Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
De igual manera, cabría mencionar, quizá a modo de hilo conductor de esta exposición
conceptual, que el pensamiento de Judith Butler a lo largo de su trabajo teórico como
filósofa ha tenido un gran número de matices en relación a su enfoque de análisis y los
problemas abordados. Esto no significa, por supuesto, que los problemas en sus obras tengan
una distancia irreconciliable en cuanto a análisis, sino más bien que algunos problemas
presentados en una obra son redefinidos bajo un tipo de óptica diferente en otra. Así,
encontramos en algunos de sus primeros libros el problema del género y la sexualidad, en
algunos otras la cuestión más general del duelo y la precariedad de las vidas en relación a la
violencia de la guerra o el problema lingüístico de los discursos de odio. Aunque la mayoría
de la obra de Butler se desarrolla entre campos interdisciplinares, no debemos olvidar que
tiene un carácter político constante que ha permeado toda su obra y sobre el cual despliega
sus múltiples reflexiones. Preguntas como, ¿de qué modo la vida encuentra las condiciones
para su propia existencia en el mundo? O, ¿qué mundo tendría que ser posible para que la
vida pueda desplegarse de modo que su existencia suponga la posibilidad de aparecer como
una vida viable? Son el campo amplio de reflexión teórico de esta autora. Una reflexión
constante sobre las posibilidades de una vida habitable frente a las condiciones específicas
de violencia y exclusión que algunos estilos o modos de vida reciben por estar alejados de la
norma imperante.
La cuestión de la democracia tiene un sentido polisémico mucho más complejo del que
algunas veces se quiere aceptar. De hecho, una de las ambivalencias específicas del
significado de la democracia aparece cuando algunos sistemas políticos denominados
democráticos entran en crisis porque ciertos grupos o colectivos sociales se arrogan la
voluntad popular y, como menciona Butler (2017), se entabla una batalla por el significado
mismo de la democracia que muchas veces no se resuelve de manera dialógica. En este
contexto, la definición conceptual de lo que es el pueblo adopta la forma específica de una
lucha por el establecimiento de la hegemonía, es decir, una pugna por instaurar los términos
imperantes en el sentido social (p.10). Por supuesto, la cuestión no radica aquí en saber qué
tipo de movilizaciones sociales son legítimas, sino en el significado que asume la propia
democracia en determinados momentos de violencia y exclusión. En ocasiones, ciertos
movimientos sociales son tildados como un peligro, lo cual supone que la eliminación de ese
peligro puede transformarse en un imperativo de seguridad para salvaguardar a la
democracia. Pero en otros casos, ese mismo grupo puede ser visto como una apuesta política
por parte del pueblo para establecer una democracia más amplia e igualitaria. De este modo,
podríamos plantear en un primer momento que la cuestión acerca de qué es la democracia y
quiénes son el pueblo, guarda cierta relación con una dimensión discursiva que instaura y
delimita los múltiples significados políticos, marcando a través de ciertos nombres y
enunciados algunos movimientos sociales y, con esto, también a aquellos que quedan fuera
de dichos términos. En otras palabras, tal vez la cuestión de la democracia tiene que ver con
la forma en que concebimos los límites entre lo reconocible y lo no reconocible dentro de
determinados contextos políticos.
Los términos políticos que apuntan a establecer una identidad segura o coherente se ven perturbados
por este fracaso de la performatividad discursiva incapaz de establecer finalmente y por completo la
identidad a la que se refiere. Por lo demás, este imperativo, este mandato, requiere e instituye un
“exterior constitutivo”: lo indecible, lo inviable (...) La fuerza normativa de la performatividad se
ejerce no solo mediante la reiteración, también se aplica mediante la exclusión (Butler, 2007, p.269).
Seguidamente, la performatividad lingüística no debería ser entendida como un modo en el
que un sujeto utiliza el discurso para referirse al mundo, sino una modalidad del poder
entendido como discurso, una práctica reiterada mediante la cual el discurso produce lo que
nombra y cuyos efectos se instauran en el mundo a través de la reiteración, Por consiguiente,
la apelación performativa al pueblo no supone que “el pueblo” como sujeto del enunciado
sea quien con anterioridad produzca e instaure la proposición “nosotros, el pueblo”, más
bien significa que en el momento en que el pueblo es referenciado en dicha proposición por
un “nosotros”, el sujeto político colectivo es habilitado por la norma social y, por tanto,
surge. Sin embargo, tendremos que hacer un matiz en estas consideraciones de la
performatividad lingüística, pues no todos los enunciados que tienen la forma de un
performativo funcionan o son eficaces en la producción de aquello que nombran. Actuar
lingüísticamente no implica necesariamente producir efectos y, en este sentido, un acto de
habla no siempre es un acto realizativo. Por ejemplo, si al decir una promesa no tengo a
quién decírsela, aunque mi enunciado “te prometo que” sea un acto de habla, no produce en
sí mismo ningún efecto, convirtiéndose en un acto de habla fallido. Así, un performativo
solo es eficaz en la medida en que a partir de este se derivan una serie de efectos. Un
significante adquiere su eficacia, su poder de definir el campo político, al crear y sostener
ese mismo campo. Por consiguiente, la eficacia de los performativos está ligada a una serie
de instrumentos específicos que le permiten a los enunciados producir los efectos que
nombran.
Si existe una dimensión corporal que nunca es completamente investida por el lenguaje, si el
cuerpo excede retóricamente el acto de hablo, entonces la escena de los cuerpos reunidos en
la calle pone de manifiesto una capacidad performativa que, al oponerse a los significantes
políticos imperantes, constituye un modo distinto de significación ¿Cómo entender por tanto
el poder específico de quienes actúan dentro de los parámetros de la norma, pero que se
oponen al mismo tiempo a estos parámetros? ¿Cuál es el poder performativo de reclamar
términos como “justicia” o “democracia”, cuando estos mismos han sido utilizados para
excluir a aquellos que ahora los reclaman? Como hemos señalado a lo largo de esta
exposición conceptual, la performatividad lingüística expone la instancia en que el discurso
produce a los sujetos que dice representar. Sin embargo, el cuerpo no es simplemente la
sedimentación de los actos de habla por los cuales ha sido constituido. Pues, de hecho, si
esta constitución fracasa, una resistencia surge allí donde la repetición pretendía establecer
sus efectos discursivos. En este sentido, aunque el habla sea corporal, el cuerpo excede el
propio habla, dejando al descubierto que existe algo que parece exceder a la interpelación
discursiva que crea a los sujetos, y este exceso se vive como el afuera de la inteligibilidad
pero a la vez como posibilidad latente de resistencia.
Hasta aquí hemos hablado de la forma específica en que la discursividad guarda cierta
relación con la materialidad de los cuerpos al momento en que efectúa, a través de una serie
de prácticas reiterativas, aquello que nombra. Sin embargo, la cuestión de la asamblea
supone un desplazamiento mucho más amplio del modo en que hemos pensado la propia
performatividad. Pues, aunque estas movilizaciones sociales utilizan el discurso para
expresar unas demandas y peticiones, parece existir un modo concreto de significación de
los propios cuerpos que se encuentra antes de cualquier discurso que estos planteen. Este
desplazamiento performativo es el poder de un conjunto de cuerpos para hacer algo en el
contexto político. La acción conjunta es una manera de poner entre dicho aspectos de
exclusión de los sistemas políticos actuales. La propia actuación adquiere aquí entonces otro
sentido, en cuanto que esas formas corporizadas de acción tienen significado más allá de las
palabras que enuncian. “La reunión es significativa más allá de lo que en ella se diga, y este
modo de significación es una actuación conjunta de los cuerpos, una forma de
performatividad plural” (Butler, 2017, p. 16).
Como sabemos, las normas determinan qué puede aparecer dentro del campo político, pero
fallan a la hora de controlar esta misma esfera de la aparición. Sin embargo, no debemos
pensar la resistencia en términos de libertad soberana de los cuerpos precarizados para
oponerse al poder fuera de toda relación con este. Antes bien, quien actúa, actúa
precisamente en la medida en que existe con anterioridad a su acto dentro de un campo
específico de poder y, en este sentido, la cuestión de la resistencia conjunta que los cuerpos
precarios ponen de manifiesto al presentarse en espacios donde no son reconocidos, no es
una función de una libertad inherente a sí mismos, sino un efecto del poder. Es decir, la
actuación conjunta de los cuerpos deja al descubierto la relación entre poder y resistencia
que puede ser expresada en la siguiente pregunta: ¿qué podemos hacer en las condiciones
actuales en las que nos encontramos?
De igual modo, la característica de precariedad de las vidas tiene también una relación
específica con el reconocimiento y el campo de aparición, puesto que estos sujetos que han
sido privados de formas específicas de aparecer en el espacio público como inteligibles
quedan expuestos a modos de violencia que hacen de su vida menos vivible. Que un grupo
de personas manifieste su existencia a base de ocupar el espacio y de persistir allí es en sí
mismo un acto expresivo, un acontecimiento significativo en términos políticos y que puede
tener lugar sin palabras, pero que precisamente estructura su significación y alianza política
anudando la precariedad de sus propios cuerpos en la alianza conjunta:
Quienes han quedado eliminados o degradados por la norma que en teoría deberían encarnar tendrán
que luchar por ser reconocidos, y esta será una lucha corporeizada en la esfera pública, donde tendrán
que defender su existencia y su significación. (Butler, 2017, p. 44).