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Modelos y ejemplos
Las fuentes indican que en los Andes no había mercaderes, sino que eran los indios de los tiangues que
vendían comida. Los tiangues parecen reflejar trueques entre las unidades domésticas de la misma
etnia, básicamente de comida y bienes de subsistencia (ganado). Esto sugiere una circulación de bienes
sin rasgos aparentes de centralización. Por ejemplo los Chupachus eran un grupo serrano con acceso a
tierras cálidas que usaba sus excedentes para trocar por ganado. Caso inverso es el de los Lupaqa, que
habitaban tierras altas, frías y húmedas, por lo cual intercambiaban el ganado para obtener productos
cultivados de tierras templadas y cálidas. Si no fuere por estos intercambios, la provincia sería
inhabitable por su esterilidad. Para los Lupaqa el ganado es el capital productivo, y este se hallaba
distribuido desigualmente, por ello quienes no poseían ninguna cabeza adquirían los bienes de las
tierras cálidas yendo a trabajar para las etnias que allí habitaban. En suma, el intercambio se realiza
entre etnias para garantizarse los recursos que propiamente cada etnia no puede apropiarse. Dicho
intercambio podía hacerse a nivel horizontal (entre etnias distintas de un mismo piso ecológico) o a
nivel vertical (que podía incluir intercambio entre parientes y/o entre etnias distintas).
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En tiempos de la conquista se observa una extralimitación en el manejo de la energía campesina. Los
curacas afirman que se debe a la coacción ejercida por corregidores. Estos jefes reciben barras de plata
que pagan los españoles por el alquiler de los indios para fletes, pero afirman que las usan para el pago
del tributo cuando los mitayos no cumplen con la cuota fijada y para las iglesias. El gobierno Lupaqa
de esta forma se convierte en un trasmisor de las demandas del corregidor al pueblo. Es decir, transmite
las demandas mercantiles de las autoridades españolas al interior de la comunidad. Esto implica un
duro golpe para la estructura política y productiva interna andina, porque introduce una forma nueva de
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encarar la producción y la explotación de la fuerza de trabajo, la cual amenaza la subsistencia misma de
los indios. Por ejemplo, algunos españoles sostenían que había que eliminar a los curacas de forma que
los indígenas vendieran de forma voluntaria su energía al recibir directamente el jornal. Pero en verdad
no lo harían si no fuera por coerción porque perderían el tiempo que necesitan para sus haciendas y
para hacer la ropa de los españoles. Se produce una tensión entre el valor andino de la energía y el
precio monetario que los españoles imponían al trabajo andino. Esta tensión nunca se resuelve, pues
existía un límite en el cual los curacas no podían obligar a los indígenas a que cumplieran con el trabajo
que los españoles impedían, había que mantener la explotación a un nivel político manejable. No podía
eliminarse ese eslabón de la cadena de la producción andina, ya que de ser así, se cae toda la estructura
productiva. El mismo proceso de transformación incurre en otras actividades productivas como el
tejido de ropas de parte de los indígenas para los españoles. Se firma una escritura pública donde los
indios se comprometen a producir dichos bienes (forma española) pero la producción de ese bien toma
la forma andina basada en la reciprocidad y colectivización del mismo, respecto a cuántas piezas se
tejerán proporcionalmente a la “fuerza” de cada provincia. Tras la entrega de los bienes, los caciques
reciben las barras de plata.
Murra elaboró la idea de control vertical de un máximo de pisos ecológicos. Esto implica la existencia
de colonias étnicas pobladas de mitimaes (colonos), que le permitían a las etnias acceder a recursos
variados y distantes por fuera del asentamiento de origen. Este patrón parece ser preincaico. Para
alcanzar la productividad hay que establecer lazos de mutualidad, extender los lazos de parentesco. Los
flujos de energía y bienes que circulan por las relaciones de parentesco son principalmente los que se
dan entre los jefes y los hatun runa, se trata de lazos de reciprocidad. De esto se desprende la ausencia
de mercaderes y plazas de mercado. No había necesidad e intercambio porque existía una tendencia
a la autarquía garantizada por este mecanismo de control vertical de pisos ecológicos. Pero estas
relaciones han sido desmembradas por las encomiendas, que atacan y desarticulan el control étnico
sobre los pisos ecológicos. Respecto a la antigüedad de los archipiélagos verticales, podemos decir
que parecen ser preincaicos y que las fuentes que indican que es una elaboración Inca, lo que
hacen es dar cuenta de que el Inca legítimo estos accesos. Muchos españoles trataron de demostrar
que los mitmaqunas eran tratados como esclavos, pero esto se debía a la necesidad de justificar la
ofensiva lanzada contra los señores étnicos.
¿Cómo se distribuye la producción de los pisos cálidos entre los productores y los jefes?
Salomón sostiene que la producción del archipiélago era repartida por mitades entre el productor y las
autoridades políticas que lo auspiciaron. Otra hipótesis es que los indios de servicio del archipiélago
cultivaban la tierra para sí y cedían energía para cultivar las tierras de los linajes dirigentes. Esta
cuestión aún no tiene respuesta. Ahora bien, veamos cómo se utilizan los excedentes. Los jefes dan a
sus “criados” y a los hatun runa cuando prestan mita, coca y maíz en forma de reciprocidad. Lo que
queda en manos del productor parece ser que una parte va nuevamente al cacique y otra entra en la
esfera del intercambio (maíz a cambio de ganado, por ejemplo).
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Por último, una diferencia con Murra respecto a la visita a Chucuito de 1562 (clave para la tesis de
Murra): Assadourian sostiene que en el caso de los chupachus hay una continuidad territorial respecto
al control de los pisos ecológicos, desde las tierras calientes a las tierras frías. Para Murra, no.
La Capacocha
Pierre Duviols
La Capacocha es una gran ceremonia, que según lo que deja entrever el autor, fue instalada e
institucionalizada durante el período del Tawantinsuyu. La misma implicaba la intervención de todas
las personas y autoridades del Estado Inca, y la extensión de la misma a todos los lugares del Imperio.
De las fuentes puede sostenerse que sucedía más que una ceremonia excepcional frente a importantes
ocasiones, tal como la coronación del Inca, el nacimiento de uno de sus hijos, una victoria militar
importante, etc. Sin embargo, no se descarta la existencia de “capacochas” cíclicas de menor
importancia y despliegue. Cabe destacar que dicha ceremonia estaba imbuida no sólo como un central
reforzamiento social, ideológico y político, sino también, como un suceso donde se actualizaban y
confirmaban las relaciones de vasallaje político a través de las ceremonias y los intercambios rituales.
Es decir, intervenían las esferas religiosas, políticas y materiales/económicas de manera simultánea.
El ritual comenzaba cuando se decidía de parte de las autoridades de Cuzco a la realización. El mismo,
debía informarse mediante todos los centros administrativos a todos los dominios del Estado Inca.
Luego, los sacerdotes y curacas de cada localidad debían centralizar las ofrendas en la plaza de cada
región. Todo hombre en capacidad de tributar debía entregar una ofrenda/tributo a la ceremonia
religiosa. Cada región estaba comprometida a una determinada cantidad de tributo en función de su
capacidad productiva y sus intereses de estatus. Todas las ofrendas eran trasladadas a Cusco por parte
de los curacas sacerdotes y capitanes en procesiones. Era una ocasión importante para entrar en
contacto con el soberano. Una vez las ofrendas llegaban al Cusco (era su destino) la primera “parte” del
rito estaba completada. La centralización de ofrendas y sangre en el corazón del imperio. A partir de
allí, se redistribuían las ofrendas siguiendo las líneas ideales de los ceque, las cuales se proyectaban a
partir de un punto central. Las ofrendas iban dirigidas a las huacas, santuarios, diseminados entre los
ceque. Cada huaca tenía debajo de su jerarquía otro sistema concéntrico en el cual se ubicaban otras
huacas, extendiendo las ofrendas consiguientemente. Luego de la redistribución dentro de Cuzco, el
Inca centralizaba los bienes que debían ser devueltos a los dominios lejanos del Imperio. Sacerdotes,
curacas y capitanes retomaban el camino de vuelta, cada uno hacia uno de los cuatro suyus. Es en esta
tercera etapa, en la cual nuevamente entran todos los integrantes del Imperio. No sólo ofreciendo un
tributo, sino recibiendo la redistribución del mismo. Todas las etnias y grupos locales participaban del
mismo, reforzando la idea de integración social dentro del Tawantinsuyu. El sistema de redistribución
era igual al concéntrico de Cusco, pero extendido a mayores distancias, a lo largo y ancho de todo el
Imperio. No puede asegurarse que se respetaba exactamente el esquema, aunque sí se seguía la idea. La
falta de fuentes no permite aclarar la extensión real del camino de vuelta a cada uno de los suyus.
Lo importante del momento de la redistribución, era que no sólo implicaba un momento ritual, sino una
ocasión en la cual se reunían alrededor del Inca todas las autoridades (curacas y sacerdotes) del
Imperio, en representación de las huacas. Allí se hacía un balance de todos los ídolos de las provincias
en función de su eficacia y se repartían dones y contra dones en función de su rendimiento. Es decir, se
repartían castigos y recompensas. También se cerraban nuevas relaciones, nuevos contratos y se
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reactualizaban lazos de subordinación. Valga como ejemplo cuando Túpac Inca Yupanqui solicitó
ayuda a todas las autoridades para que lo apoyasen contra la rebelión de etnias rebeldes. Además se
consultaban colectivamente asuntos militares y de infraestructura.
Por último, cabe destacar el aspecto social de la ceremonia. Como se dijo, implicaba la intervención de
todos los miembros del Imperio, donde lo que se buscaba era la integración social y homogénea de
todas las etnias andinas. Esto se ve en la metáfora del cuerpo que implica el rito, sobre todo apoyado en
las ofrendas de sangre, donde hasta los vasos capilares más lejanos al corazón del Imperio (Cuzco) y el
cerebro (el Inca) aportaban la ofrenda. Una vez llegada a destino, la misma volvía a todos los dominios
del Tawantinsuyu, garantizando la salud del sistema social y político, así como las relaciones de
subordinación y respeto. Bajo este ritual religioso, se vehiculizaba entonces la ideología del mismo
como garantizador y legitimador de la dominación. En otras palabras, el Capacocha no es más que una
herramienta de control social, que lo que hace es legitimar y reconfirmar la posición de líder del Inca,
subordinando a todos sus súbditos, garantizando la unidad imperial. Esto se ve muy claramente en la
estructura del rito, donde en realidad, el objetivo máximo no es el Inca, sino el Dios (huaca). El
sacrificio más importante, el de energía vital, implicaba un trueque simétrico entre el Inca y el Dios.
Energía vital (sangre) a cambio de los medios mágicos que le aseguren su prosperidad física económica
y política. Medios mágicos, a cambio de medios mágicos. Sin embargo, la distribución posterior que el
Inca hacía no implicaba bienes mágicos, sino rituales, materializados en bienes físicos. Es decir, que la
serie de intercambios simétricos se tornan asimétricos en la arista del Inca y el Dios, donde el eje del
sistema no es el Inca, sino la huaca, dado que es el vértice donde termina la secuencia distributiva y
comienza la redistributiva. Además, el Inca se encontraba en deuda con los representantes de la
jerarquía social que entregaban a los humanos para el sacrificio, teniendo en cuenta que el Inca no
entregaba familiares para el mismo.
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Primer caso: etnias pequeñas, los chupaychu
En las fuentes se indica que el asentamiento de los colonos con sus familias era permanente. Por otro
lado, se indica que en la variedad de pisos controlados por una etnia era muy común encontrar varias
comunidades explotándolo, simultáneamente. Es decir, en cada “isla” no se ubicaba solamente los
colonos de un grupo. Era normal la existencia de varias etnias explotando un mismo piso, lo que
implica una constante tensión, lucha, tregua y negociación entre los distintos grupos acerca de la
explotación de dicho piso.
Esta primera estructura se caracteriza por sociedades demográfica y políticamente pequeñas. En el
núcleo de poblamiento se producían los alimentos básicos. Las zonas periféricas son pobladas de
manera permanente, aunque no están muy alejados, eran relativamente pequeños, cada colono
conservaba su “casa” y derechos de explotación en el núcleo (lo cual hace dudar acerca del
asentamiento permanente, a menos que la posibilidad de volver sea relativamente usual). Por último,
todos los pisos se caracterizaban por estar explotados por varias etnias.
Segundo caso: grandes etnias (“reinos altiplánicos”) con núcleos en la cuenca del Titicaca, los
Lupaqa los del valle de Chincha
Estas etnias se caracterizaban por ser de las más “ricas” y pobladas tras la conquista española. Por
ejemplo, los Lupaqa contaban con más de 100,000 habitantes, lo que implica mucha mayor cantidad de
colonos disponibles, para alcanzar zonas más lejanas y explotarlas con mayor eficiencia. Así llegaron a
tener dominios incluso en el pacífico. Nuevamente, los distintos pisos explotados y bajo dominio
Lupaqa se caracterizaban por su multietnicidad. Así como también, todos los colonos seguían
conservando sus derechos en los núcleos. Por otro lado, la extensión de los pisos verticales implicaba
una muy variada gama de nichos ecológicos que van desde la costa del pacífico, pasando por el núcleo
serrano y puneño (ubicado a 4000 msnm), hasta llegar a la selva occidental. Al contar con mucha
mayor capacidad de poblamiento, y por lo tanto, de explotación y variedad de pisos, para estas etnias se
abrió la posibilidad material de la especialización del trabajo. Eso permite la existencia de “islas de
especialistas”, como las “islas artesanales”.
Casos 3 y 4: la aplicación del modelo en comunidades cuyo centro están en la costa
En este caso, Murra inicia un debate con las dudas propuestas con Rostworowski, acerca de la
universalidad de la aplicación de dicho principio a lo largo del tiempo y de las distintas condiciones
geográficas de cada etnia. Por ejemplo, sostiene que para los reinos costeros la extensión de pisos no
era horizontal y entre distintos nichos, sino longitudinalmente sobre la costa. Al respecto, Murra
sostiene que las fuentes dedicadas a los reinos y comunidades de la costa son casi nulas, con lo cual se
dificulta su investigación.
En el primer (tercer) caso, estudia etnias pequeñas con el centro de la costa. Para eso, se sirve de
fuentes jurídicas acerca de un conflicto entre tres etnias por la explotación de un cocal. Dicha disputa
venía de la época del dominio incaico, y los testigos afirman que la existencia de dicha explotación es
de la época pre incaica. Que dicha explotación se encontraba bajo dominio de un señorío con núcleo
costero, y que el mismo poseía acceso a la explotación de chacras valle arriba, el cual requería de
protección militar por la presión de las comunidades serranas. Sin embargo, no hay registro de si este
dominio de tierras implicaba a colonos que seguían identificados y bajo los derechos y obligaciones del
núcleo, o si la influencia era políticamente exterior. En las fuentes figura que los individuos de dicha
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zona serrana tributaban a los señores de la zona costera, pero puede que ese tributo sea un mero
intercambio entre las partes que conformaban el dominio del ayllu, y no el intercambio entre unidades
sociales distintas. A su vez, en dicha zona de explotación serrana se encontraban varias etnias. Si bien
en un inicio la misma era controlada por una sola, a la larga (y esa es la disputa que lo ejemplifica en la
fuente) se sucedió una lucha por dicho piso. Si bien puede que en determinados momentos una etnia
podría ejercer una hegemonía sobre cada nicho, la misma no era eterna ni estaba exenta de tensiones,
luchas y cambios respecto a su explotación con otras unidades sociales.
En el cuarto caso, lo que se analiza son grandes reinos de la costa norte, los cuales estaban compuestos
por muchísimos habitantes e incluso llegando a conformar grandes “confederaciones” entre los
distintos reinos. Aún no se comprobó la existencia de colonias permanentes en la zona serrana
mediante las cuales estos reinos costeros accedieran a los bienes propios de dicho piso.
El quinto caso: etnias pequeñas nucleadas en la montaña, sin archipiélagos
Murra lo denomina “caso negativo”, donde etnias pequeñas con sede en las yungas de La Paz, niegan
acceso de recursos fuera de su región. Esto figura en una fuente judicial que refleja un litigio entre
autoridades europeas. Dichas etnias utilizaban el piso que rodeaba su zona de poblamiento, y a una
pequeña distancia, tenía cada unidad doméstica su propia chacra de coca. Según las fuentes, esta unidad
social no contaba con otros pisos verticales bajo su control, lo que pone en duda la subsistencia del
mismo y el modelo presentado. La hipótesis de Murra es que estos dominios fueron creados bajo
dominio Inca, como tierras estatales dedicadas únicamente a la producción de coca, una isla periférica
estatal.
Al ser el primer caso donde se muestra claramente la injerencia del Estado Inca respecto al modelo de
archipiélagos verticales, lleva a plantear qué sucedió con el modelo tras la aparición del Tawantinsuyu.
Es decir, qué transformaciones, rupturas y continuidades tuvo. Lo que sí indica Murra, es que dicho
modelo es previo a la estructura estatal incaica, y que la misma no hace más que un aprovechamiento
del mismo, continuando su uso, y profundizando y transformándolo para su provecho. Uno de los
cambios que puede haber bajo el dominio Inca es respecto a la extensión y la escala del mismo. Pero es
clara una continuidad. A su vez, puede modificarse la dinámica estructural, pasando de la autarquía
productiva de cada comunidad a la centralización de la producción bajo la acumulación del centro
estatal ubicado en Cuzco. Esto da la posibilidad del surgimiento de la explotación. Sin embargo, el
principio fundamental de la verticalidad física de cada comunidad y su autarquía no se ve modificado.
Lo que se ve modificado, en el caso del ingreso de la estructura estatal, es que el aprovechamiento de
pisos verticales toma otra escala. No tienen que necesariamente estar dentro de una proximidad
cercana, así como tampoco son determinantes las condiciones ecológicas, dado que la producción pasa
de la autarquía de la comunidad, a la acumulación de un enorme centro estatal.
Lo que Murra sostiene, entonces, es que los incas continuaron el modelo de explotación vertical,
extendiendo su escala y modificando algunas características del mismo. Más allá de eso, la
dinámica se mantuvo. Sin embargo, cabe preguntarse acerca de las transformaciones que ocurrió en el
mismo. Puede pensarse un cambio en el nivel de reciprocidad (sin embargo, estaríamos hablando de un
nivel de grado, no cualitativo, ya que el E Inca debía redistribuir) y de atribuciones y características
políticas que transformaron la estructura, por ejemplo, de los colonos. ¿Seguían manteniendo los
mismos derechos a pesar de estar en “islas” tan lejanas? ¿Cómo mantenían el contacto con sus etnias de
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origen? La extensión del principio del uso de los archipiélagos con fines estatales permite e implica
necesariamente varias transformaciones de dicho modelo.
Capítulo 2: la producción agrícola
La domesticación de auquénidos (una variante de los camélidos) y tubérculos (como la papa)
resistentes a las desafiantes condiciones de la altitud (poca irrigación de agua, bajas temperaturas, etc.)
fue la base material que permitió el desarrollo de la civilización andina. Es por eso que los mismos
cuentan con un gran valor ritual. El maíz (sobre todo su variante, la chicha) también cuenta con una
importante capacidad ritual, dado que ha sido la base de la dieta de los habitantes andinos. Sin
embargo, su explotación exige condiciones ecológicas más exigentes, como un clima templado y una
buena cantidad de humedad. Esto requiere la explotación del mismo en zonas de quebradas, lo que
implicaba necesariamente grandes obras públicas (canales, pisos, etc.) para su aprovechamiento dado el
peligro a las heladas a las que se someten. La importancia en la producción de tubérculos como de maíz
derivó en una especialización tal que Murra habla de “dos tipos de agriculturas”, donde cada una posee
sus términos, medidas, pesos, herramientas, estructuras, etc. Para el autor estos cultivos forman parte de
la cosmovisión (ritual y material) del ideal pan andino que coloca desde muchísimo antes de la
existencia del Tawantinsuyu, en el origen de las civilizaciones andinas. Si bien en cada región puede
variar el valor y la carga ritual que cada cultivo tiene (en algunas zonas la papa era prueba de un nivel
social bajo, en muchos lugares y momentos históricos la chicha es un cultivo dedicado
fundamentalmente a fines ceremoniales y de hospitalidad) en todos tienen una significación importante
y determinada. En algunos casos, el maíz representaba un cultivo clave, el cual demandaba una
profunda atención y esfuerzos de parte del Estado Inca. Lo mismo respectivo a la producción de
auquénidos, los cuales eran utilizados para fines rituales como el sacrificio (ejemplo: la Capacocha). Es
recién con la instalación del Estado Inca que es posible la producción de maíz a gran escala, teniendo
en cuenta que el mismo no era fundamental para la subsistencia de las poblaciones serranas, dado que
su función primordial era ritual. El maíz tuvo especial atención por parte de las autoridades incaicas,
convirtiéndose en un cultivo estatal.
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política centralizadora (el E Inca, u otras unidades políticas). Al respecto, Murra niega un
paralelismo de estos mercaderes con los pochteca propiamente mesoamericanos.
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excepcionalmente. Pero gran parte de la chicha iba a los señores quienes la volvían a dar en
reciprocidad, forjando los lazos de lealtad. El oficial chichero se dedicaba exclusivamente a ello, solo
podía abandonar su labor para reparar alguna acequia.
Salineros
Existían también ayllus que se dedicaban a la elaboración de la sal y la usaban para trocar. En las
sierras en cambio la sal era obtenida por medio de los archipiélagos. Había otros artesanos también
carpinteros, zapateros y alpargateros.
Comparando a los yungas con los grupos serranos encontramos algunas especialidades propias de los
yungas: Los pescadores, labradores de piedras de mar y por último, encargados de llevar y distribuir
conchas marinas a los diversos santuarios.
Mercaderes
Tratantes chinchas
La prosperidad de los Chincha se debía a las transacciones comerciales que llevaban a cabo con áreas
distantes. Rescataban grandes cantidades de oro, plata y cobre con las áreas serranas. Durante el auge
incaico el intercambio comercial disminuyó y creció el sistema de archipiélagos. Los objetos de
intercambio chinchano eran múltiples y variables: mullu y cobre fundamentalmente, aunque también
otros como pescado seco, ají, algodón, calabazas, charqui y ropa de lana. En muchos casos se ha
tratado de ver a los sacerdotes como tratantes, en verdad estos aprovechaban su influencia religiosa en
forma de temor y miedo para aumentar sus riquezas a través de ofrendas, o por ejemplo por medio del
oráculo.
Tratantes norteños
No poseían tierras y se sustentaban vendiendo y comprando. El status variaba en base a lo que
trocaban. Puede decirse que se dedicaban enteramente a dicha actividad.
Conclusiones
La vida en la costa estaba atravesada por una total división del trabajo por parcialidades, con la
prohibición de realizar otro oficio. En comparación con las sierras, estaban menos expuestos a las
catástrofes climáticas y tenían acceso a recursos exclusivos. Es decir, que las condiciones materiales
permitieron una más avanzada división social del trabajo, lo que implicó la especialización productiva
y la existencia de estratos de trabajadores dedicados solamente a un oficio. Al tener una vida más fácil
podían dedicarse a la producción de objetos suntuosos. Su especialización los llevo a desarrollar
intercambios comerciales como forma de sustentación y adquisición de bienes (autarquía), mientras
que la sierra con su economía agrícola redistributiva se basó en la explotación de archipiélagos
verticales multiétnicos. Cabe destacar que las dos formas distintas (pero no opuestas) de garantizarse
los bienes para la subsistencia no están en contradicción con los conceptos de reciprocidad andina.
El tráfico de bienes a larga distancia era llevado a cabo por el tráfico de caravanas de los Andes
Circumpuneños. Para el autor es difícil que este tráfico este bajo control total de las elites, por una serie
de razones: la descentralización de la cría de animales (la mayoría de las personas tenían acceso a
llamas, ya que existían rebaños de la comunidad, por ejemplo, aunque en la mayoría de los casos eran
propiedad de individuos particulares); la relación de control entre las autoridades (curacas) y los
caravaneros era muy débil, si bien el curaca recibía el servicio temporario de un número de fleteros, no
podía impedirles transportar lo que quisieron o realizar sus propias transacciones; la dificultad para
controlar las rutas, teniendo en cuenta que la regulación del tránsito en regiones tan vastas e
intermitentes respecto a su habitabilidad. Por otro lado, también era difícil para las autoridades reprimir
formas alternativas de circulación de bienes y llevar un control fiscal constante.
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decir, como representación de todo el orden andino basado en el ayllu) que por su escasez o
rareza.
Mercaderes en el valle de Chincha en la época prehispánica ( Aviso…)
Rostworowski, María
Tras recurrir a una serie de diversas fuentes hispanas que relatan la existencia de mercaderes en la zona
del valle de Chincha (costa cercana a Lima) la autora sostiene que existió un comercio organizado de
tráfico de determinados bienes (sobre todo la concha marina que solamente se encuentra en aguas
cálidas: el mullu) con individuos especializados en el mismo, los comerciantes.
Se habla de que en la suma de fuentes y crónicas el Valle de Chincha estuvo densamente poblado (la
caída de la población en la época hispánica es notable: de 30 mil tributarios a 600). A su vez, que los
reinos y curacas de los mismos se caracterizaron por ser dueños de una riqueza notable, lo que los
empujó a formar confederaciones incluso en los inicios de la época de la conquista. Este territorio fue
conquistado y subordinado tardíamente por el imperio Inca. Esto implicó que para cuando los
españoles llegaron, si bien se encontraba bajo control del Tawantinsuyu, aún contaba con una gran
autonomía. Esto se debe a que iba poco tiempo de dominio, y la implantación del mismo fue detenida
por la conquista. También, porque durante mediados del S. XV (1400) Chincha gozó de un período
corto de gran poder local y prestigio, lo que sumó una dificultad más para la subordinación total de
parte de las autoridades estatales.
La razón que explica la prosperidad económica de la región, así como el prestigio (y la consiguiente
autonomía) es según la autora la existencia de mercaderes en el valle. Según las fuentes, existían 6 mil
de ellos. Esto le permitió extender su zona de influencia e intercambio en varias direcciones: hacia el
Collao, al norte (Quito) y al centro, hacia Cuzco. Esto da como hipótesis que el comercio, antes de la
injerencia Inca, no sólo existía sino que tuvo una gran importancia, despliegue y se encontraba en
ascenso. Puede que la emergencia del imperio Inca –el cual era incompatible con la existencia de un
comercio libre y desregulado estatalmente- haya trastocado el desarrollo de este tráfico mercantil. En
ningún momento hay una definición científica y desarrollada acerca de qué considera “comercio” o
“intercambio mercantil” y las diferencias que el mismo puede tener con el “trueque” o el “intercambio”
en términos de reciprocidad andina.
Luego de este planteo, la autora recorre posiciones de distintos autores. Baudin sostiene que el
comercio en un inicio comenzó por ser vertical (entre distintos pisos ecológicos como la sierra y la
puna) y que luego se extendió horizontalmente, entre la costa la sierra y la selva. Para este autor, el
comercio estaba en desarrollo (aquí iguala trueque a comercio) pero la aparición del E Inca lo detiene.
Tribus especializadas en comercio tuvieron lugar en la etapa pre incaica. Del otro lado, para Murra
durante el incario, el sistema se caracterizó por ser redistributivo y estar bajo control monopólico del
Estado. En todo caso, la existencia de tráfico mercantil tenía como objetivo mantener el sistema de
ingresos estatales. Rowe indica que el comercio fue local y su control fue monopolizado por el Estado.
Falk Moore sostiene que tal comercio no existía, por lo tanto no es posible una monopolización del
mismo por el Estado. Sólo existía un intercambio a nivel local. Metraux sostiene que el comercio no
existió, y que en todo caso se trataba de intercambio regional. En disenso con estos autores, Caamaño
apoya la idea de que existió un tráfico comercial organizado, y que incluso ciertas poblaciones
formaron una liga o confederación de mercaderes que se desarmó con la llegada de los conquistadores
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europeos. En esa línea, Holm afirma que existió un comercio basado en el mullu, el cual oficiaba como
valor-moneda.
En este debate, si bien Rostworowski retoma la tesis de Murra de los pisos ecológicos verticales y no la
niega (sostiene que poblaciones serranas y de la costa compartían las mismas islas productivas) no
niega la existencia de mercaderes. Es contradictorio, dado que llega a afirmar que la existencia de
mercaderes es ajena al funcionamiento incaico, ya que el hecho de que haya habido hombres dedicados
al comercio y no a la producción perturbaba su estructura productiva. Pero, para sostener esta
contradicción o incompatibilidad, la autora presenta una serie de argumentos. Por un lado, que existía
un muy rico vocabulario aymara para la descripción del “trueque”. Por otro lado, que existía un estrato
de la sociedad chinchana que se regía por leyes diferentes que escapaban al servilismo y la sumisión,
así como indica la existencia de centros de intercambio y comercio. Por eso dice que existieron
mercados y ferias donde la actividad central era el comercio y el intercambio. A su vez, se apoya en las
fuentes que indican que determinados hombres se dedicaban a transportar grandes cargamentos con
mercaderías no definidas como bienes de subsistencia (joyas de distintos minerales), lo cual es la
evidencia del florecimiento de un comercio o trueque. Dicho comercio se habría dado de manera
marítima (entre zonas costeras mediante distintos tipos de balsas) para la extracción de bienes
particulares de dichas zonas, y por la vía serrana, a través del transporte por hombre y llama, dirigido
especialmente al Collao y a Cuzco con el objetivo de intercambiar esos bienes por metales que en
Chincha no conseguían. En este último tráfico, el mullu habría sido el bien por excelencia (aunque no
el único), dado que se encontraba solamente al norte en aguas cálidas.
Otra mercancía central que se encontraba en el tráfico era el cobre. Un argumento que apoya la
existencia de este sistema mercantil es que se emplearon para este tipo de intercambio distintos tipos de
minerales, con sistemas de pesas y medidas especiales. Aunque el cobre y el mullu podría ser la base
del comercio chinchano.
Sumando argumentos, la autora indica la existencia de otros “grupos” además de los mercaderes.
Nombra los trabajadores (cultivadores, carpinteros, pescadores) y a los artesanos. Esto indica una
avanzada división social del trabajo. La confirmación de la misma es la existencia de “barrios”
particulares para cada oficio. Además, los artesanos debían ocuparse solamente de su oficio, la
producción de bienes basados en minerales para el tributo, estando imposibilitados a producir sus
propios bienes para la subsistencia. Es decir, no podían dedicarse a la explotación agraria. Sin embargo,
no se les negaba la posibilidad de un excedente más allá del tributo, con lo que la autora supone la
existencia de un pequeño margen de acumulación proveniente del intercambio de dicho plustrabajo (la
autora lo llama “ganancia”).
Lo que explicaría la existencia de mercaderes especializados durante la etapa Inca es que los mismos
sirvieron como mecanismo de obtención de los bienes suntuarios con los cuales se llevaban a cabo los
ritos y demás mecanismos de control ideológico. Si bien un sistema de tráfico mercantil era
incompatible con la dinámica productiva del Estado Inca, al ser una región conquistada tardíamente, la
misma supo sobrevivir a la subordinación total al Tawantinsuyu. A su vez, su rol como proveedor de
mullu justificó su subsistencia mercantil. De hecho, la autora no descarta que el móvil principal para la
conquista de esta región sea, justamente, la de garantizar la llegada de mullu a las autoridades
cuzqueñas. Dado que ya existía un aceitado sistema de tráfico mercantil del mismo, el incario
solamente se limitó a servirse del mismo, dando por sentado que la región siguió disfrutando de una
gran autonomía.
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El fenómeno pukará visto desde la Puna jujeña
Marta Ruiz y María Ester Albeck
El término pukará hace referencia a una fortaleza o fuerte, es compartido por la lengua quechua y
aymara, y es característico a las condiciones sociales de finales del Horizonte Medio, siendo su auge el
Intermedio Tardío (o el período de Desarrollos Regionales) pre incaico y el Inca. Este vocablo implica
a los asentamientos que eran netamente defensivos por sus características naturales como fortalezas.
La característica fundamental que define al pucará es la determinación topográfica, con independencia
de su función social (sea como control de fronteras exterior, para control interno de la población, como
posta comercial, etc.). A saber, el hecho de que el mismo se corresponda con un asentamiento elevado
naturalmente (es decir, de gran altitud), y por lo tanto, protegido, de difícil acceso y con la capacidad de
visibilidad de un amplio espectro del terreno que lo rodea. Básicamente, el pucará se comprende como
una fortaleza natural de característica defensiva, aunque su función no sea solamente la militar.
Normalmente, se encuentran cercanos a caminos o vías de circulación de importancia. Su expansión
data del Intermedio Tardío, o el período de Desarrollo Regionales, es decir, la etapa pre incaica. Sin
embargo, esto no quita que durante la etapa incaica los mismos se hayan expandido también. De hecho,
el aparato incaico se sirvió de ellos (los que ya existían) y no dudó en expandir creando nuevos
pucarás.
Si nos centramos en los aspectos más particulares de la región, en los Andes Centrales y Centro-Sur,
tras la desintegración de Wari (800) y Tiwanaku (1000), se sucede un momento de tensión social y
reacomodamiento de las estructuras socio políticas, denominado período de Desarrollos Regionales o
Reinos y Señoríos Post-Tiwanaku. En esta etapa se suceden nuevos patrones de asentamiento, estilos
cerámicos, una vuelta a las divinidades locales y el culto a los antepasados. Es decir, se da prioridad a
lo local frente a la desaparición de una unidad centralizada de mayor tamaño, dando lugar a la
fragmentación. De la misma manera, la cuenca del Titicaca también se fragmentó en muchas entidades
político-económicas, estableciendo nuevas redes de intercambio. Todo este desarrollo es previo a los
Incas.
La caída de Wari en el 800 habría afectado fuertemente a Tiwanaku, sobre todo respecto al intercambio
de bienes y la estructura de circulación establecida entre estas dos entidades. Como consecuencia, la
caída de Wari podría ser una de las causas centrales (más no la única) de la caída de Tiwanaku. La
desarticulación de esta densa red de intercambios tras la caída de estas dos unidades políticas trajo una
desestructuración de la circulación de bienes que habrían erigido. Esto ocasionó conflictos entre
distintos grupos, y una marcada tensión social que es visible en los cambios respecto a los
asentamientos de las poblaciones: a partir del 1000-1100 se observan aldeas de forma más aglutinadas
y preferentemente en lugares estratégicamente defensivos, es decir, con altura y fortificados. En otras
palabras, las unidades sociales que quedaron tras la caída de las grandes estructuras tendieron a cerrarse
sobre sí mismas, dando lugar a un importante desarrollo local. Estas unidades más pequeñas tienden a
realizar alianzas y confederaciones entre sí, lo que permite conservar algunas conexiones del antiguo
tráfico erigido por Wari y Tiwanaku, al menos redefinidos a corta distancia.
En este contexto de expansión de la población y de intensificación y extensión de la agricultura y
sistemas de canales, los poblados fortificados jugaron un rol importante no sólo como establecimientos
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defensivos, sino también como puertos de intercambio que mantuvieron vías de intercambio abiertas.
Es por eso que se encuentran desde el sur de Perú hasta el noroeste argentino una serie de pucarás.
Los asentamientos en la Puna Jujeña
Para el período de Desarrollos Regionales en la región de la Puna Jujeña se encuentran variados
poblados prehispánicos, de distintos tamaños y características. Hay asentamientos de grandes
dimensiones y otros de menores. Para esta etapa, la puna no es homogénea en sus unidades político-
sociales, por lo cual es probable que hayan coexistido distintos grupos de variados tamaños que
establecieron interacciones entre sí. Lo que sí, pueden discernirse dos momentos muy claros en la
región: la etapa de Desarrollos Regionales y la correspondiente a la dominación incaica.
Los pucarás fueron un asentamiento característico de la región, los cuales datan de la época preincaica
y sirven para cuestionar la idea del pucará como un asentamiento fortificado con funciones netamente
defensivas y militares, por lo tanto, típico de la etapa incaica. De hecho, en algunos sectores de los
Andes Centro-Sur el término engloba una serie de definiciones heterogéneas respecto a estos
asentamientos. Así se comprende a los pucarás como poblados ubicados en partes elevadas, o
simplemente asentamientos con una ubicación estratégica del terreno (usualmente sobre vías de
circulación), normalmente preincaicos. Los pucarás de la Puna Jujeña se corresponden con estos
últimos, donde la altura no es tan fundamental.
En suma, en el caso de la Puna, las funciones del pucará no fueron netamente defensivas, ni datan
primordialmente de la etapa inca. Son preincaicos en su mayoría y tenían como función algunas de
estas tres (las cuales no son excluyentes):
1. El aspecto defensivo, teniendo en cuenta lo estratégico en términos militares de la altura de los
asentamientos, el control del terreno y el difícil acceso.
2. El control de la circulación de bienes y productos a través del tráfico caravanero. Lo que explica
su establecimiento cercano a vías de tráfico.
3. El rol simbólico, dado que la locación a grandes alturas podía estar cargada de una importancia
ritual importante, entendido como hitos visuales.
Sistemas políticos verticales en los márgenes del Imperio Inca
Frank Salomon
El objetivo de este trabajo es ver qué sucedió en las comunidades andinas luego del sometimiento al
Tawantinsuyu, es decir ver hasta qué punto las modificaron o las dejaron intactas. Para ello se estudió
los márgenes del Imperio Inca, donde el proceso de integración no había concluido al momento de la
caída del mismo. Para ello hay que: conocer la secuencia de cómo fueron sometidos los curacazgos;
plantear la hipótesis de que las diferencias entre provincias tienen que ver con el diferente grado de
incaizacion (no por variaciones ecológicas o culturales); y utilizar fuentes del mismo período de
incaizacion (a fin de evitar influencias europeas y erosión de la memoria). Existen fuentes que se
adecuan a estos criterios y nos dan información de los curacazgos de cuatro regiones: Pasto, Otavalo,
Quito y Riobamba.
Secuencia de la conquista
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Según las crónicas y relatos locales, Tupa Inca Yupanqui inicio las primeras expediciones en el Norte,
luego Huayna Capac inicia una segunda oleada militar hacia la misma dirección: el norte (hacia
Ecuador y Colombia). Es probable que las incursiones de Huayna Capac sean parte de una estrategia
militar planificada que tuvo como rol ser la segunda parte de la consolidación de la hegemonía inca en
el área, reemplazando los enclaves por una ocupación efectiva. La región que se va a estudiar estuvo
bajo dominio Inca entre unos treinta o cuarenta años. Claramente, la última gran intervención en el
Norte fue bajo el mando de Huayna Capac. Más al Norte, en la zona de Pasto, la intervención incaica
no fue más que a través de enclaves, a diferencia del asentamiento en Quito.
Caso de Pasto
Esta región se encuentra en el extremo norte del Tawantinsuyu. Se trata de una región donde la
avanzada imperial fue la más alejada e incompleta, a modo de unos muy pocos enclaves. Estas
poblaciones montañesas cultivaban tubérculos, maíz y quínoa, pero para la obtención de productos de
subsistencia de primera necesidad como la sal, el algodón y los ajíes dependían del contacto con tierras
más bajas. A diferencias de las áreas incaicas donde se desarrollaba el sistema de archipiélagos, los
pasto habían desarrollado dos formas distintas: por un lado, viajaban a las regiones auríferas
individualmente o en grupos familiares (no como emisarios políticos) y conseguían oro que
intercambiaban luego por algodón. Por otro lado, un sistema en donde grupos de individuos vivían en
las poblaciones tropicales, pero se integraban estrechamente a esas poblaciones extranjeras,
abandonando las instituciones típicas de las tierras altas. Luego había expediciones de grupos
domésticos que se encargaban del tráfico de alimentos hacia la región de origen. Es decir, el sistema de
subsistencia no pareciera ser el típico basado en la explotación de nichos ecológicos verticales a través
de los colonos. Es una dinámica distinta.
De hecho, encontramos un grupo de especialistas en los intercambios a media y larga distancia: los
mindalaes. Se trataba de un grupo social privilegiado y organizado, sujeto a un señor local y
consagrado a la obtención y circulación de bienes de gran valor y prestigio. Se reunían con el objeto de
intercambiar en tiangues, áreas neutrales dedicadas exclusivamente al intercambio. Eran agentes
políticos bajo protección de un jefe y la función social ejercida específicamente por ellos radicaba en
canalizar un flujo de bienes hacia dicho jefe, por lo cual estaban exentos de los tipos usuales de
tributación (ya sea en bienes o fuerza de trabajo) y se limitaban a entregar dichos bienes. El tráfico
mindalae es, entonces, una práctica política de redistribución de bienes en un contexto de curacazgos
rivales pequeños.
Caso de Otavalo y Quito
La sumisión de estas dos áreas al poder Inca data de la misma época y sus condiciones ecológicas –así
como las consecuencias de la intervención Inca- son similares. La penetración Inca aún tenía el carácter
de enclave y la emergencia de las ciudades en centros administrativos inca recién comenzaba.
Básicamente conseguían los recursos que no se daban en sus tierras por medio de contactos pacíficos:
trueques al nivel de las unidades domésticas. Asimismo existían también mindalaes, que eran como en
Pasto grupos con derechos especiales, dedicados a los bienes de prestigio y que habitaban en las
intersecciones importantes de las vías de comunicación, de forma que favorecían los contactos
interzonales. Esto permite inferir que las distintas organizaciones mindalaes conformaban en realidad
una vasta red interregional única. Estos mindalaes disfrutaban –como los de Pasto- los mismos
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derechos especiales y no obedecían a ningún jefe en particular, sino a un primus inter pares. Además,
tendían a rendir cuentas solamente al jefe de su comunidad en particular.
En el momento de la dominación Inca lo que el Imperio intentó fue cerrar el sistema ecológico en zonas
que contuvieran el conjunto de recursos complementarios y utilizar el sistema de camayoc (colonos), es
decir, especialistas que explotaban un recurso no para su subsistencia sino para una autoridad en
enclaves distintos, con el objetivo de lograr una tendencia a la autarquía y limitar los contactos entre
estas organizaciones con poblaciones fuera del dominio Inca. Es decir, intentó generar una tendencia
hacia la autarquía productiva, desarrollando el sistema de archipiélagos verticales: la dependencia
económica exterior estaba reducida al mínimo. Por otra parte, el régimen Inca organizo los grupos
aborígenes en unidades compuestas en base a un sistema jerárquico piramidal, caracterizado por la
inclusión de las esferas de autoridad unas dentro de otras. Un pequeño agregado era gobernado por un
cacique, pero los Incas comenzaron a agruparlos en agregados mayores sometiéndolos a un único señor
superior (Delegado del Inca), que era también cacique de un agregado. Es decir, mantuvieron la
estructura política pero le agregaron una mayor complejidad superponiendo esferas de autoridad. Lo
mismo sucedió con las relaciones políticas (y de explotación) mediante un “juego de espejos”. Los
derechos y obligaciones de una autoridad para con sus subordinados eran los mismos en los distintos
niveles de esta estructura, sea a nivel local (población-curaca), sea a nivel estatal (curaca-E Inca). Se
intenta inculcar un modelo de autoridad que pareciera ser unitario y común a todos los niveles.
Por último, el control Inca ejercido en Quito representó cierta incorporación a las normas locales en un
juego dialéctico de subordinación: los enclaves del Imperio se establecían como un curacazgo más
dentro de los curacazgos de la región. Sin embargo, el curacazgo incaico se colocaba por encima de los
demás curacazgos, estructurando un sistema vertical y piramidal. A su vez, produjo una innovación:
introdujo los rebaños estatales y el tributo en trabajo criando y trabajando la lana de las llamas. Las
poblaciones aceptaron, pero antes se les distribuyó cantidades considerables de lana como concesión
para convencerlos.
Caso Puruhá
Este caso es muy similar al del sur de los Andes, pues hubo una tendencia al cierre de la esfera de los
intercambios interzonales y se establecieron colonias especializadas al punto de constituir un verdadero
archipiélago. El sistema de subsistencia de esta región era mucho más similar al modelo incaico, por lo
cual las transformaciones del Tawantinsuyu no fueron tan profundas. En otras palabras, no tuvieron que
introducir el modelo de archipiélago vertical como algo nuevo que tenía como función reemplazar a un
sistema de subsistencia distinto basado en intercambios interzonales, establecimiento en otras
comunidades, etc. Mientras en Quito y más al norte existían pocos enclaves de colonos, en Puruhá se
habían desarrollado a tal punto que constituían verdaderos archipiélagos. Como es de esperar, los
Puruhá estuvieron más integrados a la economía imperial y reprodujeron localmente los mismos
mecanismos.
Sin embargo, que las autoridades incaicas no trajeran métodos productivos, administrativos y de
estructura política nuevos no quiere decir que su presencia no haya sido una innovación para las
poblaciones. Los ingresos de la corona fueron diferenciados de los productos conservados para la
redistribución local. Esto fue algo nuevo para los caciques de Puruhá. En otras palabras, es la
imbricación de estas comunidades locales a un sistema superior. O visto de otro modo, la colocación de
una nueva “parte” a la cabeza del sistema productivo. Sin embargo, así como tenían un nuevo eslabón a
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quién tributar en el sistema administrativo al verse incorporados al mismo, también se reservaron las
exigencias de derechos al ingresar a esta nueva estructura mucho más grande: exigían bienes
originarios de plantaciones, al parecer, lejanos, exteriores a la comunidad y probablemente bajo
dominio imperial. Es decir, exigían los derechos de formar parte de la estructura estatal superior a la
local. Esto transformó la dinámica de las relaciones de redistribución basadas en la tributación: en estas
poblaciones ya no era un big man –o curaca- local quien distribuía su riqueza local, sino probablemente
un funcionario administrativo estatal. El curaca no era más que un intermediario. Por lo tanto, así como
los curacazgos fueron incorporados al sistema estatal Inca, terminaron invariablemente reproduciendo
las mismas relaciones de autoridad (“en espejo”), por lo cual los mecanismos de dominación inca que
vinculaban al curacazgo con el Imperio, eran los mismos que los mecanismos de dominación y
redistribución local del curaca para con la población local. Por ello no hay un desafío a la autoridad
imperial, ya que ello implicaba poner en cuestión los lazos de dominación locales. De ello se desprende
que no se descubre ningún signo neto de autonomía local. En suma, la estructura de Puruhá es mucho
más integradora y centralizada que la de Quito, como resultado de que la dominación inca provocó una
modificación jerárquica en las relaciones locales de una profundidad tal, que una vez desaparecido el
Tawantinsuyu, los fragmentos de poder locales intentaron utilizar este sistema por cuenta propia.
Conclusiones
Curacazgos: a la cabeza de cada grupo (conjunto de unidades domesticas) había una unidad
domestica privilegiada dirigida por un jefe, cuya parentela gozaba de ciertas prerrogativas y
contaba con sirvientes posiblemente análogas al ayllu. Varias unidades podían unirse y dar
lugar a una unidad superior con un jefe en común. Este proceso de organización tendía a
acentuarse en las áreas de presencia inca más fuerte.
Por otro lado el sistema de subsistencia local estaba basado en una organización “microvertical”
de zonas contiguas. Este sistema microvertical fue complementado por un sistema de
intercambio a media distancia por dos medios: trueque directo entre los productores de una zona
exterior y una unidad doméstica y/o individuo; y el establecimiento permanente de unidades
domésticas en nichos ecológicos extraterritoriales, las cuales se adaptaban a la autoridad
política allí reinante, se asimilaban a la cultura y sólo quedaban “en contacto” con las etnias de
origen. Por último, existió una estructura de tráfico a grandes distancias basados en mindalaes.
La dominación incaica supuso el desafió de sustituir a los señores locales por una autoridad
central que no tenía legitimidad en la tradición local. Se trató entonces de una innovación
basada en una retórica conservadora: se trataba de conservar a las autoridades locales
disminuyendo su dependencia con poblaciones y señores exteriores a través de un incremento
de la misma para con las autoridades estatales. Es decir, se intentaba establecer una “revolución
por arriba”. Durante los primeros años de intervención, los enclaves incas se incorporaban
como un curacazgo más dentro de las poblaciones locales para establecer un tributo
diferenciado luego de la subordinación militar, el cual no era más que el mismo tributo al jefe
local, pero a un nivel nuevo y más extenso y complejo: el Estado Inca. Dicha dinámica dio
lugar a tres tendencias:
1. La integración interzonal basado en el intercambio existente en las sociedades del norte,
fue gradualmente reemplazado (“cerrando” el sistema ecológico) por un sistema de
archipiélagos al interior de cada comunidad, de manera que cada señor local encuentre
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bajo su poder una serie de zonas productivas que le permita subsistir a la comunidad
materialmente y mantener las relaciones de subordinación propias de su puesto social
sin tener que recurrir a otras poblaciones exteriores. Por ello, el tráfico a larga
distancia estuvo cada vez más bajo control de las autoridades del Imperio Inca y no
por un grupo autónomo (los mindalaes).
2. En segundo lugar, las formas de gobierno incaica fueron desplazando a las locales en la
medida que la empresa de conquista era más fuerte. Es decir, donde la hegemonía de
Cuzco era mayor, la integración como mero eslabón al aparato imperial de las
comunidades locales era más patente y sencillo. Donde no fue así, y la presencia inca
fue más de enclave, las formas locales se conservaron mejor.
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