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DIOS TRINO, DIOS SALVADOR

JUAN FELIPE CARDOZO

ESCUELA DE TEOLOGÍA, FILOSOFÍA Y HUMANIDADES

PROGRAMA EN TEOLOGÍA

MEDELLÍN

2020
Ensayo

El plan de salvación de Dios se puede visualizar desde el Antiguo Testamento.


Se inicia con la caída del hombre, el pecado original cometido por Adán y Eva a
quienes Dios les anuncia la venida de un Salvador. En el diluvio, Dios repite a Noé su
promesa de salvación. Entonces, escoge a un pueblo, el de Israel, y hace un llamado a
Abraham, quien con sencillez, fe y obediencia acata su misión de guía, que comienza
con el nacimiento de su hijo Isaac. Su nieto Jacob y sus doce hijos, forman el pueblo
de Dios y son llevados a Egipto donde los convierten en esclavos.

Siendo así, Dios comisiona a Moisés para que los libere y conduzca por el
desierto para llevarlos a una tierra prometida, que debió ser conquistada por Josué.
Allí, Dios espera que su pueblo, el pueblo de Israel llamado a ser luz a las naciones,
ejecute su obra, sin embargo este no acata su tarea, entregándose a la idolatría y la
mundanalidad.

Puede afirmarse entonces que en el Antiguo Testamento, donde se recogen


estos hechos, Dios se manifiesta en una sola forma, como Dios único y
Todopoderoso: “Dios Padre” (Ex 3,13). La paternidad de Dios se concibe así en la
experiencia concreta de una acción salvadora a sus hijos, el pueblo de Israel.

A pesar del mal comportamiento de éste, Dios sigue su plan de salvación, por
lo que envía a Jesús de Nazaret, su Hijo unigénito, a través del Espíritu Santo que
fecunda a la Virgen María de la que nace. En su bautizo en el río Jordán, se presenta
el Hijo como sujeto bautizado en el río, pero también el Espíritu Santo en forma de
paloma y el Padre que habla desde el cielo. De allí, la fórmula del bautizo: “en el
nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”, que dejan en evidencia la
trinidad.

Aunque son uno solo, Jesús reconoce que el Padre es Dios al decir: “Porque
de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito” (Jn 3,16), aspecto
que es reafirmado por los discípulos en sus Evangelios. El Hijo, Jesucristo, también
es Dios, como se evidencia en la frase: “Tomás le contestó: «Señor mío y Dios mío»"
(Jn 20,28). Es Dios quien está en Cristo revelándose y mostrando a los hombres el
camino hacia la salvación. El Espíritu Santo es igualmente Dios, como se observa
cuando Pedro preguntó a Ananías: “¿Por qué llenó Satanás tu corazón para que
mintieses al Espíritu Santo?” E inmediatamente declara: “no has mentido a los
hombres, sino a Dios” (Hechos 5,3–4).

Es el Espíritu Santo quien conduce al desierto al Hijo, donde es probado y


empoderado para anunciar las buenas nuevas, la salvación. Jesús es llevado a la cruz
y es el mismo Espíritu Santo quien lo resucita. Jesús asciende al Padre y es el Espíritu
Santo quien debe continuar el plan de salvación hasta hoy.

Entonces, ya en el Nuevo Testamento, Dios se manifiesta no solo con más


claridad como Padre, sino también en las otras dos formas: como Jesús su Hijo, que
acepta el plan de redención, y como el Espíritu Santo que le da vida, lo empodera y
resucita.

Ahora bien, Dios Trino no deja de ser uno, lo que queda claro en la frase:
“Oye, Israel; el Señor nuestro Dios, el Señor uno es” (Marcos 12.29), que se presenta
como tres personas distintas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Esto no debe generar
controversias a pesar de su incomprensibilidad desde el punto de vista humano,
recordando que los caminos de Dios son insondables.

Así, cuando se habla de Dios, generalmente se hace referencia a las tres


personas. El Padre, cuyo carácter y obra se pueden ver en el Padrenuestro, en su
infinito y tierno amor por nosotros, que se hace realidad en su promesa de salvación a
todos aquellos que nazcan de nuevo, es decir a quienes se arrepientan de sus pecados,
haciéndose nuestro Padre espiritual que se encuentra en los cielos, su morada eterna,
desde donde se dirigió a los patriarcas y profetas y luego a su Hijo Jesús. Es allí
donde se encuentra su reino, pero debe hacerse su voluntad en la tierra a través de
nuestro servicio cristiano, lo que nos hace verdaderos hijos de Dios. En ese caminar,
el Padre nos guía por medio de Jesucristo y el Espíritu Santo, conduciéndonos por
caminos seguros, perdonando nuestros pecados y librándonos del mal. Por ende, Dios
es Padre de Jesús y, a través de Jesús, también padre nuestro (Fernández, 2013).

En consecuencia, las acciones de Dios como Todopoderoso, se adjudican a


Dios Padre: la creación del universo, el envío de su Hijo al mundo y su
reconocimiento en el bautismo y en su transfiguración, el envío del Espíritu Santo, su
acción en la salvación y santificación de los creyentes, y la respuesta a sus oraciones.
Son así, atributos de Dios Padre, su poder infinito como Gobernador supremo del
universo, su sabiduría, su bondad y misericordia en su relación con los hombres
pecadores, su amor maravilloso al enviar al mundo pecador su Hijo como Salvador y
Redentor, su previsión al enviar al Espíritu Santo para convencer al mundo y guiar a
su pueblo a la verdad, su cuidado y protección sobre sus criaturas, proveyéndoles con
paciencia para todas sus necesidades, su bondad y severidad que se demuestran
perfectas en justicia y misericordia, su actitud y voluntad de escuchar y contestar cada
petición de fe, su constancia en la verdad que dura por todas las generaciones, su
palabra inmutable y su amor
(http://www.elcristianismoprimitivo.com/doct3and4.htm).

Pero al hablar de Dios, también se expresa al Hijo: “Y aquel Verbo fue hecho
carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del
Padre), lleno de gracia y de verdad” (Jn 1,14). Por ello, el Hijo de Dios, Cristo, es
igualmente Hijo del hombre, fue reconocido como hombre por quienes le conocieron
y fue tentado pero permaneció sin pecado. Como Hijo de Dios, su deidad es
manifiesta y reconocida en las Escrituras en muchas oportunidades, por el ángel de la
Anunciación, por Juan el Bautista, por Natanael, por los demonios, por los discípulos,
por Pedro, por el centurión, por el eunuco, por Pablo, por sí mismo, pero sobre todo,
por el mismo Padre: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oíd”
(Mt 17,5).

Y es en Cristo Jesús, Dios Hijo, en quien se reconoce la misión de salvación:


“vino a buscar y a salvar lo que se había perdido” y a salvar “a su pueblo de sus
pecados” (Mt 1,21), dando su vida en la cruz que nos lleva a reconocerlo como
“nuestro Señor y Salvador Jesucristo” (2 Pedro 3,18). Su señorío se manifiesta al
sellar el pacto de la salvación eterna con su propia sangre: “Y habiendo sido
perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen”
(Hebreos 5,9). Sus atributos son los mismos de Dios Padre. En Jesús, la salvación, sin
dejar de ser don de Dios, es situada en su propia acción, definiéndose como el
resultado del encuentro del hombre con Cristo.

En cuanto a la tercera manifestación de Dios, el Espíritu Santo, también


existía eternamente desde antes de venir al mundo, como se ve ya en el Antiguo
Testamento: “el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas” (Génesis 1,2). Su
personalidad es descrita por Jesús: consolador, guía y maestro: “Cuando venga el
Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad” (Juan 16,13). Para recibirlo, el
hombre debe cumplir ciertos requisitos, que son las mismas condiciones de la
salvación: pedirlo, obedecer la Palabra, arrepentirse y recibir a Cristo.

En síntesis, Dios revelado por Cristo es un Padre que realiza plenamente su


paternidad en el Hijo por medio del Espíritu Santo. El Dios Trino revelado es
salvación, el misterio de su voluntad tiene como propósito salvar al hombre
introduciéndolo en el seno mismo de la divinidad, transformando no sólo su
inteligencia sino su ser total, haciéndolo hijo de Dios (Izquierdo, 1992).

En otras palabras, el carácter trinitario es esencial a la revelación cristiana y en


consecuencia, manifestación de la salvación: Cristo da a conocer al Padre, y a través
de Él se logra acceder a la vida de Dios, su glorificación se consolida en la donación
de salvación a los creyentes. Y es la Iglesia quien debe seguir adelante la obra
salvadora, anunciando el Evangelio y comunicando a través del Espíritu Santo esta
salvación obtenida por la muerte y resurrección de Cristo.
Referencias

Anónimo. Doctrina de la Trinidad. Biblioteca Cristianismo Primitivo. Llevando la


cruz en pos de Jesucristo. En:
http://www.elcristianismoprimitivo.com/doct3and4.htm

Fernández, Jorge (2013). Creo en Dios Uno y Trino. Acercamiento teológico-


sistemático al misterio de la Santísima Trinidad. Alpha Omega, XVI (2): 205-
227.

Izquierdo, César (1992). Dios Trino que se revela en Cristo. Scripta Theologica (24):
509-536.

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