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ara los que nos movemos en el contexto del diseño y las comunicaciones visuales,
P el panorama cotidiano nos impone un esfuerzo por mejorar los espacios que son de
interés cultural, intentando optimizar lo leíble mediante el cuidado de la palabra
para que ésta sea transmisora de mensajes cultos, para que no haya interferencias entre
el contenido de un texto y su forma, para que la misma cumpla con el rol de socializar la
cultura.
La protección de la palabra responde a la necesidad de resguardar una herencia
cultural, que nos viene legada desde hace siglos y que debemos preservar para las
generaciones por venir. Nuestra responsabilidad es entonces la de trabajar en la
optimización de la lectura y facilitar la comprensión del sentido del texto. Pero, a la vez,
nuestra tarea se debe concentrar en facilitar el mensaje haciéndolo entendible, culto,
visualmente entretenido al lector.
Una serie de códigos forman parte de las alternativas para comunicarnos. Hablo de los
sonidos, los colores, las formas, los aromas, los gestos y, por supuesto, las palabras, que
impresas tienen además la propiedad de permanecer.
Para comprender su estructura, es fundamental reconocer la letra como parte de un
sistema articulado, con millones de combinatorias cuya magnitud habitualmente se nos
escapa, pero que podemos percibir en la dimensión de un diccionario; dimensión que se
multiplica con cada una de las 308 lenguas que utilizan el mismo sistema de escritura
latina.
En la lengua castellana podemos resolver toda la comunicación verbal, con los 27
signos de nuestro abecedario y sus accesorios (signos de puntuación, expresivos,
numéricos, etcétera).
Como seres alfabetizados conocemos los modos rudimentarios del funcionamiento de
la letra, pero para los que trabajamos con la palabra hay otros más íntimos, que es
necesario dominar si es que queremos perfeccionar nuestro trabajo de emisores de
informaciones; son detalles técnico-sensibles que permiten optimizar y armonizar una
comunicación.
Cuando los niños pequeños se inician en el aprendizaje, después de la primera etapa
del conocimiento de la letra, reconocen las palabras a través de las sílabas. Cuando
somos adultos ya las leemos como conjuntos, sin necesidad de silabear, de individualizar
letra por letra o palabra por palabra, es decir que nuestra vista capta conjuntos de
palabras que se identifican a gran velocidad a partir de la experiencia que tengamos
como lectores.
La calidad de la puesta en página de un texto determina las condiciones de la lectura.
De la facilidad que se logre en este acto depende una parte importante del éxito del
mensaje. A su vez, la legibilidad, otro de los atributos necesarios para que el ojo capte
las palabras fácilmente, se investiga metodológicamente desde hace muchos años.
Facilidad de lectura y legibilidad son los principales requerimientos que debemos exigirle
a un texto, para lograr la eficiencia del mensaje.
En el acto de leer debemos atender a cuestiones de reconocimiento,velocidad y
comprensión del texto. Un mensaje acabado debe resolver esos distintos condicionantes,
considerando además otros problemas físicos de lectura como la distancia entre la vista y
el texto, la luz ambiental y el soporte de la palabra. El ojo recorre la línea de texto con
movimientos de fijación, regresión, verificación y corrección, y va saltando por la línea
apoyándose a veces en conjuntos de palabras o espacios. Reconocemos unas 200/250
palabras por minuto, que se individualizan básicamente por su forma general exterior y
por las contraformas de los signos.
A través del buen uso de la ortografía, de una sintaxis inteligente, del correcto empleo de
mayúsculas y minúsculas, de la apropiada utilización de abreviaturas, de escribir
observando como se lee, es decir de la aplicación de todas las leyes gramaticales,
estamos asumiendo un compromiso que no sólo es formal sino también educativo y ético.
Es un compromiso que debemos afrontar con responsabilidad y emoción.
En torno a la palabra se conjuga una trilogía compleja:
LIBERAR EL PENSAMIENTO
Las palabras despiertan las ideas, cuando la palabra es leída, en la mente del lector se
produce un momento independiente, libre, nadie puede ingresar, es una instancia
privada, solitaria, que por estar en el interior de cada uno posibilita las más variadas
asociaciones.
En nuestro cerebro, la mayoría de las palabras se transforman en imágenes, es decir
que por el camino de lo abstracto (el signo y la palabra lo son), por medio del archivo de
nuestra memoria y la imaginación, arribamos a imágenes personales, íntimas, vinculadas
con historias y experiencias propias.
Y al manifestar esas imágenes a través de la voz o de la escritura, volvemos a hacerlo
con el mismo elemento abstracto (la palabra), que puede despertar nuevas imágenes en
otros lectores… nuevos conjuntos de palabras… etcétera.
La palabra actúa como disparadora del pensamiento individual, un individuo que lee
es un ser potencialmente culto. Y la tipografía debe cumplir, en primer lugar, la función
de facilitar el entendimiento, la comprensión, sólo después se la considera como hecho
estético. Cada vez que elegimos una tipografía, estamos eligiendo un tono de voz, un
ambiente, el marco en el cual se expresarán unas ideas.
La selección de los signos apropiados es una tarea sin fin, continua, excitante, llena
de sutilezas… si la misma es acertada, surgirá naturalmente el sonido del texto, hablará
en el tono de su autor, de su medio o de su época.
LA MANO TECNOLÓGICA