
– Espejito, espejito mágico, ¿quién es la más hermosa d

También podría gustarte