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Fecha: 

06 de Estudiante:  Jhoneider Alexander Criado Beltrán


septiembre

Problema que aborda


el texto
Tesis central del texto La acción conjunta es una forma de poner en cuestión, a través del
cuerpo, aspectos imperfectos de la política.
Palabras claves Performatividad, Reconocimiento, Precariedad
Reseña de la clase 

En la sesión realizada el día martes 07 de septiembre se abordó la introducción del libro


Cuerpos aliados y lucha política. Hacia una teoría performativa de la asamblea (2017) de
la filósofa Judith Butler. De este modo, la clase inició con una actividad propuesta por la
profesora para el desarrollo de la sesión, donde cada estudiante tuvo que pensar un concepto
expuesto en la introducción y ver de qué modo ha sido abordado en este apartado para, en
primer lugar, establecer una conexión de estos conceptos con los que se trabajaron en la
sesión anterior sobre el panorama general del trabajo teórico butleriano. Y, en segundo
lugar, ahondar de manera conjunta con los estudiantes el problema que este libro expone a lo
largo de toda su argumentación y los posibles matices de su desarrollo teórico. En este orden
de ideas, el siguiente protocolo se tomó la libertad de proponer un orden de exposición
conceptual con el fin de establecer una relación de continuidad entre los conceptos
trabajados en la sesión y el problema teórico que el libro presenta en su introducción.

De igual manera, cabría mencionar, quizá a modo de hilo conductor de esta exposición
conceptual, que el pensamiento de Judith Butler a lo largo de su trabajo teórico como
filósofa ha tenido un gran número de matices en relación a su enfoque de análisis y los
problemas abordados. Esto no significa, por supuesto, que los problemas en sus obras tengan
una distancia irreconciliable en cuanto a análisis, sino más bien que algunos problemas
presentados en una obra son redefinidos bajo un tipo de óptica diferente en otra. Así,
encontramos en algunos de sus primeros libros el problema del género y la sexualidad, en
algunos otras la cuestión más general del duelo y la precariedad de las vidas en relación a la
violencia de la guerra o el problema lingüístico de los discursos de odio. Aunque la mayoría
de la obra de Butler se desarrolla entre campos interdisciplinares, no debemos olvidar que
tiene un carácter político constante que ha permeado toda su obra y sobre el cual despliega
sus múltiples reflexiones. Preguntas como, ¿de qué modo la vida encuentra las condiciones
para su propia existencia en el mundo? O, ¿qué mundo tendría que ser posible para que la
vida pueda desplegarse de modo que su existencia suponga la posibilidad de aparecer como
una vida viable? Son el campo amplio de reflexión teórico de esta autora. Una reflexión
constante sobre las posibilidades de una vida habitable frente a las condiciones específicas
de violencia y exclusión que algunos estilos o modos de vida reciben por estar alejados de la
norma imperante.  

● Performatividad lingüística: “Nosotros, el pueblo”

La cuestión de la democracia tiene un sentido polisémico mucho más complejo del que
algunas veces se quiere aceptar. De hecho, una de las ambivalencias específicas del
significado de la democracia aparece cuando algunos sistemas políticos denominados
democráticos entran en crisis porque ciertos grupos o colectivos sociales se arrogan la
voluntad popular y, como menciona Butler (2017), se entabla una batalla por el significado
mismo de la democracia que muchas veces no se resuelve de manera dialógica. En este
contexto, la definición conceptual de lo que es el pueblo adopta la forma específica de una
lucha por el establecimiento de la hegemonía, es decir, una pugna por instaurar los términos
imperantes en el sentido social (p.10). Por supuesto, la cuestión no radica aquí en saber qué
tipo de movilizaciones sociales son legítimas, sino en el significado que asume la propia
democracia en determinados momentos de violencia y exclusión. En ocasiones, ciertos
movimientos sociales son tildados como un peligro, lo cual supone que la eliminación de ese
peligro puede transformarse en un imperativo de seguridad para salvaguardar a la
democracia. Pero en otros casos, ese mismo grupo puede ser visto como una apuesta política
por parte del pueblo para establecer una democracia más amplia e igualitaria. De este modo,
podríamos plantear en un primer momento que la cuestión acerca de qué es la democracia y
quiénes son el pueblo, guarda cierta relación con una dimensión discursiva que instaura y
delimita los múltiples significados políticos, marcando a través de ciertos nombres y
enunciados algunos movimientos sociales y, con esto, también a aquellos que quedan fuera
de dichos términos. En otras palabras, tal vez la cuestión de la democracia tiene que ver con
la forma en que concebimos los límites entre lo reconocible y lo no reconocible dentro de
determinados contextos políticos.

Si el significado de la democracia guarda una relación directa con la demarcación discursiva


entonces, ¿cómo deberíamos pensar los distintos nombres que asumen los movimientos
sociales y los sistemas políticos? Y, ¿qué tipo de vinculación existe entre lenguaje y mundo
cuando afirmamos que ciertos discursos crean lo que nombran? La operación discursiva del
nombre no actúa como una descripción de aquello que nombra, sino que inviste al sujeto
nombrado de un reconocimiento social, una inteligibilidad cultural que asegura su
permanencia en el mundo. En la medida en que el nombre estructura al sujeto nombrado,
parece ejercer el poder de producción de dicho sujeto, ordenando e instituyendo una
variedad de significantes políticos que se anudan en el concepto de identidad (en este caso la
identidad colectiva del pueblo). El nombre confiere por lo tanto legitimidad al “nosotros”
que se enuncia como sujeto, al mismo tiempo en que produce mediante su propio ejercicio
discursivo a dicho sujeto, por tanto, el nombre actúa performativamente cuando produce
aquello que nombra. En este orden de ideas, en el momento en que un cierto grupo social es
catalogado como peligroso, o cuando el mismo grupo declara tácitamente que ellos son “el
pueblo”, la operación discursiva de la que se sirven revela que la identidad política de lo
nombrado como pueblo nunca es idéntica a sí misma y, lo que ha de considerarse como el
sujeto político colectivo no existe de antemano a la propia demarcación que el discurso hace,
sino que obedece a ciertos límites variables y a significantes políticos más amplios:
nacionalidad, territorio, afiliación política, etc. De este modo, toda definición de lo que es
“el pueblo” autoriza a dicho sujeto colectivo y lo hace emerger dentro del sentido social, al
mismo tiempo que implica un acto de demarcación respecto al colectivo elegido,
instaurando una exterioridad, lo no reconocido que, sin embargo, es fundamental para
marcar los límites mismos del reconocimiento:

Los términos políticos que apuntan a establecer una identidad segura o coherente se ven perturbados
por este fracaso de la performatividad discursiva incapaz de establecer finalmente y por completo la
identidad a la que se refiere. Por lo demás, este imperativo, este mandato, requiere e instituye un
“exterior constitutivo”: lo indecible, lo inviable (...) La fuerza normativa de la performatividad se

ejerce no solo mediante la reiteración, también se aplica mediante la exclusión (Butler, 2007, p.269).
Seguidamente, la performatividad lingüística no debería ser entendida como un modo en el
que un sujeto utiliza el discurso para referirse al mundo, sino una modalidad del poder
entendido como discurso, una práctica reiterada mediante la cual el discurso produce lo que
nombra y cuyos efectos se instauran en el mundo a través de la reiteración, Por consiguiente,
la apelación performativa al pueblo no supone que “el pueblo” como sujeto del enunciado
sea quien con anterioridad produzca e instaure la proposición “nosotros, el pueblo”, más
bien significa que en el momento en que el pueblo es referenciado en dicha proposición por
un “nosotros”, el sujeto político colectivo es habilitado por la norma social y, por tanto,
surge. Sin embargo, tendremos que hacer un matiz en estas consideraciones de la
performatividad lingüística, pues no todos los enunciados que tienen la forma de un
performativo funcionan o son eficaces en la producción de aquello que nombran. Actuar
lingüísticamente no implica necesariamente producir efectos y, en este sentido, un acto de
habla no siempre es un acto realizativo. Por ejemplo, si al decir una promesa no tengo a
quién decírsela, aunque mi enunciado “te prometo que” sea un acto de habla, no produce en
sí mismo ningún efecto, convirtiéndose en un acto de habla fallido. Así, un performativo
solo es eficaz en la medida en que a partir de este se derivan una serie de efectos. Un
significante adquiere su eficacia, su poder de definir el campo político, al crear y sostener
ese mismo campo. Por consiguiente, la eficacia de los performativos está ligada a una serie
de instrumentos específicos que le permiten a los enunciados producir los efectos que
nombran.

En este orden de ideas, el poder de los términos "pueblo" o "democracia" no deriva de su


capacidad para describir adecuadamente o de manera completa una realidad política que ya
existe por parte de quienes enuncian estos términos; por el contrario, dichos significantes
políticos llegan a ser eficaces al instituir y sostener una serie de conexiones como una
realidad política estable. No obstante, puede darse el caso, como vimos al principio, que un
determinado sistema político democrático entre en crisis por la apelación a la voluntad
popular por cierto grupo y, en este contexto, la nominación que el sistema político tiene de sí
mismo como democrático se transforma en un acto de habla fallido. O puede darse también
el caso opuesto, en el que un grupo reunido que apela a la voluntad popular para establecerse
a sí mismo como el pueblo no pueda realizar por completo los efectos que nombra su
resistencia al ser blanco de la violencia estatal. Estas operaciones discursivas necesitan por
tanto una serie de elementos que instauran a lo largo del tiempo su efecto discursivo.

● Entrecruzamientos performativos: la figura del quiasmo

Aunque ya mencionamos que la eficacia de los términos performativos requiere de ciertas


conexiones que aseguren la producción de una serie de efectos, no siempre lo nombrado y
sus efectos coinciden y, por tanto, se abre un campo de posibilidad de contingencia en donde
se puede resignificar la propia demarcación del enunciado y sus intenciones. Tal es el caso
de las asambleas y movilizaciones sociales, en donde sujetos producidos por la norma como
“inhumanos” o “peligrosos” resignifican esta demarcación discursiva al estar reunidos en la
calle, haciendo frente al poder a través de otro tipo de acto performativo. Es decir, la
cuestión que podríamos situar como el punto central de análisis de este libro es cómo estos
actos de resistencia respecto a la precarización de las vidas resignifican el campo de
producción normativa de los sujetos al momento en que hacen uso, no de un tipo de poder
individual como sujetos soberanos, sino de una agencia que surge desde los márgenes del
poder hegemónico, y que es pensado como un ejercicio del poder de los cuerpos en alianza.

Antes de pasar a considerar este desplazamiento performativo de los cuerpos reunidos, es


necesario establecer la relación quiasmática entre lenguaje y materia. La cuestión de la
eficacia de los performativos descritos con anterioridad nos pone de cara a la relación que el
lenguaje puede tener con la materialidad, en concreto con la de los cuerpos, para producir
los efectos que nombra en sus enunciados. Cuando entra en escena la materialidad de los
cuerpos tendemos a pensar que existe una incompatibilidad entre materia y lenguaje que no
nos permite analizar conjuntamente estos dos términos. No obstante, el lenguaje y la
materialidad no se oponen del todo, antes bien el lenguaje es y se refiere a aquello que es
material, y lo que es material nunca escapa del todo al proceso por el cual se le confiere
significación. Consideremos el caso paradigmático de la producción discursiva de los sujetos
que hemos venido analizando a lo largo de este protocolo. Devenir sujeto significa estar
subordinado a un conjunto de normas explícitas que regulan precisamente qué es lo que los
sujetos pueden hacer o no y, en estas mismas prohibiciones y autorizaciones, el sujeto se
forma como tal dentro del campo de sentido que el discurso crea.
La formación del sujeto se da a través de actos lingüísticos que delimitan y estructuran tanto
al sujeto como al campo político en que este aparece. Pero, también es necesario una serie de
condiciones específicas para mantener esta formación, es decir, la emergencia del sujeto
necesita ser rehecha constantemente para conservar su eficacia a lo largo del tiempo. Esto no
significa por supuesto que la figura un tanto fantasmagórica del sujeto sea una simple
disimulación discursiva, o que la materialidad de los sujetos formados deba ser concebida
como algo puro y fuera de toda implicación con el lenguaje, sino que lenguaje y materia
guardan una relación mucho más profunda. Si señalamos precisamente dicho carácter
iterable de la norma es para mostrar que la fuerza performativa del acto de habla nunca se
puede separar completamente de la fuerza corporal que instituye en su repetición constante
su propia condición de posibilidad. La relación especial entre estos aspectos pone de
manifiesto que, por un lado, el proceso de significación es siempre material; los signos
operan mediante la aparición (visiblemente a través de gestos corporales o auditivamente).
Y, por otro lado, que lo que permite que un significante signifique no es nunca sólo su
materialidad, esa materialidad será a la vez una instrumentalidad y un despliegue de una
serie de relaciones lingüísticas más amplias. La relación entre la materialidad de los cuerpos
y la normatividad del lenguaje es establecida entonces a través de la figura del quiasmo. Se
trata por tanto de una disposición cruzada que forma una relación; una disparidad que abre
sentidos porque cada uno de los términos se pliega sobre el otro, ejerce una demanda y
necesita del otro sin poder dominarlo:

El lenguaje y la materialidad están plenamente inmersos uno en el otro, profundamente conectados en su


interdependencia, pero nunca plenamente combinados entre sí, esto es, nunca reducido uno al otro y, sin
embargo, nunca uno excede enteramente al otro. Desde siempre mutuamente implicados, desde siempre
excediéndose recíprocamente, el lenguaje y la materialidad nunca son completamente idénticos ni
completamente diferentes (Butler, 2002: 111).

Los cuerpos, en su materialidad, son aquello que es demandado insistentemente por el


lenguaje como su referente y por las normas como su objeto. Son los cuerpos el lugar donde
se presenta el dolor y el sufrimiento al que son arrojados quienes no se ajustan a la
normativa y constituyen el campo abyecto que hace posible la norma (exterior constitutivo).
De igual manera, los cuerpos en su materialidad son el referente que nunca es satisfecho en
ningún signo. En este sentido, los cuerpos son el lugar donde se evidencia el constante
fracaso de la normativa. Las normas y el lenguaje reclaman a los cuerpos en su materialidad,
los constituyen performativamente y se inscriben en ellos. Pero al mismo tiempo, y aquí se
completa la relación quiasmica entre lenguaje y cuerpo, los cuerpos en su materialidad son
lo que excede y se resiste al lenguaje y a las normas, el lugar donde puede interrumpirse su
funcionamiento y aquello que funciona como límite que nunca puede conquistarse
completamente.

Si existe una dimensión corporal que nunca es completamente investida por el lenguaje, si el
cuerpo excede retóricamente el acto de hablo, entonces la escena de los cuerpos reunidos en
la calle pone de manifiesto una capacidad performativa que, al oponerse a los significantes
políticos imperantes, constituye un modo distinto de significación ¿Cómo entender por tanto
el poder específico de quienes actúan dentro de los parámetros de la norma, pero que se
oponen al mismo tiempo a estos parámetros? ¿Cuál es el poder performativo de reclamar
términos como “justicia” o “democracia”, cuando estos mismos han sido utilizados para
excluir a aquellos que ahora los reclaman? Como hemos señalado a lo largo de esta
exposición conceptual, la performatividad lingüística expone la instancia en que el discurso
produce a los sujetos que dice representar. Sin embargo, el cuerpo no es simplemente la
sedimentación de los actos de habla por los cuales ha sido constituido. Pues, de hecho, si
esta constitución fracasa, una resistencia surge allí donde la repetición pretendía establecer
sus efectos discursivos. En este sentido, aunque el habla sea corporal, el cuerpo excede el
propio habla, dejando al descubierto que existe algo que parece exceder a la interpelación
discursiva que crea a los sujetos, y este exceso se vive como el afuera de la inteligibilidad
pero a la vez como posibilidad latente de resistencia.

● Reconocimiento, precariedad y aparición: la acción conjunta de los cuerpos

Hasta aquí hemos hablado de la forma específica en que la discursividad guarda cierta
relación con la materialidad de los cuerpos al momento en que efectúa, a través de una serie
de prácticas reiterativas, aquello que nombra. Sin embargo, la cuestión de la asamblea
supone un desplazamiento mucho más amplio del modo en que hemos pensado la propia
performatividad. Pues, aunque estas movilizaciones sociales utilizan el discurso para
expresar unas demandas y peticiones, parece existir un modo concreto de significación de
los propios cuerpos que se encuentra antes de cualquier discurso que estos planteen. Este
desplazamiento performativo es el poder de un conjunto de cuerpos para hacer algo en el
contexto político. La acción conjunta es una manera de poner entre dicho aspectos de
exclusión de los sistemas políticos actuales. La propia actuación adquiere aquí entonces otro
sentido, en cuanto que esas formas corporizadas de acción tienen significado más allá de las
palabras que enuncian. “La reunión es significativa más allá de lo que en ella se diga, y este
modo de significación es una actuación conjunta de los cuerpos, una forma de
performatividad plural” (Butler, 2017, p. 16).

La cuestión que deberíamos tener en cuenta en estos momentos es que la formación


discursiva del poder no siempre autoriza todos los modos específicos de aparecer
socialmente, y la resistencia se presenta en el campo de aparición como algo que perturba su
propia estabilidad. Pero al mismo tiempo, y tal vez es la manera en que estas movilizaciones
sociales encuentran su capacidad de acción, cada acto de resistencia apela a la norma que lo
ha excluido para presentarse como aquello que está por fuera de la norma y que necesita ser
reconocido. Así, se articula, a través de la precariedad compartida de los cuerpos, una
agencia específica que moviliza la acción conjunta y que hace emerger el ejercicio del
derecho a aparecer de estos cuerpos en alianza. Esta idea del derecho a aparecer será
homologada por Butler a la idea del derecho a tener derechos de Hannah Arendt. Un derecho
que no es enteramente presocial, pero que tampoco depende de la norma jurídica positiva,
sino que surge precisamente allí en el ejercicio de la acción conjunta de los cuerpos
precarios.

Como sabemos, las normas determinan qué puede aparecer dentro del campo político, pero
fallan a la hora de controlar esta misma esfera de la aparición. Sin embargo, no debemos
pensar la resistencia en términos de libertad soberana de los cuerpos precarizados para
oponerse al poder fuera de toda relación con este. Antes bien, quien actúa, actúa
precisamente en la medida en que existe con anterioridad a su acto dentro de un campo
específico de poder y, en este sentido, la cuestión de la resistencia conjunta que los cuerpos
precarios ponen de manifiesto al presentarse en espacios donde no son reconocidos, no es
una función de una libertad inherente a sí mismos, sino un efecto del poder. Es decir, la
actuación conjunta de los cuerpos deja al descubierto la relación entre poder y resistencia
que puede ser expresada en la siguiente pregunta: ¿qué podemos hacer en las condiciones
actuales en las que nos encontramos?

De igual modo, la característica de precariedad de las vidas tiene también una relación
específica con el reconocimiento y el campo de aparición, puesto que estos sujetos que han
sido privados de formas específicas de aparecer en el espacio público como inteligibles
quedan expuestos a modos de violencia que hacen de su vida menos vivible. Que un grupo
de personas manifieste su existencia a base de ocupar el espacio y de persistir allí es en sí
mismo un acto expresivo, un acontecimiento significativo en términos políticos y que puede
tener lugar sin palabras, pero que precisamente estructura su significación y alianza política
anudando la precariedad de sus propios cuerpos en la alianza conjunta:

Quienes han quedado eliminados o degradados por la norma que en teoría deberían encarnar tendrán
que luchar por ser reconocidos, y esta será una lucha corporeizada en la esfera pública, donde tendrán
que defender su existencia y su significación. (Butler, 2017, p. 44).

Cuando los cuerpos no reconocidos aparecen en el espacio público, el propio acto de


aparición expresa una petición de justicia muchas veces no tematizada a través del lenguaje.
Precisamente, estos cuerpos reunidos en alianza dicen mediante su corporalidad: “nosotros
seguimos resistiendo, seguimos exigiendo condiciones para una vida vivible”. En este
sentido, el reconocimiento se expresa como una condición para una vida continua y viable.
Y, por tanto, como una exigencia política con miras hacia una forma de encarnar la norma,
de entrar en el campo de la significación, pero que no supone ser integrado a la norma social
existente que los ha excluido, sino más bien abrir la posibilidad de pensar otros modos de
significación más amplios que resignifiquen los modos actuales del reconocimiento. Así, y
como se mencionó al principio del protocolo, la reflexión política butleriana está
encaminada a pensar la forma específica en la que la vida puede encontrar las condiciones
de su propia supervivencia frente a los modos de precarización de los sistemas económicos y
políticos.
Finalmente, la condición de precariedad compartida implica que el cuerpo es
constitutivamente social e interdependiente. Una de las hipótesis específicas que Judith
Butler plantea en este libro es que en el momento en que se sostienen y exhiben ciertas
formas de interdependencia frente a la precariedad de las vidas, se puede llegar a
transformar el campo político de la aparición. Desde el punto de vista ético tenemos que ser
capaces de encontrar y forjar una serie de vínculos y alianzas, de conectar la
interdependencia con el principio de la igualdad, y tendrá que hacerlo de una forma que
resulte perturbadora para los propios poderes que distribuyen el reconocimiento de manera
diferenciada. La vida entonces se entiende como algo interdependiente, algo que tiene
siempre el mismo valor y que impone ciertos principios éticos. Por consiguiente, si debemos
reconocer de manera ética un rostro que es humano, debe haber, ante todo, un campo para lo
humano que pueda incluir múltiples variaciones. Así, “el llamado a la interdependencia es
también, un llamado a superar este cisma y a movernos hacia el reconocimiento de una
condición generalizada de precariedad” (Butler, 2017, 27).
Comentario 

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