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El catequista y la creación

Hoy tenemos una manera diferente de mirar a la naturaleza que los antiguos, Agustín se
maravillaba ante la creación y al mismo tiempo se sentía parte de ella. Él nos refiere el
pensamiento antiguo de que el hombre es “microcosmos”, síntesis de todo el universo, o dicho en
términos actuales, un ser de la naturaleza, maravilloso…, como todos los demás.

El libro más famoso de Agustín es sin duda las Confesiones. Al comenzar dice: “Y se atreve a
alabarte el ser humano, parte insignificante de tu creación”. La creación, de la que se siente parte,
es para Agustín, es alabanza, manifestación natural de Dios, proclamación de la sabiduría, poder,
belleza, justicia y, sobre todo, de la misericordia divina. Evidentemente, para el que tiene fe, al
hacer experiencia del mundo se hace, al mismo tiempo, experiencia de Él, todo es manifestación
de Dios y, por tanto, Dios acontece en el día a día de cada ser humano.

Podemos acoger en este sentido estas palabras suyas:

Pero, ¿qué es lo que amo cuando te amo a Ti? No una belleza física, ni una belleza
pasajera, ni el brillo de la luz, tan apreciada por estos ojos míos, ni las dulces melodías
y lindas canciones, ni la fragancia de las flores, de los ungüentos y de los aromas, ni el
maná, ni la miel, ni los miembros atrayentes a los abrazos físicos. Nada de esto amo
cuando amo a mi Dios. Y, sin embargo, amo una especie de luz y una especie de voz y
una especie de olor y una especie de comida y una especie de abrazo cuando amo a
mi Dios que es luz, voz, fragancia, comida y abrazo de mi yo interior Conf. X,VI,8.

Al unísono con la tradición cristiana, Agustín acogió la fórmula “creación de la nada” para subrayar
la absoluta trascendencia de divina, es decir, Dios no es una parte de la creación, no es algo
material, y está infinitamente por encima de ella. Así mismo, esta expresión sirve para resaltar el
hecho de que, ni las cosas son partes de Dios, ni son divinas, son solo creaturas y, en este sentido,
imperfectas. Perfecto y todopoderoso solo es Dios, por ello, es únicamente a Él hay quien hay que
dar culto. Por otra parte, creación de la nada, no es solo un hecho puntual, Dios sigue sosteniendo,
creando, todo sigue sujeto a su influjo creador. La Biblia habla de la creación, en imágenes, que no
hay que tomar como declaraciones científicas o históricas, sino más bien como portadoras de una
profunda sabiduría.

La imagen bíblica al inicio de la creación es la de un mar en tempestad, un caos. Hay dos palabras
claves en el relato de la creación: bará y beraká son muy parecidas, la primera significa crear y la
segunda bendecir. Esta semejanza en las palabras tiene la finalidad de hacernos entender que
creación y bendición son un solo acto, pues Dios, luego de crear se ocupa de su obra, es decir, está
siempre creando, generando vida. En este sentido, la palabra Génesis, que significa origen,
comienzo, creación, no es solo el título que se aplica a los capítulos 1 y 2 sino que son el modelo
de todo el libro y de toda la Biblia. Dios creó, pero sigue creando. El sábado –día de descanso- no
significa que Dios que no hace nada, sino todo lo contrario, que se ocupa de su obra de manera
especial, particularmente del ser humano. En efecto, Jesús dice que Dios creó primero al hombre y
luego el sábado (Mc. 3, 27-28) y también: Mi Padre trabaja siempre (Jn. 5, 17), para Jesús Dios
siempre está creando.
La creación no termina en el capítulo 3 del Génesis cuando el hombre ha sido expulsado del
paraíso, sino cuando Dios toma posesión de un pueblo al que se le niega la vida y lo saca de la
maldición y la muerte, haciendo una alianza con él (Ex 19, 3-6) y, llenándolo de su presencia (Ex
40, 34). Este es el mensaje de Jesús cuando habla del reino de Dios, Dios se hace rey, o más bien,
padre y pastor, para cuidar a su pueblo, para que tengan vida, Dios está creando y recreando al ser
humano para que se realice en él el proyecto para el cual Dios lo creó, alejando de él, el caos, la
enfermedad y la muerte.

Dios crea una totalidad bella y ordenada

La imagen inicial, de un mar en tempestad, nos indica como Dios saca del caos el cosmos, Dios
crea separando. La sabiduría de Dios se refleja en un ordenamiento que consiste en que todo
aparece en pareja, frente a frente, es decir, en relación. ¿Por qué en pareja? Porque en la
semejanza y en la diferencia se muestra la belleza.

En este sentido el pecado de Adán y Eva, no tiene nada que ver con las relaciones sexuales.
Agustín dice que el pecado es el quebrantamiento de la ley de Dios. Lo entenderemos mejor si
interpretamos ley en el contexto de relación (imagen y semejanza), y de relación respetuosa, que
reconoce la diferencia, y en este sentido, de relación ordenada. Hace poco, se presentó en CNN
una entrevista sobre el coronavirus con el famoso doctor, Manuel Elkin Patarroyo. Al preguntarle
sobre el origen de la pandemia del coronavirus, la respuesta fue que el hombre no respeta la
naturaleza, la destruye. Estos virus están en las selvas y allá no causan ninguna afectación, pero
cuando se talan las selvas, estos microorganismos terminan afectando al hombre. Esto nos
recuerda, casi literalmente, la imagen del Génesis que habla del mandato de Dios de tomar del
fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal bajo pena de muerte. El sentido del texto es que
cuando no se respeta el límite, cuando la libertad se convierte en libertinaje viene el caos y la
muerte. Conocer el bien y el mal significa, hacer el bien y el mal según el propio capricho. Esto
implica evidentemente desconocer la relación con Dios y volverse el hombre mismo Dios, capaz de
juzgar a los demás y con ello, finalmente, decidir su vida o muerte.

Desde su adolescencia, con la lectura del Hortencio, Agustín se sintió cautivado por la filosofía, es
decir, que lo abrasó la inquietud por conocer la causa de todo, el origen primordial. Agustín ve al
mundo, en consonancia con la Escritura y con la filosofía de su tiempo, como una totalidad
ordenada, este es el significado de la palabra “cosmos”-, es decir, que contiene un logos [un
orden, unas leyes] (Tejerina, 2013). El hiponense distingue un orden para las cosas, (San Agustín,
Del Orden, I, X, 28, 29); otro para el mundo afectivo (San Agustín, De Doctrina Cristiana, I, XXVII,
28) y otro para las relaciones sociales (San Agustín, Ciudad de Dios, XIX, 14) (Tejerina, 2013). La
ciencia consiste en investigar la existencia y la estructura de este orden. El hecho de que el mundo
sea una creación estructurada, indica la existencia un proyecto divino. Esto supone, en primer
lugar, aceptar que el hombre tiene un pequeño lugar en él, pero, en segundo lugar, que se trata de
un proyecto que se debe realizar, con el registro del diálogo, para conseguir el bienestar y felicidad
(Tejerina, 2013). Esto es lo que significa para el hombre ser cocreador, o más bien, administrador
de la creación.
Otra característica de la creación es ésta se haya en perpetuo movimiento, pero no solo eso, sino
que el constante cambio significa también variedad que se multiplica infinitamente, fecundidad
inagotable. San Agustín constató esta infinita variedad sobre todo en el mismo hombre: “Gran
abismo es el hombre, cuyos cabellos tienes tú, Señor contados, sin que se pierda uno sin tú
saberlo; y, sin embargo, más fáciles de contar son sus cabellos que sus afectos y los movimientos
de su corazón” Conf. IX, XIII, 34. Reconociendo la teoría de la evolución, nos damos cuenta, que
también la vida aparece en infinidad de formas, plantas, animales, como también los medios de
locomoción, de percepción de la realidad a través de sustancias químicas, luz, sonido, muchos
tipos de ojos, etc. Este “autocrearse” se llama, en lenguaje de la Biblia, fecundidad, bendición. En
este sentido nuestro santo llama razones seminales, a la disposición divina mediante la cual, en el
proceso de desarrollo de la creación, nuevas cosas van apareciendo a su debido tiempo, con lo
cual su pensamiento se puede poner en concordancia con la actual teoría de la evolución.

Pero la creación ha sido hecha por Dios no solo para conocerla racionalmente, sino sobre todo,
para contemplarla, para dejarnos impactar por ella. En este sentido, dice nuestro santo, que
simplemente la potencia de un grano de semilla cualquiera es causa de tanta admiración para
quien la considera (San Agustín, Sermones, 126,4) y en otro lugar, refiriéndose a la contemplación
de la naturaleza: “Mi pregunta era mi mirada; su respuesta, su belleza” (San Agustín, Confesiones
X, 6, 9). Jesús veía en el sol y la lluvia, en la belleza de las flores la providencia y la misericordia del
Padre Mt 6, 25-34. Hoy vemos la naturaleza simplemente como objeto, como riqueza material, y
estamos eclipsados por la obra humana, y ya no nos sentimos pequeños ante ella. Esta visión
reducida de la ciencia nos ha fragmentado y nos impide ver el todo, esto nos está llevando a la
destrucción del planeta. Se podría decir entonces, que reconocer que la naturaleza es creación de
Dios y lo revela es la solución a la crisis ecológica. Dios es belleza eterna. Se requiere un proceso
educativo que tenga como objetivo el cultivo estético. Y que debe comenzar por poner atención al
cuidado de lo material, la limpieza del entorno, y de allí pasar al trato delicado, el hablar
cuidadoso, esmerado, manteniendo la relación de la forma con el fondo y la referencia a la
universalidad.

Para Israel la creación entera es el templo de Dios, incluso, trasciende toda la naturaleza. Esto es lo
que le dice a David el profeta Natán, Dios no puede ser contenido en un templo 1Re 8,27. La
mentalidad de los pueblos circundantes es que se podía encontrar a Dios en templos y la
adoración se realiza a través de una imagen. En el templo de Jerusalén no había imágenes porque
su imagen es el hombre. El ser humano es reflejo de su gloria, llamado cuidar la naturaleza y
encargado de llevar a término el proyecto de su Creador. La creación, en cuanto templo, se
convierte ella misma en un canto, en un lenguaje de Dios y en un sacramento. El canto consiste en
que Dios separa luz y tinieblas, aguas de arriba y aguas de abajo, mares y tierra seca, hierba y
frutales, sol y luna, animales del agua y del cielo, animales de la tierra y humanos. También así
ocurre con la creación del hombre, lo creó a imagen y semejanza (similar y diferente), lo creó
hombre y mujer, le dio un rostro y un corazón, para que con todas las creaturas alabe a Dios. El
cántico de Daniel 3, 57-88 es la expresión de como el hombre se une al canto de la creación.
Por otra parte, el dueño de la creación, es Dios. El pensamiento de la Biblia y el de los santos
Padres no se compagina con la idea actual de la propiedad privada y del capitalismo que da
importancia al capital en desmedro del trabajo, ni con la sociedad, que descarta cosas y personas.
… Se ha dicho que desde el relato del Génesis, que invita a ‘dominar la tierra’ (Gn 1, 28), se
favorecería la explotación salvaje de la naturaleza presentando una imagen del ser humano como
dominante y destructivo. Esta no es una correcta interpretación… Los textos bíblicos nos invitan a
‘labrar’ y ‘cuidar’ el jardín del mundo (Gn 2,15). Mientras labrar significa ‘cultivar, arar o trabajar’,
cuidar significa ‘proteger, custodiar, preservar, guardar, vigilar’. Esto implica una relación de
reciprocidad responsable entre el ser humano y la naturaleza” (Laudato Si’, 67). Tanto “labrar”
como “cultivar” requieren trabajar. El trabajo, como bendición dada por Dios y bien del hombre,
constituye un eje temático vital de toda la Doctrina Social de la Iglesia. En el trabajo el hombre,
pone en juego sus capacidades específicas (inteligencia racional, libertad, creatividad), y el Papa
observa que nunca el desarrollo tecnológico debe ser excusa para olvidar esta dimensión personal
de la actividad humana, ni para privar a nadie de la posibilidad de desplegarla. Por el trabajo,
colabora el ser humano con la obra creadora de Dios: “La intervención humana que procura el
prudente desarrollo de lo creado es la forma más adecuada de cuidarlo, porque implica situarse
como instrumento de Dios para ayudar a brotar las potencialidades que Él mismo colocó en las
cosas” (Laudato Si’, 124). Sin embargo, cuando el hombre está volcado en las cosas materiales, el
conocer la natutaleza se queda sólo en curiosidad, o manipulación técnica, sin percatarse que el
componente principal del conocimiento es que éste tiene un sentido humano y religioso, es decir,
que es también una reflexión sobre el hombre mismo y que es camino hacia Dios. Para Agustín, el
puro conocer y experimentar es mutilación del ser humano, es alienación (Arendt, 2001. Pág. 42).
Refiriéndose a esta mutilación del conocimiento que parte de perder de vista al individuo, a la
sociedad y al planeta, afirma Morin: “…la mutilación corta la carne, derrama la sangre, disemina el
sufrimiento… ha conducido a infinitas tragedias y nos condujo a la tragedia suprema” (Morin E.,
Introducción al pensamiento complejo, 2012, pág. 32). Mutilación del conocimiento y tragedia son
la causa y el efecto que ha dado como resultado el uso de la ciencia para alcanzar el mayor
exterminio posible de seres humanos con el menor tiempo y mínimo costo económico y, con ello
lograr, el dominio geopolítico.

Por todo esto, el Papa señala la necesidad de “una ecología de la vida cotidiana” (Laudato Si’, 147-
155), que involucre no solo a los grandes movimientos de la economía, sino también al modo de
organizar nuestro vivir diario, incluso desde el propio hogar. Propone “apostar por otro estilo de
vida” (203-208) y desarrollar “una educación para la alianza entre la humanidad y el ambiente”
(209-215). Y anima con sugerencias bien concretas: no utilizar de más la calefacción cuando
podemos abrigarnos, evitar el uso de material plástico y papel, reducir el consumo de agua,
separar los residuos, cocinar solo lo que razonablemente se podrá comer. Convienen consejos
como estos: “¡No desperdicien el agua!” (cuando ha quedado detrás de nosotros una llave
abierta), “¡Apaguen esa luz!” (si al salir de una habitación la hemos dejado innecesariamente
encendida).

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