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El castigo del hechicero Malasombra

En un bosque encantado vivían dos clanes mágicos: las hadas luminosas y los elfos oscuros.
A pesas de ser clanes opuestos, convivían en paz y cada uno iba a lo suyo.

Un día pasó por allí Malasombra, un malvado hechicero que no podía soportar que la gente
se llevara bien. Este caso le pareció especialmente grave.

—¿Cómo es posible que dos opuestos se entiendan? —dijo—. El día y la noche son
opuestos, como el bien y el mal. ¡Tienen que reñir, porque así son las cosas! Pero esto lo arreglo yo.

Malasombra empezó a malmeter a unos con otros. Primero fue a ver las hadas luminosas y les dijo:

—Los elfos oscuros planean robar vuestra luz mágica. ¡Debéis esconderla en lo profundo del bosque!

Luego fue a ver a los elfos oscuros, y les dijo:

—Las hadas quieren robar vuestra magia nocturna. ¡Debéis esconderla en lo más profundo del bosque!

Las hadas se revolvieron sin saber muy bien qué hacer. Los elfos estaban enfadadísimos y empezaron a entrar
en cólera.

Sola anciana Lumilinda y el anciano elfo Éldelton fueron capaces de mantener la calma.

Como se conocían desde hacía muchos siglos, sabían qué tenían que hacer. Al atardecer, se vieron en el pozo de
la paz, un lugar neutral que se utilizaba para parlamentar sin violencia.

Lumilinda inició la conversación, sin rodeos.

—¿Es cierto lo que dice el hechicero Malasombra? ¿Qué planeáis robar nuestra luz?

—¿Nosotros? ¿Para qué queremos vuestra luz, si somos seres oscuros? ¿Qué me dices de vosotras? ¿Pretendéis
robar nuestra magia oscura?

—¿Nosotras? ¿Para qué queremos vuestra magia nocturna, si somos seres de luz?

Se miraron fijamente y dijeron a la vez:

—Malasombra.

—He oído que ese mago va dejando un reguero de discordia allá donde va, pero nadie puede asegurar que sea
culpa suya —dijo Lumilinda.

—Tenemos que poner fin a esto o será nuestro fin —dijo Éldelton.

—Tendremos que reunir a los clanes, aquí, mañana, al atardecer —dijo Lumilinda.

Sin embargo, en nadie les creyó.

—Es una treta para robar nuestra luz —dijeron las hadas.
—Es una estrategia para robar la oscuridad de nuestra magia nocturna —dijeron los elfos.

Lumilinda y Éldelton se encontraron solos en el pozo de la paz, una vez más.

—Se la devolveremos a Malasombra y no le quedará más remedio que decir la verdad —dijo Lumilinda.

—Me parece bien.

Esa misma noche, Éldelton fue a ver a Malasombra y le dijo:

—Anoche, los elfos más jóvenes robaron la magia nocturna y la escondieron en tu cayado Ten cuidado con mis
hermanos. Cuando sepan que la tienes tú, vendrán muy enfadados. Ven al atardecer al pozo de la paz y te
ayudaré a deshacerte de ella.

Malasombra no pudo dormir en toda la noche, intentando encontrar aquella magia.

Al amanecer, fue a verlo Lumilinda y le dijo:

—Ayer, las hadas más jóvenes escondieron la luz mágica en tu colgante, mientras te bañabas. Ten cuidado,
porque en cuanto las demás lo sepan vendrán a por ti. Ven al atardecer al pozo de la paz y te ayudaré a
deshacerte de ella.

Malasombra estaba temblando de miedo. Tendría que enfrentarse a los elfos y a las hadas.

—Tengo que arreglar esto si no quiero convertirme en una sombra de verdad —dijo el hechicero.

Para evitar problemas, Malasombra se escondió y al atardecer fue al pozo de la paz.

—¡Sacarme esto! —gritó, muy asustando.

—Cuenta la verdad a nuestros clanes, di que nadie quiere robar nada, y te liberaremos de tu carga.

Malasombra fue a ver a los elfos y a las hadas y les contó la verdad, que todo había sido un invento para que se
llevaran mal entre ellos.

Cuando todo se aclaró, Lumilinda y Éldelton le dijeron al mago que nadie había escondido ninguna magia en
sus artefactos.

—¡Soy libre! —gritó Malasombra.

—De esto nada —dijo Lumilinda—. Te condenamos a vivir en paz entre nosotros y a supervisar las buenas
relaciones entre nosotros.

—Si algún día nuestros clanes riñen entre ellos, tú pagarás las consecuencias —dijo Éldelton.

—¡No! ¡No, por favor! ¡Eso no!

Pero nadie le hizo caso.

Con el tiempo, Malasombra empezó a cogerle le gusto a eso de vivir en paz, y descubrió que, en el fondo, no
estaba tan mal.
Y allí sigue, disfrutando del placer de vivir tranquilamente.

La luz del dragón


Había una vez un dragón que vivía escondido en lo alto de una montaña, en una pequeña cueva que había
cavado el mismo. Se llamaba Lucero. Lucero se escondía allí arriba, porque sabía que nadie caminaría tanto
para hacerle daño.

Las viejas historias contaban que Lucero no podía escupir fuego. En


su lugar, Lucero podía bañar de luz al que fuera a verlo para sanar sus
heridas.

Pero nadie se creía aquellas historias, y pensaban que eran un truco para
que los más ingenuos se dejaran cazar.

La pequeña Naomi había oído aquella historia desde que recuerda. Su abuela se la contaba cada noche, junto
con muchas aventuras de Lucero, el dragón sanador. La que más le gustaba es la historia del día que nació su
madre. La abuela decía que el propio Lucero la ayudó en el momento del parto y que todo salió muy bien.

Un día, la abuela de Naomi se puso muy enferma. La niña quería ayudar, pero ni siquiera la dejaban que entrara
a verla. Pero ella consiguió colarse en la habitación y le dijo:

—Abuelita, voy a ir a buscar a Lucero para que te ayude.

—No, hija, Lucero no puede venir, y yo no estoy en condiciones de subir a la montaña —dijo la abuela.

—Eso ya lo veremos.

Naomi cogió una mochila con comida y agua, ropa de abrigo, unas buenas botas y empezó a ascender por la
montaña donde su abuela decía que vivía Lucero.

Cuando por fin llegó arriba, a la cueva, se sorprendió al ver que por allí no había ningún dragón. Muy triste,
Naomi se metió en la cueva a descansar.

Ya se había preparado para dormir cuando apareció el dragón.

—¿Quién eres? ¿Qué haces aquí? —dijo.

—Soy Naomi. He venido a buscar a Lucero, el dragón sanador. Necesito que ayude a mi abuela, otra vez.

—Yo soy Lucero. Pero hace mucho no ayudo a nadie, todos me temen.

Naomi le contó la historia que tantas veces le había contado su abuela y de cómo la ayudó el día que nació su
hija, la madre de Naomi.

—Así que tú eres la nieta de Alina, ¿eh? Ya decía yo que tenías algo en la mirada que me resultaba familiar. Me
gustaría ayudarte, pero si bajo a tu casa los vecinos me derribarán antes de que ponga un ala sobre tu pueblo.

La niña se quedó pensando y luego dijo:

—¿Podrías darme un poco de esa luz que tienes para que yo se la lleve?

—La luz es muy delicada y no dura mucho tiempo —dijo Lucero.

—¿Y si la llevara en la boca, como tú? —dijo Naomi.


—Eso no lo he probado nunca —dijo Lucero.

—Pues venga, vamos a hacerlo —dijo Naomi.

—No podrás abrir la boca hasta que llegues a casa y veas a tu abuela —dijo Lucero—. Si lo haces, se escapará
la luz.

— Entendido, estoy lista —dijo Naomi.

La niña abrió la boca y Lucero se la llenó de luz. Cuando estuvo llena, Naomi le dio las gracias a Lucero con un
gesto y empezó a bajar.

—Espera, baja sobre mi lomo —dijo Lucero—. Te dejaré lo más cerca que pueda de tu casa.

Naomi se subió a lomos de Lucero y bajó volando hasta el bosque. Luego corrió hasta su casa. Muchos la
intentaron parar, pero ella siguió corriendo, sin decir ni una sola palabra y sin abrir la boca para nada.

Cuando llegó a casa entró en la habitación de su abuela y abrió la boca. Una inmensa luz invadió la habitación.
Nadie entendía lo que pasaba, pero la abuela se levantó y abrazó a su nieta.

La luz que llevaba Naomi en su interior creció y creció, y con ella ayudó a muchas personas a sanar y aliviar su
dolor.

Lucero la contempla desde lo alto de la montaña y piensa: “Qué maravilloso debe ser vivir ahí abajo, cerca de
gente con un corazón tan puro y tan bondadoso con el de la pequeña Naomi”.

Los monstruos de Axel

Había una vez un niño llamado Axel, tan imaginativo y soñador que podría pintar un arcoíris con solo
pestañear. Su mente era como una caja mágica de sueños e ideas. Bosques encantados, piratas espaciales…
mundos de caramelo ¡Cualquier escenario imposible cobraba vida para él!

Sin embargo, había algo que le quitaba el sueño: los monstruos. Los monstruos eran los únicos habitantes de sus
sueños que le hacían temblar.

No muy lejos de la acogedora casa de Axel, vivían tres criaturas que habían salido de los sueños de Axel: una
mariposa, un tucán y un burro.

Posamari la Mariposa tenía alas de terciopelo brillante que podían cambiar de color con cada aleteo. Además,
era una sabionda de mucho cuidado. Cantu el Tucán era un pájaro con un enorme pico multicolor y un corazón
aún más grande. También era un sabiondo tremendo, y discutía constantemente con Posamari a ver quién sabía
más. Y, Robu el Burro, que era tan terco y obstinado como tierno y leal. Se le daba especialmente bien poner fin
a las discusiones de sus amigos.

Una noche, Posamari, Cantu y Robu oyeron los sollozos de Axel. Intrigados, los tres amigos se acercaron a la
ventana de Axel.

—¿Qué le pasa? —preguntó Robu.

—Espera, que me cuelo dentro —dijo Posamari—. En cuanto descubra algo vuelvo.

Poco después, Posamari regresó y les dijo a sus amigos.


—Esto tiene pinta de ser un caso claro de monstruopatía.

—Y eso ¿qué es? —preguntó Robu.

—Pues está bien claro —dijo Cantu. Y poniendo su voz más pedante, añadió.

—La monstruopatía es un trastorno psicológico en el cual la persona presenta una aversión extrema y patológica
hacia los monstruos, lo cual puede generar un malestar significativo en su vida diaria.

—Me alegro de que estemos de acuerdo por una vez —dijo Posamar.

—Para nada —dijo Cantu—. Yo me inclino más por otra cosa: monstruofrenia.

—¿La enfermedad psicológica que se caracteriza por la presencia de alucinaciones, delirios y miedo intenso
hacia los monstruos, lo cual puede afectar gravemente la percepción y la realidad de la persona? —pregunto
Posamari—. ¡No! Para nada.

—Dejadlo ya, por favor —dijo Robu—. Además, esas enfermedades os las habéis inventado para haceros los
listos. Si acaso, esto sería un caso de monstruosis, una condición en la cual la persona experimenta un temor
excesivo y paralizante hacia los monstruos, lo cual puede provocar un impacto negativo en su bienestar
emocional y en su calidad de vida.

Posamari y Cantu se quedaron paralizados. Era la primera vez que su amigo intervenía en sus discusiones.

—Ahora vamos a dejarnos de inventar cosas y vamos a ayuda a nuestro amigo. Que las niñas y los niños que
están leyendo este cuento se tienen que haber quedado de piedra con esta sarta de tonterías que acabamos de
soltar.

—Vale —dijeron Posamari y Cantu a la vez.

Posamari, con su gracia y vivacidad, planeó una travesía al corazón de la imaginación de Axel para enfrentar a
los monstruos. Cantu, con su voz melodiosa, prometió distraer a los monstruos con sus canciones. A Robu,
como era tan terco, le tocó proteger a Axel pasase lo que pase.

Así, emprendieron un viaje mágico y lleno de aventuras. Cruzaron ríos de miel, montañas de almohadas y
desiertos de azúcar. La mente de Axel estaba llena de lugares maravillosos, pero también había muchos retos y
desafíos.

Cuando ya casi se habían olvidado de qué hacían allí, los tres amigos llegaron a la morada de los monstruos.

—Amigo, estamos aquí, hemos vuelto para ayudarte —dijo Cantu.

Posamari empezó a volar a para distraer a los monstruos mientras Cantu


entonaba una hermosa canción. Robu se acercó sigiloso hasta Axel y se
preparó para lanzar su super rebuzno y propinar cuantas coces hicieran falta.
Pero no fue necesario.

Los monstruos, confundidos al principio, comenzaron a moverse al ritmo de la


canción de Cantu y de lvuelo de Posamari . Sus alas brillaban en colores que
nunca habían visto antes, hipnotizando a los monstruos con su belleza.
Al ver que los monstruos se alejaban de Axiel, Robu empezó a bailar, más que nada para aprovechar la energía
que había acumulado para dar de coces a los monstruos. Su baile era tan contagioso que los monstruos no
pudieron resistirse y se unieron a él.

Axel, mirando esta escena, sintió cómo el miedo se iba esfumando. Descubrió que sus monstruos, aterradores
como parecían, también podían bailar, reír y disfrutar.

Después de esa noche, Axel ya no temía a los monstruos. En su lugar, cada vez que cerraba los ojos, veía a sus
nuevos amigos bailando y riendo. Y si alguna vez sentía miedo de nuevo, llamaba a sus amigos, Posamari,
Cantu y Robu, que estaban siempre dispuestos a unirse a las aventuras de Axel.

Si alguna vez te encuentras con monstruos que te dan miedo, recuerda esto: en el fondo
incluso los monstruos más aterradores, en el fondo, solo quieren aprender a bailar.

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