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Tema de una conferencia dictada

en la Provincia de Córdoba, Argentina, mayo de 1995.

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ara los que nos movemos en el contexto del diseño y las comunicaciones visuales,

P el panorama cotidiano nos impone un esfuerzo por mejorar los espacios que son de
interés cultural, intentando optimizar lo leíble mediante el cuidado de la palabra
para que ésta sea transmisora de mensajes cultos, para que no haya interferencias entre
el contenido de un texto y su forma, para que la misma cumpla con el rol de socializar la
cultura.
La protección de la palabra responde a la necesidad de resguardar una herencia
cultural, que nos viene legada desde hace siglos y que debemos preservar para las
generaciones por venir. Nuestra responsabilidad es entonces la de trabajar en la
optimización de la lectura y facilitar la comprensión del sentido del texto. Pero, a la vez,
nuestra tarea se debe concentrar en facilitar el mensaje haciéndolo entendible, culto,
visualmente entretenido al lector.

¿TIPOGRAFÍA PARA QUÉ?

Una serie de códigos forman parte de las alternativas para comunicarnos. Hablo de los
sonidos, los colores, las formas, los aromas, los gestos y, por supuesto, las palabras, que
impresas tienen además la propiedad de permanecer.
Para comprender su estructura, es fundamental reconocer la letra como parte de un
sistema articulado, con millones de combinatorias cuya magnitud habitualmente se nos
escapa, pero que podemos percibir en la dimensión de un diccionario; dimensión que se
multiplica con cada una de las 308 lenguas que utilizan el mismo sistema de escritura
latina.
En la lengua castellana podemos resolver toda la comunicación verbal, con los 27
signos de nuestro abecedario y sus accesorios (signos de puntuación, expresivos,
numéricos, etcétera).
Como seres alfabetizados conocemos los modos rudimentarios del funcionamiento de
la letra, pero para los que trabajamos con la palabra hay otros más íntimos, que es
necesario dominar si es que queremos perfeccionar nuestro trabajo de emisores de
informaciones; son detalles técnico-sensibles que permiten optimizar y armonizar una
comunicación.
Cuando los niños pequeños se inician en el aprendizaje, después de la primera etapa
del conocimiento de la letra, reconocen las palabras a través de las sílabas. Cuando
somos adultos ya las leemos como conjuntos, sin necesidad de silabear, de individualizar
letra por letra o palabra por palabra, es decir que nuestra vista capta conjuntos de
palabras que se identifican a gran velocidad a partir de la experiencia que tengamos
como lectores.
La calidad de la puesta en página de un texto determina las condiciones de la lectura.
De la facilidad que se logre en este acto depende una parte importante del éxito del
mensaje. A su vez, la legibilidad, otro de los atributos necesarios para que el ojo capte
las palabras fácilmente, se investiga metodológicamente desde hace muchos años.
Facilidad de lectura y legibilidad son los principales requerimientos que debemos exigirle
a un texto, para lograr la eficiencia del mensaje.
En el acto de leer debemos atender a cuestiones de reconocimiento,velocidad y
comprensión del texto. Un mensaje acabado debe resolver esos distintos condicionantes,
considerando además otros problemas físicos de lectura como la distancia entre la vista y
el texto, la luz ambiental y el soporte de la palabra. El ojo recorre la línea de texto con
movimientos de fijación, regresión, verificación y corrección, y va saltando por la línea
apoyándose a veces en conjuntos de palabras o espacios. Reconocemos unas 200/250
palabras por minuto, que se individualizan básicamente por su forma general exterior y
por las contraformas de los signos.

MÁS RÁPIDO SÍ TIENE SENTIDO

Para dominar los estímulos que ayuden a su reconocimiento, es necesario aplicar


métodos que faciliten la lectura de la palabra. La pagina debe ser tratada como la puesta
en escena de una obra de teatro,donde los sentimientos de todo tipo e intensidad, los
tiempos, el tono de voz, los silencios, los énfasis y la naturalidad expresiva, se transladen
a la página impresa, la pantalla o el soporte que sea, y cumplan con las condiciones
necesarias para que el lector pueda captar el sentido del texto, no como algo
excepcional, sino como el espacio de diálogo entre él y la palabra. Por ello es necesario
aplicar todos los recursos disponibles para optimizar la puesta en página, para que el
ajuste de los textos colabore, mejorando la comprensión de lo que leemos.
El primer recurso tiene que ver con el plano donde se vaya a trabajar, su relación
entre el largo y el ancho, el tamaño y las características. Después de su reconocimiento
es necesario buscar las proporciones adecuadas entre los márgenes y la mancha de
texto, pues ambas partes deben estimularse y a la vez ser el soporte sobre el que la vista
hará su recorrido. Estos dos argumentos deben evaluarse simultáneamente, pues definen
gran parte de las condiciones generales de trabajo.
El tipo de composición que se emplee también es determinante. La columna centrada,
justificada en ambos márgenes, o alineada a uno u otro lado, puede facilitar o dificultar la
tarea de lectura. Es más fácil leer los textos marginados a la izquierda por el simple
hecho que los espacios entre palabras son regulares y, además, porque el margen
derecho desflecado facilita identificar el comienzo de la siguiente línea.
Un texto alineado a la derecha o centrado sobre su eje demora la velocidad de lectura
y dificulta la comprensión, mientras que la composición en bloque, para ser funcional,
requiere de un trabajo de ajustes muy meticuloso con la finalidad de que los espacios
entre palabras no se vean afectados. Contrariamente a lo que vulgarmente se cree, los
textos a caja o en bloque plantean muchas dificultades para la producción.
Es necesario armonizar el interletrado, interlineado y las señales de comienzo de los
párrafos. Para ello será preciso tomar decisiones que se apoyen no sólo en el estilo, sino
también en lo funcional. Del mismo modo, habrá que decidir el tamaño del signo
tipográfico (el cuerpo de lectura y su espacio).
Aunque se conoce mucho sobre el largo adecuado de una línea de texto, para lograr
una buena lectura no es conveniente estandarizar parámetros, porque pueden variar
según las características de la familia tipográfica utilizada.
Todos estos elementos que generalmente se presumen como si fueran respuestas
estéticas, hacen que una edición colabore con la mejor comprensión del significado del
texto. Sobre estos aspectos es necesario aportar a través de la enseñanza, advirtiendo
que cada una de las decisiones que se tomen tiene implicaciones sobre el todo. Su
aprendizaje si bien no es sencillo, estimula, produce la alegría del conocimiento que nos
posibilitará un trabajo eficiente.

ESTÉTICA Y OTROS INTERESES

El ojo percibe un espacio complejo, lleno de perturbaciones. Nuestra tarea como


diseñadores consiste en simplificar su tarea selectiva.
Un cuerpo de lectura superior al aconsejado determinará que la línea de texto tenga
menos signos de lo conveniente. Si los espacios entre palabras resultan excesivos, cada
palabra cobrará una identidad individual frenando al ojo en su deslizamiento sobre la
línea, complicando la llegada al significado del mensaje y ocasionando un trabajo
adicional a nuestro cerebro. En un texto es igualmente grave que el cuerpo tipográfico
resulte grande o chico, la medida de la tipografía debe buscarse en relación con la
distancia de lectura y ese tamaño dependerá a su vez de la tipografía elegida, su color
(oscuridad), y cualidad que ésta posea para los fines de uso.

LA PALABRA COMO ARTICULADORA DEL PENSAMIENTO

A través del buen uso de la ortografía, de una sintaxis inteligente, del correcto empleo de
mayúsculas y minúsculas, de la apropiada utilización de abreviaturas, de escribir
observando como se lee, es decir de la aplicación de todas las leyes gramaticales,
estamos asumiendo un compromiso que no sólo es formal sino también educativo y ético.
Es un compromiso que debemos afrontar con responsabilidad y emoción.
En torno a la palabra se conjuga una trilogía compleja:

1. El sonido: en su relación con la voz y el oído.


2. La forma: vinculada a la mano y al ojo.
3. El pensamiento: conectado con la memoria, la imaginación y la reflexión.

La palabra ha contribuido con el desarrollo de la sociedad, no únicamente por haber


posibilitado la memoria de la humanidad, sino también por ser el núcleo articulador del
pensamiento.
No es casual que, cuando queremos desarrollar o compartir nuestros pensamientos,
los escribimos. Desde el principio de la historia, la producción reflexiva de la humanidad
permanece en las bibliotecas, impresa en negro sobre blanco.
La escritura, mediadora entre cosas y palabras, como paso intermedio entre el
hombre y la tipografía, deja de ser un hecho meramente técnico, para convertirse en algo
más importante: un proceso reflexivo. Para comunicarse, los más cultos usan alrededor
de 2 000 palabras. Un bachiller puede aspirar a combinar unas 1 000. Un ciudadano con
educación primaria unas 500. Cervantes, para escribir “El Quijote”, utilizó
aproximadamente 8 000 palabras diferentes.

LIBERAR EL PENSAMIENTO

Las palabras despiertan las ideas, cuando la palabra es leída, en la mente del lector se
produce un momento independiente, libre, nadie puede ingresar, es una instancia
privada, solitaria, que por estar en el interior de cada uno posibilita las más variadas
asociaciones.
En nuestro cerebro, la mayoría de las palabras se transforman en imágenes, es decir
que por el camino de lo abstracto (el signo y la palabra lo son), por medio del archivo de
nuestra memoria y la imaginación, arribamos a imágenes personales, íntimas, vinculadas
con historias y experiencias propias.
Y al manifestar esas imágenes a través de la voz o de la escritura, volvemos a hacerlo
con el mismo elemento abstracto (la palabra), que puede despertar nuevas imágenes en
otros lectores… nuevos conjuntos de palabras… etcétera.
La palabra actúa como disparadora del pensamiento individual, un individuo que lee
es un ser potencialmente culto. Y la tipografía debe cumplir, en primer lugar, la función
de facilitar el entendimiento, la comprensión, sólo después se la considera como hecho
estético. Cada vez que elegimos una tipografía, estamos eligiendo un tono de voz, un
ambiente, el marco en el cual se expresarán unas ideas.
La selección de los signos apropiados es una tarea sin fin, continua, excitante, llena
de sutilezas… si la misma es acertada, surgirá naturalmente el sonido del texto, hablará
en el tono de su autor, de su medio o de su época.

LA MANO TECNOLÓGICA

La computadora personal nos permite un ingreso más íntimo a la palabra; el diseñador ya


no depende de terceros para componer una página, tiene amplias posibilidades de
elección de todos y cada uno de los pasos para que un texto se exprese acabadamente.
La capacidad de ajuste que posibilita la experimentación sobre aspectos sintácticos y
semánticos de la palabra están a su entera disposición.
Ya no se depende de otros oficios ni de limitaciones tecnológicas para lograr ediciones
inteligentes, todo queda librado a la capacidad profesional, al conocimiento que posee el
que oficia. La producción se ha acelerado y el diseñador tiene autonomía técnica. Esta
independencia de acción puede a la vez, generar la confusión, la ilusión de que como la
manipulación tecnológica es simple y está al alcance de todos, todos estamos en
condiciones de diseñar.
Es necesario separar el instrumento del conocimiento. Los que trabajamos para la
comunicación sabemos que la complejidad de nuestra profesión no conoce límites,
nuestra tarea plantea las más diversas interpretaciones y está vinculada no sólo a
saberes específicos, sino al devenir de las épocas y los movimientos culturales de cada
momento de la civilización; detrás de la computadora debe haber un ser pensante, culto,
un profesional formalmente capacitado.
La herramienta no convierte al hachero en ebanista, y tampoco al revés, al ebanista
en hachero; es necesario que apliquen su inteligencia, su sensibilidad, su experiencia y
conocimiento, su predisposición, y que luego desarrollen un ejercicio de sus intenciones,
para poder extraer de sí mismo lo que desean.
Para lograr estos objetivos es necesario trabajar seriamente en la educación,
recuperar y adaptar a las circunstancias contextuales los conocimientos de los orígenes
del oficio, transmitir la cultura a los que serán los responsables del buen trato de la
palabra, de propagar conocimientos.
Pero estaría bien alejarnos de las interpretaciones que relacionan la cultura
tipográfica únicamente con lo tradicional. Es necesario seguir más de cerca la
experimentación y el desarrollo de la puesta en página que ha quedado prácticamente
limitada a las escuelas del pasado. En ese sentido el pensamiento de Georg Picht
expresado ya en los años setenta del siglo XX es un buen punto de partida:
La experiencia del pasado ya no puede orientar al mundo, y el que se confía en ella totalmente, se pierde. Las
mutaciones que nos afectan son tan veloces y radicales que todo lo que nos parece natural puede resultar insensato
de aquí a 20 años. No hay que partir más del pasado sino del futuro. Son nuestras opciones relativas al futuro y una
planificación integral lo que debe guiar de ahora en adelante todas las acciones del presente.

Cada profesional debe ser consciente de las implicancias de su conducta, de su


responsabilidad social, del compromiso con la palabra y de su ética profesional,
considerando particularmente el momento sociocultural de su época.

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