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RECUERDOS DE FERIA
Las fotografías que aparecen en este libro fueron tomadas de varios sitios web dedicados a
la ciudad, por lo que en algunos casos resulta difícil establecer su autoría.
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A ella, que sabe quién es y que inspiró estos relatos
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RECUERDOS DE FERIA
PREFACIO
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CAPÍTULO I
EL PRIMER ENCUENTRO
Me dio las gracias por haberle conseguido las botas que deseaba. Desde
afuera su hermano tocaba la corneta del carro para apurarla, pero ella parecía
despreocupada ante aquella actitud…Antes de irse me preguntó: ¿Vos sabéis
cuales grupos se van a presentar hoy en Expozulia?
-Creo que Gran Coquivacoa y el Grupo Menta –le dije- ¿vas a estar allá?
-Si –me respondió- y luego me dijo algo que no alcancé a entender porque
salió corriendo a montarse en el auto que la estaba esperando en las afueras de la
zapatería.
Salí de la tienda con rumbo a que mis primos, era la tradición pasar con ellos
el Amanecer Gaitero. Sin embargo, por algún extraño motivo no pude olvidar
aquella chica y su actitud, ella me contagió de feria, de alegría, de felicidad… Por
alguna inexplicable razón sentí que había nacido en Maracaibo no más para vivir
aquel momento y que todo el propósito de mi vida se resumía en ese instante.
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tiempo, ahora de seguro le habría pedido el número de aquel Nokia 2120 que
llevaba en su cintura, pero son cosas que a los 21 años se te pasan por alto. En el
trayecto hacia que mis primos no dejaba de pensar en ella. Nunca antes me había
pasado algo así.
Pero como la suerte de los novatos los profesionales la desean (perdón por
inventar el refrán) ¿Qué creen que paso estando allá en Expozulia? ¡La ví! … sí la
vi, era ella con las mismas botas que horas antes le había vendido, estaba junto a
la tarima viendo una agrupación de gaitas que hacía su debut en aquel escenario.
Envalentonado por las 4 cervezas que me había tomado, me atreví a acercarme.
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Llegué a su casa y lo primero que llamó mi atención fue el arbolito de
navidad en todo su esplendor. Era una tradición de sus padres, colocar los
adornos navideños desde principios de noviembre para que lucieran en la feria.
Era una de esas familias tradicionales, de las que nos enorgullecen de ser
marabinos, en la actualidad quedan pocas, pero de seguro las hay.
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Entrada Principal de Expozulia (Foto cortesía de biendateao.com)
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CAPÍTULO II
EL POOL
Ella sin embargo, desde que entró al local se sintió como pez en el agua, se
sabía la letra de todas las canciones y respondía con coquetería a los piropos que
le lanzaban los sifrinitos que frecuentaban el lugar.
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Desde el principio me ignoraron por completo y hablándole directamente a
ella le dijeron:
Yo iba a decirles que estábamos muy bien jugando nosotros dos solos y que
deseábamos pasar el resto de la noche así, pero ella se me adelantó y les dijo:
-¿Cuánto apuestas?
El chico fue a hablar con sus amigos y entre todos hicieron la colecta 500 mil
en efectivo contra la tarjeta de su padre. A todas estas yo miraba los toros de la
barrera. Me sentía excluido, menospreciado, ignorado. Si no fuera porque me
consideraba un caballero y me había comprometido a llevarla a su casa la hubiera
dejado allí con sus sifrinos y en su mundo… Definitivamente, tenían razón mis
panas, ella solo era una niña caprichosa que para nada se acoplaba a mi (ni yo a
ella)
Sin embargo, la mayor razón por la que me quedé allí fue para ver su
transformación… Ni Gregorio Samsa en la Metamorfosis de Kafka cambió tanto
como la actitud de ella. De tímida e introvertida se tornó en dueña absoluta de la
situación, manejaba el taco con una destreza inusual y después del saque en cada
turno demostraba una pericia que me hizo sentir avergonzado de mis pobres
conocimientos en el pool. De más está decirles que ganó al introducir por último la
bola 8 en la tronera pautada.
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mis adentros. Lo tengo bien merecido por estar saliendo con sifrinitas. Pero a ella
solo le bastaba acercarse a mí y sonreír con aquella inusual ternura para que se
derrumbaran de nuevo todos mis planes y quedar a su merced.
-Vámonos, ya está bueno de pool por hoy, vamos a comer… ¡yo invito!
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Centro Comercial Delicias Norte
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CAPÍTULO III
PRESAGIOS DECEMBRINOS
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El transporte funcionaba hasta bien entrada la noche, pues en esos días
además de una mayor seguridad, también había mucho tráfico peatonal y más
dinero circulando en las calles. Éramos una ciudad próspera y referencia obligada
en el Caribe. Pero, volviendo al tema que nos interesa, ese día me fui hasta su
casa a probar las hallacas que ella, junto a su familia, habían preparado para la
cena de nochebuena. Cuando llegué ya me estaba esperando en el frente, en
medio de la alegría navideña que siempre engalanaba su hogar.
Recuerdo que tenían una mata de palmeras decorada con bambalinas y las
luces musicales de aquel entonces, esas que titilaban insistentemente cuando
salía la canción de “Rodolfo era un reno” ¿Las recuerdan? Después de 20 minutos
conversando con ella, la insistente musiquita me tenía al borde, pero como no
quería hacerla sentir mal le dije:
La noche era perfecta: las gaitas que sonaban de fondo, la iluminación que
poblaba todo el frente de su casa, los vecinos que entraban y salían llevando
hallacas, poche crema, dulce de piña y lechosa. A ninguno dejaban ir sus padres
sin brindarles una cervecita o una copita de vino. Cuando salieron las primeras
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hallacas, nos la fueron a llevar hasta el frente, junto a una Regional Vestida de
Novia…¡Aquella combinación me supo a gloria!
Sin embargo, lo curioso de este evento… lo que sólo ahora vengo a recordar,
es que ese día, mientras estábamos celebrando, un hombre mayor se acercó
hasta el portón y nos pidió de comer. A ella se le removió el corazón y aún sin
conocerlo, le llevó un platico con una hallaca, pernil y ensalada de gallina, además
de un vaso de refresco. No pude vislumbrar la cara de aquel sujeto, sin embargo,
como efecto de la fiebre que me aquejaba, rememoré claramente sus palabras:
“Disfruten lo que tienen y que Dios proteja este hogar de los tiempos malos”
Ahora yo me pregunto:
¿Será que aquel hombre ya intuía lo que 20 años después se nos vendría
encima?
¿Será acaso que viajó desde el futuro para advertirnos sobre aquello de lo
que nos debíamos cuidar?
Solo espero que algún día, cuando toda esta pesadilla pase, volver a comer
las hallacas y brindar en esa casa por los buenos tiempos, los tiempos felices que
desde ya estoy esperando… Sólo sé que será para navidad y que las gaitas de
Maracaibo 15 sonarán a todo volumen.
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Boulevard 5 de Julio (Años 80)
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CAPÍTULO IV
EL ÚLTIMO SERENATERO
Yo reconozco que a veces no me portaba bien, ni estaba a la altura de ese
ideal de mí que ella se había formado, pero tengo a mi favor que siempre lo hacía
por el despecho o por inmadurez, nunca por desamor. Por eso cuando se fue para
los Andes, a ese pueblo mítico que desencadenaba mis celos, yo no vacilé en
aceptar la invitación de mis panas para irnos a las playas de Falcón. Para mí era
una forma de llevarle la contraria, pues mientras ella estaba en el frio, yo trataba
de olvidarla en el calor.
Uno como hombre siempre se toma las cosas de manera literal, sin analizar
que en la mente de una mujer las palabras no son concluyentes, sino incitativas.
Yo me abandoné a la buena de Dios y decidí explorar mi lado “posmo”,
vistiéndome de negro y juntándome con los irreverentes de la Escuela de Letras
de la Universidad del Zulia. Rompí los 5 jeans que tenía para ese entonces y teñí
todas mis franelas de negro, después me fui con ellos a escribir poemas
pesimistas, oír rock pesado y renegar de la existencia.
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los posmos de la escuela de letras se encargaron de recordármelo. Me entregué al
aguardiente y el existencialismo pesimista.
Así me consiguió una de sus amigas (la única a la que le caía bien) del Club
Bella Vista en una esquina de la calle 72. Al ver mi deplorable estado se apiadó de
mí y me dijo:
Esas fueron las palabras exactas que necesitaba en aquel instante. Me fui a
mi casa, me afeité esa barba trasnochada, me bañé, me quité aquellos trapos
negros y empecé a componerle una canción donde se resumiera lo que había
sido este primer año de nuestra relación… Sin embargo, faltaba lo más difícil:
conseguir alguien que se le cantara, porque definitivamente yo no tenía voz para
eso.
Nos anduvimos desde San Francisco hasta San Jacinto, buscando quien nos
cantara, la mayoría tenía presentaciones para ese día y los pocos que estaban
libres me cobraban más de lo que alcanzaba con mis 50 mil bolívares que me
habían prestado. Hasta la Plaza de la República llegamos, porque allí se ponían a
improvisar unos chicos con una guitarra y congas, pero ese día no tuvimos la
suerte de verlos.
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- Si te va a perdonar por una serenata y no por lo que sois, definitivamente
no te quiere. Olvidáte de esa sifrina y buscáte alguien que sea como vos.
Resignados a esa idea nos fuimos a Santa Lucia, para gastar en cerveza los
50 mil que cargaba en el bolsillo. Apenas llevábamos la segunda ronda, cuando se
apareció “A que Luís” aquel insigne personaje… Le decían el último serenatero,
vestía de blanco y llevaba una guitarra. Se acercó a los concurrentes ofreciendo
sus canciones a cambio de una cerveza, pero nadie la hacía caso. Cuando se
acercó a nosotros le pregunté.
Definitivamente, quien dijo que las cosas improvisadas salen mejor que las
planificadas tuvo toda la razón, el ensayo en el trayecto en el Maverick de Rafito
Castillo fue más que suficiente para que él captara la emoción y sentimiento que
yo le quería trasmitir con esa canción. Sin embargo, cuando llegamos a su casa,
nos encontramos con un imprevisto…
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Y diciendo esto le cantó la canción que yo le compuse, dándole la música de
“El Milagro de tus ojos”, ella salió al frente de la casa un tanto intrigada, para saber
quién le había llevado serenata… Después que le cantó esa canción, el
serenatero improvisó:
Para finalizar, la cantamos “El Milagro de tus ojos”, porque ella misma lo
pidió. Esa me valió el perdón y la reconciliación. De más está decirles que las
pretensiones de aquel sifrino que se quería interponer quedaron al trasto. Nos
reconciliamos hasta aquel día que las circunstancias nos obligaron a separarnos.
Nunca supe más del último serenatero, pero si por alguna casualidad él o alguno
de sus familiares lee esta anécdota, espero sepan que tanto ella como yo estamos
infinitamente agradecidos con él.
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CAPÍTULO V
EN EL PLANETARIO
Pero como siempre fuimos uña y mugre y no podían pasar dos días sin
vernos, porque nos empezaba a dar el síndrome de abstinencia, allá nos
aparecimos el sábado por la tarde. Ese día, ella lucía particularmente hermosa,
llevaba jeans Levi´s 501 prelavado de un color celeste claro, muy ceñido a su
cuerpo y una blusa hindú de colores muy llamativos que armonizaban
perfectamente con su cabello negro azabache, meciéndose al viento y apenas
contenidos por sus lentes de sol que improvisó como cintillo.
Con cada paso que daba se robaba la mirada de varios chicos, algunos
hasta se le acercaban tratando de iniciar una conversación, pero ella siempre se
los quitaba de encima, con mucha educación y discreción, pero siempre con
firmeza… así era ella y creo que aún debe seguir siendo así. Cuando entramos a
la conferencia no logramos permanecer quietos ni por un minuto, era fastidiosa a
más no poder. Por eso, apenas pudimos nos escabullimos y salimos de la sala
hasta el llegar al planetario, con la suerte de poder entrar a la última función.
Ese fue el día en que le regalé dos noches, la primera al contemplar aquellas
estrellas virtuales en la presentación sobre la constelación de julio en el planetario
Simón Bolívar y la segunda, cuando por esos sortilegios del destino, terminamos
en una fiesta en el Hotel del Lago hasta las 2 de la mañana… Pero vamos poco a
poco que no me quiero adelantar.
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Allá estaba uno de mis compañeros de clase, (uno de los pocos que ella
soportaba) que para ese entonces trabajaba en una compañía de eventos. Estaba
fungiendo como guía turístico para una agrupación que ese día se iba a presentar
en la ciudad. Era una orquesta integrada por venezolanos, dominicanos y
españoles que decidieron formar un grupo de merengue dominicano en Islas
Canarias: La Maquinaria Band.
- ¿Para dónde van ustedes? -le preguntó a ella uno de los chicos de la
banda. (ya yo estaba acostumbrado a que me ignoraran)
Lo que ella no sabía es que el retorno iba a ser en yate y además a toda
velocidad, cuando nos montamos ella se me acercó y me dijo al oído:
“Volare, oh, oh
Apenas sabía que aquello era italiano, pero de alguna manera sentí que en
esa estrofa se diluían emociones, aromas y sensaciones que se agolpaban en mi
mente para hacer de ese el instante más maravilloso de mi existencia. Ella se
aferraba a mí sin querer mirar el paisaje, creando un espacio mutuo donde solo se
interponía el aroma de su perfume. Cuando pisamos tierra en Los Andes Yacht
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Club, vi que mi camisa estaba impregnada de su pintalabios…Aún la conservo
intacta, pero ella nunca lo va a saber.
- ¿Asustada esta por montarse en un yate?... A otro perro con ese hueso
compa… Decile que te cuente cuando estábamos en Falcón y nos sonsacó
a todos para que sacáramos la lancha de mi tío y nos fuéramos hasta
Aruba… porque quería apostar en los casinos. Todos pagamos los platos
rotos menos ella que estaba manejando la lancha…
Así fue como mis pretensiones de héroe se fueron al traste, pero aun así
aquel día de 1997, fue el más maravilloso de mi existencia.
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Planetario Simón Bolívar (Maracaibo)
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CAPÍTULO VI
EL VHS
- Solo tienes que alquilar las películas que yo te recomiende y la vas a tener
a ella y a su familia en tus manos -me dijo Abdalá (así se llamaba el árabe
del video club) y tenía razón-
Primero les llevé “Mujer Bonita” con Julia Roberts y Richard Here; con esa
me los metí en un bolsillo; después les llevé “Titanic” y me tocó secar las lágrimas
de ella y llevarle tecito de valeriana a su mamá; en otra ocasión les llevé “Mi Pobre
Angelito” y nos desternillamos de la risa, pero cuando llevé “El Guardaespaldas”
supe que el famoso VHS estaba de mi parte, porque con esa película había
tocado su alma.
Pero todo lo bueno tiene su fin, un día llegaron a su casa los de Intercable y
le ofrecieron a su padre un paquete muy tentador de 60 canales, con lo que el
VHS quedó relegado a un segundo plano. Poco a poco, el interés fue decreciendo,
ahora las prioridades eran HBO; Cine Latino; Universal Chanel y otros tantos
“Chaneles” que al principio me hicieron odiar aquel prodigio de la tecnología que
empezaba hacer gala en Maracaibo.
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Pero menos mal que contaba con Abdalá, el árabe del videoclub, que
enseguida me dio una solución que no solo me hizo aceptar la televisión por cable,
sino agradecerle a su inventor. Una tarde cuando salía de la Zapatería Rex me
dijo:
- Toma… llévale esto a sus padres, los mantendrá ocupados…- Era una guía
de programación de Intercable-.
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CAPÍTULO VII
EL BOWLING
Después que se convirtió en una experta del pool, le dio por practicar el
bowling, quería ser una jugadora “polifacética” (según sus palabras) y como nadie
más la acompañaba en sus aventuras, allí estaba yo. Todos los viernes en la
noche nos íbamos al PIN Zulia y mientras ella practicaba, yo me tomaba algunas
cervecitas y la miraba desde lejos, sin querer practicar aquel deporte que
consideraba absurdo.
La abracé y cojeando pudo salir del PIN, pero para nuestra desdicha ningún
taxi nos quiso parar en ese momento… Todos los canon 0-800 ¿los recuerdan?
Pasaban llenos o tenían otras carreras que atender. Cuando la espera resultó
infructuosa ella misma me sugirió: ¡vamos caminando hasta la Clina D´Empaire
que esta por acá mismo. Esa atiende el seguro de papi!
La abracé y traté de avanzar con ella, pero apenas pudimos recorrer media
cuadra. Cuando estábamos frente al Palacio de la Gaita, comenzó a dar gritos de
dolor, definitivamente ella no podía dar ni un paso más. Verla así me partía el
alma, pero por más que intentaba ningún taxi nos paraba. En ese momento me
vinieron a la mente las palabras de su padre:
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Nos sentamos en la jardinera que estaba frente al Edificio Yeppas en 5 de
Julio. Yo estaba preso de una infinita tristeza que no me dejaba pensar y
comenzamos a llorar abrazados como dos carajitos recién regañados. En ese
momento, cuando más desesperados estábamos, notamos que se acercaban
hacia nosotros un grupo 5 chamos, eso acrecentó mi desconfianza porque
enseguida pensé que nos iban a atracar. Mientras la abrazaba más fuerte le dije:
¿Para qué le dije eso? Si era para calmarla había fallado, porque enseguida
empezó a llorar con más fuerza. Yo por mi parte, me saqué la cartera y comencé a
quitarme el reloj para ahorrarles tiempo y acortar el mal paso, pero para nuestra
sorpresa aquellos chicos traían otras intenciones.
Sin embargo, ahora venía el trago más fuerte, llamar a su padre y decirle que
su hija estaba en una clínica a las 11 de la noche. Para mi sorpresa no lo noté
sorprendido después de relatarle los hechos. De todas formas estaba preparado
para emprender la carrera cuando él llegara. Cuando lo vi entrar a la clínica se
acercó hasta mí antes de irla a ver a ella y me dijo:
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- Menos mal que andaba con vos, yo sabía que esto iba a pasar desde que
le dio por estar viendo los torneos de Bowling por cable… Esa terquedad la
heredó de mí.
Afortunadamente la lesión no fue grave, el médico le colocó un vendaje y la
mandó a estar en reposo por 2 meses, en los cuales yo tuve que ir todas las
noches al Tecnológico donde estudiaba a llevar los justificativos médicos y a ver
qué trabajos habían asignado los profesores. Después que estuvo bien me dijo:
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CAPÍTULO VIII
EL CELULAR
Cuando su papá compró aquel Nokia 21-20 Digital, el Tango 300 comenzó a
hacer tour por toda su casa, primero se lo dieron a su hermano, pero no duró con
él ni 3 días cuando lo tiró por la ventana después de una discusión con la novia. El
teléfono estuvo casi una semana a la intemperie, llevando sol y lluvia pareja…
hasta lo miaron los gatos, pero cuando lo encontraron y lo volvieron a cargar
estaba como si nada. Después se lo dieron a la abuela que nunca terminó de
adaptarse a la tecnología y seguía fiel a su teléfono CANTV, por eso no más lo
utilizaba para inmovilizar la mecedora cuando se ponía a tejer. Al final a mi bella
se le ocurrió una maravillosa idea…
Pero si era imposible que alguien se robara un Tango 300, más difícil era que
aquel bloque se quedara sin señal, y es que el bendito aparato recibía llamadas
hasta en el mismísimo infierno si lo prendían allá. Así que no me quedó de otra
que renunciar a mis escapadas, al tiempo que iba explorando nuevas formas
comunicativas: “Un repique: voy en camino”; “Dos repiques: Ya llegué” “De tres
repiques en adelante ya era una llamada formal”
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Cuando tenía unos tragos de más y la musa me bajaba para componer un
poema o un relato, ella era la primera en escucharlo y aunque fueran las 3 de la
mañana siempre lo hacía complacida, porque sabía que era la protagonista de
cada una de aquellas líneas. Por eso ahora que la tecnología nos ha
reencontrado, siempre que escribo algo, ella es la primera que lo lee y me da el
visto bueno para publicarlo. (Así que si están leyendo esta anécdota es porque
ella ya la aprobó y se rio de nuestras vivencias un poquito antes que ustedes).
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5 De julio (años 80)
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CAPÍTULO IX
POCHACCO
No hay nada peor que enrumbarte con tus panas de jueves para viernes,
sabiendo que al otro día tienes clases en la universidad, pero por más que me lo
decían yo siempre caía en lo mismo. Por eso aquel viernes cuando me levanté a
las 6 de la mañana para la clase de teoría literaria, agarré el bolso sin mirar lo que
tenía adentro y me lo puse al hombro.
Después de disertar sobre los motivos que inspiran al autor y como la musa
es una “puta malagradecida” que se va con el primero que le coquetee (según el
profesor), vino la actividad que debíamos hacer en clase, un relato de dos páginas
que tuviera la fórmula para cautivar al lector: un principio enganchador, un
desarrollo interesante y un final inesperado.
Para ese entonces ya tenía el Tango 300 que “mi bella” me había regalado
para mantenerme localizado y no me quedó de otra que llamarla. Sabía que
estaba en la facultad porque habíamos acordado almorzar juntos al salir de clase.
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A los 10 minutos se asomó por la ventana y me hizo señas para que saliera,
como pude me le escabullí al Poeta y al salir me entregó un cuadernito con un
“Pochacco” en la portada.
En ese momento no supe que era peor, si dejar de cumplir con la tarea o
leerla desde un cuadernito de Pochacco. ¿Qué iban a decir mis amigos que
siempre me consideraron el más serio del grupo? Hasta mi masculinidad se iba a
ver cuestionada, pero no me quedó de otra que seguir las recomendaciones del
profesor y buscar la musa en las incidencias cotidianas que nos pasaban a cada
momento.
- Eso que hiciste fue muy creativo, me gustó mucho la historia -y tomando el
cuaderno de “Pochacco”- me dijo: ahí te anoté mi número de teléfono me
gustaría que me llamaras para hablarte de mis relatos.
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¿Para qué fue eso? Apenas iba a darle un beso a “mi bella” cuando ella me
volteó el rostro y me dijo:
- Dame mi cuaderno
- Pero déjame contarte como me fue… si vieras la cara del profesor –le dije
en un intento desesperado por sacarle aquellos pensamientos que se
apoderaban de su cabeza-
- Que me deis mi cuaderno… Por favor. –repitió extendiéndome su mano-
- Pero ahí tenías los apuntes del examen de la otra semana -le dije-
- Que me quede la materia… así la vuelvo a ver el otro semestre y aprendo
más.
Por eso nunca supe el teléfono de Susan, aunque para nada me importaba,
porque tenía el de la mujer que más quería. Ella tampoco reprobó la materia
porque su mejor amiga le prestó los apuntes, así que lo único que se perdió
aquella mañana de junio de 1996 fue mi relato de teoría literaria que hoy, más de
20 años después, vuelvo a recordar por un sortilegio del destino.
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Calle Vieja (Años 80)
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CAPÍTULO X
ENERO EN MARACAIBO
- Señor que va a tomar –me dijeron y fue cuando me percaté que era ella
quien la acompañaba… no la conocía detrás de aquel sombrero blanco de
ala ancha… No se había ido y eso me alegró infinitamente la vida-
Siguiendo un impulso repentino la abracé como si tuviera años sin verla, fue
la sorpresa más bonita que me pudieron dar aquel día. Cuando le pregunté porque
se había quedado en Maracaibo me respondió:
- Quiero demostrarte que estos días y este mes también tienen su encanto…
y ya vas a ver cómo.
Su padre le había dejado el auto y allí nos fuimos hasta la Vereda del Lago
para contemplar el atardecer. Estacionamos de cara al lago, frente a las recién
inauguradas gradas y ella colocó en el reproductor del auto una canción que para
siempre se quedó impregnada en mis recuerdos:
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En la playa te encontré
En la playa te besé
También se las había ingeniado para traer una hielera y algunas botellas de
vino que habían quedado del brindis de nochevieja. Nos las tomamos escuchando
música suave y haciendo planes para el carnaval. Cuando ya teníamos algunos
tragos encima ella me propuso que selláramos un pacto de amor y lo lanzáramos
al lago. Nos hicimos mil promesas en el reverso de aquella factura que
conseguimos en la guantera del carro, tapamos con el corcho la botella de
Lambrusco y juntando nuestras manos lo lanzamos lo más lejos que pudimos.
Después de sellar ese pacto nos fuimos hasta su casa a continuar la velada
y como dice la canción: “y nos dieron las diez y las once, las doce y la unos, las
dos y las tres” fue la primera vez que hicimos el amor a pesar de que ya teníamos
más de dos años de conocernos, pero así eran las relaciones de nuestra
generación, bonitas, un poco ingenuas aun, pero con mucha picardía.
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Vereda del Lago (Foto de Velázquez y Rincón 2006)
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CAPÍTULO XI
EL TAXI ROJO
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tranquilamente, pero díganme ustedes ¿Qué voy a hacer yo encerrado en
la casa todo el día? Me vuelvo loco, porqué yo necesito hablar con la
gente…entretenerme.
Yo no más que pensaba durante el trayecto ¿cuánto nos irá a cobrar por las
dos carreras? La experiencia me decía que mientras más hablaba el taxista, más
duro era el coñazo cuando te cobraba, pero dadas las circunstancias no me
quedaba de otra que aceptar lo que nos pidiera. Ella, como siempre, ajena a mis
disquisiciones existencialistas, le seguía preguntando por su vida y su trabajo.
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Aquel sábado por la tarde cuando me llevaba para su casa al verme nervioso
y emperifollado me preguntó:
Su taxi también fue testigo de nuestros momentos más duros, como aquella
tarde cuando me dijo que tenía que irse a Valencia a vivir con unos tíos para
iniciar un largo tratamiento por su salud. Después de eso las circunstancias nos
fueron adversas y se tornó como un preámbulo a nuestra separación
definitiva…No la volví a ver hasta que las redes sociales nos reencontraron
virtualmente dos décadas después.
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Cuando nos distanciamos traté de evitar el taxi de Anaxímedes, pero cuando
por fin reuní el valor necesario para montarme de nuevo en aquel Impala y lo llamé
(más por curiosidad que por necesidad) me contestó su esposa diciéndome que
ya no estaba haciendo transporte… Al parecer el Alzheimer empezaba a hacer
estragos en su humanidad. Eso me llenó de una profunda tristeza, pues sentía
que en la medida que los recuerdos de aquel taxista se diluían en el olvido,
nuestra historia también lo hacía…
Sin embargo, gracias a las redes sociales ella y yo nos pudimos reencontrar
en la distancia y cada sábado por la noche cuando hablamos, nos hacemos a la
idea de que el taxi rojo de Anaxímedes va a llegar a nuestras casas para llevarnos
a esa calle “universal y latina” que los dos ideamos para reencontrarnos en un
mundo a nuestra medida.
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CAPITULO XII
LA NEVERITA VIEJA
Cuando mi madre se mudó con toda su familia a la Calle la Paz del Saladillo,
ni siquiera tenían una nevera, pero una viejita caritativa, de esas que nunca faltan
en Maracaibo, todos los días les enviaba una cubetica de hielo. Como no podía
caminar, a veces se paraba en la puerta de su casa a esperar que alguien pasara
para enviarles el pedacito de hielo. Eso les resolvió la situación por algún tiempo,
pero no era como tener una nevera propia.
Sin embargo, Ana Rincón que vivía al frente, enseguida se encariñó con ella
y sus hermanas (las montunas como les decía) hasta el punto que hicieron una
bonita amistad que se fortaleció con la complicidad, pues en la casa de mi madre
“encaletaban” el whisky y los cigarros que traían de contrabando desde Aruba y
Curazao, ya que la guardia no sospechaba de ese hogar dedicado a la carpintería,
la costura y los oficios del hogar.
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mejor que había probado… porque si algo tenemos en mi casa es que el agua y la
cerveza no se le niega a nadie.
Recuerdo que pegaba unos corrientazos tan arrechos que tuvimos que
ponerle una toalla en el asa para no tocarla directamente… Como quisiera ahora
abrirla de nuevo para sacar los recuerdos que allí pusimos a enfriar. En julio de
2003 se dañó, después de más de cuarenta años de servicio (más los que tuvo
con Ana Rincón) y la vendí como chatarra por la necesidad de ese entonces, pero
a veces cuando me acuesto con unos tragos de más, sueño que de nuevo la abro
para sacar la cerveza más fría y embriagante que jamás haya probado.
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CAPITULO XIII
“…Íbamos todas vestidas de negro, si hasta velo nos tocaba usar y cuando
nos caía la lluvia nos quedaba toda la cara pintorresqueada porque largaba el
teñido, pero así eran los lutos de antes. Te podéis imaginar que la casa tuvo seis
meses cerrada”
“…Lo cierto del caso es que el gochito se las ingenió para saltarse la cerca
del cementerio, que para ese entonces no era tan alta y como sabía que el
ecónomo vivía por El Saladillo, se dio a la tarea de buscarlo en su casa. En aquel
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entonces no había delincuencia, pero aquel quejido que salía de las fosas nos
seguía aterrorizando y se arreciaba a medida que entraba la noche. Yo me puse a
rezarle a la Chinita y le prometí que si nos sacaba de esa yo la visitaba todos los
domingos en la Basílica”
Aja mamá y ¿Qué pasó con el crujido que salía desde las fosas?
“Ahhh, eso fue lo más cómico del asunto… cuando le dijimos al ecónomo
que nos estaban asustando los fantasmas soltó la carcajada y nos dijo.
- No hombre, esas es una perra paría que vive ahí entre las fosas y no deja
que nadie se le acerque a los cachorritos”
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EPILOGO
CUENTO DE FERIA
Con este fantasmal librito he procurado despertar al espíritu de una idea sin que
provocara en mis lectores malestar consigo mismos, con los otros, con la temporada
ni conmigo. Ojalá encante sus hogares y nadie sienta deseos de verle desaparecer.
(Charles Dickens. Cuento de Navidad)
Anoche me acosté, con la tristeza infinita de otra feria perdida, creo que
desde noviembre de 2014 cuando Maracaibo y toda Venezuela cayeron a merced
de la chikungunya, las ferias comenzaron a perder su encanto… Aunque si bien se
mira, la cosa viene mucho desde antes. Resistiéndome a escuchar gaitas, a
decorar la casa, e incluso, a comprar la velita que religiosamente le encendemos a
la Virgen cada 18 de noviembre, me acosté con la esperanza de despertar la otra
semana, cuando ya todo esto hubiera pasado.
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En ese momento, sentí como de un tirón me jalaban por la espalda,
separándome de su regazo. Las imágenes comenzaron a tornarse borrosas,
distantes, hasta hacerse, definitivamente, imperceptibles. Ahora, una figura triste y
misteriosa conducía mi peregrinar por las ferias del presente. Vi tristeza, hambre,
frustración, lágrimas en los ojos de quienes partían, pero también en las de
aquellos que aun quedábamos en Venezuela. Las gaitas ya no sonaban igual,
eran como un eco triste de las glorias del pasado, al escucharlas tuve la misma
sensación de quién huele un frasco viejo de perfume.
- Soy el espíritu de las ferias futuras, prepara tus ojos para lo que tú y toda tu
gente, merecen por derecho divino.
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tuvieron que partir tornaban felices de reencontrarse con sus seres queridos, pero
sobre todo, ansiosos de ponerse manos a la obra para reconstruir el país.
Fin
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Vista Aérea del Saladillo (Foto Cortesía Martha de Osorio)
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