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La vocación del catequista

En la Biblia encontramos muchos relatos de vocación. La primera característica que muestran


estos relatos es que la vocación llega en momentos claves de la historia de salvación. Por
ejemplo, para la formación del Pueblo de Dios en Abraham, su liberación de la esclavitud de
Egipto en Moisés. Otra característica es que están relacionados con temas como la
legitimación de personas y su autoridad, o con la capacitación para una misión. Pero antes,
existe un aspecto personal, Jesús llama a sus apóstoles para que estuvieran con Él y para
enviarlos a predicar Mc 3, 14. Además, es muy frecuente el hecho de que la llamada cambia
radicalmente la vida de una persona, es decir, su identidad; expresión de esto es que en
muchos relatos se cambia el nombre mismo del llamado. Así mismo, es rasgo común que los
llamamientos se hacen siempre en función de la comunidad. Junto con el aspecto comunitario,
está el de la santidad, es decir, en la participación en la vida, los pensamientos y la voluntad de
Dios. A este respecto, en el contexto de la llamada de Jesús a sus discípulos en la Última Cena,
dice el Papa Benedicto que, ”Para la tradición de Israel la idea de la alianza, de crear un pueblo
santo que esté ante Dios y en unión con Él, es anterior a la idea de la creación del mundo…”
(Jesús de Nazaret, pg. 97). Finalmente, las historias de vocación en la Biblia tienen varios
puntos que coinciden y constituyen como una estructura de estos relatos. Dicho de una
manera sencilla, éstos son: la aparición divina, la conciencia de la incapacidad, la habilitación y
el envío.

Basten dos ejemplos en el Antiguo Testamento. En Abraham, está la aparición de Dios en Ur de


Caldea, se presenta la dificultad de la ancianidad y también las que aparecen en las diversas
circunstancias por las que tiene que pasar, se da el cambio de nombre, pero finalmente nace
Isaac y se realiza la misión. Lo mismo acontece con Moisés, a quién Dios se aparece en la zarza
ardiente, su dificultad es que no sabe hablar, que el Faraón lo busca para matarlo, pero luego
con la ayuda de Dios se cumple la voluntad de Dios. Si tomamos el relato de la Anunciación, es
fácil distinguir el mismo esquema: Dios habla a través del ángel, le cambia el nombre -llena de
gracia-, surge la dificultad -soy virgen y estoy comprometida-, por último, da a luz y pone el
nombre de Jesús al niño. Pero, veamos con más detalle el caso de la vocación de Pablo.

Vocación de Pablo

En el caso de Pablo la llamada acontece en el contexto de la persecución a los primeros


cristianos y la difusión del Evangelio. La llamada de Pablo ocurre cuando él era perseguidor de
la Iglesia y enemigo de Cristo. Para él el cristianismo estaba destruyendo su religión. Por un
lado, los cristianos afirman que Dios tiene un Hijo unigénito y esto va en contra del
mandamiento fundamental de la Ley, pues Dios es único. Por otra parte, predican a un
crucificado, que fue condenado según la Ley como falso profeta, a quien las autoridades
hicieron un proceso y determinaron su muerte, es decir, Dios mismo, lo rechazó y ahora dicen
que ha resucitado.

Cuando explica su experiencia del camino de Damasco usa en primer lugar las palabras de la
vocación de Jeremías e Isaías: “Mas, cuando Aquel que me separó desde y seno de mi madre y
me llamó por su gracia, tuvo a bien revelar en mí a su Hijo, para que le anunciase entre los
gentiles …” Gal 1, 15-16. Habla de revelación, manifestación. Dios se le apareció y le reveló a su
Hijo. Al mismo tiempo, la revelación es una iluminación. Recordemos que luego de esta
experiencia queda ciego y luego de la imposición de las manos de la Iglesia recobra la vista. La
iluminación es contemplar que el Hijo es el Señor, y que, mediante Él, Dios está realizando su
plan de salvación para el mundo. Pablo comprende entonces plenamente la vida, y la tarea a
realizar.

En 1Cor 15, 8 explica también lo que significa la aparición de Jesucristo de este modo: “Y en
último término se apareció también a mí, que soy como un aborto”. La traducción más
correcta para aborto sería “prematuro”, en el sentido, de que no tuvo la experiencia del Cristo
terrenal como los demás apóstoles, pero también por eso, porque ha nacido en la debilidad
más grande, más grande que la de un niño recién nacido, que es incapaz de hacer algo y lo
necesita todo.

No se refiere, por supuesto, a una condición física, sino moral. Hasta entonces había tenido la
idea de que el camino de la santidad, de agradar a Dios, consistía en hacer su voluntad
expresada en la Ley. De allí su dedicación a cumplirla para que Dios por este mérito le
concediera la santidad.

Ahora descubre que esta manera de pensar es un error. Pablo sabe que para alcanzar la
santidad el camino es la ley. Gracias a la libertad que Dios me ha dado cuando elijo libremente
Dios me da la santidad, que es don de Dios porque he correspondido a lo que Dios quiere de
mí. Reconoce por supuesto, la Ley es santa, el problema es que el ser humano no es libre para
cumplirla, es esclavo del pecado. Llega a decir: “No conocí el pecado sino por la ley” Rom 7,7.
Esto significa que mientras más se lee la Ley se descubren más pecados y una multitud de
deseos y entonces ella se vuelve motivo de condenación y muerte.

El padre Fidel Oroño explica que Pablo entendió que la santidad no se alcanza con ninguna
escalera construida por el hombre sino por la escalera que ha hecho Dios con la cruz de Cristo.
Solo es posible llegar a Dios por medio de Dios, a través del amor misericordioso manifestado
en su Hijo que se inclina ante mí, y haciéndose nada, vaciándose, se entrega todo a mí y así nos
levanta de nuestra debilidad. Así lo expresa en su Carta a los Gálatas 2,20-21: “… vivo en la fe
del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí. No anulo la gracia de Dios, pues si por la ley
se obtuviera la justicia, habría muerto en vano Cristo”.

Entonces comienza a entender la cruz no como signo de maldición, sino de bendición. Ella es
expresión de la absoluta libertad, la que se hace en la entrega de la propia vida. Ella es también
la manifestación de un camino de amor y fidelidad indefectible. Finalmente, en ella Dios juzga
al mundo y realiza de modo definitiva la alianza por la que Dios hace de toda la humanidad su
Pueblo y lo lleva a la gloria.

Ahora bien, el Dios Padre que nos ha llamado en Jesucristo nos capacita para dar la respuesta y
lo hace con el don, con la fuerza del Espíritu Santo. San Ireneo decía que la gloria de Dios, la
alabanza a Él consiste en que el hombre esté lleno de vida, es decir, de libertad y amor. En
Gálatas 5, 18-25 explica que la respuesta es la vida guiada por el Espíritu y que el fruto del
Espíritu es alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, modestia, dominio de sí. Se llama
espiritualidad, precisamente a la vida movida por el Espíritu, que es una fuerza, una ley interior
(2 Cor 3,3), el amor de Dios derramado en nuestros corazones, que nos lleva a experimentar la
vida de Cristo en nosotros Gal 2,20, en nuestro yo, en nuestra historia. La fe en Cristo es vivir la
entrega de Jesús al Padre en la cruz.

Para la catequesis

. La llamada como encuentro personal es base fundamental para la catequesis que es


profundización de la experiencia personal.
. Es parte del proceso vocacional una toma de conciencia de las limitaciones, pecados del
mundo en que vivimos, para percibir la realidad gloriosa de Dios que nos llama.

. La llamada es para un servicio en la comunidad como participación en la vida y misión de


Cristo.

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