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El catequista y su relación con el Espíritu Santo

Aunque San Agustín se ha enfocado más en la vida íntima del Espíritu de Dios en el seno la Trinidad que
en su acción hacia afuera, podemos presentarle también, siguiendo su doctrina, como el “Señor y dador
de vida” en la existencia cotidiana del cristiano. Hay que decir de entrada, que el pensamiento de
nuestro santo se enmarca en esta frase, que proviene de nuestro Credo.

En primer lugar, señala que el Espíritu Santo es Señor, esto es, Dios igual al Padre y al Hijo, con los cuales
forma la Santísima Trinidad. Lo que viene después, es lo que le caracteriza especialmente al Espíritu, es
dador de vida. La vida para San Agustín es el amor, de manera que lo que da es el amor, y dado que
amar es darse a sí mismo, el Espíritu es el don mismo del amor, o como lo dice él mismo, el amor es lo
más íntimo de Dios, por eso se llama espíritu:
Además, si entre los dones de Dios ninguno más excelente que el amor, y el Espíritu Santo es el don más exquisito de Dios,
¿qué hay más consecuente que el que procede de Dios y es Dios sea también caridad? Y si el amor con que el Padre ama al
Hijo y el Hijo ama al Padre muestra inefablemente la comunión de ambos, ¿qué hay más conveniente que llamar propiamente
amor al que es Espíritu común de los dos? De Trinitate XV, 19, 37; PL 42, 1086.

Según Agustín, la tercera Persona da la vida a la Trinidad, pues es el amor lo que une y constituye a las
tres divinas Personas en un solo Dios. Da también la vida a la comunidad, al obrar la memoria de Cristo
en la Iglesia, reconciliarla, reunirla en el amor y, alimentarla en la palabra y los sacramentos. Pero,
además, da la vida al cristiano concediendo a su memoria, entendimiento y voluntad, las virtudes de la
fe, esperanza y caridad, como también, todos los dones para servir a la misión de Cristo en la
comunidad. Esto es lo que vamos a desarrollar a continuación.

La cuestión fundamental de nuestra fe comienza por reconocer la divinidad de Jesucristo y del Espíritu
Santo, es decir, la proclamación de Dios como Trinidad. Hay que recordar, que para los fariseos y
muchos otros judíos, Jesús era solo un hombre, a lo mucho, un revolucionario religioso-político que
había que combatir. Para los simpatizantes y discípulos, era un profeta enviado por Dios, en cambio,
para los Apóstoles, es el Hijo de Dios Mt 16, 13-20 que realiza su vida y su misión con la fuerza del
Espíritu Santo, al que luego presenta como persona igual a Él Jn 16, 5-15, y a quien, envía desde su
propio corazón Jn 20, 19-23.

Hubo, sin embargo, cristianos que por diversos motivos rechazaron la divinidad del Hijo y del Espíritu,
como sucede también hoy en los que llamamos, nuevos movimientos religiosos -sectas. Ellos lo
consideran simplemente como una unción, como una fuerza. Agustín ve, también en su tiempo, la
necesidad de proclamar y hacer conscientes a sus fieles de su divinidad y de su acción:
… La Trinidad es un solo Dios. No como si el Padre fuera el Hijo y el Espíritu Santo, sino que el Padre es el Padre y el Hijo es el
Hijo y el Espíritu Santo es el Espíritu Santo, y esta Trinidad es un solo Dios … Sin embargo, si se nos pregunta sobre cada uno, y
se nos dice: el Padre ¿es Dios? Responderemos: es Dios. Si se nos pregunta si el Hijo es Dios, respondemos: es Dios. Si tal
pregunta fuese acerca del Espíritu Santo, debemos responder que no es otra cosa que Dios. De fide et symbolo IX, 16; PL 40,
189

Obviamente, no se trata solo de decir que el Espíritu es Dios, sino más bien, de reconocerlo como un ser
personal que está a nuestro lado, que quiere vivir, formarnos, ser luz, inspirar, guiar, formar, hacernos
dar frutos: "El Espíritu Santo ha comenzado a habitar en vosotros. ¡Que no tenga que marchar! No lo
excluyáis de vuestros corazones. Es buen huésped: si os encuentra vacío, os llena; si hambrientos, os
alimenta; finalmente, si os halla sedientos, os embriaga..." (Sermón 225,4). En este sentido, la unción del
Espíritu es una unción personal, que acontece en la atmósfera de la aceptación de la fe, de la oración,
del silencio, pero, al mismo tiempo, es alguien al que hay que buscar, anhelar, pedir su manifestación:
"Cuando el Espíritu de Dios comience a habitar en tu cuerpo, no expulsará de él a tu propio espíritu; no
tengas miedo... Al venir, habita en ti y éste es su don. Hazte suyo, que no te abandone ni se aleje de ti;
sujétale de todas todas y dile: Señor, Dios nuestro, poséenos" (Sermón 169,15).

Cuando Agustín habla del Espíritu, expone la fe la Iglesia contenida ya en las Escrituras y, encuentra en
ellas, elementos para alimentar la fe su pueblo. Dice que el Espíritu es don, seguramente, tomando las
palabras de Jesús a la samaritana cuando le refiere el don del Espíritu Jn 4,10 y, las del Apóstol San
Pablo, “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha
dado” Rom 5,5 para hablarnos del Espíritu, como amor, como don personal:
La caridad que viene de Dios y es Dios, es propiamente el Espíritu Santo, por el que se derrama la caridad de Dios en nuestros
corazones, haciendo que habite en ellos la Trinidad. Por esta causa, siendo el Espíritu Santo Dios, se llama Don de Dios. ¿Y qué
puede ser este Don, sino amor que nos allega a Dios, sin el cual cualquier otro don de Dios no nos lleva a Dios? De Trinitate
XV, 18, 32; PL 42, 1083.

Por otro lado, los doctos y grandes tratadistas de las divinas Escrituras aún no han debatido acerca del Espíritu Santo tan
extensa y diligentemente que pueda ser comprendido con facilidad lo que es propio de Él. Por tanto, de Él podemos decir que
no es ni el Hijo ni el Padre, sino solamente el Espíritu Santo. Pero ellos proclaman que es un don de Dios para que no creamos
que Dios da un don inferior a sí mismo. De fide et symbolo IX, 19; PL 40, 191.

Se nos da el Espíritu Santo, dice él, para que participemos, para que seamos sumergidos en la vida
íntima de Dios, pues no se nos da otro Espíritu, sino el del Padre, el del Hijo y así la Trinidad mora en
nosotros. De igual manera, esta vida es amor y, amar es entregarse, donarse a sí mismo, luego el Espíritu
es el entregarse de Dios a nosotros, y en ese sentido, es también don de Dios:
Y aunque mientras seamos lo que ahora somos, estas cosas sólo podemos verlas como en espejo y en enigma, todavía al
alcance de nuestra comprensión entrevemos aquí la autoridad en el Padre, la natividad en el Hijo, y en el Espíritu Santo la
comunidad del Padre y del Hijo y la igualdad en los tres. Así han querido ellos unirnos entre nosotros y con ellos por medio de
lo que une al Padre y al Hijo, y hacer de nosotros una unidad por obra de aquel don que a los dos les es común, esto es, por el
Espíritu Santo, Dios y don de Dios. Por Él, en efecto, nos reconciliamos con la divinidad y nos deleitamos en ella. Sermo 71, n.
18; PL 38, 454.

Además, señala Agustín, que Dios quiere colmarnos de sus dones, pero antes, se da a sí mismo a
nosotros e infunde su amor para que le busquemos. A nuestro santo le interesa resaltar aquí la relación
personal, “amor que nos allega”, dice, mostrándonos que Dios no actúa por imposición sino por
atracción Jn 6, 44. Siembra en nosotros un impulso, un amor que anhela, que tiene hambre de plenitud.
…, de Él mismo. No llegamos a Dios bajo amenaza, sino arrastrados por el gozo de encontrar en Él
nuestra realización Ep Jo 26, 3. El Espíritu nos infunde su amor, amor de amante, amor que funda la
Trinidad, que no es otro, sino el amor con el que el Padre tiende al Hijo y viceversa. Este don es gratuito
e incondicional, y se da incluso, antes de la fe C. ep. Pel 1.19.37.

El Espíritu Santo, es la memoria de la Iglesia. Memorial significa hacer presente, en este sentido, el
Espíritu hace presente tanto las palabras como las acciones de Jesús. Él nos explica las Escrituras:
"Ningún texto oscuro ofrece dificultad si ayuda el Espíritu" (Sermón 152,1). Es cierto que Cristo habló,
pero lo escuchamos gracias a la acción del Espíritu; es cierto que Cristo nos perdonó los pecados De
Trinitate XIII, 11, 15; PL 42, 1025, pero esto se hace actual para nosotros mediante su fuerza sanadora Jn
20, 22-23.

Agustín subraya que toda la obra de la creación y redención es obra conjunta de las tres divinas
Personas pues, en efecto, el Padre creó, pero creó por su Palabra, y en el acto creador, el Espíritu se
cernía sobre las aguas transmitiendo su fuerza vivificadora. Igualmente, como ya se mencionó, toda la
obra y misión de Jesús se realiza en el Espíritu Santo. Él realizó el milagro de la encarnación, lo llenó de
fuerza y sabiduría como profeta y salvador, es el dedo de Dios que obró los milagros, el que Jesús
entregó al expirar y quien lo resucitó de entre los muertos. Pero, nuestro santo señala que la
reconciliación, aunque es obrada por los tres, en cuanto don a nosotros, es obra del Espíritu:
Y aunque mientras seamos lo que ahora somos, estas cosas sólo podemos verlas como en espejo y en enigma, todavía al
alcance de nuestra comprensión entrevemos aquí la autoridad en el Padre, la natividad en el Hijo, y en el Espíritu Santo la
comunidad del Padre y del Hijo y la igualdad en los tres. Así han querido ellos unirnos entre nosotros y con ellos por medio de
lo que une al Padre y al Hijo, y hacer de nosotros una unidad por obra de aquel don que a los dos les es común, esto es, por el
Espíritu Santo, Dios y don de Dios. Por Él, en efecto, nos reconciliamos con la divinidad y nos deleitamos en ella Sermo 71, n.
18; PL 38, 454.

Además, lo que nos separa de Dios, según nuestro santo, es el pecado, el no amar a Dios y al prójimo,
por eso, la reconciliación consiste en el don del amor que nos une con el Señor y con los demás. Pero no
solo eso, Agustín dice que gracias al Espíritu somos integrados en la vida de comunidad de las tres
divinas Personas, de manera que, la reconciliación consiste en entrar en una relación en la que la
Trinidad mora en el cristiano, y nosotros respondemos a esa presencia con el amor que nos viene
también del Espíritu. La reconciliación consiste no solo en el perdón, sino en el don de sí mismo de Dios
a nosotros que nos introduce en su misma vida, de amistad y comunión. Esto es lo que Agustín entiende
por la gracia y la paz que son dones del Espíritu Santo:
Cuando el apóstol da la paz y la gracia de parte de Dios Padre y del Señor nuestro Jesucristo, al no añadir y de parte del
Espíritu Santo, me parece que no tuvo otro motivo sino el darnos a entender que el mismo don de Dios es el Espíritu Santo;
pues la gracia y la paz, ¿qué otra cosa son, sino el don de Dios? Luego de ningún modo puede darse a los hombres la gracia,
por la que nos libramos del pecado, y la paz con la que nos reconciliamos con Dios, a no ser que se dé en el Espíritu Santo»
Epistolae ad romanos inchoata expositio, n. 11.

Por otra parte, el Espíritu obra la unidad al interior de la divinidad. Así entiende Agustín la expresión “si
uno se adhiere al Señor hay un solo Espíritu” de 1Cor 6, 17. Es decir, hay un solo Espíritu quiere decir,
que las tres divinas Personas están unidas, son uno en el Espíritu. La unidad que obra el Espíritu en la
Trinidad, la obra también en la Iglesia, es el que hace que los esposos, siendo distintos, sean una sola
carne, una sola cosa, como también quien hace de las muchas almas, un solo corazón en la Iglesia In Jo
ev tr 14, 9. De la misma manera, es el Espíritu el que realiza nuestra incorporación, nuestra unidad con
la comunidad. Tal es así que Agustín dice que tenemos el Espíritu Santo en la medida que amamos y
estamos unidos a la Iglesia: "Poseemos, sin duda, el Espíritu Santo si amamos a la Iglesia. Se la ama si se
permanece en su unidad y caridad" (Tratados sobre el Evangelio de San Juan 32,8). Igualmente, se
requiere aquí la aceptación de su acción, de manera que Él pueda obrar en nosotros, es decir, se
requiere la humildad: "Puesto que el Espíritu Santo nos convierte de multiplicidad en unidad, se le
apropia por la humildad y se aleja por la soberbia. Es agua que busca un corazón humilde, como un
lugar cóncavo donde detenerse; en cambio, ante la altivez de la soberbia, como la altura de una colina,
rechazada, va en cascada" (Sermón 270,6). Humildad que consiste en una buena vida: "Si temes la
muerte, ama la vida. Tu vida es Dios, tu vida es Cristo, tu vida es el Espíritu Santo. Obrando mal no le
agradas. No habita en un templo que amenaza ruina, ni entra en un templo sucio" (Sermón 161,7). Sin Él
no podemos vivir según su voluntad: "Si no tenemos al Espíritu Santo, no podemos amar a Dios ni
guardar sus mandamientos... El que ama tiene consigo el Espíritu Santo" (Tratados sobre el Evangelio de
San Juan 74,1-2).
Por eso, llamamos espiritualidad a la vida que nace y es impulsada y guiada por el Espíritu. Entonces, es
el Espíritu el don mismo de Dios que nos trae la salvación de Jesucristo y existe para hacernos vivir en
comunidad y, para hacernos permanecer en ella. En cada cristiano produce la vida espiritual. "Tú que
eres más interior que mis cosas más íntimas; tú dentro, en mi corazón, grabaste con tu espíritu, como
con tu dedo, la ley, para que no la temiese como siervo, sin amor, sino que la amase como hijo, con el
casto temor, y temiera con el casto amor" (Comentarios a los Salmos 118,22,6).
Es Él quien nos arrebata de una vida carnal, dedicada a la ambición y la violencia, y nos confiere la
reconciliación de Cristo y nos hace nacer, en el bautismo, a la vida de Dios:
El poder ser regenerado por ministerio de voluntad ajena, cuando es ofrecido un consagrando, es obra del único Espíritu. Éste
es quien regenera al ofrecido, porque no está escrito: “si alguien no renaciere de la voluntad de los padres o de los oferentes
o ministros”, sino: “Si alguien no renaciere del agua y del Espíritu Santo”. Son, pues, el agua que representa exteriormente el
sacramento de la gracia, y el Espíritu, que obra interiormente el beneficio de la gracia, los que desatan el vínculo de la culpa y
reconcilian el bien de la naturaleza (con Dios) Epistola 98, n. 2.
Ahora bien, el Espíritu concede ahora la reconciliación a través de la unidad de la Iglesia y de los
sacramentos, con ello nos da la vida nueva y nos sana del egoísmo y la soberbia, como el hombre al que
el samaritano encontró en el camino medio muerte y cargó en su cabalgadura hasta el mesón donde
pudo realizar su curación. En la encarnación, la muerte y resurrección de Cristo, el nos ha llevado en su
mismo cuerpo, pero con el don del Espíritu y la Iglesia llegamos al hospital de campaña donde sanamos
de nuestras heridas, donde recobramos nuestra verdadera condición de seres humanos y más todavía,
la gracia de ser hijos amados de Dios. No basta tener la fe, Dios quiere que recobremos la plena salud en
la comunidad de la Iglesia:
¿Qué le aprovecha al hombre la sola fe sana, o el solo sacramento auténtico de la fe, si la herida mortal del cisma ha destruido
la salud de la caridad, por cuya sola ruina son arrastrados a la muerte también los otros miembros sanos? Para que no suceda
esto, no cesa la misericordia de Dios mediante la unidad de su santa Iglesia, para que acudan y sean curados mediante la
medicina de la reconciliación y el vínculo de la paz De baptismo, I, 8, 11.

La vida espiritual es una existencia en la que el Espíritu mueve el corazón hacia la fe 1Cor 12, 3, sostiene
la esperanza y alienta en nosotros el amor y la unidad, pues nadie puede decir Jesucristo es Señor, ni
orar como conviene Rom 8, 26.15, ni perseverar sino mediante la gracia, es decir, el impulso del Espíritu
Santo. Sin embargo, contando con moción del Espíritu, el hombre debe responder con la fe, que para
Agustín, consiste en ofrecer el sacrificio de la sumisión de su mente a Dios, como una primicia de su
espíritu Fide et symb 10.23 (Cf Rom 12, 2). Esta fe se hace verdadera y activa mediante el Espíritu,
mediante el amor de Dios, que consiste en amar sin medida. Tener la fe es importante, pero es solo
ponerse en camino, hacia la Patria definitiva Serm 346B, es solo la primicia Fide et symb 10.23 que
anhela la plena visión, se requiere la esperanza que mantiene el corazón abierto y levantado en la
búsqueda permanente de Dios.
Estamos llamados a servir a Dios en esta vida para gozar de Él en la eternidad, y que es gozar sino
descansar en el Espíritu, vivir la plenitud del amor de Dios: "Se nos promete el descanso eterno en el
Espíritu Santo, esto es, en el don de Dios" (Sermón 9,6). Para servirle, Dios nos da primero el don de la
sabiduría, es decir, el don de conocerle y agradarle haciendo su voluntad. Este don proviene, o mejor,
consiste en el don del Espíritu:
Por el mismo hecho de que nos reconciliamos con Dios por medio del Espíritu Santo (por lo que también es
llamado don de Dios), piensan que es bastante claro que el Espíritu Santo es el amor de Dios, pues no nos
reconciliamos con Dios sino por el amor, por el que también somos llamados hijos, de modo que ya no estamos
bajo el temor como los esclavos, porque el amor consumado aleja el temor, y recibimos el espíritu de libertad
por el cual clamamos ¡Abba! ¡Padre! Y como, una vez reconciliados y llamados a la amistad por el amor,
podremos conocer todos los secretos de Dios, por esto se dice del Espíritu Santo: El os conducirá a toda la
verdad... Por eso también se llama don de Dios, porque nadie goza de aquello que conoce a no ser que también
lo ame. Pero gozar de la sabiduría de Dios no es otra cosa que estar unido a Él por el amor, y nadie permanece
en aquello que percibe sino por el amor" (La fe y el Símbolo de los Apóstoles 9, 19).

El Espíritu nos da a conocer las cosas espirituales: "El Espíritu Santo enseña ahora a los fieles todas las cosas espirituales de que
cada uno es capaz; pero también enciende en sus pechos un deseo más vivo 8 de crecer en aquella caridad que les hace amar lo
conocido y desear lo que no conocen" (Tratados sobre el Evangelio de San Juan 97,1). Además, nos regala todos los dones en el
don de la caridad:

"Los dones del Espíritu Santo son la caridad, y luego, como emanados de esta fuente y en íntima conexión con ella, enumera
los otros, que son, el gozo, la paz, la firmeza del alma, la benignidad, la bondad, la fe, la mansedumbre y la castidad. Y, en
verdad, ¿quién puede tener gozo si no ama el bien del cual se goza? ¿Quién puede tener verdadera paz si no la tiene con
aquel a quien ama de verdad? ¿Quién puede tener firmeza de ánimo para permanecer en el bien si no es por el amor? ¿Quién
es benigno si no ama al que socorre? ¿Quién se hace bueno si no es por el amor? ¿De qué provecho puede ser la fe que no
obra por la caridad? ¿Qué utilidad puede haber en la mansedumbre si no es gobernada por el amor? ¿Quién huye de lo que
puede mancharle si no ama lo que le hace casto? Con razón, pues, el buen Maestro recomienda la caridad, como si sólo ella
mereciese ser recomendada, y sin la cual no pueden ser útiles los otros bienes ni puede estar separada de los otros bienes que
hacen bueno al hombre" (Tratados sobre el Evangelio de San Juan 87,1).

¿Quién nombra al Padre y al Hijo que no vea allí la caridad del Padre y del Hijo? Cuando comience a tenerla, poseerá el Espíritu Santo, y cuando
se vea falto de ella, estará vacío del Espíritu Santo. Así como tu cuerpo sin el espíritu, que es tu alma, está muerto, del mismo modo tu alma, sin
el Espíritu Santo, que es la caridad, será considerada como muerta In Io Ev tr 9,9.

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