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DEPARTAMENTO DE TEOLOGÍA
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UNIDAD 1
Luego de creado, y tras la caída de los orígenes, el hombre se halló en una situación
que precisaba ser liberado, redimido y, en cierto modo, re-creado (santificado). Todo
eso ha sido posible gracias a la acción redentora de Jesucristo y a la acción
santificadora del Espíritu Santo, que actúa a través de la Iglesia. Un anhelo de
redención y de santificación son expresados en el deseo de perfección, de felicidad y
de infinitud en el hombre. El deseo de poseer el bien que no se acaba, un bien por
encima del cual no hay otro (fin último), es el deseo del bien que nos colma siempre
en plenitud. El Sumo bien es, para nosotros los cristianos, el Dios tres veces Santo
revelado en la persona de Jesucristo, por medio de quien podemos acceder a la vida
de Dios, en virtud del Espíritu que nos hace partícipes de la vida del Dios verdadero
que es también Amor.
QUIÉN ES JESÚS
El autor del mensaje moral que vamos a presentar es El Verbo de Dios encarnado.
Claramente, en estos pocos párrafos, no pretendemos agotar una exposición sobre la
persona de Jesucristo, tan sólo queremos referirnos a Él para caer en la cuenta de la
importancia que tiene el Verbo de Dios como Persona divina que es desde la eternidad,
y que al encarnarse es también persona humana y que, por tanto, ha tomado parte de
la historia. El Verbo de Dios es el Hijo Unigénito de Dios, cuya relación filial es eterna. Ya
guardaba relación con la Creación y con el género humano, pero ésta se intensificó
con su Encarnación, al punto que Jesucristo se presentaba a sí mismo como “El hijo
del hombre”, que equivale a decir simplemente hombre, con la diferencia que se hizo
hombre sin dejar de ser Dios. Es, si cabe hablar así, “uno de los nuestros” y a la vez es
una de las Tres Personas Divinas.
Otra enseñanza importante la hallamos en que las llamadas o vocaciones que Él mismo
realiza nos muestra que Dios quiere contar con el hombre en la obra de la Redención.
La palabra con la que suele llamar a sus discípulos es “seguidme”. Y es que el
Seguimiento de Cristo resume bastante bien la adhesión a su persona; el “estar con Él”;
el “andar con Él”, el “ser uno de los suyos”. A la llamada a seguirle le hicieron caso
trabajadores de oficios modestos como el de ser pescadores; aunque también hubo
otros con mayor categoría social como Mateo. Además de la elección de los Doce
apóstoles, Jesús establece una nueva familia en la cual su “Madre y sus hermanos” son
los que hacen la Voluntad de Dios (cf. Mc 3, 33-35). Ese hacer la Voluntad de Dios
implica formar parte de su misión; de hecho, la palabra “Apóstol” significa enviado.
Jesús envía a los Doce con indicaciones concretas para el trabajo apostólico, que si
duda fue (y sigue siendo) abundante. No obstante, cuando los Apóstoles regresaron de
su primera misión, Jesús los invitó a un lugar apartado para descansar un poco. El
descanso forma parte de la vida humana, y es también santificable. Dicho trabajo
apostólico no dejará de ser premiado por la generosidad de Dios; así lo atestigua San
Marcos en su Evangelio que venimos citando continuamente: «En verdad os digo que
no hay nadie que haya dejado casa, hermanos o hermanas, madre o padre, o hijos o
campos por mí y por el Evangelio, que no reciba en este mundo cien veces más, en
casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y campos, con persecuciones; y en el siglo
venidero, la vida eterna» (Mc 10, 29-31)
Entre las cosas que más detesta Jesús encontramos, entre otras, la falta de fe o del sentido
de Dios y la hipocresía. Este último vicio se lo echaba en cara especialmente a los fariseos
y algunos escribas de la Ley (cf. Mc 7, 1-13). La falta de fe o del sentido de Dios es
reprochada también a sus discípulos; por ejemplo, cuando le dice a Pedro: «¡Apártate
de mí Satanás!, porque tú no sientes las cosas de Dios, sino las de los hombres» (Mc 8,
33). En otra ocasión exclama: «¡Oh, generación incrédula!, ¿Hasta cuándo tendré que
estar entre vosotros? ¿Hasta cuándo tendré que soportaros?» (Mc 9, 19). Denuncia la
hipocresía de los escribas diciendo que «devoran las casas de las viudas y fingen largas
oraciones» (Mc 12, 40).
Le vemos dando a las personas y sus actos la importancia que les corresponde. Les
enseña a sus discípulos el valor del servicio: «Si alguno quiere ser el primero, que se
haga el último de todos y servidor de todos» (Mc 9, 35). Más adelante resalta que recibir
en su nombre a un niño es recibirle a Él (cf. Mc 9, 37); pues «de los que son como ellos
es el Reino de Dios» (Mc 9, 35). Advierte a su vez la gravedad que supone
“escandalizar a uno de estos pequeños” (Mc 9, 42). Otro motivo de rechazo por parte
del Señor se halla en el adulterio que un hombre puede ocasionar al repudiar a su
mujer, pues le expone a que otro se case con ella, cometiendo este último otro
adulterio.
Ser capaces de alcanzar un lugar en el Cielo es algo imposible para los hombres,
contando con sus solas fuerzas; pero es posible con la ayuda de Dios, pues para «Dios
todo es posible» (Mc 10, 27). Por lo que cualquier emprendimiento humano ha de
contar con Dios si pretende ser realizable; más aún la aspiración de la salvación de las
almas deberá contar con la ayuda de Dios, pues es un don por Él otorgado a los
hombres; siempre que éstos libremente quieran aceptar ese don. Uno de los
impedimentos al don Dios es rechazar su perdón, así como el no querer perdonar a
los demás; por eso es condición para ser perdonados por Dios el que nosotros
perdonemos, de veras, a los demás (cf. Mc 11, 25-26).
En relación a la autoridad civil, son pocas las alusiones. Por lo menos citamos aquella
respuesta que Jesús dio a quienes querían tenderle una trampa con ocasión de
preguntarle su parecer respecto de pagar impuestos al Imperio Romano. He aquí su
respuesta, por lo demás muy conocida: «Dad al César lo que es del César, y a Dios lo
que es de Dios» (Mc 12, 17). Respecto de la atención a los pobres, enseña el valor de
hacerles el bien (benefacere), pero esa atención no es mayor que aquella que hemos de
tener para con el Señor: «Dejadla, ¿por qué la molestáis? Ha hecho una obra buena
conmigo, porque a los pobres los tenéis siempre con vosotros y podéis hacerles bien
cuando queráis, pero a mí no siempre me tenéis» (Mc 14, 6-7).
El mensaje de Jesús está tensionado hacia el final de los tiempos, y conviene tomarlo
en consideración; pues habrá dolor y tribulación previos a ese final de los tiempos.
Frente a ello, se salvará quien persevere hasta el fin (cf. Mc 13, 13). Esa perseverancia
ha de ser en vigilia; es decir en vela, porque no se sabe el día ni la hora de ese momento
final (cf. Mc 13, 37). También dicha perseverancia se conjuga con el llevar a cabo el
mandato final de Cristo de ir por el mundo entero y predicar el Evangelio a toda
criatura (cf. Mc 16, 15).
Ferrater Mora (1994, p. 1355) precisa que «fin puede significar “terminación”, “límite”
o “acabamiento” de una cosa o de un proceso». De ello se infiere que puede entenderse
en sentido temporal como el momento final; en sentido espacial, como el límite; así como
en sentido de definición o determinación, y en sentido de “intención” o
“cumplimiento de intención”, como propósito, objetivo, blanco. Reviste cierto interés
conocer que en el origen del término griego telos parece que proviene de “cinta”,
“venda”, “ligadura”. Y no menos llamativo resulta que el término latino finis haya
derivado de “fijar”, “sujetar”. Por su parte, para De Vries (1976, p. 258) fin «significa
todo aquello por cuyo motivo algo es o sucede. El fin se dice normalmente de la meta
perseguida por la aplicación de medios (…). Bajo el aspecto moral, los medios, por su
utilización para un fin moralmente bueno, participan de la bondad del mismo; en
cambio ningún fin por bueno o necesario que sea, puede justificar la utilización de
medios que son malos por naturaleza».
FIN ÚLTIMO
Sarmiento, Molina y Trigo (2013) afirman que «la cuestión del fin último ha sido objeto
de una notable discusión en los últimos decenios» (p. 111). Y que existe un fin último
para el hombre, el cual «en términos naturales, se identifica con la perfección de la
naturaleza o de la persona humana como tal». Pero, en términos dados por la
revelación, el fin último se identifica «con Dios mismo o, en general, con la felicidad o
bienaventuranza» (p. 112). Es más, ese fin último puede ser visto como Bien supremo2.
1 Estas finalidades van de lo más general a lo más singular y específico, según se ve a continuación:
―(1) La finalidad de la esencia, por la que todo ente en su esencia y devenir existe de tal manera que en
su principio puede y debe realizar su propia naturaleza esencial. Esta forma fundamental de finalidad
queda expresada en «el principio de finalidad» con una visión apriorística de la positividad del ser y
de la posesión del mismo: «es mejor ser que no ser».
―(2) La finalidad del sentido se refiere al camino que conduce a la realización de la esencia y a la manera
de esa realización: al camino, por cuanto éste es apropiado para conducir al fin, a la manera del fin, por
cuanto éste da expresión a la esencia. Algunas propiedades morfológicas y fisiológicas de los
organismos (p. ej., muchos colores y formas de las mariposas, pájaros y peces) no son útiles en el sentido
usual de la finalidad utilitaria o de la acomodación al entorno, sino que más bien en su forma dan
expresión a la especie. En el ámbito del hombre las formas y las conductas artísticas (p. ej., la danza)
encarnan un sentido, pero sin ser útiles en sentido auténtico.
―(3) Finalidad es referencia a un fin en el sentido de aspiración o adecuación al mismo. Aspiración a un
fin significa la orientación de una actividad o principio activo a un objetivo previamente señalado que
debe conseguirse. El hombre mismo propone tales fines con libre conocimiento y querer (finalidad
consciente). Pero la posición del fin presupone ya, por lo menos, una orientación del hombre a unos
fines a través de los cuales él consuma su esencia. Esta orientación previamente dada a unos fines, que
existe en el hombre y en todas las cosas sin su intervención, se llama finalidad de la naturaleza. La
finalidad consciente es incompleta en los animales, por cuanto la tendencia natural solo se concreta por
mediación del conocimiento y apetito sensibles. Si el orden final se impone a un material desde fuera,
se trata de una finalidad operativa accidental. El fin tiene más en cuenta la ordenación de los medios
puestos para conseguir una meta.
― (4) La finalidad utilitaria centra la mirada en el provecho mayor o menor de los órdenes finales. Bajo
este aspecto distinguimos la finalidad propia, la de la especie, y la ajena, según que el fin aparezca en
provecho para el individuo, para la especie o para otro ser.
2 Por eso, sostienen los autores mencionados que «este bien supremo es el que, en la tradición cristiana,
se ha identificado con Dios (...), un Dios personal que se revela como Padre, Hijo y Espíritu Santo, al
Con ayuda de la categoría del encuentro —pero de un encuentro que lleve a la unión-
comunión— es posible exponer en qué consiste, para el hombre, la felicidad plena y
verdadera. Explican Sarmiento, Molina y Trigo (p. 115) que «según el pensamiento
cristiano, vale la pena ejercitarse en la vida virtuosa por amor del Summum Bonum, por
Dios; la felicidad vendrá como encuentro inseparable con Él». Estos autores valoran
positivamente que el tratado de moral de Santo Tomás de Aquino 3 se llame De
beatitudine; es decir Sobre la felicidad o Bienaventuranza, y esa beatitudo está
«indisociablemente unida a la posesión de Dios» (p. 115).
Por su parte, «la Teología ha tematizado este aspecto bajo el concepto de gloria de Dios,
que no es otra cosa que el esplendor de la perfección, bondad y amor divinos (...) La gloria
de Dios, como decía San Ireneo, es el hombre viviente, y tanto más cuanto con más
plenitud vive la vida que recibió: en él brilla la grandeza de Dios» (p. 119).
Los tres autores citados, consideran que en el pensamiento contemporáneo «se quiere
huir de un tipo de interpretación del fin último denominada “finalista” de la naturaleza
humana, ajena a la subjetividad del hombre» (p. 120). Pues, aunque es verdadero
«afirmar que Dios es el fin último del hombre por naturaleza», tal afirmación «no dice
nada de cómo el fin último desencadena la acción moral, de cómo se convierte en
principio de acciones humanas». Como posible respuesta a esta objeción diremos que
el deseo del bien se constituye en un principio y en un dinamismo interior de nuestras
acciones que nos debería conducir hacia el fin último.
VIDA ETERNA
que tenemos acceso en y por Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre, gracias a la acción del Espíritu
Santo» (p. 114).
3 A fin de ampliar la explicación recogemos lo que afirman estos autores sobre la doctrina del Aquinate:
«De acuerdo con Santo Tomás, en la vida presente del hombre se pueden vislumbrar dos tipos de
felicidad. Una natural ―proporcionada a la naturaleza humana, en la expresión de los clásicos― que
la persona puede alcanzar por sí misma; otra sobrenatural ―que excede a la naturaleza humana― que
se consigue sólo con la ayuda de Dios [ver S.Th., I-II, q. 62, a.1], a través de la participación de la
naturaleza divina. La felicidad natural es verdadera felicidad, pero por una parte es ciertamente
incompleta; y, por otra, precaria y esquiva, siempre sometida, mientras se vive en el tiempo, al temor
de perderla» (p, 118).
Jesús le respondió: ― (…) Y todo el que haya dejado casa, hermanos o
hermanas, padre o madre, o hijos, o campos, por causa de mi nombre,
recibirá el ciento por uno y heredará la vida eterna” (Mt 19, 27-29).
Corresponde hora referirnos a la noción de vida eterna, para lo cual hemos recurrido a
algunas citas de las Sagradas Escrituras4 que hacen referencia explícita esa realidad
prometida. Junto con ello, pasamos a reseñar dos encíclicas recientes del magisterio
pontificio: Veritatis splendor (VS) y Spe Salvi (SpS). A propósito de la pregunta del joven
rico a Jesús «Maestro, ¿qué he de hacer de bueno para conseguir la vida eterna?» (Mt
19, 16), comenta Juan Pablo II en VS, 8 que es «una pregunta esencial e ineludible para
la vida de todo hombre, pues se refiere al bien moral que hay que practicar y a la vida
eterna que hemos de alcanzar. El interlocutor de Jesús intuye que hay una conexión
entre el bien moral y el pleno cumplimiento del propio destino». Benedicto XVI, en
Spe Salvi5 ensaya la cuestión de ¿en qué consiste la vida eterna? Y responde que ésta no
es una sucesión interminable de la vida tal y como la conocemos en este mundo; esto
sería algo aburrido e insoportable (SpS, 10). No; la vida eterna es de otra índole: es la
vida verdadera, que ignoramos, pero creemos que es algo que debe existir (cf. SpS, 11)
y que por eso “tendemos a ello” (n. 12). A la vez, incide Benedicto XVI, citando a De
Lubac, que la salvación no es individualista, sino comunitaria (cf. SpS, 13 -14).
NOCIÓN DE LIBERTAD
4 Recogemos también lo manifestado por Sarmiento, Molina y Trigo, especialmente referido al Cuarto
Evangelio y a una de las Cartas paulinas: «El Evangelio de Juan usa la expresión vida eterna para indicar
lo que se incoa en el hombre cuando se recibe a Jesucristo por la fe y que se consumará con el encuentro
definitivo con Él. La vida eterna incluye, superándola, lo que en el lenguaje filosófico denominamos vida
lograda o feliz. Referida a la vida del cristiano, “eterna” no designa tanto oposición a terrena cuanto la
novedad indefectible de una nueva madurez de la plenitud de Cristo (Ef 4, 13)» (pp. 118-119).
5 Vemos, pues, el acierto del Papa emérito en tratar la virtud de la esperanza en relación a la felicidad.
Y en esto nos respaldamos también en el siguiente número del Catecismo de la Iglesia Católica: «La virtud
de la esperanza responde al anhelo de felicidad puesto por Dios en el corazón de todo hombre; asume
las esperanzas que inspiran las actividades de los hombres; las purifica para ordenarlas al Reino de los
cielos» (CEC, n. 1818).
Citamos a continuación los siguientes puntos del Catecismo de la Iglesia Católica:
1731 La libertad es el poder, radicado en la razón y en la voluntad, de obrar o de no
obrar, de hacer esto o aquello, de ejecutar así por sí mismo acciones deliberadas. Por
el libre arbitrio cada uno dispone de sí mismo. La libertad es, en el hombre, una fuerza
de crecimiento y de maduración en la verdad y la bondad. La libertad alcanza su
perfección cuando está ordenada a Dios, nuestra bienaventuranza.
1732 Hasta que no llega a encontrarse definitivamente con su bien último que es Dios,
la libertad implica la posibilidad de elegir entre el bien y el mal, y por tanto, de crecer
en perfección o de flaquear y pecar. La libertad caracteriza los actos propiamente
humanos. Se convierte en fuente de alabanza o de reproche, de mérito o de demérito.
1733 En la medida en que el hombre hace más el bien, se va haciendo también más
libre. No hay verdadera libertad sino en el servicio del bien y de la justicia. La elección
de la desobediencia y del mal es un abuso de la libertad y conduce a la esclavitud del
pecado (cf Rm 6, 17).
1734 La libertad hace al hombre responsable de sus actos en la medida en que estos
son voluntarios. El progreso en la virtud, el conocimiento del bien, y la ascesis
acrecientan el dominio de la voluntad sobre los propios actos.
1737 Un efecto puede ser tolerado sin ser querido por el que actúa, por ejemplo, el
agotamiento de una madre a la cabecera de su hijo enfermo. El efecto malo no es
imputable si no ha sido querido ni como fin ni como medio de la acción, como la
muerte acontecida al auxiliar a una persona en peligro. Para que el efecto malo sea
imputable, es preciso que sea previsible y que el que actúa tenga la posibilidad de
evitarlo, por ejemplo, en el caso de un homicidio cometido por un conductor en estado
de embriaguez.
1738 La libertad se ejercita en las relaciones entre los seres humanos. Toda persona
humana, creada a imagen de Dios, tiene el derecho natural de ser reconocida como un
ser libre y responsable. Todo hombre debe prestar a cada cual el respeto al que éste
tiene derecho. El derecho al ejercicio de la libertad es una exigencia inseparable de la
dignidad de la persona humana, especialmente en materia moral y religiosa (cf DH 2).
Este derecho debe ser reconocido y protegido civilmente dentro de los límites del bien
común y del orden público (cf DH 7).
Interesa citar lo explicado por los autores a continuación: “El hombre participa de
la sabiduría y de la bondad de Dios por medio de su razón y su voluntad. Gracias a la
razón, sabe cuál es el bien moral que debe buscar como fin y experimenta que debe
hacerlo y cómo debe hacerlo (de acuerdo con las virtudes). Puede conocer también
cuáles son los medios buenos que debe poner para alcanzar el fin que se ha propuesto.
Y gracias a la voluntad, atraída por el bien (y ayudada por la afectividad sensible),
quiere el fin, quiere los medios y los realiza” (p. 406).
BIBLIOGRAFÍA
AA. VV. Catecismo de la Iglesia Católica, Madrid: Asociación Editores del Catecismo,
2015.
AA. VV. Nueva Biblia de Jerusalén, Bilbao: Descleé De Brouwer, 1998.
DE VRIES, J. (1976). «Fin», en Diccionario de Filosofía, Barcelona: Herder. (Ed. 1995).
FERRATER MORA, J. (1994). Diccionario de Filosofía, Barcelona: Ariel Referencia.
SARMIENTO, A., MOLINA, E. Y TRIGO, T. Teología Moral Fundamental, Pamplona: Eunsa,
2013.
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Explican (p. 423) la gracia como un dinamismo interior que es “fruto de la acción del Espíritu Santo,
que muestra a la persona el camino hacia el bien, lo inclina a él, y, sobre todo, le da la fuerza para
recorrerlo”