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Unidad 2.2.2 - Estructura productiva andina.

Modelos y ejemplos

Intercambios en los territorios étnicos entre 1530 y 1567 (Huánuco y Chucuito)


Carlos Sempat Assadourian

Las fuentes indican que en los Andes no había mercaderes, sino que eran los indios de los tiangues que
vendían comida. Los tiangues parecen reflejar trueques entre las unidades domésticas de la misma
etnia, básicamente de comida y bienes de subsistencia (ganado). Esto sugiere una circulación de bienes
sin rasgos aparentes de centralización. Por ejemplo los Chupachus eran un grupo serrano con acceso a
tierras cálidas que usaba sus excedentes para trocar por ganado. Caso inverso es el de los Lupaqa, que
habitaban tierras altas, frías y húmedas, por lo cual intercambiaban el ganado para obtener productos
cultivados de tierras templadas y cálidas. Si no fuere por estos intercambios, la provincia sería
inhabitable por su esterilidad. Para los Lupaqa el ganado es el capital productivo, y este se hallaba
distribuido desigualmente, por ello quienes no poseían ninguna cabeza adquirían los bienes de las
tierras cálidas yendo a trabajar para las etnias que allí habitaban. En suma, el intercambio se realiza
entre etnias para garantizarse los recursos que propiamente cada etnia no puede apropiarse. Dicho
intercambio podía hacerse a nivel horizontal (entre etnias distintas de un mismo piso ecológico) o a
nivel vertical (que podía incluir intercambio entre parientes y/o entre etnias distintas).

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En tiempos de la conquista se observa una extralimitación en el manejo de la energía campesina. Los
curacas afirman que se debe a la coacción ejercida por corregidores. Estos jefes reciben barras de plata
que pagan los españoles por el alquiler de los indios para fletes, pero afirman que las usan para el pago
del tributo cuando los mitayos no cumplen con la cuota fijada y para las iglesias. El gobierno Lupaqa
de esta forma se convierte en un trasmisor de las demandas del corregidor al pueblo. Es decir, transmite
las demandas mercantiles de las autoridades españolas al interior de la comunidad. Esto implica un
duro golpe para la estructura política y productiva interna andina, porque introduce una forma nueva de
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encarar la producción y la explotación de la fuerza de trabajo, la cual amenaza la subsistencia misma de
los indios. Por ejemplo, algunos españoles sostenían que había que eliminar a los curacas de forma que
los indígenas vendieran de forma voluntaria su energía al recibir directamente el jornal. Pero en verdad
no lo harían si no fuera por coerción porque perderían el tiempo que necesitan para sus haciendas y
para hacer la ropa de los españoles. Se produce una tensión entre el valor andino de la energía y el
precio monetario que los españoles imponían al trabajo andino. Esta tensión nunca se resuelve, pues
existía un límite en el cual los curacas no podían obligar a los indígenas a que cumplieran con el trabajo
que los españoles impedían, había que mantener la explotación a un nivel político manejable. No podía
eliminarse ese eslabón de la cadena de la producción andina, ya que de ser así, se cae toda la estructura
productiva. El mismo proceso de transformación incurre en otras actividades productivas como el
tejido de ropas de parte de los indígenas para los españoles. Se firma una escritura pública donde los
indios se comprometen a producir dichos bienes (forma española) pero la producción de ese bien toma
la forma andina basada en la reciprocidad y colectivización del mismo, respecto a cuántas piezas se
tejerán proporcionalmente a la “fuerza” de cada provincia. Tras la entrega de los bienes, los caciques
reciben las barras de plata.

Murra elaboró la idea de control vertical de un máximo de pisos ecológicos. Esto implica la existencia
de colonias étnicas pobladas de mitimaes (colonos), que le permitían a las etnias acceder a recursos
variados y distantes por fuera del asentamiento de origen. Este patrón parece ser preincaico. Para
alcanzar la productividad hay que establecer lazos de mutualidad, extender los lazos de parentesco. Los
flujos de energía y bienes que circulan por las relaciones de parentesco son principalmente los que se
dan entre los jefes y los hatun runa, se trata de lazos de reciprocidad. De esto se desprende la ausencia
de mercaderes y plazas de mercado. No había necesidad e intercambio porque existía una tendencia
a la autarquía garantizada por este mecanismo de control vertical de pisos ecológicos. Pero estas
relaciones han sido desmembradas por las encomiendas, que atacan y desarticulan el control étnico
sobre los pisos ecológicos. Respecto a la antigüedad de los archipiélagos verticales, podemos decir
que parecen ser preincaicos y que las fuentes que indican que es una elaboración Inca, lo que
hacen es dar cuenta de que el Inca legítimo estos accesos. Muchos españoles trataron de demostrar
que los mitmaqunas eran tratados como esclavos, pero esto se debía a la necesidad de justificar la
ofensiva lanzada contra los señores étnicos.

¿Cómo se distribuye la producción de los pisos cálidos entre los productores y los jefes?

Salomón sostiene que la producción del archipiélago era repartida por mitades entre el productor y las
autoridades políticas que lo auspiciaron. Otra hipótesis es que los indios de servicio del archipiélago
cultivaban la tierra para sí y cedían energía para cultivar las tierras de los linajes dirigentes. Esta
cuestión aún no tiene respuesta. Ahora bien, veamos cómo se utilizan los excedentes. Los jefes dan a
sus “criados” y a los hatun runa cuando prestan mita, coca y maíz en forma de reciprocidad. Lo que
queda en manos del productor parece ser que una parte va nuevamente al cacique y otra entra en la
esfera del intercambio (maíz a cambio de ganado, por ejemplo).

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Por último, una diferencia con Murra respecto a la visita a Chucuito de 1562 (clave para la tesis de
Murra): Assadourian sostiene que en el caso de los chupachus hay una continuidad territorial respecto
al control de los pisos ecológicos, desde las tierras calientes a las tierras frías. Para Murra, no.

La Capacocha
Pierre Duviols

La Capacocha es una gran ceremonia, que según lo que deja entrever el autor, fue instalada e
institucionalizada durante el período del Tawantinsuyu. La misma implicaba la intervención de todas
las personas y autoridades del Estado Inca, y la extensión de la misma a todos los lugares del Imperio.
De las fuentes puede sostenerse que sucedía más que una ceremonia excepcional frente a importantes
ocasiones, tal como la coronación del Inca, el nacimiento de uno de sus hijos, una victoria militar
importante, etc. Sin embargo, no se descarta la existencia de “capacochas” cíclicas de menor
importancia y despliegue. Cabe destacar que dicha ceremonia estaba imbuida no sólo como un central
reforzamiento social, ideológico y político, sino también, como un suceso donde se actualizaban y
confirmaban las relaciones de vasallaje político a través de las ceremonias y los intercambios rituales.
Es decir, intervenían las esferas religiosas, políticas y materiales/económicas de manera simultánea.
El ritual comenzaba cuando se decidía de parte de las autoridades de Cuzco a la realización. El mismo,
debía informarse mediante todos los centros administrativos a todos los dominios del Estado Inca.
Luego, los sacerdotes y curacas de cada localidad debían centralizar las ofrendas en la plaza de cada
región. Todo hombre en capacidad de tributar debía entregar una ofrenda/tributo a la ceremonia
religiosa. Cada región estaba comprometida a una determinada cantidad de tributo en función de su
capacidad productiva y sus intereses de estatus. Todas las ofrendas eran trasladadas a Cusco por parte
de los curacas sacerdotes y capitanes en procesiones. Era una ocasión importante para entrar en
contacto con el soberano. Una vez las ofrendas llegaban al Cusco (era su destino) la primera “parte” del
rito estaba completada. La centralización de ofrendas y sangre en el corazón del imperio. A partir de
allí, se redistribuían las ofrendas siguiendo las líneas ideales de los ceque, las cuales se proyectaban a
partir de un punto central. Las ofrendas iban dirigidas a las huacas, santuarios, diseminados entre los
ceque. Cada huaca tenía debajo de su jerarquía otro sistema concéntrico en el cual se ubicaban otras
huacas, extendiendo las ofrendas consiguientemente. Luego de la redistribución dentro de Cuzco, el
Inca centralizaba los bienes que debían ser devueltos a los dominios lejanos del Imperio. Sacerdotes,
curacas y capitanes retomaban el camino de vuelta, cada uno hacia uno de los cuatro suyus. Es en esta
tercera etapa, en la cual nuevamente entran todos los integrantes del Imperio. No sólo ofreciendo un
tributo, sino recibiendo la redistribución del mismo. Todas las etnias y grupos locales participaban del
mismo, reforzando la idea de integración social dentro del Tawantinsuyu. El sistema de redistribución
era igual al concéntrico de Cusco, pero extendido a mayores distancias, a lo largo y ancho de todo el
Imperio. No puede asegurarse que se respetaba exactamente el esquema, aunque sí se seguía la idea. La
falta de fuentes no permite aclarar la extensión real del camino de vuelta a cada uno de los suyus.
Lo importante del momento de la redistribución, era que no sólo implicaba un momento ritual, sino una
ocasión en la cual se reunían alrededor del Inca todas las autoridades (curacas y sacerdotes) del
Imperio, en representación de las huacas. Allí se hacía un balance de todos los ídolos de las provincias
en función de su eficacia y se repartían dones y contra dones en función de su rendimiento. Es decir, se
repartían castigos y recompensas. También se cerraban nuevas relaciones, nuevos contratos y se
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reactualizaban lazos de subordinación. Valga como ejemplo cuando Túpac Inca Yupanqui solicitó
ayuda a todas las autoridades para que lo apoyasen contra la rebelión de etnias rebeldes. Además se
consultaban colectivamente asuntos militares y de infraestructura.
Por último, cabe destacar el aspecto social de la ceremonia. Como se dijo, implicaba la intervención de
todos los miembros del Imperio, donde lo que se buscaba era la integración social y homogénea de
todas las etnias andinas. Esto se ve en la metáfora del cuerpo que implica el rito, sobre todo apoyado en
las ofrendas de sangre, donde hasta los vasos capilares más lejanos al corazón del Imperio (Cuzco) y el
cerebro (el Inca) aportaban la ofrenda. Una vez llegada a destino, la misma volvía a todos los dominios
del Tawantinsuyu, garantizando la salud del sistema social y político, así como las relaciones de
subordinación y respeto. Bajo este ritual religioso, se vehiculizaba entonces la ideología del mismo
como garantizador y legitimador de la dominación. En otras palabras, el Capacocha no es más que una
herramienta de control social, que lo que hace es legitimar y reconfirmar la posición de líder del Inca,
subordinando a todos sus súbditos, garantizando la unidad imperial. Esto se ve muy claramente en la
estructura del rito, donde en realidad, el objetivo máximo no es el Inca, sino el Dios (huaca). El
sacrificio más importante, el de energía vital, implicaba un trueque simétrico entre el Inca y el Dios.
Energía vital (sangre) a cambio de los medios mágicos que le aseguren su prosperidad física económica
y política. Medios mágicos, a cambio de medios mágicos. Sin embargo, la distribución posterior que el
Inca hacía no implicaba bienes mágicos, sino rituales, materializados en bienes físicos. Es decir, que la
serie de intercambios simétricos se tornan asimétricos en la arista del Inca y el Dios, donde el eje del
sistema no es el Inca, sino la huaca, dado que es el vértice donde termina la secuencia distributiva y
comienza la redistributiva. Además, el Inca se encontraba en deuda con los representantes de la
jerarquía social que entregaban a los humanos para el sacrificio, teniendo en cuenta que el Inca no
entregaba familiares para el mismo.

Rutas de entrada del mullu en el extremo norte del Perú


Anne-Marie Hocquenghem
Las sociedades de los Andes norteños y centrales establecieron contactos e intercambiaron productos,
principalmente conchas recolectadas en la costa del sur del Ecuador y piedras semipreciosas de los
andes centrales, también cobre y cobre dorado de la costa norte. El mullu (Spondylus) es un molusco de
las aguas calientes del Pacifico, de concha dura y brillante, que era objeto de culto a los antepasados: se
depositaban la conchas en las tumbas o eran talladas o usadas como ornamento de prestigio.
Vía marítima
El mullu entraba en los andes centrales por una vía marítima entre Chincha y Puerto Viejo, esta es la
tesis generalmente aceptada de Rostworowski. Los Chincha habrían navegado con balsas desde la costa
sur del Perú hasta Puerto Viejo en busca de mullu, que intercambiaban por cobre. Por vía terrestre,
habrían subido al altiplano y al Cusco en busca de cobre que trocaban por pescado seco y calabaza.
Cabe que señalar que antes de la conquista del norte por parte de los Cuzcos, los incas no tenían acceso
al mullu. Probablemente luego del viaje peligroso y azaroso en balsa, los chinchanos llegarían a un
puerto de intercambio cuya función exclusiva era servir para el encuentro de quienes intercambiaban.
Ahora bien, esta tesis no está respaldada por las fuentes, en ella se menciona las balsas que día a día
usaban los Chincha, pero parecen indicar una actividad pesquera. He aquí una diferencia con
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Rostworowski. Por otro lado, cuando hablan de mercaderes no mencionan que se desplacen en balsas.
Sobre todo, el argumento más evidente en contra de esta ruta marítima de entrada al mullu es que la
navegación de norte a sur va contra la corriente de Humboldt, y sumado a los vientos del sur, hacían
sumamente difícil hasta para los veleros españoles el tránsito.
Vías terrestres
Ahora bien, si el mullu no entraba por vía marítima, hay que reconstruir las terrestres. En la época del
Inca es posible pensar que un producto de tanto prestigio circulara a lo largo de los grandes caminos
controlados por los Inca. Excavaciones arqueológicas encuentran restos de concha en Cabeza de Vaca
y Rica Playa, por lo cual allí deben haber funcionado talleres de mullu, que recibían la materia prima
por balsas que entraban por Tumbes. Al mismo tiempo también se encuentran restos de concha a lo
largo de todo el camino del Inca. De esto se desprende que Tumbes durante el incanato era el puerto de
intercambio por el que entraban, vía marítima, el mullu que se encaminaba hacia el sur por vía terrestre.
Caminos preincaicos de entrada del mullu
El camino de la costa dataría del periodo Intermedio Tardío (1000-1470), y desde esa época Tumbes
jugaría el papel de puerto de intercambio. Yendo más atrás, ya desde el Horizonte Temprano (-200-
500) encontramos que se realizaban intercambios entre la costa sur del Ecuador y la costa norte del
Perú.
“Mercaderes” y redes de intercambio
Respecto a los mercaderes, la duda es si eran libres o dependientes de caciques. En base a las fuentes se
nos dice que el cacique era señor de todo lo que los indios poseían y de ellos mismos también, salvo los
mercaderes los cuales solo pagaban tributo en oro y mantas. De esta forma, si bien se distinguen del
resto de los indios, no podían escapar al servilismo y la sumisión, pues pagaban un tributo. Es así que al
parecer los mercaderes norteños no actuaban por cuenta propia sino que dependían de sus caciques que
le reconocían status especial por medio del pago de un tributo especial (productos exóticos). Estos
mercaderes parecen ser una supervivencia preincaica, pues en el Tawantinsuyu si bien había
eventualmente trueque, la medida más usual para suplir las necesidades locales era hermanar una
provincia serrana con una costeña para el intercambio de productos y compensar la falta de comercio.

Formaciones económicas y políticas del mundo andino


Murra, John
Capítulo 3: el control vertical de un máximo de pisos ecológicos en la economía de las S andinas
Para el autor, la existencia del concepto de “archipiélagos verticales” forma parte de un ideal andino.
Es decir, se encuentra presente desde la antigüedad de las organizaciones sociales andinas, trasciende el
tiempo y las distintas etnias que componen el mundo andino, sean cuales sean su nivel de complejidad
económica y política. Sin embargo, las funciones de los archipiélagos y el estatus de los colonizadores,
deben haber sufrido cambios tanto económicos, como políticos y sociales, con el correr del tiempo.
Para ello, Murra aborda el estudio de cinco casos que van de 1460 a 1560. Es decir, el período de la
expansión Inca, y la posterior conquista española.

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Primer caso: etnias pequeñas, los chupaychu
En las fuentes se indica que el asentamiento de los colonos con sus familias era permanente. Por otro
lado, se indica que en la variedad de pisos controlados por una etnia era muy común encontrar varias
comunidades explotándolo, simultáneamente. Es decir, en cada “isla” no se ubicaba solamente los
colonos de un grupo. Era normal la existencia de varias etnias explotando un mismo piso, lo que
implica una constante tensión, lucha, tregua y negociación entre los distintos grupos acerca de la
explotación de dicho piso.
Esta primera estructura se caracteriza por sociedades demográfica y políticamente pequeñas. En el
núcleo de poblamiento se producían los alimentos básicos. Las zonas periféricas son pobladas de
manera permanente, aunque no están muy alejados, eran relativamente pequeños, cada colono
conservaba su “casa” y derechos de explotación en el núcleo (lo cual hace dudar acerca del
asentamiento permanente, a menos que la posibilidad de volver sea relativamente usual). Por último,
todos los pisos se caracterizaban por estar explotados por varias etnias.
Segundo caso: grandes etnias (“reinos altiplánicos”) con núcleos en la cuenca del Titicaca, los
Lupaqa los del valle de Chincha
Estas etnias se caracterizaban por ser de las más “ricas” y pobladas tras la conquista española. Por
ejemplo, los Lupaqa contaban con más de 100,000 habitantes, lo que implica mucha mayor cantidad de
colonos disponibles, para alcanzar zonas más lejanas y explotarlas con mayor eficiencia. Así llegaron a
tener dominios incluso en el pacífico. Nuevamente, los distintos pisos explotados y bajo dominio
Lupaqa se caracterizaban por su multietnicidad. Así como también, todos los colonos seguían
conservando sus derechos en los núcleos. Por otro lado, la extensión de los pisos verticales implicaba
una muy variada gama de nichos ecológicos que van desde la costa del pacífico, pasando por el núcleo
serrano y puneño (ubicado a 4000 msnm), hasta llegar a la selva occidental. Al contar con mucha
mayor capacidad de poblamiento, y por lo tanto, de explotación y variedad de pisos, para estas etnias se
abrió la posibilidad material de la especialización del trabajo. Eso permite la existencia de “islas de
especialistas”, como las “islas artesanales”.
Casos 3 y 4: la aplicación del modelo en comunidades cuyo centro están en la costa
En este caso, Murra inicia un debate con las dudas propuestas con Rostworowski, acerca de la
universalidad de la aplicación de dicho principio a lo largo del tiempo y de las distintas condiciones
geográficas de cada etnia. Por ejemplo, sostiene que para los reinos costeros la extensión de pisos no
era horizontal y entre distintos nichos, sino longitudinalmente sobre la costa. Al respecto, Murra
sostiene que las fuentes dedicadas a los reinos y comunidades de la costa son casi nulas, con lo cual se
dificulta su investigación.
En el primer (tercer) caso, estudia etnias pequeñas con el centro de la costa. Para eso, se sirve de
fuentes jurídicas acerca de un conflicto entre tres etnias por la explotación de un cocal. Dicha disputa
venía de la época del dominio incaico, y los testigos afirman que la existencia de dicha explotación es
de la época pre incaica. Que dicha explotación se encontraba bajo dominio de un señorío con núcleo
costero, y que el mismo poseía acceso a la explotación de chacras valle arriba, el cual requería de
protección militar por la presión de las comunidades serranas. Sin embargo, no hay registro de si este
dominio de tierras implicaba a colonos que seguían identificados y bajo los derechos y obligaciones del
núcleo, o si la influencia era políticamente exterior. En las fuentes figura que los individuos de dicha
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zona serrana tributaban a los señores de la zona costera, pero puede que ese tributo sea un mero
intercambio entre las partes que conformaban el dominio del ayllu, y no el intercambio entre unidades
sociales distintas. A su vez, en dicha zona de explotación serrana se encontraban varias etnias. Si bien
en un inicio la misma era controlada por una sola, a la larga (y esa es la disputa que lo ejemplifica en la
fuente) se sucedió una lucha por dicho piso. Si bien puede que en determinados momentos una etnia
podría ejercer una hegemonía sobre cada nicho, la misma no era eterna ni estaba exenta de tensiones,
luchas y cambios respecto a su explotación con otras unidades sociales.
En el cuarto caso, lo que se analiza son grandes reinos de la costa norte, los cuales estaban compuestos
por muchísimos habitantes e incluso llegando a conformar grandes “confederaciones” entre los
distintos reinos. Aún no se comprobó la existencia de colonias permanentes en la zona serrana
mediante las cuales estos reinos costeros accedieran a los bienes propios de dicho piso.
El quinto caso: etnias pequeñas nucleadas en la montaña, sin archipiélagos
Murra lo denomina “caso negativo”, donde etnias pequeñas con sede en las yungas de La Paz, niegan
acceso de recursos fuera de su región. Esto figura en una fuente judicial que refleja un litigio entre
autoridades europeas. Dichas etnias utilizaban el piso que rodeaba su zona de poblamiento, y a una
pequeña distancia, tenía cada unidad doméstica su propia chacra de coca. Según las fuentes, esta unidad
social no contaba con otros pisos verticales bajo su control, lo que pone en duda la subsistencia del
mismo y el modelo presentado. La hipótesis de Murra es que estos dominios fueron creados bajo
dominio Inca, como tierras estatales dedicadas únicamente a la producción de coca, una isla periférica
estatal.
Al ser el primer caso donde se muestra claramente la injerencia del Estado Inca respecto al modelo de
archipiélagos verticales, lleva a plantear qué sucedió con el modelo tras la aparición del Tawantinsuyu.
Es decir, qué transformaciones, rupturas y continuidades tuvo. Lo que sí indica Murra, es que dicho
modelo es previo a la estructura estatal incaica, y que la misma no hace más que un aprovechamiento
del mismo, continuando su uso, y profundizando y transformándolo para su provecho. Uno de los
cambios que puede haber bajo el dominio Inca es respecto a la extensión y la escala del mismo. Pero es
clara una continuidad. A su vez, puede modificarse la dinámica estructural, pasando de la autarquía
productiva de cada comunidad a la centralización de la producción bajo la acumulación del centro
estatal ubicado en Cuzco. Esto da la posibilidad del surgimiento de la explotación. Sin embargo, el
principio fundamental de la verticalidad física de cada comunidad y su autarquía no se ve modificado.
Lo que se ve modificado, en el caso del ingreso de la estructura estatal, es que el aprovechamiento de
pisos verticales toma otra escala. No tienen que necesariamente estar dentro de una proximidad
cercana, así como tampoco son determinantes las condiciones ecológicas, dado que la producción pasa
de la autarquía de la comunidad, a la acumulación de un enorme centro estatal.
Lo que Murra sostiene, entonces, es que los incas continuaron el modelo de explotación vertical,
extendiendo su escala y modificando algunas características del mismo. Más allá de eso, la
dinámica se mantuvo. Sin embargo, cabe preguntarse acerca de las transformaciones que ocurrió en el
mismo. Puede pensarse un cambio en el nivel de reciprocidad (sin embargo, estaríamos hablando de un
nivel de grado, no cualitativo, ya que el E Inca debía redistribuir) y de atribuciones y características
políticas que transformaron la estructura, por ejemplo, de los colonos. ¿Seguían manteniendo los
mismos derechos a pesar de estar en “islas” tan lejanas? ¿Cómo mantenían el contacto con sus etnias de

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origen? La extensión del principio del uso de los archipiélagos con fines estatales permite e implica
necesariamente varias transformaciones de dicho modelo.
Capítulo 2: la producción agrícola
La domesticación de auquénidos (una variante de los camélidos) y tubérculos (como la papa)
resistentes a las desafiantes condiciones de la altitud (poca irrigación de agua, bajas temperaturas, etc.)
fue la base material que permitió el desarrollo de la civilización andina. Es por eso que los mismos
cuentan con un gran valor ritual. El maíz (sobre todo su variante, la chicha) también cuenta con una
importante capacidad ritual, dado que ha sido la base de la dieta de los habitantes andinos. Sin
embargo, su explotación exige condiciones ecológicas más exigentes, como un clima templado y una
buena cantidad de humedad. Esto requiere la explotación del mismo en zonas de quebradas, lo que
implicaba necesariamente grandes obras públicas (canales, pisos, etc.) para su aprovechamiento dado el
peligro a las heladas a las que se someten. La importancia en la producción de tubérculos como de maíz
derivó en una especialización tal que Murra habla de “dos tipos de agriculturas”, donde cada una posee
sus términos, medidas, pesos, herramientas, estructuras, etc. Para el autor estos cultivos forman parte de
la cosmovisión (ritual y material) del ideal pan andino que coloca desde muchísimo antes de la
existencia del Tawantinsuyu, en el origen de las civilizaciones andinas. Si bien en cada región puede
variar el valor y la carga ritual que cada cultivo tiene (en algunas zonas la papa era prueba de un nivel
social bajo, en muchos lugares y momentos históricos la chicha es un cultivo dedicado
fundamentalmente a fines ceremoniales y de hospitalidad) en todos tienen una significación importante
y determinada. En algunos casos, el maíz representaba un cultivo clave, el cual demandaba una
profunda atención y esfuerzos de parte del Estado Inca. Lo mismo respectivo a la producción de
auquénidos, los cuales eran utilizados para fines rituales como el sacrificio (ejemplo: la Capacocha). Es
recién con la instalación del Estado Inca que es posible la producción de maíz a gran escala, teniendo
en cuenta que el mismo no era fundamental para la subsistencia de las poblaciones serranas, dado que
su función primordial era ritual. El maíz tuvo especial atención por parte de las autoridades incaicas,
convirtiéndose en un cultivo estatal.

Capítulo 4: la producción ganadera (los rebaños de auquénidos)


Si bien al domesticación de auquénidos data desde los orígenes del establecimiento sedentario de las
poblaciones andinas, la explotación especializada corresponde nuevamente a una invención del E Inca.
Previamente, cada unidad doméstica tenía su propio rebaño, el cual era administrado por los miembros
de cada familia. Al incorporarse la domesticación de los auquénidos al ideal de autarquía, la utilización
de los mismos correspondía a una complementariedad con otras tareas o bienes, no un fin en sí mismo.
Dado que el estado incaico no se sostuvo materialmente a través de tributos, sino de la explotación de
fuerza de trabajo en tierras, chacras y pastizales propios del Estado -no hay una extracción de bienes,
sino de fuerza de trabajo, separada de la producción de cada comunidad en zonas de explotación
dedicadas totalmente al Estado- se puede distinguir en la ganadería andina distintos tipos de rebaños.
Por un lado, los de los grupos étnicos subordinados a los incas (los cuales se identifican con los grupos
de parentesco, comunidades, ayllus o particiones a los cuales pertenecen a través de rituales de
identificación), y los rebaños del Estado. En el caso de los tiempos del estado Incaico, el
aprovechamiento de los rebaños estatales estaba dedicado centralmente a fines militares (como
herramienta de traslado) y de culto. A esto, se le pueden sumar los rebaños de las unidades sociales de
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distinto nivel (comunidad total, un ayllu, una unidad doméstica mínima que comprenda un grupo de
parentesco, o de actividad como el intercambio, una mitad/parcialidad, etc.), las correspondientes al
curaca y las que eran dedicadas a culto de determinadas huacas con fines rituales de sacrificio. Además
de rebaños (cada uno tenía un término distinto según su dominio), también existían pastizales
asignados especialmente a cada hato de auquénidos. La introducción del E inca implicó un intento (no
está comprobada su efectividad) de apropiación de todos los bienes pecuarios y zonas de caza. Dicha
apropiación transformaría la explotación y control pecuario en una dádiva generosa por parte de la
máxima autoridad, lo cual transformaba a todos los individuos con dichos recursos en deudores de él. A
su vez, también bajo el dominio inca fue posible el dominio individual de rebaños, repartidos por parte
de las autoridades a oficiales y soldados incaicos como dádivas, creando una nueva categoría de
tenencia individual.
Si bien los rebaños de auquénidos son un recurso estratégico, depende de qué zona ecológica estemos
hablando. No es lo mismo el dominio de un grupo de llamas en zonas de agricultura muy productiva,
que en zonas altiplánicas donde es complemento esencial de la producción de tubérculos en varios
aspectos: como productor de bienes textiles para el intercambio, como herramienta para la ayuda
recíproca en términos de parentesco (lo que implicaba la disponibilidad de favores en un futuro), como
herramienta productiva para la realización de intercambios, etc. Ante la carencia de rebaños, los
habitantes andinos podían hacerse de los mismos a través del favor clientelar de un señor local, o, de la
existencia de rebaños de comunidad, los cuales eran entregados a unidades domésticas por parte del
señor local para su cuidado y reproducción. Lógicamente, la especialización del pastoreo cuenta con
mejores condiciones tras el establecimiento del aparato estatal incaico. Sin embargo, en estructuras
altiplánicas de gran escala (como los Lupaqa) puede que la especialización de dicha actividad (con I
ocupados enteramente al cuidado, pastoreo y producción ganadera) ya existiera.

Capítulo 10: el tráfico de mullu en la costa del Pacífico


En debate o diálogo con Rostworowski, Murra se pregunta de dónde provenía el mullu, ese bien
considerado con alto valor ritual y económico. Este hecho coloca la existencia necesaria de intercambio
porque dicho bien era consumido por las poblaciones de los Andes Centrales, las cuales se veían
imposibilitadas de producirlo. Sólo las poblaciones costeras podían recolectarlo. Qué estructura social
y cómo manejaba la extracción, transformación, transporte y distribución de mullu es la pregunta
central. Al ser un bien que era complejo de conseguir, surge como hipótesis la posibilidad de muy
limitadas zonas (en el norte costero) que por sus capacidades ecológicas estaban dedicadas enteramente
a su extracción y transformación, y su posterior intercambio y distribución. Se maneja como
posibilidades la presencia de unidades políticas (incluso confederaciones enteras) dedicadas
centralmente a esta actividad con fines al intercambio del mullu, lo que implica la existencia y
estructuración de un tráfico comercial organizado, y toda una población dedicada a la actividad
comercial. Al respecto, se menciona el trabajo de Rostworowski en el cual sostiene la existencia de un
estrato de “mercaderes” especializados y dedicados únicamente al tráfico de dicho bien en el valle de
Chincha. Lo que queda por averiguar es cómo se organizaba dicho tráfico, si solamente corresponde a
la etapa incaica y por qué Chincha era la terminal centralizadora de dicho movimiento. A su vez, es
necesario responder si se trataban de intercambios “comerciales” (y definir qué significaría
“comercial”) o si se trataba del traslado de bienes producidos en este piso ecológico hacia una unidad

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política centralizadora (el E Inca, u otras unidades políticas). Al respecto, Murra niega un
paralelismo de estos mercaderes con los pochteca propiamente mesoamericanos.

Límites y limitaciones del modelo de archipiélagos verticales en los Andes


John Murra
Al principio, el autor realiza comparaciones en torno a diferencias entre la estructura mesoamericana y
la andina, respecto al mantenimiento material de cada unidad estatal-imperial. En el caso
mesoamericano, los reyes y las unidades estatales se sostenían a partir de tributos entregados por parte
de las comunidades sometidas. A su vez, existía un florecimiento comercio acompañado de grandes
ferias y plazas, el cual funcionaba como mecanismo de traslado de bienes de un piso ecológico a otro.
Esto permitió la emergencia de un estrato social separado de individuos dedicados especialmente al
comercio (con otro agregado de funciones): los pochteca, con todas las consecuencias que ello traía.
Esto permitió la integración macroregional de las distintas unidades políticas en un tráfico interzonal
comandado por la unidad estatal mayor: la Triple Alianza.
Otro aspecto que diferencia la estructura andina con la mesoamericana, es que a diferencia de la
existencia de tributos en especie en el caso de la Triple Alianza, el Tawantinsuyu se sostuvo
exclusivamente a través del tributo en fuerza de trabajo, por parte de sus subordinados mediante –
primordialmente- dos instituciones de explotación: la mita y el yanaconazgo. Por otro lado, la
circulación de bienes en distintos pisos ecológicos no lo hacía bajo la forma de comercio –como en el
caso mesoamericano- sino, bajo la forma de la explotación maximizada de pisos ecológicos bajo
control de una misma unidad política: el modelo de archipiélago vertical.
Respecto a él, una rápida descripción. Este concepto se apoya en dos valores que Murra considera “pan
andinos”: la reciprocidad y la autarquía. Al ser el contexto ecológico de los andes muy variado (lo cual
se explica por su variación de altitud) cada grupo social podía encontrar en una franja horizontal muy
variadas condiciones ecológicas para la explotación y obtención de gran parte de los bienes necesarios
para la subsistencia. Es decir, que el aprovechamiento del máximo de pisos ecológicos garantizaba la
autarquía de la población sin tener que recurrir al intercambio, maximizando las energías humanas. (El
autor no niega la existencia del intercambio para, por ejemplo, bienes suntuarios o incluso de
subsistencia. Más allá de eso, se trata de que este tipo de intercambio era relativamente menor respecto
al rol preponderante de la producción local de cada etnia).
Esta dinámica productiva implicaba la diseminación de la población en los distintos pisos en pos de
aprovechar sus condiciones para la producción. Es aquí cuando interviene el concepto de reciprocidad
y redistribución. Si bien cada unidad doméstica abandonaba el centro político y poblacional para
dirigirse en calidad de colonos a los distintos pisos ecológicos (que podían ser cercanos o incluso estar
a grandes distancias lo cual implicaba varios días de desplazamiento) los mismos no perdían los
derechos y obligaciones que caracterizaban el funcionamiento político, económico y social del ayllu.
Seguían formando parte del mismo y se encontraban bajo su autoridad social (en nombre de la
comunidad toda) e individual (personalizado en la autoridad del mandatario: el curaca). La reciprocidad
y redistribución mencionada determina que así como estos colonos en dichos pisos producían para su
propia subsistencia (con el objetivo de hacerlo para el ayllu enviando el excedente), también tenían el
derecho a acceder a los bienes producidos en otros pisos y de la explotación de una parcela de tierra en
11
el núcleo de poblamiento en el caso de volver. A su vez, esta estructura productiva se caracteriza por
tener un núcleo de poblamiento, donde se encuentra la mayor cantidad de habitantes y el centro de
poder político y administrativo, y una serie de zonas periféricas que son definidas como “los
archipiélagos” o “islas”. Este patrón de asentamiento propiamente andino, tiene como consecuencia un
paisaje de población “diseminada” a lo largo de la geografía andina: una misma unidad política podía
tener sus integrantes extendidos a lo largo del territorio, sin que haya necesariamente una contigüidad
geográfica. A su vez, esto implicaba la coexistencia de distintas unidades étnicas dentro de un mismo
piso ecológico, lo que generaba tensiones, hegemonías y conflictos por la explotación del mismo.
A medida que los reinos crecieron y la capacidad material y productiva permitió un incremento
poblacional, una serie de consecuencias tuvieron lugar. Por un lado, la escala de las islas
periféricas se incrementó exponencialmente, así como las distancias entre los pisos y la zona
nuclear se amplió. Esto colocaba como desafío aún mayor el mantener los derechos, la identidad y los
lazos, así como la subordinación a las autoridades de la zona nuclear por parte de los colonos, que
usualmente eran reactualizados mediante rituales y manifestaciones de identidad colectiva. Este
cambio en la escala pudo haber significado una limitación para dicho mecanismo. Las relaciones
entre núcleo y periferia son más difíciles de mantener a mayor distancia. A su vez, en este aspecto
y en la medida en que este proceso se profundiza, más marcados son los aspectos de asimetría y
explotación. Por otro lado, así como las islas se ubican más lejos y comprenden una mayor escala,
emerge la posibilidad de una especialización aún mayor: aparecen las islas “artesanales” o
dedicadas a un bien o servicio en particular.
Estas modificaciones son fundamentales para comprender los cambios que pudieron sucederse en la
estructura de cada piso. A medida que crecía la escala y la lejanía, las relaciones de reciprocidad y
redistribución comienzan a debilitarse, dando paso a la consolidación y mayor exposición de relaciones
de explotación, por parte de los reyes, para con los colonos. En este aspecto, el modelo encuentra sus
límites tras la introducción, sobre todo, de grandes unidades estatales, como la Inca. Aún mayor
es el trastrocamiento del mismo, tras la modificación propugnada por la conquista de los
europeos, propio del desconocimiento del sistema andino.
Por último, se encuentra otro límite del modelo, que es la explicación de cuándo y por qué surgió
el mismo. Para eso, Murra sostiene que la clave está en la arqueología. A esto, debemos agregarle
la existencia de unidades políticas que no contaron con control de varios pisos verticales, o que la
existencia de nichos ecológicos variados fue mínima. Par eso, es necesario ahondar en las
características que permitieron y las que inhibieron el surgimiento de dicho modelo.

Pescadores, artesanos y mercaderes costeños en el Perú Prehispánico


Rostworowski, María
Mientras que en las sierras había que recurrir al sistema de verticalidad para abastecerse, la costa era
autosuficiente en productos alimenticios. En la costa se desarrolló la alta cultura yunga.
Pescadores
Los pescadores no solo pescaban (tanto en el mar como en lagunas) para el consumo del señorío, sino
que también salaban y secaban el pescado de forma que sirviera para el trueque. Estos pescadores no
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tenían necesidad de trabajar la tierra, porque con el pescado compraban todo lo necesario.
[¿Compraban?] Al no tener sementeras [tierras para sembrar] estaban excusados de la mita ni
tampoco ayudaban en la faena de recoger las cosechas, solo daban tributo en grandes cantidades de
pescado salado. Tenían una tendencia a la longitudinalidad, estos pescadores tenían una gran libertad
de movimiento y navegaban a lo largo de la costa con facilidad, al mismo tiempo que eran muy buenos
nadadores. Cada ayllu tenía reservado un lugar y sus propias platas, no es como decían los españoles
que el mar y sus orillas eran común a todos... Como es de esperar el mar tenía un gran valor en la
mitología, existían junto al dios Pachacamac una diosa mujer considerada como creadora de los peces y
probablemente también de las aves. Cuando las fuentes hablan de parcialidades o ayllus de pescadores,
hay que entenderlo como un grupo de pescadores unidos entre sí por lazos de parentesco y por la
posesión en común de ciertas playas necesarias para realizar sus ocupaciones. Es importante
mencionar que el vocabulario quechua tenían dos palabras para mencionar a los pescadores: una que
refería al que pescaba y otra al que vendía el pescado, lo cual habla de la especialización laboral. Otra
definición importante por parte de la autora es la que indica que los pescadores se dedicaban
enteramente a su oficio. No sólo porque habla de la especialización del trabajo, sino porque de allí se
deduce que se garantizaban los bienes para la subsistencia meramente a través del intercambio. Esto es
una gran diferencia con la forma de producir de las zonas serranas, donde todos los habitantes debían
labrar las tierras para la subsistencia, independientemente de su oficio. Al menos así se mantiene, hasta
la instalación del Tawantinsuyu, donde las condiciones materiales permiten un avance de la
especialización del trabajo y la división social del mismo. En el caso de las costas, todas las actividades
productivas estaban a cargo de especialistas que no podían dedicarse a nada que no fuese su oficio.
Artesanos
Estos grupos también estaban exentos de la mita y las encomiendas, aunque debían entregar una parte
de sus objetos manufacturados. Estaba prohibido cambiar de oficio. Los españoles tuvieron interés en
conservar varios de los oficios artesanales, básicamente el de los plateros y carpinteros. El trabajo era
muy especializado.
Alfareros
Tenían su propio templo y algunos recorrían pueblos vendiendo su cerámica. El Imperio Inca valoro
mucho este trabajo y transporto varios ayllus al Cuzco. Principalmente eran olleros.
Plateros
Tributaban al Inca con sus objetos manufacturados, hay casos de particulares que hacían trabajar para sí
a los plateros en la confección de vajilla de oro y plata. En Chuchito hay fuentes que hablan de
alfareros y plateros que tenían sus propias chacras, a diferencia de los yungas.
Pintores
Básicamente pintaban ropa y telas, sobre todo para registrar la historia incaica y los hechos de los
españoles.
Hacedores de chicha
En la sierra era labor femenina, mientras que en la costa era un oficio masculino con dedicación
exclusiva. Existían tabernas donde trocaban la chicha por maíz o algún otro bien, pero

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excepcionalmente. Pero gran parte de la chicha iba a los señores quienes la volvían a dar en
reciprocidad, forjando los lazos de lealtad. El oficial chichero se dedicaba exclusivamente a ello, solo
podía abandonar su labor para reparar alguna acequia.
Salineros
Existían también ayllus que se dedicaban a la elaboración de la sal y la usaban para trocar. En las
sierras en cambio la sal era obtenida por medio de los archipiélagos. Había otros artesanos también
carpinteros, zapateros y alpargateros.
Comparando a los yungas con los grupos serranos encontramos algunas especialidades propias de los
yungas: Los pescadores, labradores de piedras de mar y por último, encargados de llevar y distribuir
conchas marinas a los diversos santuarios.
Mercaderes
Tratantes chinchas
La prosperidad de los Chincha se debía a las transacciones comerciales que llevaban a cabo con áreas
distantes. Rescataban grandes cantidades de oro, plata y cobre con las áreas serranas. Durante el auge
incaico el intercambio comercial disminuyó y creció el sistema de archipiélagos. Los objetos de
intercambio chinchano eran múltiples y variables: mullu y cobre fundamentalmente, aunque también
otros como pescado seco, ají, algodón, calabazas, charqui y ropa de lana. En muchos casos se ha
tratado de ver a los sacerdotes como tratantes, en verdad estos aprovechaban su influencia religiosa en
forma de temor y miedo para aumentar sus riquezas a través de ofrendas, o por ejemplo por medio del
oráculo.
Tratantes norteños
No poseían tierras y se sustentaban vendiendo y comprando. El status variaba en base a lo que
trocaban. Puede decirse que se dedicaban enteramente a dicha actividad.
Conclusiones
La vida en la costa estaba atravesada por una total división del trabajo por parcialidades, con la
prohibición de realizar otro oficio. En comparación con las sierras, estaban menos expuestos a las
catástrofes climáticas y tenían acceso a recursos exclusivos. Es decir, que las condiciones materiales
permitieron una más avanzada división social del trabajo, lo que implicó la especialización productiva
y la existencia de estratos de trabajadores dedicados solamente a un oficio. Al tener una vida más fácil
podían dedicarse a la producción de objetos suntuosos. Su especialización los llevo a desarrollar
intercambios comerciales como forma de sustentación y adquisición de bienes (autarquía), mientras
que la sierra con su economía agrícola redistributiva se basó en la explotación de archipiélagos
verticales multiétnicos. Cabe destacar que las dos formas distintas (pero no opuestas) de garantizarse
los bienes para la subsistencia no están en contradicción con los conceptos de reciprocidad andina.

Bajo el hechizo de los emblemas: políticas corporativas y tráfico interregional en los


andes circumpuneños
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Alex. E Nielsen
Es un estudio del tráfico interregional entre los pueblos prehispánicos del período de Horizonte Tardío
(900 – 1600 D.C). Este período se caracterizó, al menos en su inicio (900-1250: Intermedio Tardío), en
una reestructuración del tráfico interregional. Esta transformación se da en el marco de las
transformaciones sociopolíticas de la etapa, denominada de “Desarrollos Regionales” o de fisión en
cacicazgos menores, tras la caída de las grandes unidades estatales como Wari y Tiwanaku. La red de
intercambios de larga distancia se vio reemplazada por una red de menor alcance, que conectaba
intensamente entre sí a las regiones circumpuneñas. Normalmente se diferencia los bienes traficados
entre subsistencia y los de prestigio o riqueza. A su vez, esta etapa se caracteriza por dar lugar a
importantes concentraciones de población, dando lugar a grandes poblados aglutinados. Esto tuvo
como consecuencia relaciones jerárquicas entre la población. De esta manera la transformación del
tráfico se da en el mismo proceso de las transformaciones sociopolíticas. Este incremento de la
complejidad política, lógicamente, es posible tras un incremento de la acumulación, la cual permite que
una fracción de la población “salga” del circuito productivo. Tras esta premisa, se erige un grupo
diferenciado que se hace con los bienes de subsistencia y los culturales. El control de los bienes puede
ser utilizado como herramienta de poder bajo dos escenarios: el redistributivo (donde la distribución de
los bienes necesarios para la reproducción son entregados a la población a cambio de lealtades y
obligaciones); y el cultural/de ostentación, donde los bienes alóctonos que normalmente no son
accesibles para el común de la población cumplen su función social de significar estatus.
¿Quién controlaba el tráfico?

El tráfico de bienes a larga distancia era llevado a cabo por el tráfico de caravanas de los Andes
Circumpuneños. Para el autor es difícil que este tráfico este bajo control total de las elites, por una serie
de razones: la descentralización de la cría de animales (la mayoría de las personas tenían acceso a
llamas, ya que existían rebaños de la comunidad, por ejemplo, aunque en la mayoría de los casos eran
propiedad de individuos particulares); la relación de control entre las autoridades (curacas) y los
caravaneros era muy débil, si bien el curaca recibía el servicio temporario de un número de fleteros, no
podía impedirles transportar lo que quisieron o realizar sus propias transacciones; la dificultad para
controlar las rutas, teniendo en cuenta que la regulación del tránsito en regiones tan vastas e
intermitentes respecto a su habitabilidad. Por otro lado, también era difícil para las autoridades reprimir
formas alternativas de circulación de bienes y llevar un control fiscal constante.

Dos tipos de dominación


Según Nielsen existen dos tipos de dominación –o aplicación del poder- que se estructuran a partir de
dos modelos. Por un lado, el que se da con centralización económica y se basa en el manejo individual
de relaciones externas donde está excluida la mayor parte de la comunidad: la construcción del poder
reticular. Por otro lado, otro tipo de poder que se desarrolla de forma “inclusiva” mediante el
fortalecimiento de la solidaridad de la colectividad y la adhesión a un proyecto comunal: la corporativa.
Este tipo de estructura de poder se funda en un modelo moral y cosmológico, el cual es ampliamente
compartido por la comunidad. El mayor contraste entre las dos estrategias está, justamente, en la
utilización que hace cada una de los “bienes de prestigio”. La tendencia excluyente y remarcadora del
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estatus social (como la concentración de estos bienes en tumbas) es propia del tipo de poder reticular,
donde el bien de prestigio tiene la función social de realzar la condición social de un individuo. En
cambio, en el corporativo (característico de los andes circumpuneños), los bienes de prestigio y las
prácticas ritualizadas estaban más vinculadas a la voluntad de garantizar la apropiación colectiva de
recursos y poder político al nivel de ayllus que a la glorificación personal.
Sin embargo, no se está sosteniendo que estas sociedades eran igualitarias. El contrapunto se coloca al
nivel de la ideología: la misma se contrapone a la ostentación competitiva e individual, tomando lugar
sobre todo en el aspecto colectivo.
El valor y significado de los bienes
El autor propone superar la dicotomía de bien de subsistencia o riqueza, enfrentado al bien de prestigio,
suntuario o de estatus. Lo hace bajo el argumento de que sostener que el valor ritual de un bien se
determina por su dificultad de producir o su capacidad de apropiación limitada es incorrecto. También
pensar que los bienes religiosos no tienen necesariamente una utilidad. Nielsen indica que definir este
tipo de bienes rituales bajo estos presupuestos es errado dado que se los observa bajo la lógica de la
sociedad moderna y capitalista. Los bienes rituales son bienes reportan una utilidad cultural/ideológica
en sí misma, sin importar su dificultad –o no- para producirlos, su cantidad disponible para la
apropiación, o si implican alguna utilidad o riqueza. Esto quiere decir que la capacidad de otorgarle un
valor o significado ritualizado a un bien excede la esfera de la producción o la circulación, se sale de
las lógicas materiales y es independiente de ellas.
De esta caracterización se desprende la categoría de “emblemas corporativos” que plantea Nielsen. Se
tratan de bienes alóctonos que pudieron tener una función de construcción de identidad (de
género o personas sociales) que no impliquen necesariamente situaciones de rango. O también,
pudieron haber tenido la utilidad social de la reproducción del orden político y social en la
medida en la cual representaban aspectos centrales del orden cosmológico sobre el cual se
fundamentaban las lógicas internas de las sociedades. De esto se desprende una característica
central: el “poder” o la legitimidad con la que cargaban estos bienes –los cuales eran transmitidos
a sus portadores- surgía de la apropiación y adhesión de la colectividad a los valores que
representaba y las jerarquías que reproducía. En otras palabras, el poder de estos bienes surgía de la
aceptación colectiva de parte de la comunidad de la expresión simbólica que representaba. Se dice que
es corporativo, porque esta adhesión, entonces, requiere la subordinación de las elites al interés
colectivo y la reproducción de prácticas orientadas en ese sentido. A modo de ejemplo podemos
nombrar las prácticas llevadas a cabo por los curacas como el comensalismo, la redistribución, el culto
a las guacas, etc.
Entonces, la idea de que la distancia del tráfico interregional para la apropiación de un bien es lo
que determina su valor cultural es errada. La procedencia del emblema es irrelevante, suele ser
más importante el origen de dicho bien por las propiedades que representa del lugar, de los habitantes
del lugar, etc. En suma, las distancias o la diversidad de geografías recorridas son características más
contingentes que determinantes del valor del emblema. Lo cargan de significados, pero no son el origen
de su valor cultural. Si la superación de grandes distancias con una suma de dificultades propias
del traslado lo cargan de valor y autoridad a quién lo posee, esto se explica más por la referencia
al rol articulador de los distintos curacas y al sistema como interdependiente y multiecológico (es

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decir, como representación de todo el orden andino basado en el ayllu) que por su escasez o
rareza.
Mercaderes en el valle de Chincha en la época prehispánica ( Aviso…)
Rostworowski, María
Tras recurrir a una serie de diversas fuentes hispanas que relatan la existencia de mercaderes en la zona
del valle de Chincha (costa cercana a Lima) la autora sostiene que existió un comercio organizado de
tráfico de determinados bienes (sobre todo la concha marina que solamente se encuentra en aguas
cálidas: el mullu) con individuos especializados en el mismo, los comerciantes.
Se habla de que en la suma de fuentes y crónicas el Valle de Chincha estuvo densamente poblado (la
caída de la población en la época hispánica es notable: de 30 mil tributarios a 600). A su vez, que los
reinos y curacas de los mismos se caracterizaron por ser dueños de una riqueza notable, lo que los
empujó a formar confederaciones incluso en los inicios de la época de la conquista. Este territorio fue
conquistado y subordinado tardíamente por el imperio Inca. Esto implicó que para cuando los
españoles llegaron, si bien se encontraba bajo control del Tawantinsuyu, aún contaba con una gran
autonomía. Esto se debe a que iba poco tiempo de dominio, y la implantación del mismo fue detenida
por la conquista. También, porque durante mediados del S. XV (1400) Chincha gozó de un período
corto de gran poder local y prestigio, lo que sumó una dificultad más para la subordinación total de
parte de las autoridades estatales.
La razón que explica la prosperidad económica de la región, así como el prestigio (y la consiguiente
autonomía) es según la autora la existencia de mercaderes en el valle. Según las fuentes, existían 6 mil
de ellos. Esto le permitió extender su zona de influencia e intercambio en varias direcciones: hacia el
Collao, al norte (Quito) y al centro, hacia Cuzco. Esto da como hipótesis que el comercio, antes de la
injerencia Inca, no sólo existía sino que tuvo una gran importancia, despliegue y se encontraba en
ascenso. Puede que la emergencia del imperio Inca –el cual era incompatible con la existencia de un
comercio libre y desregulado estatalmente- haya trastocado el desarrollo de este tráfico mercantil. En
ningún momento hay una definición científica y desarrollada acerca de qué considera “comercio” o
“intercambio mercantil” y las diferencias que el mismo puede tener con el “trueque” o el “intercambio”
en términos de reciprocidad andina.
Luego de este planteo, la autora recorre posiciones de distintos autores. Baudin sostiene que el
comercio en un inicio comenzó por ser vertical (entre distintos pisos ecológicos como la sierra y la
puna) y que luego se extendió horizontalmente, entre la costa la sierra y la selva. Para este autor, el
comercio estaba en desarrollo (aquí iguala trueque a comercio) pero la aparición del E Inca lo detiene.
Tribus especializadas en comercio tuvieron lugar en la etapa pre incaica. Del otro lado, para Murra
durante el incario, el sistema se caracterizó por ser redistributivo y estar bajo control monopólico del
Estado. En todo caso, la existencia de tráfico mercantil tenía como objetivo mantener el sistema de
ingresos estatales. Rowe indica que el comercio fue local y su control fue monopolizado por el Estado.
Falk Moore sostiene que tal comercio no existía, por lo tanto no es posible una monopolización del
mismo por el Estado. Sólo existía un intercambio a nivel local. Metraux sostiene que el comercio no
existió, y que en todo caso se trataba de intercambio regional. En disenso con estos autores, Caamaño
apoya la idea de que existió un tráfico comercial organizado, y que incluso ciertas poblaciones
formaron una liga o confederación de mercaderes que se desarmó con la llegada de los conquistadores

17
europeos. En esa línea, Holm afirma que existió un comercio basado en el mullu, el cual oficiaba como
valor-moneda.
En este debate, si bien Rostworowski retoma la tesis de Murra de los pisos ecológicos verticales y no la
niega (sostiene que poblaciones serranas y de la costa compartían las mismas islas productivas) no
niega la existencia de mercaderes. Es contradictorio, dado que llega a afirmar que la existencia de
mercaderes es ajena al funcionamiento incaico, ya que el hecho de que haya habido hombres dedicados
al comercio y no a la producción perturbaba su estructura productiva. Pero, para sostener esta
contradicción o incompatibilidad, la autora presenta una serie de argumentos. Por un lado, que existía
un muy rico vocabulario aymara para la descripción del “trueque”. Por otro lado, que existía un estrato
de la sociedad chinchana que se regía por leyes diferentes que escapaban al servilismo y la sumisión,
así como indica la existencia de centros de intercambio y comercio. Por eso dice que existieron
mercados y ferias donde la actividad central era el comercio y el intercambio. A su vez, se apoya en las
fuentes que indican que determinados hombres se dedicaban a transportar grandes cargamentos con
mercaderías no definidas como bienes de subsistencia (joyas de distintos minerales), lo cual es la
evidencia del florecimiento de un comercio o trueque. Dicho comercio se habría dado de manera
marítima (entre zonas costeras mediante distintos tipos de balsas) para la extracción de bienes
particulares de dichas zonas, y por la vía serrana, a través del transporte por hombre y llama, dirigido
especialmente al Collao y a Cuzco con el objetivo de intercambiar esos bienes por metales que en
Chincha no conseguían. En este último tráfico, el mullu habría sido el bien por excelencia (aunque no
el único), dado que se encontraba solamente al norte en aguas cálidas.
Otra mercancía central que se encontraba en el tráfico era el cobre. Un argumento que apoya la
existencia de este sistema mercantil es que se emplearon para este tipo de intercambio distintos tipos de
minerales, con sistemas de pesas y medidas especiales. Aunque el cobre y el mullu podría ser la base
del comercio chinchano.
Sumando argumentos, la autora indica la existencia de otros “grupos” además de los mercaderes.
Nombra los trabajadores (cultivadores, carpinteros, pescadores) y a los artesanos. Esto indica una
avanzada división social del trabajo. La confirmación de la misma es la existencia de “barrios”
particulares para cada oficio. Además, los artesanos debían ocuparse solamente de su oficio, la
producción de bienes basados en minerales para el tributo, estando imposibilitados a producir sus
propios bienes para la subsistencia. Es decir, no podían dedicarse a la explotación agraria. Sin embargo,
no se les negaba la posibilidad de un excedente más allá del tributo, con lo que la autora supone la
existencia de un pequeño margen de acumulación proveniente del intercambio de dicho plustrabajo (la
autora lo llama “ganancia”).
Lo que explicaría la existencia de mercaderes especializados durante la etapa Inca es que los mismos
sirvieron como mecanismo de obtención de los bienes suntuarios con los cuales se llevaban a cabo los
ritos y demás mecanismos de control ideológico. Si bien un sistema de tráfico mercantil era
incompatible con la dinámica productiva del Estado Inca, al ser una región conquistada tardíamente, la
misma supo sobrevivir a la subordinación total al Tawantinsuyu. A su vez, su rol como proveedor de
mullu justificó su subsistencia mercantil. De hecho, la autora no descarta que el móvil principal para la
conquista de esta región sea, justamente, la de garantizar la llegada de mullu a las autoridades
cuzqueñas. Dado que ya existía un aceitado sistema de tráfico mercantil del mismo, el incario
solamente se limitó a servirse del mismo, dando por sentado que la región siguió disfrutando de una
gran autonomía.
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El fenómeno pukará visto desde la Puna jujeña
Marta Ruiz y María Ester Albeck
El término pukará hace referencia a una fortaleza o fuerte, es compartido por la lengua quechua y
aymara, y es característico a las condiciones sociales de finales del Horizonte Medio, siendo su auge el
Intermedio Tardío (o el período de Desarrollos Regionales) pre incaico y el Inca. Este vocablo implica
a los asentamientos que eran netamente defensivos por sus características naturales como fortalezas.
La característica fundamental que define al pucará es la determinación topográfica, con independencia
de su función social (sea como control de fronteras exterior, para control interno de la población, como
posta comercial, etc.). A saber, el hecho de que el mismo se corresponda con un asentamiento elevado
naturalmente (es decir, de gran altitud), y por lo tanto, protegido, de difícil acceso y con la capacidad de
visibilidad de un amplio espectro del terreno que lo rodea. Básicamente, el pucará se comprende como
una fortaleza natural de característica defensiva, aunque su función no sea solamente la militar.
Normalmente, se encuentran cercanos a caminos o vías de circulación de importancia. Su expansión
data del Intermedio Tardío, o el período de Desarrollo Regionales, es decir, la etapa pre incaica. Sin
embargo, esto no quita que durante la etapa incaica los mismos se hayan expandido también. De hecho,
el aparato incaico se sirvió de ellos (los que ya existían) y no dudó en expandir creando nuevos
pucarás.
Si nos centramos en los aspectos más particulares de la región, en los Andes Centrales y Centro-Sur,
tras la desintegración de Wari (800) y Tiwanaku (1000), se sucede un momento de tensión social y
reacomodamiento de las estructuras socio políticas, denominado período de Desarrollos Regionales o
Reinos y Señoríos Post-Tiwanaku. En esta etapa se suceden nuevos patrones de asentamiento, estilos
cerámicos, una vuelta a las divinidades locales y el culto a los antepasados. Es decir, se da prioridad a
lo local frente a la desaparición de una unidad centralizada de mayor tamaño, dando lugar a la
fragmentación. De la misma manera, la cuenca del Titicaca también se fragmentó en muchas entidades
político-económicas, estableciendo nuevas redes de intercambio. Todo este desarrollo es previo a los
Incas.
La caída de Wari en el 800 habría afectado fuertemente a Tiwanaku, sobre todo respecto al intercambio
de bienes y la estructura de circulación establecida entre estas dos entidades. Como consecuencia, la
caída de Wari podría ser una de las causas centrales (más no la única) de la caída de Tiwanaku. La
desarticulación de esta densa red de intercambios tras la caída de estas dos unidades políticas trajo una
desestructuración de la circulación de bienes que habrían erigido. Esto ocasionó conflictos entre
distintos grupos, y una marcada tensión social que es visible en los cambios respecto a los
asentamientos de las poblaciones: a partir del 1000-1100 se observan aldeas de forma más aglutinadas
y preferentemente en lugares estratégicamente defensivos, es decir, con altura y fortificados. En otras
palabras, las unidades sociales que quedaron tras la caída de las grandes estructuras tendieron a cerrarse
sobre sí mismas, dando lugar a un importante desarrollo local. Estas unidades más pequeñas tienden a
realizar alianzas y confederaciones entre sí, lo que permite conservar algunas conexiones del antiguo
tráfico erigido por Wari y Tiwanaku, al menos redefinidos a corta distancia.
En este contexto de expansión de la población y de intensificación y extensión de la agricultura y
sistemas de canales, los poblados fortificados jugaron un rol importante no sólo como establecimientos
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defensivos, sino también como puertos de intercambio que mantuvieron vías de intercambio abiertas.
Es por eso que se encuentran desde el sur de Perú hasta el noroeste argentino una serie de pucarás.
Los asentamientos en la Puna Jujeña
Para el período de Desarrollos Regionales en la región de la Puna Jujeña se encuentran variados
poblados prehispánicos, de distintos tamaños y características. Hay asentamientos de grandes
dimensiones y otros de menores. Para esta etapa, la puna no es homogénea en sus unidades político-
sociales, por lo cual es probable que hayan coexistido distintos grupos de variados tamaños que
establecieron interacciones entre sí. Lo que sí, pueden discernirse dos momentos muy claros en la
región: la etapa de Desarrollos Regionales y la correspondiente a la dominación incaica.
Los pucarás fueron un asentamiento característico de la región, los cuales datan de la época preincaica
y sirven para cuestionar la idea del pucará como un asentamiento fortificado con funciones netamente
defensivas y militares, por lo tanto, típico de la etapa incaica. De hecho, en algunos sectores de los
Andes Centro-Sur el término engloba una serie de definiciones heterogéneas respecto a estos
asentamientos. Así se comprende a los pucarás como poblados ubicados en partes elevadas, o
simplemente asentamientos con una ubicación estratégica del terreno (usualmente sobre vías de
circulación), normalmente preincaicos. Los pucarás de la Puna Jujeña se corresponden con estos
últimos, donde la altura no es tan fundamental.
En suma, en el caso de la Puna, las funciones del pucará no fueron netamente defensivas, ni datan
primordialmente de la etapa inca. Son preincaicos en su mayoría y tenían como función algunas de
estas tres (las cuales no son excluyentes):
1. El aspecto defensivo, teniendo en cuenta lo estratégico en términos militares de la altura de los
asentamientos, el control del terreno y el difícil acceso.
2. El control de la circulación de bienes y productos a través del tráfico caravanero. Lo que explica
su establecimiento cercano a vías de tráfico.
3. El rol simbólico, dado que la locación a grandes alturas podía estar cargada de una importancia
ritual importante, entendido como hitos visuales.
Sistemas políticos verticales en los márgenes del Imperio Inca
Frank Salomon
El objetivo de este trabajo es ver qué sucedió en las comunidades andinas luego del sometimiento al
Tawantinsuyu, es decir ver hasta qué punto las modificaron o las dejaron intactas. Para ello se estudió
los márgenes del Imperio Inca, donde el proceso de integración no había concluido al momento de la
caída del mismo. Para ello hay que: conocer la secuencia de cómo fueron sometidos los curacazgos;
plantear la hipótesis de que las diferencias entre provincias tienen que ver con el diferente grado de
incaizacion (no por variaciones ecológicas o culturales); y utilizar fuentes del mismo período de
incaizacion (a fin de evitar influencias europeas y erosión de la memoria). Existen fuentes que se
adecuan a estos criterios y nos dan información de los curacazgos de cuatro regiones: Pasto, Otavalo,
Quito y Riobamba.
Secuencia de la conquista

20
Según las crónicas y relatos locales, Tupa Inca Yupanqui inicio las primeras expediciones en el Norte,
luego Huayna Capac inicia una segunda oleada militar hacia la misma dirección: el norte (hacia
Ecuador y Colombia). Es probable que las incursiones de Huayna Capac sean parte de una estrategia
militar planificada que tuvo como rol ser la segunda parte de la consolidación de la hegemonía inca en
el área, reemplazando los enclaves por una ocupación efectiva. La región que se va a estudiar estuvo
bajo dominio Inca entre unos treinta o cuarenta años. Claramente, la última gran intervención en el
Norte fue bajo el mando de Huayna Capac. Más al Norte, en la zona de Pasto, la intervención incaica
no fue más que a través de enclaves, a diferencia del asentamiento en Quito.
Caso de Pasto
Esta región se encuentra en el extremo norte del Tawantinsuyu. Se trata de una región donde la
avanzada imperial fue la más alejada e incompleta, a modo de unos muy pocos enclaves. Estas
poblaciones montañesas cultivaban tubérculos, maíz y quínoa, pero para la obtención de productos de
subsistencia de primera necesidad como la sal, el algodón y los ajíes dependían del contacto con tierras
más bajas. A diferencias de las áreas incaicas donde se desarrollaba el sistema de archipiélagos, los
pasto habían desarrollado dos formas distintas: por un lado, viajaban a las regiones auríferas
individualmente o en grupos familiares (no como emisarios políticos) y conseguían oro que
intercambiaban luego por algodón. Por otro lado, un sistema en donde grupos de individuos vivían en
las poblaciones tropicales, pero se integraban estrechamente a esas poblaciones extranjeras,
abandonando las instituciones típicas de las tierras altas. Luego había expediciones de grupos
domésticos que se encargaban del tráfico de alimentos hacia la región de origen. Es decir, el sistema de
subsistencia no pareciera ser el típico basado en la explotación de nichos ecológicos verticales a través
de los colonos. Es una dinámica distinta.
De hecho, encontramos un grupo de especialistas en los intercambios a media y larga distancia: los
mindalaes. Se trataba de un grupo social privilegiado y organizado, sujeto a un señor local y
consagrado a la obtención y circulación de bienes de gran valor y prestigio. Se reunían con el objeto de
intercambiar en tiangues, áreas neutrales dedicadas exclusivamente al intercambio. Eran agentes
políticos bajo protección de un jefe y la función social ejercida específicamente por ellos radicaba en
canalizar un flujo de bienes hacia dicho jefe, por lo cual estaban exentos de los tipos usuales de
tributación (ya sea en bienes o fuerza de trabajo) y se limitaban a entregar dichos bienes. El tráfico
mindalae es, entonces, una práctica política de redistribución de bienes en un contexto de curacazgos
rivales pequeños.
Caso de Otavalo y Quito
La sumisión de estas dos áreas al poder Inca data de la misma época y sus condiciones ecológicas –así
como las consecuencias de la intervención Inca- son similares. La penetración Inca aún tenía el carácter
de enclave y la emergencia de las ciudades en centros administrativos inca recién comenzaba.
Básicamente conseguían los recursos que no se daban en sus tierras por medio de contactos pacíficos:
trueques al nivel de las unidades domésticas. Asimismo existían también mindalaes, que eran como en
Pasto grupos con derechos especiales, dedicados a los bienes de prestigio y que habitaban en las
intersecciones importantes de las vías de comunicación, de forma que favorecían los contactos
interzonales. Esto permite inferir que las distintas organizaciones mindalaes conformaban en realidad
una vasta red interregional única. Estos mindalaes disfrutaban –como los de Pasto- los mismos

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derechos especiales y no obedecían a ningún jefe en particular, sino a un primus inter pares. Además,
tendían a rendir cuentas solamente al jefe de su comunidad en particular.
En el momento de la dominación Inca lo que el Imperio intentó fue cerrar el sistema ecológico en zonas
que contuvieran el conjunto de recursos complementarios y utilizar el sistema de camayoc (colonos), es
decir, especialistas que explotaban un recurso no para su subsistencia sino para una autoridad en
enclaves distintos, con el objetivo de lograr una tendencia a la autarquía y limitar los contactos entre
estas organizaciones con poblaciones fuera del dominio Inca. Es decir, intentó generar una tendencia
hacia la autarquía productiva, desarrollando el sistema de archipiélagos verticales: la dependencia
económica exterior estaba reducida al mínimo. Por otra parte, el régimen Inca organizo los grupos
aborígenes en unidades compuestas en base a un sistema jerárquico piramidal, caracterizado por la
inclusión de las esferas de autoridad unas dentro de otras. Un pequeño agregado era gobernado por un
cacique, pero los Incas comenzaron a agruparlos en agregados mayores sometiéndolos a un único señor
superior (Delegado del Inca), que era también cacique de un agregado. Es decir, mantuvieron la
estructura política pero le agregaron una mayor complejidad superponiendo esferas de autoridad. Lo
mismo sucedió con las relaciones políticas (y de explotación) mediante un “juego de espejos”. Los
derechos y obligaciones de una autoridad para con sus subordinados eran los mismos en los distintos
niveles de esta estructura, sea a nivel local (población-curaca), sea a nivel estatal (curaca-E Inca). Se
intenta inculcar un modelo de autoridad que pareciera ser unitario y común a todos los niveles.
Por último, el control Inca ejercido en Quito representó cierta incorporación a las normas locales en un
juego dialéctico de subordinación: los enclaves del Imperio se establecían como un curacazgo más
dentro de los curacazgos de la región. Sin embargo, el curacazgo incaico se colocaba por encima de los
demás curacazgos, estructurando un sistema vertical y piramidal. A su vez, produjo una innovación:
introdujo los rebaños estatales y el tributo en trabajo criando y trabajando la lana de las llamas. Las
poblaciones aceptaron, pero antes se les distribuyó cantidades considerables de lana como concesión
para convencerlos.
Caso Puruhá
Este caso es muy similar al del sur de los Andes, pues hubo una tendencia al cierre de la esfera de los
intercambios interzonales y se establecieron colonias especializadas al punto de constituir un verdadero
archipiélago. El sistema de subsistencia de esta región era mucho más similar al modelo incaico, por lo
cual las transformaciones del Tawantinsuyu no fueron tan profundas. En otras palabras, no tuvieron que
introducir el modelo de archipiélago vertical como algo nuevo que tenía como función reemplazar a un
sistema de subsistencia distinto basado en intercambios interzonales, establecimiento en otras
comunidades, etc. Mientras en Quito y más al norte existían pocos enclaves de colonos, en Puruhá se
habían desarrollado a tal punto que constituían verdaderos archipiélagos. Como es de esperar, los
Puruhá estuvieron más integrados a la economía imperial y reprodujeron localmente los mismos
mecanismos.
Sin embargo, que las autoridades incaicas no trajeran métodos productivos, administrativos y de
estructura política nuevos no quiere decir que su presencia no haya sido una innovación para las
poblaciones. Los ingresos de la corona fueron diferenciados de los productos conservados para la
redistribución local. Esto fue algo nuevo para los caciques de Puruhá. En otras palabras, es la
imbricación de estas comunidades locales a un sistema superior. O visto de otro modo, la colocación de
una nueva “parte” a la cabeza del sistema productivo. Sin embargo, así como tenían un nuevo eslabón a
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quién tributar en el sistema administrativo al verse incorporados al mismo, también se reservaron las
exigencias de derechos al ingresar a esta nueva estructura mucho más grande: exigían bienes
originarios de plantaciones, al parecer, lejanos, exteriores a la comunidad y probablemente bajo
dominio imperial. Es decir, exigían los derechos de formar parte de la estructura estatal superior a la
local. Esto transformó la dinámica de las relaciones de redistribución basadas en la tributación: en estas
poblaciones ya no era un big man –o curaca- local quien distribuía su riqueza local, sino probablemente
un funcionario administrativo estatal. El curaca no era más que un intermediario. Por lo tanto, así como
los curacazgos fueron incorporados al sistema estatal Inca, terminaron invariablemente reproduciendo
las mismas relaciones de autoridad (“en espejo”), por lo cual los mecanismos de dominación inca que
vinculaban al curacazgo con el Imperio, eran los mismos que los mecanismos de dominación y
redistribución local del curaca para con la población local. Por ello no hay un desafío a la autoridad
imperial, ya que ello implicaba poner en cuestión los lazos de dominación locales. De ello se desprende
que no se descubre ningún signo neto de autonomía local. En suma, la estructura de Puruhá es mucho
más integradora y centralizada que la de Quito, como resultado de que la dominación inca provocó una
modificación jerárquica en las relaciones locales de una profundidad tal, que una vez desaparecido el
Tawantinsuyu, los fragmentos de poder locales intentaron utilizar este sistema por cuenta propia.
Conclusiones
 Curacazgos: a la cabeza de cada grupo (conjunto de unidades domesticas) había una unidad
domestica privilegiada dirigida por un jefe, cuya parentela gozaba de ciertas prerrogativas y
contaba con sirvientes posiblemente análogas al ayllu. Varias unidades podían unirse y dar
lugar a una unidad superior con un jefe en común. Este proceso de organización tendía a
acentuarse en las áreas de presencia inca más fuerte.
 Por otro lado el sistema de subsistencia local estaba basado en una organización “microvertical”
de zonas contiguas. Este sistema microvertical fue complementado por un sistema de
intercambio a media distancia por dos medios: trueque directo entre los productores de una zona
exterior y una unidad doméstica y/o individuo; y el establecimiento permanente de unidades
domésticas en nichos ecológicos extraterritoriales, las cuales se adaptaban a la autoridad
política allí reinante, se asimilaban a la cultura y sólo quedaban “en contacto” con las etnias de
origen. Por último, existió una estructura de tráfico a grandes distancias basados en mindalaes.
 La dominación incaica supuso el desafió de sustituir a los señores locales por una autoridad
central que no tenía legitimidad en la tradición local. Se trató entonces de una innovación
basada en una retórica conservadora: se trataba de conservar a las autoridades locales
disminuyendo su dependencia con poblaciones y señores exteriores a través de un incremento
de la misma para con las autoridades estatales. Es decir, se intentaba establecer una “revolución
por arriba”. Durante los primeros años de intervención, los enclaves incas se incorporaban
como un curacazgo más dentro de las poblaciones locales para establecer un tributo
diferenciado luego de la subordinación militar, el cual no era más que el mismo tributo al jefe
local, pero a un nivel nuevo y más extenso y complejo: el Estado Inca. Dicha dinámica dio
lugar a tres tendencias:
1. La integración interzonal basado en el intercambio existente en las sociedades del norte,
fue gradualmente reemplazado (“cerrando” el sistema ecológico) por un sistema de
archipiélagos al interior de cada comunidad, de manera que cada señor local encuentre
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bajo su poder una serie de zonas productivas que le permita subsistir a la comunidad
materialmente y mantener las relaciones de subordinación propias de su puesto social
sin tener que recurrir a otras poblaciones exteriores. Por ello, el tráfico a larga
distancia estuvo cada vez más bajo control de las autoridades del Imperio Inca y no
por un grupo autónomo (los mindalaes).

2. En segundo lugar, las formas de gobierno incaica fueron desplazando a las locales en la
medida que la empresa de conquista era más fuerte. Es decir, donde la hegemonía de
Cuzco era mayor, la integración como mero eslabón al aparato imperial de las
comunidades locales era más patente y sencillo. Donde no fue así, y la presencia inca
fue más de enclave, las formas locales se conservaron mejor.

3. Por último, a medida que se extendía la conquista, se comenzaron a integrar los


curacazgos de forma que se estructuró una jerarquía a nivel subregional y regional que
ocupaba un nivel intermedio entre las sociedades autóctonas y las instituciones estatales.
El estado Inca fue minando la autonomía de los curacas, pero les otorgo derechos y
obligaciones de forma que sus intereses coincidían con los de los señores incas, de
forma que si cuestionaban las instituciones imperiales también cuestionaban sus propias
prerrogativas. En la medida en que se extendía la conquista inca, los curacazgos se
consolidaban como eslabón intermediario entre la comunidad local y el Estado Inca.
Ello implicó la apropiación de las relaciones de subordinación propias del Tawantinsuyu
dentro de las poblaciones locales.

Repensando el archipiélago vertical


Mary Van Buren
El modelo de Murra propone que las sociedades andinas establecieron colonias en zonas ecológicas
distantes y discontinuas, con el fin de obtener diversidad de recursos y prescindir de los intercambios.
Se trata de un ideal preincaico de autosuficiencia económica, porque dicha estructura productiva se
encuentra incluso en épocas hispánicas. El problema de este modelo es que ha ocultado la variabilidad
de las sociedades andinas y las tensiones entre ellas.
Influencias
El modelo de Murra está influenciado por la antropología social y se apoya en un enfoque comparativo
entre los Andes, África y Polinesia, datos que obtiene a partir de antropólogos del funcionalismo
estructural. Al mismo tiempo recibió influencias del materialismo histórico, particularmente de Cunow
quien realizó estudios para demostrar que el Imperio Inka era un Estado socialista con una organización
agrícola muy similar a las comunidades germanas. Ciertos conceptos implícitos del funcionalismo
estructural han sido incorporados al modelo de archipiélago vertical sin haberse explicitados: la
suposición de que la redistribución y el poder político benefician al grupo étnico en su totalidad, por
ejemplo. Esto es una clara herencia de los análisis antropológicos de África y Polinesia.
Otra influencia reconocida es la de Polanyi, quien definió tres tipos de intercambio por fuera de las
dinámicas de circulación capitalistas: mercado, redistribución y reciprocidad. Mientras que la
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reciprocidad tiene que ver con las relaciones entre familia y parentesco (por lo tanto, lazos tendientes a
ser simétricos), las relaciones entre líderes y seguidores tienen que ver con la redistribución, los cuales
tienden a ser centralizados hacia un “centro”. El problema de este planteo de Polanyi es que solo
analiza la circulación de bienes, dejando de lado la producción y el consumo. Murra incurre en el
mismo error.
Lo andino
Por otra parte el modelo de Murra posee de fondo el intento de defender “lo andino”, es decir aquellos
aspectos de la vida del hombre que son esencial y exclusivamente andinos. Según Murra estas
sociedades compartían un ideal de comunidad autosuficiente, que era antiguo y panandino. Se trata de
la verticalidad como una creencia cultural enraizada en la originalidad del paisaje andino que
permanece inalterable en el tiempo.
Caso Lupaqa
Los Lupaqa eran una sociedad relativamente compleja que habitaban el margen sud-occidental del
Titicaca, área que los españoles llamaron Chuchito. Su subsistencia se basaba en la economía agro-
pastoril (camélidos, papas, quínoa, tubérculos y granos de altura). Según un censo mantenían colonias
en las tierras bajas donde obtenían maíz, pimientos, algodón y coca. Stanish realizo una investigación
para probar la sugerencia de Murra, pero no encontró evidencia de la existencia de asentamientos
Lupaqa previos al Horizonte Tardío (1470-1532).
Torata Alta fue un asentamiento planificado, una aldea establecida por los españoles (reducción
colonial) para el uso de los indios, aunque Hyslop sugirió que eran incaicas. Estudios arqueológicos
han encontrado basura doméstica, indicando que el asentamiento estaba habitado a fines del XVI y
principios del XVII. En el pasado la simple aparición de objetos de tierras altas en sitios costeros era
interpretada como evidencia de colonización, pero los arqueólogos rechazan esto y buscan distinguir
entre intercambio y colonización. La idea es a través de los restos materiales establecer la identidad
étnica de los residentes en este asentamiento, aunque ello no es fácil por la influencia Inca y la
diversidad de etnias que se encuentran en la zona. Si bien encontramos restos de cerámica decorada al
estilo Chucuito Inca, esto no indica que haya población Lupaqa residente, pues bien el estado Inca pudo
haber dirigido la producción y distribución de esta cerámica. Es decir, que la identificación étnica, en
este caso, se complejiza porque han de tenerse en cuenta al menos 3 niveles de “etnicidad”: la estatal
Inca, la propia de las etnias de la Cuenca del Titicaca y la de los lupaqas, pacajes o qollas. De lo que no
se puede dudar, sin embargo, es que la forma y trazado de las estructuras residenciales de Torata Alta
son el resultado de la planificación por parte de funcionarios incas o españoles, y por lo tanto
indicativas de control imperial más que de la etnicidad de la población local. Lo que queda claro es que
no se ha podido demostrar que las colonias lupaqas sean previas al control Inca de la región.
En el periodo de conquista los españoles llegaron a la cuenca de Osmore y encontraron tres poblaciones
distintas que tenían sus colonias en aquella zona: los colonos lupaqa, los cochumas y carumas pueden
haber sido los habitantes originales de la región y fueron mantenidos bajo el poder de encomenderos
privados. Por el contrario, los colonos lupaqa gozaron del privilegio de estar en una encomienda de la
Corona (estas registran menos muertes que las encomiendas privadas), quedando bajo control personal
del Rey, pagando entonces tributo directo a la Caja Real en Chucuito. Esto otorgó a los lupaqa un
estatus especial frente a la Corona, con cierta autonomía regional. Para mediados fines del S. XVI
(1500) se establecieron viñedos en Moquegua, para abastecer al Potosí. De esta forma los trabajadores
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indígenas parecen haber trabajado en tareas relacionadas con la producción de vinos, entregando su
fuerza de trabajo en ellas a modo de tributo. En suma, para el S. XVI se confirma en la cuenca de
Osmore al menos una colonia lupaqa del tipo descripto por Murra, la cual sin embargo tendría su
origen en el Horizonte Tardío y el período colonial temprano. Ahora bien, ¿Por qué permanecieron esas
colonias (Moquegua, Torata) luego de la conquista española?
Primero debemos ver la función de estas colonias en el XVI. Las fuentes nos indican que tanto
provincias de Chucuito como los lupaqa producían en ellas maíz para el consumo en la altura. Los
curacas en el núcleo, usaban el maíz para cumplir con su papel de líderes de la comunidad (distribución
de chicha). Sin embargo no tenemos evidencia de que los curacas distribuyeran los bienes de tierras
bajas a los pobres o para el beneficio de la totalidad de la población. De esta forma tenemos una
diferencia clara entre colonización e intercambio, esto último era lo que hacían los hatun runa para
complementar sus dietas, mientras que las colonias estaban ligadas a las obligaciones políticas de las
elites. Lo que las fuentes indican es que para la sociedad lupaqa del S. XVI las colonias parecen haber
estado ligadas a las obligaciones políticas de las elites de tierras altas. La provisión de bienes de zonas
bajas (chicha, maíz) no eran hechos meramente económicos, sino sobre todo políticos. Por ello, las
colonias no deben ser concebidas como adaptaciones ecológicas cuyo objetivo era realizar un balance
entre recursos y población.
Cuando los españoles impusieron la primera mita minera, cada población de las provincias estaba
obligada a contribuir con un número de mitayos. Sin embargo gente de Torata Alta y de otras colonias,
parecen haber explotado las contradicciones jurisdiccionales entre nociones territoriales y demográficas
de los españoles con los Incas. Aunque técnicamente pertenecían a la provincia de Chucuito, estaban
distantes físicamente de allí. Así lograron evitar la mita y solo debieron pagos en plata. Lo mismo
sucedió con los curacas de los asentamientos lupaqa, pues su posición única como intermediarios les
permitió acumular riqueza.
En suma, todas las partes involucradas en la distribución de colonias tenían intereses políticos en ellas.
Los curacas de Chucuito se beneficiaban con el acceso al trigo y al maíz, debido a que estos productos
les permitían afrontar obligaciones políticas (para con los españoles y su comunidad local) y mantener
su riqueza local. A su vez, como intermediarios del sistema de tributación los líderes comunales
estaban exentos de la tributación en fuerza de trabajo a los españoles, lo que les permitió a mucho de
estos individuos acumular riquezas para sí mismos o en beneficio de sus comunidades. Por ello, los
líderes lupaqa tenían interés en mantener las colonias de los valles costeros, aunque según las fuentes,
no lo habrían logrado sin el consentimiento de los colonos. Estos otorgaban su positiva a seguir bajo la
égida de las comunidades lupaqa de las tierras altas, porque su identificación con dicha etnia los eximía
de la mita minera y les permitía la oportunidad de adquirir dinero para el pago del tributo.
En conclusión, no hay nada que indique que la existencia de colonias tenga que ver con una
adaptación ecológica. Los archipiélagos verticales probablemente nunca funcionaron para
proveer a poblaciones enteras diferenciadas interiormente, sino para producir bienes que eran
fundamentales para el mantenimiento del poder político. Por otra parte el intercambio y trueque
deben haber tenido un rol más importante en el rol de subsistencia. Por último se ha demostrado
que la teoría antropológica ha fracasado al mostrar al mundo andino como homogéneo y en armonía, y
que la investigación abordada desde este eje inhibe la identificación de variabilidad y tiende a
homogeneizar la prehistoria andina mediante.

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