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El Instituto de Estudios Agustinianos de París está muy honrado de haber sido invitado a asociarse
a los primeros trabajos del Centro de Estudios Agustinianos de Perugia.
Respondiendo a esta amable invitación, había cometido la imprudencia de escribir que la noción
agustiniana de interioridad puede ser definida a partir de la fórmula “interior intimo meo…” (más
interior que mi intimidad) como una tensión, un movimiento, un esse ad (ser para) y por tanto una
intencionalidad. Me sorprendió ver mi declaración impresa sobre el programa del seminario. Me
es necesario por tanto ensayar justificarla antes de determinar la aparición de la interioridad en las
primeras obras de Agustín.
Esta frase, que se lee en De vera religione, 39, 72, se sabe, es una adaptación de dos versículos de
la Carta a los Efesios 3, 16-17. En la traducción de la Biblia de Jerusalén: (2)
“Que el Padre les conceda, por la riqueza de su gloria, fortalecerlos interiormente mediante la
acción de su Espíritu por que se fortifique en su hombre interior, que Cristo habite en vuestros
corazones por la fe, para que arraigados y cimentados en el amor…”
El sermón 165 permite verificar que Agustín leía este texto siguiendo una puntuación diferente:
“Quomodo vis accipere gratiam divinae bonitatis, que sinum no aperis voluntatis?
Det, inquit, vobis. Non enim habetis, nisi det vobis. Det vobis virtute corroborari per
Spiritum eius. Si enim dederit vobis virtute corroborari, ibi dabit vobis non infirmari. In
interiore homine habitare Christum per fidem in cordibus vestris. Totum hoc det
vobis. In caritate radicati et fundati, ut praevaleatis comprehendere cum omnibus
sanctis. Quid comprehendere? Det vobis per Spiritum suum virtute corroborari et
habitare in interiore homine vestro Christum per fidem, atque ita in caritate radicati
et fundati possitis comprehendere cum omnibus sanctis: quid? Quae sit latitudo,
longitudo, altitudo et profundum…”(2).
Interior homo: la expresión es platónica (Repúblca, 589ab) antes de ser paulina (Rom. 7,22; 2 Cor.
4,16; Ef. 3,16)(3). No nos incumbe decidir en qué medida Pablo depende de Platón. Es suficiente
observar aquí que la modificación, sustitución de Veritas por Christus (Verdad por Cristo), carga o
recarga la fórmula paulina de sentido platónico y que la interioridad agustiniana tiene origen en
esta fusión.
En lo que concierne a las fuentes intermediarias, me contentaré por el momento de citar a Aimé
Solignac:
Agustín ha leido “en Plotino (Enn. V, 1, 10, 6-10) que el Uno, la Inteligencia y el alma están en
nosotros, es decir, en el hombre interior. En Porfirio, quizás en el tratado Sobre los preceptos:
conócete a ti mismo y en el De regressu animae, seguramente en los Prolegómenos de lo
espiritual, él ha encontrado la idea de que el hombre debe entrar en sí mismo para escapar de la
indigencia y de la dispersión en la multiplicidad, unirse así al Ser y al Todo (ch. 37, ed. B. Mommert,
Leipzig, 1907, p. 33, 2-34,3; ch. 40, 3-5, p. 36, 11-32). Es esta influencia neoplatónica que actúa
solo en los escritos de Casisiaco (De Ordine, I, 1, 2-3, PL 32, 979; otoño del 386)… Pero, después de
haber leido los libri platonici (los libros platónicos), Agustín se puso a leer a San Pablo (Confesiones
VII, 21, 27, PL 32, 747-748) y muy rápido los temas neoplatónicos del recogimiento y de la unión a
las realidades espirituales se conjugaban con los temas paulinos del hombre nuevo, reformado a
imagen de Dios (cf. De quantitate animae 28, 55, PL 32, 1066-1067; escrito en 388)…”.
“un aspecto complementario del homo interior agustiniano esta en su vinculación, e incluso su
identificación con cor (corazón), que es para Agustín el centro íntimo de la persona, el punto
donde se encuentran todas sus potencialidades y desde donde se irradian todas las actividades, el
lugar donde se descubre y se une a Dios , donde Él es amado y gozado (cf. Por ejemplo, Epist. 147,
17,41 hasta 20, 48). El corazón así comprendido, es en el sentido bíblico, el hogar mismo de la
interioridad”(4).
En esta perspectiva la interioridad se identifica con la vida espiritual del cristiano; ella recupera
toda la espiritualidad patrística del hombre interior, inspirada en las metáforas bíblicas de la
interioridad (5), tematizada por Orígenes en las Conversaciones con Heráclito, y muy
frecuentemente restringida a la doctrina llamada de “los sentidos espirituales”(6). La interioridad
cristiana tiene, en este contexto, un sentido preciso; ella escapa a la degradación en la imprecisión
que la convierte en “sinónimo de vida devota”(7), y por consiguiente, es de esperar la sospecha
que la filosofía pudiera tener tener respecto a ella.
Pero, desearía, por mi parte, instaurar una definición más estricta de interioridad agustiniana,
observándola primeramente desde el punto de vista gramatical: como sustantivo de un
comparativo. Es notorio que el adjetivo interior no tiene sino raramente su valor intensivo;
necesita por ello que se le añada un ablativo de comparación (10). El Thesaurus Linguae Latinae
(Tesauro de Lengua Latina) cita solo tres ejemplos:
Cicerón, De natura deorum, I, 26:”Deinde si mentem istam quasi animal aliquod voluit
(Anaxagoras) esse, erit aliquid interius ex quo illud animal nominetur; quid autem interius
mente?” (12).
Agustín, Confesiones, III, 6, 11: “Tu autem eras interior intimo meo et superior summo meo”. (Más
interior que lo más íntimo mio y más elevado que lo más sumo mío).
Agustín, Confesiones, I, 1: “(Deus) omni luce clarior, sed omni secreto interior, omni honore
sublimior” (Más claro que toda luz, pero más ínterior que todo secreto, más sublime que todos los
honores).
La primera de estas fórmulas agustinianas, una de las más célebres, brilla extrañamente como un
diamante, en una oscura descripción de fechorías que el maniqueísmo ejercía en otro tiempo en el
espíritu de Agustín. Según A. Solignac, “esta breve definición de Dios, muy frecuentemente citada,
dice a la vez la inmanencia divina en el seno de toda creatura, en el hombre en particular,y su
trascendencia más allá de todo lo que contiene el espíritu humano de más elevado; así Dios es a la
vez íntimo al corazón del hombre, aunque sea el pecador, y totalmente diferente al hombre en su
santidad” (14). Leon Brunschvicg, no veía por su parte, sino “un efecto de estilo” de parte de un
“ecléctico impenitente”:
Es muy evidente que el no necesitó que un escribano reuniese en una frase única y respalde con
una firma identica dos tesis heterogéneas para que el “fenómeno de la juxtaposición” las haga de
pronto compatibles. El Dios de lo alto, el Dios del orden sobrenatural es un Dios; el Dios del
interior, el Dios de la presencia espiritual, es otro”(15).
Pierre Courcelle estimaba, al contrario, que “el término trascendencia corrige lo que el el término
inmanencia pudiera hacer recelar de panteísmo”(17). Pero la fórmula interior intimo meo dice más
que la inmanencia de un Dios interno (18); pues le añade al comparativo un superlativo y con él
expresa la superación del espíritu, así como la otra fórmula: superior summo meo. Las dos
metáforas significan la misma tensión constitutiva del espíritu humano en su relación con Dios (19)
y el mismo movimiento de trascendencia que le caracteriza también de esta manera.
“In spiritualibus ergo et invisibilibus, cum aliquid supremum dicitur, non quasi
localiter supra culmen aut verticem caeli constitutum, sed intimum omnium
significatur. Ascendere ad se intrare, sed ineffabili quodam modo in intimis etiam
seipsum transire. Qui ergo seipsum, ut ita dicam, interius intrans et intrinsecus
penetrans transcendit, ille veraciter ad Deum ascendit” (20).
En lo espiritual y por tanto invisible, cuando algo se dice supremo, no se significa algo
que esté por encima de los cielos sino lo más intimo de las cosas. Ascender para
entrar, pero de una manera inefable en lo más íntimo, cruzar a sí mismo. Quien por
tanto en sí mismo, por así decirlo, penetra en el interior, y entrando trasciende, el
verdaderamente asciende a Dios,
“In anima namque humana idem est intumum et supremum; et hoc patet, quia
secundum sui supremum maxime approximat Deum, similiter secundum sui intimum;
unde quanto magis redit interiora, tanto magis ascendit et unitur aeternis. Et, quia
solus Deus superior est mente humana secundum sui supremum, solus Deus potest
menti esse intimus” (21).
La interioridad agustiniana se presenta así como un movimiento de trascendencia. Esto eslo que
Agustín señalaba ya en la página De vera religione, de la cual E. Husserl extrajo la fórmula que
citamos al comienzo y que el creyó conveniente citar largamente, después de haber recordado
que trata de observar que el placer corporal está fundado sobre la armonía y de reconocer
entonces lo que es esta armonía suprema:
“Reconoce, pues, cuál es la suprema congruencia. No quieras derramarte fuera; entra dentro de ti
mismo, porque en el hombre interior reside la verdad; y si hallares que tu naturaleza es mudable,
trasciéndete a ti mismo, mas no olvides que, al remontarte sobre las cimas de tu ser, te elevas
sobre tu alma, dotada de razón. Encamina, pues, tus pasos allí donde la luz de la razón se
enciende. Pues ¿adonde arriba todo buen pensador sino a la verdad? La cual no se descubre a sí
misma mediante el discurso, sino es más bien la meta de toda dialéctica racional. Mírala como la
armonía superior posible y vive en conformidad con ella” (72).
Es necesario desprenderse del mundo exterior, retornar a uno mismo no para vivir en uno mismo
sino para elevarse a Dios. la interioridad es conversión, “Inkeer” en la lengua de los místicos
renoflamengos (23).
Agustín ha hecho esta experiencia por primera vez en 386, gracias a los Libri platonicorum (Libros
platónicos). Advertido por estos libros de retornar a él mismo, entró en la intimidad de su ser, con
la ayuda de Dios, ha entrado y ha visto con el ojo de su alma, por encima del ojo de su alma, por
encima de su espíritu, la Luz inmutable, Dios que se ha revelado a él como el mismo ser (24). Su
lecturas neoplatónicas, las que hayan sido, han liberado su espíritu de la incapacidad de concebir
una realidad que no fuese material (25):
Así, pues, «encrasado mi corazón»", y ni aun siquiera a mí mismo transparente, creía
que cuanto no se extendiese por determinados espacios, o no se difundiese, o no se
juntase, o no se hinchase, o no tuviese o no pudiese tener algo de esto, era
absolutamente nada. Porque cuales eran las formas por las que solían andar mis ojos,
tales eran las imágenes por las que marchaba mi espíritu. Ni veía que la misma
facultad con que forma ba yo tales» imágenes no era algo semejante, no obstante
que no pudiera formarlas si no fuera alguna cosa grande “(26).
Es en el acto de la interioridad que el espíritu toma consciencia la especificidad de su actividad
espiritual, de su intencionalidad: “es en esta interioridad que (Agustín) descubre luego poco a
poco, a la manera de Descartes haciendo el inventario reflexivo del cogito (pensamiento), los
elementos de una metafísica válida donde el espíritu que refexiona percibe la linea que le religa a
Dios, la idea misma de Dio y la relación de las creaturas con el creador” (27). “Y miré las demás
cosas que están por bajo de ti, y vi que ni son en absoluto ni absolutamente no son” (28). La
ascensión hacia Dios permite considerar el conjunto de las creaturas en su esencia, su verdad,
bondad, belleza relativas, y comenzando de su cualidad de portadores hacia el Ser, la Verdad, el
Bien, la Belleza en sí misma.
Esta experiencia, Agustín la ha renovado muchas veces: Y esto lo hago yo ahora muchas veces, y
esto es mi deleite (29): él interroga la tierra, mar y cielo:
“Dije entonces a todas las cosas que están fuera de las puertas de mi carne: «Decidme
algo de mi Dios, ya que vosotras no lo sois; decidme algo de él. Y exclamaron todas
con grande voz: «El nos ha hecho.» Mi pregunta era mi mirada, y su respuesta, su
apariencia. El hombre interior es quien conoce estas cosas por ministerio del exterior;
yo interior conozco estas cosas; yo, Yo Alma, por medio del sentido de mi cuerpo.
Interrogué, finalmente, a la mole del mundo acerca de mi Dios, y ella me respondió:
«No lo soy yo, simple hechura suya»” (30).
El hombre es un ser intencional; pero su intencionalidad es muy frecuentemente obstaculizada por
su apego a la realidades sensibles:
Los hombres pueden, sí, interrogarla, por percibir por las cosas visibles las invisibles
de Dios; más hócense esclavos de ellas por el amor, y, una vez esclavos, ya no pueden
juzgar. Porque no responden éstas a los que interrogan, sino a los que juzgan; ni
cambian de voz, esto es, de aspecto, si uno ve solamente, y otro, además de ver,
interroga, de modo que aparezca a uno de una manera y a otro de otra; sino que,
apareciendo a ambos, es muda para el uno y habladora para el otro, o mejor dicho,
habla a todos, mas sólo aquellos la entienden que confieren su voz, recibida fuera,
con la verdad interior (31).
El espíritu alejado de Dios, desorientado, no presta atención a los seres creados como tales; está
muy ocupado en usarlos, en abusarlos. La intencionalidad reclama la interioridad, o dicho de otro
modo, la conversión.
Entre la experiencia que Agustín hizo en 386, gracias a los Libri platonicorum (Libros platónicos), y
la fórmula que el escribió en el De vera religione, cuatro años más tarde, como se presenta el
principio de interioridad en las primeras obras? Según Ismael Quiles, este principio regía ya en el
Contra academicos y el De beata vita: “Aunque no conserváramos del Santo Doctor más que estas
dos obras, podríamos clasificar su filosofía dentro de la línea de la interioridad, así por sus textos
explícitos, como por su espíritu platónico” (32). Se puede seguramente adivinar en ellos la
presencia de tales fórmulas, como en el habere Deum (tener a Dios), o en la remarcable
intervención del joven Adeodato: “Aquel es verdaderamente casto, el que trae los ojos fijos en
Dios y vive consagrado a El” (34).
Pero si se acuerda que las conversaciones de Casisiaco han sido organizadas como ejercicios
prácticos para los principiantes en filosofía que acaban de leer el Hortensio de Cicerón (35), no
sorprenderá que el principio de interioridad, en el sentido que lo hemos definido, no interviene allí
sino escasamente. El se manifiesta, por el contrario, con fuerza en el Proemio del De ordine. Si el
hombre se imagina con mucha frecuencia que la naturaleza es desordenada, es porque él mismo
es un desconocido para sí.
Para conocerse necesita estar muy avezado a separarse de la vida de los sentidos y
replegarse en sí y vivir en contacto consigo mismo. Y esto lo consiguen solamente los
que o cauterizan con la soledad las llagas de las opiniones que el curso de la vida
ordinaria imprime en ellos, o las curan con la medicina de las artes liberales. Así, el
espíritu, replegado en sí mismo, comprende la hermosura del universo, el cual tomó su
nombre de la unidad. Por tanto, no es dable ver aquella hermosura a las almas
desparramadas en lo externo, cuya avidez engendra la indigencia, que sólo se logra
evitar con el despego de la multitud. Y llamo multitud, no de hombres, sino de todas
las cosas que abarcan nuestros sentidos. Ni te admires de que sea tanto más pobre
uno cuanto más cosas quiere abrazar. Porque así como en una circunferencia, por
muy grande que sea, sólo hay un punto adonde convergen los demás, llamado por los
geómetras centro, y aunque todas las partes de la circunferencia se pueden dividir
infinitamente, sólo el punto del centro está a igual distancia de los demás, y
comodominándolos por cierto derecho de igualdad. Mas si quieres salir de allí a
cualquier parte, cuanto de más cosas vayas en pos tanto más se pierden todas : así el
ánimo, desparramado de sí mismo recibe golpes innumerables y vese extenuado y
reducido a la penuria de un mendicante cuando toda su naturaleza lo impulsa abuscar
doquiera la unidad y la multitud le pone el veto.
Este texto es seguramente de inspiración neoplatónica y más específicamente porfiriana, como lo
ha mostrado A. Solignac; el refleja, en efecto, “toda una serie de temas porfirianos en los que
dificilmente se encontrará una expresión tan clara en Plotíno” (37), y que se encuentran
agrupados en las últimas sentencias del Prolegómenos del conocimiento, sobre todo en la
sentencia 40. Y es notable que A. Solignac haya sido llevado a citar de nuevo este pasaje, para
comentar la confesión que hizo san Agustín junto antes de contar su descubrimiento de los Libri
platonicorum: “pero no estaba contigo la lumbre de mis ojos, porque ella estaba dentro y yo
fuera” (38). Es entrando en sí mismo, purificándose de lo sensible para poseerse mijor, que el alma
descubre el Todo, es decir el ser en sentido pleno, Dios (39).
El testo del De ordine que acabamos de citar, preconiza dos remedios para la ignorancia de sí
mismo, la cauterización por la soledad de las heridas que nos inflinge el curso de la vida cotidiana
o su tratamiento por las disciplinas liberales. En Casisiaco, además de las conversaciónes
filosóficas con su entorno, Agustín ha practicado la meditación solitaria, Agustín mismo con
Agustín (40); él ha transcrito su diálogo interior en los Soliloquia. El programa que ha fijado allí:
“Deum et animam scire cupio” (Deseo conocer a Dios y al alma) parece delimitar dos tratados: uno
teológico y otro psicológico; él se lleva a cabo más bien en un solo movimiento “noverim me,
noverim te (conózcame a mi, conózcate a Ti); él retoma, para profundizar la experiencia de
interioridad adquirida gracias a la lectura de los Libri platonicorum; aplica ya la consigna del De
vera religione:
“(Razón) ríndete ya a tus razones, cree a la verdad, porque ella clama que habita en ti
y es inmortal, y no puede derrocársele de su sede con la muerte del cuerpo. Aléjate
ya de tu propia sombra, entra dentro de ti mismo ; no debes temet ninguna muerte
en ti, sino el olvido de que eres inmortal. A.—Oigo, me reanimo, comienzo a retornar
en mí. Pero antes, te ruego, resuélveme la dificultad propuesta ya: cómo en el alma
de los indoctos, que también debe gozar del mismo privilegio de inmortalidad, está la
verdad de las disciplinas (42).
Pero, es igualmente notable, cuando venía de renunciar a su carrera de retor para entregarse al
otium philosophandi (ocio de la filosofía) y a la ascesis de la soledad, Agustín no cesaba de
interesarse en las disciplinas liberales: el describe la génesis de ellas en el De ordine; alude a ellas
en el De inmortalitate animae; y pronto se consagra a la redacción de una serie de manuales.
Parece incluso que su interés se renueva respecto de estas artes que practicó antaño como parte
de la profesión. Por qué esto? Agustín nos lo precisa al comienzo del De ordine; él ha visto en ellas
un remedio para la ignorancia del yo, para el buen uso de las corporalia (cosas corporales) para la
ascención hacia las incorporalia (cosas incorpóreas) (43), dicho de otro modo, como ayuda para la
liberación del espíritu, a fin de que lleve a cabo el movimiento de trascendencia que le es
connatural.
Agustín debía naturalmente aprovechar en estos manuales una competencia adquirida hace largo
tiempo en el curso de sus estudios:
¿De qué me aprovechaba también que leyera y comprendiera por mí mismo todos los
libros que pude haber a la mano sobre las artes que llaman liberales, siendo yo
entonces esclavo perversísimo de mis malas inclinaciones? Gozábame con ellos, pero
no sabía de dónde venía cuanto de verdadero y cierto hallaba en ellos, porque tenía
las espaldas vueltas a la luz y el rostrhacia las cosas iluminadas, por lo que mi rostro,
que veía las cosas iluminadas, no era iluminado. Tú sabes, Señor Dios mío, cómo sin
ayuda de maestro entendí cuanto leí de retórica, y dialéctica, y geometría, y música, y
aritmética, porque también la prontitud de entender y la agudeza en el discernir son
dones tuyos (41).
Se puede entonces suponer que la materia de los libros que Agustín puso en obra estaban y
estarían orientados en gran parte a manuales de lengua latina, que elaboraría de los Novem
disciplinarum libri (libros de las nuevas disciplinas) de Varron (45) o de otros. Pero Agustín, ya no
“daba la espalda a la luz” (veo aquí una alusión a la alegoría platónica de la caverna); él había
retornado y visto la luz inmutable por encima de su espíritu y veía el mundo bajo un día nuevo,
gracias a la lectura de los Libri platonicorum (46). Es razonable suponer también que el renovado
interés por las artes liberales se debió al descubrimiento de su interpretación neoplatónica , como
medio de purificación del alma en su ascención hacia Dios (47). Es decir, como artes realmente
liberadoras.
El De inmortalitate animae es un precioso testimonio de la inspiración neoplatónica que Agustín
mantenía en su actividad intelectual en el mismo momento en que se preparaba para recibir el
bautismo. Es, en efecto, un recordatorio (48) redactado para preparar la continuación sus
Soliloquia. El se inscribe en la linea de la investigación sobre el alma, mediante la cual Agustín
profundiza el descubrimiento espiritualidta que el ha hecho gracias a los Libri platonicorum. Pero
se dirige también hacia la reflexión sobre las artes liberales, debido a que la demostración de la
inmortalidad del alma está fundada sobre la relación de ellas a la disciplina. Tuve la ocasión de
señalar en otra parte que varios puntos de la argumentación fueron objeto de repeticiones en
otras obras importantes de Agustín. Para limitarme a este coloquio, recuerdo solamente que allí se
encuentran esbozados los temas de la intentio mentis (intención de la mente)(49) que manifiesta
la trascendencia del espíritu de la triple intencionalidad del alma en su experiencia del tiempo
(50).
Ahora bien, está probado que este cuaderno de notas depende de manera estrecha Symnikta
Zètèmata (Problemas agradables) de Porfirio (51). Antes de la meditación personal: “Agustinus
ipse cum Augustino” (Agustín con Agustín), hubo entonces, la lectura y el trabajo sobre textos:
“Augustinus cum Porphyrio” (Agustín con Porfirio). La desaparición de las obras de Porfirio no nos
permite desgraciadamente detallar la deuda de Agustín con él. Me inclino, sin embargo a pensar
que la interioridad agustiniana, como movimiento de conversión y de trascendencia hacia Dios, es
en gran parte deudora del espiritualismo porfiriano (52); pero no dudo, por otra parte, que ella fue
una verdadera experiencia personal; pues en definitiva la interioridad no se aprende, se ejercita.
Goulven Madec
Las alianzas o los choques entre las palabras son bastante reveladoras de los modos de pensar de
Agustín, sobre todo en los tratados filosóficos (1), donde la dialéctica si no la retórica imponen
frecuentemente sutiles distinciones, en las que nuestro autor ha situado el origen de la razón (2).
En efecto, hay aquí más que un juego verbal (3) en la famosa oposiión que Agustín desde los
debates de Casisiaco, cultiva, después de Cicerón (4), entre auctoritas y ratio (autoridad y razón).
Nuestro propósito no es aquí recordarlo. Este es un filón anexo de este debate central que
queremos seguir, el estudio de las relaciones de ratio, luego de autoridad con la exigencia de la
erudición, que el culto de la filosofía ha hecho nacer en el espíritu del anciano retor de Milán, por
lo que el hombre de Iglesia, retornado a África, ha reducido la amplitud completando sus tratados
sobre las disciplinas coronadas por el De musica.