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Cartagena de Indias, Colombia

14 de mayo de 2017.

Fragmento de Adán:

Nos encontrábamos de vacaciones en Cartagena Colombia, destino seleccionado


después de una larga charla con mi novia Giselle, a quien le hable de mi primera
experiencia en la ciudad, de lo asombrosa y encantadora que puede llegar a ser. Le hablé
de su arquitectura colonial, de su aroma a mar y café, de sus diversos colores y de su
deliciosa gastronomía. Cartagena era una ciudad que merecía ser visitada por mi actual
amor y yo sería quién la guiaría durante esta visita.

Tomados de la mano recorríamos las callejuelas del centro histórico, con fachadas de
casas coloniales a colores, por momentos nos deteníamos, la tomaba de la cintura y nos
besábamos efusivamente. Giselle, ese día lucía radiante, con su hermoso cabello castaño
claro, que lo traía arreglado con un peinado half-up bun, y un look que consistía
básicamente de un mini short color azul, un top schiffy en blanco con cordones
delanteros, con el que le quedaban al descubierto sus hombros, sandalias planas de
goma del mismo color, dándole un aspecto cómodo, casual y desenfadado. Recuerdo que
los nombres de las calles eran curiosos, pero por lo que nos contaron los locales, todas
ellas guardaban historias y misterios, que se remontan a la época de la colonia.
Definitivamente era un deleite perderse en ese lugar y olvidarse de los afanes del mundo
moderno.

Nunca imaginé lo que me esperaría en aquel viaje, y lo mucho que cambiaría mi vida.

Teníamos una ruta planeada para ese día, pasado el mediodía nos dirigimos al cerro de la
Popa, donde se encuentra un convento, en la parte más alta de Cartagena, cuando
llegamos a la cima, lo primero que hicimos fue buscar un punto a donde pudiésemos
apreciar la vista panorámica, que resultó ser espectacular, te hacía sentir como si tuvieras
la ciudad a tus pies. Nos dieron una visita guiada por el convento, la cual fue una
experiencia increíble, en el interior había una capilla muy emotiva con la virgen de la
Candelaria, con su retablo esplendoroso y sus exposiciones, el claustro con su pozo
central, además de tener una historia muy interesante del monasterio. Había también un
museo donde albergaban una colección de billetes y otras exhibiciones. Admiramos la
arquitectura de cada rincón por donde pasábamos, misma que entonaba con el resto de la
ciudad, todo ello convertía al lugar en una maravilla. En definitiva, era un espacio perfecto
y tranquilo para sentirse inmerso en la historia de la ciudad.

Por la tarde regresamos a la ciudad amurallada, y buscamos una cafetería, después de


revisar un par de opciones, nos convenció una que tenía por nombre, “Café del mar”, el
ambiente del lugar parecía muy acogedor, con una fantástica y fascinante vista al mar. El
anfitrión enseguida se acercó para darnos la bienvenida y nos acompañó a nuestra mesa.
Le retire la silla a Giselle y ella se sentó, una vez establecidos, era el momento de elegir
que tomar. El menú tenía una extensa lista de tipos de café, a lo cual Giselle se concretó
a pedirle a la mesera que le trajera un cold brew y yo pedí un latte frio y lo acompañamos
con una torta de milky way cada uno, la mesera con una sonrisa amable, nos tomó la
orden. Giselle me tocó la mano y se acercó a mí, haciéndome saber lo mucho que estaba
disfrutando el viaje, y me dio un beso suave en la boca.

Estuvimos conversando largo rato sobre la impresión que le quedó de aquellos lugares
que visitamos ese día y lo que teníamos en mente por hacer al siguiente.

En esa cafetería pasaría algo de lo que no sabes si lo puedes atribuir al destino o a la


casualidad, porque es muy difícil concebir que, en aquel lugar y momento justo, iba a
aparecer aquella mujer que conocí hace unos años aquí en Cartagena, de la cual me
enamoré perdidamente y que de alguna manera logró cambiar para siempre mi
percepción y entendimiento de lo que es el amor.

Recuerdo el momento preciso cuando entró a la cafetería y la vi, iba acompañada de una
amiga, era ella, Vera, con su belleza singular, con la energía y sensualidad que la
caracterizaba, iba con un vestido tropical multicolor, sin mangas y con tirantes que le
dejaba la espalda descubierta, que hacía resaltar su cuerpo incitante, labial color rojo, el
cabello suelto, y unas alpargatas con cuña que completaban su atuendo. Se veía
espectacular, tenía ese poder de atracción física y sexual que haría imposible que alguien
se resistiera a verla. El anfitrión enseguida las acompañó a su mesa, cuando ella tomó
lugar en su asiento, quedó mirando a la dirección a donde estaba yo, pero no se percató
de mi presencia de inmediato, sino hasta unos minutos posteriores cuando empezó a
explorar el lugar.

Continuación de Susy:

Vera, se encontraba a pocos pasos de mí, la vi curioseando las mesas como observando
lo que consumen los comensales. Y fue entonces cuando nuestras miradas coincidieron,
por milésimas de segundos, que pudo ser tal vez por mucho más tiempo, ya que mi novia
Giselle, intrigada de verme paralizado, sin articular sonido alguno, insistió colocando su
mano en mis ojos para quitar esa corriente de magnetismo que sentí de volver a ver a
aquella mujer que amé tanto y a quién nunca pensé que podría tener otra vez tan cerca.
Al regresar de mi estado de ensoñación, solo atiné a decirle que me distraje mirando los
cuadros de la pared. Pero sabía que no era prudente comentar en realidad que fue lo que
me distrajo mi atención.

Las puertas de la ilusión y el entusiasmo se abrieron de par en par y dejaron paso al


amor, la pasión y a la búsqueda de sentido por todo aquello que estaba sucediendo en
esos momentos. Desde mi mente comenzaron a brotar diferentes ideas y expectativas
sobre ella.
Habían transcurrido cinco años desde la última vez que nos despedimos con un beso. Y
donde antes existían razones para hablar, ahora había excusas para no hacerlo. Aunque
sé que Vera sabía quién era, actuó como si no me reconociera, o eso quiso tal vez
demostrar, porque en repetidas ocasiones regresaba la mirada de forma disimulada a
donde estaba yo. Su mirada reflejaba ese brillo que me hacía pensar que tal vez podría
reavivar la esperanza de alguna llama que cobrará fuerza y que mantuviese con vida lo
que fue nuestro amor.

Continuación de Rebeca

Cartagena de Indias, Colombia 09 de abril de 2012.

La última vez que tuve a Vera en mis brazos fue aquella noche fugaz, fue un instante de
luz para mí, pero para ella solo fue simplemente una escena de placer a través del
tiempo. Esa noche tuvimos nuestro primer encuentro en una cafetería en el centro
histórico de Cartagena, el café San Alberto, todo se prestaba a una noche inolvidable. Ella
incitaba a poder explorarla no solo por su físico perfecto en su mirada había esa pizca de
melancolía con sensualidad.

La plática la llevo a dejarme claro que la libertad había sido parte de su vida desde
pequeña, por la pérdida de sus padres ella aprendió a vivir en la soledad, la plática se fue
tornando de horas a un espacio en el tiempo indefinido ¿acaso se puede descifrar en
horas al amor? Sabía que besarla abriría la puerta a un portal donde desnudaría su alma
y corría el riesgo de enamorarme.

Caminamos por las calles, que parecían tornarse solo para nosotros, nosotros en un
espacio erótico donde solo deseaba tenerla, arriesgarme a interpretar lo que deseaba era
menos a una reacción negativa de su parte. La detuve frente a frente, la miré expresando
lo que deseaba que pasara en esos instantes, nuestras miradas se encontraron
conectando también nuestros labios y supe que le pertenecía.

Su libertad abrió las puertas al deseo de tenerla en ese instante.

Seguimos caminando, platicando bajo un panorama en el tiempo, entre la luna, luces y


empedrado llegamos a la calle las carretas, donde se detuvo y al mirarme comprendí que
necesitábamos descubrir ese deseo que nos inundaba en ese momento. Tomo mi mano y
me dirigió a un hotel, el hotel era elegante de estilo colonial con paredes de piedra vista y
patios típicos españoles. Esa noche ella tenía control sobre mí. Al llegar al cuarto me beso
apasionadamente, ya no había control, la desnudé y descubrí en aquella cama el deseo
que sentíamos mutuamente. Después de pertenecernos, acostados y desnudos aquella
noche se envolvió de pasión y descubrir a Vera fue una mezcla de sentimientos.
Vera amaba la vida después de la soledad que la invadió por años tras la muerte de sus
padres, aprendió no amar, a desear cada circunstancia que la vida le daba. Amaba las
cosas simples que la mayoría la toman por desapercibidas, simplemente era una mujer
terrenal.

Al amanecer me invadió la frustración de no encontrarla a mi lado y entender que para


ella solo había sido un instante de placer. Salí de aquella habitación con la idea que no
sabría más de ella. Esta situación abrió un sentimiento que me invadió por cinco años,
pues en todo este tiempo jamás pude sentir lo que Vera logro en tan solo un instante. Al
encontrarla abrí una esperanza a descubrir si el destino me tendría un lugar en su vida.

Continuación por Diana Silos

Punto de vista de Vera.

Una noche, solo una noche le bastó para derribar todos mis muros, esa noche de abril
que pasé a su lado fue mágica, no supe en qué momento le mostré mi lado más
vulnerable, pero ahí estaba compartiendo algo más que la cama con él, una intimidad que
no había tenido con nadie, por qué siendo sinceros intimar con alguien es algo más
profundo que solo quitarse la ropa.

Aún recuerdo cómo salí corriendo al otro día, tenía miedo, por supuesto que tenía miedo,
estaba aterrada, está mujer que se jactaba de ser libre y de ir por ahí viviendo sus deseos
sin anclarse al amor y luego aparece él y cambia toda la estructura que había formado
parte de mi vida, parte de mis años. Pensé con toda sinceridad que jamás volvería a verlo
y fue un alivio para mí, nada tendría que cambiar, yo podía seguir con mi vida y él ni
siquiera me recordaría.

Pero las preguntas me atormentaban y no conseguía darles respuesta ¿Que hubiera


sido? ¿Habré sido para él una aventura? ¿Y si me hubiera quedado un poco más? Y
entonces el destino se ríe en nuestra cara, ¿No? O ¿Cómo le llamo a esto? Cinco años
después de ese encuentro, lo tengo frente a mí.

Alina me había insistido bastante para ir a esa cafetería, pues decía que tenían una
entrada de chips de plátano con suero y un pisco sour para morirse, yo hubiera preferido
ir al café de San Alberto, no solo por la nostalgia que me invade al estar ahí, también por
qué preparan un affogato esquisto. Entramos a la cafetería, el anfitrión nos acompañó a
nuestra mesa, tenía tantas cosas que hablar con Alina y de pronto lo ví, estaba sentado
junto a una chica, al principio no sabía si era él, pero al notar su mirada insistente me di
cuenta que no podía ser nadie más. Mi amiga me preguntó que pasaba, pues de pronto
mi mente no estaba presente en nuestra conversación, era muy evidente estaba pérdida,
había salido disparada al pasado.
Después de platicar por aproximadamente hora y media, sobre cosas serias y trivialidades
atiné a despedirme de Alina, no es que mi seguridad se haya visto mermada, pero ese
hombre ponía mis rodillas a temblar con solo verme, necesitaba salir de ahí, sentía
pesado respirar aun cuando estábamos al aire libre, al abandonar la cafetería la brisa me
dio de lleno en el rostro y me ayudó a controlar todas las emociones que llevaba a flor de
piel, camine a lo largo de la playa por algunos minutos, iba tan ensimismada que no me
percaté que alguien venía corriendo tras de mí, ni siquiera había escuchado que alguien
gritaba mi nombre hasta que lo tuve cerca, tan cerca que pude respirar su olor, ese olor
tan delicioso a sándalo y especias picantes, amaderado y tan atemporal me resultaba
simplemente embriagador y supe que no había lugar a dudas era él.

Se acercó y por un instante no comprendí qué hacía ahí, junto a mí, ¿Y la chica que lo
acompañaba? Puedo jurar que vi un anillo en su mano cuando salí del café, luego me di
cuenta, llevaba mi cartera con él, al estar tan distraída debí haberla dejado sobre la mesa,
por todos los dioses, quería que me tragara la tierra en ese momento. - Hola. -Su hola fue
un tanto hosco, como si intentará ocultar su nerviosismo.
- Hola, muchas gracias - le contesté tomando mi cartera por un lado e intentando con
todas mis fuerzas parecer serena e imperturbable ante su presencia.
- Hola Vera, que maravillosa coincidencia - volvió a decir, escucharlo pronunciar mi
nombre evocó tanto en mi, como un hombre puede causar tanto, demonios, no es el
momento para ponerse a babear me dije a mi misma.
- Sí, ¡increíble!, fue un placer saludarte, espero te encuentres bien, gracias por la cartera,
hasta luego. - tratando de que mis palabras tuvieran el impacto deseado paladee cada
una con tranquilidad y gire sobre mis pies para emprender la marcha.

Esta noche sería larga, así que, para olvidar todo el ruido en mi interior, decidí
compensarlo con un poco de ruido en el exterior y me dirigí a Alquímico un bar moderno
con terrazas bellísimas y unos cócteles deliciosos, definitivamente iba a necesitar más
que una pola para relajarme está noche.

Continuación de Adán:

Elian

Dicen que el amor verdadero transciende la distancia y el tiempo, al parecer es lo que


sentía por Vera, amor, volverla a ver había provocado en mí una vorágine de emociones y
sentimientos, sentía que la amaba tanto como la última vez que estuvimos juntos en esta
hermosa ciudad. Conservaba en la memoria cada instante que vivimos, cada beso, cada
caricia, cada abrazo, y todo lo que nos contamos en aquellas conversaciones
interminables. Confieso que Vera, había marcado en mi vida, un antes y un después, era
una mujer que significaba demasiado para mí.
Traté de disimular de la mejor manera con Giselle lo que me estaba pasando en ese
momento, pero por lo visto ella lo notó, y en más de una ocasión con un tono suave me
pregunto si me sentía bien o si algo me incomodaba del lugar, pero me limite a
responderle que todo está bien, y que quizá sólo era la comida o el calor del lugar. Sin
poder resistir la tentación desviaba la mirada a hacia la dirección a donde se encontraba
Vera, estaba consciente de que había perdido el control de la situación e ilusamente creí
poder vencer a la intuición femenina, pero no fue así.

Giselle se levantó para ir al tocador, y me hizo saber que regresaría en unos minutos, me
levanté de mi asiento y la ayude con su silla, ahora tenía la libertad para observar a
detalle a Vera, y como lucía después de aquellos cinco largos años. Lo cierto es que se
veía radiante, con su cabello suelto y sedoso, sus ojos hermosos color avellana, su boca
sexy y esa sonrisa coqueta que tanto me gustaba, que en conjunto le daba a su rostro
una armonía que la hacía irresistible. Después recorrí con la mirada todo su cuerpo,
empezando por su cuello, sus pechos, su cintura, sus caderas y piernas, el vestido que
traía permitía poder apreciar a estas últimas en su estado natural, torneas y sugerentes, y
en uno de sus tobillos traía una pulsera dorada, un accesorio que siempre le gustaba
usar, y que a mí siempre me había parecido que le daba un toque de sensualidad.
Enseguida vi regresar a Giselle y justo antes de llegar a nuestra mesa, empezó a
observar a las personas que nos rodeaban, como si quisiera encontrar algo o alguien
causante de mi distracción, entonces fue cuando la vio, y de inmediato regreso la mirada
hacía a mí, quería ver mi reacción, se acercó a mí, y me dio un beso en la boca, a lo cual
respondí con la mayor naturalidad, aunque me percaté que venía con un mensaje
implícito, “sé que estás viendo a esa mujer”, tomó asiento y se me quedo viendo a los
ojos, y se limitó a decirme:

- Ahora entiendo tu distracción, es hermosa. –


- ¿A quién te refieres? - respondí-
- A la chica del vestido tropical que está a mis espaldas, ¿esa es tu distracción, Elian? –
- Es guapa, pero no es la única mujer en Cartagena que lo es, y astutamente cambie el
tema al preguntarle que le había parecido el café, para posteriormente acercarme a ella y
susurrarle al oído que me moría por a hacerle el amor, y con una sonrisa de complicidad
me respondió que le encantaría.

Pedimos la cuenta, y noté que Vera y su amiga, se levantaban de su mesa para retirarse
del lugar, por un segundo pensé que se despediría de mí con una mirada, pero tan sólo
giro su cabeza y salieron de la cafetería.

¿Me sentía desilusionado? Sí y mucho, pero la suerte ese día estaba de mi lado, porque
voltee hacía su mesa y me di cuenta que habían olvidado una cartera, sin pensarlo
mucho, le dije a Giselle que la chica guapa había olvidado algo. Me levanté y la fui a
recoger, para de inmediato salir a alcanzarlas.
Vi a la distancia a Vera, iba caminando por la playa, por lo visto se había despedido de su
amiga, corrí para alcanzarla, me sentía emocionado y con el corazón latiendo como si
quisiera salirse de mi pecho, y no era para menos, hablaría nuevamente con Vera y con
toda la incertidumbre de lo que pudiese pasar después de ese encuentro. Metros más
adelante y casi a punto de alcanzarla, la llamé por su nombre, pero no hizo caso al
llamado, hasta que estuve a su lado y se detuvo.

¿Recuerdan lo que sentían al tener de cerca a su primer amor de la adolescencia? Justo


así me sentía en ese momento. Percibí su calor y el aroma tan especial que emanaba de
su cuerpo.

- Hola, fue la primera palabra que le dirigí…


- Hola, muchas gracias, me contestó e inmediatamente tomó su cartera de mi mano
- Vera, que maravillosa coincidencia…
- Sí, increíble, fue un placer saludarte, gracias por la cartera, hasta luego.

No hubo tiempo de decirnos algo más, se despidió y siguió su marcha…

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