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Una política más allá del discurso: síntoma y forma de vida.

POR #LACANEMANCIPA · PUBLICADA 03/03/2020 · ACTUALIZADO 03/03/2020

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José Enrique Ema

“Verdadero y falso es lo que los hombres dicen (…). Esta no es una concordancia de opiniones,
sino de forma de vida.”

Ludwig Wittgenstein.

La construcción sintomática de la realidad social.

Toda propuesta política se sostiene sobre alguna teoría implícita acerca de la naturaleza de la
realidad social y sus posibilidades de cambio. Así, un orden dado estará más profundamente
asentado cuanto más sea considerado como necesario, no contingente, cuando sea imposible
de imaginar otra alternativa. Por eso la política entendida como creación de posibilidades
necesita en alguna medida ampliar el campo de lo contingente, debilitar el carácter necesario
del orden dominante. Pero a la vez, si quiere transformar el mundo realmente existente
deberá reconocer y conectar con lo que en éste funciona como necesario (e igualmente, para
hacer durables las transformaciones políticas, estas deberán ser consideradas como
necesarias por amplios sectores de la población).

Este desplazamiento de fronteras entre necesidad y contingencia es clave para la política. Por
ejemplo, para determinadas concepciones feministas el sexo no obedece a una naturaleza
necesaria, sino a una trama contingente de relaciones de poder que pueden y deben
modificarse para ampliar las prácticas de libertad. Por el contrario, para algunas posiciones
conservadoras, los diferentes roles sexuales corresponden a la misma naturaleza, necesaria,
de las cosas, y así tienen que permanecer si no queremos extender el caos y el desorden en
la vida social.

Pero no debemos simplificar en exceso este interjuego entre necesidad y contingencia.


Encontramos en el psicoanálisis, fundamentalmente en los desarrollos de Jacques Lacan, una
original forma de entenderlo. Pensemos, por ejemplo, en la misma diferencia sexual. Para el
psicoanálisis el sexo no es una esencia natural. No hay un destino sexual dado de antemano
para cada individuo, sino un proceso de vicisitudes contingentes. Este proceso pasa por
determinadas elecciones (fundamentalmente inconscientes) que hacen que un individuo, en
algunos casos en contra de las convenciones sociales (incluso aquellas que se refieren a la
biología) asuma un género. Esta contingencia que habita en la sexualidad no implica la
posibilidad de su moldeamiento a voluntad. Esa posición sexuada que se ha constituido como
resultado de un proceso contingente puede funcionar para cada sujeto como realidad
necesaria, no tan fácilmente modificable. Y esto ocurre porque esa posición sexuada
“elegida” por cada sujeto le permite proveerle algo que sí es necesario para él o ella: una
cierta consistencia existencial cuando esta no está garantizada por ninguna esencia,
naturaleza o determinación estructural.

Este mismo modo de abordar la constitución subjetiva y la interrelación entre contingencia y


necesidad se extiende más allá de la sexualidad. Todo el complejo proceso de convertirse en
un sujeto con sus cualidades singulares es construido “artificialmente”, no existe un programa
de instrucciones necesarias dadas de antemano. Pero a medida que ese proceso va
cristalizando en un modo de estar en el mundo, ese modo puede fijarse para cada sujeto
como su propia naturaleza, necesaria, ya no tan contingente o modificable. El término que el
psicoanálisis emplea para referirse a esta invención particular que cada sujeto encuentra para
sostener una posición en la vida es el de síntoma.

Pues bien, así como el síntoma funciona para el psicoanálisis como la “sustancia” que da
consistencia a la vida de los sujetos, podemos pensar en los procesos de constitución del
orden social de un modo sintomático similar. Los elementos que socialmente cristalizan como
un orden hegemónico determinado, no son solo el resultado de determinadas condiciones
históricas, contingentes, relaciones de poder, etc., sino que son movilizados también por un
empuje necesario a encontrar alguna forma de consistencia social que ofrezca un lugar a los
sujetos que habitan en ella. El síntoma es para el sujeto lo que una determinada configuración
hegemónica es para la vida social, una articulación originariamente contingente de elementos
que procuran una cierta estabilidad necesaria a la sociedad. Y una vez que esta articulación
alcanza un cierto éxito hegemónico/sintomático, esta podrá funcionar como el orden normal
y natural de las cosas. La construcción de la realidad social es, por tanto, una construcción
sintomática.

Verdad, síntoma y evidencia empírica.

Por más que un síntoma nos pueda parecer inadecuado, sin él no habría sujeto ni orden social.
Atender a esta función del síntoma implica no buscar por encima de todo corregirlo (como si
no fuera más que un error), hacerlo desaparecer (tomándolo como nada más que un exceso
que empeora el buen funcionamiento general) o evitarlo (como si pudiera haber una forma
de funcionamiento no sintomática). En política se trataría de no tomar las posiciones políticas
como error o falsedad, sino de escuchar e indagar sobre la función sintomática que cumplen.
¿Qué formas de consistencia, pertenencia colectiva, reconocimiento, aspiraciones u
horizontes de futuro se están encarnando en esa posición?

Podemos reconocer a lo largo de la historia cómo en los momentos de crisis los discursos y
propuestas que ofrecen un algún principio interpretativo del presente pueden desempeñar
un papel sintomático. Cuando los marcos compartidos, las regularidades instituidas y las
certezas se debilitan, algunas propuestas pueden convertirse en un modo de salida a esa
crisis, incluso aunque vayan en contra los “intereses objetivos” de los sectores sociales que
finalmente los aceptan y apoyan. Pensemos, por ejemplo, en una determinada formación
sintomática que justifica una lectura punitiva de la “seguridad ciudadana” y la exclusión de
determinados sectores de la población azuzada con frecuencia con discursos de miedo y odio
al otro. Podemos señalar su falsedad ofreciendo datos o explicar su incorrección planteando
principios éticos alternativos, por ejemplo. Pero si un discurso securitario logra encontrar un
lugar de aceptación es porque es capaz de conectar con alguna “verdad sintomática” en la
vida cotidiana. Por eso, observamos con frecuencia como el síntoma es refractario a “la
verdad” de los datos objetivos. Efectivamente, lo que está en juego aquí no es tanto la
racionalidad de los datos como la de la posición sintomática que se sostiene, incluso en contra
de cualquier evidencia empírica. Quizá sea esto lo que haya que señalar o denunciar; no tanto,
o no solamente, el dato empírico equivocado, sino también la verdad del funcionamiento
sintomático de una posición que logra encontrar o inventar en la realidad “evidencias” que
confirman lo que ya está decidido de antemano. [1]

Más allá del discurso: síntoma y formas de vida.

El síntoma es construido, podríamos decir “discursivamente construido” (en la medida en la


que la posición sintomática no se da al margen de la significación y los códigos del contexto
social). Pero el síntoma no procura sentido únicamente. Supone un modo de goce [2], que,
aunque no es completamente separable del discurso tampoco puede ser reducido a mera
significación, ideas, al modo como interpretamos la realidad, etc. Al contrario, si hay goce es
porque no todo se puede reducir a la significación. Hay afectos y pasiones precisamente
porque el sentido no puede gobernarlo todo. De este modo podemos considerar nuestras
formas de vida como las componendas mediante las que tratamos de organizar nuestro goce,
siempre imposible de ser ordenado y regulado completamente por dispositivo alguno, ya sea
social, político o psicológico.

Podemos ver sí, cómo el discurso construye “positivamente” la realidad, en el sentido de


poner en ella algo de determinada manera. Pero el discurso también funciona
“negativamente”, camuflando y ocultando. Por ejemplo, cuando en algunos casos la
aceptación formal de un discurso feminista puede funcionar como coartada que evite llevar
a la práctica sus principios y propuestas. No es solo que el discurso no llegue a aterrizar en el
suelo de la práctica, es que además puede funcionar activamente para impedir que esa
práctica se haga posible como forma de vida. Podríamos encontrarnos entonces con un
excelente edificio discursivo que sirve precisamente para bloquear en la práctica aquello que
predica. No se trata de lo que el discurso dice, las versiones del mundo que construye, sino
también de su papel en la práctica, en las posiciones sintomáticas y las formas de vida que
ayuda a sostener.

Entonces la indudable atención política a las prácticas de significación debe ser contemplada
desde el marco más amplio de las transformaciones de las formas de vida en su dimensión
sintomática. No podemos renunciar a los eslóganes, los diagnósticos y las propuestas, pero
sin dejarlo todo en sus manos como si las transformaciones políticas pudieran únicamente
orientarse a golpe de ingeniería discursiva, como si los modos de goce pudieran ser
definitivamente gobernados por la palabra. Por eso los diagnósticos, las propuestas y los
marcos interpretativos funcionan políticamente si finalmente pasan la prueba subjetiva de su
función sintomática. Por eso una transformación política, informada de la necesidad de
conectar con las formas de vida de la vida cotidiana, el día a día en el que se hacen efectivas
las relaciones de poder que se aspiran a cambiar, no puede ignorar los vericuetos de la
constitución subjetiva que el psicoanálisis nos enseña. El modo como la heterogeneidad y la
contingencia se fija sintomáticamente como necesidad para los sujetos, aun sin lograr
cancelarse como destino.
[1] Santiago Abascal (SA), líder del partido de ultraderecha VOX decía en una entrevista: “-
[Pregunta] ¿Cuánta fue la inmigración ilegal en 2017 en España? -[SA] No lo sé…- [Pregunta]
El 4,5% del total, según Interior. ¿No están engordándolo? -[SA] Ponemos en cuarentena los
datos, porque creemos que hay una clara intención de llamar a la inmigración masiva y que
hay también una determinación de gente como George Soros de financiarlo. -[Pregunta] Dice
que la mayoría de quienes roban a las abuelas son extranjeros. ¿Es un dato, una convicción?
-[SA] Es una convicción que nace de la observación de las noticias”.
http://www.elmundo.es/cronica/2018/10/14/5bc1d446268e3e567f8b460b.html

[2] El término de goce (jouissance), utilizado por Jacques Lacan, se refiere a la satisfacción de
la pulsión. El goce siempre está presente empujando y movilizando al sujeto, pero le procura
una suerte de placer ambivalente porque puede ser perturbador y excesivo. El goce nos aleja
del ideal de una naturaleza humana que aspira a la felicidad como reposo y armonía. Así, el
modo singular y particular de cada sujeto de vérselas con su goce, su modo de goce,
fundamenta materialmente su posición en el mundo.

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