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IV

Aquella tarde, después de nuestra última clase del día, habíamos acordado de
manera muy discreta encontrarnos en las escaleras de emergencia. Aquello era el
plan perfecto, recuerdo haber pensado.
Mis manos sudaban al contar los pocos minutos que faltaban para encontrarla en el
lugar pactado, miraba con frecuencia aquel el reloj que colgaba en la recepción,
mientras esperaba paciente en un sofá junto al elevador.
Un joven de aproximadamente diez y nueve años el cual tenía una voz muy
peculiar, se sentó junto a mí. Note en su mirar que tenia algo que preguntar e inicie
una conversación cordial.
¿Tienes algún plan para esta tarde? – me pregunto, mientras abrazaba su mochila
como si dentro de ella tuviera algo de valor. Solo asentí con la cabeza. Le comenté
que iría al viejo puerto a caminar un rato.
¿Acaso Iras solo? - me cuestiono. Le dije que no, que irá acompañado.
El no indago en el nombre de la persona, pero noté en su expresión que no tenía a
donde ir aquella tarde. Yo había estado en esa situación en algún momento de mi
vida, así que le pregunte si quería acompañarnos y el acepto sin dudar.
Al momento de encontramos en las escaleras de emergencia ella me sonrío y
saludo al invitado muy natural a nuestro compañero de clases. Me pareció muy
educado de su parte el que no me preguntara el porque nos acompañaría, ella
estaba más enfocada en salir del edificio lo más discretamente posible y sin decir
mucho. Temia que nos vieran juntos.
Durante el trayecto, discretamente observe aquellas delicadas manos y hermosas
expresiones, nunca había visto semejante belleza en una mujer. Me encontraba
totalmente intimidado.
Aquella forma en que su cabello corto ondulado se movía con el viento, hacia
resaltar su elegante manera de caminar, aquello era una danza visual, la cual hacia
que cualquiera voltease a mirar.
Deje que ellos pusieran la conversación, la cual en su principio era relacionada a la
forma en que ciertos profesores nos impartían la clase, por mi parte debo admitir
no preste mucha atención, solo seguía los pasos de ella.
No tenía cabeza para pensar formular pensamientos, su sonrisa me dominaba a su
antojo.
Entramos a una tienda de souvenirs, para comprar un recuerdo que buscaba
nuestro amigo. Algo pequeño que pudiese llevar a su hogar quizás.
En aquel lugar había momentos en que nos encontrábamos en los pasillos y
nuestras miradas se conectaban. yo intentaba disimular lo indefenso que su mirada
me ponía preguntándole su opinión acerca de cualquier objeto en la tienda.
Su vos suave me hacía temblar, mientras mis pensamientos luchaban por mantener
mi corazón latiendo a una velocidad normal.
Al salir del lugar y aprovechando que nuestro chaperón se alejó unos cuantos
metros.
Nuestras manos se encontraron y se entrelazaron. No hubo necesidad de arruinar
ese momento con palabras y me atrevo a decir que no existen tales para
describirlo. Aquella tarde termino con una cordial despedida en la estación del
metro. Espere hasta que ella tomara su línea la cual era totalmente opuesta a la
mía. Nos observábamos a la distancia y prometimos avisarnos cuando llegáramos a
nuestros destinos.
Mi corazón se fue tras ese vagón, no volví a mirar ese puerto de la misma manera.
No volví a ser yo.

XI

Aquella tarde soleada de julio desfilaba por esa larga avenida rumbo a seguir
embriagándome un poco más. Decepcionado después de una amarga derrota por
dos a cero impartida por un equipo carioca que a mi parecer no fue el mejor esa
tarde; repasaba en mi memoria aquel encuentro, imaginaba tácticas y formaciones
que pudieron haber hecho un poco más la diferencia, como buen aficionado siento
que se mas que el director técnico, pensaba en los cambios después del primer gol
y en porque se empeñaban en meter a Rafa Márquez. En que demonios estabas
pensado Osorio, pensé mientras seguía deambulando cual vagabundo ebrio en su
localidad.
La avenida se encontraba desierta debido a que era un día feriado, imaginaba a las
familias que vivan por ahí pasando un día de flojera con sus integrantes, comiendo
y mirando tv.
Horas antes, el ambiente era mundialista y de regreso me parecía un desierto de
concreto.

Me había quedado sin batería y no podía importarme menos, solo quería un último
tarro de cerveza, mi alma necesitaba escuchar sonidos de charlas indistintas, quizás
compartir una conversación interesante o a lo mejor buscaba prolongar lo más que
pudiese la soledad de aquel apartamento.

El atardecer por fin se puso detrás de mí, según mis cálculos llegaría a la estación
Saint Laurent ya caída la noche y mis esperanzas de encontrar un bar abierto se
habían reducido al igual que el calor del alcohol en mi cuerpo. Resignado,
replanteé mi plan original y decidí dirigirme a casa, pero no sin antes pasar al banco
nacional y retirar el dinero de mi renta, 25 billetes verdes con el rostro de una
señora con corona.

Retome mi camino y conte 13 cuadros en la acera, hasta que un sonido interrumpió


aquel silencio.
mis ojos, buscaban de donde provenía aquel grito, era un señor con una visera y
una sudadera color negra. – ¿Eres de Veracruz, loco? Pensé que tu playera era de
Perú, hasta que mirando mas detenidamente vi que era del tiburón. Le confirme su
comentario como cualquier jarocho lo hubiese hecho. - Ahuevo pa’, ¿tu de que
parte eres? -Yo soy del puerto.

Mi rostro se relajo y la platica fluyo. me pregunto cuál era mi destino, le dije que
estaba buscando un bar para continuar mi farra. Con esa confianza que caracteriza
a un jarocho me comento que iba a dar el bajón en un restaurant chino que estaba
cerca de ahí. Me propuso acompañarlo a comer después me acompañaría a beber
algo. Guarde silencio, mientras pensaba la situación. El Insistió y yo accedí.

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