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“¿El poder, es aquello que se ejerce mediante el lenguaje?”.

Abstract:
Se buscará observar y desarrollar la implicancia y evolución histórica, y más
precisamente en la actualidad, la influencia del lenguaje a través de los medios de
comunicación, y cómo es utilizado para comunicar ciertas cosas, y otras no. Al
mencionar el carácter reciente, me parece fundamental remarcar el proceso de
globalización respecto de la masividad en los medios que tienen el rol de comunicador.
Este trabajo plantea pensar el lenguaje desde los medios de comunicación,
cuestionando: ¿Podemos pensar el lenguaje por fuera de ellos? Retomaremos, como
base fundamental y en concordancia con otros autores vistos, aquella famosa frase
atribuida a Derrida: nada hay fuera del texto. Sin embargo, me permito plantear como
hipótesis, si nada hay fuera del texto, del lenguaje, entonces: ¿Hay algo fuera de los
medios de comunicación?

Desarrollo:
Primeramente, con fines introductorios pero fundamentalmente con el objetivo
de establecer cierto grado de claridad, considero esencial que podemos sentar las bases
del trabajo a través de tres polos, algunos con mayor implicancia que otros, sugeridos
más arriba, a fin de poder lograr, posteriormente, una concreta relación, siendo estos: los
medios de comunicación, el pueblo/la sociedad, y la política o lo político. Cabe destacar
así, que estos tres polos se cimentan bajo la estructura del lenguaje y el poder, dos
“artefactos”, en el sentido más simbólico de la palabra, que colisionan desde una mirada
crítica y constructiva, volviéndose, a tal fin corresponde con el de este trabajo,
inherentes.
Establecido lo previo, comencemos planteando la perspectiva a través de la cual
abordaremos el polo de “medios de comunicación”. Para esto, considero oportuno traer
a colación el análisis descriptivo del autor Dáder, en referencia a “La evolución de las
investigaciones sobre la influencia de los medios y su primera etapa: teorías del
impacto directo” (Madrid, 1990). Aquí, utilizaremos el “Periodo de Nueva
interpretación sobre la Poderosa capacidad de influencia de los medios”, el cual sostiene
que se piensa más en efecto socio estructurales y culturales globales, y no en efectos
reactivos individuales. Tampoco se piensa ahora en reacciones mecanicistas o
inmediatas de la opinión pública a los estímulos de los medios, sino en moldeaciones y
transformaciones complejas y lentas, a medio o largo plazo.
Encontramos un gran aporte de la llamada “Teoría de masas”, la cual destaca
una influencia poderosa y directa de los medios: Por un lado, el clima político, de
pretensiones de manipulación masiva. La pretensión de poner los medios al servicio de
la propaganda de Estado había tenido ya su primer gran campo de pruebas y sus
primeros expertos durante la primera guerra mundial y su paralela guerra psicológica de
las naciones en lucha para minar la moral del enemigo. Laswell, a modo de mención,
será el primer gran analista de dicha propaganda bélica.
En segundo lugar, el alcance simultáneo e inmediato a audiencias masivas que
los avances tecnológicos y comerciales permiten a los periódicos, junto con la
fascinación multitudinaria que despiertan los nuevos medios, cine y radio
anteriormente, y con posterioridad, por el impacto extremo tras el proceso de
globalización, como los nuevos medios digitales o la masividad de los ya existentes, han
generado poner el foco en una supuesta indefensión de los individuos ante el poder
manipulador de los medios, y su capacidad de degradación y alienamiento cultural.
Aquí vemos la teoría cultural de masas, la cual desarrollaremos con posterioridad.
Ahora, corresponde que podamos definir la noción que adoptaremos de
“pueblo/sociedad” (en adelante, “pueblo”). La necesidad de este planteo es clara. Busca
establecer, frente al posible y totalmente válido cuestionamiento, “¿Quién es el pueblo?”
o “¿Quién define quién es el pueblo y quién no?”, que hay un “tablero”, completamente
desbalanceado, con dos partes. Por un lado, quienes ejercer el poder y manejan una
posición estratégica respecto a los recursos para ejercerlo, en este caso los medios de
comunicación o, si se quiere avanzar sobre lo que desarrollaremos, quienes utilizan los
medios como recurso, o “medio”, para lograr un fin claro: manejar el sentido común,
manejando el lenguaje: lo que se dice, y lo que no. Por otro lado, en el lado más
“desventajoso”, encontramos al pueblo, una masa de individuos que reciben las
“directivas” y las perspectivas de lo que pasa, cómo sucede, y, podríamos decir, qué
sucede.
Mencionado lo anterior, cabe justificar esta posición tomada. Para eso,
utilizaremos el concepto de “populismo” de Laclau, quien nos adentra en la cuestión en
foco. Laclau, por ejemplo, define al populismo como una construcción discursiva que
constituye al pueblo y lo transforma en acto de la democracia. Da tres características:
(1) la cadena de equivalencias, en una sociedad capitalista hay una cantidad de
demandas, en donde cada grupo tiene su demanda, y los dominados no pueden dar lucha
por esa separación. El populismo genera solidaridad entre los grupos dominados, dando
lugar a una unidad frente al ascenso de uno de ellos al lugar hegemónico. Una demanda
se transforma en contenedora de todas las demás; (2) significante vacío: la generalidad
que adquiere la demanda le permite despojarse de particularidad, ampliando su
representación; (3) antagonismo: División dicotómica del campo de lo social. El campo
de lo social se debe dividir en dos: el pueblo, y el no pueblo, porque solo así puede
revelar el significado de injusticia social.
El pueblo queda movilizado y empoderado. Con la interpelación populista, nace
el pueblo, y allí recién comienza la democracia. La masa es lo propio del liberalismo,
aislados entre sí, pasivos, desmovilizados, sin posibilidad de reclamar sus intereses y
derechos. El pueblo, en cambio, nace cuando se constituye esta cadena de equivalencias.
El populismo viene de abajo hacia arriba, y crea el pueblo, mientras que el
institucionalismo es el modo de dominar que tienen los de arriba, que consiste en
seleccionar algunas demandas, satisfacer, y dejan las demás sin satisfacer, para que los
de abajo no se puedan organizar.
Ahora bien, hemos planteado dos polos, a mi parecer, completamente opuestos.
Sin embargo, ya establecida la idea de “un tablero con dos partes”, falta la parte
fundamental: el tablero. ¿Cuál es, entonces, este tablero que confronta dos actores en un
piso de desigualdad, donde colisionan los intereses? Esto es: la política, y lo político.
La política entonces es el terreno donde, mediante el lenguaje, lo discursivo,
disputamos qué son los conceptos. Esta disputa es permanente, sin lograr resultados o
soluciones definitivas. El momento político es la tensión permanente entre lo
constituido y lo no constituido, ya que siempre todo está en disputa. Sucede, así, que lo
que pasa no es acuerdo, no es consenso, no es debate, sino fuerza (en términos de puja
política).
La política es, entonces, una instancia de litigio que permite el cuestionamiento
constante de los órdenes que regulan lo social. Es la búsqueda del desacuerdo y la
distorsión de lo establecido como mecanismo de cambio. Los “sin parte” irrumpen en la
superficie de lo social y traen un problema porque evidencian que la totalidad de lo
social no está resuelta. En la realidad, la verdadera democracia es la parte de los sin
parte, la democracia es conflicto, porque esa permanente irrupción denuncia la
imposibilidad de la política como acuerdo, y evidencia su verdadera naturaleza. Quien
no considere a la político como inherente al conflicto, y viceversa, es quien
dañinamente recae en una ceguez crítica. O quizás, sabe lo que hay para ver, pero busca
convertir en ciego a los demás.
Establecido lo comprometido en primera instancia, es deber intelectual poder
conflictuar los polos planteados. Lograr llevar al extremo del conflicto los polos para
poder esbozar una sugerencia de solución, a partir de visualizar el daño estructural, en
sentidos culturales, que plantea el tablero en cuestión. ¿Cómo haremos esto? La mejor
forma es reconocer dos elementos que mueven, en absoluto, todos los hilos: el poder y
el lenguaje.

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