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Hacia fines del siglo XV, el extenso territorio que los europeos llamaron América

estaba habitado por pueblos que pertenecían a distintos grupos étnicos y hablaban lenguas
diferentes (había entre 1.500 y 2.000 lenguas).
La diversidad de estos pueblos también se observa en los distintos tipos de
organización social, así como en los variados sistemas económicos y culturales.
En términos generales, América contaba, hacia esos años, con una población de entre
sesenta a ochenta millones de habitantes. Pero, tal como ocurre en la actualidad, esta
población no estaba distribuida en el continente por igual y había zonas más densamente
pobladas que otras. Por ejemplo, en los Andes centrales vivían más de diez millones de
habitantes; en la altiplanicie mexicana y parte de América Central, había veinticinco millones;
en el Caribe, entre seis a ocho millones, mientras que en las selvas paraguayas vivían un millón
y medio de personas.
Alrededor del 1500 tanto en Mesoamérica (área que comprende el centro y sur de
México y el norte de América Central) como en los Andes centrales (Bolivia y Perú) se habían
formado Estados expansivos y militarizados, con economías sólidas basadas en la agricultura y
sociedades muy jerarquizadas, es decir, con grandes diferencias entre sus miembros. En el
momento de la llegada de los españoles, esos Estados poderosos eran el Imperio azteca y el
Imperio inca. Una tercera sociedad, también muy avanzada, era la de los mayas, pero nunca
llegó a tener el poder de los aztecas e incas.
En zonas cercanas a esas tres culturas había muchos pueblos agricultores, pero que aún
no habían alcanzado el mismo nivel de desarrollo que las mencionadas. Un ejemplo de estos
grupos son los tupí-guaraníes, que vivían en las selvas y planicies brasileñas y del litoral
argentino-paraguayo.

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Los incas
En la región de los Andes Centrales se desarrolló entre mediados del siglo XV y el XVI, el
Imperio Inca, denominado por ellos mismos como Tahuantinsuyu que significa “las cuatro
partes”.

Territorio dominado por el pueblo Inca.

Los incas quienes se asentaron en el sur de lo que hoy es Perú a fines del siglo XII,
fueron estableciendo relaciones de cooperación con algunos pueblos, aunque con otros se
enfrentaron. Finalmente dominarían a otras culturas anteriores a ellos, organizando su
territorio (y a las poblaciones dominadas) en cuatro partes dirigidas por un Gran Señor, quien
recibía el título de Inca. Cuzco era el centro político del Imperio. Este territorio estaba
conectado por una extensa red de caminos, los cuales eran fundamentales para la
administración del Imperio, ya que conectaban todas las regiones del Tawantinsuyu, además a
lo largo de estas vías se construyeron tambos: lugares de descanso para los funcionarios, el
ejército o el Inca y su séquito.

La sociedad inca se caracterizaba por ser muy jerarquizada. La máxima autoridad era
el Sapa Inca o Inca, quien se encargaba de administrar los recursos del imperio, y servir de
nexo entre los dioses y las personas. Era considerado hijo del Sol, por lo que su persona era
sagrada.
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Por debajo de él estaba la nobleza. Algunos eran familiares del Inca (los llamados
“orejones” porque se adornaban las orejas con grandes joyas), otros eran convertidos en
nobles por el Inca como premio por alguna misión cumplida. Estos sectores nobles se
diferenciaban de los demás porque no tenían la obligación ni la necesidad de trabajar la tierra.
Vivían en palacios con muchas habitaciones adornadas y patios centrales, en los que había
fuentes para bañarse. Las personas pertenecientes a la nobleza se distinguían, también, por la
ropa fina que usaban, confeccionada en lana de vicuña, tela que los campesinos tenían prohibido
vestir.
Los curacas eran las máximas autoridades locales y los jefes de las comunidades,
llamadas ayllus. Se encargaban de repartir las tierras entre los miembros de la comunidad y
de distribuir las tareas que debían realizarse.
La mayor parte de la población del imperio estaba formada por campesinos y
artesanos, quienes pertenecían a una comunidad en particular. En último lugar estaban los
yanaconas, quienes habían sido desvinculados de sus comunidades por ser pueblos rebeldes
por ejemplo, y trabajaban directamente para el Inca y la nobleza, así como también en las
minas .

Reciprocidad y distribución en el mundo andino

Cuando algún pueblo se resistía a subordinarse a los incas, estos enviaban a sus
ejércitos y los sometían haciendo uso de la fuerza. En esos casos, dejaban instaladas
guarniciones militares en los territorios conquistados, que sofocaban todo intento de rebelión
y castigaban violentamente a los rebeldes. Las represalias eran durísimas, ya que alzarse
contra el Inca era un delito muy grave: los cabecillas eran torturados y luego ahorcados o
decapitados, y sus cuerpos quedaban colgados a la vista de todos, como advertencia. Además,
para prevenir levantamientos, sacaban a pueblos enteros de zonas revoltosas y los llevaban
lejos o a regiones totalmente leales, donde no pudieran encontrar aliados para levantarse
contra el dominio incaico. También mandaban pueblos fieles a zonas rebeldes para que los
ayudaran a mantener la vigilancia. Las poblaciones que sufrían estos traslados se llamaban
“mitimaes”.

No todos los pueblos se enfrentaron en guerras con los incas. Algunos prefirieron
proponer alianzas en las que juraban fidelidad al reino. Los incas aceptaban el acuerdo y
ofrecían sellar el mismo mediante lazos de parentesco e importantes intercambios de bienes
como joyas, tejidos, rebaños, metales y otros objetos de valor. A cambio obtenían el trabajo
de los integrantes del ayllu en las tierras del Estado, para la construcción de infraestructura
como puentes y caminos además de templos y palacios.

En estas situaciones, los incas casi siempre conservaban en sus puestos a los jefes o
“curacas” de los pueblos aliados o vencidos, dado que nadie conocía mejor que ellos a su gente
y sabían cómo manejarlos. No obstante, estos jefes se hallaban bajo las órdenes de un
gobernador o “tutricuts” nombrado por el Sapa Inca. Una vez al año, todos los curacas
principales debían viajar hacia Cuzco para renovar su juramento de fidelidad al Inca.

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El ayllu era la unidad básica de la sociedad andina que estaba compuesto por un grupo
de parientes que se reconocían como descendientes de un antepasado en común, un dios local o
un personaje mítico. Estos lazos de parentesco daban identidad a la comunidad y el derecho de
sus miembros a parcelas del territorio colectivo. Cada ayllu era gobernado por un encargado
de defender el territorio y distribuir la tierra: el curaca. A cambio los integrantes trabajaban
para él por turnos, cultivando sus tierras, cuidando su ganado, tejiendo su vestimenta. A estas
tareas se las llama mita. La misma tenía una duración variable y la cumplían los hombres
casados mayores de 18 años y menores de 50. Cuando los “mitayos”, así se denominaba a los
trabajadores que cumplían con la mita, terminaban su turno, volvían a sus casas y se dedicaban
a sus propias actividades hasta que les tocara el siguiente turno.

Otros trabajos que debían realizar eran los necesarios para la construcción de palacios,
fortalezas, carreteras empedradas, puentes colgantes y de canales de riego. El servicio
militar era cumplido por todos los pueblos del imperio, quienes enviaban por turno una cantidad
de sus hombres como soldados, tanto para las guerras de conquista como para la defensa de
las fronteras.

El sistema de relaciones que se estableció entre el ayllu, el curaca y el Inca estaba


basado en la reciprocidad, la cual regulaba las prestaciones de servicio y servía de engranaje
entre la producción y la distribución de bienes. Es decir, el Estado incaico era un Estado
redistribuidor. Los bienes entregados por los Ayllu eran redistribuidos a los ejércitos, a los
desprotegidos (viudas y enfermos) y a todos aquellos miembros del linaje del Inca que vivían
del trabajo de sus súbditos.

Representación de la reciprocidad y redistribución en el Imperio Inca

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Como no existía el comercio en el mundo de los Andes, el Estado tenía el papel principal
en el intercambio de los bienes que se producían dentro de su territorio. Para esto el Estado
inca, recibía la mayor parte del excedente de la producción campesina y de los artesanos y
luego distribuía gran parte de estos productos entre la población.

Tal como se mencionó anteriormente, el curaca organizaba el envío de hombres para


resolver las necesidades del Inca: cultivar los campos de la ciudad de Cuzco, la construcción
de templos, caminos y puentes, para el servicio al soberano viviente, para fabricar productos
de alfarería, entre otras. También, vigilaba la distribución exacta de las tareas, rodeado de
contadores que registraban cada cantidad en los cordelillos del quipu. El quipu era un sistema
de contabilidad Incaico, que permitía el control de lo producido e intercambiado, ya que los
incas no desarrollaron un sistema de escritura.
Quipu
¿Cómo interpretaban el mundo?

“Fuera de los incas no existía nada, porque nada debía existir.” Así eran presentados
los incas, en aquellos tiempos, por sus propios “historiadores” frente a los pueblos
conquistados. Nada se decía de las culturas anteriores a ellos, como tampoco sobre la historia
de los pueblos sometidos. Según señalan sus relatos, el Sol, en la figura de un hombre muy
resplandeciente, eligió y llamó a los incas, y a Manco Cápac como el mayor de ellos, para
decirles: “Tú y tus descendientes serán señores y deberán sujetar a muchos otros pueblos; me
tendrán por su padre y se enorgullecerán de ser mis hijos”.
Los pueblos que poco a poco conformaron el Tahuantinsuyu creían en diferentes dioses,
a quienes rendían culto en templos o en huacas (santuario/sepulcro de los antepasados). Entre
estos dioses, existían los considerados principales, conocidos por todos los pueblos, y los
dioses menores, conocidos solo por algunos.

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Cuando los incas organizaron el imperio, respetaron a los dioses de los pueblos
sometidos y sus templos, pero impusieron a los suyos como dioses principales. Estos eran el
Sol y la Luna, su hermana. Al dios Sol dedicaron grandes ceremonias, porque de él dependían la
vida y el calor para los hombres y para el desarrollo de todas las cosas vivas.
Para conseguir que el Sol y los demás dioses fueran generosos con su gente y la
protegieran, realizaban diferentes ofrendas. Al Sol, por ejemplo, se le ofrecía maíz, hojas de
coca, caracoles, ropa fina (que se quemaba en su honor) y el sacrificio de llamas.
Los incas construyeron templos del dios Sol a lo largo de todo el imperio. En estos
templos, vivían los sacerdotes y miembros de la nobleza muy respetados. Estos se ocupaban de
las ceremonias y del calendario, de tal manera que cada fiesta se realizara en el momento
preciso. Tenían mucha influencia en el gobierno, ya que cada nuevo Inca necesitaba de la
aprobación de la nobleza para poder ocupar el cargo.
El culto a los antepasados conformaba un aspecto central de la religión inca. Cada ayllu
veneraba a la pareja de la que descendía, según lo que contaban las leyendas. La familia de los
incas llamaba malquis a sus antepasados, y estos eran momificados al morir y pasaban a ser
figuras sagradas.

Portada de crónica de Guamán Poma de Ayala


El artista de la imagen fue Guamán Poma de Ayala, un cronista mestizo (nieto del Inca
Tupac Yupanqui) quién nació en el antiguo Virreinato del Perú. Registró, dentro de muchos
aspectos, las características de la sociedad incaica. Sus grabados describen las injusticias
del régimen colonial y remiten al hecho de que los españoles fueron colonos extranjeros en el
Perú, ejerciendo a través de ellas una reivindicación de los derechos indígenas.

Los aztecas
En la primera mitad del siglo XV, los mexicas o aztecas alcanzaron la supremacía del
valle de México y se lanzaron a la conquista de otros pueblos.
Los aztecas habitaban en el norte del actual México. Según la leyenda, hacia el año
1200 recibieron de los dioses el encargo de trasladarse a una región con tierras más fértiles.
En una isla del lago Texcoco, en el valle de México, se instalaron y fundaron su capital,
Tenochtitlán, en el año 1325. La leyenda también se refiere a una señal que permitió descubrir
que ese era el lugar indicado para establecerse: un águila posada sobre un cactus.
Mapa europeo de Tenochtitlán, la gran capital azteca. Nuremberg. 1542.

Poco a poco fueron sellando alianzas con pueblos vecinos o los incorporaron por la
fuerza. Hacia 1430 se aliaron con las ciudades de Texcoco y Tlacopan, y formaron una
confederación llamada la Triple Alianza o Liga de las Tres Ciudades, que consiguió dominar
todo el sur y el este de Mesoamérica e impuso tributos a los pueblos sometidos. Poco después,
los aztecas se impusieron a la confederación y organizaron un gran imperio, donde habitaban
más de cinco millones de personas.

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Pintura de la ciudad de Tenochtitlan

La sociedad azteca

El núcleo social azteca lo constituía el calpulli, grupo familiar, cuyos integrantes tenían
un antepasado común, que poseía sus propias tierras de cultivo. Sobre esa base se establecían
los sectores sociales aztecas, que eran muy definidos; la movilidad social era casi imposible. La
máxima autoridad política azteca era el emperador o tlatoani, quien a la vez era jefe militar,
juez supremo y representante de los dioses. El resto del a sociedad estaba compuesta por:

○ La nobleza, denominada piles, estaba constituida por la familia imperial y la clase dirigente
(sacerdotes, jefes militares y jefes de los calpullis). Este grupo no realizaba tareas
agrícolas ni manuales, por lo tanto, era mantenido por los campesinos y artesanos.
○ La mayoría de la población estaba formada por los macehuales, es decir, los campesinos y
artesanos.
○ Un grupo intermedio entre estos trabajadores era el de los pochtecas, que eran los
comerciantes, quienes tenían algunos privilegios.
○ Los esclavos formaban el grupo social más bajo. Estaban integrados por prisioneros de
guerra y condenados por delitos. Los mismos se encontraban sometidos a sus amos y
carecían de derechos.

Una economía agrícola y comercial

Las principales actividades económicas de los aztecas eran la agricultura y el comercio.


Como la superficie de la tierra en la que cultivaban pronto comenzó a resultar insuficiente, los
aztecas tuvieron que recurrir a distintas técnicas para desarrollar la agricultura. Emplearon la
técnica de la roza (quemado de los bosques, y utilización las cenizas para fertilizar las tierras)
y la

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tala en las zonas altas, el riego en las llanuras y las chinampas en las orillas de los lagos. Las
chinampas eran islas artificiales construidas sobre el lago Texcoco. Estas islas eran fijadas al
lecho del lago por medio de troncos de árboles y se las utilizaba como huertas. Se preparaban
delimitando franjas estrechas y rectangulares hechas con capas de vegetación procedente del
lago. Entre las chinampas se construían canales para que circularan las canoas, y en los bordes
se plantaban sauces para asegurarlas. El cultivo principal era el maíz, pero también sembraban
frijoles, ajíes, tomates, cacao y pimientos.

Una religión muy ligada a la guerra

A los dioses se los asociaba con elementos naturales, como el Sol, la lluvia o la tierra, o
bien con animales, como el jaguar o la serpiente. Las divinidades aztecas más importantes eran
Huitzilopochtli, que representaba al Sol y a la guerra, y Quetzalcóatl, dios de la sabiduría al
que se representaba como una serpiente emplumada.
La religión estaba muy ligada a la guerra. Los aztecas creían ser el pueblo elegido para
evitar la muerte del Sol. Entonces, para lograr que volviera a aparecer sobre el horizonte
pensaban que había que alimentarlo con corazones y sangre humanos. Esta creencia motivaba la
conquista de nuevos espacios, justificaba las guerras y el dominio de otros pueblos: así
obtenían prisioneros, que luego eran sacrificados. De todas formas, no todas las personas
sacrificadas eran prisioneros de guerra y pertenecían a otros pueblos, sino que también los
mismos mexicas eran sacrificados, esto provocaba que hubiera menos mano de obra disponible
para el trabajo de las tierras.

Sacrificio humano realizado por un sacerdote.

Las sociedades del arauco, pampa y patagonia

Al occidente de los Andes, los grupos que poblaban en el centro sur del actual
territorio chileno fueron quienes más resistencia opusieron al avance incaico. Sus entradas no
pudieron avanzar más allá del río Maule. Las características ambientales de la región ofrecían
recursos y condiciones absolutamente convenientes para el asentamiento humano, que disponía
de un

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paisaje boscoso —con predominio del roble y la araucaria—, suelos fértiles, abundante lluvia,
cuencas lacustres y sobre el faldeo cordillerano, altas montañas y volcanes nevados donde
nacen los numerosos ríos que atraviesan la región de Este a Oeste. Los incas llamaron «aucas»
a sus habitantes, término que utilizaban para denominar a los grupos rebeldes o belicosos
—que los conquistadores llamaron araucanos, derivado de Arauco, región donde residía la
mayor concentración de población—, aunque los descendientes actuales se denominan
mapuches (gente de la tierra) y, según fuentes del siglo XVI, habrían usado el etnónimo
«reche» (gente verdadera). Estos grupos eran descendientes de antiguos pueblos
agroalfareros formados en la interacción regional con otros grupos andinos y de las tierras
orientales a los Andes. No constituyeron una unidad política, pero hablaban (y hablan) una
lengua común, el mapuzugun (lengua de la tierra), y compartían un territorio común, al que
denominan Wall Mapu (tierra ancestral o circundante) que abarcaba el Ngulu Mapu (de los
Andes al Pacífico, actual Chile) y el Puel Mapu (Tierra del Este, de los Andes al Atlántico),
incluyendo a los distintos grupos que habitaron la extensa llanura pampeana y los valles
lacustres del este cordillerano. Eran sociedades aldeanas semipermanentes que habitaban en
rucas (viviendas construidas con materiales perecederos), sin diferencias sociales
establecidas, salvo las derivadas del prestigio o la autoridad. Si bien no tuvieron estructuras
políticas burocráticas, registraban formas de gobierno directo o semidirecto, a partir de las
juntas o consejos convocados por los jefes o lonkos (cabeza de la comunidad), con asistencia
de las diversas lof (comunidades). Pero cada uno gobernaba su jurisdicción, sin ninguna
dependencia ni subordinación a otro. Su autoridad se cimentaba en el linaje, el prestigio, el
valor como guerreros, la acumulación de bienes, la generosidad y la capacidad de oratoria que
desplegaban en los consejos colectivos. Si se organizaban alianzas, llamaban gúlmen o úlmen a
quien las encabezaba, en tanto que los jefes guerreros o toqui, surgían del reconocimiento
colectivo a su valentía y destreza en la conducción de la guerra. Organizaron su economía a
partir de prácticas horticultoras estacionales, de cultivos que se adaptaron al territorio (papa,
batata, calabaza, ajíes, poroto, teca, maíz y otros granos) sin abandonar la caza (guanacos,
huemules) y la recolección de frutos que le permitían los bosques de robles y araucarias. Más
allá de la actividad horticultora y pastoril, se destacaron por tres actividades artesanales de
importante calidad: sus mujeres fueron, entre otros aspectos, excelentes tejedoras de una
fina textilería elaborada a partir de la utilización de la lana de llama y de guanaco, y sus
hombres fueron delicados orfebres en el trabajo de la plata, además de la producción alfarera
y de cestería. En tanto comunidades agrícola-pastoriles, la principal ceremonia religiosa era y
es el Nguillatún, rogativa que los reunía anualmente para agradecer y pedir a dioses y
antepasados por el bienestar común, la abundancia de las cosechas, la fertilidad de los campos
y de las majadas. Los responsables de presidir las ceremonias rogativas e interceder con el
mundo simbólico-religioso eran los machi (sabios o chamanes), que bien podían ser mujeres o
varones. Dentro de las parcialidades del tronco mapuche o araucano, puede situarse en el
Ngulu Mapu, los chiquillanes, y por la banda de la costa a los cuncos que vivían al sur del río
Valdivia,

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hasta el Archipiélago de Chiloé, a los huilliches, que habitaron la mayor parte de la Región de
los Lagos, desde el Villarrica al Sur (lo que hoy se llama Chiloé Continental); en el Puel Mapu, en
la vertiente oriental de los Andes, entre el sur de la actual Mendoza y Valcheta, a los
pehuenches (gente de la tierra del Pehuén), más al Sur, en torno al lago Nahuel Huapi, se
ubicaban los poyas y los puelches (gente del Este). Las llanuras pampeanas y la región norte de
la Patagonia eran habitadas por los chewel che o tehuelches (gente brava). La mayoría de los
especialistas está de acuerdo en que el Río Chubut separaba a dos grandes parcialidades: los
tehuelches meridionales (que se extendían por el Sur, hasta el estrecho de Magallanes) y los
tehuelches septentrionales (que llegaban por el Norte hasta el Rio Colorado y el Río Negro). La
presencia o no de tehuelches en la región pampeana es fuente de polémicas entre los
investigadores, que tampoco se han puesto de acuerdo sobre la existencia de una subdivisión
separada denominada «pampa» y de cuál sería la relación y límites que tenían con los
mapuches, para quienes eran puelches, ya que habitaban las tierras del Este. El componente
septentrional de los tehuelches se ubicó entre el norte del Chubut y del Río Negro, con
incursiones por el sur de la provincia de Buenos Aires, en Sierra de la Ventana y el sudeste de
la provincia de La Pampa. Formaban clanes familiares que reconocían la autoridad de un jefe
sobre una determinada región. Habitaban en grandes toldos formados por cueros de guanacos
unidos entre sí, que formaban grandes carpas de 6 a 7 m de diámetro donde se desarrollaba
toda la vida familiar. Durante cada temporada, se movilizaban a pie en pequeños grupos por
circuitos determinados, predominantemente de oeste a este y viceversa, acampando a orillas
de lagunas y cursos de agua en campamentos temporales. Tuvieron un modelo económico
cazador-recolector: como cazadores de guanacos, ciervos, ñandúes, coipos, vizcachas y
mulitas, la utilización del arco y la flecha fue un elemento tecnológico de enorme importancia
por su efectividad y versatilidad a distancia. Esto les permitió desarrollar estrategias de
subsistencia más efectivas y obtener mayor cantidad de presas. Pero, además, consumían
pescado, sobre todo, en la Depresión del Salado y en el noreste rioplatense. Como
recolectores, aprovecharon la algarroba, la miel, el molle y piñones de la araucaria —alimento
principal— del que extraían harina para hacer pan o fermentados de los que obtenían bebidas
alcohólicas. El manejo de la agricultura ha sido motivo de controversia, pero el reciente
hallazgo de restos de maíz carbonizados en Cueva Tixi (Sistema de Tandilia) abrió nuevamente
el debate. Si bien la alfarería dentro de la región pampeana es un tema poco tratado, fue otra
innovación importante que posibilitó preparar alimentos calientes, conservar líquidos y otras
formas de almacenamiento en piezas de vasijas abiertas con decoraciones incisas de motivos
geométricos. Practicaron mecanismos de intercambio con grupos extrapampeanos, tanto del
oeste andino como de los grupos querandíes y guaraníes del Delta y del Paraná. En el largo
proceso de interacción e intercambios entre los distintos grupos, circularon conocimientos,
conceptos e ideas comunes que, con el tiempo, fueron consolidándose en modos de vida
comunes entre estas sociedades. Este modo de vida fue el que observaron y describieron los
primeros conquistadores, quienes dieron nombres genéricos a distintos pobladores de Pampa y

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Patagonia, como por ejemplo, Tehuelches o Patagones. Sin embargo, esos modos generalizados
de vida poseían diferencias regionales entre grupos, con variedades dialectales y distintos
sistemas simbólicos de expresión, que reconocían pertenencias territoriales propias y ajenas.

Los pueblos originarios en la actualidad


(en https://www.cultura.gob.ar/dia-internacional-de-los-pueblos-indigenas)

Si bien el relato oficial argentino negó e invisibilizó a las poblaciones indígenas,


acompañado del proceso de colonización y las campañas militares del siglo XIX que provocaron
gran parte del exterminio de varios pueblos, aún no han desaparecido. Tras batallas
centenarias, continúan peleando por la valorización de su identidad, su autonomía política, el
reconocimiento de sus derechos y los derechos sobre sus territorios.

Desde las comunidades afirman ser 38 pueblos distribuidos en todo el país. El Estado
lleva el registro de 34 pueblos inscriptos en el Registro Nacional de Comunidades Indígenas
(Re.Na.C.I.). Ellos son: Atacama, Chané, Charrúa, Chorote, Chulupí, Comechingón, Diaguita,
Guaraní, Guaycurú, Huarpe, Iogys, Kolla, Kolla Atacameño, Lule, Lule Vilela, Mapuche, Mapuche
Tehuelche, Mocoví, Mbya Guaraní, Ocloya, Omaguaca, Pilagá, Quechua, Ranquel, Sanavirón,
Selk'Nam (Ona), Tapiete, Tastil, Tehuelche, Tilián, Toba (Qom), Tonokoté, Vilela, Wichí.

El Instituto Nacional de Asuntos Indígenas (INAI) tiene identificadas 1653 Comunidades


Indígenas, entre las cuales 1456 han registrado su personería jurídica en el ámbito del
Registro Nacional de Comunidades Indígenas (Re.Na.C.I.), y de los Registros Provinciales.

Mapa de pueblos orignarios - INAI


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“Tomando en consideración el carácter dinámico y abierto de los procesos de


autorreconocimiento indígena, y la normativa obrante en la materia, el listado de pueblos
originarios no agotaría las posibilidades históricas para que comunidades indígenas denuncien
en el futuro su pertenencia a otros pueblos”, señalan desde el INAI.
Desde el INAI indican que, desde hace varias décadas, muchas familias han tenido que
migrar a las ciudades, por motivos económicos, laborales, escolares o a causa del avance del
despojo territorial, sin por ello dejar de pertenecer a sus pueblos o comunidades, con los
cuales mantienen un vínculo constante.

Al respecto y como fotografía de lo sucedido con muchos de los pueblos indígenas, la


Cacique Clara Romero, del pueblo Qom- San Pedro provincia de Bs As, cuenta que el pueblo
Qom tenía un gran walampa (territorio ancestral) que abarcaba las provincias enteras de lo
que hoy es Chaco y Formosa, parte de Santa Fe, de Salta y de Santiago del Estero. En la
actualidad, debido a las migraciones y desplazamientos, las comunidades siguen estando
principalmente en

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Chaco y Formosa, pero se han asentado también en el Conurbano Bonaerense, en San Nicolás,
San Pedro, La Plata y Rosario, donde se desarrollo una comunidad con más de 3000 habitantes.

“El desplazamiento nos parte en dos porque nosotros, cuando salimos del territorio,
salimos forzados por la situación económica o porque nos quitaron las tierras. Hay grandes
latifundistas que compran tierras y nos quedamos sin territorio”, explica la Cacique Clara
Romero.

“Ningún indígena salió de su territorio porque quiso buscar algo mejor dejando el
territorio atrás. Para nosotros tierra y territorio no son lo mismo. La tierra es la madre
tierra, no se nos ocurriría venderla nunca, como uno no piensa en vender a su madre. Y el
territorio es donde está nuestra ancestralidad, nuestra espiritualidad, nuestra cosmovisión”,
agrega.

Desde del INAI comparten que los pueblos indígenas mantienen una relación de
equilibrio, de armonía con la naturaleza. Y agrega Clara:

“Nosotros en la naturaleza tenemos supermercado y farmacia. De ahí sacamos nuestra


medicina y nuestro alimento, pero con el cuidado permanente de ser prudentes consumidores.
No depredamos, no contaminamos, cuidamos cada cosa que hay en la naturaleza preservándola
para nuestras generaciones futuras”.

Desigualdad y racismo: la realidad de 30 pueblos indígenas durante la


cuarentena (en

https://www.conicet.gov.ar/desigualdad-y-racismo-la-realidad-de-30-pueblos-indigenas-durante-la-cuarentena/)

El gobierno nacional solicitó a la Unidad Coronavirus COVID-19 a mediados de marzo


del 2020 que revele la realidad de las comunidades indígenas que habitan el suelo argentino en
medio de una invisibilización histórica y reclamos territoriales, lingüísticos y culturales
sostenidos, en algunos casos, desde hace más de un siglo.

“Los lineamientos bajo los cuales se pensó el documento eran expresos: queríamos
aclarar que no son sectores vulnerables, sino pueblos cuyos derechos han sido
sistemáticamente vulnerados; y tampoco se trata solamente de víctimas: son personas que
tienen la capacidad de pensar, soñar y organizarse, y eso les permite seguir existiendo a pesar
de todo lo padecido”, relata Liliana Tamagno, investigadora del CONICET actualmente jubilada
y directora del Laboratorio de Investigaciones en Antropología Social de la Universidad
Nacional de La Plata (LIAS, UNLP).

Titulado “Informe ampliado: efectos socioeconómicos y culturales de la pandemia


COVID-19 y del aislamiento social, preventivo y obligatorio en los Pueblos Indígenas en
Argentina. Segunda etapa, junio 2020”, el trabajo incluye registros de comunidades que
habitan las regiones Metropolitana, Pampeana, Noroeste, Noreste, Cuyo y Patagonia. La
dinámica se basó en comunicaciones constantes a través de conversaciones telefónicas, redes
sociales, la aplicación

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WhatsApp y videollamadas con los referentes de cada pueblo para hacer un seguimiento de la
cotidianidad en el contexto de pandemia en cuanto a problemáticas de ambiente y salud,
alimentación, y acceso a la educación, información y justicia. En todos los casos se describen
situaciones de necesidad, especialmente de agua potable y elementos de higiene, dificultades
económicas por la imposibilidad de salir a trabajar, y deserción escolar.

[...] Cabe mencionar que en la mayoría de los casos se trata de poblaciones migrantes,
ya sea de otras provincias como de países limítrofes, que han ido habitando la periferia de las
ciudades pero siempre en constante relación con sus lugares de origen, lo que los habilita a
reconocerse como pueblos más allá de donde se encuentren.

Para las autoras hay dos cuestiones fundamentales que quedan plasmadas a lo largo de
todo el informe. “En primer lugar, cuán fuerte impacta el COVID-19 en los pueblos indígenas,
las dificultades que atraviesan y los modos en que la crisis contribuye a ponerlas de relieve.
Esto obliga a revisar trabajos antropológicos que se centran en la cultura pero no tienen en
cuenta las desigualdades sociales y de clase, cuando en realidad son aspectos inescindibles”,
señala Tamagno, y añade: “Se habla de la necesidad de tener una educación bilingüe o una salud
intercultural tal cual lo dispone la legislación, pero son prácticas difíciles de llevar a cabo en
contextos de desigualdad. La interculturalidad por la que tanto se brega solo va a ser posible
cuando se reviertan las inequidades. Es el único modo ya que, si los medios o dispositivos de
comunicación son limitados, si no hay conectividad, si los maestros no tienen posibilidades de
capacitarse, ¿cómo se va a lograr un proceso de interacción y diálogo que implique a toda la
sociedad?”.

El otro tema que aparece con claridad en el informe de comienzo a fin –coinciden las
especialistas– es el del racismo. “Nos preguntamos por qué razón esta práctica, que la
Organización de las Naciones Unidas (ONU) denuncia desde 1946, sigue presente”, apunta
Tamagno, y reflexiona en consonancia con la teoría del antropólogo argentino radicado en
México Eduardo Menéndez, que la ha definido como el modo de relación establecido por el
capitalismo. “¿Cómo expropiar, explotar y hambrear al otro si no se lo supone inferior, si no se
lo cosifica? Hay que entender la desigualdad como algo producido por el interés del gran
capital que se hace realidad en los agronegocios, la minería y el megaturismo que avanzan
depredando y violentando la naturaleza, la vida y los derechos de los pueblos indígenas, a
quienes no se valora como al resto de los ciudadanos”, expresa.

Para finalizar, las especialistas destacan algo constitutivo de las comunidades


originarias que retrata su identidad más profunda. Así, se refieren a las formas de
organización y la reflexión sobre sí mismos, la vida humana y la naturaleza que tienen sus
miembros. “Los pensamientos

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hacia el futuro, lo que quieren para ellos, sus hijos y nietos. Ahí aparecen sus saberes y
utopías, que siguen en pie a pesar de todas las expropiaciones, arrinconamientos y
explotaciones sufridas. Ellos denuncian esas situaciones pero también desean que se valoren
los modos en que transmiten sus conocimientos de generación en generación”, sintetizan en
alusión a un aspecto que no quieren dejar de mencionar: “Sin caer en una mirada romántica,
subrayamos el sentido de lo colectivo comunitario que los guía y les permite seguir existiendo.
El sentido de reciprocidad: la idea del dar y recibir, pensar en el otro y ser de alguna manera
ese otro, resistiendo a la lógica de la acumulación y las leyes del mercado que organizan la
sociedad individualista en la que vivimos”.
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