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El pueblo del Antiguo Testamento vivía en la “Monolatría”, ellos creían en un solo, pero admitían que existían
otros; de todas formas, SU dios regía su grupo.
Se termina la idolatría, entonces se comienza con el “Monoteísmo”; es la creencia en un solo Dios, sin reconocer
la existencia de otros. Es el mismo Dios para todos igual, y “otros dioses” no existían. Aquí se enfrentaron los
Falsos Profetas (monolatría) con los que predicaban el Monoteísmo.
De aquí en adelante Dios es único, se cree en un solo Dios para amarlo, se reconoce su grandeza y majestad,
todo lo que nosotros somos viene de Dios; es confiar en Dios en todas las circunstancias, incluso en la adversidad
debemos confiar en el.
Dios es “omnipotente”; desde la Creación y la historia de Israel, Dios es Universal, le damos el título “Padre
Todopoderoso”, como padre nos conoce como hijos y con su poder nos salva y perdona libremente.
Dios es “santo”; de allí, el pueblo de Dios es santo, pues nada que provenga de El puede no serlo.
V) La cuestión de Job
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Toda prueba siempre termina en una bendición. Job es justo, modelo de hombre; toda esta cuestión de Job es
un anticipo de Cristo, “el inocente llevado a la muerte”. En el Antiguo Testamento es uno de los libros mas
extensos. El libro plantea el problema del sufrimiento del inocente y el sentido de este (igualmente, el libro no
resuelve el tema). Este tema va contra la Teoría de la Retribución Terrestre, concepción común dentro del
judaísmo; afirma que “Dios premia los buenos, y castiga los malos en la Tierra”. La prosperidad económica en el
judaísmo es símbolo de que te has portado bien y Dios te retribuyó con bienes gananciales.
El libro de Job plantea el hecho de qué pasa cuando a un hombre justo, que de golpe, cuando le iba muy bien
económicamente, tenía todo, y de golpe todo lo perdió, hasta quedar sin nada, incluso, leproso. Es pura ficción,
es una historia inventada; entonces de aquí se plantean frases como “si aceptamos de Dios los bienes, como no
vamos a aceptar los males”. Se define a Job como un modelo de paciencia. Finalmente la historia culmina con un
final felíz, ya que Dios lo retribuye con 7 veces más de lo que tenía.
Esto apunta a que no todos los buenos tienen un buen pasar, ni tampoco los malos sufren constantemente. A
veces una piedra en el camino puede ser un castigo, que notiene que ver con que sea de sucesión inmediata
(causa-efecto); y otras veces pueden ser sólo pruebas de fidelidad por parte de Dios a nosotros. Tanto lo bueno
como lo malo entra en la providencia divina. De todas formas, se afirma que “cada ser humano cosecha lo que
siembra”; esto hace alusión al sentido cristiano del sufrimiento humano, con una actitud constructiva.
La idea de Dios como Padre estará destinado en el Nuevo Testamento, a través de Jesús; nos enseña a llamar a
Dios “Padre”. Cristo decía en arameo, “Abba”, que era la forma en que un niño se dirigía a su Papá (denota una
carga afectiva en el término); el término esta tomado del uso común de la palabra.
Hay un gran salto desde la concepción del Dios del Judaísmo y del Cristianismo: Para el judaísmo se debía
destacar la santidad de Dios, era “el innombrable” (tampoco lo escribían a Su nombre), además, “nadie podía
verlo y seguir viviendo”, entre otros fundamentos. Esta trascendencia y santidad en el judaísmo tiene vigencia
aun hoy en día.
Tratemos de imaginar entonces, a Jesús diciéndoles a los judíos que a Dios debía llamárselo Abba, pues esto era
impensable ya que para el pensamiento de la época, era una falta de respeto. Estas son cuestiones claves por las
que Jesús fue crucificado, muerto en la cruz, por “faltar” a esas tradiciones de muchos años.
Jesús nos habla de Dios Padre, y de él lo hace como Hijo, es decir, Dios es “Abba”. Aquí surgen las dudas, no
tanto en torno al Padre, sino en torno al Hijo; pues Dios es uno y único. El problema estaba en armonizar el
Monoteísmo la Trinidad que suponía Jesús.
Aquí, como se ve, Jesús = Dios. Jesús dice de manera candente ello, de formas como:
- “Reconstruiré el templo en 3 días”; el templo había llevado 46 años de construcción, pero el lo decía en
forma simbólica, por Él mismo.
- “El que ve a mi, ve al Padre”; en respuesta a lo que Felipe pide. Una de las formas en la que Jesús da a
entender, de que El era Dios.
- “El perdón de los pecados”; cuando Jesús curaba y perdonaba los pecados, así proclamaba su divinidad.
Consecuencia: No sólo el Abba es Dios, sino también el Hijo del Abba. Se gestó el binomio
Padre-Hijo.
El acontecimiento clave, antes de que Jesús termine su misión terrena, es la revelación del Espiritu Santo. La
resurrección es lo fundamental que demuestra quién era Jesús. Por último, la acción del Espíritu Santo es
innegable: el Pentecostés; como fue que un grupo de judios, se convierte en valientes y luchan por Jesús. Esto
tomado hoy en día, toda nuestra fe es en gran medida un esfuerzo del Espíritu Santo. Este tiene esencia y ser en
el amor del Padre y del Hijo, es eternamente Dios, y es El quien nos llevará al conocimiento de la Verdad.
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En la Antigua Grecia se usaba el nombre prosopón, que era la máscara que usaban los actores griegos en el
teatro. De ahí, deriva etimológicamente “persona”; los Padres de la Iglesia decidieron tomar ese nombre, para
aplicárselo al Padre, Hijo y Espíritu Santo. Aquí, evidentemente, el nombre persona toma un significado mucho
más profundo: distintas las personas no por la individualidad, sino por la relatividad. En sí, “Dios es una esencia,
y tres personas”.
En el Concilio de Nicea Constantinopla (s. IV), queda canonizado el dogma de la Santísima Trinidad, la Teoría de
Prosopón: Dios es una esencia, y tres personas.
La Trinidad es una, por su esencia, naturaleza o sustancia (sinónimos), pero las personas entre sí son distintas.
No son 3 dioses distintos; por lo tanto hablamos de un Dios Trino, Padre quien crea, el Hijo que salva, y el
Espíritu Santo vivifica (o santifica).
Pero si decimos que Dios es uno, hay manera de diferenciar a las personas? Si, y es una sola manera, mediante el
término de Relación de Origen: El Padre engendra, el Hijo es engendrado y del amor del Padre y el Hijo nace el
Espíritu Santo; denominándose ello, Hipóstasis. El Padre crea (pero también el Hijo y el Espíritu Santo), y cuando
decimos que es Espíritu Santo beatifica (también lo hace Dios y el Hijo).
Otra forma de definirlas (a las Personas de la Trinidad) es según su relación. Padre (Paternidad), Hijo (filiación), y
Espíritu Santo (espiración).
Además, encontramos la Relación de Consubstancialidad: Como dijimos antes, tiene una sola esencia, substancia
y naturaleza, por tanto, una sola divinidad. Cada una de las Personas es Dios en todo su esplendor. Padre es
Dios, Hijo es Dios y Espíritu Santo es Dios. Padre = Hijo = Espíritu Santo, por su divinidad.
Las personas divinas son relativas: El Padre es referido al Hijo, el Hijo al Padre, y el Espíritu Santo a los dos. En sí,
si digo que hay Hijo es porque primero hay un Padre. Son todos UNO, pero no hay oposición, hay distinción, pero
no oposición.
Cuando hablo de persona divina, debo hablar de Hijo, y no de Jesús, pues ese nombre es de la Naturaleza
humana; Jesús es el bebé que nació y tomó la forma y nombre, en nombre del Hijo de Dios. Es su nombre
terrestre. Cuando hablo de Trinidad, no puedo referir a Jesús para hablar a esto, debo hablar de Hijo. Es Hijo la
Palabra que nos remite a la Trinidad. En cuanto origen, Padre, Hijo y Espíritu Santo son diferentes; pero en
cuanto a divinidad son iguales entre sí.
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Las personas divinas son realmente distintas entre sí. “Dios es único pero no solitario”. “Padre”, “Hijo”, “Espíritu
Santo” no son simplemente nombres que designan modalidades del ser divino, pues son realmente distintos
entre sí. Son distintos entre sí por sus relaciones de origen. La Unidad divina es Trina.
Las personas divinas son relativas unas a otras. La distinción real de las personas entre sí, puesto que no divide la
unidad divina, reside únicamente en las relaciones que las refieren unas a otras: “En los nombres relativos de las
personas, el Padre es referido al Hijo, el Hijo lo es al Padre, el Espíritu Santo lo es a los dos; sin embargo, cuando
se habla de estas tres personas considerando las relaciones se cree en una sola naturaleza o substancia”. En
efecto, “todo es uno (en ellos) donde no existe oposición de relación”.
A los catecúmenos de Constantinopla, san Gregorio Nacianceno, llamado también “el Teólogo”, confía este
resumen de la fe trinitaria:
Ante todo, guardadme este buen depósito, por el cual vivo y combato, con el cual quiero morir, que me hace
soportar todos los males y despreciar todos los placeres: quiero decir la profesión de fe en el Padre y el Hijo y el
Espíritu Santo. Os la confío hoy. Por ella os introduciré dentro de poco en el agua y os sacaré de ella. Os la doy
como compañera y patrona de toda vuestra vida. Os doy una sola Divinidad y Poder, que existe Una en los Tres,
y contiene los Tres de una manera distinta. Divinidad sin distinción de substancia o de naturaleza, sin grado
superior que eleve o grado inferior que abaje... Es la infinita connaturalidad de tres infinitos. Cada uno,
considerado en sí mismo, es Dios todo entero... Dios los Tres considerados en conjunto... No he comenzado a
pensar en la Unidad cuando ya la Trinidad me baña con su esplendor. No he comenzado a pensar en la Trinidad
cuando ya la unidad me posee de nuevo...
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Pero, como encontró esta palabra Tertuliano? Su origen está en la llamada “Exégesis Prosopográfica” (Exégesis:
Ciencia que estudia la Sagrada Escritura, lisa y llanamente es interpretación / Prosopográfica: remitido a la
persona); es una disciplina cultivada en el seno del Teatro Griego, donde se hacía un trabajo de interpretación.
En este ámbito, persona = rol (diálogo). Los Exegetas descubren que pasa lo mismo en la Biblia; relacionan el
tema de los diálogos en el Teatro, con los diálogos en la Biblia que allí encuentran, y el término prosopón se
coloca en común para ellos.
San Justino, Padre de la Iglesia (165 DC). Aquí los roles son considerados realidades; el concepto de persona ya
no es sólo rol, son “realidades que dialogan”. Prosopón = rol, se encuentra a pasos de lograr su significado
completo.
El término Logos lo acuña por primera vez San Juan; cuando él habla de Logos, se refiere de las personas de la
Trinidad, al Hijo. El significado de la idea de persona, es diálogo.
El concepto de persona se gestó en el ámbito de la escritura, la Biblia. Y surgió en su idea de persona que
dialoga, del diálogo con Dios.
También se gesta la distinción real entre las personas de la Trinidad. Se dirá, pues, que las personas que la
componen se distinguen por la relación de origen (principio de relatividad que en Dios es eterno). Con esto, se
trata de clarificar que las personas son diferentes, pero queda claro que en cuanto a substancia son iguales.
La persona como relación
Persona es relación –que quede claro!-. Dios, son 3 relaciones propiamente dicho (es también misma substancia,
pero se explica mejor con 3 relaciones). En Dios no hay nada accidental, sólo substancia y relación. El Padre es el
acto o relación, por lo que engendra al Hijo; y este mismo pensamiento se usa también para toda la relación de
la Trinidad.
En esta unidad conoceremos a Cristo. Para conocer de Él su vida, quién fue, nos remitiremos a los Evangelios
(Marcos, Mateos, Lucas y Juan quienes son llamados evangelistas). Vale destacar que Marcos y Lucas no fueron
discípulos de Cristo, en cambio, Mateos y Juan sí lo fueron.
De lo antes dicho, concluimos en que:
Apóstoles: Mateo y Juan.
Varones Apostólicos: Marcos y Lucas (o también, llamados solamente “evangelistas”).
Los Varones Apostólicos son llamados porque no conocieron al Señor personalmente. Sí, por su parte, lo hicieron
Mateos y Juan. No obstante, vale aclarar, no es menos importante el testimonio de Marcos y Lucas.
Evangelios Sinópticos son los de Marcos, Mateos y Lucas. Así se les llama, porque dan un “pantallaza” de la vida
de Jesús; son similares entre sí, en su formato. Tienen un Tríptico introductoria los tres. Evangelio teológico es el
de Juan, y es en éste donde se ve la Unión Hipostática. Es una mirada diferente a la de los otros tres autores,
desde la pasión y el amor por el Señor y no sólo un compendio de la vida de Cristo.
Evangelios Sinópticos
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Hijo de Dios, Señor, el Enviado.
Estructura:
El Tríptico introductorio (común en los Evangelios Sinópticos), es predicación de San Juan Bautista, el bautismo
de Jesús y las Tentaciones. La predicación del Bautista proclama un bautismo de conversión, para el perdón de
los pecados. El Bautismo de Jesús es un episodio donde se proclama la filiación divina de Jesucristo (filiación =
dependencia que se tiene de una cosa).
Las tentaciones de Jesús en el desierto: Luego de ser Bautizado, Jesús fue llevado por el Espíritu Santo al desierto
donde estuvo 40 días y fue tentado por Satanás; vivía entre las fieras, y los ángeles lo servían.
Predicación de Juan Bautista: Hijo de Israel, primo hermano de María. El Tríptico nos da referencia directamente
del comienzo de la vida social de Cristo. Juan Bautista fue el precursor de Jesús, como el último profeta de Cristo.
El anunciaría quién es verdaderamente Cristo, pues el Mesías esperado había llegado. El es el mensajero que
“preparó el camino” para la llegada de Jesús.
Evangelización en Galilea:
Esto es el Evangelio: la buena Noticia de que el Reino de Dios irrumpe en el Mundo y está personificado en Jesús .
La entrada en el Reino exige un nuevo estilo de vida: es preciso convertirse, y creer en esa Buena Noticia.
Cristo proclama su Evangelio en la región de Galilea. Lo hace por medio de comparaciones, parábolas, y a través
de obras como son los milagros (realiza diversas curaciones). Muchos comienzan a seguirlo, por ello para
colaborar en su Ministerio, Él elige a “los Doce”, quienes serán sus Apóstoles. De igual forma, ya asoma en el
horizonte la oposición de la gente “religiosa” de la época.
Los detalles sobre nacimiento e infancia los ha dejado el evangelista para la comunidad cristiana, porque lo que
quiere es presentarnos al Mesías Salvador.
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Relata la predicación de Jesús en Galilea, proclama el cumplimiento del designio de Dios de salvar a su pueblo.
Elige a los discípulos para que estén con El.
Comienza la actividad de curaciones y milagros junto con la de proclamación de la palabra.
Viaje de Jesús fuera de Galilea:
Aunque todavía no había llegado el momento de llevar la Buena Noticia a los paganos, Jesús incursiona en
tierras extranjeras. También allí pone de manifiesto el poder de Dios sobre las enfermedades y sale al encuentro
de las necesidades humanas.
Durante este viaje fuera del territorio de Israel, tiene lugar la profesión de fe de Pedro, que es como la clave de
todo el Evangelio de Marcos (recordemos de Pedro fue mentor de Marcos). Este Apóstol Pedro, portavoz de los
demás, lo reconoce como el Mesías, o sea, el Cristo, el Ungido de Dios por excelencia. Jesús acepta estos
nombres, pero impide develar el secreto mesiánico que se revelaría recién, plenamente, en su muerte.
A partir de allí, instruye cuidadosamente a sus discípulos y les anuncia su Muerte y Resurrección; un signo
importante de ello, es la Transfiguración del Señor en presencia de sus tres Apóstoles. Recordemos que la
Transfiguración es el estado glorioso en que Jesucristo se mostró en un monte elevado ante la presencia de sus
discípulos Pedro, Juan y Santiago, cuando sus vestiduras se volvieron blancas, radiantes; y se les aparecieron
Moisés y Elías, conversando con Jesús.
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Posteriormente, lo crucificaron junto con otros dos presos. La inscripción de su cruz, causa de su condena, decía:
“El Rey de los Judíos”.
Una vez muerto en la cruz, Jesús fue entregado a José de Arimatea (miembro del Sanedrín), quién luego de
envolverlo en sábanas, lo depositó en un sepulcro clavado en la roca y selló la entrada haciendo rodar una
piedra.
Pasado el sábado, las mujeres que siempre lo acompañaron compraron perfumes para ungir el cuerpo de Jesús,
pero cuando llegaron al sepulcro del Señor, la piedra había sido movida: un joven que estaba allí dentro les dijo
que Jesús había resucitado; debían informárselo a sus discípulos, pero las mujeres no lo hicieron porque tenían
miedo.
Esta contenida en la última parte del Evangelio. Narra: La agonía de Getsemaní; la comparecencia ante el
Sanedrín; crucificado entre dos ladrones.
El mensaje del Ángel anunciado; la resurrección de Jesús culmina el Evangelio.
El mesianismo del Servidor Doliente; por los detalles que Marcos destaca en el Calvario, Jesús aparece como el
Mesías Doliente.
Marcos muestra la que para el es la cualidad central de Jesucristo, el que es Hijo de Dios (cualidad divina).
Además, muestra su condición humana (se fatiga, se conmueve)
II) Jesucristo en el Evangelio de San Mateo
Este Evangelio lleva el nombre de Mateo –un recaudador de impuestos que abandonó su profesión para seguir a
Jesús-. Fue escrito hacia el 80 DC, y va dirigido especialmente a los cristianos de origen judío.
Dado a quienes esta dirigido, Mateo se apoya muchas veces en textos del Antiguo Testamento, vinculándolos
para demostrar que el designio de Dios anunciado por los Profetas alcanza su pleno cumplimiento en la persona
y obra de Jesús. Mateo, al darle el título de “Señor” a Jesús, reservado sólo para Dios en el Antiguo Testamento,
afirma implícitamente su carácter divino.
Este evangelista atribuye especial importancia a las enseñanzas de Jesús. Uno de los temas centrales de sus
discursos es El Reino de Dios. En ellos, Cristo aparece como el Nuevo Moisés, que lleva a su plenitud la Ley de la
Antigua Alianza.
El Evangelio de Mateo ha sido llamado el Evangelio de la Iglesia, por el papel preponderante que ocupa en él la
vida y la organización de la comunidad congregada en nombre de Jesús. Esta comunidad es el Nuevo Pueblo de
Dios, el lugar donde el Señor resucitado manifiesta su presencia y la irradia a todos los hombres.
El autor divide su Evangelio en 5 discursos de Jesús. Este cuerpo central, esta precedido por el relato de la
infancia de Jesús (que en Marcos no figura) y culmina con la Pasión y Resurrección.
Estructura
El Evangelio de la Infancia de Jesús
Mateo nos anticipa quien es Jesús de Nazaret. Relata su “genealogía”; más que literal, es una genealogía
simbólica; tiene aspecto histórico también, pero lo que se trata de transmitir es que Jesús fue enviado para
salvarnos.
María lo concibió en su seno por obra del Espíritu Santo, y José, al darle el nombre de “Jesús” asumió sobre Él la
función paterna y lo incorporó legalmente a su linaje davídico, para que se cumpliera lo que había sido
profetizado.
Jesús nació en Belén de Judea (lugar que fue profetizado que sucedería), y lo visitaron unos Magos de Oriente
trayéndole ofrendas. Luego de la partida de éstos, el Ángel del Señor se le presentó en sueños a José y le dijo
que huyeran con María y Jesús a Egipto, hasta su aviso. Herodes quería matar a quién había nacido profetizado
como el Jefe del Pueblo de Israel.
Los magos no regresaron donde Herodes, y éste al verse engañado mandó a matar a todos los menores de 2
años en Belén y alrededores.
Cuando Herodes muere, Jesús y sus padres se dirigen a Judea, pero al ver que no seguro, se establecen en
Nazaret (será llamado Nazareno).
La promulgación del Reino de los Cielos
Antes de comenzar su misión, Jesús recibe el bautismo de Juan. Aunque Él no tiene necesidad, y Juan se opone a
hacerlo, Jesús insiste en ser bautizado porque es lo justo; la justicia, en el lenguaje de Mateo, es el perfecto
cumplimiento de la voluntad de Dios. La entrada en el Reino depende esta justicia, y Jesús quiere cumplirla en sí
mismo para después exigirla a sus discípulos.
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Después del bautismo en el Jordán, Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto; es tentado por el espíritu del
mal, que intenta apartarlo del camino mesiánico. Así, el revive las “pruebas” que había experimentado Israel en
el desierto, durante los 40 años de su marcha hacia la Tierra prometida. Al vencer esta tentación, Cristo asume el
destino del Pueblo de Dios y manifiesta una vez más su absoluta fidelidad a la voluntad divina.
Cuando Juan es arrestado, Jesús se retira a Galilea. Allí encuentra a sus primeros discípulos que lo siguen.
El Sermón de la Montaña
A la cuestión de cómo debe ser el comportamiento de quienes quieren entrar al Reino de los Cielos responde
este primer discurso de Jesús. Allí, Él se manifiesta como el nuevo Moisés, que descubre el verdadero sentido y
las exigencias más radicales de la Ley promulgada en el Monte Sinaí; Él no destruye esa Ley, pero tampoco la
considera intangible. Viene a darle cumplimiento.
Este Sermón resume toda la moral cristiana, y se presenta como una invitación a ser perfectos, como es perfecto
el Padre que está en los Cielos. No propone un tipo de organización social, pero sienta las bases y señala las
pautas de toda verdadera fraternidad.
Es un nuevo estilo de vida, que se funda en el amor llevado hasta sus últimas consecuencias y convierte a los
discípulos de Jesús en luz del mundo.
Los signos y la predicación del Reino de los Cielos
Los Profetas que habían anunciado que el Reino de Dios traería paz, alegría, devolvería la salud a los enfermos, y
acabaría con el sufrimiento; con la llegada de Jesús, aquellos anuncios comienzan a realizarse. Mateo quiere
poner esto de manifiesto, por ello reúne en los dos capítulos siguientes milagros realizados; pues ha llegado al
era mesiánica, y los milagros de Jesús son las señales de esa presencia divina.
Instrucción a los Misioneros
Como los milagros de Jesús son el comienzo de una obra que debe continuar, Jesús envía a los Doce dándole una
serie de consignas precisas (recogidas por Mateo en su segundo discurso) para extender su propia acción.
Además, les da el poder de expulsar los espíritus impuros o curar cualquier dolencia.
Estas instrucciones dadas por Jesús, y dirigidas a los Misioneros (de todos los tiempos), son una exhortación a
proclamar el Evangelio con valentía, y al mismo tiempo, una invitación a anunciar el mensaje de Jesús, no sólo de
palabra, sino también ayudando a aliviar las miserias humanas.
En un comienzo, Jesús los envía a “encarrilar” a las ovejas perdidas del pueblo de Israel, pero después de su
Resurrección, el mensaje se hará Universal.
El Misterio del Reino de los Cielos
El Reino de Dios ya está presente; los milagros y las palabras del Señor lo atestiguan. A través de sus obras, Jesús
se manifiesta como el Servidor del Señor anunciado por Isaías, hasta que un día se cumpla el gran signo
mediante su Resurrección de entre los muertos.
Pero la actitud de Jesús no sólo provoca dudas y extrañeza, sino también una abierta oposición. Él exige un
cambio de vida tan radical, que muchos se niegan a romper con los viejos moldes, especialmente los escribas y
fariseos (escriba: Entre los hebreos, intérprete de la Ley / Fariseo: Entre los judíos, miembro de una secta que
afectaba rigor y austeridad, pero eludía los preceptos de la ley, y, sobre todo, su espíritu), encerrados en una
fidelidad a la Ley, mal comprendida. Sin embargo, otros llegan a comprender, y así comienza a formarse en torno
a Jesús la comunidad de sus discípulos, el verdadero Israel de Dios.
Las parábolas del Reino
A pesar de la oposición cada vez más abierta, Jesús no se deja intimidar. Enseña el Reino de los Cielos, en forma
de 7 parábolas; por medio de estas breves comparaciones, el Señor llama a la reflexión y trata de entrar en
diálogo con sus oyentes.
De esas parábolas, se desprende que el Reino de los Cielos es una nueva situación, un nuevo estado de las cosas,
que viene de Dios y se inicia con Jesús, pero reclama la respuesta de todos los hombres.
Las primicias del Reino de los Cielos
Pedro hace un magnífica profesión de fe en su medianidad, y Jesús lo establece como el cimiento sólido y firme
donde se asentará si Iglesia; a partir de allí, Jesús manifiesta a sus discípulos que el Mesías debe padecer y morir,
pero simultáneamente, deja entrever la gloria de su Resurrección, Transfigurándose en presencia de alguno de
ellos.
Instrucción a los Discípulos
La consumación del Reino de los Cielos
Mateo relata el viaje del Señor a Jerusalén.
Discurso sobre el final de los Tiempos
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Refiere cuando el Reino de Dios alcanzará su plenitud; el fin del mundo está descrito con expresiones simbólicas,
que no deben ser tomadas textualmente, que se mezcla con la descripción de la ruina de Jerusalén. Pero como
nadie sabe cuando llegará el fin, el Señor nos exhorta a estar siempre prevenidos, y servirlo a Él en el más
pequeño de sus hermanos.
La Pasión y la Resurrección de Jesús
San Mateo nos presenta el acontecimiento capital de ese Reino esperado: La Muerte y Resurrección del Señor. El
relato de la Resurrección, particularmente extenso, está precedido por el de la Última Cena, donde Jesús
anticipa simbólicamente el Sacrificio de la Cruz; por medio de éste, inaugura la Nueva Alianza sellada con su
sangre, y gracias al amor con que se entregó, nosotros podemos participar de su misma Vida.
Describe como San Marcos la Resurrección de Cristo, pero este autor sigue su relato aún más. Jesús, una vez
resucitado, se les aparece a las mujeres y les pide que les avisen a sus hermanos que vayan a su encuentro en
Galilea.
Los guardias que habían acompañado a las mujeres, fueron a contar a los sumos sacerdotes lo sucedido; estos
los sobornaron pidiéndoles a cambio de dinero que dijesen que los discípulos de Jesús robaron su cuerpo
durante la noche. Ellos cumplieron con el pedido, y esta versión se ha difundido entre los judíos hasta el día de
hoy.
Los once discípulos fueron donde Jesús los había citado, y Él les dijo que fueran por todos los pueblos, y háganlos
discípulos del Señor bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo, pues Él estará con ellos
hasta el fin del mundo.
Estructura
Evangelio de la Infancia (capítulo 1-2).
Este Evangelio, como el de San Mateo, se remonta hasta el nacimiento de Jesús. Por otra parte, San Lucas hace
un paralelismo entre la infancia de Jesús y Juan (el Bautista); no los pone en una situación de igualdad, sino que
a Juan lo presenta como el precursor, quien va delante del Señor preparando su camino. Jesús, en cambio, es el
Sol naciente que viene a guiar nuestros pasos por el camino de la paz.
Preparación del Misterio de Jesús (del 3,1 al 4,13 de la Biblia).
Esta parte nos cuenta: “Predicación de Juan el Bautista”; “El Bautismo de Jesús”; “Las tentaciones de Jesús en el
desierto”.
Lucas también presenta una genealogía ascendente, que va desde José (su figura paterna, quien lo crió) hasta el
mismo Adán; esto es con el fin de demostrar que Jesús es Hijo de Dios y vino a Salvarnos.
Ministerio en Galilea (4,14 al 9,50).
Jesús inicia su misión en Galilea, donde encuentra la ciudad de Nazaret, y comienza su actividad evangelizadora.
El Señor no está solo: elige a los Doce Apóstoles, para enviarlos a proclamar su evangelio. Los Apóstoles lo
reconocen como el Mesías de Dios.
También se encuentran aquí, discursos de Jesús en forma de parábolas, milagros que Jesús realizó, y la
Transfiguración llevada a cabo frente a tres de sus Apóstoles.
Subida a Jerusalén (9,51 al 19,28).
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Una vez concluida su misión en Galilea, Jesús se encamina a Jerusalén. Esta ciudad es la meta final de su misión,
pues allí debe dar cumplimiento al designio salvador de Dios.
En este camino hacia la Pascua, encontramos numerosas e importantes enseñanzas del Señor, de como lograr
una vida de desprendimiento para ser dignos del Reino de Dios.
También, a lo de esta subida, se agudiza la hostilidad con Jesús. Sus enemigos se escandalizan porque perdona
los pecados y come con los pecadores; Jesús a esto responde con parábolas de la misericordia como: La oveja
perdida y encontrada, El Hijo pródigo (“derrochón”).
Ministerio de Jesús en Jerusalén (19,29 al 21,38).
Este capítulo comienza con la entrada mesiánica. Luego, Jesús expulsa a los vendedores de su Templo; además
se dan controversias con los distintos grupos.
La Pasión y la Muerte de Jesús
Este capítulo nos recuerda a: la Última Cena; la Traición de Judas; el arresto de Jesús; la negación de Pedro; Jesús
ante el Sanedrín; Jesús ante Pilato; Camino al Calvario; la crucifixión de Jesús; la Muerte de Jesús y su posterior
Sepultura.
La Resurrección y la Ascensión de Jesús
Su cuerpo ha sido transfigurado, glorificado para siempre: es un cuerpo nuevo y espiritual. Los discípulos al
principio dudan, pero luego creen, y el Señor confirma su fe. Esa es la Buena Noticia más esperada, la que
cambió el curso de la historia.
El mismo Cristo les recordó a sus Apóstoles que el Mesías debía sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer
día. Antes de separase visiblemente de ellos, y regresar a los cielos, los hace depositarios de su Buena Noticia,
para que sea proclamada en todas partes, revestidos con la fuerza del Espíritu. Así, los discípulos regresaron a
Jerusalén y permanecieron en el Templo alabando a Dios.
Hay 2 títulos que le dan a Jesús, que ocupan un lugar preponderante en todos los Evangelios:
*Hijo de Dios. Título Divino, ontológico.
*Mesías. Refiere a su misión, “vino para salvarnos”.
Luego del relato de Jerusalén, Lucas tiene otro díptico (libro): “Hechos de los Apóstoles”. Es un libro, obra de
Lucas, y narra el origen de la Iglesia básicamente; es una enseñanza Eclesiológica, en cambio, los Evangelios son
enseñanzas Cristológicas. Cuenta las primeras misiones de los Apóstoles cuando iban a predicar, y fijan las bases
jerárquicas que hasta hoy se respetan; es decir, primero era Pedro a la cabeza, con los Apóstoles. Luego, el Papa
con sus Obispos.
El término Pneuma, remite al Espíritu Santo cuando aparece este término (en el Evangenlio).
Estructura
Prólogo (1 al 1,18).
Mientras que el Evangelio de Marcos se inicia con el Bautismo del Señor y los de Mateo y Lucas se remontan a su
infancia, Juan va más lejos aún y comienza hablando de su origen divino. Presenta a Jesús como la Palabra de
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Dios personificada, hecha carne. Es más que una introducción este Prólogo; es un resumen de todos los temas
contenidos en el resto del libro.
Los Evangelio Sinópticos, presentan a Juan el Bautista como el profeta que prepara el camino del Señor; el
cuanto Evangelio, en cambio, lo presenta como un testigo de Jesús. Juan da testimonio de él. El bautista
atestigua que Jesús es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo, evoca la figura del Servidor sufriente
que se entrega a la muerte para expiar el pecado del mundo.
*Primera Parte: El Libro de los Signos de Jesús (1,19 al 12,50)
El Bautista dio un valioso testimonio acerca de Jesús, pero este evangelista tiene un testimonio aún mayor: son
las obras que realiza en nombre de su Padre. Dichas obras, San Juan las llama signos, y a ellos esta destinada
esta primera parte. Las obras de Jesús son signos que dejan traslucir el misterio de su Persona y el sentido de su
misión. Juan nos narra 7 de esos signos de Jesús.
A pesar de los muchos signos que hizo en su presencia, muchos se obstinaron a no creer en Él, y esta
permanente confrontación entre fe e incredulidad constituye el trasfondo del drama descrito en este Evangelio.
*Segunda Parte: El Libro de la Hora de Jesús (capítulos del 13 al 21), el Misterio Pascual –muerte y resurrección-.
Toda esta segunda parte gira en torno a la hora de Jesús; se trata de la hora de su Glorificación por medio de la
muerte. La hora de su paso de este mundo al Padre; la hora del triunfo de la luz sobre las tinieblas, del amor
sobre el egoísmo, de la vida sobre la muerte.
San Juan no narra la institución de la Eucaristía, como lo hacen los otros tres evangelistas; en cambio, presenta el
relato del lavatorio de los pies a sus discípulos. Nos da una lección fraternal, a imitación de Jesús, quién no ha
venido para ser servido, sino para servir.
San Juan también cuenta en su Evangelio la Muerte de Jesús, pero revive los acontecimientos con la profundidad
que lo caracteriza. Juan, detrás del triunfo aparente de los enemigos de Jesús, ve la hora del juicio de Dios sobre
el mundo. Este mismo evangelista, nos ha conservado las palabras con las que el Señor proclamó la maternidad
de María sobre todos los que creen en Él; y Juan también es el único que menciona la sangre y el agua brotadas
del costado de Cristo cuando los soldados en vez de quebrarle las piernas como lo hicieron con los otros dos
crucificados al costado de Cristo, le atravesaron una lanza, y en seguida brotó sangre y agua, como signos del
Bautismo y la Eucaristía, donde se comunica y alimenta la Vida en el Espíritu.
La hora de Jesús incluye su Muerte y posterior Resurrección como dos momentos inseparables del mismo
“Misterio Pascual”. El sepulcro vacío, es indicio de que Jesús ha sido glorificado, pero Él se deja ver y palpar, a fin
de confirmar en la fe a sus discípulos. Sin embargo, bien sabemos la fe no depende y está más allá de las pruebas
sensibles.
Luego, sus discípulos son enviados por Él a continuar su misma misión. Y para que puedan cumplir dicha misión,
Jesús les comunica su Espíritu, confiriéndoles a la vez el poder de perdonar los pecados.
Apéndice (capítulo 21).
Probablemente este capítulo fue añadido posteriormente por algunos de sus discípulos. En él, se relata la pesca
milagrosa que es el último signo de Jesús resucitado. También, este Apéndice nos recuerda la triple profesión de
amor que Jesús le pidió a Pedro.
Prólogo:
Juan habla de Logos = Palabra, aunque también puede ser entendido como “Verbo”. Palabra, designa a Persona,
Dios Hijo. No lo aclara desde el comienzo, pero después si se hace evidente; revela a la persona en el versículo
14, y se esclarece mucho más en el versículo 18.
Versículo 14:
“…Y la palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Y nosotros hemos visto su gloria, la gloria que recibe del
Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad…”
Versículo 18:
“…Nadie ha visto jamás a Dios; el que lo ha revelado es el Hijo único, que es Dios y está en el seno del Padre”.
Al Logos lo designa en el texto como: Divino, Creador, Luz Verdadera (la luz como sinónimo de la verdad); se
denota que por medio del Hijo, Dios se hizo visible y “se encarnó”, y gracias a ello, es representable en
imágenes, y es por esto que es válido idolatrar y venerar esas imágenes.
San Juan también practica y aplica 7 frases con “YO SOY”.
Juan anticipa… “La Palabra se hizo carne”. Aquí, el término Palabra es de naturaleza divina, Persona = Hijo; en
cambio el término carne, remite a la naturaleza humana del Hijo.
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V) Jesucristo en las Cartas de San Pablo
Las llamadas “Cartas Paulinas” son las cartas que ha escrito San Pablo. Pablo, como profesión, era soldado. Fue
un gran Apóstol, un gran luchador, y se “convirtió” (ya que era soldado romano).
Tenía como misión perseguir a los cristianos. A el, se le aparece Jesús como una luz que lo cegó, y fue tal el
“enamoramiento” que este sintió por el Señor, que comenzó a seguirlo.
Fue viajando por muchos lugares, como Antioquia, Grecia, Roma, España y Asia Menor, por donde fue dejando
cartas, o hablándoles a las personas a través de ellas. (Vale agregar, a manera de información adicional, que
Lucas fue discípulo de Pablo). En el caso de los cristianos de Roma, eran una comunidad formada por “judíos
convertidos” en católicos, y paganos (gentiles) devenidos en católicos; Pablo consideraba que era necesaria una
línea teológica clara y profunda para permitir la convivencia de ambas secciones de la comunidad, en una Iglesia
de Cristo.
Las cartas, difieren unas de otras en su extensión y contenido, pero mantienen siempre la misma estructura:
Saludo Inicial, y Acción de Gracias. Pablo, en sus cartas, predica a Cristo como “el Salvador”, mediante su muerte
y posterior resurrección. El centro era siempre la Palabra de Jesucristo.
Las cartas Paulinas son:
Carta a los Romanos.
Considerando su misión en Oriente terminada, proyectó una nueva etapa en su obra de evangelización: llevar la
Buena Noticia a Occidente, desde Roma hasta España, donde todavía ese campo de actividad permanecía virgen.
Para preparar su visita, el Apóstol les escribió una carta a los cristianos de Roma; en ella, logra una síntesis
doctrinal, describe la universalidad del pecado y la obra redentora (“rescatista”) de Cristo. Además, trata temas
como la libertad cristiana, el Bautismo y la nueva Vida en el Espíritu. Por ello, y por los demás temas tratados,
esta carta tiene una excepcional importancia para el Cristianismo.
Primera carta a los Corintios.
Corinto era la ciudad más grande de Grecia. Su condición cosmopolita, la habían vuelto un lugar muy conocido
por la inmoralidad de sus costumbres. Igualmente, después de mas de 1 año de trabajo, Pablo logró establecer
una fervorosa comunidad, la cual apenas Pablo se alejó comenzó a confrontarse con los grupos defensores de
las costumbres paganas.
La llegada de predicadores emisarios de Pedro, agravó aún más la situación provocando la formación de bandos
rivales. Había confusión de costumbres, muchos caían en el libertinaje moral; había una escandalosa división
entre ricos y pobres y hasta algunos confundían el Evangelio con la sabiduría puramente humana, como también
negaban la resurrección de los muertos.
Por ello Pablo, escribe esta primera carta a los Corintios, para establecer el orden y responder consultas,
exponiendo varios temas doctrinales y de orden práctico. Esta carta muestra la vida de una comunidad y su
situación ante el paganismo.
Segunda carta a los Corintios.
Establecido momentáneamente el orden interno de la comunidad con el envío de la Primera Carta, poco
después se suceden nuevos eventos: predicadores judaizantes (que practican el Judaísmo) querían desautorizar
la persona y enseñanzas de Pablo. A causa de ello, Pablo hace un viaje fugaz a Corinto, donde los problemas no
se solucionan, lo que amerita la escritura de su Segunda Carta escrita en Éfeso, donde pablo reivindica su
condición de Apóstol y desmiente acusaciones.
Mas tarde Tito, su discípulo, le da buenas noticias sobre la situación en Corinto y Pablo, que se disponía a viajar
por tercera vez a la ciudad, envía una carta de reconciliación.
E su forma actual, esta llamada Segunda Carta a los Corintios, se encuentra una recopilación de varios escritos
de Pablo, provenientes del intercambio epistolar que mantuvo con la Iglesia de Corinto.
Carta a los Gálatas.
Esta carta dirigida a la comunidad de Galacia (comunidad del Asia Menor), es un espontáneo escrito de Pablo,
quién se enfrentar a predicadores cristianos venidos de Jerusalén: estos se consideraban respaldados por
Santiago, hermano del Señor, quien era una de las columnas de la Iglesia junto con Pedro y Juan. Sostenían, que
los fieles devenidos del paganismo debían someterse a la Ley de Moisés, practicar la circuncisión, para ser
verdaderos hijos de Abraham; en fin, eran judaizantes que no dejaban que la Iglesia se desvinculara del
Judaísmo.
Pablo en su carta, afirma la libertad del cristiano, llamado a recibir la salvación como un don de Dios que se
alcanza por la fe, y no por sometimiento a las exigencias de la Ley. Esta carta precede a la de los Romanos y trata
los mismos temas.
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Carta a los Efesios.
No contiene ninguna noticia esta carta, ni parece responder a peligros concretos; por tanto, se cree que fue
escrita por Pablo (o por algún discípulo de él), en forma de encíclica y luego, más tarde, se señala a la Iglesia de
Éfeso como destinataria.
Carta a los Filipenses.
Pablo cae preso en ciudad de Éfeso, probablemente, y cuando los cristianos de la Iglesia de Filipo se enteran de
ello, envían un subsidio para ayudarlo. Pablo, en agradecimiento les envía una carta escrita particularmente en
tono familiar e íntimo.
Carta a los Colosenses.
Escrito dirigido a la ciudad de Colosas (Asia Menor), donde se destaca la supremacía absoluta de Cristo sobre
todas as cosas, y en particular, sobre las jerarquías angélicas. Allí, grupos profetizaban una filosofía errónea, que
Pablo en esta carta combate.
Primera carta a los Tesalonicenses.
Escrita a los paganos convertidos en cristianos, habitantes de Tesalónica, esta era una comunidad que quedó
tras la abrupta partida de Pablo, con insuficiente información religiosa. Entonces el Apóstol, les envía esta carta
aclarando dudas y exhortándolos a vivir la vida de Cristo.
Segunda carta a los Tesalonicenses.
Como la primer carta no produjo todos los efectos deseados, Pablo insiste enviando una segunda carta donde
hace nuevamente hincapié en la Venida del Señor al fin de los tiempos, pero esta vez centrándose más en los
signos de deben precederla.
Primera carta a Timoteo.
Carta Pastoral, dirigida a uno de sus colaboradores (el otro es Tito); cambia la forma literaria de ellas, lo que
supone la autoría de algún otro colaborador y no del mismísimo Pablo. La carta contiene recomendaciones
prácticas para la conservación y transmisión de la tradición apostólica, e inculca a su discípulo la necesidad de
combatir aquellos que enseñan doctrinas extrañas.
Segunda carta a Timoteo.
Preso Pablo por segunda vez, poco antes de su martirio, le dirige esta carta a su hijo muy querido, donde insiste
en mantener intacta la doctrina verdadera. Con tono íntimo, y a manera de despedida, Pablo envía esta carta
mientras aguarda su momento final.
Carta a Tito.
Luego de evangelizar la Isla de Creta, Pablo envía esta carta a su discípulo con el fin de aclarar temas pastorales,
mientras le recuerda su responsabilidad como comunicador de la enseñanza recibida.
Carta a Filemón (breve nota a Filemón).
Dirigida a un rico ciudadano de la ciudad de Colosas, Pablo envía esta nota junto con el esclavo fugitivo Enésimo,
pronunciando una condena implícita a favor de la libertad, y recordándole que este ser humano no debe ser
tratado como esclavo, sino como un hermano querido.
Carta a los Hebreos.
Con la fe de los destinatarios en peligro, Pablo les envía esta carta (con aspecto de sermón litúrgico) para
exhortar a los cristianos a seguir el camino que conduce de este mundo perecedero al mundo celestial,
presentándoles a Jesucristo como el Sumo Sacerdote; los destinatarios de este escrito, son cristianos
provenientes del Judaísmo.
Solamente la carta a los Romanos y a los Efesios intentan presentar de manera más semántica una síntesis
doctrinal; pues si bien son cartas, pocas veces tratan temas de interés para unos pocos, más bien, están dirigidas
a la comunidad toda (por el contrario, el escrito al amigo de Pablo, Filemón, constituye una excepción a esta
regla).
Es la presencia de Dios entre nosotros, esta presencia esta iniciada en la tierra con nuestro bautismo.
Cuando Jesús habla del Reinado de Dios… se refiere en primer lugar, como los profetas y los salmistas a una
intervención personal, todopoderosa, y absolutamente gratuita de Dios, que por su hijo se afirma como el Señor,
cambia el rumbo de la Historia, hace prevalecer su voluntad en todo el género humano y destruye el imperio de
Satán.
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El establecimiento de la soberanía divina en el mundo será fruto de una intervención divina del cielo, creadora
en cierto modo; este acontecimiento creador, aparece en un gran número de palabras (el grano de mostaza).
El Reino de Dios e Iglesia: Dios ejerce su dominio, no en el mundo en general, sino su pueblo elegido (la Iglesia),
al que se unirán todos los demás pueblos. El Señor Jesús dio comienzo a su Iglesia por la predicación de la Buena
Nueva, esto es, del advenimiento del Reino prometido desde siglos en las Escrituras. Este Reino brilla ante los
hombres en la palabra, las obras, y la presencia de Cristo. El Reino se identifica con Cristo, el inaugura y le da
forma a la Iglesia que está al servicio del Reino ya que ve más allá.
El Reino de Dios: La salvación consiste en creer y acoger el misterio del Padre y de su amor, que se manifiesta y
se da en Jesús mediante el espíritu. Así se cumple el Reino de Dios.
Cristo hace presente el Reino: Jesús lleva al cumplimiento al plan de Dios. La proclamación y la instauración del
Reino son el objeto de su misión; pero hay algo más, pues Jesús en persona es la Buena Nueva, hay plena
identidad entre mensaje y mensajero. En sí, proclama la Buena Nueva no sólo con lo que dice y hace, sino
también con lo que es.
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La entrada en el Reino se hace presente mediante la Fe y la conversión, y no por la mera pertenencia étnica.
Jesús nos revela este Dios que Él mismo llama amorosamente Abba, es un Padre lleno de compasión que
perdona y concede las gracias perdidas gratuitamente. Por ello, concluimos en que realmente Dios es amor.
Características y exigencias del Reino: Jesús revela progresivamente las características y exigencias del Reino
mediante sus palabras, sus obras y su misma persona. Él invita a todos los hombres a entrar al Reino de Dios. El
Reino pertenece, ya aquí en la Tierra, a quienes lo acogen con corazón humilde. A ellos le son revelados los
misterios del Reino de Dios. Jesús acompaña con signos y milagros para atestiguar que el Reino está presente en
Él.
El Reino, alcanza a la persona humana en su dimensión tanto física como espiritual, y tiende a transformar las
relaciones humanas a medida que aprenden los hombres a amarse, perdonarse y servirse mutuamente. Jesús
centra toda su misión en el mandamiento del amor, para que se amen los unos a los otros como Él nos amo a
nosotros.
En resumen, el Reino de Dios es la manifestación y la realización de su designio de salvación en toda su plenitud.
En el Resucitado llega a su cumplimiento y es proclamado el Reino de Dios: Al resucitar Jesús de entre los
muertos, Dios ha vencido a la muerte y en Él ha inaugurado definitivamente su Reino. La resurrección confiere
un alcance universal al mensaje de Cristo, a su acción y a toda su misión.
El Reino con relación a Cristo y a la Iglesia: El Reino de Dios no es de este mundo, no es de aquí. No debe
reducirse este Reino, a un “reino del hombre” amputando sus dimensiones profundas y mirando hacia un
progreso terreno. Ahora bien, no es ese el Reino de Dios que conocemos por Cristo, pues aquel no puede ser
separado de la Iglesia, dado que tiene la misión de anunciarlo e instalarlo en todos los pueblos. El Reino de Dios
es ante todo una persona que tiene el rostro y el nombre de Jesús de Nazaret, imagen del Dios invisible.
Cristo ha dotado a la Iglesia, su cuerpo, de la plenitud de los bienes y medios de salvación, el Espíritu Santo mora
en ella, la vivifica con sus dones y carismas, la santifica, la guía y la renueva sin cesar. La Iglesia no es un fin para
sí misma, sino fervientemente solicita ser toda de Cristo, en Cristo y para Cristo, y toda igualmente de los
hombres, entre los hombre y para los hombres.
La Iglesia al servicio del Reino: Lo está ante todo mediante el anuncio que llama a la conversión. La Iglesia sirve al
Reino, fundando comunidades e instituyendo Iglesias particulares, con el servicio a la sociedad por la
comprensión y estima de las instituciones humanas. También sirve, difundiendo en el mundo los valores
evangélicos (expresión de ese Reino).
La Iglesia es signo, y a la vez, promotora de los valores evangélicos entre los hombres y sirve con su intersección,
al ser éste por su naturaleza don y obra de Dios.
La exigencia de conversión: Fundamental exigencia de Jesús; debe ser de corazón, e implica una actitud total del
hombre, una conducta religiosa, un arrepentimiento, penitencia, y una respuesta al llamado de Dios.
Jesús llama a la conversión porque en Él se hace presente la misericordia ilimitada de Dios y Él mismo trae el
perdón. Es sólo posible cuando el hombre se considera a sí mismo pequeño e insignificante, como un niño, pues
Dios exalta a los humildes. Una conversión a medias, no es conversión: Jesús exige una conversión radical.
La exigencia de la Fe: Significa creer en el mensaje del Reino que nos trae Jesús, aceptando todo lo que este
Reino simboliza personalmente para el hombre. La Fe auténtica, unida con el amor de Jesús, obliga al
cumplimiento de sus preceptos. El significado moral de la Fe implica la exigencia de conversión, el requerimiento
a la obediencia al Hijo de Dios y a la aceptación de su mensaje.
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La llamada al seguimiento: Jesús los llama a ser sus discípulos y a compartir la vida con Él. Las exigencias para
seguir a Jesús son: el Sermón de la montaña y el mandamiento del Señor. De todos se exige el seguimiento a
Cristo, pero de modo diferente, según la vocación individual.
El Sermón de la Montaña: Para el judío piadoso el problema capital era cómo conseguir la justicia a los ojos de
Dios; la respuesta del rabinismo era, “acumula por medio del cumplimiento de los mandamientos y por las
buenas obras, un número suficiente para contrapesar tus culpas”, con el objetivo de salir airoso de su Juicio.
Pero en realidad, lo que interesa es la plena obediencia a la voluntad divina, la meta es la justicia. Para Jesús lo
decisivo en la acción moral es la actitud interior, el centro de la personalidad moral es el corazón, pero no se
desvaloriza de modo alguno la acción exterior, más bien, lo exige Jesús como fruto de la acción interior.
Jesús, quería liberar a los hombres de los innumerables preceptos que rodeaban a la Ley de Moisés, pero no
quería en modo alguno que se viva una vida entregada a la arbitrariedad, se debe tener una absoluta obediencia
a la santa voluntad de Dios.
Sus exigencias no son sólo de actitud interior, sino que quiere que sean preceptos para ponerlos en práctica.
El Mandamiento fundamental del Amor: Es el precepto fundamental de la moral cristiana. Jesús ha señalado un
amplio campo al ejercicio del amor a Dios. El amor a Dios obliga a perdonar al hermano. Así en Marcos se nos
presenta como “un Doctor de la Ley”, que reconoce la prioridad del amor sobre el culto exterior. En Lucas se
complementa con el relato del buen samaritano: la situación es un contexto práctico, qué hacer para alcanzar la
vida eterna.
Señalamos, de lo antes dicho, una indisoluble conexión interna entre los preceptos (el amor a Dios, y el amor al
prójimo), como también la reducción de toda ley a este precepto fundamental. Para Jesús el amor a Dios es la
obediencia y servicios.
Vale aclarar, que tampoco podemos reducir el amor de Dios al mero ejercicio del amor al prójimo, pues el amor
exige a todo el hombre. El amor a Dios no es modo alguno una actitud de debilidad; más bien, debe engendrar
fortaleza y valor para la confesión intrépida y el martirio (dar la vida).
Sobre el amor a Dios, se edifica el amor al prójimo; el amor a Dios fundamenta, precisamente, el precepto
también esencial de perdonar sin reservas y con toda sinceridad al humano hermano. Pero no podemos
expresar este amor para “ejercitar la religiosidad”, o conseguir una recompensa en los cielos; debe ser de forma
desinteresada.
Debemos extender este amor al prójimo, también hacia el enemigo, pues debemos atender al comportamiento
de Dios mismo que hace brillar el sol para buenos y malos.
Este precepto, como vemos, aporta tanto a la religión como a la moral (toda) un peculiar enriquecimiento.
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Es el momento de plenitud, el inicio. Nosotros vivimos en esa plenitud, y culminará con la segunda venida de
Jesús, y éste es su mensaje Escatológico.
La Fuente del concepto de Encarnación, la hallamos en la afirmación de Juan “Y la Palabra se hizo carne, y habitó
entre nosotros, y nosotros hemos visto su gloria, la gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y
verdad”. Dios se hizo carne para salvar a la Humanidad, para manifestarnos el amor que Dios nos tiene; para ser
nuestro modelo (entiéndase, humanamente hablando), y en cuanto tal, debe ser imitado por sus discípulos para
hacernos partícipes de la naturaleza divina (según San Pedro).
Cuando se cumplió el tiempo establecido Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer y sujeto a la Ley para redimir
a los que estaban sometidos a la Ley y hacernos Hijos adoptivos
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La Recapitulación: muestra la obediencia de Jesús hacia María, José, y hacia su Padre. La obediencia de Jesús en
lo cotidiano, inaugura la obra de restauración de lo que la desobediencia de Adán había destruido.
El hallazgo de Jesús en el Templo es el único suceso que rompe el silencio de los Evangelios sobre los años
ocultos de Jesús; de este suceso en adelante nada se sabe de la vida de Jesús hasta el Bautismo de éste,
momento en el que Jesús tenía aproximadamente 30 años.
IV) El Bautismo
El Bautismo de Cristo en las orillas del Jordán, manifestación de la santísima Trinidad (“Teofanía”), que también
se da en la transfiguración.
El comienzo de la vida pública de Jesús es su bautismo por Juan en el Jordán. Juan proclamaba un bautismo de
conversión para el perdón de los pecados. Una multitud de pecadores, publicanos y soldados, fariseos y
saduceos y prostitutas viene a hacerse bautizar por él. Entonces aparece Jesús, el Bautista duda, pero Jesús
insiste y recibe el bautismo. Entonces el Espíritu Santo, en forma de paloma, viene sobre Jesús, y la voz del cielo
proclama que Él es mi Hijo amado. Es la Epifanía (manifestación) de Jesús como Mesías de Israel e Hijo de Dios.
Por el bautismo, el cristiano se asimila sacramentalmente a Jesús que anticipa en su bautismo su muerte y su
resurrección: debe entrar en este misterio de rebajamiento humilde y de arrepentimiento, descender al agua
con Jesús, para subir con él, renacer del agua y del Espíritu para convertirse, en el Hijo, en hijo amado
del Padre y vivir una vida nueva: Enterrémonos con Cristo por el Bautismo, para resucitar con él; descendamos
con él para ser ascendidos con él; ascendamos con él para ser glorificados con él.
Todo lo que aconteció en Cristo nos enseña que después del baño de agua, el Espíritu Santo desciende sobre
nosotros desde lo alto del cielo y que, adoptados por la Voz del Padre, llegamos a ser hijos de Dios.
Conversión interior para sí, para luego poder escuchar a quién realmente nos iba a Bautizar con el Espíritu Santo.
Jesús va a ser el ciervo doliente, aquel que no venía a ser servido, sino por el contrario, venía a servir.
En el Bautismo aparece y se ve reflejada la Santísima Trinidad (Padre, Hijo y Espíritu Santo).
Los rasgos en el Bautismo, se ven:
La Revelación: Este es mi Hijo amado.
La Redención: A partir del momento del Bautismo, comienza su vida pública, y su camino hacia la Cruz para la
salvación.
La Recapitulación: La obediencia.
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VI) La Transfiguración
A partir del día en que Pedro confesó que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios vivo, el Maestro comenzó a mostrar
a sus discípulos que él debía ir a Jerusalén, y sufrir... y ser condenado a muerte y resucitar al tercer día: Pedro
rechazó este anuncio, los otros no lo comprendieron mejor. En este contexto se sitúa el episodio misterioso de la
Transfiguración de Jesús, sobre una montaña, ante tres testigos elegidos por él: Pedro, Santiago y Juan. El rostro
y los vestidos de Jesús se pusieron fulgurantes como la luz, Moisés y Elías aparecieron y le hablaban de su
partida, que estaba para cumplirse en Jerusalén. Una nube les cubrió y se oyó una voz desde el cielo que decía:
“Este es mi Hijo, mi elegido; escuchadle”.
Por un instante, Jesús muestra su gloria divina, confirmando así la confesión de Pedro. Muestra también que
para entrar en su gloria, es necesario pasar por la Cruz en Jerusalén. Moisés y Elías habían visto la gloria de Dios
en la Montaña; la Ley y los profetas habían anunciado los sufrimientos del Mesías. a Pasión de Jesús es la
voluntad por excelencia del Padre: el Hijo actúa como siervo de Dios. La nube indica la presencia del Espíritu
Santo: Apareció toda la Trinidad: el Padre en la voz, el Hijo en el hombre, el Espíritu en la nube luminosa (Santo
Tomás de A.). Tú te has transfigurado en la montaña, y, en la medida en que ellos eran capaces, tus discípulos
han contemplado tu Gloria, oh! Cristo Dios, a fin de que cuando te vieran crucificado comprendiesen que tu
Pasión era voluntaria y anunciasen al mundo que Tú eres verdaderamente la irradiación del Padre.
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abandono, y amor del Dios Hijo que por amor se identifica con nosotros pecadores, cumpliendo con libre
obediencia en todo esto la voluntad del Padre.
Por último, la Resurrección de Cristo, y el propio Cristo resucitado, es principio y fuente de nuestra resurrección
futura: Cristo resucitó de entre los muertos como primicia de los que durmieron... del mismo modo que en Adán
mueren todos, así también todos revivirán en Cristo. En la espera de que esto se realice, Cristo resucitado vive
en el corazón de sus fieles. En El los cristianos saborean los prodigios del mundo futuro y su vida es arrastrada
por Cristo al seno de la vida divina para que ya no vivan para sí los que viven, sino para aquel que murió y
resucitó por ellos.
Siglo II. “Docetismo”. Se desarrolla en cristianos procedentes de la cultura griega. Tienen influencias del
Agnosticismo (sectas que sobre valoraban el tema del conocimiento) y el Dualismo; Para ellos, Jesús es hombre
en apariencia, y no entero. Van en contra de la parte humana de Jesús, pues como era considerado “ el cuerpo
como algo malo y el alma lo bueno” (Dualismo), entonces sostenían, Dios no podía enviar a su Hijo como
hombre; en carne y hueso.
Esta corriente, en cambio, niega la naturaleza humana de Jesús.
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Siglo III. “Pablo de Samosata (Herejía Adopcionista)”. Para él, la palabra griega “ousía” = persona. Había
errores de terminología, pues en realidad, el significado de ousía era sustancia, esencia, significados diferentes
del de persona, por lo que se oponía al Concilio de Antioquia (268), motivo por el cual excomulgado. Aún más,
aseguraba que “María no era la madre del Verbo”, Dios hecho hombre, lo cual ayudó a la decisión del Concilio.
Siglo IV. “Arrió”. Negó la consustancialidad del Hijo con el Padre. Sigue la idea del Adopcionismo. Ven al
verbo por un lado, que se une a la carne; y se entiende a esa unión como la del cuerpo con el alma. A este le
contesta el Concilio de Nicea (325 DC), afirmando que Jesús es de la misma sustancia de Dios engendrado, no
hecho.
Siglo IV. “Apolinar de la Odisea”. Busca establecer la unicidad de Phycis (naturaleza) en Jesús. El error en
el que incurren, es que se debe hablar de de Jesús como 2 naturalezas diferentes, la divina y la humana.
Sostienen que “Verbo + Carne” es como en el hombre es, “Alma + Cuerpo”. Lo plantean como lo hizo Aristóteles,
como una “Unión Sustancial”. El error está en que este pensamiento es inaplicable a Cristo, pues en el “Alma +
Cuerpo” se unen dos co-principios, mientras que en Cristo se unen “Verbo + Carne” que son dos naturalezas
completas en sí; por lo tanto, se llega a la conclusión que no es aplicable el pensamiento aristotélico.
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El Concilio proclamó: un solo y mismo Hijo perfecto, en la divinidad y perfecto en la humanidad,
verdaderamente hombre de alma racional y de cuerpo, consustancial con el Padre en cuanto a la humanidad,
semejante en todo a nosotros –menos en el pecado-. Engendrado del Padre, en cuanto divinidad, y de la Virgen
Maria en cuanto a la humanidad. Uno sólo y el mismo Hijo Cristo Señor. Unigénito, de dos naturalezas, no
dividido en dos palabras sino un y sólo el mismo Hijo.
Esto es la UNIÓN HIPOSTATICA. Es la unión de las dos naturalezas en Cristo, reconociéndolo como hombre y
como Dios.
Jesús es Persona divina porque tiene inteligencia y alma divina, lo cual podemos comprobar por ejemplo con los
milagros que realizó y es así perfecto; pero también es perfecto en la naturaleza humana ya que tiene
conocimiento y alma racional, lo cual podemos comprobar con el sufrimiento en la cruz por ejemplo. Pero no es
persona humana, ya que no tiene pecado.
Por lo tanto decimos que Cristo tiene naturaleza divina y por consiguiente ES persona divina. Sin embargo tiene
naturaleza humana pero NO es persona humana. El Verbo asume una naturaleza humana pero la persona
humana y divina no se mezclan.
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Sin embargo, esta nueva presencia divina ya no es “sensible”, como lo es Jesús, sino de orden “espiritual”. Es
Espíritu Santo aún siendo otro distinto de Jesús, lleva la presencia de Jesús a su perfección.
Juan 20, 19-23
El soplo dado por Jesús, es símbolo del Espíritu Santo. En el discurso Pascual de despedida se llega, si se quiere,
al culmen de la revelación trinitaria. Al mismo tiempo, nos encontramos con las palabras que serán el gran
mandato misional dirigido a los Apóstoles. Es el mensaje probatorio de la divinidad del Espíritu Santo, que
intercede para que los Apóstoles perdonen los pecados. Como se ve, también se instaura, de alguna manera, la
confesión y el perdón de los pecados.
El Espíritu Santo es amor personal como Espíritu del Padre y del Hijo. Es persona-amor.
Es fundamentalmente, en este texto de Juan, donde queda expresada con toda claridad la divinidad del Espíritu
Santo, puesto que se le atribuye el “perdón de los pecados”, actividad exclusivamente divina.
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La unción. El simbolismo de la unción con el óleo es también significativo del Espíritu Santo, hasta el
punto de que se ha convertido en sinónimo suyo. En la iniciación cristiana es el signo sacramental de la
Confirmación, llamada justamente en las Iglesias de Oriente “Crismación”. Pero para captar toda la fuerza que
tiene, es necesario volver a la Unción primera realizada por el Espíritu Santo: la de Jesús. Cristo [Mesías en
hebreo] significa Ungido del Espíritu de Dios. Jesús es el Ungido de Dios de una manera única: la humanidad que
el Hijo asume está totalmente ungida por el Espíritu Santo. Jesús es constituido Cristo por el Espíritu Santo. Es
él, en fin, quien resucita a Jesús de entre los muertos. Por tanto, constituido plenamente Cristo en su
Humanidad victoriosa de la muerte, Jesús distribuye profusamente el Espíritu Santo hasta que los santos
constituyan, en su unión con la Humanidad del Hijo de Dios, ese Hombre perfecto... que realiza la plenitud de
Cristo: el Cristo total, según la expresión de San Agustín.
El fuego. Mientras que el agua significaba el nacimiento y la fecundidad de la Vida dada en el Espíritu
Santo, el fuego simboliza la energía transformadora de los actos del Espíritu Santo. Juan Bautista, que precede al
Señor con el espíritu y el poder de Elías, anuncia a Cristo como el que bautizará en el Espíritu Santo y el fuego ,
Espíritu del cual Jesús dirá: “He venido a traer fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviese
encendido!”. Bajo la forma de lenguas como de fuego, el Espíritu Santo se posó sobre los discípulos la mañana
de Pentecostés y los llenó de él. La tradición espiritual conservará este simbolismo del fuego como uno de los
más expresivos de la acción del Espíritu Santo.
La nube y la luz. Estos dos símbolos son inseparables en las manifestaciones del Espíritu Santo. Pues
bien, estas figuras son cumplidas por Cristo en el Espíritu Santo. El es quien desciende sobre la Virgen María y la
cubre con su sombra para que ella conciba y dé a luz a Jesús. En la montaña de la Transfiguración es El quien
vino en una nube y cubrió con su sombra a Jesús, a Moisés y a Elías, a Pedro, Santiago y Juan, y se oyó una voz
desde la nube que decía: “Este es mi Hijo, mi Elegido, escuchadle”. Es, finalmente, la misma nube la que ocultó a
Jesús a los ojos de los discípulos el día de la Ascensión, y la que lo revelará como Hijo del hombre en su Gloria el
Día de su Advenimiento.
El sello es un símbolo cercano al de la unción. En efecto, es Cristo a quien Dios ha marcado con su sello y
el Padre nos marca también en él con su sello. Como la imagen del sello indica el carácter indeleble de la Unción
del Espíritu Santo en los sacramentos del Bautismo, de la Confirmación y del Orden, esta imagen se ha utilizado
en ciertas tradiciones teológicas para expresar el carácter imborrable impreso por estos tres sacramentos, los
cuales no pueden ser reiterados.
La mano. Imponiendo las manos Jesús cura a los enfermos y bendice a los niños. En su Nombre, los
apóstoles harán lo mismo. Más aún, mediante la imposición de manos de los apóstoles, el Espíritu Santo nos es
dado.
El dedo. Por el dedo de Dios expulso yo [Jesús] los demonios. Si la Ley de Dios ha sido escrita en tablas
de piedra por el dedo de Dios, la carta de Cristo entregada a los apóstoles está escrita no con tinta, sino con el
Espíritu de Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en las tablas de carne del corazón. El himno Veni Creator
invoca al Espíritu Santo como “dedo de la diestra del Padre”.
La paloma. Al final del diluvio (cuyo simbolismo se refiere al Bautismo), la paloma soltada por Noé
vuelve con una rama tierna de olivo en el pico, signo de que la tierra es habitable de nuevo. Cuando Cristo sale
del agua de su bautismo, el Espíritu Santo, en forma de paloma, baja y se posa sobre él. El Espíritu desciende y
reposa en el corazón purificado de los bautizados. El símbolo de la paloma para sugerir al Espíritu Santo es
tradicional en la iconografía cristiana.
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En las Teofanías y en la Ley; Las Teofanías [manifestaciones de Dios] iluminan el camino de la Promesa, desde los
Patriarcas a Moisés y desde Josué hasta las visiones que inauguran la misión de los grandes profetas. La tradición
cristiana siempre ha reconocido que, en estas Teofanías, el Verbo de Dios se dejaba ver y oír, a la vez revelado y
cubierto por la nube del Espíritu Santo.
En el Reino y en exilio; el Reino es objeto de la promesa hecha David, será obra del Espíritu. El olvido de la Ley y
la infidelidad a la Alianza llevan a la muerte. El exilio, aparente fracaso de las promesas es en realidad fidelidad,
comienzo de una restauración prometida pero según el Espíritu.
Juan, precurso, profeta y bautista; en él se culmina la obra de preparar al Señor un pueblo bien dispuesto.
Alégrate llena de gracia, en María el Padre encuentra la morada en donde su Hijo y su Espíritu, pueden habitar
entre los hombres.
El Espíritu, prepara a María con su gracia, concebida sin pecado, por pura gracia como la más humilde de todas
las criaturas.
El Espíritu; realiza el designio benevolente del Padre. La Virgen concibe y da a luz al Hijo de Dios, y por medio del
Espíritu Santo. Su virginidad se convierte en fecundidad única, por medio del Espíritu y de la Fe.
El Espíritu Santo comienza a poner en comunión con Cristo a los hombres.
Cristo Jesús; toda la misión del Hijo y del Espíritu se resumen en que el Hijo es el ungido del Padre desde su
encarnación. Jesús no revela el Espíritu, sino hasta su glorificación.
Pentecostés; El día de Pentecostés (al término de las siete semanas pascuales), la Pascua de Cristo se consuma
con la efusión del Espíritu Santo que se manifiesta, da y comunica como Persona divina: desde su plenitud,
Cristo, el Señor, derrama profusamente el Espíritu.
En este día se revela plenamente la Santísima Trinidad. Desde ese día el Reino anunciado por Cristo está abierto
a todos los que creen en El: en la humildad de la carne y en la fe, participan ya en la Comunión de la Santísima
Trinidad. Con su venida, que no cesa, el Espíritu Santo hace entrar al mundo en los últimos tiempos, el tiempo
de la Iglesia, el Reino ya heredado, pero todavía no consumado: Hemos visto la verdadera Luz, hemos recibido el
Espíritu celestial, hemos encontrado la verdadera fe: adoramos la Trinidad indivisible porque ella nos ha salvado
(Liturgia bizantina, Tropario de Vísperas de Pentecostés; empleado también en las liturgias eucarísticas después
de la comunión).
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catastróficas, para sí mismo, la condición humana y la obra de Dios. Por esto, el hombre que fue creado para la
inmortalidad, ahora está sujeto a perecer.
Además en este segundo relato, se incluye el capítulo 3 del Pecado Original, que es un acontecimiento que
sucedió y llevó al hombre a la condición en la que se encuentra hoy; no se pretende allí agotar el tema de
creación, pero sí aporta una interesante postura para darle un sentido al mal en la obra de Dios. Aquí se hace
presente el Proto Evangelio, en el que se va anunciando la salvación.
Se produce un cambio en el nombre de Dios: en el primer relato Dios tiene el nombre de Elohim, mientras que
en el segundo lleva el nombre de Yave Elohim.
Génesis 1 es acusadamente doctrinal, caracterizado por una notable dimensión teológica profunda. Dios crea de
la nada y se hace evidente que no está sólo, ya que podemos apreciar la presencia del Espíritu Santo. Génesis 2,
en cambio, narra cálidamente, es más cercano a las cosas, tiene una forma narrativa más antigua, completada y
profundizada posteriormente por medio del capítulo 1.
Comparando ambos relatos, llama en seguida la atención que no son acordes en su forma de exposición; no es
que el primer relato se limita a rellenar las lagunas dejadas por el segundo, sino que cada uno de los relatos
sigue su propio camino. Ambas exposiciones tienen impronta individual tan propia que no puede establecerse
entre ellos una concordancia, se trata de 2 formas distintas de relatos en cuanto a su estructura fundamental y
en cuanto a su desarrollo.
Esta oposición se observa sobre todo en la cosmovisión referente a la situación del hombre en el conjunto de las
criaturas.
Para valorar este hecho es necesario acercarse a esos hechos con una adecuada comprensión de la inspiración.
Intervienen los hagiógrafos. Estos son empleados de Dios como escritores que piensan y escriben como
hombres.
Para entender los 2 relatos de la creación hay que tener en cuenta otro dato importante: que Dios, en su
colaboración, procede sobriamente. Dios no hace nada que el hombre, causa segunda, pueda hacer por sí
mismo. Dios no da nada que sólo sirva para satisfacer la curiosidad humana. Los hagiógrafos usaron su
cosmovisión propia para dar expresión a las afirmaciones reveladas sobre el hecho de la creación.
Podemos atribuir la obra de la creación a toda la Santísima Trinidad, ya que se hace evidente que desde los
primeros tiempos Dios no se encontraba sólo. San Juan en su prólogo decía que las cosas fueron hechas por
medio de la palabra, o sea, su Hijo.
Entonces, toda la obra de la creación, y el mundo, ha sido creado para dar gloria a Dios y para que el hombre lo
alabe hasta llegar así a un completo estado de felicidad y por último llegue a la visión beatífica (ver a Dios cara a
cara). Esto es así, porque desde los inicios y desde que caímos en el pecado original se pierde el estado de gracia.
Dios trasciende a toda la creación porque es eterno, conduce a la creación hasta el final de los tiempos (designo
de divina providencia), que son los caminos de Dios para conducir al hombre hasta la perfección de la creación
(providencia divina, es Dios proveerá, lo conseguiré).
A ambos relatos, los exegetas (especialistas) los llaman “Profecía Retrospectiva” (parte de la realidad y se
proyecta al origen, para explicar desde allí el hoy) y “Etiología Histórica” (estudia la teoría de las causas,
primeramente Aristotélica).
Hasta Génesis 2, son “Profecías Retrospectivas” (relatos simbólicos Bíblicos). En el capítulo 12, encontramos a
Abraham y pasamos al ámbito histórico; comienza la vocación de Abraham. Aquí ya son relatos históricos, reales
que sucedieron realmente, y son contados como fueron. Los otros fueron relatos metafóricos, para explicar
cosas de las que no se tienen toda la certeza. En cambio aquí, Abraham sí existió, vivió realmente.
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en él su consistencia". La fe de la Iglesia afirma también la acción creadora del Espíritu Santo: él es el "dador de
vida", "el Espíritu Creador", la "Fuente de todo bien".
La acción creadora del Hijo y del Espíritu, insinuada en el Antiguo Testamento, revelada en la Nueva Alianza,
inseparablemente una con la del Padre, es claramente afirmada por la regla de fe de la Iglesia: "Sólo existe un
Dios...: es el Padre, es Dios, es el Creador, es el Autor, es el Ordenador. Ha hecho todas las cosas por sí mismo, es
decir, por su Verbo y por su Sabiduría", "por el Hijo y el Espíritu", que son como "sus manos". La creación es la
obra común de la Santísima Trinidad.
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Reconocer esta dependencia completa con respecto al Creador es fuente de sabiduría y de libertad, de gozo y de
confianza.
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Así, con el tiempo, se puede descubrir que Dios, en su providencia todopoderosa, puede sacar un bien de las
consecuencias de un mal, incluso moral, causado por sus criaturas: Del mayor mal moral que ha sido cometido
jamás, el rechazo y la muerte del Hijo de Dios, causado por los pecados de todos los hombres, Dios, por la
superabundancia de su gracia, sacó el mayor de los bienes: la glorificación de Cristo y nuestra Redención. Sin
embargo, no por esto el mal se convierte en un bien.
Creemos firmemente que Dios es el Señor del mundo y de la historia. Pero los caminos de su providencia nos son
con frecuencia desconocidos. Sólo al final, cuando tenga fin nuestro conocimiento parcial, cuando veamos a Dios
"cara a cara", nos serán plenamente conocidos los caminos por los cuales, incluso a través de los dramas del mal
y del pecado, Dios habrá conducido su creación hasta el reposo de ese Sabbat definitivo, en vista del cual creó el
cielo y la tierra.
V) Los Ángeles
La existencia de seres espirituales, no corporales, que la Sagrada Escritura llama habitualmente ángeles, es una
verdad de fe. E1 testimonio de la Escritura es tan claro como la unanimidad de la Tradición.
De los ángeles, San Agustín dice: "El nombre de ángel indica su oficio, no su naturaleza. Si preguntas por su
naturaleza, te diré que es un espíritu; si preguntas por lo que hace, te diré que es un ángel". Con todo su ser, los
ángeles son servidores y mensajeros de Dios.
En tanto que criaturas puramente espirituales, tienen inteligencia y voluntad: son criaturas personales e
inmortales. Superan en perfección a todas las criaturas visibles. El resplandor de su gloria da testimonio de ello.
Cristo "con todos sus ángeles"
Cristo es el centro del mundo de los ángeles. Los ángeles le pertenecen: Le pertenecen porque fueron creados
por y para El: "Porque en él fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra, las visibles y las invisibles,
los Tronos, las Dominaciones, los Principados, las Potestades: todo fue creado por él y para él". Le pertenecen
más aún porque los ha hecho mensajeros de su designio de salvación. Desde la creación, donde los ángeles son
llamados "hijos de Dios", y a lo largo de toda la historia de la salvación, los encontramos, anunciando de lejos o
de cerca, esa salvación y sirviendo al designio divino de su realización: cierran el paraíso terrenal, la ley es
comunicada por su ministerio, conducen el pueblo de Dios, anuncian nacimientos y vocaciones, asisten a los
profetas, por no citar más que algunos ejemplos. Finalmente, el ángel Gabriel anuncia el nacimiento del
Precursor y el de Jesús.
De la Encarnación a la Ascensión, la vida del Verbo encarnado está rodeada de la adoración y del servicio de los
ángeles. Cuando Dios introduce "a su Primogénito en el mundo, dice: 'adórenle todos los ángeles de Dios". Su
cántico de alabanza en el nacimiento de Cristo no ha cesado de resonar en la alabanza de la Iglesia: "Gloria a
Dios...". Protegen la infancia de Jesús, sirven a Jesús en el desierto, lo reconfortan en la agonía, cuando E1 habría
podido ser salvado por ellos de la mano de sus enemigos como en otro tiempo Israel. Son también los ángeles
quienes "evangelizan" anunciando la Buena Nueva de la Encarnación, y de la Resurrección de Cristo. Con ocasión
de la segunda venida de Cristo, anunciada por los ángeles, éstos estarán presentes al servicio del juicio del
Señor.
Su condición de creatura se ve en el relato en que Dios le dice al hombre que no coma del árbol del
conocimiento del bien y del mal (la famosa “manzana”). Adán y Eva transgreden esos límites impuestos por Dios,
queriendo ocupar su lugar, y terminaron sujetos a la mortalidad. Se le debe dar a Dios el lugar que merece, y no
querer ocuparlo el hombre, un lugar que no es propio de él.
Como imagen y semejanza, vemos las aspiraciones del hombre al bien (por ejemplo). También lo vemos en la
inteligencia, la razón, que se ve en la realidad espiritual del hombre, es decir, de donde deviene la razón. El bien,
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deviene de la voluntad (como facultad). La realidad espiritual (metafísico) está unido al cuerpo –entiéndase,
unidad sustancial, donde no se entiende al hombre “por separado”, sino como un todo-.
Lo que tenemos en común con Dios es la sexualidad, para la procreación (fin secundario) y como fin primero
para vivir un amor mutuo, por ello el hombre es creado hombre, y la mujer como mujer. La sexualidad es
sinónimo de amor (y no de placer), y Dios es todo amor. Porque Dios nos hizo hombre y mujer, y Él quiere que
nos amemos.
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Igualdad y diferencia queridas por Dios. El hombre y la mujer son creados, es decir, son queridos por Dios: por
una parte, en una perfecta igualdad en tanto que personas humanas, y por otra, en su ser respectivo de hombre
y de mujer. "Ser hombre", "ser mujer" es una realidad buena y querida por Dios: el hombre y la mujer tienen una
dignidad que nunca se pierde, que viene inmediatamente de Dios su creador. El hombre y la mujer son, con la
misma dignidad, "imagen de Dios". En su "ser-hombre" y su "ser-mujer" reflejan la sabiduría y la bondad del
Creador.
Dios no es, en modo alguno, a imagen del hombre. No es ni hombre ni mujer. Dios es espíritu puro, en el cual no
hay lugar para la diferencia de sexos.
Creados a la vez, el hombre y la mujer son queridos por Dios el uno para el otro. La Palabra de Dios nos lo hace
entender mediante diversos acentos del texto sagrado. "No es bueno que el hombre esté solo. Voy a hacerle una
ayuda adecuada". Ninguno de los animales es "ayuda adecuada" para el hombre. La mujer, que Dios "forma" de
la costilla del hombre y presenta a éste, despierta en él un grito de admiración, una exclamación de amor y de
comunión: "Esta vez sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne". El hombre descubre en la mujer como
un otro "yo", de la misma humanidad.
El hombre y la mujer están hechos "el uno para el otro": no que Dios los haya hecho "a medias" e "incompletos";
los ha creado para una comunión de personas, en la que cada uno puede ser "ayuda" para el otro porque son a
la vez iguales en cuanto personas ("hueso de mis huesos...") y complementarios en cuanto masculino y
femenino. En el matrimonio, Dios los une de manera que, formando "una sola carne", puedan transmitir la vida
humana. Al trasmitir a sus descendientes la vida humana, el hombre y la mujer, como esposos y padres,
cooperan de una manera única en la obra del Creador.
En el plan de Dios, el hombre y la mujer están llamados a "someter" la tierra, pero no debe ser un dominio
arbitrario y destructor. El hombre y la mujer son llamados a participar en la Providencia divina respecto a las
otras cosas creadas. De ahí su responsabilidad frente al mundo que Dios les ha confiado.
V) El hombre y la comunidad
Dios ha querido que los hombres constituyan una sola familia y se traten entre sí con espíritu de hermanos. El
amor de Dios y del prójimo es el primer y mayor mandamiento. El amor de Dios, no puede separarse del amor
del prójimo. El hombre no puede encontrar su propia plenitud, si no es en la entrega sincera de sí mismo a los
demás.
El desarrollo de la persona humana y el crecimiento de la propia sociedad están mutuamente condicionados. La
persona humana, por su misma naturaleza, tiene absoluta necesidad de la vida social. A través del trato con los
demás, de la reciprocidad de servicios, la vida social engrandece al hombre.
Las perturbaciones que tan frecuentemente agitan la realidad social proceden sobre todo, de la soberbia y el
egoísmo humano, que trastornan también el ambiente social. Todo grupo social debe tener en cuenta las
necesidades y las legítimas aspiraciones de los demás grupos. El orden social y su progresivo desarrollo deben
subordinarse al bien de la persona.
Cada uno, sin excepción de nadie, debe considerar al prójimo como otro yo.
Dios es el único juez y escrutador del corazón humano, por ello, nos prohíbe juzgar la culpabilidad interna de los
demás. No todos los hombres son iguales, toda forma de discriminación debe ser eliminada por ser contraria al
plan divino.
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Es esta la voluntad del Creador, para que el trabajo ofrezca al hombre la posibilidad de alcanzar el dominio que
le es propio en el mundo visible. El trabajo es un bien del hombre; y es no sólo un bien útil o para disfrutar, sino
un bien digno, es decir, que corresponde a la dignidad del hombre, un bien que expresa esta dignidad y la
aumenta.
No se puede estudiar al hombre, sin hablar del pecado: “Obra o pensamiento contrario a la recta razón”. Al
pecado original lo definimos, no como un acto, sino que es un hábito; no es cometido, sino contraído por
generación. Entonces, diremos que es un hábito contraído por generación.
El pecado original se pierde con el Bautismo, pero no las consecuencias de éste: se llama “concupiscencia” y es
un desorden hacia el mal (apetito desordenado de placeres deshonestos).
El llamado pecado venial son los pecados “pequeños”, como por ejemplo mentir (siempre que no tenga un
resultado trágico dicha mentira), o decir malas palabras. Pero el pecado mortal, lo que provoca es destruir la
gracia, mata la caridad; en fin, todos los dones. Lo único que nos queda es la Fe (mientras esta la mantengamos).
Esto último, posibilita que vuelva a recuperar los dones perdidos.
Para que el pecado sea considerado mortal, debo tener plena conciencia del mismo, pleno consentimiento, y
materia grave. Deben concurrir los 3 requisitos simultáneamente para que se considere como tal.
Dentro de la línea de los pecados mortales, están los pecados capitales:
Gula (desorden en el comer, beber y drogas).
Avaricia (afán desmedido de bienes materiales).
Ira (enojo desmedido).
Lujuria (desorden sexual).
Envidia (tristeza por el bien ajeno –St. Tomás-).
Pereza (descuido de las cosas a las que estamos obligados).
Soberbia (es el pecado de los ángeles).
Dentro del parentesco de los pecados mortales, están los “pecados sociales”. Es la suma, o conglomerado, de
todos los pecados personales. El responsable de este pecado, es cada uno de los que participa en ese
conglomerado; un ejemplo, es la corrupción.
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designio de Dios sobre el hombre se comprende que el pecado es un abuso de la libertad que Dios da a las
personas creadas para que puedan amarle y amarse mutuamente.
V) La misericordia y el pecado
Dios nos ha creado sin nosotros, pero no ha querido salvarnos sin nosotros. La acogida de su misericordia exige
de nosotros la confesión de nuestras faltas. Si reconocemos nuestros pecados, fiel y justo es Él para perdonarnos
los pecados y purificarnos de toda injusticia.
“Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia”. Pero para hacer su obra, la gracia debe descubrir el pecado
para convertir nuestro corazón.
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VIII) Pecado social y personal
El pecado es un acto personal, pero nosotros tenemos una responsabilidad en los pecados cometidos por otros
cuando cooperamos a ellos: Participando directa y voluntariamente, ordenándolos, aconsejándolos,
alabándolos, o aprobándolos; no revelándolos o no impidiéndolos, cuando se tiene obligación de hacerlo;
protegiendo a los que hacen el mal.
Así el pecado convierte a los hombres en cómplices unos de otros, hace reinar entre ellos la concupiscencia, la
violencia y la injusticia. Los pecados provocan situaciones sociales e instituciones contrarias a la bondad divina.
Las estructuras de pecado son expresiones y efectos de los pecados personales. Inducen a sus víctimas a
cometer, a su vez, el mal. En un sentido análogo, constituyen un pecado social.
Al hombre no se lo puede entender desde la Fe, sin el pecado, como tampoco puede hacerse sin la gracia
(participación de la misma vida divina). Por ello, la gracia debe ser recuperada por el Sacramento de la
Confesión.
I) Mysterium pietatis
Encontramos esta expresión en una de las cartas de San Pablo. Significa misterio de la piedad, porque vence al
pecado.
Para la concepción paulina, la piedad es:
Es el mismo Cristo, porque Él se ha manifestado en la realidad de la carne humana y ha sido constituido por el
Espíritu Santo como el Justo, que se ofrece por los injustos. Él ha sido portador de la salvación (Redentor), y Él ha
sido el enviado por el Padre, y le mismo Padre lo ha elevado al cielo, como el Señor.
Este mismo misterio de la infinita piedad de Dios hacia nosotros, es así para suscitar en el alma un movimiento
de conversión, redimirla e impulsarla hacia la reconciliación.
El cristiano acoge el misterio, lo contempla y saca de el la fuerza espiritual necesaria para vivir según el
Evangelio. El cristiano está invitado a no pecar y a comportarse dignamente como verdadero hijo de Dios. Por lo
tanto, el misterio de la piedad es un amor más poderoso que el pecado, más fuerte que la muerte.
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La Gracia es el favor, el auxilio gratuito que Dios nos da para responder a su llamado: Llegar a ser hijos de Dios y
partícipes de la naturaleza divina.
La gracia es la participación en la vida divina de Dios. Nos introduce en la intimidad de la vida trinitaria: Por el
Bautismo el cristiano participa de la gracia de Cristo. La gracia santificante es un don habitual y es sólo conocida
por la Fe.
El mérito del hombre ante Dios en la vida cristiana proviene que Dios ha dispuesto libremente asociar al hombre
a la vida de su gracia.
Todos los méritos de nuestras buenas obras son dones de la bondad divina.
Todos los fieles son llamados a la santidad. Para alcanzar esta perfección, los creyentes han de emplear sus
fuerzas para entregarse totalmente a la gloria y al servicio del prójimo. Lo harán siguiendo las huellas de Cristo y
la voluntad del Padre.
No hay santidad sin renuncia y sin combate espiritual.
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