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Nombre Estudiante:
Ya estamos todos en clase. Solo falta Pedro. ¡Ah!, por ahí viene. Parece que su
madre ha conseguido que se corte el pelo.
―Hola, Pedro. Te han tomado el pelo, ¿eh?
―Qué chistoso eres, Miguel ―contesta Pedro bastante ofendido ―.Ah, por cierto,
¿qué tal el entrenamiento?
― ¡Tú también le pones bueno!
―Bueno, se hace lo que se puede ―sonríe Pedro, satisfecho.
―Ya veo…Pues el entrenador me sancionó y me he quedado sin jugar el partido.
Pero me da igual.
―Un momento, por favor. ¿Pueden escucharme todos?
― ¿Qué hace la Ana en el puesto del profesor? ―se sorprende Pedro.
―Pedro, porfa. ¿No me escuchaste? ―le grita Ana subiendo el tono de voz.
―Adelante, Ana. Explícate ―la ánima Claudio.
―Ya saben que se acerca el viaje que teníamos previsto.
― ¡Es verdad! ―salta, entusiasmada, María ―. ¿Adónde vamos?
―Si me dejan hablar, sabrán. Bueno, supongo que recuerdan que soy la delegada
del curso.
―Es difícil olvidarlo ―le dice Pedro disimuladamente.
―Bueno ―prosigue Ana ―, ayer tuve una reunión con el profe jefe y el director
para fijar el lugar del viaje. Iremos a Valparaíso a visitar el Congreso. ¿Qué bacán,
cierto?
―Si tu lo dices ―comenta, dudosa, María.
―A mi me gustaría hacer una pregunta ―interviene Alejandro ―. ¿Esto es
definitivo?, ¿podemos cambiar de lugar?
―Pensábamos que las perecería genial ―contesta Ana.
― ¡Linda la cuestión! ―exclama María ―. Si no estamos de acuerdo, nos
quedamos piolas. ¿No podemos decidir dónde queremos ir?
― ¿Cuál es el problema, María? ―interviene José; intrigado ―. A mí me parece
bacán ir al Congreso.
―No es que me parezca mal, pero ¿por qué a Valparaíso y no a Santiago o a
Viña? Me gustaría que alguien me hubiera preguntado ―argumenta María.
―Apoyo a la Mari ―añade Claudio ―. Somos los más interesados; ¿por qué no
nos han preguntado?
―A ver, a ver ―intenta acallar Ana los comentarios del resto de la clase ―. ¿Qué
es lo que les parece mal?
―Bueno, ya que lo preguntas ―contesta María ―. ¿Qué derecho tienes tú a
decidir por todos nosotros?
―El derecho me lo dieron ustedes ―se defiende Ana ―. Les recuerdo que me
eligieron su delegada. Me dieron autoridad para poder decidir en su nombre.
―Ya, pero en cosas importantes es bueno preguntarle al curso ―replica María.
―Si, claro. Cada vez que haya que decidir algo los junto a todos, perdemos una
hora de clases y discutimos, peleamos hasta cansarnos. Precisamente se nombra
a una delegada para no perder el tiempo haciendo asambleas y votaciones a cada
rato.
―Pero en un asunto como éste me parece razonable que se tenga en cuenta a la
mayoría. ¿No creen ustedes? ―pregunta María dirigiéndose a todo el curso.
Muchos asienten con la cabeza, otros permanecen indiferentes y José niega
efusivamente con las manos. El curso se desordena.
― ¡Silencio, silencio! ―intenta poner orden Ana ―. He hecho lo que me parecía
más conveniente. Puede que me haya equivocado, pero es muy fácil criticar
cuando uno no toma las decisiones y no tiene que decidir. Estoy un poco harta de
que cada vez que decido algo se me cuestione. No sé para qué sirve una
delegada entonces.
―Y yo creo que es mi obligación defender mis intereses, ya que tú no lo haces
―contesta María.
― ¡Ya! ¡Cálmense! ―las interrumpe Oscar ―. Esto parece una sesión del
parlamento. No se pongan tan dramáticas, hablando la gente se entiende. Solo
hacen falta buena voluntad y ganas de entenderse.