Está en la página 1de 28

Transiciones del poder: Centralización de la organización política Wanka bajo el dominio Inca

(1987)
Terence D’Altroy

El trabajo del autor trata sobre analizar las transformaciones de la comunidad Wanka tras su
incorporación como unidad política bajo subordinación Inca. Además, investiga la historia del
pueblo, para contrastar justamente las transformaciones. Por último, este trabajo también sirve como
método para observar los medios de dominación utilizados por los Incas.

En los últimos dos siglos antes de la conquista Inca, la sociedad Wanka estaba formada por una serie
de entidades políticas pequeñas y de una relativa simpleza. Sin embargo, en su interior estaban
jerarquizadas social y políticamente, aunque más no sea embrionariamente. Lejos de levantar un
Estado, los distintos grupos locales Wanka eran pequeñas jefaturas caracterizadas por un liderazgo
carismático basado en atributos militares, lo que es producto de las guerras crónicas entre las
distintas tribus: se accedía al poder mediante demostración de capacidades de liderazgo militar, con
el consenso y aprobación de toda la comunidad. Estos cargos no estaban institucionalizados, por lo
que para cuando su función activa dejaba de ser útil, normalmente estos individuos dejaban su cargo
hasta que sea necesario recurrir a ellos nuevamente. La incorporación bajo subordinación al Estado
Inca en 1460, implicó una serie de transformaciones en torno a estas comunidades. Sobre todo
políticas: se avanzó hacia una centralización política que permitió mayor complejidad institucional.
Esto tuvo como consecuencia no sólo un incremento demográfico, sino una consolidación política de
parte de la elite y los grupos de parentesco que la disfrutaron. Esto fue porque esta elite local se
incorporó como funcionaria estatal del Tawantinsuyu, incrementando la legitimidad y el poder de las
mismas. Así, la sociedad Wanka se incorporó al Estado Inca, se redefinieron sus territorios y
tamaños, y se centralizó y complejizó políticamente. Cabe destacar, que estas comunidades fueron
una de las primeras –y fundamentales- en ayudar a los españoles en su ataque contra los Incas, con la
consiguiente derrota de estos últimos en 1530.

La sociedad Wanka preincaica (1350-1460)

1
Aproximadamente dos
siglos antes de la llegada
española a la región, el
valle del Mantaro superior –
las tierras altas centrales-
fue ocupado por un grupo
étnico conocido como los
Wankas. La región contenía
una importancia central
para los Incas, dado que
contiene las tierras
agrícolas más productivas
de la región de los Andes
Centrales. A su vez, porque
es un pasaje estratégico
intermedio entre la sierra y
la costa y la jungla.

Los Wankas, con una


población de más de 200
mil individuos, estaban
diseminados a lo largo del
complejo ambiente de la
sierra, lo que les permitía
un variado acceso de bienes
según la altura (desde maíz –
muy codiciado- hasta
distintos tipos de tubérculos y
rebaños de camélidos, en
las tierras más altas).

Los Wankas carecían de una centralización política que permitiera la consolidación de un Estado.
Esta comunidad estaba compuesta por una serie de entidades políticas en conflicto crónico entre sí,
sobre todo por el acceso a los recursos (limitados, respecto a la cantidad de bienes disponibles en
función de los pobladores). Si bien la sociedad tendía hacia una estructuración social incipiente, la
misma sólo estaba presente de manera moderada. En suma, es una sociedad descentralizada con una
estratificación incipiente. La estructura social se basaba en el ayllu, como en la mayoría de las
unidades políticas andinas. Para 1350, un cambio importante se dio en la estructura social de la
región: de la dispersión en pequeñas aldeas típicas se tendió a una centralización poblacional en
asentamientos en menor cantidad pero más grandes, en las zonas más altas, con fosas y edificios de
altura netamente defensivos. En otras palabras, se dio un paso hacia la centralización social y
política, que implicó a su vez la pérdida de acceso a las mejores tierras agrícolas. El hecho del
2
conflicto crónico entre las tribus Wankas (tanto por el limitado acceso a bienes de subsistencia, como
las ambiciones políticas y territoriales de los jefes locales) impactó en la estructura política. La
destreza militar era el vehículo que permitía el desarrollo de jerarquías políticas y sociales. Los jefes
eran denominados chinchecona (‘hombres valientes’, en singular, chinche) y alcanzaban sus
posiciones de jerarquía mediante el liderazgo voluntario de sus comunidades en las empresas
militares. Esto, debía ser refrendado socialmente por consenso de la comunidad. Al ser una autoridad
política centrada en el carisma, era difícil mantener dicho cargo de jefe en tiempos de paz. Si bien
usualmente esta jerarquía era cedida por el chinche una vez cesada las actividades bélicas, existían
casos donde la jefatura se establecía por la fuerza y continuaba en tiempos de paz, donde los chinche
se mostraban poco dispuestos a resignar sus posiciones. A su vez, el traspaso del cargo era igual de
problemático: a la muerte de un jefe militar sus hijos tenían cierto privilegio para la sucesión, pero no
era definitivo. Lo que se ve, entonces, es un incipiente mecanismo de centralización del poder
político en un grupo de parentesco, donde los jefes militares tenían un acceso privilegiado a tierras,
alimentos, etc., que los usaban tanto para la redistribución con fines políticos, como para la
acumulación de su parentela, a través del pillaje y la conquista de tribus aledañas. Es por ello que la
actividad bélica funcionó como el método primordial para la incipiente acumulación de bienes
particulares (tierras, esposas, maíz, etc.) que les otorgaban el acceso y la monopolización del poder
político a una pequeña parte de la población, normalmente bajo formas de parentesco.

Al parecer, la unidad política máxima lograda por las distintas comunidades Wanka fue en la última
parte del período Intermedio Tardío, en dos subdivisiones étnico territoriales: Hatunmarca y
Tunanmarca. Esto demuestra que las estructuras duales políticas típicas andinas, se manifiestan
también en estas comunidades. A pesar de que lo registrado en las fuentes es históricamente dudoso
respecto a los movimientos políticos de la región, lo que las crónicas confirman es que las guerras
periódicas, las alianzas y la apropiación de tierras debió haber contribuido a cambiantes
reorganizaciones territoriales y políticas, favoreciendo a la creación de una casta dirigente, es decir,
una incipiente elite. Sin embargo, se insiste sobre la inexistencia de un estado frente a la falta de
registro de burocracias, impuestos, sistemas tributarios, ejércitos permanentes.

La imposición del Estado Inca (1460-1533)

Como se sabe, las estrategias de dominación de los Incas sobre comunidades locales fueron variando
en función de las características del pueblo subordinar: complejidad política y económica, aceptación
o no del dominio inca, etc. Normalmente, los Incas permitieron que las elites locales mantuvieran su
lugar de dominio político con cierta autonomía, siempre y cuando respondan y funcionen como un
eslabón del Estado. Sin embargo, en regiones donde las mismas les ofrecieron resistencia o no
cooperaron, podían desde enviar servidores estatales a controlarlas hasta asesinarlas y cambiarlas
íntegramente por funcionarios cuzqueños, siempre en función de la cooperación o no de las mismas.

A pesar de las variaciones locales, existen ciertas guías generales. El poder político solía ser
verticalizado jerárquicamente en cargos ocupados por Incas étnicos e Incas de privilegio por sobre
los grupos sometidos. A niveles más bajos, la compartimentalización de curacas locales tendía a la
3
horizontalidad para evitar alianzas interétnicas contra el estado. A esta estructura, D’Altroy sostiene
que esta superestructura política cargaba con cierta fragilidad interna, ya que los funcionarios
estatales que respondieran directamente a Cuzco eran de una cantidad muy limitada, dejando el
dominio político fuertemente en los líderes locales, ejerciendo la dominación de manera indirecta.
Esta estructura se hallaba complementada por la amenaza militar y la reciprocidad redistributiva a
modo de entrega de bienes.

Bajo la administración Inca, se fundó una ‘capital provincial’: Hatun Xauxa. En puntos clave se
establecieron puestos camineros, paradores y edificios de almacenamiento. A su vez, los Incas
construyeron varios edificios estatales dentro de las comunidades Wanka, de modo que se observa
cambios extensivos sobre estas comunidades de parte de los Incas. Una de las transformaciones más
importantes tiene que ver con la demografía regional: los Incas promovieron importantes
movimientos de contingentes de personas, ya sea para reubicarlos en las cimas de las sierras, como
en los valles inferiores productores de maíz. Siempre según criterios de explotación económica.
Varios pobladores también fueron reubicados en el área del Norte, en Tomebamba (Ecuador),
normalmente fueron los que más se resistieron. Como se dijo anteriormente, la dominación política
tendía a ser indirecta, y a encontrarse fuertemente bajo responsabilidad de los líderes locales, sobre
todo teniendo en cuenta la insuficiencia numérica de funcionarios cuzqueños. Esto hizo que el
Tawantinsuyu se dedicara a reestructurar y aprovecharse de unidades políticas previas, más que crear
nuevas. Para el caso Wanka, los Incas lo dividieron en tres sayas, que parecen haber respondido a
divisiones étnicas y políticas preincaicas. A pesar de esto, se sumaron comunidades no Wankas
(como el grupo étnico Chongo). Esta nueva reorganización política, con la consiguiente ubicación
como soberanos de las mismas de las elites Wankas a modo de funcionarios estatales bajo
subordinación y lealtad a Cuzco, consolidó a una fracción de esta elite en el poder. A su vez, si bien
no desapareció los conflictos entre comunidades locales, tendió a orientar los mismos hacia el litigio
más que la guerra. Lo que observamos, entonces, es una mediatización del poder político de parte del
Estado central hacia los jefes locales. Esto benefició a la elite previamente asentada, porque
consolidó su legitimidad, le otorgó de una espalda militar y económica, y promovió la centralidad
política. La capacidad de atribuir los trabajos más odiados o preferidos, supervisar los censos y el
impuesto al trabajo, les otorgó un poder político a las elites locales del cual carecían anteriormente.
Los funcionarios eran responsables de mantener los bienes del estado (almacenamientos,
alojamientos, caminos, tierras, etc.) y de la construcción y mantenimiento de los centros
administrativos. Este trabajo podía ser compartido, sin embargo, por yanas y colonos enviados por el
Estado. A cambio de estas funciones, los curacas recibían grandes derechos y privilegios de acuerdo
a su posición jerárquica, a modo de redistribución de bienes. También, podían ser eximidos de
tributar trabajo y a los más favorecidos, hasta se les entregaban tierras a modo privado, aunque cada
curaca, según la estructura andina de relaciones de reciprocidad generales, tenía sus propias tierras y
las de su parentesco que eran trabajadas por la comunidad como retribución de sus servicios de líder.
Esta transformación fue promovida –según las fuentes- por Pachacuti. Los curacas de cada saya eran
el rango jerárquico más alto, siempre debajo del gobernador provincial, que fue casi con seguridad el
hunu curaca. La gobernación de cada saya equivalía a ser funcionario estatal. A su vez, las
evidencias arqueológicas confirman los lazos entre las elites regionales Wanka e Incas, dado que se
4
encontraron artefactos Incas en varios de los asentamientos de la elite Wanka, como también los
edificios públicos Wankas muestran la adopción del estilo arquitectónico Inca.

Las transformaciones de la dominación Inca

Ya se ha hablado de algunas de las transformaciones más importantes promovida por la


subordinación Inca. De la más destacable, se puede considerar la tendencia a la centralización del
poder político por parte de los curacas locales en una fracción de la sociedad, como elite, que
monopolizó en su grupo de parentesco los bienes necesarios para consolidar su dominio político. Las
elites Wankas ascendieron a nuevas posiciones que manejaron en beneficio propio al menos hasta
bien entrado el período colonial. Los cargos principales a niveles de sayas se denominaban cacique
principal, segunda persona y principal (la elite menor). La división entre el cacique principal y la
segunda persona reflejan la estructura sociopolítica dual típicamente andina. El cacique principal
encabezaba la más alta de las dos divisiones –estando el segundo bajo su subordinación-,
representando a la unidad política toda en lo que a relaciones exteriores respecta. Los títulos y
privilegios de las capas superiores se centralizaban en un grupo de parentesco determinado. Esto fue
fomentado por los Incas. Las cuestiones relativas a la sucesión no están claras. Los hermanos o hijos
podían heredar el cargo, aunque se supone que la elección seguía los criterios típicamente andinos: el
más apto, con preferencia de la descendencia del curaca. A pesar de que dependían de los Incas para
la mantención del poder político, los jefes Wankas contaban con una considerable legitimidad local,
independientemente de los Incas. Esto lo confirma la capacidad de movilizar un contingente de más
de siete mil soldados en apoyo a los españoles para la conquista y derrocamiento del Estado Inca.

En conclusión, para el caso Wanka el desarrollo de la complejidad política no se dio de manera loca,
evolutiva. Implicó la intervención acelerada del estado incaico, como solución a sus problemas de
administración imperial. La inexistencia de una unidad política para las comunidades Wanka
significó un problema para la administración incaica, para lo cual recurrieron a una unificación bajo
control de las elites locales, por las características de su Estado y sus recursos disponibles. Por ello,
los incas continuaron el sistema político local, respetaron a sus autoridades y se limitaron a
incorporarse como un eslabón más, llevando a cabo las modificaciones necesarias para lograr el
control político mínimo que les habilitase a la explotación de esta comunidad. Para ello, se introdujo
una burocracia estatal, se transformó a los curacas locales en funcionarios del Estado, y
reestructuraron su organización política, aumentando la complejidad, lo que benefició tanto a los
Incas, como a los líderes locales. Si bien las elites locales se encontraron subordinadas a las
demandas del Estado, aumentó su poder para mantenerse en el cargo. Como resultado, el poder ya no
asignaba a los curacas a través de la comunidad, sino que era delegado por la nueva autoridad estatal.
Las elites Wanka adoptaron la centralización para el beneficio propio, incluso luego de la caída de
los Incas.

La administración decimal Inca en la región del lago Titicaca (1982)


Catherine Julien

5
La autora sostiene que la administración Inca logró el control de las elites locales mediante una
reducción del control discrecional sobre el trabajo y los bienes, por un lado, y removiendo a los
dirigentes más reacios, por otro. A su vez, si bien los liderazgos locales poseían estatus, el hecho de
verse obligados a participar en trabajos públicos lo rebajaba, al mostrarse como funcionarios
subordinados del Estado Inca. Este sistema de jerarquías estructurado por Cuzco borró las
variaciones regionales en pos de construir un sistema de clases ‘imperial’ lo más homogéneo posible.
Por otro lado, es posible observar diferencias con autores como Pease o Murra. Donde ellos no ven
organizaciones decimales por su no referencia en las fuentes, Julien sostiene que es una evidencia
indirecta, donde Murra señala la continuidad sin cambios del sistema de archipiélagos vertical, Julien
observa transformaciones locales a partir de él.

El sistema de organización decimal era una herramienta, sobre todo, de reclutamiento de fuerza de
trabajo. A pesar de su escasa evidencia en las fuentes, se ha confirmado su existencia como manera
de distribuir la obligación laboral impuesta por el gobierno inca por sobre las ‘provincias’. Un caso
emblemático es el de la provincia Lupaca, documentada por una visita de 1567. A pesar de no ser
nombradas en las fuentes, con un tratado no tan profundo de las mismas se puede observar que esta
administración decimal se aplicó en estas latitudes. Sobre todo, la colocación de las elites locales
como administradores decimales –es decir, funcionarios subordinados del incario- fue un método de
limitar la autoridad local de dichas personas, en vistas de sofocar cualquier intento de rebelión o
levantamiento. Los orígenes de la administración decimal son oscuros. Se sostiene que los incas
pueden haberla adoptado durante el reinado de Pachacuti y continuado por los incas subsiguientes,
con las modificaciones necesarias para cada región en particular.

El gobierno Inca extraía bienes y servicios de las provincias, a través del pago del tributo. Si bien la
expropiación de grandes porciones de tierras y propiedad mueble podía darse tras cada conquista, la
administración de las unidades políticas subordinadas se basaba en otros principios. No en la entrega
de bienes. En cada provincia, la administración estuvo centralizada bajo el control de un ‘gobernador
provincial’ elegido entre la nobleza de Cuzco. Estamos hablando del cargo de mayor jerarquía. Este
gobernador tenía un número de tenientes (michoc) quienes ayudaban en la administración junto con
los expertos en nudos, los khipucamayoc. La principal exigencia del gobierno fue el reclutamiento de
mano de obra, y la entrega de fuerza de trabajo. Por ello, las principales tareas de dicha
administración recaían en el control y reclutamiento de esta fuerza de trabajo bajo distintas formas,
sea de manera permanente –como los yanas- o de manera temporaria, bajo la expresión de la mit’a.
Estas dos formas fueron la principal subdivisión del sistema tributario inca. Aquellos que no eran
asignados a un rol permanente –sea esta una tarea que requiera especialización o no- eran ubicados
en el pool general de tributarios sujetos a reclutamiento, tanto de tareas temporarias como
permanentes. Cada provincia estaba sujeta a un tipo de asignación laboral fija, y contaba con su
contingente de trabajadores disponibles para el reclutamiento. Como se sabe, quienes eran asignados
a una tarea de forma permanente transformaban su categoría social a una distinta a quienes no, a los
tributarios ‘normales’ de la provincia. Usualmente eran trasladados permanentemente a otros
territorios, frente a lo cual perdían sus derechos comunales originarios. Para su subsistencia, la
administración Inca les otorgaba parcelas de tierra usufructuable. Su categoría de servidor
6
permanente era pasado a la generación subsiguiente, y su dependencia con las figuras a las cuales
servían los acercó mucho más al gobierno inca.

Las dos formas distintas de trabajadores tributarios se distribuían de manera decimal, y cada una de
las unidades decimales estaba compuesta por un número de tributarios domésticos, que podían ser
una pareja casada o mujeres con hijos crecidos. A la cabeza de cada unidad decimal había un
funcionario, y entre estos funcionarios existían relaciones jerárquicas de distinto nivel. La evidencia
sugiere que uno de cada diez funcionarios decimales servía como ‘cabeza’ de una agrupación de diez
funcionarios, al mismo tiempo. Por ejemplo, uno de los diez funcionarios de pachaka (unidades de
100 tributadores) servía también como funcionario de guaranga (unidades de 1000 tributadores).
Estos funcionarios decimales eran sostenidos por la población local bajo las relaciones de
reciprocidad típicamente andinas. A su vez, algunos de estos funcionarios decimales provinciales
disfrutaban de posiciones importantes en el gobierno, como capitán del ejército o consejero
representante de algunas de las divisiones políticas. Estos individuos pasaban probablemente la
mayor parte del tiempo acompañando al Inca, en Cuzco. Algunos, por ejemplo, fueron llamados Apu,
lo que denota un rango de altísimo nivel (individuos con sangre real inca, parientes cercanos del
Inca). Todos los administradores decimales estaban organizados por orden numérico en función del
tamaño de la unidad decimal que regían. A su vez, probablemente hayan estado divididos en alto y
bajo. El término curaca parece asignarse al rango más alto de los funcionarios decimales desde el
hunu (10 mil), hasta el pisca pachaca (500). La sucesión en el cargo era distinta en función de la
jerarquía de líderes decimales. Heredar el cargo sólo era característico de los curacas. A medida que
la jerarquía descendía, era más fácil perder el cargo en función de ofensas cometidas. Normalmente
7
los funcionarios de más alto nivel elegían a los de menor, como los líderes de pachaca. Esta elección
era vitalicia y casi siempre corría a cargo el curaca. La diferencia de rangos era evidenciada, por
ejemplo, en los proyectos estatales de obra pública. Todo el mundo, hasta el Inca en persona,
participaba. Pero, mientras de menor jerarquía se era, el líder decimal debía pasar más tiempo en la
obra, formando parte del trabajo, incluso. Todos los funcionarios curaca se retiraban rápidamente a
otras celebraciones, mientras que los funcionarios pachaca se quedaban trabajando con sus
tributarios. Lo mismo ocurría con las elecciones de dirigentes decimales: a medida que la jerarquía
descendía, los requisitos eran más flexibles: Guamán Poma señala que los funcionarios que dirigían
unidades de tributarios en el pool temporario eran ‘gentes de origen humilde’. La administración
basada en criterios decimales tuvo ciertos beneficios inmediatos y otras transformaciones a mediano
plazo. La creación de un sistema decimal estandarizado permitió un mayor aprovechamiento de la
fuerza de trabajo, es decir, una mayor productividad. Además, se logró una distribución más
equitativa del trabajo. También, se logró una equivalencia entre los líderes locales de todas las
regiones bajo control Inca: así como se estandarizó el sistema de explotación, se estandarizaron las
clases dominantes intermedias que funcionaban como mecanismo de transmisión entre el pueblo y
las necesidades de la administración estatal, homogeneizándolas en una misma figura e identidad
como funcionarios del Estado Inca. La herencia formal de los cargos, y el rango asociado estandarizó
el número de individuos de la elite provincial hereditaria reconocida por el gobierno Inca. Este
sistema pudo haber prescripto tanto obligaciones como derechos y privilegios estandarizados para
todos los funcionarios. Como se dijo, si bien la administración decimal estaba ampliamente
difundida por el Imperio al momento de la conquista española, su documentación fue bastante
fragmentaria.

El caso Lupaca

Si bien la visita de Chucuito casi no hace referencia a las organizaciones decimales, la principal
fuente de información que sugiere que las divisiones políticas estaban organizadas bajo esta
estructura, es un quipu. Para el caso Lupaca, la provincia estaba organizada alrededor de siete
pueblos y sus distritos. A su vez, cada pueblo estaba dividido en Hanan y Hurin. Los curacas dirigían
las principales sayas de Chucuito, y los dos curacas dirigentes de cada saya de Chucuito eran los
funcionarios a cargo de cada saya respectiva de la provincia Lupaca entera. Así, Martín Quri, jefe
Hanan del pueblo de Chucuito era también jefe Hanan de la provincia Lupaca, y Martín Kusi, dirigía
la fracción Hurin tanto de Chucuito como de la provincia. Entre los dos, totalizaban unos 20 mil
tributarios, aproximadamente. Es decir, dos hunu, donde cada suyu tenía un hunu cada uno. Por ello,
además de jefes de saya, Martín Quri y Kusi eran jefes hunu. Cada uno de ellos, tenían a cargo 17
ayllus en el pueblo de Chucuito, que se estiman que eran de un tamaño de 100 unidades (una
pachaca). Los dos dirigían 10 ayllus de aymara, 5 de uru, uno de ceramistas y otros de plateros. Bajo
esta clasificación (que se considera que estaba determinada por la riqueza), se estima que la categoría
uru implicaba mayor estatus que el de aymara, los cuales tributaban la mitad de fuerza de trabajo
respecto a estos últimos. El otro pueblo del cual ha quedado registro decimal es el de Acora, el cual
estaba dividido en dos saya, compuestos por 11 ayllus para Hanan y 9 para Hurin (sumados, un
decimal).
8
Como se sabe, los Incas tendieron a adecuarse y respetar las condiciones locales de cada región
conquistada. Una condición local, en el caso Lupaca, fue la organización alrededor de un número de
centros urbanos prominentes. Es decir, que la división decimal fue aplicada según criterios de un
urbanismo previo al incario. Otra condición respetada, fue la división en Hanan y Hurin, frente al
cual existe un debate entre investigadores acerca de si esta división era propia de la zona de la cuenca
del Titicaca o fue implantada por los Incas. Debe sumarse también la división entre aymara y uru,
que también probablemente fue propia de la región. Sin embargo, los significados son desconocidos,
dada la confusión acerca de la superposición de características culturales del área (lenguaje,
etnicidad, ocupación y riqueza).

Para el caso de Huánuco, la mitad de la población tributaria estaba bajo asignación permanente. Se
estima que la agricultura general, como el servicio militar revestían la forma temporaria. Muchos de
los servicios especializados (y no tanto, pero particulares, como el servicio de guarnición de
frontera), en cambio, de manera permanente. Para el caso de Chucuito no se cuenta con una lista
cuantificada de asignaciones.

Uno de los medios para limitar la autoridad de los lideres decimales locales, fue el de confinarlos a la
labor de reclutamiento de un pool general de tributarios. Una segunda herramienta, fue la de
disminuir el número de tributarios en el pool general (teniendo en cuenta que parte del estatus era
determinado por el tamaño del pool de tributarios comandado), asignando una importante parte de
ellos a servicios permanentes, pasando a estar bajo administración y dominio incaico directo. Se
estima que la mitad de los tributarios era asignada a servicios permanentes en Huánuco, y que esa
división podría haberse extendido a la provincia Lupaca entera. Más allá de esta limitación a la
autoridad, de las fuentes se desprende que en algún momento durante los 35 años de conquista
española y derrocamiento del Tawantinsuyu y la visita, los curacas asumieron una posición de
autoridad local sobre la población local, que les otorgaría la función futura en el mundo colonial de
ser intermediarios con el nuevo régimen español. Sin embargo, en otras provincias, los gobernadores
Incas se aferraron al poder durante 10 o 15 años luego de la caída del Estado Inca.

El Estado inca en las tierras altas del sur: enclaves estatales, administrativos y de producción
(1987)
Mary La Lone y Darrell La Lone

Lo que los autores estudian en este trabajo son las fuentes de financiamiento del Estado Inca, al ser
un estado expansionista, que, por lo tanto, necesitaba cada vez más recursos a medida que crecía.
Según La Lone, la economía inca es una economía de movilización, donde los bienes y servicios
eran centralizados en el Estado a partir del pueblo, con objetivos políticos de expansión. Para ello, la
fuente principal de financiamiento fue la administración –y explotación- directa de las tierras, el
trabajo y los sistemas de almacenamiento, más que el intercambio o mercado. La organización de la
tenencia estatal de tierras, y las formas de explotación laboral de la mita o los colonos, junto al
almacenamiento y movimiento de bienes fueron los componentes esenciales de la economía
9
Inca. La enorme transformación que produjo el Tawantinsuyu fue el enorme salto de escala a nivel
productivo superando la autosuficiencia general y las redes de intercambio locales de las pequeñas
comunidades, propio de las necesidades políticas de un Estado expansionista.

Cronistas como Juan Polo de Ondegardo diferenciaban las tierras privadas de los gobernantes, de las
tierras destinadas al estado. Él argüía que el gobernante Inca exigía un tributo en su calidad de jefe
del Estado. Este tributo provenía de las tierras del estado, y la mayor parte se dirigía a llenar los
almacenes puramente estatales, con alimentos y provisiones militares. Estos bienes almacenados eran
distribuidos con propósitos estatales tales como mantenimiento de la milicia, hospitalidad para
señores, bienes para trabajadores y para poblaciones conquistadas. Teniendo en cuenta la expansión
territorial y política del Estado, se entiende que un incremento constante de la productividad estaba
presente en el horizonte del incario constantemente. Cabe destacar que el tributo no fue extraído de
tierras propias de los tributarios o de las tierras comunales, sino de tierras dedicadas específicamente
al Estado, al Inca o al culto del Sol. Como consecuencia, se dio una expansión sustancial de tierras
dedicadas al estado, y de la mano de obra para trabajarlas. La combinación de la administración de la
tierra y el trabajo usada por el Inca tiene la forma particular de enclaves estatales, los cuales se
pueden dividir en producción (destinados a la agricultura intensiva) y administración (para el control
de personas y tributo de las diferentes regiones). [División diferente de Pärssinen] Normalmente
los enclaves de producción se colocaban en valles altamente fértiles. Los administrativos, en
regiones estratégicas en términos de comunicación y transporte, de recolección del tributo y control
militar. Estos enclaves fueron sostenidos por los colonos (mitmaq), individuos trasladados de sus
comunidades locales y reubicados en estas tierras para servir al Inca permanentemente. Los rasgos
que caracterizan a los enclaves estatales son la expropiación de grandes regiones de tierra para
funciones estatales, y la movilización de cantidades importantes de trabajadores. Esta dinámica
parece haberse extendido durante el último tiempo de expansión del incario.

Enclaves de producción

Eran trabajados a cabo fundamentalmente por mitmaq, de tiempo completo, y ocasionalmente por
fuerza de trabajo de mit’a. A modo de ejemplo, Cochabamba y Abancay ofrecen información. Los
autores la definen como granjas estatales, dado que el Estado removió toda la población local,
introdujo colonos como fuerza de trabajo permanente y ocasionalmente mitayos para incrementar la
productividad. Es decir, eran tierras dedicadas enteramente a la acumulación estatal. Cochabamba es
el enclave productivo bajo control Inca más grande conocido. Es una región de valle muy amplia y
fértil, dedicada al cultivo del maíz. Según las fuentes Topa Inca Yupanqui conquistó el valle y
comenzó su reorganización, pero Huayna Capac realizó la reorganización más amplia, trasladando la
población local a otra región, para luego poblarla multiétnica de colonos. Los colonos se dedicaban a
mantener los depósitos, y los mitayos de sembrar y cosechar. Estos trabajadores estaban bajo control
de los administradores incas y una serie de líderes decimales. A su vez, se les asignaban otras tierras
para su subsistencia, de lo que se estima que era un 10% de la región cultivada, lo cual se les
permitía complementar usando los márgenes de las tierras del Inca. El maíz producido era colocado
en depósitos a lo largo del valle, para luego ser llevado al tampu de Paria, y de ahí transportado en
10
llamas a Cuzco. Parece que la utilidad primordial de este maíz era para alimentar al ejército de
Huayna Capac. En Abancay, en cambio, se producía más variadamente: coca, ají, algodón, lúcumas,
pacaes y sacapa. Al igual que en Cochabamba, estaba mantenido por múltiples etnias de colonos
permanentes, trasladados de la región del Cuzco, bajo la administración decimal: cada pachaca (100)
estaba compuesta por una sola etnia y una guaranga (1000) agrupaba pachacas de múltiples etnias.
Los colonos de Abancay servían como trabajadores agrícolas. A cada colono se le otorgó uno o dos
tupu (unidad de medida de tierra) de tierras ubicadas cerca del valle para su subsistencia. Los
productos eran almacenados en depósitos estatales, se estima, para mantener las guerras estatales.

En suma, lo que observamos es que Cochabamba y Abancay fueron una importante fuente de
finanzas estatales, y por ello son denominados haciendas estatales por los autores: porque estaban
totalmente dedicadas a la producción del y para el Estado Inca. Lógicamente, la subordinación de
grandes contingentes de fuerza de trabajo a una escala tan grande era un requisito previo para
movilizar tamaña producción.

Enclaves administrativos

Como se dijo, los enclaves administrativos eran ubicados según condiciones estratégicas (transporte,
comunicación, recolección del tributo, defensa del imperio y policía regional). Uno de ellos fue el de
Raqchi (Cacha), a 113 kilómetros al sur de Cuzco, sobre la ruta del Collasuyu. Allí se construyó el
Templo de Viracocha. Parte del complejo parece haber sido un centro de culto. También, otros
aspectos (el de fortaleza, con muros que se extienden a 3500 metros con casi dos metros de alto)
sugieren que era un centro administrativo. Fuera del templo, se reconstruyeron otras estructuras
como patios y demás. Se estima que pueden haber albergado personal religioso y administrativo.
Además, un número de edificios circulares parecen haber funcionado como almacenes. Este sitio fue
catalogado como uno de los tampus estatales (postas) en la ruta del Collasuyu. Como se sabe, la
particularidad de las dinámicas redistributivas andinas y sus expresiones estatales hacen que este tipo
de edificios estatales cumplan varias funciones sociales (políticas, religiosas, económicas, etc.) al
mismo tiempo, y sea difícil caracterizarlas. Guaipamarca y Ocomarca eran otras tierras ubicadas
arriba del asentamiento colono de Guasao, a 16 km al sur de Cuzco, de las que tenemos registro por
los litigios entablados por un pueblo de indios. Los indios del pueblo de Guasao reclamaban en 1570
los derechos a las tierras llamadas Mayobamba, otorgadas por Topa Inca gracias a sus servicios
como colonos en las tierras estatales del Inca. Si bien las versiones de los testigos pueden variar,
todos compartían la aseveración de que Guaipamarca y Ocomarca eran tierras del Inca, y que eran
tierras distintas a las reclamadas por los colonos de Guasao y distintas del culto del Sol. A su vez,
estas tierras contenían una fortaleza, muros, edificios, tierras y recintos, todos pertenecientes al Inca.
Es difícil saber si la estructura era una ‘fortaleza’ o si esa fue la interpretación hispana. Pero de lo
que sí ha quedado registro, es que los colonos estaban a cargo de la fortaleza, sus muros tierras y
otras estructuras de estas tierras. Es decir, eran colonos encargados de mantener estas estructuras
estatales. Toda esta información la tenemos gracias a la exigencia de los indios por las tierras de la
región colindante llamada Mayobamba, entregadas a los colonos en calidad de tierras de
subsistencia. Sin embargo, algunos funcionarios de la elite Inca indicaron que estas tierras habían
11
sido pasturas dedicadas a los rebaños del culto solar, más reconocían la entrega de tierras a colonos
de parte de Tupa Inca y reconfirmadas por Huayna Capac. Lo que se discutía eran cuáles eran, más
no la entrega de tierras a los colonos.

Los colonos, en suma, fueron introducidos para la explotación de las tierras estatales. Para su
subsistencia, se les distribuyeron el derecho de uso de ciertas tierras, de manera que el Estado no
tuvo que mantener a los mitmaq trabajando en sus tierras. Para el caso de Cochabamba y Abancay,
son enclaves pensados para proveer al ejército. En cambio, Guaipamarca y Ocomarca muestra un
centro más modesto y con funciones más variadas. Sin embargo, algunas características comunes se
desprenden de estos centros, a saber:

1. El estado expropiaba sitios que dominaban recursos críticos o posiciones estratégicas, y


creaba enclaves reemplazando la población local con colonos de otras regiones del Estado.
Estas tierras estatales eran reconocidas como distintas a las tierras mantenidas por colonos
como por el culto del Sol. A su vez, el Estado construyó centros administrativos y sistemas de
irrigación en ellas para la intensificación de la agricultura.
2. La mano de obra fue en su mayoría mitmaq, la cual residía en ella permanentemente
otorgando el servicio de tiempo completo al estado. Eran traídos de regiones distantes, y
reubicados cerca de un enclave.
3. El estado proveyó a los colonos con tierras y pasturas adyacentes a las tierras estatales para su
subsistencia, asegurándola a un costo bajo, mediante el mecanismo de reciprocidad donde el
Inca ocupaba el rol de generosidad, otorgando el privilegio de usufructuar esas tierras a
cambio de los servicios dados al estado.
4. Las tierras estatales particulares datan del tiempo de Topa Inca Yupanqui, y en Cochabamba
la organización del enclave se expandió durante Huayna Capac. Los productos de estos
enclaves iban a los almacenes estatales.
Para finalizar, los autores afirman que la economía Inca es más compleja que la imagen de una
población movilizada bajo amenaza de guerra, por un lado, y con la reciprocidad de la entrega de
regalos, por otro. Si bien estos mecanismos existieron para prevenir rebeliones, lo cierto es que estas
rebeliones existieron de todas maneras. El poderío Inca fue posible –entre otras cosas, al menos
económicamente- gracias a la capacidad de dirección de grandes cantidades de tierra y mano de obra.
La capacidad de extraer y explotar, y a la vez proclamar su generosidad, fue la fuente de su fuerza.
Colocó su énfasis sobre el desarrollo de la tierra institucional, y en el sistema de trabajo mitmaq. Por
eso, creó numerosos enclaves productivos, administrativos mantenidos por cuidadores permanentes.
La organización económica del Estado Inca (1978)
John Murra

Capítulo 2: tenencia de la tierra

Para 1500, tras la caída ya del Imperio Inca, miles de aldeas serranas que el Estado inca había
incorporado seguían instaladas donde lo estuvieron antiguamente: donde no ocuparan tierras
12
cultivables. Un asentamiento que controlaba determinadas chacras era llamado llacta, que se
traduciría según Murra, en ‘aldea’, compuesta por varios ayllu o grupos de parentesco. Las aldeas,
junto a sus tierras, en cambio, eran denominadas ‘marca’. La tierra era poseída y cultivada “ayllu por
ayllu”, de modo que se identificaba la tierra necesariamente con los vínculos de parentesco. Es decir,
la propiedad y el acceso a la tierra eran a través de las relaciones de parentesco y por el trabajo
común, de manera automática. En la época preincaica, la tierra se asignaba periódicamente por la
comunidad a cada ayllu en función de sus necesidades de familia, siempre con miras a la
autosubsistencia. Polo y Huaman Poma sugieren que la asignación era anual, pero Murra sostiene
que es improbable. El tamaño de cada unidad doméstica determinaba que le tocaba a cada uno. A la
superficie básica apta para alimentar a una pareja durante el año se le denominaba ‘tupu’. Sin
embargo, teniendo en cuenta las condiciones tan diversas en los Andes, el mismo no implicaba una
medida universal: era relativa en función de las condiciones de cada región. Conceptualmente, era la
unidad básica para la subsistencia. Cada hijo significaba un tupu adicional, y cada hija, medio tupu.
Todo campesino casado y apto físicamente recibía un tupu, de él se alimentaría toda su familia. Esta
dinámica no se modificó ni aún tras la conquista inca. Debido al correcto funcionamiento de este
mecanismo, Polo señala la ausencia de litigios entre individuos y familias pertenecientes a una
misma aldea, a diferencia de las disputas interétnicas, las cuales eran normales. La reasignación la
emprendía y supervisaba el curaca de cada ayllu. Lamentablemente, no es posible determinar con
precisión los derechos que adquirían las familias individuales sobre las tierras que les eran asignadas
por la comunidad. A su vez, todo trabajo ‘pesado’ (es decir, que excediera las necesidades de la
familia) eran realizados mediante un esfuerzo colectivo, a través de la mita. Ejemplos son la tierra
del curaca, y, luego, las del estado. El beneficiario de la mita debía proporcionar la semilla para
plantar los alimentos con los cuales subsistiría el trabajador, y la chicha.
Para la economía Inca, según Murra, puede hablarse de una ‘agricultura estatal’. Después de la
conquista, fueron atribuidas tierras al Tawantinsuyu y a la iglesia estatal en cada región, y
posiblemente en cada etnia. La ideología Inca justificaba la incorporación –forzada- de los grupos
étnicos locales al Estado con el pretexto de que el mismo oficiaba como mediador de las disputas y
guerras entre estas comunidades. De no mediar su autoridad, el mundo andino estaría sumido en el
caos. Esta fue la base legal/ideológica mediante la cual el Estado expropió a las comunidades locales
y se apropió de grandes contingentes de tierra. Así, después de conquistar una región, todas las
tierras, llamas, ríos y sierras eran declaradas propiedad del estado. Todo pasaba a ser propiedad del
Inca (aunque veremos que no es así) y todas las tierras que explotaban las poblaciones locales para
subsistir eran entregadas en calidad de concesiones reales, las cuales eran usufructuadas por ellos,
pero seguían bajo dominio del Inca. Sin embargo, en la práctica, la autoridad de los incas estaba
limitada por los sistemas económicos que los mantenían en el poder: no hay alternativa de
continuidad para las tenencias tradicionales y la agricultura suficiente, los Incas no podían destruir
ese modelo. Por ello, ambos conjuntos de derechos, los del estado y los tradicionales, subsistieron
durante el dominio inca. Aunque los Incas se colocaran como los mediadores y pacificadores, las
disputas siguieron sucediendo bajo su gobierno. Por ello, prohibieron la guerra y convirtieron la
agresión armada en litigio. Las disputas sobre las tierras eran zanjadas por “jueces de sangre real”,
investidos bajo la autoridad del rey.
Según Murra, fue Pachacuti quien invento el sistema general de tenencia de tierras. Aunque, otros
cronistas se lo anotan a Tupa. Huaman Poma llamaba sayua checta suyuyoc a quienes establecían los
límites. Estos eran de origen real, y se encargaban de que cada provincia, etnia y ayllu recibieran sus
13
campos, pastos y aguas de riego. Para definir los límites, estos especialistas los marcaban con
mojones, que servían para separar no sólo las zonas de cultivo, sino también aquellas en las cuales no
se podía ingresar. La zona que tomaba para sí el estado variaba mucho en cada región, en función de
la dependencia de la gente local para su subsistencia. Siempre, la parte del estado era mayor que la
asignada a la iglesia. Las tierras de culto se administraban y labraban separadamente, al igual que las
cosechas eran almacenadas por separado. Siempre que el estado conquistaba una región, se
enajenaban los dos conjuntos de tierra de manera simultánea, y ambos eran explotados a través de la
mita. No existe información detallada de las tierras del culto. Las tierras eclesiásticas se cultivaban
sobre todo para cosechar maíz, como alimento ancestral y otros productos para los sacrificios, así
como para alimentar a los sacerdotes, las aclla y otros religiosos. Además de la religión oficial del
estado, otros dioses –como el rayo, o la Pachamama- tenían sus propias tierras, sacerdotes y criados.
En suma, entre los Incas hubo dos dimensiones de la agricultura y tenencia de tierras:
1. El cultivo por los campesinos como parte de un sistema de tenencias étnicas (ayllu) que
sobrevivió a la conquista incaica, dado que era peligroso afectar la autosuficiencia campesina.
2. El establecimiento luego de la conquista, de unidades agrícolas productoras de rentas
‘atribuidas’ al estado o al culto solar. Estas tierras fueron creadas mediante mejoras
auspiciadas por Cuzco. Cuando eso no bastó, como en la costa, fueron enajenadas e
incorporadas a los dominios estatales tierras poseídas y trabajadas por los campesinos de las
etnias conquistadas, mas estos casos fueron las excepciones.
Existieron otras categorías, además de estas principales:
a. Dominios o privilegios especiales para señores étnicos (como los reyes Chimú o de
Chucuito), o los curacas que perduraron bajo los Incas.
b. Dominios otorgados por el rey a individuos y sus linajes por servicios especiales.
Aparentemente estas tierras eran de origen estatal.
c. Dominios reales asignados a cada monarca y sus linajes reales, vivos o muertos.
d. Nuevos asentamientos de colonización mitima, creados por el estado.
Además de estas categorías, nuevas formas de tenencia de tierras se estaban configurando, las cuales
quedaron truncas tras la conquista española, a saber:
a. Se sabe poco de los privilegios diferenciales que tenían los curacas sobre sus tierras. Murra
indica que tales derechos deben haber diferido según los lugares a los cuales se haga
referencia. A su vez, por haber dirigido a la etnia durante las conquistas, el sinchi –jefe
militar- y e curaca deberían haber adquirido algunos derechos privilegiados sobre el uso de
dichas tierras. Existe la posibilidad de que estas tenencias estén transformado su forma.
Cronistas como Castro y Ortega, sostienen, por ejemplo, que varios curacas recibieron
chacras del Inca Tupa, sin indicar alguna relación entre lo recibido y las tenencias
tradicionales del ayllu. Murra sostiene que esta dádiva no es más que una forma ideologizada
de confirmar la tenencia de una tierra del curaca que ya existía previa a la conquista.
b. Debido a que el estado tomó tamaña magnitud, la administración de Cuzco requirió de
mayores funcionarios, por lo cual los doce ayllus reales les resultaron insuficientes. A partir
de allí surge la nueva categoría de incas de privilegio, ascendidos por el estado. Por ello, el
Tawantinsuyu los recompensó con bienes y símbolos tales como llamas, tejidos y tierras. Así,
aparecieron nuevas formas de tenencia de tierras. Cuánta extensión de tierra, en qué lugares,
14
quién la trabajaba o el origen de la misma nos resulta desconocido. Lo que sí asegura el autor
es que la propiedad de estas tierras por parte de estos incas de privilegio no afectaba sus
derechos preexistentes de tenencia de tierras étnicas. A su vez, que esas tierras podían ser
entregadas a individuos particulares, pero que eran usufructuadas, cultivadas y explotadas por
su ayllu. El linaje del beneficiario controlaba la tierra y adquiría permanentemente los
derechos de control, pero sólo su linaje. No eran tierras comunales. Esto, lo que demuestra, es
un acceso diferencial por parte de determinados miembros de la sociedad a la tierra. Un
ejemplo, son los miembros de linajes reales que se distinguían en la guerra, a los cuales se les
otorgaban tanto chacras como yanas. Más allá de eso, no quiere decir que el Inca no tuviera el
privilegio de expropiar: la ley inca permitía la confiscación de tierras de los rebeldes.
c. Los cronistas suelen confundir los dominios reales con las tierras del estado. La mayor parte
de la información de las tierras del rey, se refiere a los últimos dos o tres Incas. Pachacuti
emprendió una importante redistribución de las tierras en el Cuzco y sus alrededores, en las
cuales hizo concesiones de tierras a la burocracia por la disputa con su hermano Urcon. Por
otro lado, se esperaba que los miembros de la nobleza vivieran en Cuzco, para tener un mayor
control y disposición, como para así evitar trastocar el sistema de dominación indirecto sin
afectar a las comunidades locales. Por eso, se les impidió establecerse y adquirir tierras en las
provincias. Por último, las tierras de los reyes difuntos, eran trabajadas solamente por los
miembros del linaje real correspondiente (panaca). Otras eran labradas por criados.
Es posible que para el segundo cuarto del S. XVI, se haya hecho sentir la escasez de tierras en cuzco,
dado que cada panaca y rey en vida tenía sus propios dominios, además de los numerosos linajes
reales e individuos meritorios. Eso explica el intento de expropiación de Huáscar, según Murra.
Capítulo 5: Prestación rotativa campesina y rentas del estado.
Los cronistas atribuyen a Pachacuti la invención de la mayoría de los recursos administrativos y la
reorganización de antiguas técnicas andinas preexistentes. Esto resulta probable, ya que si fue
durante su reinado la consolidación del Tawantinsuyu, fue necesaria la elaboración de instituciones y
una ideología que permitiera la expansión y el sostenimiento del Estado. Estas innovaciones podían
ser completamente nuevas (como el sistema de prestaciones rotativas o los depósitos estatales), como
reorganizaciones y reestructuraciones de pautas andinas previas (como la reciprocidad productiva
andina preincaica).
Por ello, cuando Cuzco elaboró su propio sistema de rentas, las obligaciones comunales conocidas
por todos sirvieron como punto de partida sobre el cual se construyó la nueva escala del modelo
productivo estatal. Los miembros del ayllu siempre se habían debido mutuos servicios por pertenecer
a la misma unidad de parentesco, generalmente intercambios de energía conocidos como mita.
Ancianos, viudas y huérfanos tenían sus lotes de tierra, pero la comunidad los cultivaba por ellos.
Cada grupo etario tenía sus particulares deberes: los adultos jóvenes vigilaban las cosechas, los
jóvenes alejaban a los merodeadores. Existían también terrenos con fines religiosos como los
sembrados de coca y maíz, y nadie podía trabajar sus tierras sin previamente haber trabajado en estas
tierras colectivas. La idea que domina el sistema es la del turno de trabajo, nunca se hace
mención a tributos en especie. La unidad doméstica es la que contribuye con su energía de
trabajo, y lo que intercambia o dona es una unidad de tiempo, jornadas de trabajo. Nunca
bienes. Cada unidad económica tendía a ser autosuficiente.

15
Con respecto a los curacas, no recibían ni tributo ni salario. Se quedaban, además, con la mayor parte
del botín de guerra. Los campesinos trabajaban tierras para su sustento y los de su casa (mita). Su
casa era construida por la comunidad, y se estima que también recibía algunas tierras del ayllu, como
cualquier padre de familia. Al parecer, habrían tenido derecho a un cierto número de servidores –
yana- domésticos, proporcionados por la comunidad. A cambio, tres veces al mes el curaca daba de
comer y beber a todo el mundo. Los campesinos primero trabajaban las tierras de culto, luego las
propias, las de los curacas y por ultimo las del Cuzco. La conquista incaica implicaba que las tierras
conquistadas pasaban a ser del estado, pero este les devolvía una parte a sus habitantes, a modo de
donación benévola del Inca. El tributo consistía en el trabajo de las tierras estatales que la
comunidad campesina le proporcionaba al estado (del mismo modo que cumplía con las tareas
comunales y las obligaciones con sus curacas locales) y del culto, como las tareas prioritarias.
En segundo lugar, el tributo tomaba la forma de la producción tejido con tela proporcionada
por el estado, y el servicio militar. Por último, podemos nombrar las prestaciones rotativas en
obras públicas, caminos, minas, etc. A excepción de la agricultura y la guerra, todas las demás
tareas eran cumplidas por especialistas. Existieron excepciones, aunque ellas deben haber sido
marginales. Murra da dos ejemplos: la primera expansión del Estado, cuando Pachacuti exigió que se
llenen los almacenes estatales con cosechas propias de los campesinos –es decir, entrega de bienes-;
algunos grupos marginales, que nunca fueron sometidos ni absorbidos, que tributaban con obsequios
simbólicos o productos exóticos de su región. Durante el periodo de trabajo el estado se encargaba de
aportar todas las herramientas y el sustento de los trabajadores. Si bien hay fuentes que hablan de
entregas de cosechas estas tendieron a ser marginales, como el caso de los pescadores que entregaban
pescado, pero aquí hay que considerar que los recursos silvestres eran considerados propiedad del
Cuzco.
Las prestaciones de trabajo se asignaban a la unidad doméstica y era el señor de la etnia se encargaba
de que los trabajos se hicieran, y por debajo de él, el jefe de la familia, padre y esposo. El sujeto apto
para la prestación es el hatun runa, adulto físicamente apto entre 25-50 años. Como la cuota de
trabajo era siempre igual, aquel que tuviera una familia más extensa veía aliviadas sus tareas. Las
prestaciones se organizaban de forma que no interfirieran las tareas para la subsistencia y siempre en
la misma zona climática. Los jóvenes ayudaban en las tareas domésticas y cuando crecían
acompañaban al ejército y cuidaban rebaños, una vez que fundaban sus hogares se volvían
responsables de las prestaciones. A medida que crecían la primer tarea que dejaban era la del servicio
militar y cuando tenían una edad avanzada volvían a las tareas auxiliares. Las mujeres cumplían sus
obligaciones ayudando al marido, y los inválidos e incapacitados se les asignaban tareas especiales
como cuidado y supervisión de almacenes. Estaban completamente exentos del tributo: los curacas
más importantes (y sólo los más importantes, dado que los escalones inferiores –con menos de
cincuenta unidades domésticas a cargo- de la jerarquía eran equiparados con los hatun runa y debían
cultivar las chacras) aunque tenían gran participación en rituales de siembra y cosecha, los
integrantes de la maquinaria estatal que normalmente eran a su vez los miembros de linajes reales
(tanto los individuos como sus familias), mantenidos con excedentes estatales, y los yana (criados
perpetuos que habían perdido su condición de miembros de una comunidad). Los sacerdotes estaban
raramente exentos. La prestación primordial del varón era el servicio militar. A excepción de ese, no
se hacían prestaciones de trabajo fuera de la propia zona climática. En suma, la prestación en trabajo
en el cultivo, el servicio militar y el tejido eran deberes permanentes de la comunidad campesinas.
Otras obligaciones eran ocasionales o afectaban a sectores menores de la población. Las demás
16
prestaciones consistían en: obras públicas (mantenimiento, construcciones); trabajo de chasqui, es
decir, como mensajeros que transmitían mensajes orales e informes entre regiones (hay quienes
sostienen que estos eran un grupo de especialistas) y se alimentaban de los almacenes estatales;
transporte de cargas; mantención de tambos y puentes; mantención de chozas de alojamiento de
chasquis. Respecto a la minería tenemos escasa información. La plata y el oro eran monopolios
estatales y en las minas trabajaban tanto hombres como mujeres, aunque algunos sostienen que
quienes allí trabajaban era por castigo a un delito.
¿Cómo se administraba todo este sistema? A la cabeza de cada provincia había un miembro del linaje
real, que trataba con los curacas locales y los supervisaba para que cumpliesen con el trabajo. Es
decir, existían dos grupos de personal administrativo: los parientes del rey e incas de privilegio, y el
curaca, mantenidos en sus posiciones con la intención de utilizarlos a modo de gobierno indirecto. La
cabeza de cada centro provincial estaba administrado por un miembro de los linajes reales, oriundo
de Cuzco, lo que refleja un sistema de rentas públicas dual. En cada capital existía un tucuy ricu, una
especie de gobernador que estaba por encima del curaca, lo examinaba y hasta podía agasajarlo. A la
par se desarrollaban censos que se registraban en quipus para registrar todos los niveles de la
sociedad. Quienes no cumplían con la asignación eran castigados y podían ser asesinados. Las etnias
sujetas a prestaciones rotativas se presentaban para las obras, dirigidas por los señores naturales que
los recibían con un ‘festín’. Mientras trabajaban los alimentaba y vestía el estado. Probablemente no
se presentara toda la comunidad, sino sólo un fragmento, ya que una parte debía quedarse trabajando
las tierras locales para la subsistencia.
Capítulo 8: de la prestación rotativa a la servidumbre
En los últimos cincuenta años del estado Inca comenzaron a darse transformaciones que marcan el
comienzo del control particular sobre recursos (concesión de bienes económicos productivos, como
rebaños, tierras y hasta gente) y la aparición de una nueva categoría social, exenta de los quipus y las
prestaciones rotativas: la servidumbre personal. Lógicamente, estas transformaciones son el resultado
dialéctico de las tradiciones viejas y nuevas: si bien se entregaban tierras a títulos personales, las
mismas eran usufructuadas por el linaje entero de quien las recibía. A esto se debe sumar la entrega
de criados a los linajes y personas. En ese marco, surgieron cuatro clases de servidores dependientes
del estado: Artesanos, acllas, yanas y mitimaes. Son categorías nuevas creadas al calor de la
expansión estatal incaica. Estos no debían prestaciones ni se alimentaban a sí mismos. En verdad ya
no eran campesinos porque no estaban vinculados a ayllus. Eran una categoría social distinta.
Artesanos
Existían desde antes del Imperio, pero este los organizó y los puso a disposición de los objetivos
estatales, transformándolos en especialistas con dedicación exclusiva. En la costa, sobre todo, pero la
diferencia radica en que ejercían su oficio sin romper con sus vínculos de parentesco, ceremoniales y
sociales. Se trata de especialistas, como alfareros, forjadores de metales, carpinteros, tejedores
(aunque todos supieran tejer, había especialistas pues la producción en ayllus se volvió insuficiente)
y portadores de la litera real. El estado los instala en talleres donde trabajaban para aprovisionar a la
corte. Se creía que todas las tareas de la corte debían ser atendidas por parientes del Rey, aunque
fueran ficticios. Además de estos especialistas muy estimados, había otros que realizaban tareas
menos calificadas: músicos, bufones, porteros, aguadores, cocineros. Su condición social es incierta:
algunos podían ser originarios de Cuzco, otros no. Algunos gozaban de alto rango, otros no.
17
Tenemos también a los quipucamayoc, encargado de los quipus que recibían un aprendizaje largo
para aprender el sistema de cuerdas y nudos. Expertos ingenieros civiles que dirigían las obras junto
a trabajadores de la construcción (prestación rotativa). Por último, tenemos a religiosos e
intelectuales y un sistema de aprendizaje que prepara a miembros de linajes e hijos de curacas para
que ocuparan puestos administrativos. La categoría de camayoc (especialista) es una condición social
incierta. En esta categoría podía entrar cualquier especialista. Había grupos que según algunos
cornistas estaban exentos de prestaciones rotativas porque hacían superlativamente bien alguna cosa
de interés para el estado. En suma, aunque se conoce poco de la categoría, Murra sostiene la
hipótesis de que tras la expansión estatal y su complejización administrativa, existe un escalón
intermedio, la prestación especializada, con sus particularidades, entre las prestaciones rotativas
ordinarias y la servidumbre. Más allá de eso, la línea divisoria entre las distintas categorías es muy
fina y borrosa.
En suma, los artesanos y burócratas podían estar filiados a una de las siguientes categorías: 1)
artesanos locales de las aldeas, que continuaban su filiación étnica y condición campesina; 2) Los
criados personales del rey, provenientes de las aldeas ubicadas dentro de la región circundante a
Cuzco, aparentemente de elevada condición social. No se sabe si los servicios eran rotativos o
permanentes; 3) criados reales fuera de la región lindante a Cuzco, todavía organizados según el
criterio étnico y con algún contacto con los ayllus; 4) mitimaes; 5) yanas; 6) acllas. El yana era el
grupo más alejado del campesinado clásico: estaban física y socialmente separado de su comunidad
de origen, borrados de la prestación rotativa, de baja condición y utilizados con fines puramente
estatales.
Aclla
Se encargaban de tareas de tejido y de atender a la alimentación del Rey. En muchas fuentes
aparecen asimiladas a las yanas, siendo botín de guerra o dadivas de un señor por méritos. Tanto la
categoría de yana como aclla tenían una variedad de funciones y de condiciones sociales tan amplias
–y tan mal interpretados por los cronistas europeos con sus categorías- que es casi imposible
reconstruir tamaña variedad y complejidad.
Yana
Se trata de criados perpetuos y aparentemente se trata de grupos rebeldes que fueron perdonados e
incorporados como servidores. Cuando el Rey moría, sus servidores eran asesinados o bien
encargados de cuidar la momia de su señor. Este culto al rey difunto se lo acredita a Pachacuti.
También el mismo adjudicó cierto número de yana y aclla, y les dio tierras y rebaños. En muchos
casos estos yana eran entregados a personas que lo merecían en señal de generosidad redistributiva.
Al respecto, Murra sostiene la posibilidad de que en décadas anteriores a la invasión, haya aparecido
en Cuzco una población urbana flotante, sin lazos étnicos, que buscaba protectores y se consagraba a
deberes de criados permanentes para evitar otras tareas más arduas. Cabe aclarar que es muy difícil
distinguir claramente entre estas categorías sociales porque las fuentes no son claras al respecto, y en
muchos casos resultan contradictorias. Por ejemplo, una de las maneras de conciliar los servicios por
turnos con la servidumbre, es suponer que un determinado porcentaje de los habitantes de las
vecindades de Cuzco servían rotativamente en la corte. Más complejo se hace pensar que algunos
eran recompensados como incas de privilegio, ocupando posiciones burocráticas sin tener filiación
real. Puede pensarse la idea de la cercanía entre los yanas de la corte y los incas de privilegio, como
18
resultado de una compensación a los ‘criados’. Una manera de pensarlo, es considerar la idea de que
existían ciertas jerarquías dentro de la categoría social de criados, donde además de cortesanos y
administradores de privilegio existían criados perpetuos, de condición más baja, que podían trabajar
tanto en Cuzco, como en los templos o lugares sagrados. O los yana que se regalaban tanto a los
miembros de la corte real –la nobleza cuzqueña- como los curacas locales. Un análisis del termino
andino yana da cuenta que se trata de obediencia, humillación y carácter de ayudante, en la medida
en la cual, por ejemplo, encontramos en una fuente que al sacerdote principal del culto solar, quien
era habitualmente ‘un hermano del rey’, se lo comprendía como un yana del sol. En suma, la
categoría yana proviene de un término andino de múltiples connotaciones que fue transformado a
institución en el devenir del Estado Inca, el cual implica un grupo social cuyas funciones y condición
eran muy diversas, y por lo tanto, difícil de interpretar según las fuentes. Es difícil definirlo porque
se los ha confundido con otras categorías. No todos los exentos de la tributación rotativa eran yana,
pero sí todos los yana estaban exentos de las mismas, al haber perdido su condición campesina como
miembros de una comunidad étnica.

Mitima
Son colonos trasladados de un lado a otro con fines estatales, pero también se pueden confundir con
los yanas porque estos también eran trasladados. La diferencia parece radicar en que los mitimas son
siempre trasladados con su familia, mientras que los yanas eran separados de su medio étnico
natural, y podían ser trasladados individualmente. Son una institución que –rudimentariamente y a
mucha menor escala- existía previo al Tawantinsuyu. Lo primordial es que, a diferencia de los yanas,
no perdían los lazos con su grupo étnico. Por otra parte parece que los mitimas recibían casa, tierras y
rebaños y los yanas no. Aparentemente los mitima también fueron rebeldes perdonados. Los mitimas
se diferencian de los colonos preincaicos en que ya no estaban bajo la autoridad del señor de su
ayllu, sino bajo la autoridad estatal. Aunque la diferenciación es compleja de distinguir. Murra
esboza la idea de que existían distintas categorías internas, que la movilidad forzada no es el único
criterio: no es lo mismo el envío de colonos bien adoctrinados y confiables (lo cual implica una
posición social y funciones distintas) que el empleo de poblaciones recién conquistadas y
desarraigadas. Según el cronista Cieza de León, comprendían tres categorías: 1) gente enviada a una
zona recientemente conquistada para enseñarle a la población local las prácticas de los
conquistadores. Eran colonos ‘federales’, asignados al gobernador provincial que gobernaba en
nombre de Cuzco. Es decir, según Murra, gente del centro enviada a las zonas periféricas a enseñar a
los nativos locales; 2) gente establecida en las guarniciones frente a la selva, para proteger los límites
del Imperio; 3) colonos enviados a ocupar un vacío en la población por la destrucción de la guerra,
que, según Murra, eran enviados a zonas poco pobladas por su conocimiento agrícola, para
incrementar la producción; 4), ex rebeldes, poblaciones conquistadas utilizados en el núcleo como
pastores del rey, criados personales y otras tareas.
Varios de ellos tenían ciertas exenciones especiales, como un subsidio de dos años de evitar entregar
prestación rotativa al estado en la medida en que ayudaran a la población local, como el caso 1
anteriormente mencionado, o el recibimiento de provisiones de almacenes estatales o rebaños y otras
dádivas. El mitima, en suma, en su variedad agrícola y pionera, era un campesino trasplantado con su
familia para fines estatales, que debía prestaciones rotativas en un nuevo ambiente, pero no era un
yana estatal.
19
Del Tawantinsuyu a la Historia del Perú. Capítulo 2: Mecanismos de colonización y relación
con las unidades étnicas (1989)
Franklin Pease
Pease sostiene que el estudio de Rowe de 1946 ha devenido en clásico, y marca una serie de
cuestiones sobre las cuales se debe profundiza la investigación: 1) la realidad multiétnica que el
Tawantinsuyu intentó homogeneizar; 2) la mejor precisión de unidades étnicas privilegiadas en la
documentación y el trabajo arqueológico; y 3) que el trabajo sobre el incario no debe limitarse a las
crónicas españolas, debe constatarse y compararse con documentación administrativa y judicial. A su
vez, remarca debates e incógnitas centrales del área de estudio, como el debate entre el modelo de
archipiélagos verticales de Murra y la crítica expuesta al mismo por María Rostworowski a partir de
la excepcionalidad de la costa, con un universo económico diferente con la –polémica- hipótesis de
la existencia de un régimen de intercambio mercantil entre etnias. Recuerda la poca información que
tenemos acerca de los mecanismos de redistribución bajo el Imperio Inca: lo poco que se sabe es que
durante la conquista incaica la escala del almacenaje y producción y circulación de bienes y servicios
dio un salto cualitativo a través de la masificación. Sin embargo, poco se sabe sobre cómo era el
mecanismo de control desde Cuzco. También, poco se sabe sobre la mecánica de la conquista inca, y,
consiguientemente, las dinámicas sociales de control sobre las poblaciones sometidas. Este es el
último punto que interesa particularmente al autor.
Desde un punto de partida, debe tenerse en cuenta –al hablar de los mecanismos de dominación
sobre comunidades de parte del Estado Inca- que existen dificultades superlativas en torno a la
delimitación real de la etnia y sus mecanismos de identidad, y las distintas dinámicas de
aglutinación. Por ejemplo, se pueden nombrar distintos niveles de etnicidad: a) el caso del núcleo de
los Lupaca; b) el caso del lago, considerado como un macro-núcleo o de ‘reinos lacustres’; c) el caso
de Collaguas, donde podría discutirse si el núcleo se delimita a partir del lenguaje (aymara y
quechua) o al nivel de la administración española. A su vez, debe tenerse en cuenta un límite más:
¿las unidades étnicas propuestas por las crónicas clásicas son en realidad tales, o fueron fabricadas a
lo largo del proceso colonial?
Otro problema tiene que ver con la presencia del Tawantinsuyu, como unidad política hegemónica
encargada de la función de ‘paraguas’, según Fernando Fuenzalida y compartida por varios autores,
como Murra. Es decir, que la existencia del incario se vería justificada gracias a su capacidad de
proveer la ‘pax incaica’, en un contexto de unidades políticas más pequeñas en constante guerra. Sin
embargo, Pease sostiene que la capacidad de un control de pisos ecológicos de parte de los Lupaca –
previo al establecimiento del Tawantinsuyu, es una evidencia de que esta función no era necesaria
para la sociedad andina, y este argumento no es más que una invención ideológica cuzqueña
retomada por los investigadores para legitimar el control y la conquista de parte de los Incas.
También es importante, en el marco de la expansión incaica y su dinámica, precisar el carácter social
de los grupos necesitados para la misma. Hace referencia los mitmaqkuna y los yana. Ya vimos que
es una categoría problemática. Para hacer un aporte a la diferenciación y complejización, Pease
sostiene que existían distintas categorías de colonos: la retornada rápidamente a sus lugares de origen
(que se inclina a caracterizar como mitayos, es decir, trabajadores de tiempo temporario), mientras
existían otros colonos que permanecería en las colonias productoras. Al respecto, indica que en la
20
explotación vertical ejercida por las unidades étnicas probablemente requirieran de colonos
permanentes mucho más que el Tawantinsuyu, que contaba en a su disposición de un gran
contingente de mitayos. Por ejemplo, un caso considerado como mitmaqkuna del Inca, presentado
por Wachtel para los Ycayungas de Sipe-Sipe, puede ser cuestionado: ¿cómo es posible que no
hayan sido restituidos a su lugar de origen si estos colonos fueron colocados por el Inca? ¿Por qué se
mantuvieron allí, si es que eran colonos, luego de la caída del Tawantinsuyu? Esto forma parte de las
limitaciones de las fuentes a modo de crónicas tratadas para trabajar estas cuestiones. Por eso, Pease
advierte una equivocación típica: la documentación proporcionada por los preguntantes españoles
insisten en el pasado bajo el formato del ‘Tiempo del Inca’, frente a lo cual todas las relaciones
interétnicas quedaban para siempre confinadas en el mismo plano temporal del estado cuzqueño. No
hay una diferenciación clara entre los tiempos del incario y los preincaicos. Para ello, insiste
nuevamente, se deben contrastar estas fuentes con otras de orden judicial y burocrática. Esto nos
permite observar, por ejemplo, la fortaleza de las estructuras interiores que les permitieron mantener
a estos grupos el control de sus respectivas colonias luego de la desaparición del Estado Inca,
mientras la corona no fue capaz de imponer definitivamente las reducciones. Más allá de eso, y lejos
de un cuadro homogéneo y estático, hay que tener en cuenta que las mismas islas son lugares de
confrontación interétnica de las cuales sabemos poco.
Por último, el autor se detiene en los mecanismos políticos de dominación de parte del incario. Para
ello, retoma la conceptualización de Godelier sobre violencia y consentimiento. Toda sociedad, a
medida que se complejiza –y sobre todo si extiende su dominación de manera tan extensa como la
Inca- se apoya más en el consentimiento que en la violencia. Pero debe entenderse al consentimiento
activo no sin reservas o contradicciones: toda sociedad tiene intereses comunes o particulares que se
oponen y componen cotidianamente. La existencia de consentimiento generalizado no implica la
inexistencia de resistencias y rebeliones de parte de las comunidades bajo subordinación Inca. Bajo
esta perspectiva, la pregunta inicial sería acerca de la relación entre el Tawantinsuyu y las unidades
étnicas, lo que requiere una revisión de las crónicas. Pease sostiene una falta de consentimiento –al
menos parcial- frente a la presencia incaica, que no se transformaba necesariamente en una oposición
generalizada, como algunos autores como Espinoza plantean. Sin embargo, podría argüirse una
especie de relación estable que hizo posible el predominio incaico. En suma, lo que el autor sostiene
es que la presencia Inca no gozaba de una total hegemonía, ni de un consentimiento acabado por
parte de las comunidades locales, más esto no implicaba un estado de resistencia y rebelión
constante. Para evitar las dicotomías típicas entre el estado benévolo y paternal de Garcilaso y el
estado autoritario y tirano del estilo toledano usado para justificar la conquista, Pease propone una
imagen intermedia: dada la existencia del Tawantinsuyu como estado dominador, fue factible que
algunas poblaciones se sublevaran contra él y que al momento de la invasión española apoyaran a los
europeos. Por ello, se inclina por la visión Toledana mediante la cual se reconoce al estado incaico
no sólo como una potencia hegemónica, sino como un estado ilegal y usurpador, aunque
complejizando esta figura: no se puede dominar sólo mediante la coerción. Deben tenerse en cuenta
los mecanismos ideológicos y redistribución, también. Para justificar esta caracterización, Pease da
una serie de ejemplos.

El primero de ellos merece a los reinos altiplánicos, ejemplificados sobre todo mediante los Lupaca,
como primer caso de colonización y consentimiento. Un primer nivel de evidencia es que el estado
obligó satisfactoriamente a los pobladores del área a abandonar sus establecimientos y pucarás del
21
cerro, para establecerse en las ‘cabeceras’ o ‘pueblos’ (lenguaje de cronistas españoles) de los
Lupaca. Otra evidencia demuestra también que los incas no modificaron los mecanismos
tradicionales de esta comunidad para la obtención de recursos, tanto en la costa sur como en las
tierras bajas. Solamente, se limitó a incorporarse como una unidad más. Por ello, se puede afirmar
que el Tawantinsuyu superpuso su sistema económico al de los Lupaca, obteniendo recursos al
margen de la población y por encima de su sistema. Esta dinámica demuestra que el incario utilizó
dos tipos de estrategias distintas –y complementarias- en el ámbito económico y político: si para el
económico fue más bien un accionar pasivo y de solapamiento progresivo, el político fue mucho más
agresivo, obligando a los pobladores a modificar sus patrones de asentamiento. Lo que Pease intenta
demostrar es que solamente donde el incario ha respetado en gran parte la dinámica material de la
comunidad local –como es el caso Lupaca- estas sociedades han logrado sobrevivir luego de la
conquista. Este respeto a la dinámica local fue logrado gracias al alto nivel de consentimiento de
parte de las poblaciones subordinadas, que tendría como contraparte el acceso a un grado especial de
redistribución estatal (acceso a depósitos estatales, rebaños del Inca o del culto, etc.). Esta dinámica
de generosidad institucionalizada basada en el consentimiento de la dominación, refleja una
capacidad de adecuación a la imposición de estructuras estatales que les permitió a estas grandes
unidades sobrellevar mejor que otras la conquista española.

Un caso diferente es el de Chimor, una región de desarrollo urbano, agrícola e hidráulico de las más
prósperas. Aquí, el Tawantinsuyu parece haber sido más drástico: una rápida despoblación del área
registrada en crónicas y testimonios, refleja la violencia de la conquista y una dominación que se
inclinaba más por la coerción que por el consentimiento. Esto no favoreció la redistribución estatal,
lo cual demuestra un consentimiento mucho más débil, lo cual tuvo consecuencias, registradas
también: un tributo más duro o la imposibilidad de llevar armas en la región. Lógicamente, este nivel
de represión atacó y desestructuró mucho más la economía local. Este caso es ejemplificador, porque
discute la idea de que las zonas más civilizadas ofrecieron menos resistencia a la invasión española,
que los menos. Sin embargo, Pease indica que los Wanka –una comunidad mucho menos
desarrollada que la ubicada en Chimor- ofreció mucha más resistencia a los españoles.

Por último, el caso de los Chachapoyas. Allí, el estado inca tuvo mucho menos tiempo, dado su
carácter marginal, en la ceja de la selva al este de los andes, en parte en la geografía boliviana. Aquí,
el curaca fue removido y las fuentes indican que el Inca coloco un curaca yana. Si bien caracterizar
la dimensión social de este curaca es más difícil que definirlo como ‘sirviente’ del Inca (el término
yana implica ‘ayuda’, lo cual puede pensarse que todo curaca colocado por el Inca podía ser una
‘ayuda’ para él, sin que necesariamente haga referencia al servilismo), queda claro que el dominio
debía de ser más directo al nivel de desestructurar a la elite local. Este caso es peculiar por varias
cuestiones: la situación de los curacas como ‘yanas’; la falta de documentación tributaria colonial; la
poca información arqueológica. Este es un caso interesante para averiguar el nivel de
consentimiento, sobre todo en una región donde antes de la intromisión del Tawantinsuyu no existió
una unidad política que unifique a los ayllus locales. La documentación europea da la impresión de
que fue el incario el que produjo por primera vez una especie de unificación política, y ello lleva a
poner en cuestión si el régimen de ayllus, mitades, todo el sistema étnico, es realmente anterior al
Estado o es una invención de él.

22
Como conclusión, Pease sostiene que los diversos modos de consentimiento dieron lugar a distintas
estrategias de colonización de parte del Estado, los cuales se requiere estudiar arqueológicamente, y
en comparación tanto en lo que a la conquista española como la incaica respecta. Para una eficiente
investigación es fundamental cuestionar y complejizar las categorías teóricas que permiten estudiar
estas dinámicas, sobre todo respecto a los límites étnicos y dinámicas de aglutinamiento de las
distintas comunidades sometidas. Una reflexión adecuada sobre la estructura política del
Tawantinsuyu da la impresión de que fue una compleja y extensa red de relaciones más que el
aparato de poder monolítico y homogéneo de las fuentes del S. XVI.

Las políticas e Instituciones Incas en relación con la unificación cultural del Imperio (1982)
John Rowe

Las políticas Incas para evitar levantamientos tendieron a la unificación estatal mucho más de lo que
los que la aplicaban eran concientes. A su vez, los estatus nuevos de yanacona, camayo y mitima,
creados por el Estado para expropiar trabajo, socavaron a la larga las lealtades tradicionales y las
relaciones sociales basadas en la reciprocidad y el parentesco. Los yanaconas de la corte a menudo
accedían a cargos administrativos y honores por sus servicios. Los camayos eran mano de obra
especializada para el estado, pero su transformación a carácter hereditario los acercó a identificarse
mucho más con la figura del Estado, que con las relaciones de carácter local. Por último, la
relocalización de los mitima socavó fuertemente las lealtades locales.

La poca durabilidad temporal del Estado Inca no permitió una avanzada unificación cultural como
para que se desarrollara un sentido de identidad común. Esto fue más complejo aún, teniendo en
cuenta la guerra civil desatada previa a la llegada de los españoles. Aunque los tratos indiferentes de
la nueva administración española de población local para su explotación tendió a ser una presión
para la unificación identitaria. Más aún, teniendo en cuenta que el régimen colonial incorporó de
forma modificada muchas instituciones Incas. Por ello, la identidad predominante por el cual eran
comprendidos por los europeos los pobladores locales era la incaica. Sin embargo, sostiene Rowe,
algunas políticas incas parecen haber sido diseñadas para mantener las diferencias locales. Lo que
afirma el autor es que la unificación cultural no era un objetivo primordial para el gobierno Inca, y
así como habían políticas que tendían a ella, otras iban en el sentido contrario.

Por ejemplo, los Incas exigían a la nobleza local provincial residir cuatro meses del año en Cuzco,
con sus servidores. A su vez, estarían obligados a enviar a sus hijos para un proceso de incaización
(sobre todo del aprendizaje del idioma), para que al llegar al poder estén influidos de él y lo
expandan en su región. Los nobles más importantes debían dejar a sus hijos permanentemente, a
modo de amenaza para garantizar su lealtad, y también un representante que informara los asuntos de
la provincia. El objetivo de esa política era conservar la nobleza local de las regiones conquistadas,
pero garantizarse su lealtad y continuidad bajo influencias Incas. Donde esta no existía, los Incas la
creaban. El poder de la nobleza local mantenida estaba limitada por la jurisdicción de los
gobernadores provinciales asignados por los Inca, quienes tenían la autoridad máxima.

Yanaconas, camayos y mitimas

23
Estos tres términos se refieren a tres tipos de estatus. Yanacona, como a un tipo particular de estatus
civil, camayo, que era un especialista y mitima, alguien que no residía en su lugar de origen étnico.
Era posible tener los tres estatus, una combinación de dos, o sólo uno, dado que son
complementarios y no excluyentes. Cabe destacar que los límites de información en la fuente son un
problema importante para vislumbrar estas categorías. Estos tres tipos de estatus representan distintas
invenciones estatales incaicas que socavaron las relaciones sociales tradicionales basadas en la
reciprocidad y parentesco étnico. Contrastaba con los campesinos, que vivían en las tierras de sus
ancestros, eran autosuficientes y solamente sometidos a levas por el gobierno central para servicio
militar o trabajo no calificado. Estos campesinos se denominaban hatun runa (gran hombre) y eran
llamados por los yanacona como suyu runa (hombre de comarca). Si los hatun runa representan las
tradiciones antiguas y las lealtades locales, las otras tres categorías eran identificadas con el gobierno
central. Es importante destacar que no se trata de grados cuantitativos de libertad. Ninguno era
estrictamente libre: no podían elegir su lugar de residencia, ocupación o estatus civil. La diferencia
central era el mayor o menor acceso al honor o privilegio. La fuente de este ‘escalado social’ era el
Estado Inca. Lógicamente, los nuevos estatus creados por él tenían mayor posibilidad de obtener
estos reconocimientos.

Rowe indica que se va a interesar sobre todo en los yana vinculados a soberanos Incas o
gobernadores centrales (provinciales) y no los de los curaca locales. La traducción española es
‘criado’, que significa sirviente en el español moderno. Mucha de la terminología medieval del
español aún estaba en uso en el Siglo XVI, del cual provienen las fuentes sobre los yana.
Generalmente esta categoría implicaba algún tipo de servicio, pero no se dice nada acerca del estatus
de este servicio. Podría ser totalmente compatible con un estatus social alto. Por ejemplo, existieron
yana de estatus reales, algunos, gobernantes de mucho prestigio. Un factor que complejiza la
comprensión de esta institución, es que fue heredada por los españoles. Su definición correcta sería
como servidores personales que desempeñaban un servicio honorable y podían se recompensados
con cargos administrativos de responsabilidad. Lógicamente, la gran parte desempeñaba tareas
rutinarias y de menor categoría. Por ejemplo, muchos se desempeñaban como cultivadores de
campos de Incas, como Huayna Capac. Otros eran servidores domésticos. Además, si bien algunos
podían ser reclutados como cautivos de guerra, esto no era significativo para la determinación de su
estatus. Este estatus era hereditario, como el de curaca. Por eso, cuando un yana recibía la
designación como curaca, era heredado a su hijo. Los yana podían ser designados no sólo como
curaca de yanaconas, sino como curacas de suyu runas, es decir, campesinos comunes y corrientes.
Los templos también contaban con yanas asignados. En suma, el servicio de los yanacona drenaba
una parte importante de la gente más calificada y capaz de la provincia, hacia una fuerza especial en
la que hombres de diferentes regiones trabajaban juntos y su servicio al Inca era lo que los unía.
También brindaba acceso al ascenso social. Parte de esta categoría tiene su origen fundante en las
necesidades humanas que tuvo el enorme Estado Inca para el control político territorial de las
regiones conquistadas: necesitaron un cuerpo administrativo y un personal enorme, mucho más del
que poseían en Cuzco.

Respecto a la categoría de Camayo, hay autores como Falcón y Rostworowski que dan ciertas
particularidades depende la región, específicamente, las diferencias entre sierra y costa. En la costa
se dio la particularidad de que los especialistas no tenían tierras para cultivar y autosubsistir de ellas,
24
intercambiaban todo lo que necesitaban a través de los bienes que producían. Esta es una diferencia
con los camayos de las sierras, que sí recibían tierras para labrarlas y vivir de ellas. Pero en lo que a
la categoría social respecta, los camayos debían trabajar permanentemente y a tiempo completo para
el soberano o gobernante real. No estaban sujetos a la entrega rotativa de fuerza de trabajo o servicio
militar como tributo, a menos que sean soldados especializados. Su estatus y especialidad era
hereditaria. Probablemente, tenían menos posibilidad de ascenso personal que los yana. Algunos
especialistas trabajaban en sus tierras de orígenes, y otros no. En general, se considera que los
camayos eran asentados en grupos o pueblos íntegramente formados por especialistas, siguiendo el
patrón de asentamiento de archipiélagos verticales. Un ejemplo es el de los camayos instalados en
una guarnición Inca en Huánuco. Estos hombres se llamaban a sí mismos pucará camayos, instalados
por Topa Inca. Mientras estuvieran entregando su servicio, no estaban obligados a ninguna tarea
además del cuidado y el control de la circulación de personas, que no sea preparar sus propias armas.
El asentamiento poseía tierras de maíz para labrar y alimentar a los soldados. Posiblemente, cuando
no estén cumpliendo su guardia se dedicaran a cultivarlo. Otro ejemplo es el del pueblo de alfareros
asentados por Toca Inca en Cajamarca, el cual consistía en una pachaca de alfareros. Hay evidencia
que plantea que cerca de Cuzco existieron muchos camayos sirviendo al estado. No eran
denominados camayos específicamente, pero implicaban grupos de especialistas que el gobierno
central requería para sus necesidades estatales. En suma, pareciera ser que un gran número de
camayos –la mayoría- eran reasentados lejos de sus lugares de origen, en función de la especialidad
cumplida para la demanda del Estado. Lógicamente, este movimiento poblacional afectó las
solidaridades locales.

Algunos colonos eran especialistas –camayos- o yanaconas, e incluso tal vez ambos y podían servir
al Inca de forma directa. Sin embargo, existían otras dos formas de colonos. Una consistía en
mitimas que eran incorporados a a estructura de la administración provincial. Otro grupo, era el de
los enviados desde las naciones del Collasuyu serrano hacia tierras más bajas. Estos últimos
permanecían bajo la jurisdicción de sus curacas del cual son originarios. Además, los Incas
seleccionaban mujeres jóvenes por su belleza y su carácter de hijas de la nobleza. Eran denominadas
acllas, ‘mujeres elegidas’. Normalmente eran otorgadas por el Inca como novias a hombres que
quería honrar. Eran elegidas sin referencia a su lugar de origen. Los Incas tenían una religión estatal
que imponían a sus súbditos, la cual implicaba una jerarquía de dioses naturales (el Sol, el Trueno, la
Madre Tierra, la Luna) cuya cúspide era el dios creador. Existe cierta evidencia de que las deidades
elegidas por los Incas son previos a su unidad estatal, y existieron en el territorio andino antes de su
expansión. En cada capital provincial los Incas establecieron un sistema de santuarios locales
siguiendo el modelo de Cuzco. También, al conquistar un pueblo o unidad política, aceptaban las
deidades y objetos sagrados en tanto no estuvieran en conflicto con los motivos religiosos incaicos.
Por ello, tras la conquista ‘secuestraban’ al dios local y lo instalaban en Cuzco, donde le otorgaban
un trato justo.

Como se dijo, existían ciertas políticas que tendían a la unificación cultural, mientras existieron otras
que no. Cuando los Incas conquistaban una región, generalmente mantenían a la elite local. La
familia gobernante y sus oficiales eran reacomodados según la jerarquía decimal incaica. Donde no
existía un gobierno, los Incas fabricaron una estructura designando a los jefes de las mismas, los
cuales le deberían lealtad a Cuzco. En la mayoría de los casos, para delimitar territorialmente los
Incas parecen haber respetado las unidades étnicas existentes, mas los grupos pequeños fueron
25
unificados en unidades más grandes, siempre siguiendo el criterio decimal incaico. Los
asentamientos de mitimas fueron transformados en bloques étnicamente homogéneos, el cual
mantenía su identidad de origen (y sus lazos de reciprocidad y subordinación curacal) y no donde
estaban realmente asentados. Es por ello que los nativos que compartían territorio con los mitimas
normalmente los observaban como espías de los Incas.

La formación del Imperio inca y sus instituciones datan de las dinastías de Pachacuti, Topa Inca y
Huayna Capac. Si bien existieron políticas tendientes a la unificación cultural, como la expansión del
idioma general quichua, este proceso de homogenización habría llevado muchos años más de lo que
el joven Tawantinsuyu contaba. Cuando la administración Inca fue barrida, los camayos y yanaconas
quedaron sin amos, por eso tendieron a unirse a los curacas locales o a los españoles mismos.
Algunos permanecieron en los lotes de tierras a los que fueron asignados. Otros, volvieron a sus
tierras de origen. Cari, el curaca de Chucuito, por ejemplo, se auto proclamó hijo del Sol (título del
Inca) y atacó a sus vecinos. En la costa, los pobladores decidieron que eran libres y quitaron toda
influencia incaica en su cerámica. Ante el vacío de poder incaico, la mayoría de los curacas se arrogó
la mayor cantidad de prerrogativas reales incaicas que pudieron. Los Incas, mientras tanto,
mantuvieron un gobierno independiente en el exilio con centro en Vilcabamba. Desde 1558 a 1571
estuvo encabezado por Titu Cusi Yupanqui, el cual mantenía relaciones diplomáticas con los
españoles mientras trataba de organizar un resurgimiento religioso y una revuelta general. El
gobierno español le resultó más opresivo que el incaico a la mayoría de los curacas que optaron por
él como la figura que derrotara la presión cuzqueña, por lo que la gran mayoría de ellos a medida que
se olvidaba el pasado inca, apoyaban un resurgimiento del mismo. Este resurgimiento fue
denominado taqui oncoy (mal de la danza) y fue erradicado por los españoles luego de 7 años de
luchar contra él. Este movimiento implicaba el levantamiento de deidades nativas contra el dios
cristiano, lo que haría posible la victoria militar. Este movimiento surgió en 1565 y la designación de
corregidores por parte de la administración española señala el fin del poderío de los regionalismos
locales al mando de los curacas. Las reformas toledanas también fueron en ese sentido, al plantear
una administración uniforme y centralizada. La población nativa era tratada cada vez de forma
homogénea y con la misma identidad. Esta nueva situación, entonces, generó presiones para una
unificación cultural, sobre todo mediante las instituciones incaicas que sobrevivieron la conquista y
fueron utilizadas por los españoles, como la mita (ya que obligaba a los nativos a escapar de ella y
otras exacciones mediante el abandono de sus tierras de origen con la consecuente debilitación de
lazos de parentesco y reciprocidad locales) o la expansión del idioma quechua en toda la región
(incluso en zonas donde no se hablaba quechua con anterioridad). En suma, la conquista implicó una
gran presión que tendió a la unificación cultural de la población local. La represión hacia la religión
incaica llevó a que tenga un efecto unificador. Lo que quedó de la religión local era esencialmente un
núcleo de ideas y rituales que normalmente eran mucho más antiguos que los Incas. Ante un
resentimiento contra los españoles y una declinación de las fuerzas locales, la tradición Inca emergió
como el símbolo aglutinador de resistencia y diferencia por oposición a la conquista española por
excelencia. Fueron las políticas españolas como las Incas las que presionaron para tender a la
formación de una identidad local compartida y un grado de unificación cultural.

Los mitimas del valle de Cochabamba: la política de colonización de Huayna Capac (1980)
Nathan Wachtel

26
La institución de los mitima –colonos- pareciera ser una de las originalidades del mundo andino,
aunque se desconoce su origen. Permitió a grupos étnicos y señoríos de dimensiones variables
controlar mediante el envío de colonos zonas ecológicamente distintas. El estado inca retomó esta
institución como medio de gobierno, pero la extendió a una escala nunca antes vista. A modo de
ejemplo, se toma como evidencia la colonización del valle de Cochabamba.

Fue Tupac Yupanqui quien conquistó el valle, entonces poblado por Sipe Sipe, Cotas y Chuis. Con él
se llevó a cabo la primera parte de la colonización: se transfirió a los Chotas y los Chuis a Pocona y
Mizque, donde les entregó tierras. Es decir, se movilizó toda la población a otra región. En el valle
mismo, él se asignó ciertas chácaras. Algunos de los mitima enviados a Pocona cumplen una función
militar, otros, enviados a Cala Cala, una función económica. Más allá de ello, la escala todavía es
limitada y el aspecto militar prevalece al económico. Al Inca conquistador lo sucede el Inca
administrador: fue Huayna Capac quien incrementa la escala de colonización y fortalece el aspecto
‘económico’ de los mismos, por sobre el militar. Es por ello que los mitimas provienen de todas
partes del Tawantinsuyu, de una frontera a otra. Por ejemplo, fue Huayna Capac quién movilizó
plateros desde el Chinchaysuyu, o Urus de Paria, los cuales eran comprendidos como indios
bárbaros, pescadores, cazadores y recolectores. El caso de los urus es muy particular, porque se ha
confirmado que poseían tierras en el Valle de Cochabamba, lo que demuestra la existencia de un
modelo andino de archipiélagos verticales. La constitución de este archipiélago, sin embargo, fue
obra del reparto de Huayna Capac, quien los integró a un archipiélago estatal.
Respecto a las fuentes sobre el repartimiento de tierras por Huayna Capac, las mismas sólo detallan
información acerca de la parte occidental. El documento enumera cinco chácaras: Yllaurco,
Colchacollo, Anocaraire, Coachaca y Viloma. Una sexta, es mencionada como Poto Poto. Esta
división es estructurada a partir de suyus: bandas estrechas y alargadas, transversales al valle, con un
mismo ancho pero de un largo desigual. Estas grandes unidades estaban subdivididas en su interior, a
su vez, como la chácara de Colchacollo, que fue dividida en dos mitades –alto y bajo- y en 16 suyus
interiores. De esto se obtiene una división cuatripartita, donde cada grupo étnicos es instalado en un
cuarto particular, con sus subconjuntos interiores. Evidentemente los esquemas dualistas y
cuatripartitos determinaron la organización general del Tawantinsuyu, y se ve que esto fue extensivo
al repartimiento de tierras y su organización hecha por Huayna Capac. Las jefaturas andinas, por su
parte, presentan una estructura de encastre piramidal en una especie de federación que reúne varios
grupos étnicos distintos. Bajo esta perspectiva, los Soras son los que obtuvieron la cantidad más
elevada de suyus.

Respecto al trabajo en estas tierras, algunos indios se instalaban permanentemente –mitimas-


mientras otros venían de otras provincias, se quedaban temporariamente, y luego volvían a sus
tierras, los mitayos. Pareciera que los mitimas estaban encargados de tareas de vigilancia, mientras
que los mitayos las tareas de menor especialización como siembra y cosecha. Todos los testigos
indican que las tierras de Cochabamba pertenecían al Inca: todo el maíz era almacenado en sus
graneros, luego reunido en el tambo de paria y de ahí transportado al Cuzco, para alimentar al
ejército real. Todas estas operaciones eran ejecutadas bajo la vigilancia de los líderes locales, pero
siempre con la dirección superior de dos gobernadores cuzqueños. Estas tierras, en términos de
tenencia, pertenecían al Estado y no individualmente al Inca. Esto contrasta con otras tierras no
estatales, que igualmente acogieron mitimas. Estas tierras habrían sido otorgadas por Huayna Capac,
a uno de sus hijos, en calidad de tenencia privada. Ahora bien, ¿cómo era garantizada la subsistencia
27
de los trabajadores? Algunos de los suyus eran reservados para el cultivo y la supervivencia de los
colonos y mitayos, de los cuales la mayoría –mas no todos- de los curacas locales se beneficiaban
por la dinámica de redistribución. Otros suyus eran entregados a los curacas, bajo la misma
perspectiva. Sin embargo, los lotes que beneficiaban a los trabajadores implicaban menos de un 10%
de la superficie cultivada. Se estima los trabajadores cultivaban para ellos también los márgenes de
los suyus del Inca. A su vez, que parte de su alimentación provenía de las dinámicas de
redistribución de parte del Inca: el acceso a los graneros del estado.

En suma, la política de colonización de Huayna Capac en Cochabamba implicó la organización de un


vasto archipiélago estatal consumado a la producción del maíz orientado al ejército. El trabajo fue
asegurado por una mano de obra multiétnica reclutada de un área muy vasta, y estuvo compuesto por
tres categorías de trabajadores: los autóctonos que permanecieron en su lugar de origen (los menos);
los mitimas permanentes; los mitayos agrupados por su unidad étnica, quienes conservaban lazos de
autoridad con sus caciques locales, aunque con la dirección de los gobernadores provinciales Incas.
El mantenimiento de estos trabajadores fue asegurado por distintas fuentes de alimento: algunos
suyus reservados para ellos; suyus asignados a sus caciques; beneficio de las tierras del Inca, sea
cultivando a sus márgenes o recibiendo productos de sus almacenes. Por último, existieron ciertas
particularidades en el valle: el caso de los Icallungas, colonos provistos de tierras pero dedicados a
un trabajo especializado –son camayos-, plateros; la existencia de tierras de tenencia privada. Para
ello, Wachtel toma como comparación distintas regiones similares a Cochabamba: Abancay y
Yucay. En los tres casos, se tratan de valles cálidos y bajo subordinación colonizada del Estado
incaico, los tres están poblados por grupos de mitimas multiétnicos. La primera intervención de
Tupac Yupanqui es registrada, pero se toma a Huayna Capac como el organizador y el que
transforma la producción de manera cualitativa. Un contraste entre Cochabamba y Yucay y Abancay
es el tamaño: mientras la primera estaba compuesta por 14 mil trabajadores, Yucay y Abancay
contaban con grupos de mil a dos mil. La colonización de Cochabamba es de una escala nunca antes
vista. Esto implicó lógicamente un problema de escala respecto a la mantención de los trabajadores,
que ya se ha visto. En Yucay y Abancay, en contraposición, la subsistencia de los colonos se
mantuvo gracias a la entrega de lotes de tierras individuales: tupus. Por el contrario, en Cochabamba
no hay evidencia de tupus individuales. Encontramos otra diferencia respecto a la tenencia de la
tierra: si en Cochabamba como en Abancay las tierras dependen del estado y su producto es
destinado, esencialmente, al ejército, en Yucay las tierras parecieran pertenecer a título privado de
Huayna Capac (fenómeno totalmente menor, pero presente, en Cochabamba). En Yucay pareciera
ser que todas las tierras pertenecían a grandes personajes. A su vez, los trabajadores no eran
calificados como mitimas, sino como yanaconas, lo que demuestra lazos de dependencia personal a
personas individuales –que refleja la tenencia de la tierra- y no al estado. Por último, las diferencias
de categorías quedan evidenciadas tras la conquista. Tanto Cochabamba como en Abancay existieron
numerosos mitayos que todavía mantenían lazos de parentesco y reciprocidad con sus comunidades
de origen. Por eso, a la hora de la conquista, abandonaron las tierras de Cochabamba para volver a
sus comunidades núcleo. En cambio, los yanaconas de Yucay se quedaron tras la conquista, ya que
su categoría implicaba perder cualquier lazo de reciprocidad con su comunidad local. En definitiva,
los criterios de diferenciación parecieran ser que a las tierras estatales (Cochabamba y Abancay) les
correspondían trabajadores mitima y mitayos, y las tierras de tenencia privada, yanaconas.

28

También podría gustarte