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UNIDAD IV: MODELOS DE ECONOMÍA DE LOS FISIÓCRATAS

INTRODUCCIÓN

Esta unidad abarca la temática en torno a la escuela de los fisiócratas, mostrando cuáles son sus antecedentes, las
diferentes teorías que se han manejado dentro del modelo de la escuela, así como hablar de la distribución de la riqueza
como una de sus aportaciones.

ACTIVIDADES DE APRENDIZAJE

Exposición oral......................................... (x) Lecturas obligatorias............................... (x)

Exposición audiovisual........................... ( ) Trabajos de investigación....................... (x)

Ejercicios dentro de clase..................... (x) Prácticas de taller o laboratorio........... ( )

Ejercicios fuera del aula......................... (x) Prácticas de campo…................................ ( )

Seminarios…............................................... (x) Otras: a criterio del profesor…………….(x)

OBJETIVOS PARTICULARES

Analizar el modelo de la escuela de los fisiócratas, comprendiendo al Dr. Quesney, sus teorías y aportaciones.

CONTENIDO

4.1. Antecedentes socio-económicos de la fisiocracia.

4.2. El absolutismo.

4.3. La fisiocracia y su escuela.


4.3.1. Turgot.
4.3.2. Condilac.

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4.3.3. Dr. Francisco Quesney.
4.3.4. Orden natural.
4.3.5. El Laisser faire.
4.3.6. El cuadro económico (Tableau Economic).

4.4 Distribución y circulación de la riqueza.


4.4.1. Producto neto.
4.4.2. La propiedad territorial.
4.4.3. Los impuestos.

LA FISIOCRACIA

Introducción:
Circunstancias socioeconómicas y culturales de la época (mediados de siglo XVIII)

1. A mediados del siglo XVIII la situación de la agricultura en Francia era sumamente sombría. El colbertismo
(mercantilismo industrial) había sacrificado los intereses de la agricultura a los de la industria naciente. No por una
oposición deliberada contra la agricultura, sino por la lógica misma del sistema mercantilista que exigía que el precio de
los alimentos fuese bajo (en especial el del trigo), con objeto de que el costo de producción de los, productos
manufacturados fuese bajo también, a fin de competir ventajosamente en los mercados extranjeros. Sin embargo, pese a
esta política tendiente a impulsar las manufacturas, la economía no logró desarrollarse en forma conveniente a causa de
dos motivos principales:

a) La prohibición de exportar cereales, las aduanas interiores, trabas a la circulación interior, los reglamentos sobre
mercados almacenes, obligaban a los cultivadores a vender sus productos sumamente bajos. A causa de estos precios
bajos, los terratenientes dejaban tierras sin cultivar, disminuyendo así el volumen del empleo y obligando a los
trabajadores del campo a buscar refugio en las ciudades, donde ofrecían su trabajo a precio bajo. Boisguilbert, escribiendo
a fines del reinado de Luis XIV, pintó así la situación de la agricultura y de los campesinos:

Las tierras en barbecho o mal cultivadas, expuestas a la vista de todo el mundo: ¡ése es el cadáver de Francia! 1
b) A pesar de estas medidas para favorecer la industria manufacturera, ésta no adquirió el desarrollo necesario para
contrarrestar la depresión de la agricultura a causa, entre otras cosas, de la reglamentación excesiva de los gremios. Los
antiguos reglamentos de las corporaciones fueron sumamente útiles en la época artesanal y de economía estática pero no
se adaptaron a las exigencias de una economía en transformación y expansión. Los gremios reglamentaban de tal manera
la producción manufacturera, los precios, los salarios y el empleo, que frenaban el desarrollo de la industria naciente.2

Como consecuencia de esta situación en el campo y en la industria y a consecuencia de los gastos de la guerra de los siete
arios y de los gastos de la corte, la miseria se generalizó en Francia. Necker la describió diciendo que:

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La miseria es tal, que es imposible fijar los límites de la palabra ni señalar el grado de indigencia. La indigencia es el
patrimonio de la clase más numerosa.

Dada esta situación, lógicamente se produjo un movimiento de reacción en favor de la agricultura durante toda la
primera mitad del siglo XVIII pero le tocará a Francois Quesnay la gloria de haber encauzado este movimiento de manera
científica. Es la hora del “desquite de Ceres”, en frase afortunada de René Gonnard.
2. En el plano intelectual, Francia se encuentra en una época de gran efervescencia de ideas. J. J. Rousseau publica El
contrato social (que dará origen a dos tendencias: socialista e individualista), y el Discurso sobre la desigualdad; Morelly
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publica la utopía El código de la naturaleza en la que reclama el colectivismo; los enciclopedistas exaltan la libertad y la
omnipotencia de la razón; los filósofos del derecho natural erigen en dogma las famosas “Leyes naturales”.

Las dos circunstancias arriba descritas (miseria de la agricultura y liberalismo ideológico) permiten comprender las dos
ideas básicas de la fisiocracia: primacía de la agricultura y liberalismo económico basado en las leyes naturales.
NOTA: 1° En la medida en que la agricultura era la principal actividad económica de Francia, los fisiócratas tenían razón en
ocuparse seriamente por promover una enérgica política económica para mejorar la productividad de esta actividad.
2° Pero sus reformas no tendían directamente a mejorar la situación de los campesinos, aunque deseaban que la
situación de éstos fuese buena, sino la de los terratenientes (rey, nobleza y alto clero), así como la de la hacienda pública.4

La escuela y sus adversarios


Los precursores. El deseo de favorecer a la agricultura no era nuevo en Francia; podemos citar como precursores de la
fisiocracia a Sully, quien dijo que “la agricultura y la ganadería eran los dos pechos de Francia”; al economista Boisguilbert;
al intendente de comercio Vincent de Gournay y al mismo marqués de Mirabeau que, antes de ser discípulo de Quesnay,
había ya escrito El amigo de los hombres, donde exaltaba las ventajas de la agricultura.
El fundador. Pero el fundador y gran ideólogo de la Escuela fue el doctor Francois Quesnay (1694 - 1774), médico de la
Pompadour y luego de Luis XV. La “escuela” fue llamada la “secta” por sus adversarios, mientras que ellos mismos se
denominaban los “economistas”. Quesnay escribió poco y en estilo muy conciso. Nunca publicó una exposición completa
y desarrollada de su doctrina, sino que dejó ese trabajo a sus discípulos. El se contentó con ser el “maestro” y el
“pensador”; sus discípulos se encargaban de la exposición de su doctrina que él mismo revisaba y censuraba
cuidadosamente. Publicó dos artículos notables en la enciclopedia:

Agricultores (Fermiers) y Cereales (Grains); otros tres artículos que escribió también para la enciclopedia quedaron
inéditas; fueron éstos: Hombres, Impuestos e Interés del dinero, en cambio, su famoso Cuadro económico (1758) fue
impreso en la imprenta real y, según se dijo, bajo el cuidado del mismo rey que se ocupó personalmente de su difícil
composición; apareció acompañado de un pequeño memorial intitulado Máximas generales de gobierno de un reino
agrícola; más tarde publicó el Derecho natural y una serie de opúsculos, firmados muchos de ellos con el seudónimo de
“Nisaque”.5

Discípulos ortodoxos. Entre los discípulos principales debemos citar, en primer lugar, al marqués de Mirabeau, padre del
célebre conde HonoréGabriel de Mirabeau, quien desempeñó un papel muy importante en la Revolución francesa. El
marqués de Mirabeau escribió muchísimo: El amigo de los hombres (tres gruesos volúmenes de paupérrimo contenido),
Explicaciones del cuadro económico (un volumen en lugar de las pocas paginitas de Quesnay), la Teoría de los impuestos
(que le costó un encarcelamiento de ocho días y un destierro de tres meses, en lugar de la superintendencia de hacienda
que él esperaba, pero que le dio gran fama entre el público), y la Filosofía rural (en la que expone la primacía de la
agricultura sobre las otras actividades económicas y la existencia de las leyes naturales).
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Otro discípulo muy famoso fue Dupont de Nemours; escribió El origen y progreso de una nueva ciencia. Nótese que
Dupont de Nemours llama ya “ciencia” a la economía, porque los fisiócratas fueron los primeros en concebir la economía
como un sistema de leyes.6 El discípulo que logró escribir el compendio de doctrina mejor sistematizado fue Le Mercier de
la Riviére. En él hay que buscar la mejor expresión de la doctrina del Maestro; pero su estilo es muy abstracto, por lo que
no logró el éxito de Mirabeau y de Dupont de Nemours. Su principal obra fue El orden natural y esencial de las sociedades
políticas.7

Otros discípulos de menor importancia fueron Le Trone (o Le Trosne, o Le Troone), quien escribió Notas económicas y el
abate Baudeau, quien escribió la Primera introducción a la filosofía económica o análisis de los Estados civilizados.

Junto a estos discípulos que intentaron reproducir, explicar y sistematizar fielmente el pensamiento del maestro,
encontramos otro grupo de economistas que, aun aceptando muchas ideas de la fisiocracia, se apartaron de ella en
puntos muy importantes.
Claro está que el primer grupo de economistas fisiocráticos, que podríamos llamar de fisiócratas ortodoxos, no se limitó a
reproducir simplemente las ideas del maestro, aunque éste censuraba sus escritos. En sus explicaciones se encuentran a
veces ideas propias de ellos, ya que al tratar de dar a conocer la doctrina del maestro, lo hacían a veces de manera muy
personal y original, De todas maneras, ellos intentaban únicamente ser eco fiel del maestro.

Discípulos heterodoxos. No ocurre así con el segundo grupo de economistas, estos, a sabiendas, plenamente conscientes
de lo que hacen, se apartan y hasta se oponen en ciertos puntos a la doctrina del doctor Quesnay.

Entre los fisiócratas heterodoxos debemos citar a Turgot (Anne Robert Jacques Turgot), quien será el Colbert de la
fisiocracia, porque logró imponer desde el gobierno una serie de reformas en el sentido deseado por aquélla, aunque
también impuso otras que los fisiócratas no querían. Entre las medidas que Turgot, como ministro de Luis XVI quiso
imponer y fueron causa de su destitución, figuran la supresión de los trabajos personales que obligatoria y gratuitamente
tenían que hacer los campesinos en favor del rey y de los señores. Entre las medidas de sentido fisiocrático figuran la
libertad de comercio del trigo (1764) y la supresión de las corporaciones. (Esta supresión no se llevó a efecto todavía
debido a la destitución de Turgot como ministro de Hacienda; la supresión definitiva se debe a la Ley Le Chapelier de
1791.) Turgot fue excesivamente liberal e individualista y demasiado precipitado en sus reformas. Su obra principal se
intitula Reflexiones sobre la formación y distribución de las riquezas.8

Otro discípulo heterodoxo muy importante fue el abate Etienne Bonnot de Condillac, quien, aplicando sus conocimientos
de la psicología humana, fundó el valor sobre la utilidad y la escasez, descubriendo así la productividad del comercio.
Entre sus obras principales merece citarse El comercio y el gobierno.9

El éxito de las doctrinas fisiocráticas entre el público fue muy grande, a causa de la desastrosa situación en que se
encontraba la agricultura, la economía y la Hacienda de Francia. Vieron en la fisiocracia el cambio que anhelaban. También
entre los grandes pensadores las ideas del retorno a los campos que predicaba la fisiocracia hallaron eco favorable.
Voltaire publica en 1761 la Epístola sobre la Agricultura. Como Virgilio en sus églogas, trata de inculcar los placeres de la
vida campesina y de promover el cultivo de los campos. He aquí algunos de sus versos:

C’est la Cour qu’o doit fuir; c’est aux champs qu’il faut vivre.

Y este otro muy significativo:

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La nature t’appelle, apprends d I’observer; la France a des déserts, ose les cultiver.

El mismo Rousseau, tan raras veces ponderativo, alaba con entusiasmo a Mirabeau y llega a compararlo con Fénelon y
Montesquieu.

Pero las ideas fisiocráticas suscitaron también enemigos entre los que veían sus privilegios amenazados:
los comerciantes y los recaudadores de impuestos.

Los adversarios. Frente a estos discípulos ortodoxos y heterodoxos se alzó un grupo de adversarios declarados de la
fisiocracia. Entre ellos destaca Necker, ministro de finanzas de Luis XVI, quien suprimió la libertad de comercio de los
cereales. Necker fue reglamentarista hasta el exceso, y a causa de la demasiada publicidad que daba a sus medidas,
contribuyó mucho al famoso pánico de 1789.

Otros adversarios declarados fueron Morelly, autor del Código de la naturaleza (1755),10 para quien el progreso consiste
en el retorno a la naturaleza, la cual nos enseña la comunidad de bienes; J. J. Rousseau, Contrato social (1762); el abate de
Mably (hermano de Condillac), autor de las Dudas y adversario acérrimo de la propiedad privada; el abate Meslier, quien
predica el comunismo anárquico, y Fernando Galeani, quien ataca el dogmatismo exagerado de la fisiocracia. Sus obras
principales son Della moneta (1749)11 y Diálogos respecto al comercio del trigo.

Dijimos al principio que dos eran las ideas básicas de la fisiocracia:

*Preeminencia de la agricultura sobre las actividades económicas (por eso se llamó al principio «doctrina agraria»).

Doctrina del orden natural o liberalismo económico.

Debemos añadir que fueron los primeros en elaborar la teoría de la circulación. Para hacer resaltar estas tres ideas
dividiremos la exposición en tres párrafos: en el primero veremos cómo fundamentaban la primacía de la agricultura; en el
segundo haremos una breve exposición del cuadro económico; finalmente, en el tercero expondremos el liberalismo
económico de los fisiócratas

PÁRRAFO 1°.

PRIMICIA DE LA AGRICULTURA 0 TEORÍA DEL PRODUCTO NETO

Origen de la riqueza. La idea básica de los fisiócratas consiste en que la agricultura es la fuente única de todas las
riquezas. El mercantilismo había empezado por considerar el comercio como la fuente de la riqueza y más tarde, cayendo
en la cuenta de que para el desarrollo del comercio se requiere de una industria poderosa, insistió en la importancia de la
industria. La fisiocracia se coloca en un punto de vista totalmente antagónico únicamente la agricultura produce la
riqueza.

Véase esta posición netamente tomada por Quesnay:

El orden del gobierno en un reino agrícola (que) debe hacer converger todos los intereses hacia un objeto capital, a saber
la prosperidad de la agricultura, fuente de todas las riquezas del Estado y de los ciudadanos.12

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Nunca dejen de tener presente, ni el soberano ni la nación, que la tierra es la única fuente de riqueza, y que la agricultura
es la que las multiplica.13
Naturaleza de la riqueza. Queda, pues, claramente establecido que la tierra es, para los fisiócratas la única fuente
de riquezas; pero, ¿qué entienden ellos por riquezas? Aunque Quesnay rechaza la creencia mercantilista de que los
metales preciosos constituyen la riqueza por excelencia, no llega a despreciarlos como lo harán algunos economistas
posteriores. Sin embargo, el dinero es calificado por Quesnay como una riqueza estéril (que no es lo mismo que inútil) y
por sus discípulos como riqueza secundaria, pecuniaria, representativa o relativa.

Dice así Quesnay:

«El dinero considerado en sí mismo, es una riqueza estéril, que no produce nada», que «sólo puede proporcionar rentas
mediante la adquisición de un bien que las produzca».14

Más tarde Le Mercier define la riqueza como sigue:

Es una masa de valores que se puede consumir a medida del deseo, sin empobrecerse, sin alterar el principio que los
reproduce sin cesar.15

Esta definición tiene el inconveniente de definir lo más claro (riqueza) por lo más oscuro (valor); pero indica claramente las
dos cualidades propias de la riqueza, según los fisiócratas:

1º. La riqueza es consumible, 1. e., es necesario que pueda disfrutarse de ella. «Quien dice riqueza, dice medio de
disfrutar de ella» anota Le Mercier. La riqueza es, por tanto, el conjunto de satisfactores.
2º. La riqueza es disponible; i. e., «lo que se puede consumir sin empobrecerse. No hay más riqueza que el
producto neto, el producto disponible». (Le Mercier.)

Las riquezas reales, las verdaderas riquezas dice Quesnay- son las que renacen constantemente y son constantemente
buscadas y pagadas para poder disfrutarlas, para proporcionarse comodidades y para satisfacer las necesidades de la
vida.16
Actividades económicas «productivas». Para los fisiócratas sólo existe una rama de la actividad económica capaz de
producir indefinidamente bienes consumibles sin que se agote la fuente de donde se los saca: la agricultura. Las otras
ramas de la actividad económica son «transformadoras» pero nunca «multiplicadoras” Sólo son capaces de adicionar
utilidades existentes, pero no de multiplicarlas. Daremos el ejemplo de Le Mercier:

Un tejedor compra 150 francos de subsistencias y de ropa y 50 de lino, que, hecho de tela, revende por 200 francos,
cantidad igual a la que gastó. Este obrero -dicen- ha cuadruplicado así el primitivo valor del lino. No hay tal cosa; no ha
hecho nada más que añadir a su valor primitivo su valor extraño, que es el de todas las cosas que ha consumido
necesariamente. Los dos valores, acumulados de esta manera, forman entonces no el valor del lino, que ya no existe, sino
lo que podemos llamar el precio necesario de la tela, precio que por este procedimiento representa: 11 el valor de 50
francos de lino, y 21 el de 150 francos de otros productos consumidos.

Ésta es, en toda su sencillez, la solución del problema de la multiplicación de los valores, mediante los trabajos de la
industria: añadir al valor primero de las materias que han manufacturado, y que hay que consumir, otro valor que es el de
las cosas cuyo consumo han realizado o por lo menos ocasionado sus trabajos. Este modo de atribuir a una sola cosa el
valor de otras varias, de aplicar, por decirlo así, capa sobre capa varios valores sobre uno solo, hace que éste aumente en

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proporción, pero en ello no puede achacarse multiplicación alguna a la industria, ni ningún aumento de valor si por estas
palabras se entiende creación de valores nuevos que no existían antes de sus operaciones. La industria no es creadora del
valor de sus obras, como tampoco lo es de la altura y de la longitud de un muro; cada piedra de las que emplea tiene su
longitud y su altura particulares, y de todas esas piedras, reunidas por la industria, resulta naturalmente la altura y la
longitud del muro por ella construido, el cual, en este aspecto, representa bajo una forma nueva las diferentes alturas y
longitudes parciales existentes por separado antes de la construcción.17
El valor añadido a los productos, sea por la industria, sea por el comercio, es el valor del trabajo de los hombres. Por eso
Quesnay califica a la industria y al comercio de «estériles», lo que de ninguna manera significa «inútiles». En cambio, la
agricultura es capaz de proporcionar al hombre mayor riqueza de la representada por las semillas y el trabajo. Por eso la
agricultura, y sólo la agricultura, son «productoras». Ella es la que produce el famoso «producto neto». «El cultivador, dice
Quesnay, produce por generación, por aumento efectivo de los productos... El artesano produce por adición, por suma de
las materias primas y de las subsistencias convertidas en trabajo.»

El “producto neto”. El término “producto neto” ha quedado siempre muy confuso en la literatura fisiocrática, a pesar de
las repetidas veces que a él se refieren y del papel central que ocupa en su teoría. Dupont de Nemours lo describe como
sigue:

Cuando se han apartado del total de las cosechas los reintegros de los cultivadores, esas sumas necesarias para los gastos
del cultivo en el año siguiente y para mantener el fondo de anticipo continuamente existente en ganados, en aperos, etc.,
esas sumas cuyo empleo anual determina imperiosamente la naturaleza para la explotación de la tierra, el remanente
recibe el nombre de producto neto.18

De éste y otros textos parece que el producto neto, producido únicamente por la agricultura, según los fisiócratas, puede
medirse en términos reales y en términos monetarios.

En términos reales, el producto neto es el excedente de los cereales cosechados sobre los consumidos (en semillas,
subsistencia de los trabajadores y ganado, etc.) Nótese que en este sentido la producción económica es considerada por
los fisiócratas como reproducción física o «generación», para usar la palabra misma de Quesnay, quien era médico.

En términos monetarios, el producto neto es igual a la diferencia entre los ingresos totales producidos por la venta de la
cosecha y los costos totales de producción de la misma.
Procedemos ahora al análisis del producto neto según cada una de estas dos acepciones.

Crítica del «producto neto» en términos monetarios. Si el producto neto puede entenderse en términos monetarios, es
decir, como la diferencia entre los ingresos totales y los costos totales, resulta imposible atribuirlo exclusivamente a la
agricultura ya que, en este sentido, el producto neto depende de la diferencia entre el precio de venta y el costo de
producción. En este sentido tanto la agricultura, como la industria y los servicios, pueden originar producto neto.

Que el producto neto puede entenderse en términos monetarios, parece deducirse lógicamente de varias expresiones
fundamentales de los fisiócratas, así como de la política del «buen precio» que propugnan.

En efecto, Fr. Quesnay afirma que por medio de la venta es como se conoce el valor de la reproducción anual de las
riquezas.19

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Más claramente aún se fundamenta esta interpretación en algunas de las máximas con las que Quesnay pretende inculcar
la política del «buen precio» de los productos agrícolas:

Máxima 18. De ningún modo se haga bajar en el reino el precio de los productos de la tierra y de las mercancías; pues en
tal caso el comercio recíproco con el extranjero vendría a ser perjudicial para la nación; los ingresos son proporcionales al
valor venal: abundancia sin valor no es riqueza. Escasez y carestía es miseria; abundancia y carestía es opulencia.

Máxima 19. No se crea que la baratura de los productos de la tierra es provechosa para el vulgo, pues el bajo precio de los
productos de la tierra hace bajar los salarios de la gente del pueblo... 20

Dupont de Nemours define como sigue el producto neto:

Llamo producto neto a aquella parte de la cosecha que excede al pago del costo del cultivo y el interés de los anticipos
que éste exige.21
Examinemos de nuevo el ejemplo de Le Mercier, anteriormente citado, del «tejedor que compra 150 francos de
subsistencia y de ropa, y 50 de lino, que, hecho tela, revende por 200 francos, cantidad igual a la que gastó». Con este
ejemplo Le Mercier quería explicar que la industria no multiplica valores, sino que únicamente los adiciona. Parece que Le
Mercier quiere dar a entender que el valor de los productos de la industria es igual al costo de los mismos. Dice, en efecto,
que «los valores, acumulados de esta manera, forman el precio necesario de la tela, precio que por este procedimiento
representa: 1° el valor de 50 francos de lino, y 2,1 el de 150 francos de otros productos consumidos». Ahora bien, esto es
inexacto. Lo único que puede admitirse es que, en régimen de competencia perfecta, el precio de venta tiende a
identificarse con el costo de producción con tal de que en el costo quede incluido el beneficio normal del empresario.
Pero decir que “tiende» no es lo mismo que decir que es necesariamente igual. Además, esta tendencia existe tanto para
los productos de la industria como de la agricultura, si hacemos la hipótesis simplificadora, con objeto de no tener que
considerar las rentas diferenciales, de que todos los productores trabajan con idéntico costo de producción.

Por todo lo anterior se ve claramente que el producto neto, considerado en términos monetarios, no es exclusivo de la
agricultura.

Crítica del producto neto en términos reales. Los fisiócratas estaban, en realidad, impresionados por la reproducción física
que tiene lugar en la agricultura. Mientras que en la industria, la cantidad de materia que sale de la manufactura nunca es
mayor que la suma de las materias primas que entraron en la composición de los productos, en la agricultura sorprende el
hecho de que los cereales recogidos superan a los que se emplearon en las siembras y en la subsistencia de los
trabajadores. Los principales argumentos en que los fisiócratas fundamentaban su teoría de que sólo la agricultura es
productora son los siguientes:

a) Porque permite vivir al terrateniente (ocioso y ausentista), al colono y a los trabajadores.


b) Porque multiplica materialmente las semillas que se siembran y consumen.
c) Porque en la agricultura y sólo en la agricultura Dios coopera con el trabajo del hombre por medio de la acción de
la naturaleza. Le Mercier de la Riviére dice así a este respecto:

«no, nos es posible dejar de reconocer en el derecho de propiedad una institución divina, un medio por el cual nos
hallamos destinados como causa segunda, a perpetuar la gran obra de la creación y a cooperar con las miras de su autor.

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El ha querido que la tierra no produjera casi nada de por sí misma; pero ha permitido que en su seno encerrara un
principio de fecundidad que sólo espera nuestra ayuda para cubrirla con producciones.22

Otro fisiócrata dice más brevemente que «La agricultura es el único trabajo humano al cual coopera el cielo
continuamente; el único que es una perpetua creación».23

Por lo que se refiere al primer argumento de los fisiócratas y al tercero, nos bastará decir que se aplican lo mismo a la
agricultura que a la industria y a los servicios. Si la agricultura permite vivir al terrateniente (ocioso y ausentista), así como
al colono y los trabajadores, igualmente la industria permite vivir al capitalista, al empresario y a los obreros. Y si en la
agricultura Dios coopera con el trabajo del hombre, dicha colaboración se da en cualquier clase de trabajo.

El segundo argumento, el de la «multiplicación», merece ser examinado con un poco más de detenimiento.

¿Qué quieren decir los fisiócratas cuando hablan de «creación» o de «multiplicación»? Pueden querer significar que la
agricultura es creadora de materia, de utilidad o de valor.

Es notorio que la agricultura no crea materia; lo único que hace es transformar la materia existente en la tierra, agua y aire.
La industria igualmente transforma la materia, aunque lo hace por medio del ingenio del hombre.
Ciertamente la agricultura es creadora de utilidad. Los cereales o frutos tienen para nosotros mayor utilidad que los
elementos que se encontraban en la tierra, aire y agua; pero también la industria es creadora de utilidad porque da formas
más útiles a la materia. La utilidad de un radio de transistores, por ejemplo, es muy superior a la suma de las utilidades de
cada uno de los elementos que lo componen. Esto lo reconocían en cierto sentido los fisiócratas, al admitir que la
industria era una actividad «útil», aunque «estéril»; pero no entendían que la industria y los servicios «multiplican»
también la utilidad.

Queda únicamente la posibilidad de que la agricultura sea creadora de valores. Le Mercier de la Riviére nos ha hablado en
este sentido. Pero los fisiócratas nunca elaboraron una noción científica del valor. Se contentaron con decir que la
agricultura creaba valores, mientras que la industria sólo los adicionaba. ¿Se referían al valor de uso? En este caso,
querrían decir «utilidad», lo que ha quedado ya refutado. ¿Se referían al valor de cambio? Parece que sí, pero en este caso
y colocándose en su mentalidad, sería lo mismo que entender el producto neto en términos monetarios, lo que también
ha quedado refutado.

Producción. Si los fisiócratas no aclararon nunca el concepto del «valor», tampoco lograron precisar el de «producción».
Entendieron la producción en sentido físico y no en el económico. Correspondió a Condillac (fisiócrata heterodoxo) la
gloria de entender por «producción» toda creación de utilidad; según Condillac, hay producción cuando se dan formas
más útiles a la materia, lo cual hace tanto la agricultura como la industria y los servicios.

Una cosa no tiene valor tan solo porque cuesta, como se supone; sino que cuesta porque tiene un valor. El valor depende
de la utilidad y la escasez.

Sostengo, pues, que incluso en las márgenes de un río, el agua tiene un valor, pero el mínimo que es posible, porque allí
es infinitamente superabundante, dadas nuestras necesidades. En un lugar árido, al contrario, tiene un gran valor; y se le
estima teniendo en cuenta la distancia y la dificultad de procurársela.
En semejante caso, un viajero alterado daría cien luises por un vaso de agua. Pues el valor es menor en la cosa por sí
misma que en la estima que de ella tenemos, y esta estima es relativa a nuestra necesidad: crece o disminuye en sí.24

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PÁRRAFO 2°:

TEORÍA DE LA CIRCULACIÓN: «EL CUADRO ECONÓMICO»

Las paginitas del Cuadro económico, en las que Quesnay pretende explicar cómo la agricultura es la única creadora del
producto neto y cómo ese producto circula a través de las diversas clases, valieron un éxito enorme a la fisiocracia.

El marqués de Mirabeau afirmó hiperbólicamente que los tres grandes descubrimientos que ha habido desde el comienzo
del mundo son: la escritura, la moneda y El Cuadro económico, el cual es el resultado y la coronación de los dos
primeros.25

Tales páginas son extraordinariamente complicadas y de muy difícil intelección; pero esto mismo contribuyó a su éxito,
porque entender El cuadro económico era algo así como estar iniciado en el nuevo misterio que representaba entonces la
ciencia económica, tal como la explicaba Quesnay a sus afortunados discípulos.26

Clases sociales
Quesnay parte de la división de la sociedad en tres clases: la productiva, la propietaria y la estéril. Las describe de esta
manera:

La clase productiva es la que hace renacer por el cultivo de los campos las riquezas anuales de la nación; la que anticipa
los gastos de los trabajos de la agricultura, y paga anualmente las rentas a los propietarios de las tierras. Se contienen en
la dependencia de esta clase todos los trabajos y todos los gastos que se hacen hasta la venta de la producción al primer
comprador por medio de esta venta se conocen el valor de la reproducción anual de las riquezas de la nación.
La clase de los propietarios comprende al soberano, a los dueños de las tierras y a los diezmeros (una parte del clero). Esta
clase subsiste merced a la renta o producto neto del cultivo, que le paga anualmente la clase productiva, después de que
ésta ha descontado, de la reproducción que hace renacer anualmente, las riquezas necesarias para reembolsarse sus
anticipas anuales y para mantener sus riquezas de explotación.

La clase estéril está formada por todos los ciudadanos ocupados en los otros servicios y trabajos distintos de los de la
agricultura, y cuyos gastos son pagados por la clase productiva y por la propietaria (la que obtiene sus rentas de la clase
productiva).27

Antes de pasar adelante, conviene notar la incongruencia de la división de la sociedad en clases, propuesta por Quesnay.
En efecto, si para la división de la sociedad en clases se adopta un criterio económico (el de la cooperación a la
producción), la división tripartita de Quesnay debería recluirse únicamente a dos miembros: clase productiva y clase
estéril. El economista moderno tendría tendencia a catalogar a los propietarios dentro de la clase estéril. Esto seda lo más
opuesto al pensamiento de los fisiócratas. Para Quesnay y sus discípulos, la clase de los propietarios es la que desempeña
el papel más importante en la producción.
Diríase -anota R. Gonnard- que son autores de ese producto neto que solamente reciben o distribuyen, o que la
naturaleza los ha nombrado representantes suyos.28

¿De dónde les viene a los propietarios el papel de primer actor en la producción que les asignan los fisiócratas? Del hecho
de haber sido los autores (o sus derechohabientes) de los trabajos necesarios para hacer cultivable la tierra.29
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Si para la división de la sociedad en clases se adopta un criterio sociológico (el de la propiedad de los bienes de
producción), la división comprendería también dos miembros únicamente: propietarios y no propietarios.

Por este motivo la división de Quesnay será simplificada posteriormente por Sismondi en el sentido que se acaba de
indicar, y más tarde por Marx que, deseoso de impregnar de cargas afectivas sus conceptos, hablará de explotadores y
explotados.

Explicación del «Cuadro económico»


El Cuadro económico es un esfuerzo absolutamente original para explicar cómo la agricultura es la única que origina el
producto neto y cómo circula éste en un sistema de reproducción simple; es decir, en un sistema en el que el circuito se
repite indefinidamente; pero siempre en las mismas dimensiones.

Origen del producto neto. Quesnay parte de la hipótesis de que el producto bruto de un país (producido únicamente por
la clase productiva) es de 5 000 millones a precios constantes. Los anticipos hechos por la clase productiva fueron de 2
000 millones (mantenimiento, vestido, etc., de los campesinos; alimentación del ganado, etc.).

Esta cantidad debe, pues, volver a quedar en manos de la clase productiva para anticipos de la próxima cosecha. Es el
capital circulante. 2 000 millones (el «producto neto») se entrega a la clase propietaria en concepto de renta. Finalmente, 1
000 millones van a las manos de la clase estéril a cambio de los productos manufacturados que ésta ha vendido a la clase
productiva con el fin de que éstos mantengan constante su capital fijo.

Por tanto, esquemáticamente se podría presentar así la idea de Quesnay, según el cual el producto neto ha surgido
únicamente de la agricultura:

Circulación del producto neto. El siguiente paso de Quesnay va a consistir en estudiar la forma como se reparte y circula
ese producto neto.

Según Quesnay se reparte por mitades entre gastos productivos e improductivos. De los 2 000 millones que han recibido
los propietarios, 1 000 millones son destinados a la compra de alimentos a la clase productiva, y 1 000 millones a la
compra de artículos manufacturados y de servicios a la clase estéril.

Los 1 000 millones recibidos de los propietarios por la clase productiva los emplea ésta para comprar a la clase estéril lo
necesario para mantener constante el capital fijo. La clase estéril ha recibido, pues, 2 000 millones: 1 000 millones de la
clase productiva y 1 000 millones de los propietarios. Gasta los 2 000 millones en compras de alimentos y materias primas
para la producción del periodo siguiente.

Así pues, esta clase no ha hecho aumentar la producción, puesto que el valor de lo producido es igual al del consumo.
Sólo ha contribuido a la circulación.

Quesnay presenta el siguiente esquema: 30

38
Producto bruto 5 000 millones
Reserva para reponer los anticipos 2 000 millones

(capital circulante )

Compras a la clase 1 000 millones 3 000 millones


estéril (para reponer el capital fijo)Producto neto (renta pagada) 2 000 millones

REPRODUCCIÓN TOTAL 5 000 MILLONES


ANTICIPOS INGRESO ANTICIPOS
De la clase productiva Para los propietarios De la clase estéril

Cantidades a para 2.000 millones 2 ,000 millones 1 ,000 millones


pagar el ingreso y los 1 ,000 millones 1 ,000 millones
anticipos 1 ,000 millones
1 ,000 millones 1 ,000 millones

Gasto de anticipos 2 ,000 millones

Total 5 ,000 millones Total 2 ,000 millones


( a la mitad se guarda para
anticipos del próximo período)

Valor del «Cuadro económico»

a) Desde el punto de vista de su objetivo de explicar que sólo la agricultura genera el producto neto, el
Cuadro no tiene valor alguno. Está construido a priori, y no según datos reales de la economía nacional. Por eso pone de
manifiesto únicamente lo que Quesnay ya presupuso: sólo la agricultura produce más de lo que consume: los juicios tan
severos de Emile James, de Gide y Rist, son irrefutables en este aspecto:

Es evidente que este cuadro no demuestra nada en cuanto al punto esencial del sistema; es decir, en cuanto a la
existencia de una clase productiva y otra estéril.31

b) En cuanto al objetivo de explicar la circulación del producto neto, el Cuadro, aunque teóricamente
elaborado, es el primer intento que realiza esta nueva visión macroeconómica y merece todo elogio. Carlos Marx llega a
decir: «Jamás la economía política había concebido una idea tan genial».32

39
Esto es tan cierto que Leontieff reconoce que el Cuadro económico es el precursor de su sistema de matrices
insumoproducto.
André Marchal adapta el Cuadro económico al
de matrices de Leontieff como sigue:
Producto Clase Clase Clase Total
Insumo Productiva Propietaria estéril

Clase 2 2 1 3
Productiva

Clase 1 1 2
Propietaria

Clase 2 2
estéril
3 2 2
Total

Finalmente, el Cuadro económico debe también considerarse como el precursor de la actual contabilidad nacional.33

PÁRRAFO 3°:

EL ORDEN NATURAL O LIBERALISMO ECONÓMICO

El sistema de Quesnay empezó llamándose “doctrina agrícola”, a causa de la importancia que concedía a la agricultura,
como lo acabamos de ver; pero a causa de las medidas que deseaban se implantasen para favorecer a la agricultura,
llegaron a defender un sistema de libertad que ellos fundamentaban en el orden natural. De aquí el cambio de nombre:
de “doctrina agrícola” se pasó al de “fisiocracia” (gobierno de la naturaleza). Este cambio lo efectuó Dupont de Nemours y
ha prevalecido hasta nuestros días.

El “orden natural” no significa, para los fisiócratas, una situación hecha necesaria por el juego de mecanismos ineluctables,
sino un conjunto institucional que se supone conforme con los designios de la Providencia y que, aunque no está todavía
realizado, es preciso instituirlo si se quiere asegurar la prosperidad de la sociedad.34

Instrúyase a la nación en las leyes generales del orden natural, las cuales constituyen evidentemente el gobierno más
perfecto.35

Los hombres agrupados en sociedad tienen que estar sometidos a leyes naturales y a leyes positivas.

Se entiende aquí por ley física el curso regulado de los acontecimientos físicos del orden natural más evidentemente
ventajoso para el género humano.

40
Se entiende aquí por ley moral la regla de toda acción humana de orden moral, conforme con el orden físico, el más
ventajoso evidentemente para el género humano.

Estas leyes, juntas, forman lo que se llama ley natural. Todos los hombres y todos los poderes humanos tienen que estar
sometidos a estas leyes soberanas, instituidas por el Ser Supremo: leyes inmutables e irrefragables que son las mejores
posibles. 36

Por consiguiente, el orden natural es un ideal al que se debe tender, un ideal que hay que realizar para asegurar la mayor
felicidad de la sociedad; pero no es un análisis de la realidad.

Para lograr la realización de este orden natural, la ley positiva fundamental, que debe inspirar a todas las demás, consiste
en el principio de que tanto la instrucción pública como la privada, estén orientadas hacia la enseñanza de las leyes del
orden natural.37 Entre las leyes positivas que, según los fisiócratas, el Soberano debe dictar para conseguir la realización
del orden natural, mencionaremos las siguientes:

Legislación del derecho de propiedad privada

Las leyes positivas deben garantizar la inviolabilidad del derecho de propiedad privada que es un derecho absoluto e
ilimitado. Este es para los fisiócratas un principio básico del orden natural. El derecho de propiedad privada lo entienden
como sigue:

a) Propiedad personal: es decir, libertad. Es el derecho que cada hombre tiene por naturaleza para disponer a su
arbitrio de sus facultades físicas o espirituales.38
b) Propiedad mobiliario: es la extensión de la libertad a todos los bienes mobiliarios. Es decir, el derecho de disponer
y de usar de esos bienes según plazca a su propietario, sin que este derecho esté limitado por ninguna obligación.39
c) Propiedad de la tierra: es la extensión de la libertad a todos los bienes raíces. La propiedad de estos bienes la
justificaban los fisiócratas por los trabajos que, para adaptar las tierras al cultivo, habían hecho todas las generaciones de
propietarios.40

La garantía absoluta del derecho de propiedad privada constituye para Quesnay “el fundamento esencial del orden
económico de la sociedad”.41

Legislación de precios

Ya dijimos que la riqueza no consiste únicamente para los fisiócratas en la abundancia de bienes, sino que requieren
además que estos bienes sean vendidos a “buen precio”.
Quesnay expuso clarísimamente su pensamiento en la Máxima 18:

Los ingresos son proporcionales al valor venal: abundancia sin valor no es riqueza. Escasez y carestía es miseria.
Abundancia y carestía es opulencia.42
Como la única fuente de riqueza es la agricultura, los fisiócratas se preocupan exclusivamente por los precios de los
productos agrícolas.

Las razones principales que les llevan a luchar encarnizadamente por el “buen precio” de estos productos son las
siguientes:
41
a) Si el precio de los productos agrícolas fuese bajo, el comercio de exportación sería desventajoso para la nación.43
Actualmente diríamos que en este caso los términos de intercambio para el país agrícola serían desfavorables.
b) El bajo precio de los productos agrícolas provocaría desinversiones en el campo, con lo que se cegaría la única
fuente de riqueza y se provocaría el desempleo en masa, y la generalización de la miseria.44
c) Finalmente, el precio bajo de los productos del campo provocaría la baja de los salarios, lo que se traduciría en
disminución del ingreso nacional.45

Entre los medios que proponen para conseguir el “buen precio” de los productos agrícolas señalaremos los principales:

a) Libertad de comercio. Colbert había puesto grandes trabas y hasta prohibiciones contra la libre circulación de los
cereales y contra su exportación. El objetivo de Colbert era el de mantener bajos los precios de los productos del campo
para que los salarios nominales de los trabajadores manufactureros pudiesen mantenerse bajos y lograr de esta manera
bajos costos de producción y grandes ventajas para la exportación.

Como la concepción sobre la naturaleza y la causa de las riquezas eran diametralmente opuestas en Colbert y en los
fisiócratas, sus políticas económicas tenían también que ser antagónicas. Colbert creía que el país iba a enriquecerse con
el desarrollo de las manufacturas; su política tendía, pues, a favorecer la expansión de esta rama. Quesnay y sus discípulos
piensan que toda la riqueza procede del cultivo de los campos; por eso su política se dirige a lograr el máximo desarrollo
de la agricultura.
Las invectivas de Quesnay contra Colbert y su política son feroces. Véase, por ejemplo, este párrafo en el que compara la
política de Sully (precursor de la fisiocracia) con la de Colbert:

Sully había puesto el objetivo en la producción de la naturaleza; el otro (Colbert) se limitó a la producción de la industria.
El Primero se dedicó a cuidar el tronco del árbol; el otro sólo se preocupó de una rama. El primero hizo afluir la
abundancia y las riquezas al país; el otro logró hacerlas desaparecer. 46

Por tanto, contra la política colbertista de trabas, restricciones y prohibiciones al comercio interior y exterior de los
cereales, Quesnay proclama la de la libertad absoluta:

Manténgase intangible la libertad de comercio; pues la política de comercio exterior e interior más segura, más exacta y
más provechosa para la nación y para el Estado, consiste en la plena libertad de competencia.47

La libertad de exportación de cereales retiraría del mercado nacional una parte considerable de la oferta, con lo que el
precio de éstos tendría que subir. Igualmente, la libertad de circulación interior haría que los cereales pasaran de las
grandes zonas productoras a las de consumo, con lo que el precio se estabilizaría en el país y subiría también en los
centros productores. La consecuencia de la subida de precios sería un aliciente poderoso para la inversión en el campo
que se traduciría en creación de riqueza nacional.48

No se confunda de ninguna manera la política liberal de comercio defendida tan vigorosamente por los fisiócratas con la
idea de que el comercio es una actividad productiva. Ya hemos repetido varias veces que sólo la agricultura origina el
producto neto. La libertad de comercio la propugnan los fisiócratas únicamente como un medio para favorecer a la
agricultura, pues ayuda a elevar el precio de los cereales. De ninguna manera es una causa de la riqueza nacional. La
comparación que ellos emplean es muy luminosa. El comercio es como una ventana que deja pasar la luz, pero no la

42
produce. La libertad de comercio, suprimiendo los obstáculos a la circulación interior y exterior de los cereales, permite
que se logre el buen precio de éstos.

Si se ha entendido bien esta distinción, se comprenderá por qué la política fisiocrática en materia de comercio exterior no
tendía a lograr el mayor comercio posible, sino la mayor libertad de comercio. Para los mercantilistas, el comercio exterior
era el medio necesario para obtener la balanza comercial favorable. Y dada su concepción o su medida de la riqueza, a
mayor saldo favorable, mayor enriquecimiento. Pero para los fisiócratas el comercio es únicamente el medio que permite
lograr el “buen precio” de los productos agrícolas. Por tanto, su política tiende únicamente a conseguir la mayor libertad
de comercio.

Finalmente, teniendo en cuenta que la industria y el comercio son actividades estériles, los fisiócratas prefieren la
exportación de los productos agrícolas a la de los manufacturados. En éstos sólo se consigue que el extranjero pague el
valor de la materia prima y el trabajo de los obreros de la industria; en los primeros, el extranjero, además de pagar los
salarios de los campesinos y los gastos de cultivo, paga también el trabajo gratuito de la naturaleza.

b) Política de salarios altos. En oposición radical a la política de salarios bajos practicada por el mercantilísimo, los
fisiócratas luchan por salarios altos.

La profundísima argumentación de Quesnay en este punto puede resumirse como sigue:


El precio bajo de los cereales hace bajar los salarios, no sólo en términos monetarios, sino también en términos reales. La
disminución real de los salarios trae como consecuencia una pérdida en el poder adquisitivo de la clase humilde, que se
traduce en disminución de la demanda. La disminución de la demanda provoca finalmente una baja en la producción, en
la inversión y en la riqueza nacional.

Como se ve, la argumentación de Quesnay hace pensar en varias de las principales variables macroeconómicas de la teoría
keynesiana. Expliquemos la argumentación de Quesnay.
1. Si los cereales bajan de precio, los salarios también bajarán

Dice Quesnay: “el precio bajo de los productos de la tierra hace bajar los salarios de la gente trabajadora”.49

Nota muy bien Quesnay que los salarios nominales de los trabajadores están en proporción directa con el precio del trigo,
lo que era perfectamente cierto en la sociedad agrícola de su tiempo. Si el precio del trigo fuese de 20 libras, el obrero
ganaría 260 libras anuales. De éstas, dedicaría 200 libras a la compra de trigo para la alimentación de la familia, y le
quedarían 60 libras para otros gastos. Pero si el precio del trigo bajara a 10 libras, el obrero ganaría 130 libras anuales;
gastaría 100 en trigo y sólo le quedarían 30 libras para otros artículos (cuyo precio no puede haberse reducido a la mitad a
causa de esa disminución en el precio del alimento). Por tanto, la baja de los salarios ha sido real, y no sólo nominal.50

2. La baja de salarios reales provoca una disminución de la demanda efectiva

Que no se disminuya la holgura de las últimas clases de ciudadanos; pues en tal caso no podrían contribuir
suficientemente al consumo de aquellos productos de la tierra que sólo pueden ser consumidos en el país, lo que haría
disminuir la reproducción y el ingreso nacional.51

Si se tiene en cuenta que uno de los factores que determinan la demanda efectiva es el nivel de ingresos reales, esta
afirmación de Quesnay es una consecuencia lógica de lo que anteriormente había demostrado.
43
3. La disminución de la demanda efectiva hace bajar la inversión

La razón es obvia: si los precios son bajos y la demanda disminuye, la consecuencia última no puede ser otra que la falta
de inversión en el campo, puesto que los ingresos obtenidos de la venta no compensan los gastos de producción. Así se
llega a demostrar lógicamente el resultado final que produjo la política de precios bajos para los cereales practicada por el
colbertismo: tierras sin cultivar, país empobrecido, generalización de la miseria.

La invectiva de Quesnay contra la máxima mercantilista de que “los campesinos deben ser pobres para que no sean
perezosos”, está llena de indignación y de razonamiento económico de absoluta corrección. Después de calificar de
“bárbaro” ese adagio mercantilista, Quesnay hace ver que la miseria y la conciencia de estar condenados a ella de por
vida, conduce necesariamente a la aceptación pasiva de la miseria como único narcótico posible.52

De ahí se sigue la necesidad de dedicarse al pillaje, al vagabundeo, etcétera, aceptación pasiva de la miseria como único
narcótico posible.” De ahí se sigue la necesidad de dedicarse al pillaje, al vagabundeo, etcétera.

LEGISLACIÓN DE LA TASA DE INTERÉS 1187

En cambio, cuando los trabajadores disfrutan de ciertas comodidades, se acostumbran a ellas y desean no sólo
conservarlas para sí y sus hijos, sino aumentarlas. De ahí su ansia por entregarse con ahínco al trabajo que les permita
realizar sus ideales de una vida mejor y más segura. Por eso concluye su razonamiento con esta máxima tan digna de ser
tenida en cuenta: “Campesinos pobres, país pobre.” 53

Legislación de la tasa de interés


En cuestión de comercio (interior y exterior) los fisiócratas defienden el liberalismo absoluto. En cambio, piden la
intervención del Estado para que éste fije la tasa de interés. Estas dos políticas que pueden parecer contradictorias son, sin
embargo, perfectamente lógicas con la concepción fundamental de que sólo la tierra produce las verdaderas riquezas.

Distinguen dos tipos de interés: el natural y el comercial. Los economistas clásicos harán suya más tarde esta distinción y
la aplicarán a los salarios, precios, etc.
La tasa de interés comercial es la que rige efectivamente en el mercado de dinero y de capitales, de acuerdo con la oferta
y la demanda.

El interés natural es el que viene dado por el rendimiento normal de las tierras en un país, Quesnay pide que el Estado fije
decenalmente la tasa de interés de acuerdo con el rendimiento medio de las tierras; es decir, de acuerdo con el interés
natural.

La razón es muy sencilla: si el interés comercial fuese superior al natural, desaparecería el aliciente para invertir en el
campo y las tierras quedarían sin cultivar, lo que sería la peor catástrofe económica y social que le podría suceder a un

44
país. Vemos que aquí también hace intervenir variables macroeconómicas esenciales en el sistema keynesiano, y que,
dado el principio fundamental de la fisiocracia, la medida que propone es perfectamente coherente con todo el sistema.54

Legislación fiscal
Al hablar del marqués de Mirabeau dijimos ya que los fisiócratas fueron verdaderos revolucionarios en materia fiscal.

Lucharon denodadamente por la simplificación del sistema tributario y pidieron que existiese un solo impuesto y éste
sobre la renta del propietario de la tierra.

Que el impuesto no sea destructor ni desproporcionado con el ingreso nacional; que su aumento se ajuste al aumento del
ingreso; que se establezca inmediatamente sobre el producto neto de los bienes raíces; no sobre el salarlo de los hombres
ni sobre las mercancías, pues en tal caso multiplicaría los gastos de recaudación, perjudicaría al comercio y destruiría
anualmente una parte de las riquezas de la nación.55

A primera vista esta medida fiscal puede parecer que no concuerda con la política general de la fisiocracia de impulsar el
cultivo de la tierra y de proteger a los propietarios. Pero es de una lógica de hierro.
Si la tierra es la única que produce el “producto neto” y de éste salen todos los gastos que hace el país, lo lógico es que
sólo el “producto neto” (o renta que cobran los propietarios) sea directamente gravado por el fisco. De este modo se
sacan directamente de la única fuente de riquezas los impuestos que necesita el país. Así se evitan complicaciones de
inspección, dobles pagos, entorpecimientos al comercio, etc. 56

Legislación social
En materia social los fisiócratas parten de una filosofía individualista y optimista, según la cual así como la sociedad es
igual a la suma de los individuos que la componen, así también el interés general es igual a la suma de todos los intereses
particulares.

Que se conceda, pues, libertad para que cada uno busque en su actividad económica el mayor beneficio, y de esta manera
se obtendrá el máximo bienestar posible para toda la sociedad. La razón es muy sencilla: si cada uno trabaja para obtener
la mayor producción posible con el fin de ganar más, la sociedad dispondrá de mayor número de satisfactores y al precio
más bajo que sea posible, con lo que se logrará el mayor bienestar social. Así, piensan ellos, desaparecerán las grandes
diferencias entre ricos y pobres, y la sociedad estará constituida por un número inmenso de gente dichosa y
probablemente no existirá ningún miserable. En el peor de los casos, “serán en pequeñísimo número”.

Se ha visto que está en la esencia de orden que el interés particular de uno solo no pueda jamás separarse del interés
común de todos; una prueba muy convincente de esto la encontramos en los efectos que produce natural y
necesariamente la plenitud de la libertad que debe reinar en el comercio para no lastimar la propiedad. El interés personal,
alentado por esta gran libertad, urge viva y perpetuamente a cada hombre en particular para que perfeccione y
multiplique las cosas de que es vendedor; para que aumente de esa manera los goces que puede proporcionar a los
demás hombres y acreciente, por ese medio, la masa de los goces que los demás le pueden proporcionar en cambio.
Entonces sí va el mundo por sí mismo; el deseo y la libertad de gozar no dejan de provocar la multiplicación de las
producciones y el fomento de la industria, e imprimen a la sociedad todo un movimiento que se transforma en una
tendencia perpetua hacia su mejor estado posible.57

De esta concepción sociológica deducían dos medidas que habían de implantarse en la sociedad para beneficio de todos.

45
Prohibición de las asociaciones profesionales. Las clases sociales se diferencian por las funciones que desempeñan, pero
no por sus intereses. Estos no son antagónicos sino complementarios, pues están armonizados por la naturaleza o la
providencia.58

Por tanto, las asociaciones profesionales no tienen razón de existir. Más aún, son nocivas al orden natural y, por tanto,
deben desaparecer. Turgot preparó una ley aboliendo las corporaciones, pero su destitución por Luis XVI dejó sin efecto
esta medida. Más tarde la ley Le Chapelier, en la Revolución francesa, acabó con los antiguos gremios y dejó a los obreros
totalmente aislados frente, a los patronos. Las consecuencias iban a ser funestas para la clase trabajadora.
Exclusión del Estado del campo de la economía. Para los fisiócratas, el interés personal, en un ambiente de orden y de
absoluta libertad, es el promotor del bienestar general. Por tanto, al Estado le incumbe promover el “orden natural”, la
instrucción, la recta administración, el cuidado de los caminos, etc. En el campo económico su papel debe ser meramente
pasivo. Dice Quesnay:

La mayor parte (de los males) procede originalmente de que se ha querido olvidar que el mundo marcha por sí mismo. II
mondo va da se, es un dicho italiano lleno de profundidad. Que se restablezcan el orden y la felicidad de la
administración, y que se deje que cada cosa tome su curso natural. Entonces se verá la realización de todos nuestros
principios en virtud del orden innato de las cosas. El gobierno no tendrá que preocuparse sino en facilitar las vías de
comunicación, de quitar las piedras que están sobre las carreteras, y de dejar a los competidores que se muevan con toda
libertad. Porque son ellos los que aseguran las riquezas de la nación.59

CONCLUSIÓN:

La idea fundamental de la fisiocracia de que la agricultura constituye la única fuente de riquezas, va a quedar muy pronto
totalmente sepultada, a pesar de la brillantez con que fue defendida.

Pero sus posiciones liberales van a trasmitirse a todo el mundo a través de los grandes economistas de la escuela clásica.
Actualmente no existe nadie que desconozca lo muchísimo que Adam Smith se inspiró en los fisiócratas y en Quesnay de
una manera particular.

3. LOS FISIÓCRATAS

[a) Quesnay y sus discípulos]


Los economistas y filósofos políticos franceses que en su día fueron conocidos como les économistes y que la historia de
la economía ha calificado con el nombre de fisiócratas constituye un pequeño grupo que, incluso ante la mirada más
superficial, presenta una serie de características muy particulares. Desde nuestro punto de vista, tal grupo se reduce en
realidad a un solo hombre, Quesnay, a quien todos los economistas consideran como una de las más grandes figuras de
su ciencia. En este punto no conozco ninguna excepción, aunque ciertamente existen algunas diferencias en las razones
que aducen los diversos autores para justificar su particular adhesión a esta opinión unánime. De los demás miembros del
grupo sólo es necesario que citemos a Mirabeau, Mercier de la Riviére, Le Trosne, Baudeau y Dupont. Todos ellos fueron
seguidores de Quesnay; más aún, discípulos suyos en el sentido más estricto de la palabra, discípulos que recogieron y
aceptaron las enseñanzas del maestro con una fidelidad sólo comparable, en toda la historia de la economía, con otros
dos casos singulares: la fidelidad de los marxistas ortodoxos al mensaje de Marx y la de los keynesianos ortodoxos al
mensaje de Keynes. Por sus vínculos doctrinales y personales constituían realmente una escuela; actuaron siempre como
grupo, participando cada uno en la propaganda común y alabándose y defendiéndose mutuamente. Podrían servir para
46
ilustrar perfectamente lo que una escuela científica significa en cuanto fenómeno sociológico, si en realidad no hubieran
sido algo más que esto: formaban un grupo unido por un credo, y, como tantas veces se ha dicho, constituían en verdad
una secta. Naturalmente, su influencia sobre aquellos economistas, franceses o extranjeros, que no estaban dispuestos a
consagrarse a un solo maestro y a una sola doctrina se vio considerablemente limitada por este hecho; además, por la
misma razón, gran número de economistas que estaban de acuerdo con ellos en muchas cuestiones, teóricas y prácticas, e
incluso muchos otros cuya deuda con el grupo es claramente perceptible, se vieron inducidos a rechazar en conjunto sus
enseñanzas. Algunos importantes estudiosos extranjeros, especialmente los más destacados autores italianos -entre ellos,
Genovesi, Beccaria y Verri, mantuvieron respecto a los fisiócratas una actitud amistosa. Sin embargo, en lo que concierne
a1 análisis y no a las cuestiones políticas, esta actitud apenas pasó de ocasionales homenajes puramente verbales a la tesis
del grupo y no debe inducirnos al error de considerar a tales autores en la línea fisiocrática. Sólo en Alemania
encontramos seguidores entusiastas de alguna importancia: bastará citar al Margraye de Baden, a Schiettwein, a Mauvillon
y al suizo Herrenschwand. A continuación exponemos el mínimo indispensable de datos biográficos relativos a los
hombres citados hasta aquí.

Francois Quesnay (1694-1774), hijo de un abogado relativamente famoso, fue antes que ninguna otra cosa médico
cirujano. Su brillante carrera profesional absorbió lo mejor de sus energías y sólo permitió que consagrara a la economía
los esfuerzos propios a una ocupación secundaria, aunque amada apasionadamente. Es autor de un tratado sobre los
efectos de las sangrías; además, llegó a ser secretario general de la Academia de Cirugía, director de la revista de esta
institución, cirujano del rey y, finalmente, primer médico de la corte. En realidad, fue consejero médico de Mme.
Pompadour, en la cual encontró una protectora, no sólo extraordinariamente amable, sino también inteligente y
comprensiva: esto sirvió para proporcionarle una posición sumamente influyente en la vida intelectual de París y Versalles,
hecho que bastaría para hacer a la dama digna de la perdurable gratitud de los economistas. Era pedante y Doctrinario en
grado sumo y debió ser tremendamente pesado; pero tenía toda la fuerza de carácter que frecuentemente acompaña a la
pedantería. Me complace añadir fue también era profundamente recto y honesto. La lealtad que siempre conservó hacia
su protectora y su capacidad para resistir las tentaciones características de su ambiente quedan claramente reflejadas en
una anécdota referida por Marmontel, anécdota que es más divertida que correcta. Como hemos dicho, Quesnay fue en
realidad la única fuerza creadora de su círculo, pero este hecho ha sido en parte oscurecido por su aversión o su
incapacidad para desarrollar sus ideas en forma completa, sistemática. El Essai physique sur I’économic animale (1736)
constituye su única obra voluminosa. De sus escritos económicos debemos mencionar los artículos redactados para la
Encyclopédie: Fermiers (1756), Grains (1757) y Hommes (1757); el rabkau ¿economique (1758; véase mira, subsec. d); el
artículo Droit naiurel (1765) ( el diálogo Du commerce (1766), publicados ambos en el journal de Pagriculture, ¡u
commerce et des finances, y el artículo Despotisme de la Chine (Éphémérides, 1767),que ha suscitado algunas
especulaciones acerca de la posible influencia china sobre os fisiócratas (véase, v. gr., el artículo publicado con este título
por L. A. Mayerick en Economic History, Supplement to the Economic Journal, febrero 1938). Mencionamos, por último, las
Maximes (1758), que constituyen un comentario político o suplemento, verdaderamente revelador, del Tableau, y las
Ocuvres economiques et phi- losophiques publicadas en 1888, con una interesante introducción, por August Oncken. Por
supuesto, todas las historias de la economía se ocupan de Quesnay; a este respecto merece mención especial la historia
de Gíde y Rist. Véanse también H. Higgs, The Physiocrats (1897); G. Schelle, Le Docteur Quesnay (1907); G. Weulersse, Le
Mouvement physiocratique en France d-- 1756 d 1770 (1910) y Les Physiocrates- (1931); Inquiry into Physiocracy, de M.
Bcer (1939), está, con toda justicia, dedicada casi por completo al estudio exclusivo de Quesnay.
Anteriormente nos hemos referido ya a Mirabeau (véase supra, cap. 3). Éste, después de su conversión por Quesnay, se
consagró con todo entusiasmo a la causa de la fisiocracia, sin renunciar nunca, sin embargo, a una actitud de crítica
independiente. Dos de sus obras ya mencionadas, la Théorie de I’impót y la Philosophie rurale, fueron tal vez escritas en
colaboración con Quesnay o en consulta con él, pero en realidad contienen algunas cosas que éste no podía aprobar y no
47
deben, pues, considerarse como expresión del “quesnaysmo” puro. No obstante, la Philosophie rurale (1763) fue aceptada
generalmente como el primero de los cuatro manuales representativos de la ortodoxia fisiocrática. La parte sexta de L’Ami
contiene, entre otras cosas, la explicación que Mirabeau daba del Tableau.

Pierre-Paul Mercier de la Riviére (conocido también como Lemercier; 1720-93), cuyo carácter impulsivo y cuyos malos
modales le hicieron más célebre de cuanto merecía, es autor del segundo de estos manuales de la fisiocracia: L’Ordre
naturel et essentiel des societés politiques (1767; reimpreso en 1909 con una valiosa introducción de E. Depitre). Dupont
de Nemours publicó un resumen de esta obra con título revelador de la mentalidad del grupo: De l’origine et des progrés
d’une science nouvelle (1768). Los treinta y cinco primeros capítulos de la obra de Mercier están consagra- dos a temas de
teoría política, temas que constituían el Interés primordial del autor: éstos se desarrollan según el esquema de Quesnay
relativo al despotismo Ideal, que en realidad no era en absoluto un despotismo. Las cuestiones económicas ocupan los
nueve capítulos restantes y carecen totalmente de importancia. Sin embargo, tanto Diderot como A. Smith tuvieron un
elevado concepto de este libro.

G. F. U Trosne (1728-80) era un hombre mucho más capaz. Sin embargo, era abogado y como tal estaba principalmente
interesado en los aspectos iusnaturalistas del sistema fisiocrático. En el campo de la economía abrazó la ortodoxia del
grupo con alguna reserva. Sus obras Liberté du comunerce des grains’ (1765) y De l’intéret social -esta última constituye el
segundo volumen de De ordre social (1777)- son ciertamente meritorias, pero no contienen nada original.
El abate Nicolás Baudeau (1730-92) empezó siendo enemigo del grupo, pero en 1766 pasó también por su camino de
Damasco y desde entonces resultó ser un utilísimo vulgarizador y controversista, así como un eficiente editor. Su Premiére
introduction... (1771; reimpresa en 1910 con una instructiva introducción de A. Dubois) es el tercero de los manuales del
grupo, tal vez el más débil de todos.

El breve Abrégé des príncipes de I’économie Politique de Karl Friedrich von Baden- Durlach (publicado inicialmente en el
vol. I de Éphérnerides de 1772) es el cuarto de estos manuales, y el mejor de todos ellos.

Pierre S. Dupont de Nemours (1739-1817), que comenzó su carrera como escritor independiente y polifacético, se
convirtió luego, con mucho, en el miembro más capaz del grupo. En una ocasión Napoleón I calificó al mariscal Villars
como un fanfaron d’honneur. En forma semejante, podemos calificar a Dupont como un “oportunista” que nunca olvidó el
honor y los principios y que, en particular, conservó siempre, a lo largo de una carrera que ofrecía todas las excusas para
lo contrario, un interés genuino por las cuestiones puramente científicas y una lealtad hacia el, credo fisiocrático. Fue el
mismo Quesnay, el viejo astuto, quien le atrajo a la causa de la fisiocracia; éste conocía perfectamente el carácter de
Dupont y nunca pretendió imponerle una disciplina demasiado rígida. Dupont comenzó enseguida a escribir copiosa y
eficazmente, publicando, entre otras cosas, en 1764, un folleto destinado a defender la libertad de comercio en lo que
concierne a las importaciones y exportaciones de cereales. En razón de su éxito como escritor y como editor, alcanzó
diversos c argos importantes bajo el gobierno de Turgot y más tarde bajo el de Vergennes, último gran ministro del
ancien régimen. No es necesario que sigamos los altos y bajos le la vida de Dupont, los cuales, a través de la Constituante
y del Directoire, terminaron arrastrándole -un romano diría: después de haber perdido el escudo- a los Estados Unidos.
Tampoco es necesario que mencionemos sus numerosas publi- adones, todas las cuales dan testimonio de su brillante
talento, talento que, sin embargo, es más propio comparar al del pianista que al del compositor. El lector que tenga
interés en ello puede encontrar la bibliografía completa de sus obras, excepto as cartas, en el libro de G. Shelle: Dupont de
Nemours et I’école physiocratique 1888). Véase también la obra de Weulersse anteriormente citada.

Como ya hemos dicho, la escuela percibió con claridad la importancia de la propaganda y algunos de sus miembros,
especialmente Baudeau y Dupont, se mostraron extraordinariamente hábiles en este campo. Fundaron círculos de
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discusión, trataron de influir sobre aquellos individuos y grupos profesionales que ocupaban posiciones importantes
(particularmente sobre los parlements) y produjeron gran cantidad de literatura popular y polémica. Sus brillantes
realizaciones en el campo del periodismo económico, aunque sean por sí mismas muy interesantes, deberían quedar, por
su carácter, fuera de nuestro estudio; sin embargo, conviene hacer aquí referencia a las mismas, puesto que los fisiócratas,
elevándose en este punto por encima del nivel común, supieron producir también la mayor parte del material
constituyente de las primeras revistas verdaderamente científicas que pueden encontrar en la historia de la economía. El
Journal economique (1751-72) tuvo desde el primer momento un nivel digno de gran consideración y prestó a la
economía científica importantes servicios publicando, por ejemplo, traducciones de Hume (hecho significativo que no
debe ser olvidado) y de Josiah Tucker. El Journal d’aragriculture, du commerce et des finances (1764-83) se propuso desde
el principio servir de suplemento a la Gazette y, a tal fin, se publicaban en él los artículos que resultaban más “densos”. En
1765-66 y en 1774-83 los fisiócratas tuvieron fácil acceso a este Journal, que controlaban en arte. Sin embargo, en 1765
Baudeau fundaba su famoso semanario Éphemérides du citoyen (cuyo título, a pesar de la periodicidad de la revista,
debería traducirse por “notas del diario del ciudadano”), el cual, desde 1766, después de la conversión de su fundador
desde el proteccionismo al liberalismo, llegó a identificarse con la fisiosiocracia. En 1768 Dupont se hizo cargo de su
dirección. La publicación del semanario fue suspendida a causa de su marcada hostilidad hacia la política del gobierno
Aiguillon-Maupeou-Terray, pero fue nuevamente autorizada -con el nombre de Nouvelles éphémérides- por Turgot:
naturalmente apoyó la política de éste y atacó a algunos de sus enemigos. En 1776 desapareció definitivamente, sin que
tuvieran éxito los diversos esfuerzos encaminados a reanudar su publicación. En cierto sentido, sin embargo, el Journal
d’economic publique, de moral et de politique, fundado en 1796 de vida muy breve, aunque no fue propiamente
fisiocrático y aunque no alcanzó el nivel de Éphemérides, era semejante a esta publicación; semejante fue también el
journal des economistes, que apareció poco más tarde. Conviene, pues, por diversos motivos que el estudioso de la
historia de la economía tenga en cuenta las Éphemérides como una de las más importantes contribuciones de Quesnay y
de su grupo. El lector puede encontrar un esbozo excelente de la historia de este periódico en el artículo Éphémérides de
S. Bauer, incluido en el Dictionary de Palgrave; este artículo contiene en pocas páginas todos los hechos esenciales. I. Iselin
fundó el trasunto alemán de esta revista, inferior, sin embargo, al original (Ephemeriden der Menschheit, 1776-82).

Naturalmente, las impresiones que obtengan los diversos lectores que se embarquen en la fatigosa tarea de
recorrer los volúmenes de las Éphémérides (por mi parte sólo he podido llegar hasta el correspondiente a 1772) variará
considerablemente según las personas. Por lo que a mí respecta, me he visto fuertemente impresionado por una cierta
semejanza con aquellas revistas científicas que a finales del siglo XIX estaban inspiradas por la ortodoxia marxista,
especialmente con la Neue Zeit: la misma convicción fervorosa, análogo talento polémico, casi la misma incapacidad para
ver las cosas desde un punto de vista distinto del ortodoxo, semejante capacidad de amargo resentimiento e igual
ausencia de autocrítica. Todo esto resulta particularmente evidente en las recensiones. Sin embargo, sus méritos son
también muy grandes y casi logran hacer olvidar estos defectos. Sin tener en cuenta las Réflexions de Turgot, que
naturalmente forman por sí mismas una clase aparte, y sin tener en cuenta tampoco las explicaciones del Tableau, hay en
las Éphémérides gran cantidad de aportaciones de primer orden. Dupont, por ejemplo, publicó en ellas lo que, a mi juicio,
debe considerarse verdaderamente como la primera historia de la economía. Además en la revista se recoge una gran
cantidad de materiales históricos. Se comentan regularmente acontecimientos contemporáneos de todas las partes del
mundo, aunque siempre desde un punto de vista estrechamente sectario. En su conjunto, las Éphémérides, primera de la
larga serie de revistas científicas de economía, alcanzó un alto nivel que durante mucho tiempo permaneció inigualado. Su
éxito internacional fue bien merecido.

No es necesario detenerse demasiado en los tres autores alemanes mencionados anteriormente. Por lo que
respecta al Margrave de Baden-Durlach (después gran duque de Baden, 1728-1811), que en el plano político fue uno de

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los hombres más capaces de su tiempo, sólo es preciso aquí que hagamos referencia a su correspondencia con Mirabeau
y con Dupont (editada en 1892 con una introducción de K. Knies), cuya lectura es conveniente. J. A. Schlettwein (1731-
1802) fue el colaborador ejecutivo del Margrave en el experimento realizado para la aplicación práctica de las fórmulas
fisiocráticas en la aldea de Dietling, experimento que describe en su obra Les moyens d’arreter la misere publique... (1772).
Dejando al margen la información más completa que posteriormente publicó sobre este mismo asunto, nos
contentaremos con mencionar otra de sus obras: Grundfeste der Siaaten oder die politische Oekonomie (1778). Su
actividad casi turbulenta en favor de la fisiocracia, entendida ésta como un esquema práctico de reforma agraria, suscitaba
agitación por todas partes donde iba y le ha asegurado una de esas posiciones tradicionales en la historia de la economía
científica, que no puede justificarse a la luz de las obras que publicó. Este hombre, aunque sin duda notable por otras
causas, sólo puede interesarnos en un aspecto; esto es, puede servir perfectamente como ejemplo de ese tipo de
economistas que, según me temo, no desaparecerá nunca y cuya actividad redunda siempre en descrédito de la economía
ante los ojos de aquellos hombres cuyo juicio es más significativo. Me refiero a ese tipo de economistas que se expresa,
más o menos, en los siguientes términos: he aquí la única medicina que curará todos los males, “la cosa más importante
para el público” (éste es el título de una de las publicaciones de Schlettwein), en realidad, lo único que importa es que la
humanidad ingiera tal medicina. Jakob Mauvíllon (1743-94) fue un hombre aún más notable en muchos aspectos, pero
más deficiente también como economista. Su ensayo sobre el lujo, incluido en su Sammlung von Aufsdtzen... (1776-7), no
necesita ser considerado. Su Physiokratisch Brifle an den Herrn Professor Dohm (1780) es, más o menos, el eje de una
controversia mantenida en Alemania sobre la fisiocracia, única circunstancia que justifica la mención de esta obra. Por lo
que respecta a la controversia misma, sólo la citamos para resaltar el hecho relativamente interesante de que la doctrina
fisiocrática, aunque mal comprendida en su verdadera importancia científica y discutida principalmente en sus aspectos
prácticos, haya sido capaz de suscitar, ya en 1780, una polémica económica en toda regia. No obstante, aprovechamos la
oportunidad para llamar la atención sobre la mejor de las obras en favor de los fisiócratas, publicada en el curso de la
tuisma: Apologie des physiokratischen Systems (1779), de K. G. Fürstenau. Entre los adversarios basta con citar a C. K. W.
von Dohm (Kume Yorstellung des physiokrati,ichen Systems, 1778) y a J. F. von Pfeiffer (Antiphysiokrat, 1780). Las
voluminosas y sistemáticas obras de este último, que son del género de las de Jjusti, se caracterizan ciertamente por un
acusado sentido práctico y han merecido grandes elogios de diversos historiadores. El suizo Jean (Johann) Herrénschwand
(1728-1811) fue uno de los últimos fisiócratas. Tal vez no debiera ser incluido entre éstos, puesto que no era ortodoxo. Sin
embargo, fue un buen economista. Citamos sus principales obras: De I’économie politique moderne (1786) ; De
I’économie politique et morale de l’espèce humaine (1796) ; Du vrai príncipe actif de l’économie politique (1797). Existe
una monografía alemana sobre este autor: A. Jöhr, Jean Herrenschwand (1901).

Una secta con un credo y un programa político presenta, naturalmente, muchos aspectos y exige análisis interpretativos
hechos desde muchos puntos de vista distintos del nuestro propio; vamos a examinar rápidamente algunos de estos
puntos de vista, para considerar después las líneas esenciales del análisis económico de Quesnay, especialmente su
Tableau economique.

b) Derecho natural, agricultura, laissez-faire y I’impót unique.

La fisiocracia 17, no existía en 1750. Entre 1760 y 1770 tout Paris y, más aún, Versalles hablaba de ella. En 1780 casi todo el
mundo (excepto los economistas profesionales) la había olvidado. Podremos comprender fácilmente la razón de esta
carrera meteórica tan pronto como nos hagamos cargo de la naturaleza y de¡ alcance de este triunfo, es decir, tan pronto
como percibamos qué fue precisamente lo que alcanzó, durante cerca de dos décadas, un éxito tan sobresaliente, y cómo
y por qué triunfó.

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Anteriormente (en el cap. 2) nos hemos referido a Quesnay como filósofo del derecho natural. En realidad, sus teorías
sobre el estado y la sociedad no eran otra cosa sino reformulaciones de la doctrina escolástica. Su lema, Ex natura, jus
ordo et leges, podría haber sido tomado de Santo Tomás, aunque probablemente no lo fuese. El ordre naturel fisiocrático
(al que corresponde, en el mundo de los fenómenos reales, un ordre positif) es la norma ideal de la naturaleza humana tal
como viene revelada por la razón. Las diferencias que pueden encontrarse entre Quesnay y los escolásticos no redundan
en ventaja del primero. Ya hemos visto que Santo Tomás y aún más los últimos escolásticos, como Lessius, eran
perfectamente conscientes de la relatividad histórica de los Estados e instituciones sociales y que, en lo que concierne a
las cuestiones terrenas, rehusaron siempre declararse a favor de un orden inmutable de cosas. Pero el orden ideal de
Quesnay es inmutable. En su opúsculo Droit- naturel definía la «ley física» como el «curso de los acontecimientos físicos
regulado (réglé) dentro de aquel orden natural que resulte, evidentemente, el más ventajoso para el género humano», y la
«ley moral» como aquella «regla (regle) que ordena cada una de las acciones humanas de acuerdo con el orden físico que
resulte, evidentemente, el más ventajoso para el género humano»: ambas «leyes» forman, conjuntamente, 1o que se
conoce como «ley natural», ambas son inmutables y las «mejores leyes posibles» (les meilleurs lois possibles).

En el caso de los doctores escolásticos, tales principios estaban relegados al campo de la metafísica y nunca se aplicaban
directamente a estructuras históricamente condicionadas. En el caso de Quesnay, se aplicaban directamente a
instituciones concretas, por ejemplo, a la propiedad. Además, la teoría política de éste, ausente de sentido crítico e
histórico, aceptaba plenamente -tanto en su aspecto analítico como en el normativo- el absolutismo monárquico; como
hemos visto, tal forma de proceder era también completamente extraña a los escolásticos.18 Ahora bien, sabemos ya
hasta qué punto, en el siglo XVIII, fue prestigioso el viejo sistema iusnaturalista y cómo también, en sus rasgos esenciales,
vino a ser aceptable para la raisan. La versión particular que del mismo presentó Quesnay (si se exceptúan algunos
aditamentos de escasa importancia) coincidía, pues, con la moda intelectual de la época: todo el mundo comprendía
fácilmente esta parte de sus -doctrinas, simpatizaba con ella desde el principio y se movía con desenvoltura al discutirlas.
Además, Quesnay, a diferencia de otros devotos de la raison, no albergaba ninguna hostilidad contra la Iglesia católica ni
contra la monarquía. En él, aparecía, pues, la raison con toda su fe ciega en el progreso, pero desprovista de sus aguijones
irreligiosos y políticos. ¿Necesito decir que esto complacía a la corte y a la sociedad?

Por otra parte, la agricultura tenía una posición central tanto en su programa de política como en su esquema analítico.
También este aspecto de su doctrina coincidía con la moda del momento. Todo el mundo, entonces, hablaba con
entusiasmo de la agricultura, y semejante entusiasmo procedía de dos fuentes distintas» que se reforzaban entre sí,
aunque en realidad ambas eran totalmente independientes. Me refiero, en primer lugar, a la revolución producida en la
técnica agraria, revolución que imprimió a los problemas agrícolas una renovada actualidad. En Francia tuvo menos
importancia que en Inglaterra, pero tanto en París como en Londres vino a transformarse en uno de los temas preferidos
de los salones. Colaboró también, en segundo lugar, la ilógica asociación de los derechos naturales del hombre con un
idealizado estado primitivo de la sociedad y la no menos ilógica asociación de éste con las ocupaciones agrícolas; ambas
cosas vinieron a proporcionar a la agricultura una popularidad de salón que indudablemente nada tenía que ver con las
serias enseñanzas de Quesnay, pero que, no obstante, contribuyó a su éxito. Para completar el cuadro, basta con una
pincelada más. La habitación del dogmático doctor, en el entresuelo del palacio de Versalles, no estaba lejos de la suite de
madame de Pompadour, manantial de toda promoción. Difícilmente los ambiciosos que ocupaban los peldaños más bajos
podían dejar de percibir este hecho, y algunos de ellos tal vez pensasen que una hora de aburrimiento en el aposento de
aquél era un buen precio por hacer llegar una palabra de favor a la cámara de la dama. A este respecto, Marmontel se ha
expresado con gran claridad, y podemos aceptar ciertamente que no ha sido el único en hacer tal descubrimiento.

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Estas cosas tienen, indudablemente, un peso considerable en todos los tiempos, pero cada ambiente practica un modo
particular de favorecer algunas doctrinas sin comprender su verdadera importancia científica, supuesto que la tengan, o
incluso sin preocuparse de ella. Expresado según su particular ambiente, de Quesnay fue principalmente un succés de
salon. Durante algún tiempo la sociedad culta discutió en torno a la fisiocracia, pero al margen de estos círculos fueron
muy pocos los que la tomaron en consideración, a no ser para desdeñarla. Hubo; pues, una moda fisiocrática, pero no
puede decirse que hubiera un movimiento fisiocrático en el sentido en que hubo (y aún hay) un movimiento marxista; en
particular, no puede decirse que hubiera un movimiento ligado a los intereses de las clases agrarias. Pero entonces, ¿qué
queda de la influencia política de los fisiócratas de la que tanto se ha escrito? ¿Qué queda del papel histórico que se les ha
atribuido en el combate contra los privilegios, los abusos y todos los horrores del proteccionismo? El lector que
concluyese, de cuanto se ha dicho hasta aquí, que la influencia fisiocrática fue completamente nula daría pruebas de no
haber comprendido en absoluto el sentido de mi argumentación ni las razones por las que he creído necesario
presentarla. Ningún grupo como el de los fisiócratas, tan disciplinado y tan empeñado en la propaganda, puede dejar de
ejercer alguna influencia. Así, por ejemplo, un grupo como nuestra Liga para el voto de la mujer constituye una pieza de
nuestro engranaje político y ningún análisis de nuestra época, si pretende ser realista, puede permitirse marginarlo por
completo. Precisamente éste fue, y no otro, el género de influencia que ejerció el grupo fisiocrático, cuya importancia
como fuerza política propulsara fue pequeña. Un breve examen de las recomendaciones prácticas de Quesnay bastará
para demostrarlo.
Para nuestros propósitos, estas recomendaciones pueden reducirse a dos: el laissez-faire, que afectase también al
comercio nacional, y un impuesto único sobre el producto neto de la tierra. Para formarnos un juicio adecuado de la
capacidad de Quesnay como economista «práctico», es necesario separar, en ambas recomendaciones, los perifollos
doctrinales y el buen sentido que bajo ellos se oculta. Quesnay consideraba el laissez-faire y la libertad de comercio como
normas absolutas de sabiduría política. No obstante, estos imperativos desde la hostilidad de los fisiócratas hacia todo
dinero de privilegios y hacia un gran número de cosas que calificaban de abusivas, por ejemplo, hacia las posiciones de
monopolio. Como tales abusos y privilegios no podían ser abolidos sin una buena dosis de «interferencia» de los poderes
públicos, Quesnay recomendaba al gobierno que practicase una política que, en realidad, nada tenía de pasiva, de «dejar
hacer». Además, con respecto a su condena indiscriminada de las reglamentaciones e intervenciones del gobierno, es
importante señalar que, en la práctica, se refería a las reglamentaciones heredadas del pasado, que no cuadraban con las
condiciones de la época: la norma del laissez-faire adquiere así una significación relativa que difiere considerablemente de
la sugerida por su absolutismo formal. No hay que olvidar, por último, que en 1760 la agricultura francesa no tenía ningún
interés en el mantenimiento del proteccionismo: el «peligro» de las grandes importaciones de trigo no existía como
fenómeno normal, y el libre comercio de los productos agrícolas, en caso de tener alguna repercusión, habría de
traducirse en un aumento de los precios. Veremos enseguida algunas razones que permiten dudar del liberalismo
intransigente de Quesnay, razones que hacen sospechar que, de haber escrito en 1890, habría mantenido en este punto
una postura bien distinta. En lo que concierne a su recomendación de un impuesto único, conviene distinguir también
entre lo que tiene de razonable y los accesorios ornamentales que la hicieron objeto de ridículo. Simplificar y racionalizar
el sistema tributarlo francés utilizando como fundamento un impuesto sobre el producto neto de la tierra era
evidentemente una idea llena de buen sentido. Pero fundarlo exclusivamente en semejante impuesto era una forma
doctrinaria de expresar tal idea, esto es, una forma de aplicar la teoría sostenida por Quesnay, según el cual la renta neta
de la tierra es el único género de ingreso neto que realmente se produce y, por lo tanto, cualquier tipo de impuesto debe
recaer, en definitiva, sobre ella. Esta teoría es, tal vez, insostenible. Incluso aunque pudiera aceptarse como proposición
abstracta, su aplicación práctica a los problemas de la tribulación sería también insostenible la mera presencia de
fricciones en el sistema económico basta para engendrar utilidades netas diferentes de la renta de la tierra. No obstante,
la idea fundamental de esta teoría de Quesnay no pierde por ello su total validez. Por otra parte, la sugerencia de gravar la
exclusiva renta de la tierra, teniendo en cuenta que sobre no pesaba entonces directamente ningún tipo de impuesto, era
52
una idea plena de sentido cualesquiera que fueren los aditamentos superfluos empleados para presentarla –cosa que no
puede decirse de otras propuestas semejantes de tiempos posteriores, por ejemplo, la de Henry George-. En realidad, es
en la Théorie de I’mpót de Mirabeau (1760), manual oficial del grupo en esta materia, donde se destaca claramente la
contribución fisiocrática a la hacienda pública. Esta obra, que Dupont calificó de «sublime», dio un menor relieve a la
panacea del impuesto único y acentuó certeramente la importancia que ha de atribuirse a las reformas administrativas, así
como a los ingresos públicos procedentes del domaine, de la acuñación de moneda, del correo y de impuestos especiales
sobre la producción del tabaco y sobre la sal: todo esto contribuyó a acabar con el estigma de extravagancia que ha
pesado sobre el imp6t unique.

Obsérvese que nada había en el programa general de los fisiócratas que fuese sustancialmente nuevo. La tradicional
afirmación de lo contrario puede atribuirse a las razones siguientes: 1) al empeño que, comprensiblemente, han puesto los
historiadores del grupo en reivindicar su prioridad respecto de Adam Smith en muchas cuestiones, punto en el cual
estaban sin duda en lo justo; 2) a la ilusión óptica en la que necesariamente caen todos aquellos historiadores de las
doctrinas que concentran su mirada en un grupo particular, sin prestar la debida atención a lo que hay en torno del
mismo ni a lo que históricamente le precede; 3) a la forma pintoresca y singular empleada por Quesnay para expresar sus
tesis, forma que exagera artificialmente las diferencias que éstas tienen con otras semejantes. Así, la propuesta de un
impuesto único era, como ya sabemos, una vieja idea: Quesnay lo único que hizo en este punto fue añadir aquel giro
particular que muy pocos economistas están dispuestos a considerar como un mérito. En lo que se refiere a la política
comercial, puede decirse ciertamente que los fisiócratas, aunque precedidos también aquí por algunas figuras
individuales, como sir Dudley North, fueran el primer grupo que defendió la libertad de comercio sin restricciones. Sin
embargo, desde nuestro punto de vista, la existencia de tales antecedentes apenas tiene alguna importancia. Mucho más
importante es el hecho de que, en lo que concierne a la comprensión de los principios científicos que tal postura implica,
muchos de sus contemporáneos, incluidos algunos de sus enemigos declarados, como Forbonnais, no estaban por debajo
de ellos. Nunca repetiremos bastante que la defensa de una particular conclusión práctica nada prueba, a favor o en
contra, de la capacidad de un economista para percibir los efectos y las causas de los fenómenos. En realidad, si en este
punto surgiera alguna duda respecto a la menor o mayor capacidad analítica de unos u otros, tal duda apuntaría en
contra de Quesnay. Porque las posiciones «a ultranza», aunque pueden tener otras muchas explicaciones, no indican por
lo general una mayor capacidad analítica, sino todo lo contrario.

4. TURGOT

Turgot no fue econometrista. No obstante, hemos decidido incluir su ilustre nombre en este lugar de nuestra exposición
porque frecuentemente suele clasificársele entre los fisiócratas, aunque se tengan en cuenta casi siempre algunas
diferencias. A primera vista, esta forma de juzgarle parece bastante razonable, puesto que la parte más importante de su
obra abunda en pasajes deliberadamente concebidos con la intención de resaltar su fidelidad a las tesis específicamente
fisiocráticas. Así, podemos leer que la tierra es la única fuente de richesses; que el cultivateur produce no sólo su propia
retribución, sino también el ingreso que sirve para remunerar a la clase de los artesanos y a otros stipendies; que la
actividad de los agricultores constituye la fuerza motriz del mecanismo social, mientras que los empresarios industriales
sólo desarrollan una actividad transformadora; que el agricultor «tiene y alimenta a todas las demás clases; y otras cosas
semejantes. Sin embargo, un examen más atento nos conduce a un sorprendente descubrimiento: tales pasajes se
muestran claramente extraños a la argumentación en, la que están inscritos, y es posible suprimirlos sin perjudicar el resto;
más aún, el conjunto de la obra gana así coherencia. Por consiguiente, si aceptamos el principio que uniformemente se
aplica en este libro a la interpretación de semejantes profesiones de fe, esto es, si admitimos que sólo importa realmente
aquello que tiene alguna influencia sobre el método analítico y sobre sus resultados, tenemos necesariamente que
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marginar dichos pasajes. ¿Qué juicio, pues, deben merecernos? Ante todo, si se tratase de un texto antiguo, las reglas
comúnmente aceptadas de la crítica nos llevarían a sospechar de los pasajes citados. Tal sospecha no estaría en este caso
particular totalmente injustificada: sabemos, en efecto, que entre Dupont y Turgot se produjo, a propósito de la
publicación del manuscrito de éste, una discusión no muy amistosa, aunque no sabemos con precisión cuál fue el
resultado de la misma. Sin embargo, no quiero insistir en este punto. Independientemente de esto, si tenemos en cuenta
el generoso carácter de Turgot, no es difícil comprender los motivos que le indujeron, al dirigirse al público de su época, a
rendir homenaje a un grupo de economistas con los cuales, aunque no aceptase algunos puntos de su filosofía política,
estaba de acuerdo en muchas cuestiones de orden científico, de los cuales había aprendido posiblemente muchas cosas -
por ejemplo, en lo que concierne a la teoría del capital- y con los cuales coincidía plenamente en todas las cuestiones
concretas e inmediatas referentes a la política económica. Según esta hipótesis -que le coloca moralmente muy por
encima de todos aquellos que acentúan sus propios rasgos diferenciales con la intención de distanciarse de los individuos
o grupos que han influido sobre ellos- Turgot no debería ser considerado como un fisiócrata con salvedades, sino como
un no fisiócrata con simpatías hacia la fisiocracia. Esto parece, en efecto, ser el caso.

Nos hemos tomado la molestia de separar a Turgot de los fisiócratas no sólo para colocarle, como merece, en su propio
pedestal, sino también para poner tal pedestal en el lugar que le corresponde. En realidad, más estrechamente que con los
fisiócratas, estaba relacionado con otro grupo -si es que puede llamarse tal cosa a un conglomerado tan débilmente
unido- cuya figura central era Gournay, personalidad vigorosa e influyente que, sin embargo, nada tenía de doctrinario ni
propugnaba «sistema» alguno.30 En relación con la formación económica de Turgot, este hecho arroja una considerable
luz. Gournay había viajado ampliamente y era un inteligente observador de los desarrollos producidos en Inglaterra.
Mucho de lo que sabemos respecto a sus ideas tiene un sabor inequívocamente inglés. Además, entre sus escritos hay
diversas traducciones, en particular una del New Discourse de Child. Turgot fue su amigo personal y, como él, también
estaba interesado por la obra de los economistas ingleses, especialmente por Hume y Josiah Tucker, a quienes tradujo.
Tenemos aquí, si puede confiarse en una inferencia que parece obvia, un claro ejemplo de la forma en que las ideas, no
sólo políticas sino también científicas, cruzaban una y otra vez el Canal de la Mancha. La posible filiación de Child-Hume-
Turgot es particularmente interesante, y lo sería aún más si hubiésemos de añadir el nombre de A. Smith al de Turgot.31
Entre los autores franceses que influyeron en su formación, Cantillon fue el más importante.

Los brillantes éxitos de Turgot, su indiscutible importancia en la historia de nuestra ciencia y su evidente derecho a formar
parte, junto con Becearia y con Smith, de un excepcional triunvirato, son razones que inducen sobradamente a prestar
alguna atención al hombre y a su carrera. Anne Robert Jaeques Turgot, barón de L’Aulne (1727-81; sus contemporáneos
acostumbraban a llamarle Monsieur de Turgot; antes de 1750 era conocido como el Abbé de Brucourt), procedía de una
familia normanda de antigua -aunque no elevada- nobleza, no muy rica pero regularmente acomodada. Pertenecía al
rango sociológico que se expresa en el término inglés gentry y en el alemán junker. Como hijo tercero, fue educado para
la Iglesia, y esta educación eclesiástica, que le proporcionó la oportunidad de desarrollar sus dotes brillantes y precoces,
debe contarse, cosa que habitualmente no se hace, entre los factores que contribuyeron a su éxito. Concluida ésta, entró
como abbé en la Sorbonne, lleno de grandes proyectos y dominando amplios horizontes, tanto científicos como no
científicos. Pronto llegó a ser aquí una personalidad de relieve- publicó diversos escritos, participó en diversos debates y
se sumó, aunque sólo por cierto tiempo, a la secte enciclopediste, hecho que constituyó la segunda gran experiencia
intelectual de su juventud. Después de esto dejó la carrera eclesiástica por la administración pública, a cuyo servicio
permaneció durante el resto de su vida activa. Las burocracias de todos los tiempos y de todos los países pueden sentirse
orgullosas de él, puesto que no sólo fue ornamento de la burocracia francesa del ancien régime, sino que además ésta
vino a constituir el ambiente en el que recibió la tercera de las influencias que contribuyeron a su formación. Desde 1761 a
1774 desempeñó con sumo acierto el cargo de intendant (administrador general del distrito) généralite de Limoges,

54
donde tuvo ocasión de mostrar plenamente su celo, su espíritu de iniciativa y su preocupación por los asuntos públicos. El
éxito de esta gestión le valió ser nombrado, en 1774, Ministro de la Marina y, pocos meses mas tarde, Contróleur Général
des Finances, cargo que equivalía a ministro de hacienda, de comercio y de obras públicas, y que desempeñó durante
veinte meses consecutivos, a pesar de la gota que le torturaba. Después de su caída vivió retirado hasta la muerte.

Aparte del justo orgullo que los economistas podamos sentir por tan brillante colega, conviene subrayar cuál es la
importancia fundamental que su carrera tiene para una historia del análisis económico: tal carrera constituye la razón de
que la obra científica de Turgot no llegara a dar plenamente todos sus frutos. No obstante, sus biógrafos y los
historiadores del pensamiento económico han dedicado siempre su atención principal a la excelente obra que realizó
como ministro de hacienda y, al comentar ésta, han propagado dos leyendas que han hecho fortuna en la sociología de
nuestra ciencia y que, por lo tanto, conviene comentar brevemente. Antes de hacerlo, sin embargo, deseo hacer patente
que no tengo ninguna intención de «destruir» la fama de una de las pocas, demasiado pocas, figuras significativas de que
puede jactarse la historia de la economía- por supuesto, nadie podría pensar en escribir una obra consagrada a los más
ilustres ministros de hacienda sin incluir el nombre de Turgot. La primera de estas leyendas podría llevar por título: «El
economista en acción.» Según ella, Turgot sería el hombre que del análisis científico extrae recetas para curar los males
del estado y que, al alcanzar el poder, se apresura a llevarlas a la práctica. Pero esta no tiene ningún fundamento. Turgot
fue, sobre todo, un funcionario público de primer orden que contemplaba el estado y la sociedad con ojos de funcionario
público. Así, cuando llegó a ocupar su cargo ministerial -utilizar aquí el término «poder» sería engañoso- se propuso
mejorar la administración financiera y la situación casi desesperada de las finanzas reales. En ambas cosas tuvo un éxito,
considerable, casi increíble, y esto constituye su -principal mérito. Además, por decreto real, estableció el libre comercio
de cereales en el interior y -única de sus restantes disposiciones que tiene interés para nosotros- abolió las jurandes, las
corporaciones gremiales. Turgot, sin embargo, no tomó demasiado en cuenta los factores tácticos, y ésta fue la causa
principal de que tales medidas y otras de menor importancia no fueran políticamente muy afortunadas; la resistencia
contra cual se produjo de manera inmediata, contribuyendo a tal efecto, en lo que al comercio libre de cereales se refiere,
la coincidencia adversa de una mala cosecha. Sea como fuere, lo que importa resaltar aquí es que nada de cuanto Turgot
hizo o mostró intención de hacer estaba vinculado a ninguna doctrina particular, ya fuese ésta científica o de cualquier
otro género. Todo ello se corresponde con la acción propia de un funcionario público extraordinariamente hábil que
percibe las tendencias de su tiempo e intenta secundarlas con espíritu práctico. Era tan poco dado a someterse a
principios abstractos lo cual debe, por supuesto, anotarse entre sus méritos- que, en una ocasión, estableció un impuesto
de carácter proteccionista y, en otra, promovió, en el sector de la industria química, una empresa estatal. Es cierto que
contó con la aprobación de los fisiócratas, los cuales hicieron propaganda en su favor; pero éstos apenas ejercieron
influencia sobre su política y nada tuvieron que ver con su nombramiento para el ministerio, pues cuando éste se produjo,
en 1774, la posición política del grupo era ya muy precaria. Su caída, por igual tipo de razones, no debe interpretarse
como una derrota de las tesis específicamente fisiocráticas.
La otra leyenda tiene su origen en el mito de la Revolución Francesa. La mayor parte de los autores que se han ocupado
de Turgot han sido simpatizantes de la Revolución y, en consecuencia, se han visto inevitablemente conducidos a exaltar a
unos cuantos funcionarios del ancien régime como «héroes que combatían por la luz en medio de las tinieblas del
despotismo». Turgot ha sido el principal beneficiario de esta tradición, iniciada ya por los mismos revolucionarios, los
cuales le llamaron a veces, incluso oficialmente, ce bon citoyen. Algunos autores han agregado al cuadro una pincelada
más: según ellos, Turgot fue elevado al ministerio por la voz del pueblo y destituido por las intrigas de una corte
descontenta. Pero la cierto es que Turgot fue designado Contróleur por un monarca lleno de buena voluntad que procuró
escoger entre los hombres de su burocracia al más capacitado para la tarea. Si alguna otra influencia hubo, ésta procedió
del ministro de Maurepas. Turgot, tan pronto como fue designado y sin duda con las más laudables intenciones, comenzó
a apoyarse claramente en la prerrogativa real. Cuando un ministro está apoyado por el monarca, resulta sumamente fácil
55
para él elaborar excelentes decretos y hacer que los traguen por fuerza los parlements que se niegan a ratificarlos. La
dificultad estriba, sin embargo, en conseguir que tales decretos sean realmente aceptados por los-individuos y los grupos
sobre cuyos intereses vivos recae la acción del gobierno. Al principio, Luis XVI prestó incondicionadamente su apoyo; los
inconvenientes surgieron precisamente porque este rey, que tenía muchas buenas cualidades, no era ningún déspota y se
mostraba totalmente reacio a emplear la fuerza. Es cierto que Turgot llegó a constituirse en blanco de los ataques de la
corte y de otras intrigas (la hostilidad de la corte se -debía principalmente a su política de restricción de gastos), pero,
pasado cierto tiempo, fue la resistencia popular del proletariado rural y de las corporaciones gremiales el factor
dominante de la situación: incluso llegaron a producirse revueltas locales que Turgot reprimió con mano firme. Decir que
Turgot fue elevado al cargo ministerial por el rey y derrocado por él pueblo tampoco sería totalmente correcto, pero
estaría más cerca de la verdad que la afirmación o puesta. Todo esto nos interesa sólo por la luz que arroja sobre la
personalidad de uno de los más grandes economistas científicos de todos los tiempos.
Con tal interpretación el rey queda mejor parado de lo que suele quedar en otras interpretaciones; pero Turgot, y esto es
lo único que aquí importa, no queda en peor lugar del que habitualmente se le atribuye: sólo ocurre que, bajo esta luz, su
figura aparece de un modo diferente. Aparece así como un funcionario excelente, buen administrador y (tal vez) buen
consejero; pero no como un líder ni como un táctico. Aparecen también su honestidad y su firmeza (exactamente igual
que en otras interpretaciones) y su lealtad hacia el rey (virtud, esta última, que no han resaltado suficientemente la mayor
parte de sus intérpretes). Alguien ha suscitado la pregunta académica de si Turgot, en caso de haber permanecido en el
ministerio, se habría opuesto o no a la Revolución. La respuesta depende de lo que entendamos por tal. Si por revolución
entendemos el derrocamiento de la monarquía y los excesos sanguinarios, la respuesta debería ser evidentemente
afirmativa: pero no tanto por las reformas que, en tal caso, habría llevado a cabo, como por su predisposición a recurrir al
empleo de las tropas. El gorro frigio no se adaptaba a la cabeza de Turgot.

Su obra principal, Réflexions sur la formation et la distribution des richesses, fue escrita para dos estudiantes chinos en
1766 y publicada en Éphemérides en 176970, no sin que tal publicación suscitara, como hemos dicho antes, algunas
fricciones entre Turgot y Dupont a causa de los intentos de interferencia editorial hechos por este último, intentos que
presumiblemente tendían a defender los intereses de la ortodoxia fisiocrática (trad. inglesa, 1898). Entre las publicaciones
de menor importancia, que constituyen un complemento útil de esta obra, las más importantes son las siguientes: el Élogo
de Gournay, la carta sobre papel moneda dirigida al Abbé de Cicé (su primera publicación de carácter económico, 1749),
las Observations en torno a los ensayos de Saint-Péravy (1767) y de Graslin (1767) sobre la tribulación indirecta y un
escrito relativo a los préstamos en dinero (1769). Sus colaboraciones en la Encyclopédie -entre las cuales figuran los
artículos «existencia», «expansibilidad» y «etimología», su crítica a la filosofía de Berkeley y otros muchos escritos dan
testimonio de la amplitud de sus intereses. Las Oeuvres, de Turgot fueron editadas por Dupont de Nemours (1808-11) y,
nuevamente, por G. Schelle (1913-23), Siendo esta última la edición que conviene emplear. Véase también: Léon Say,
Turgot (trad al inglés en 1888 por M. B. Anderson); véase también Alfred Neymarck, Turgot... (1885); S. Feilbogen, Smith
und Turgot (1892); W. W. Stephens, The Life and Writings of Turgot (1895); y especialmente G. Schelle, Turgot (1909).

Si ahora tratamos de comparar la personalidad científica de Turgot con la de Beccaria y con la de A. Smith, descubrimos
enseguida analogías fuertemente significativas: los tres tenían una cultura polifacético y un amplio campo de
preocupaciones; los tres permanecieron al margen de los negocios y de la carrera política; los tres se mostraron
sinceramente devotos a los deberes propios de su situación. De los tres, Turgot, fue sin duda el más brillante, pero esta
brillantez suya estaba un tanto teñida de superficialidad, la cual, aunque no se manifiesta en sus trabajos económicos,
aparece claramente en torno a sus restantes intereses intelectuales. Por lo que se refiere a sus aportaciones científicas
respectivas, la primera diferencia procede de que A. Smith empleó en actividades extracientíficas una parte muy pequeña
de sus energías, Beccaria una parte mucho mayor y Turgot, desde 1761 en adelante, casi el total de las, que disponía.

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Durante los trece años pasados en Limoges, Turgot pudo haber dispuesto de muy poco tiempo libre; durante los (casi)
dos años de ministerio, de nada en absoluto. Su actividad científica creadora debe, pues, haberse desarrollado entre sus
dieciocho y sus treinta y cuatro años. Esto explica todo cuanto interesa: no ciertamente los méritos relativos a la obra de
cada uno de estos tres autores, sino sus diversos grados de elaboración.

Turgot era un hombre de inteligencia demasiado vigorosa para que nada de cuanto escribió sea insignificante. Sin
embargo, sólo quien desee profundizar en el conjunto de su pensamiento necesita ir más allá de las Réllexions. Por
nuestra parte, haciendo solamente una excepción, limitaremos a ellas nuestro estudio. Esta breve obra fue escrita, sin
duda, muy apresuradamente y nunca llegó a ser revisada a fondo. Si el texto, las notas y los apéndices de los Principles de
Marshall se hubieran perdido, es decir, si hasta nosotros sólo hubiera llegado (y no todos) los resúmenes que figuran al
margen de sus páginas, la obra resultante tendría una gran semejanza con las Réflexions de Turgot. En realidad esta obra
no es mucho más de un minucioso índice analítico que hubiese sido dispuesto para un voluminoso tratado que nunca se
escribió. Sin embargo, el esquema teórico que aquí se contiene, aun sin tener en cuenta su prioridad en el tiempo, resulta
netamente superior al de La riqueza de las naciones. Para sostener esto, no es necesario atribuir a Turgot nada que
efectivamente no dijera, ni imputarle el mérito de algunas sugerencias que estuviesen implícitas en su obra y que él
mismo, tal vez, no hubiese sido capaz de percibir. Lo que efectivamente dijo es suficiente para justificar esta tesis. Al
calificar a su obra de incompleta o al considerarla como un simple esquema, no pretendo decir, que sea necesario, para
completarla, recurrir a conjeturas dudosas o a generosas interpretaciones. Por sí misma, ofrece un sistema completo de
teoría económica. Lo que falta cualquier economista competente podría completarlo sin tener que añadir (excepción
hecha de sus juicios críticos) nada sustancial. Por supuesto, La riqueza de las naciones no es admirable solamente por su
esquema teórico: su prestigio se debe a su gran madurez, a la profusión de datos concretos y a su eficaz defensa de una
determinada política. Es, además, la creación laboriosa de un hombre dedicado a la vida académica, producto de la
paciencia, del cuidado más meticuloso, y de la autodisciplina: nada hay, pues, capaz de asegurarnos de que Turgot,
aunque hubiese tenido todo el tiempo libre imaginable, hubiera llegado a producir algo comparable. Además de todo
esto hay también una enseñanza que se desprende de la suerte bien distinta que ambas obras han corrido: en la
economía la creación intelectual no basta; lo que cuenta es lo acabado, es decir, la elaboración de los detalles, las
aplicaciones y las ilustraciones concretas; aún hoy está lejano el día en que sea posible, como en la física, influir sobre el
pensamiento internacional con un artículo que ocupe menos de una página. En resumen, la resonancia que tuvo la obra
económica de Turgot fue debida a la fama que éste había alcanzado ya en otros aspectos; pero, no obstante esta
resonancia, nunca dio todos los frutos que fácilmente podía haber dado.

Las Réflexions, por su forma esquemática, no soportan ningún tipo satisfactorio de resumen que no equivalga a una
transcripción completa. Por esta razón, y teniendo en cuenta que en los capítulos siguientes nos ocuparemos de sus
aspectos más importantes, vamos a limitarnos a ofrecer aquí, en lugar de una “guía del lector”, algunos comentarios de
carácter general. Aproximadamente el primer tercio del tratado -las primeras 31 secciones-- 32 está dedicado a presentar
los puntos fundamentales, incluido el esquema de clases elaborado por Cantillon y Quesnay, así como un análisis de las
relaciones de éstas en la producción y en la distribución, análisis que está salpicado de colorido fisiocrático. Desde el
principio se insiste en ciertas proposiciones fundamentales, por ejemplo, en aquella según la cual la competencia reduce
siempre el nivel de los salarios al mínimo de subsistencia. Las secciones XXXII-L contienen una teoría del trueque, del
precio y del dinero que, dentro de sus límites, está casi excenta de errores y que, salvo por la ausencia de la formulación
explícita del principio marginalista, está a una distancia mesurable de la correspondiente teoría de Bohm-Bawerk. El resto
del tratado está consagrado principalmente a una teoría del capital que anticipa la mayor parte de los desarrollos teóricos
del siglo XIX, y a los problemas del interés, el ahorro, la inversión y los valores-capital. Es difícil afirmar o negar nada
respecto a la originalidad de las Réflexions en puntos concretos, tanto más cuanto que Turgot elude hacer citas, lo cual no

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es censurable tratándose de un esbozo de este género. Pero tan evidente es la visión comprensiva de todos los hechos
esenciales y de sus relaciones recíprocas, tan correcta es la presentación de los mismos, que, aun en el caso de que ningún
punto particular pudiera ser exclusivamente atribuido a Turgot, el tratado en su conjunto constituiría una, contribución
original. Hay que añadir también que este tratado sobre el valor y la distribución, el primero de un género que tan popular
había de llegar a ser en las últimas décadas del siglo XIX, no contiene prácticamente errores importantes. No es exagerado
afirmar que la economía analítica empleó un siglo para llegar allí donde, en caso de haber adecuadamente comprendido y
asimilado el tratado de Turgot, podría haber llegado en los veinte años siguientes a su publicación. Pero de hecho ocurrió
que ni siquiera J. B. Say ----el vínculo más importante entre Turgot y Walras--- supo extraer de las Réflexions todo cuanto
en ellas había.

Documento Ficha

4. A. SCHEIFLER, Amézaga,Xavier.

HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO

Edit. Trillas, México 1969.

Págs. 107-147

4. B. SCHUMPTER, J, A.

HISTORIA DEL ANÁLISIS ECONÓMICO I

Edit. Fondo de Cultura Económica, México 1984

Pág. 212-238

(Footnotes)

1R. GONNARD: Historia de las doctrinas económicas, pág. 138. 2 Véase una descripción de las reglamentaciones en
Turgot, Eloge de Gournay, Oeuvre, 1, 266-269, citado por EDWIN CANN: Repaso de la teoría económica, págs. 29-30.
Fondo de Cultura Económica, México, 1946.
3 Cf. JESÚS SILVA HERZOG: Tres siglos de pensamiento económico, páginas 207-220. Fondo de Cultura Económica,
México, 1950.
4
FRAN 018 QUESNAY: «Grains», en Franpois Quesnay et la Physio- cratie, vol. 11, pág. 505. Institut National d’ Ctudes
Démographiques, Pas, 1958.
5
GEORGE WEULERSSE: Les Physiocrates, págs. 2-6. G. Doin et Cie., París, 1931.
Cf. extractos en Silva Herzog, op. cit., págs... 190-198. Ibid., págs. 181-190.

6 Cf. extractos en Silva Herzog, op. cit., págs 190-198.


7 Ibid, págs. 181-190.
8 Ibid., págs. 198-206.
9
Ibid., págs. 230-236.

58
10
Ibid., págs. 207-212.

11
Ibid., págs. 221-230.
12 FRANÇOIS QUESNAY: «Maximes générales du gouvernement écono- mique d’un royaume agricole», Máxima 1, op. cit.,
pág. 949.
13
Ibid., Máxima 3, pág. 950. Cf. también TURGOT: Reflexiones sobre la formación y distribución de las riquezas; apud SILVA
HERZOG, OP. Cit., página 200.
14 F. QUIESNAY: «Observaciones sobre el interés del dinero», op cit., página 765.
15 LE MERCIER: L’ordre natui-el, pág. 287, apud R. GONNARD: Historia de las Doctrinas Económicas, pág. 173. 16 F.
QUESNAY. Maximes, Oeuvres, pág. 239; apud R. GONNAM, Op. Cit., página 273.
17
LE MERCIER, op.cit., pág.320; apud R. GONNARD, op.cit., pág.175; Cf., también QUESNAY, Oeuvres (edic. Oncken) págs
537-539, citado por EDWIN CANNAN: Historia de las teorías de la producción y distribución, página 25. Fondo de
cultura económica, México, 1948.
18 DUPONT de NEMOURS: Del origen y de los procesos de una nueva ciencia, apud Silva Herzog, op. cit., pág. 192.
19
F. QUESNAY: Máxima 18, op. cit., pág. 954.
20
Ibid.
21 DUPONT DE NEMOURS: Prólogo al Eloge de Gournay, Oeuvres (de Turgot), Vol. 1, págs. 258-259, citado por EDWIN
CANNAN: Repaso a la teoría económica, pág. 31, Fondo de Cultura Económica, México 1946.
22
LE MERCIER DE LA RIVIÉRE: El orden natural y esencial de las sociedades políticas, apud Silva Herzog, op. cit., págs.
182183.
23
Cf. R. GONNARD, Op. Cit., pág. 180.
24 ESTEBAN BONNOT DE CONDILLAC: El comercio y el gobierno, apud Silva Herzog, op. cit., pág. 234.
25
Citado por K. MARX: Historia crítica de la plusvalía, vol. 1, pág. 64, Fondo de Cultura Económica, y por A. SMITI4: La
riqueza de las naciones, página 606; texto íntegro en nota 9, pág. 606, Fondo de Cultura Económica.
26
Cf. R. GONNARI), Op. cit., pág. 64.
27 F. QUESNAY: «Analyse de la formule arithmétique du tableau économique», op. cit., vol. 2, págs. 793-794.
28
R. GONNARD, Op Cit., pág. 180.
29
Cf. LE MERCIER DE LA RIVIÉRE, op. cit.; DUPONT DE NEMOURS: Del origen y de los progresos de una nueva ciencia,
apud Silva Herzog, op. cit., páginas 184-185 y 191 respectivamente.
30 F. QUESNAY: «Analyse de la formule arithmétique du Tableu économique», op. cit., vol. 2, pág. 801.
31 GIDE y RIST: Historia de las doctrinas económicas, pág. 22.
32 K. MARX, op.cit., vol. 1, pág 64.
33 ANDRË MARCHAL: Systémes et structures économiques, págs. 283-288. P. U. F., París, 1959.
34 TMILE JAMES: Histoire sommaire de la pensée économique, pág. 62. Pditions Montchrétien , París, 1955.
35 F. QUESNAY, Máxima 2, op. cit., pág. 950.
36 F. QUESNAY: Droit Naturel, op. cit., pág. 740.
37
Ibid., pág. 741.
38
Cf. DUPONT DE NEMOURS: Del origen y de los progresos de una nueva ciencia, apud Silva Herzog, op. cit., pág. 196.
39
Ibid.
40
Ibid. también LE MERCIER DE LA RiviÉRE: El orden natural y esencial de las sociedades políticas, apud Silva Herzog, op.
cit., págs. 197 , 174, y 182.
41
F. OUESNAY: «Maximes générales du -gouvemement économique d’un voyaume agricole», Máxima 4, op. cit., pág.

59
950.
42
Ibid., Máxima 18, pág. 954.
43 Loc. Cit.
44
F. QUESNAY: “Grains”, op. cit., pág. SOS; “Hommes”, Op. cit., Páginas 548-549; “Premier probléme économique”, op cit.,
pág. 870 y nota 2 en la misma página.
45 F. QUESNAY: «Maximes générales du gouvernement économique d’un royaume agricole», Máximas 19 y 20, op. cit.,
pág. 954, y notas a las mismas, página 973.
46 F. QUESNAY: “Imposts”, op. cit., págs. 616-617; véanse también los artículos “Fermiers”, -Grains” y “-Hommes”,
especialmente la página 549.
47
F. QUESNAY: “Maximes générales du gouvernement économique d’un royaume agricole”, Máxima 25, op. cit., pág. 955;
cf. también “Lettre de M. Alpha”, op. cit., pág. 940, en la que Quesnay transcribe un extracto de las “Ephemérides”
dirigido contra él. Este adversario dice a Quesnay: ‘Usted no conoce sino una sola regla del comercio (para utilizar sus
propios términos);
esa régla es de laisser passer y laisser faire.”
48
F. QUESNAY: ‘Fermiers», op. cit. págs. 448-449; ‘Du commerce», página 839; «Grains», pág. 503.
49
F. QUESNAY: «Maximes générales du gouvernement économique d’un royaume agricole», Máxima 19, op. cit., pág. 954.
50 F. QUESNAY: nota a la Máxima 19, op. cit., pág. 973.
51
Ibid., Máxima 21, pág. 954.
52
F. QUESNAY: «Hommes», op.cit., pág.541.
53 F: QUESNAY: « Maximes générales du gouvernement économique dún royaume agricole», nota Máxima 20, pág.983.
54
F. QUESNAY: «Observations sur l´intéret de l´argent», págs.
763-768.
55 F. QUESNAY: Máxima 5, págs. 950-951; «Extrait des économies de M. de Sully», pág. 670 , núm.7.
56
F. QUESNAY: ‘Impóts», pág. 582, «Second probléme économique», páginas 973-984.
57
LE MERCIER DE LA RIVIÉRE: El orden natural y esencial de las sociedades políticas, apud Silva Herzog, op. cit., págs.
183184; cf., también, páginas 188-189.
58 GEORGE WEULERSSE: Les Physiocrates, págs. 205-210. 59 F. QUESNAY, «Philosophie rurale», op.cit., pág.727.

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