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Vocación de Pablo
Cuando explica su experiencia del camino de Damasco usa en primer lugar las palabras de la
vocación de Jeremías e Isaías: “Mas, cuando Aquel que me separó desde y seno de mi madre y
me llamó por su gracia, tuvo a bien revelar en mí a su Hijo, para que le anunciase entre los
gentiles …” Gal 1, 15-16. Habla de revelación, manifestación. Dios se le apareció y le reveló a su
Hijo. Al mismo tiempo, la revelación es una iluminación. Recordemos que luego de esta
experiencia queda ciego y luego de la imposición de las manos de la Iglesia recobra la vista. La
iluminación es contemplar que el Hijo es el Señor, y que, mediante Él, Dios está realizando su
plan de salvación para el mundo. Pablo comprende entonces plenamente la vida, y la tarea a
realizar.
En 1Cor 15, 8 explica también lo que significa la aparición de Jesucristo de este modo: “Y en
último término se apareció también a mí, que soy como un aborto”. La traducción más
correcta para aborto sería “prematuro”, en el sentido, de que no tuvo la experiencia del Cristo
terrenal como los demás apóstoles, pero también por eso, porque ha nacido en la debilidad
más grande, más grande que la de un niño recién nacido, que es incapaz de hacer algo y lo
necesita todo.
No se refiere, por supuesto, a una condición física, sino moral. Hasta entonces había tenido la
idea de que el camino de la santidad, de agradar a Dios, consistía en hacer su voluntad
expresada en la Ley. De allí su dedicación a cumplirla para que Dios por este mérito le
concediera la santidad.
Ahora descubre que esta manera de pensar es un error. Pablo sabe que para alcanzar la
santidad el camino es la ley. Gracias a la libertad que Dios me ha dado cuando elijo libremente
Dios me da la santidad, que es don de Dios porque he correspondido a lo que Dios quiere de
mí. Reconoce por supuesto, la Ley es santa, el problema es que el ser humano no es libre para
cumplirla, es esclavo del pecado. Llega a decir: “No conocí el pecado sino por la ley” Rom 7,7.
Esto significa que mientras más se lee la Ley se descubren más pecados y una multitud de
deseos y entonces ella se vuelve motivo de condenación y muerte.
El padre Fidel Oroño explica que Pablo entendió que la santidad no se alcanza con ninguna
escalera construida por el hombre sino por la escalera que ha hecho Dios con la cruz de Cristo.
Solo es posible llegar a Dios por medio de Dios, a través del amor misericordioso manifestado
en su Hijo que se inclina ante mí, y haciéndose nada, vaciándose, se entrega todo a mí y así nos
levanta de nuestra debilidad. Así lo expresa en su Carta a los Gálatas 2,20-21: “… vivo en la fe
del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí. No anulo la gracia de Dios, pues si por la ley
se obtuviera la justicia, habría muerto en vano Cristo”.
Entonces comienza a entender la cruz no como signo de maldición, sino de bendición. Ella es
expresión de la absoluta libertad, la que se hace en la entrega de la propia vida. Ella es también
la manifestación de un camino de amor y fidelidad indefectible. Finalmente, en ella Dios juzga
al mundo y realiza de modo definitiva la alianza por la que Dios hace de toda la humanidad su
Pueblo y lo lleva a la gloria.
Ahora bien, el Dios Padre que nos ha llamado en Jesucristo nos capacita para dar la respuesta y
lo hace con el don, con la fuerza del Espíritu Santo. San Ireneo decía que la gloria de Dios, la
alabanza a Él consiste en que el hombre esté lleno de vida, es decir, de libertad y amor. En
Gálatas 5, 18-25 explica que la respuesta es la vida guiada por el Espíritu y que el fruto del
Espíritu es alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, modestia, dominio de sí. Se llama
espiritualidad, precisamente a la vida movida por el Espíritu, que es una fuerza, una ley interior
(2 Cor 3,3), el amor de Dios derramado en nuestros corazones, que nos lleva a experimentar la
vida de Cristo en nosotros Gal 2,20, en nuestro yo, en nuestra historia. La fe en Cristo es vivir la
entrega de Jesús al Padre en la cruz.
Para la catequesis