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Carlos Víctor Pereyra González

RECUERDOS DE FERIA

Derechos Reservados © 2018

Carlos Víctor Pereyra González

Las fotografías que aparecen en este libro fueron tomadas de varios sitios web dedicados a
la ciudad, por lo que en algunos casos resulta difícil establecer su autoría.

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A ella, que sabe quién es y que inspiró estos relatos

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RECUERDOS DE FERIA

PREFACIO

Existen recuerdos que se encuentran adheridos a tu mente, como deseando


salir, manifestarse, hacerse públicos para reclamar su realidad. Uno puede
esquivarlos momentáneamente y a veces hasta creemos que ya se olvidaron, pero
en el instante menos esperado afloran para echarnos en cara que aún persisten y
tienen el poder de trasladarnos nuevamente hacia los momentos más duros de
nuestra vida, pero también hacia nuestros mejores instantes, los más plenos, esos
en los que sentimos que todas las circunstancias se confabularon para delinear los
momentos más sublimes de nuestra existencia… Así me paso a mí y creo que a
ella también.

Por ello, en este pequeño librito te presentamos una selección de nuestros


mejores momentos, aquellos que nos marcaron con su sencillez y nos hicieron
vivir en una eterna feria que se prolongó por casi 3 años. Aunque la mayoría de
los eventos no ocurrieron en noviembre, decidimos bautizarlo así en honor al día
en que nos conocimos.

Esperamos que los lectores puedan recrearse con esta semblanza de la


Maracaibo de finales del siglo XX complementadas con algunas fotografías de la
ciudad en los años 80 y 90. En esta edición se incluyen los relatos, “La Neverita
Vieja” y “Una Noche en el Cementerio” que datan de la Maracaibo de los años 50
y que fueron escritos a partir de los relatos y vivencias de mi madre… una
saladillera de casi 90 años que aún recuerda aquellos momentos como si los
hubiera vivido ayer.

Finalmente esperamos que la feria siempre viva en nuestros corazones, no


como una celebración anual, sino como un estilo de vida que nos reconcilie con la
alegría, con la esperanza y sobre todo con aquella ciudad que siempre vive en
nuestro corazón y que, como el ave fénix, resurgirá de sus cenizas para volver a
ser referencia obligada en Venezuela y el Caribe.

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CAPÍTULO I

EL PRIMER ENCUENTRO

Todo ocurrió de imprevisto aquel 17 de noviembre de 1995, era viernes como


todos los días que quiero recordar de mi vida. Yo trabajaba como vendedor en las
tiendas REX de 5 de julio, ya estaba a punto de culminar mi faena cuando llegó
aquella chica, estaba buscando unas botas Bassinger marrones para completar
su atuendo de feria.

En circunstancias habituales le habría dicho que no había, que la próxima


semana nos llegaban o que ya íbamos a cerrar, pero había algo en ella, en su
actitud y en las circunstancias que se confabularon en ese momento, que me hizo
buscarle en lo más recóndito del depósito “las botas de sus sueños” como ella
misma les decía. Ver su cara de felicidad cuando se los probó fue un privilegio que
hasta ahora no he podido volver a experimentar.

Me dio las gracias por haberle conseguido las botas que deseaba. Desde
afuera su hermano tocaba la corneta del carro para apurarla, pero ella parecía
despreocupada ante aquella actitud…Antes de irse me preguntó: ¿Vos sabéis
cuales grupos se van a presentar hoy en Expozulia?

-Creo que Gran Coquivacoa y el Grupo Menta –le dije- ¿vas a estar allá?

-Si –me respondió- y luego me dijo algo que no alcancé a entender porque
salió corriendo a montarse en el auto que la estaba esperando en las afueras de la
zapatería.

Salí de la tienda con rumbo a que mis primos, era la tradición pasar con ellos
el Amanecer Gaitero. Sin embargo, por algún extraño motivo no pude olvidar
aquella chica y su actitud, ella me contagió de feria, de alegría, de felicidad… Por
alguna inexplicable razón sentí que había nacido en Maracaibo no más para vivir
aquel momento y que todo el propósito de mi vida se resumía en ese instante.

Aun así, se me pasaron dos detalles importantes: preguntarle su nombre, o


al menos en que parte de Expozulia la podía encontrar… Si pudiera devolver el

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tiempo, ahora de seguro le habría pedido el número de aquel Nokia 2120 que
llevaba en su cintura, pero son cosas que a los 21 años se te pasan por alto. En el
trayecto hacia que mis primos no dejaba de pensar en ella. Nunca antes me había
pasado algo así.

Cuando llegué, ya me estaban esperando, nos fuimos caminando hasta


Expozulia, no sin antes hacer escala en Cachapas los 70 (aún existe este negocio)
a cenar antes de enferiarnos hasta el amanecer. Pero, aunque no me lo crean, no
paraba de recriminarme el hecho de no haberle pedido el número a aquella chica,
sentía como si hubiera desperdiciado una maravillosa oportunidad de esas que
solo ocurren cada mil años.

Pero como la suerte de los novatos los profesionales la desean (perdón por
inventar el refrán) ¿Qué creen que paso estando allá en Expozulia? ¡La ví! … sí la
vi, era ella con las mismas botas que horas antes le había vendido, estaba junto a
la tarima viendo una agrupación de gaitas que hacía su debut en aquel escenario.
Envalentonado por las 4 cervezas que me había tomado, me atreví a acercarme.

Para mi suerte me reconoció y se tornó muy receptiva conmigo.


Aprovechando que su hermano se había alejado de ella, le invité una cerveza,
después fuimos a comer pinchos. Fueron los pinchos más sublimes que he
probado en mi vida, quizá porque a su sazón se le añadía el aroma de su perfume
y los efluvios de la cerveza. A veces cuando despierto en la madrugada, aun
percibo aquel sabor en mi boca.

Cuando su hermano llegó me presentó como un amigo de la Universidad, lo


cual me valió para ser invitado a su casa. Fue la primera y única vez que me
monto a un carro de alguien que no conozco y con rumbo también desconocido,
pero fue la mejor experiencia de mi vida. En el trayecto pude ver la gente feliz, las
colas propias de un amanecer de feria y las licorerías full. Al fin paramos en uno a
la altura de la Urbanización La Picola y compré como 10 Topochitas Regional para
tomar por el camino ¿la recuerdan?

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Llegué a su casa y lo primero que llamó mi atención fue el arbolito de
navidad en todo su esplendor. Era una tradición de sus padres, colocar los
adornos navideños desde principios de noviembre para que lucieran en la feria.
Era una de esas familias tradicionales, de las que nos enorgullecen de ser
marabinos, en la actualidad quedan pocas, pero de seguro las hay.

Así amanecimos, cantando gaitas, comiendo parrilla y celebrando el Día de


Nuestra Santa Patrona la Virgen de Chiquinquirá…esa es la razón, por la que el
17 de cada mes espero el Amanecer de Feria, antesala al día de Nuestra Santa
Patrona la Virgen de Chiquinquirá… y ahora sé que ella también ha hecho de esa
fecha su día favorito del año.

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Entrada Principal de Expozulia (Foto cortesía de biendateao.com)

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CAPÍTULO II

EL POOL

Después de aquel maravilloso 17 de noviembre, se dieron entre nosotros


encuentros esporádicos, quizá porque su círculo de amistades y el mío no eran
precisamente compatibles, sin embargo, siempre nos las ingeniábamos para que
esos momentos fueran inolvidables, lo que nos permitió mantener nítidos aquellos
instantes en nuestras mentes y corazones.

Aquella noche de 1996 se me ocurrió invitarla a jugar pool, con la excusa de


que le iba a enseñar todos mis secretos en ese juego. Ella se mostró muy
entusiasmada con la idea y así nos fuimos hasta un sitio que se llamaba “Roca
Pool” en un centro comercial adyacente a Delicias Norte. El lugar lo conocía por
referencias, pero cuando puse un pie allí me di cuenta que no se acoplaba a mi
perfil. El olor a licor y cigarro se te adhería a la ropa (cuando eso no existían leyes
en contra de los pobres fumadores) y la música ni se diga, puro pop en inglés.

Ella sin embargo, desde que entró al local se sintió como pez en el agua, se
sabía la letra de todas las canciones y respondía con coquetería a los piropos que
le lanzaban los sifrinitos que frecuentaban el lugar.

- ¿Habías venido antes por acá?


- Mi alma no… ¿Qué te hace pensar eso? –conmigo siempre hablaba en
perfecto maracucho, porque sabía que era el único idioma en que nos
podíamos entender-

Al principio se hizo la novata, dejando que apoyara mi brazo sobre el de ella


para enseñarle a manejar el taco. Por mi parte, hubiera deseado perpetuar aquel
instante mientras me sumergía en su perfume, ni el humo, ni las cervezas
derramadas me importaron en aquel momento. Solo me bastó respirar su
fragancia para sentirme realizado y me hubiera sentido así el resto de la noche de
no ser por aquellos hijitos de papi y mami que se nos acercaron.

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Desde el principio me ignoraron por completo y hablándole directamente a
ella le dijeron:

- ¿Entonces mi reina? ¿Te animas a echar una partida?

Yo iba a decirles que estábamos muy bien jugando nosotros dos solos y que
deseábamos pasar el resto de la noche así, pero ella se me adelantó y les dijo:

-¿Cuánto apuestas?

-¿Qué te parecen 100 mil de entrada?

-Naaa… eso es poco

Y diciendo esto sacó una tarjeta de crédito de su padre y dijo:

- Aquí hay 500 mil disponibles… ¿Entonces si te animas?

El chico fue a hablar con sus amigos y entre todos hicieron la colecta 500 mil
en efectivo contra la tarjeta de su padre. A todas estas yo miraba los toros de la
barrera. Me sentía excluido, menospreciado, ignorado. Si no fuera porque me
consideraba un caballero y me había comprometido a llevarla a su casa la hubiera
dejado allí con sus sifrinos y en su mundo… Definitivamente, tenían razón mis
panas, ella solo era una niña caprichosa que para nada se acoplaba a mi (ni yo a
ella)

Sin embargo, la mayor razón por la que me quedé allí fue para ver su
transformación… Ni Gregorio Samsa en la Metamorfosis de Kafka cambió tanto
como la actitud de ella. De tímida e introvertida se tornó en dueña absoluta de la
situación, manejaba el taco con una destreza inusual y después del saque en cada
turno demostraba una pericia que me hizo sentir avergonzado de mis pobres
conocimientos en el pool. De más está decirles que ganó al introducir por último la
bola 8 en la tronera pautada.

Yo seguía ensimismado en mi rincón, tomando una cerveza tras otra para


disminuir mi ignominia. Eso es lo que nos queda a los perdedores, pensaba para

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mis adentros. Lo tengo bien merecido por estar saliendo con sifrinitas. Pero a ella
solo le bastaba acercarse a mí y sonreír con aquella inusual ternura para que se
derrumbaran de nuevo todos mis planes y quedar a su merced.

Y hablándome muy de cerquita me dijo:

-Vámonos, ya está bueno de pool por hoy, vamos a comer… ¡yo invito!

Y no solo me invitó, también pagó el taxi en el que nos fuimos un rato a la


Plaza de la República (nos gustaba frecuentarla de noche por el aire bohemio y la
calma que allí se respiraba). Después llegamos hasta Durango y nos comimos las
hamburguesas más grasientas, sabrosas y extra grandes que ofrecían allí, cuando
terminamos de comer le dije:

- Me engañaste, sabias jugar pool mejor que yo


- No te iba a despreciar la invitación y por estar con vos me vuelvo a hacer la
novata.
- Bueno, pero menos mal que tenías la tarjeta de tu papá de respaldo. ¿Vos
te imagináis que hubiéramos perdido?
- Esa es una tarjeta vencida…-me dijo con su habitual desenfado- no tiene ni
un bolívar, la cargo allí no más para pantallar.

En ese momento sentí que la hamburguesa se me devolvía, no más de


imaginarme que hubiera perdido. Mínimo nos habría tocado dejar empeñado mi
reloj y su celular con la promesa de pagar el resto al día siguiente. Pero así era
ella, tenía la extraña facultad de desordenar magistralmente mi mundo y mis
perspectivas en esas pocas horas que compartíamos.

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Centro Comercial Delicias Norte
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CAPÍTULO III

PRESAGIOS DECEMBRINOS

Hay acontecimientos en la vida de todo ser que permanecen dormidos en su


inconsciente, la mayoría de estos eventos terminan olvidándose o pasando al
limbo definitivo, a menos que se presente algún detonante que los haga emerger a
la conciencia. En ese momento, los detalles que al principio parecieron
insignificantes adquieren primacía y uno termina preguntándose: ¿Cómo lo pude
pasar por alto?

Así me pasó a mí en aquel distante diciembre, pero sólo ahora lo puedo


rememorar en todos sus detalles. Quizá esto sea la consecuencia de una serie de
eventos que se han ido concatenando…Déjenme y les cuento:

La semana pasada caí con gripe, dolor de cabeza y malestar general


(cuídense de ese virus) en medio de la combinación de medicamentos, la fiebre y
la somnolencia, al filo de la madrugada comenzaron a llegar los recuerdos a mi
mente y me trasladé de nuevo a aquel día: 23 de diciembre de 1996, cuando salí
de mi trabajo a visitarla a su casa.

A pesar de la hora (eran como las 8 PM) el boulevard de 5 de julio estaba


muy concurrido por aquellos que hacían sus compras de último momento. Por la
avenida pasaban los autos con música a todo volumen y entre una farola y otra se
avistaba la iluminación navideña, que sin ser como la de Bella Vista, contribuía a
embellecer el entorno. En ese entonces la gestión de la alcaldía se había
destacado por el embellecimiento de la ciudad y hasta sacaron una gaita donde
se decía:

Ahora sí, Maracaibo es otra cosa,


Está tan linda y preciosa
Radiante como un rubí
Hoy mi tierra esplendorosa
Asemeja un bello Jardín.

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El transporte funcionaba hasta bien entrada la noche, pues en esos días
además de una mayor seguridad, también había mucho tráfico peatonal y más
dinero circulando en las calles. Éramos una ciudad próspera y referencia obligada
en el Caribe. Pero, volviendo al tema que nos interesa, ese día me fui hasta su
casa a probar las hallacas que ella, junto a su familia, habían preparado para la
cena de nochebuena. Cuando llegué ya me estaba esperando en el frente, en
medio de la alegría navideña que siempre engalanaba su hogar.

Recuerdo que tenían una mata de palmeras decorada con bambalinas y las
luces musicales de aquel entonces, esas que titilaban insistentemente cuando
salía la canción de “Rodolfo era un reno” ¿Las recuerdan? Después de 20 minutos
conversando con ella, la insistente musiquita me tenía al borde, pero como no
quería hacerla sentir mal le dije:

-¿Por qué no ponéis unas gaiticas para animar la noche? –Y entonces me


colocó un casete de Maracaibo 15 que todavía recuerdo como si fuera ayer:

Cantemos con emoción


Brindemos con alegría
Salud por la patria mía
Por la paz y Nuestra unión
Que siga el fiestón, parrandón,
Hasta el otro día
Que la melodía de la gaita hizo furor
Allá por nuestra Región causando una algarabía

La noche era perfecta: las gaitas que sonaban de fondo, la iluminación que
poblaba todo el frente de su casa, los vecinos que entraban y salían llevando
hallacas, poche crema, dulce de piña y lechosa. A ninguno dejaban ir sus padres
sin brindarles una cervecita o una copita de vino. Cuando salieron las primeras

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hallacas, nos la fueron a llevar hasta el frente, junto a una Regional Vestida de
Novia…¡Aquella combinación me supo a gloria!

Sin embargo, lo curioso de este evento… lo que sólo ahora vengo a recordar,
es que ese día, mientras estábamos celebrando, un hombre mayor se acercó
hasta el portón y nos pidió de comer. A ella se le removió el corazón y aún sin
conocerlo, le llevó un platico con una hallaca, pernil y ensalada de gallina, además
de un vaso de refresco. No pude vislumbrar la cara de aquel sujeto, sin embargo,
como efecto de la fiebre que me aquejaba, rememoré claramente sus palabras:

“Disfruten lo que tienen y que Dios proteja este hogar de los tiempos malos”

Ahora yo me pregunto:

¿Será que aquel hombre ya intuía lo que 20 años después se nos vendría
encima?

¿Será acaso que viajó desde el futuro para advertirnos sobre aquello de lo
que nos debíamos cuidar?

Solo espero que algún día, cuando toda esta pesadilla pase, volver a comer
las hallacas y brindar en esa casa por los buenos tiempos, los tiempos felices que
desde ya estoy esperando… Sólo sé que será para navidad y que las gaitas de
Maracaibo 15 sonarán a todo volumen.

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Boulevard 5 de Julio (Años 80)

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CAPÍTULO IV

EL ÚLTIMO SERENATERO
Yo reconozco que a veces no me portaba bien, ni estaba a la altura de ese
ideal de mí que ella se había formado, pero tengo a mi favor que siempre lo hacía
por el despecho o por inmadurez, nunca por desamor. Por eso cuando se fue para
los Andes, a ese pueblo mítico que desencadenaba mis celos, yo no vacilé en
aceptar la invitación de mis panas para irnos a las playas de Falcón. Para mí era
una forma de llevarle la contraria, pues mientras ella estaba en el frio, yo trataba
de olvidarla en el calor.

Transcurría el mes de julio de 1996… ella solo estuvo un fin de semana en


aquel pueblito al que nunca quise ir, quizás para no enfrentarme a mis miedos,
pero yo aproveché la oportunidad para irme a las playas de Tucacas. Para aquel
entonces no existía el Facebook y las fotos se tardaban más, porque tenían que
ser rebeladas y enviadas por correo convencional, pero aun así le llegaron. Por
eso a los 5 días de aquella aventura, me hizo una llamada telefónica contundente,
sus palabras fueron pocas, pero yo las asumí como decisivas: “esto se terminó, no
cumpliste el juramento que una vez nos hicimos”…

Uno como hombre siempre se toma las cosas de manera literal, sin analizar
que en la mente de una mujer las palabras no son concluyentes, sino incitativas.
Yo me abandoné a la buena de Dios y decidí explorar mi lado “posmo”,
vistiéndome de negro y juntándome con los irreverentes de la Escuela de Letras
de la Universidad del Zulia. Rompí los 5 jeans que tenía para ese entonces y teñí
todas mis franelas de negro, después me fui con ellos a escribir poemas
pesimistas, oír rock pesado y renegar de la existencia.

Cuando la llamé de un teléfono público, de esos de tarjetas ¿se acuerdan? y


me respondió un hombre, diciéndome que no la molestara más, que se había
comprometido con otro. Definitivamente asumí que yo “había nacido un día en que
Dios estaba enfermo y enfermo grave” como decía el poema de Cesar Vallejo y

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los posmos de la escuela de letras se encargaron de recordármelo. Me entregué al
aguardiente y el existencialismo pesimista.

Así me consiguió una de sus amigas (la única a la que le caía bien) del Club
Bella Vista en una esquina de la calle 72. Al ver mi deplorable estado se apiadó de
mí y me dijo:

- Si la quieres conquistar acuérdate que su cumpleaños es la próxima


semana y su mayor ilusión es que en ese día le lleven serenata.

Esas fueron las palabras exactas que necesitaba en aquel instante. Me fui a
mi casa, me afeité esa barba trasnochada, me bañé, me quité aquellos trapos
negros y empecé a componerle una canción donde se resumiera lo que había
sido este primer año de nuestra relación… Sin embargo, faltaba lo más difícil:
conseguir alguien que se le cantara, porque definitivamente yo no tenía voz para
eso.

Pero cuando Dios a uno no le da dinero, definitivamente le da amigos que


valen oro, por eso ese viernes en la mediodía mi compadre Rafito Castillo se
apareció en un Maverick en el que trabajaba pirateando en la ruta de las Delicias y
me dijo:

- Tranquilo, yo tengo varios amigos que cantan en Mariachis y te pueden


hacer ese dos.

Nos anduvimos desde San Francisco hasta San Jacinto, buscando quien nos
cantara, la mayoría tenía presentaciones para ese día y los pocos que estaban
libres me cobraban más de lo que alcanzaba con mis 50 mil bolívares que me
habían prestado. Hasta la Plaza de la República llegamos, porque allí se ponían a
improvisar unos chicos con una guitarra y congas, pero ese día no tuvimos la
suerte de verlos.

Pasadas las 7 de la noche, desistimos de la misión, me resigné a la idea de


perderla definitivamente, aunque ello me desgarrara el alma. Mi compadre me
decía para animarme.

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- Si te va a perdonar por una serenata y no por lo que sois, definitivamente
no te quiere. Olvidáte de esa sifrina y buscáte alguien que sea como vos.

Resignados a esa idea nos fuimos a Santa Lucia, para gastar en cerveza los
50 mil que cargaba en el bolsillo. Apenas llevábamos la segunda ronda, cuando se
apareció “A que Luís” aquel insigne personaje… Le decían el último serenatero,
vestía de blanco y llevaba una guitarra. Se acercó a los concurrentes ofreciendo
sus canciones a cambio de una cerveza, pero nadie la hacía caso. Cuando se
acercó a nosotros le pregunté.

-¿Primo vos dais serenatas?

-Esa es mi especialidad ¿Qué queréis que te canté?

Le mostré la letra de la canción que había compuesto y me dijo:

- Le podemos poner la música de una canción de Los Panchos o cualquier


otra canción conocida… en el carro ensayamos ¿Dónde es el toque?
- ¿Algo lejos? ¿Pero cuando me vais a cobrar?
- Comprá la caja de Regional…Nos la tomamos en el camino.

Definitivamente, quien dijo que las cosas improvisadas salen mejor que las
planificadas tuvo toda la razón, el ensayo en el trayecto en el Maverick de Rafito
Castillo fue más que suficiente para que él captara la emoción y sentimiento que
yo le quería trasmitir con esa canción. Sin embargo, cuando llegamos a su casa,
nos encontramos con un imprevisto…

Uno de sus pretendientes le había llevado mariachis…acababan de hacer la


presentación y la gente estaba muy entusiasmada. De nuevo me desanimé y
estuve a punto de colgar la toalla, pero esta vez fue el último serenatero quien me
dio las palabras de aliento que en ese momento necesitaba:

- Esos huevones le cantaron las canciones que todo el mundo se sabe,


nosotros le vamos a tocar las que ella quiere oír.

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Y diciendo esto le cantó la canción que yo le compuse, dándole la música de
“El Milagro de tus ojos”, ella salió al frente de la casa un tanto intrigada, para saber
quién le había llevado serenata… Después que le cantó esa canción, el
serenatero improvisó:

Perdón vida de mi vida


Perdón si es que te he faltado
Perdón cariñito amado
ángel adorado
dame tu perdón

Para finalizar, la cantamos “El Milagro de tus ojos”, porque ella misma lo
pidió. Esa me valió el perdón y la reconciliación. De más está decirles que las
pretensiones de aquel sifrino que se quería interponer quedaron al trasto. Nos
reconciliamos hasta aquel día que las circunstancias nos obligaron a separarnos.
Nunca supe más del último serenatero, pero si por alguna casualidad él o alguno
de sus familiares lee esta anécdota, espero sepan que tanto ella como yo estamos
infinitamente agradecidos con él.

Hotel Kristoff (Años 80)

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CAPÍTULO V
EN EL PLANETARIO

Yo nunca soporté a sus amigos, la mayoría eran presumidos, echones y


prepotentes, por eso siempre que íbamos al Club Bella Vista me comportaba a la
defensiva y hacía todo lo posible porque nos viniéramos temprano. Aquella tarde,
sin embargo, nos salió una invitación para el Planetario. Uno de sus amigos iba a
dar una conferencia sobre Coaching y Liderazgo Empresarial y quería que ella
(solo ella) estuviera presente.

Pero como siempre fuimos uña y mugre y no podían pasar dos días sin
vernos, porque nos empezaba a dar el síndrome de abstinencia, allá nos
aparecimos el sábado por la tarde. Ese día, ella lucía particularmente hermosa,
llevaba jeans Levi´s 501 prelavado de un color celeste claro, muy ceñido a su
cuerpo y una blusa hindú de colores muy llamativos que armonizaban
perfectamente con su cabello negro azabache, meciéndose al viento y apenas
contenidos por sus lentes de sol que improvisó como cintillo.

Con cada paso que daba se robaba la mirada de varios chicos, algunos
hasta se le acercaban tratando de iniciar una conversación, pero ella siempre se
los quitaba de encima, con mucha educación y discreción, pero siempre con
firmeza… así era ella y creo que aún debe seguir siendo así. Cuando entramos a
la conferencia no logramos permanecer quietos ni por un minuto, era fastidiosa a
más no poder. Por eso, apenas pudimos nos escabullimos y salimos de la sala
hasta el llegar al planetario, con la suerte de poder entrar a la última función.

Ese fue el día en que le regalé dos noches, la primera al contemplar aquellas
estrellas virtuales en la presentación sobre la constelación de julio en el planetario
Simón Bolívar y la segunda, cuando por esos sortilegios del destino, terminamos
en una fiesta en el Hotel del Lago hasta las 2 de la mañana… Pero vamos poco a
poco que no me quiero adelantar.

Al terminar la función, pretendíamos volver a la sala de conferencias para


felicitar a su amigo por la “excelente charla” que NO habíamos presenciado, pero
afortunadamente, otra circunstancia nos salvó.

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Allá estaba uno de mis compañeros de clase, (uno de los pocos que ella
soportaba) que para ese entonces trabajaba en una compañía de eventos. Estaba
fungiendo como guía turístico para una agrupación que ese día se iba a presentar
en la ciudad. Era una orquesta integrada por venezolanos, dominicanos y
españoles que decidieron formar un grupo de merengue dominicano en Islas
Canarias: La Maquinaria Band.

- ¿Para dónde van ustedes? -le preguntó a ella uno de los chicos de la
banda. (ya yo estaba acostumbrado a que me ignoraran)

- A buscar un taxi para Maracaibo.-Dijo ella-

- Vénganse con nosotros… llegamos más rápido.

Lo que ella no sabía es que el retorno iba a ser en yate y además a toda
velocidad, cuando nos montamos ella se me acercó y me dijo al oído:

- Papi yo le tengo fobia a las embarcaciones por lo que más quieras… no me


soltéis.

No tengo que decirles que durante el retorno me sentí un hombre realizado,


las circunstancias se habían confabulado para hacerme el instante más que
sublime. La tarde cayendo en el lago, las yaguasas retornando a sus nidos, aquel
yate a toda velocidad y los chicos de la banda ensayando al son de una guitarra
una de sus canciones que quedó impregnada en mi mente para siempre:

“Volare, oh, oh

Cantare, oh, oh, oh, oh

Nelblu di pinto di blu

Felice di stare qua ssù”

Apenas sabía que aquello era italiano, pero de alguna manera sentí que en
esa estrofa se diluían emociones, aromas y sensaciones que se agolpaban en mi
mente para hacer de ese el instante más maravilloso de mi existencia. Ella se
aferraba a mí sin querer mirar el paisaje, creando un espacio mutuo donde solo se
interponía el aroma de su perfume. Cuando pisamos tierra en Los Andes Yacht

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Club, vi que mi camisa estaba impregnada de su pintalabios…Aún la conservo
intacta, pero ella nunca lo va a saber.

Lo cierto del caso es que apenas llegamos a Maracaibo me hizo ir hasta el


Hotel del Lago y compramos las entradas para la presentación de los chicos de la
Maquinaria Band, otro coñazo más para la tarjeta de su papá… Menos mal que al
final de mes siempre nos poníamos a mano con la deuda.

La presentación estuvo de lo mejor, fue en el Área de las Palmeras, primero


se presentó Carangano y Luego la Unity band, ya pasada la media noche hicieron
presencia los integrantes de la Maquinaria Band. Cuando de nuevo volvieron a
cantar Volare (versión merengue) se la dedicaron a ella, de nuevo al abrazarla su
perfume creó ese espacio común al que solo ella y yo podíamos entrar.
Terminando la presentación le regalaron un CD autografiado.

Cuando salimos del Hotel del Lago, estaba su hermano esperándonos en su


carro en plena Avenida el Milagro. No podía volver a la casa sin ella y estaba allí
desde las 10. Cuando le contamos lo que nos había pasado, fue él quien reventó
en risas…

- ¿Asustada esta por montarse en un yate?... A otro perro con ese hueso
compa… Decile que te cuente cuando estábamos en Falcón y nos sonsacó
a todos para que sacáramos la lancha de mi tío y nos fuéramos hasta
Aruba… porque quería apostar en los casinos. Todos pagamos los platos
rotos menos ella que estaba manejando la lancha…

Así fue como mis pretensiones de héroe se fueron al traste, pero aun así
aquel día de 1997, fue el más maravilloso de mi existencia.

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Planetario Simón Bolívar (Maracaibo)

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CAPÍTULO VI
EL VHS

Nuestra relación dio un giro de 180 grados cuando en su casa compraron


ese dichoso aparato, se nos acabaron las idas al cine, ahora me tocaba a mi
alquilar las películas y verlas allí, junto a su padre, su madre y su hermano. Al
principio pensé que ese bendito artefacto nos iba a separar, pero terminó
uniéndonos más de lo que esperábamos, y ya les digo por qué: Resulta que al
lado de la zapatería donde trabajaba había un video club perteneciente a un árabe
que siempre me buscaba cuando iba a comprar zapatos.

- Solo tienes que alquilar las películas que yo te recomiende y la vas a tener
a ella y a su familia en tus manos -me dijo Abdalá (así se llamaba el árabe
del video club) y tenía razón-

Primero les llevé “Mujer Bonita” con Julia Roberts y Richard Here; con esa
me los metí en un bolsillo; después les llevé “Titanic” y me tocó secar las lágrimas
de ella y llevarle tecito de valeriana a su mamá; en otra ocasión les llevé “Mi Pobre
Angelito” y nos desternillamos de la risa, pero cuando llevé “El Guardaespaldas”
supe que el famoso VHS estaba de mi parte, porque con esa película había
tocado su alma.

Cada miércoles, me pasaba de la zapatería a su casa, y ya todos me


esperaban, hasta su padre que fue el más difícil de convencer. A veces, junto con
la película me llevaba los pancitos de guayaba o las torticas de maíz que vendía la
Señora Carmen y con eso soborné al otro que tenía en mi contra, su hermano,
que al final terminó siendo mi amigo y confidente cuando ella se distanciaba de mí.

Pero todo lo bueno tiene su fin, un día llegaron a su casa los de Intercable y
le ofrecieron a su padre un paquete muy tentador de 60 canales, con lo que el
VHS quedó relegado a un segundo plano. Poco a poco, el interés fue decreciendo,
ahora las prioridades eran HBO; Cine Latino; Universal Chanel y otros tantos
“Chaneles” que al principio me hicieron odiar aquel prodigio de la tecnología que
empezaba hacer gala en Maracaibo.

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Pero menos mal que contaba con Abdalá, el árabe del videoclub, que
enseguida me dio una solución que no solo me hizo aceptar la televisión por cable,
sino agradecerle a su inventor. Una tarde cuando salía de la Zapatería Rex me
dijo:

- Toma… llévale esto a sus padres, los mantendrá ocupados…- Era una guía
de programación de Intercable-.

Gracias a eso sus padres y su hermano se la pasaban buscando los


programas que iban a ver y nuestras despedidas al frente de su casa fueron
eternas. No puedo negar que eso consolidó más nuestra situación, porque en
aquellos momentos que nos dejaban solos pudimos aclarar muchos aspectos de
nuestra relación y madurar como pareja, pero quizá por esa absurda nostalgia que
nos identifica, a veces, sueño con esas noches en las que ella, yo y su familia nos
compenetrábamos viendo aquellas películas que de una u otra forma nos
marcaron para siempre a través del VHS.

Centro Comercial Olímpico (Maracaibo)

26
CAPÍTULO VII

EL BOWLING

Después que se convirtió en una experta del pool, le dio por practicar el
bowling, quería ser una jugadora “polifacética” (según sus palabras) y como nadie
más la acompañaba en sus aventuras, allí estaba yo. Todos los viernes en la
noche nos íbamos al PIN Zulia y mientras ella practicaba, yo me tomaba algunas
cervecitas y la miraba desde lejos, sin querer practicar aquel deporte que
consideraba absurdo.

Todo hubiera seguido su curso normal de no ser porque a ella se le ocurrió la


maravillosa idea de ver los programas bowling que salían por los canales
deportivos de la TV por cable que recién habían instalado por su casa. Le dio por
ensayar los trucos de los expertos y aquel viernes, mientras yo me tomaba mi
primera cerveza pasó lo inesperado: falseó un pie al tirar la bola y después de un
grito desesperado supe que había pasado lo peor, se había provocado un
esquince.

La abracé y cojeando pudo salir del PIN, pero para nuestra desdicha ningún
taxi nos quiso parar en ese momento… Todos los canon 0-800 ¿los recuerdan?
Pasaban llenos o tenían otras carreras que atender. Cuando la espera resultó
infructuosa ella misma me sugirió: ¡vamos caminando hasta la Clina D´Empaire
que esta por acá mismo. Esa atiende el seguro de papi!

La abracé y traté de avanzar con ella, pero apenas pudimos recorrer media
cuadra. Cuando estábamos frente al Palacio de la Gaita, comenzó a dar gritos de
dolor, definitivamente ella no podía dar ni un paso más. Verla así me partía el
alma, pero por más que intentaba ningún taxi nos paraba. En ese momento me
vinieron a la mente las palabras de su padre:

-Si me la hacéis llorar, por cualquier motivo, yo te rejodo y no la veis más.

Que me jodiera no era cuento, porque definitivamente yo corría más rápido


que él, pero que dejará de verla era algo para lo que no estaba preparado y
conociéndolo como lo conocía, no iba a admitir que su hija se había falseado el pie
por estar imitando a los jugadores de Bowling que salían en Fox Sport.

27
Nos sentamos en la jardinera que estaba frente al Edificio Yeppas en 5 de
Julio. Yo estaba preso de una infinita tristeza que no me dejaba pensar y
comenzamos a llorar abrazados como dos carajitos recién regañados. En ese
momento, cuando más desesperados estábamos, notamos que se acercaban
hacia nosotros un grupo 5 chamos, eso acrecentó mi desconfianza porque
enseguida pensé que nos iban a atracar. Mientras la abrazaba más fuerte le dije:

- Mi amor, no te asustes, pero esos chamos casi seguro nos vienen a


atracar, dale lo que tengas para que nos dejen tranquilos, después vemos
cómo llegamos a tu casa.

¿Para qué le dije eso? Si era para calmarla había fallado, porque enseguida
empezó a llorar con más fuerza. Yo por mi parte, me saqué la cartera y comencé a
quitarme el reloj para ahorrarles tiempo y acortar el mal paso, pero para nuestra
sorpresa aquellos chicos traían otras intenciones.

- ¿Qué fue chamo? –me dijeron- ¿Los atracaron o que´?

- No, pana es que ella se falseó un pie jugando Bowling

Ante mi desconfianza el chico me dijo: ¿No te acordáis mío? Vos me


vendiste los zapatos Vita la semana pasada.

Era uno de mis clientes de la zapatería, me sentí aliviado en ese momento.


Le expliqué lo que pasaba y entre todos nos turnamos para llevarla en nuestras
espaldas hasta la clínica D´Empaire que se encontraba a unas tres cuadras. Ella
personalmente se encargó de darle las gracias y recuperando su buen ánimo les
dijo:

- ¿Cuándo se animan y echamos una partida de Bowling allá en el PIN?

Sin embargo, ahora venía el trago más fuerte, llamar a su padre y decirle que
su hija estaba en una clínica a las 11 de la noche. Para mi sorpresa no lo noté
sorprendido después de relatarle los hechos. De todas formas estaba preparado
para emprender la carrera cuando él llegara. Cuando lo vi entrar a la clínica se
acercó hasta mí antes de irla a ver a ella y me dijo:

28
- Menos mal que andaba con vos, yo sabía que esto iba a pasar desde que
le dio por estar viendo los torneos de Bowling por cable… Esa terquedad la
heredó de mí.
Afortunadamente la lesión no fue grave, el médico le colocó un vendaje y la
mandó a estar en reposo por 2 meses, en los cuales yo tuve que ir todas las
noches al Tecnológico donde estudiaba a llevar los justificativos médicos y a ver
qué trabajos habían asignado los profesores. Después que estuvo bien me dijo:

-Definitivamente lo mío no es el Bowling, mejor me dedico al tenis en las


canchas del Club Bella Vista…

(Pero esa es otra historia)

Pin Zulia (Década de los 70)

29
CAPÍTULO VIII

EL CELULAR

Cuando su papá compró aquel Nokia 21-20 Digital, el Tango 300 comenzó a
hacer tour por toda su casa, primero se lo dieron a su hermano, pero no duró con
él ni 3 días cuando lo tiró por la ventana después de una discusión con la novia. El
teléfono estuvo casi una semana a la intemperie, llevando sol y lluvia pareja…
hasta lo miaron los gatos, pero cuando lo encontraron y lo volvieron a cargar
estaba como si nada. Después se lo dieron a la abuela que nunca terminó de
adaptarse a la tecnología y seguía fiel a su teléfono CANTV, por eso no más lo
utilizaba para inmovilizar la mecedora cuando se ponía a tejer. Al final a mi bella
se le ocurrió una maravillosa idea…

Fue mi regalo de cumplemés cuando llegamos a un año y 5 meses, ella


misma lo activó y me lo colgó del cinturón. Aún a la fecha me preguntó como aquel
bicho no me produjo dislocación de cadera o fractura de pelvis… de lo que si estoy
seguro es que gracias a eso no pude crecer un poquito más como lo tenía
previsto. Aquello era como tener un grillete encima, no tanto por el peso, sino por
la limitación en mis libertades. Se acabaron los jueves populares en la 72 o las
veladas literarias con los panas de la Escuela de Letras. Ya a las 6 y media de la
tarde me estaba llamando para saber si había salido del trabajo y a qué hora
llegaba a su casa.

- ¿Y si le digo que me lo robaron? –le pregunté a Rafa Castillo-


- No, pana, nadie te va a creer que te robaron un raspahielo, decile más bien
que te quedaste sin cobertura

Pero si era imposible que alguien se robara un Tango 300, más difícil era que
aquel bloque se quedara sin señal, y es que el bendito aparato recibía llamadas
hasta en el mismísimo infierno si lo prendían allá. Así que no me quedó de otra
que renunciar a mis escapadas, al tiempo que iba explorando nuevas formas
comunicativas: “Un repique: voy en camino”; “Dos repiques: Ya llegué” “De tres
repiques en adelante ya era una llamada formal”

30
Cuando tenía unos tragos de más y la musa me bajaba para componer un
poema o un relato, ella era la primera en escucharlo y aunque fueran las 3 de la
mañana siempre lo hacía complacida, porque sabía que era la protagonista de
cada una de aquellas líneas. Por eso ahora que la tecnología nos ha
reencontrado, siempre que escribo algo, ella es la primera que lo lee y me da el
visto bueno para publicarlo. (Así que si están leyendo esta anécdota es porque
ella ya la aprobó y se rio de nuestras vivencias un poquito antes que ustedes).

Un año después, con el pago de unas utilidades pude comprarme un


Samsung y el raspahielo comenzó a hacer un nuevo tour por toda mi casa. A
veces me lo consigo cuando hago limpieza general y en par de ocasiones he
estado a punto de botarlo, pero aunque ustedes no lo crean, cuando lo acerco a
mi oído revivo de nuevo todas nuestras conversaciones y tantas promesas de
amor que no nos atrevíamos a decirnos cara a cara.

Aquel telefonito fue nuestro cómplice y confidente. No enviaba mensajes de


texto; no tenía whats app; no mandaba fotos, pero solo bastaba con que ella me
dijera lo que estaba haciendo o lo que sentía por mí, para que yo tuviera una idea
clara de los lazos tan fuertes que nos unían…Unos lazos que han logrado
traspasar las distancias que imponen el tiempo y el espacio para reencontrarnos
hoy por un sortilegio del destino.

31
5 De julio (años 80)

32
CAPÍTULO IX

POCHACCO

No hay nada peor que enrumbarte con tus panas de jueves para viernes,
sabiendo que al otro día tienes clases en la universidad, pero por más que me lo
decían yo siempre caía en lo mismo. Por eso aquel viernes cuando me levanté a
las 6 de la mañana para la clase de teoría literaria, agarré el bolso sin mirar lo que
tenía adentro y me lo puse al hombro.

Después de disertar sobre los motivos que inspiran al autor y como la musa
es una “puta malagradecida” que se va con el primero que le coquetee (según el
profesor), vino la actividad que debíamos hacer en clase, un relato de dos páginas
que tuviera la fórmula para cautivar al lector: un principio enganchador, un
desarrollo interesante y un final inesperado.

- Saquen su cuaderno de ejercicios literarios y al culminarlo lo leen en


clase… ojo no acepto hojitas sueltas –dijo el profesor-

¿Y ahora sobre qué voy a escribir? me pregunté, si mi inspiración se había


acabado la noche anterior improvisando poemas para las chicas que estaban en la
reunión. Pero si ese era un problema, apenas se comparaba con el que me
encontré al abrir el bolso. En vez de mis cuadernos, había media botella de ron
Cacique encaletada de la rumba de anoche… Vaya Dios a saber dónde dejé mis
libros.

Para ese entonces ya tenía el Tango 300 que “mi bella” me había regalado
para mantenerme localizado y no me quedó de otra que llamarla. Sabía que
estaba en la facultad porque habíamos acordado almorzar juntos al salir de clase.

- Necesito que me consigas un cuaderno de donde sea, porque se me


quedaron los libros no sé a dónde…
- ¿Digáme vos? me dijo con su tono recriminador ¿En qué bloque estáis?
- En el bloque B aula 111 en clase de Teoría Literaria
- “Peráme ahí” –me dijo-

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A los 10 minutos se asomó por la ventana y me hizo señas para que saliera,
como pude me le escabullí al Poeta y al salir me entregó un cuadernito con un
“Pochacco” en la portada.

- Este es mi cuaderno de principios de administración me lo cuidáis… ahí


tengo todos apuntes del profesor para el examen. Te espero a la salida.

En ese momento no supe que era peor, si dejar de cumplir con la tarea o
leerla desde un cuadernito de Pochacco. ¿Qué iban a decir mis amigos que
siempre me consideraron el más serio del grupo? Hasta mi masculinidad se iba a
ver cuestionada, pero no me quedó de otra que seguir las recomendaciones del
profesor y buscar la musa en las incidencias cotidianas que nos pasaban a cada
momento.

Al final, terminé escribiendo lo que me había pasado en la noche anterior, mi


descuido con los libros y como las circunstancias me habían llevado a recrear una
historia graciosa en un cuaderno que no se correspondía con mi personalidad ni
con mi estilo, pero “cuando la musa llega hasta en las piedras del camino se debe
plasmar” coloqué como reflexión final.

Todos terminaron aplaudiendo la historia y riéndose con la jocosa


espontaneidad con la que fue narrada. Hasta el mismo poeta dijo, que la
capacidad para improvisar a partir de los acontecimientos cotidianos era lo que
hacía la diferencia entre los buenos escritores y los mediocres.

Cuando salimos de la clase, ella estaba en las bancas de la Plazoleta de


Humanidades esperándome y ansiosa de ver cómo había salido en la actividad.
En ese momento se apareció Susan, la chica sexy de la clase, la que se
disputaban todos mis panas de la escuela letras y hasta los de comunicación
social… y sin reparar en la presencia de ella me dijo:

- Eso que hiciste fue muy creativo, me gustó mucho la historia -y tomando el
cuaderno de “Pochacco”- me dijo: ahí te anoté mi número de teléfono me
gustaría que me llamaras para hablarte de mis relatos.

34
¿Para qué fue eso? Apenas iba a darle un beso a “mi bella” cuando ella me
volteó el rostro y me dijo:

- Dame mi cuaderno
- Pero déjame contarte como me fue… si vieras la cara del profesor –le dije
en un intento desesperado por sacarle aquellos pensamientos que se
apoderaban de su cabeza-
- Que me deis mi cuaderno… Por favor. –repitió extendiéndome su mano-

Apenas se lo di y lo tiró en los pipotes de la basura que había en la Plazoleta.

- Pero ahí tenías los apuntes del examen de la otra semana -le dije-
- Que me quede la materia… así la vuelvo a ver el otro semestre y aprendo
más.

Por eso nunca supe el teléfono de Susan, aunque para nada me importaba,
porque tenía el de la mujer que más quería. Ella tampoco reprobó la materia
porque su mejor amiga le prestó los apuntes, así que lo único que se perdió
aquella mañana de junio de 1996 fue mi relato de teoría literaria que hoy, más de
20 años después, vuelvo a recordar por un sortilegio del destino.

35
Calle Vieja (Años 80)

36
CAPÍTULO X

ENERO EN MARACAIBO

Después que pasaba la feria y la navidad a mí me quedaba una nostalgia


inmensa en el corazón, era parte de mi temperamento y por más que lo intentaba
no lo podía controlar. Por eso aquel sábado 3 de enero de 1998 me fui a trabajar
con desgano y no me faltaban razones para estar así, pues a estas alturas ella
debería estar en los andes, en aquel pueblito al que nunca quise ir y donde sus
padres acostumbraban pasar los primeros días del año.

La tarde se me fue lenta a más no poder, apenas si llegaban clientes a la


tienda. Cuando dieron las seis, la gerente cerró y yo, con la determinación de
comprar una pizza en el camino, llegar lo más pronto posible, cenar y ver películas
hasta la madrugada, salí presuroso a buscar transporte. Sin mirar para los lados,
avancé algunas cuadras cuando me topé con la señora Carmen que, como todos
los días, salía a vender sus pancitos de guayaba, las torticas de maíz y el
infaltable Nestea con el que nos alegraba las tardes… Si trabajaron en 5 de julio
en la década de los 90tas de seguro se acordarán de ella.

- Señor que va a tomar –me dijeron y fue cuando me percaté que era ella
quien la acompañaba… no la conocía detrás de aquel sombrero blanco de
ala ancha… No se había ido y eso me alegró infinitamente la vida-

Siguiendo un impulso repentino la abracé como si tuviera años sin verla, fue
la sorpresa más bonita que me pudieron dar aquel día. Cuando le pregunté porque
se había quedado en Maracaibo me respondió:

- Quiero demostrarte que estos días y este mes también tienen su encanto…
y ya vas a ver cómo.

Su padre le había dejado el auto y allí nos fuimos hasta la Vereda del Lago
para contemplar el atardecer. Estacionamos de cara al lago, frente a las recién
inauguradas gradas y ella colocó en el reproductor del auto una canción que para
siempre se quedó impregnada en mis recuerdos:

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En la playa te encontré

Caminando junto al mar

En la playa te besé

Que recuerdos del ayer

También se las había ingeniado para traer una hielera y algunas botellas de
vino que habían quedado del brindis de nochevieja. Nos las tomamos escuchando
música suave y haciendo planes para el carnaval. Cuando ya teníamos algunos
tragos encima ella me propuso que selláramos un pacto de amor y lo lanzáramos
al lago. Nos hicimos mil promesas en el reverso de aquella factura que
conseguimos en la guantera del carro, tapamos con el corcho la botella de
Lambrusco y juntando nuestras manos lo lanzamos lo más lejos que pudimos.

- ¿Hasta donde crees que llegue esa botella? -Me preguntó-


- Es posible que le dé la vuelta al mundo –le dije- Hace tiempo vi una película
en la que una botella retornó a la playa 22 años después que la lanzaron
manteniendo intacto el mensaje que contenía.

Después de sellar ese pacto nos fuimos hasta su casa a continuar la velada
y como dice la canción: “y nos dieron las diez y las once, las doce y la unos, las
dos y las tres” fue la primera vez que hicimos el amor a pesar de que ya teníamos
más de dos años de conocernos, pero así eran las relaciones de nuestra
generación, bonitas, un poco ingenuas aun, pero con mucha picardía.

Desde ese instante cambió mi perspectiva con relación al mes de enero y


puedo vivir el sereno encanto que reviste a la ciudad durante esos días. Me gusta
escuchar música suave, preludiar el carnaval, sentir la brisita fresca de esas
tarden en las que casi hace frio, pero sobre todo, me gusta imaginar el recorrido
que estará haciendo aquella botella de vino que preserva nuestras más íntimas
confesiones.

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Vereda del Lago (Foto de Velázquez y Rincón 2006)

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CAPÍTULO XI

EL TAXI ROJO

En torno a nuestra historia hubo muchos personajes, todos ellos cómplices


indirectos que nos apoyaron en la relación. Algunos ya ustedes los conocen por
los relatos de esta serie: La Señora Carmen que todas las tardes pasaba con su
carrito de supermercado vendiendo los pancitos de guayaba y las torticas de maíz
con las que endulcé a su familia antes de formalizar nuestro compromiso; el Último
Serenatero que con sus cantos ayudó a que me perdonara en aquel cumpleaños;
los Chicos de la Maquinaria Band que nos cantaron “Volare Cantare” mientras
íbamos en lancha por el Lago de Maracaibo, y hasta el pizzero de por su casa
que al pedirle una “Piza de Reconciliación” ya sabía que era con doble ración de
peperoni y mucho maíz. (de esa historia creo nunca haberles hablado) Pero si
hubo alguien a quien le debemos la continuidad la relación, a pesar de las
adversidades, fue sin duda al señor Anaxímedes, el taxista de nuestras calles y
nuestros momentos.

Lo conocimos en la intersección de Bella Vista con 5 de julio en el amanecer


de la Feria de la Chinita de 1996. Ningún taxi nos quería llevar a su casa, pero
aquel señor se compadeció de ella cuando le dijo que si no llegaba antes de las 2
de la mañana su papá le iba a prohibir que nos viéramos. Tenía un Impala rojo
modelo 1972 y durante el trayecto nos contó su historia…Como todos los taxistas
maracuchos, que aún sin conocerte te cuentan los pormenores de su vida.

- Yo me metí a taxista a principios de los 50tas, tengo más de 40 años en


esto… para ese entonces tenía un Chevrolet Bel Air blanco y negro,
trabajaba para la Línea que estaba en el Hotel del Lago llevando y trayendo
a los gringos de las petroleras. Después, con mis ahorritos pude comprar
este carrito de agencia y con él pude levantar a mis hijos. Tengo dos, uno
que es ingeniero y la menor que es abogada, pero ya hicieron su vida y se
fueron de la casa. Ellos me dicen que deje este trabajo que es muy
peligroso que con lo que me dan puedo mantenerme yo y su madre

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tranquilamente, pero díganme ustedes ¿Qué voy a hacer yo encerrado en
la casa todo el día? Me vuelvo loco, porqué yo necesito hablar con la
gente…entretenerme.

Yo no más que pensaba durante el trayecto ¿cuánto nos irá a cobrar por las
dos carreras? La experiencia me decía que mientras más hablaba el taxista, más
duro era el coñazo cuando te cobraba, pero dadas las circunstancias no me
quedaba de otra que aceptar lo que nos pidiera. Ella, como siempre, ajena a mis
disquisiciones existencialistas, le seguía preguntando por su vida y su trabajo.

Afortunadamente, Anaxímedes vivía cerca de su casa y nos cobró lo justo


por las dos carreras. Desde ese día ella lo adoptó como nuestro taxista oficial y a
mí no me quedó de otra que aceptar sus resoluciones. Le pidió el teléfono y cada
vez que necesitábamos un taxi lo llamábamos a su casa o a la línea en la que
trabajaba. Siempre lo conseguíamos disponible, por lo que a veces imaginábamos
que su único trabajo era llevarnos o traernos sólo a nosotros dos.

Con él conocimos la historia de las principales calles y avenidas de


Maracaibo y es que para cada una tenía un recuerdo, una anécdota, una
ocurrencia, como aquella vez que le tocó llevar al aeropuerto de Grano de Oro al
propio Pedro Infante…Aunque todavía no se lo creemos. Lo cierto del caso es
que ni los 0-800 Cannon de aquel entonces; ni los UBER de ahora, ni siquiera el
“Mambo Taxi” de la Película de Almodóvar se comparaban con el Impala de
Anaxímedes.

Yo siempre le pedía que me fuera a buscar a mi primero, nada más por


disfrutar el placer de verla montarse en el taxi, impregnando aquel entorno de su
perfume, de sus risas y de sus ocurrencias y estoy seguro de que Anaxímedes
experimentaba lo mismo que yo… Ambos nos convertimos en fans de su
magnetismo personal. El taxi no tenía reproductor de casetes, ni siquiera FM,
pero en aquel radiecito AM que siempre cargaba encendido escuchábamos todas
nuestras canciones. Por eso montarse en el taxi y cantar eran dos rutinas
obligadas en nuestro itinerario.

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Aquel sábado por la tarde cuando me llevaba para su casa al verme nervioso
y emperifollado me preguntó:

- Muchacho ¿vais a echar un piso? (así le dicen los maracuchos a una


persona cuando anda engalanada)
- ¡Ay Anaxímedes!… es que voy a su casa a formalizar el compromiso con
sus padres y no sé qué decirles.
- Tranquilizáte – me dijo mientras me pasaba una botellita de Coñac Martell-
echáte un coñazo de esto y se te aclaran las ideas.

Y durante el trayecto aprovechó para contarme como hizo él para formalizar


su compromiso con su esposa con la que ya tenía cuarenta años de casado. Yo
no sé si fue eso o aquel trago de coñac lo que me dio fuerzas, pero las palabras
me brotaron por arte de magia cuando le pedí permiso a su padre para visitarla
formalmente como novio. Lo mejor del caso fue que lo conseguí.

En definitiva, Anaxímedes (nunca supimos su apellido) fue el principal


cómplice de nuestra relación. No importaba la hora que fuera ni el lugar, siempre
estaba ahí, dispuesto a llevarnos o buscarnos en cualquier parte de Maracaibo en
la que estuviéramos. Entre las cuatro puertas de su taxi quedaron represadas
todas las promesas de amor que nos hicimos y que hoy, a pesar del tiempo, la
distancia o las circunstancias que nos separan, aún siguen vigentes. Él nos llevó
para Expozulia en el Amanecer de la Feria de la Chinta de 1997, nos fue buscar a
las 9 de la mañana del día siguiente a su casa para llevarnos al Tradicional Juego
de las Águilas y hasta se tomó con nosotros una sopita levanta muertos que solo
la mamá de mi bella sabía hacer.

Su taxi también fue testigo de nuestros momentos más duros, como aquella
tarde cuando me dijo que tenía que irse a Valencia a vivir con unos tíos para
iniciar un largo tratamiento por su salud. Después de eso las circunstancias nos
fueron adversas y se tornó como un preámbulo a nuestra separación
definitiva…No la volví a ver hasta que las redes sociales nos reencontraron
virtualmente dos décadas después.

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Cuando nos distanciamos traté de evitar el taxi de Anaxímedes, pero cuando
por fin reuní el valor necesario para montarme de nuevo en aquel Impala y lo llamé
(más por curiosidad que por necesidad) me contestó su esposa diciéndome que
ya no estaba haciendo transporte… Al parecer el Alzheimer empezaba a hacer
estragos en su humanidad. Eso me llenó de una profunda tristeza, pues sentía
que en la medida que los recuerdos de aquel taxista se diluían en el olvido,
nuestra historia también lo hacía…

Sin embargo, gracias a las redes sociales ella y yo nos pudimos reencontrar
en la distancia y cada sábado por la noche cuando hablamos, nos hacemos a la
idea de que el taxi rojo de Anaxímedes va a llegar a nuestras casas para llevarnos
a esa calle “universal y latina” que los dos ideamos para reencontrarnos en un
mundo a nuestra medida.

Calle Comercio (Años 70)

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CAPITULO XII

LA NEVERITA VIEJA

(Inspirado en las vivencias de mi madre)

Cuando mi madre se mudó con toda su familia a la Calle la Paz del Saladillo,
ni siquiera tenían una nevera, pero una viejita caritativa, de esas que nunca faltan
en Maracaibo, todos los días les enviaba una cubetica de hielo. Como no podía
caminar, a veces se paraba en la puerta de su casa a esperar que alguien pasara
para enviarles el pedacito de hielo. Eso les resolvió la situación por algún tiempo,
pero no era como tener una nevera propia.

Sin embargo, Ana Rincón que vivía al frente, enseguida se encariñó con ella
y sus hermanas (las montunas como les decía) hasta el punto que hicieron una
bonita amistad que se fortaleció con la complicidad, pues en la casa de mi madre
“encaletaban” el whisky y los cigarros que traían de contrabando desde Aruba y
Curazao, ya que la guardia no sospechaba de ese hogar dedicado a la carpintería,
la costura y los oficios del hogar.

A principios de los 60tas, cuando el negocio del contrabando de Whisky y


cigarrillo estaba en su apogeo, Ana Rincón y sus hijos pudieron comprar una
nevera nueva y le regalaron a mi madre la neverita vieja que tenían para su uso
personal, era una nevera Norge (hecha en Venezuela) que fue la mayor bendición
que pudieron recibir en su hogar. La neverita era pequeña, con escarcha y una
sola puerta, pero enfriaba al instante y producía hielo para dos cubeticas.

Cuando la piqueta le cayó al Saladillo, mi madre, su familia y yo (que para


ese entonces tenía 3 años), tuvimos que abandonar la Calle la Paz y venir a La
Victoria, un sector nuevo y desconocido para nosotros, pero donde se fundarían
nuestras nuevas esperanzas. Apenas pudimos traernos los recuerdos, un televisor
viejo de tubos y la neverita que nos acompañó en nuestro hogar hasta el año
2003. Sin embargo, el agua que enfriaba esa neverita tenía “un no sé qué” que
hacía que todo el que pedía agua pidiera más, al tiempo que decía que era la

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mejor que había probado… porque si algo tenemos en mi casa es que el agua y la
cerveza no se le niega a nadie.

Recuerdo que pegaba unos corrientazos tan arrechos que tuvimos que
ponerle una toalla en el asa para no tocarla directamente… Como quisiera ahora
abrirla de nuevo para sacar los recuerdos que allí pusimos a enfriar. En julio de
2003 se dañó, después de más de cuarenta años de servicio (más los que tuvo
con Ana Rincón) y la vendí como chatarra por la necesidad de ese entonces, pero
a veces cuando me acuesto con unos tragos de más, sueño que de nuevo la abro
para sacar la cerveza más fría y embriagante que jamás haya probado.

Barrio el Saladillo – Botica Occidental

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CAPITULO XIII

UNA NOCHE EN EL CEMENTERIO

(Inspirado en las vivencias de mi madre)

Todavía se acuerda mi madre de aquella noche que se quedó encerrada en


el Cementerio el Cuadrado, junto a sus dos hermanas, todo empezó una tarde de
1951, en la que, como todos los domingos, iban al panteón a visitar a su madre
que tenía pocos meses de fallecida.

“…Íbamos todas vestidas de negro, si hasta velo nos tocaba usar y cuando
nos caía la lluvia nos quedaba toda la cara pintorresqueada porque largaba el
teñido, pero así eran los lutos de antes. Te podéis imaginar que la casa tuvo seis
meses cerrada”

Esa tarde entre rezos y conversaciones ellas no se percataron de aquella luz


que estaba en los últimos callejones del cementerio y que se encendía cuando ya
el “ecónomo” (como le decían en el Maracaibo de ayer a quienes cuidaban los
cementerios) iba a cerrar las puertas de mausoleo.

“…Al parecer el bombillito se había quemado y por eso no nos percatamos


que ya todo el mundo se había ido, cuando llegamos a la entrada eso estaba todo
con cadenas y ya empezaba a oscurecer… Te podéis imaginar como estábamos,
pa´colmo cuando pasamos por una de las fosas oímos como un crujir de dientes y
un llanto que nos puso los pelos de punta”

Afortunadamente una de sus hermanas andaba con un noviecito que tenía


para ese entonces, quien para ganar puntos con su suegro las acompañaba cada
domingo al cementerio. Era un gochito muy habilidoso para encaramarse y saltar
cercas, pues de seguro muchas veces lo habían correteado por andar en sus
aventuras amorosas.

“…Lo cierto del caso es que el gochito se las ingenió para saltarse la cerca
del cementerio, que para ese entonces no era tan alta y como sabía que el
ecónomo vivía por El Saladillo, se dio a la tarea de buscarlo en su casa. En aquel

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entonces no había delincuencia, pero aquel quejido que salía de las fosas nos
seguía aterrorizando y se arreciaba a medida que entraba la noche. Yo me puse a
rezarle a la Chinita y le prometí que si nos sacaba de esa yo la visitaba todos los
domingos en la Basílica”

“…Ya casi eran las 9 de la noche cuando el gochito se apareció con el


ecónomo que vivía por la calle El Tránsito de El Saladillo, él nos explicó que el
bombillo se había quemado y cómo ese día había poca gente no hizo la ronda
habitual por los últimos callejones, pues creía que todo estaba solo. Cuando
llegamos a la casa ya papacito se estaba vistiendo para irnos a buscar”

Aja mamá y ¿Qué pasó con el crujido que salía desde las fosas?

“Ahhh, eso fue lo más cómico del asunto… cuando le dijimos al ecónomo
que nos estaban asustando los fantasmas soltó la carcajada y nos dijo.

- No hombre, esas es una perra paría que vive ahí entre las fosas y no deja
que nadie se le acerque a los cachorritos”

Cementerio El Cuadrado Maracaibo

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EPILOGO

CUENTO DE FERIA

Con este fantasmal librito he procurado despertar al espíritu de una idea sin que
provocara en mis lectores malestar consigo mismos, con los otros, con la temporada
ni conmigo. Ojalá encante sus hogares y nadie sienta deseos de verle desaparecer.
(Charles Dickens. Cuento de Navidad)

Anoche me acosté, con la tristeza infinita de otra feria perdida, creo que
desde noviembre de 2014 cuando Maracaibo y toda Venezuela cayeron a merced
de la chikungunya, las ferias comenzaron a perder su encanto… Aunque si bien se
mira, la cosa viene mucho desde antes. Resistiéndome a escuchar gaitas, a
decorar la casa, e incluso, a comprar la velita que religiosamente le encendemos a
la Virgen cada 18 de noviembre, me acosté con la esperanza de despertar la otra
semana, cuando ya todo esto hubiera pasado.

Presa del sopor, del cansancio acumulado y, sobretodo, de la nostalgia, tuve


una de esas experiencias en las que uno no sabe si está dormido, está despierto o
definitivamente se encuentra en una dimensión paralela que nos recrea otro
estado de la realidad. En medio de la nada, y al igual que al viejo Scrooge en el
cuento de Dickens, una figura emergió de las sombras para llevarme hasta las
ferias pasadas.

De nuevo me vi con el sombrero y la camisa de cuadros, compartiendo con


familiares y amigos. Un extraño sortilegio me devolvió a los 90, cuando era feliz
aun sin saberlo y mi mayor preocupación era quedarme en 5 de julio o irme a
Expozulia; pasar por la tarima de la Regional o seguir en la de la Polar. Me
reencontré con algunos seres queridos, que hoy están muertos; viviendo en el
extranjero; o tan tristes como yo, sufriendo la pena infinita de un país en el que no
nos encontramos. También la vi a ella, tan sublime como siempre, irradiando su
magnetismo y contagiándome las ganas de vivir. La abracé con todas mis fuerzas,
la besé en la frente, en la mejilla, en las manos, pero sobre todo en el alma. Una
vez más, su perfume se coló por mis sentidos para dejarme la nostalgia de un
instante perfecto.

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En ese momento, sentí como de un tirón me jalaban por la espalda,
separándome de su regazo. Las imágenes comenzaron a tornarse borrosas,
distantes, hasta hacerse, definitivamente, imperceptibles. Ahora, una figura triste y
misteriosa conducía mi peregrinar por las ferias del presente. Vi tristeza, hambre,
frustración, lágrimas en los ojos de quienes partían, pero también en las de
aquellos que aun quedábamos en Venezuela. Las gaitas ya no sonaban igual,
eran como un eco triste de las glorias del pasado, al escucharlas tuve la misma
sensación de quién huele un frasco viejo de perfume.

En estas ferias no la vi a ella, presentí lo peor y por más que la llamaba, no


escuchaba su voz para aquietar el torbellino interno. Aun así, algo me hacía intuir
su presencia en la distancia. Me senté de cara al Lago y contemplando el Puente
lloré con amargura, con desesperación, con impotencia. Sentí que nos habían
robado la feria, pero sobretodo, la vida que nos merecíamos.

En ese instante, experimenté un nuevo arrebato, aunque esta vez no sentí


que me jalaban, sino que ascendía. Por un momento pude contemplar la ciudad
desde lo alto y me llené de una paz infinita. Poco a poco fui descendiendo de la
mano de un nuevo mentor que, a diferencia de su predecesor, mostraba un rostro
más afable. De todos los que me acompañaron en este sueño, fue el único que
me habló:

- Soy el espíritu de las ferias futuras, prepara tus ojos para lo que tú y toda tu
gente, merecen por derecho divino.

Mi alma se estremeció ante aquella visión, Maracaibo se perfiló ante mí,


radiante, encantadora, sublime. No solo había recuperado su gloria perdida, sino
que esta se había incrementado. La Feria de la Chinita había sido nombrada
Patrimonio Inmaterial de la Humanidad; las gaitas sonaban en cada esquina
contagiando de alegría y espíritu festivo a todo el que la escuchaba. En ellas se
cantaba al amor, a la fe, pero sobre todo a la libertad. En el aeropuerto de la
Chinita había un constante movimiento de gente que llegaba, todos los que

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tuvieron que partir tornaban felices de reencontrarse con sus seres queridos, pero
sobre todo, ansiosos de ponerse manos a la obra para reconstruir el país.

Aquel amanecer se escuchó en toda Venezuela, esperamos la salida del sol


y el día de Nuestra Santa Patrona, para darle las gracias a Dios y a la China por
las bendiciones recibidas. Yo me encontraba extasiado viviendo a plenitud aquel
momento cuando mi mentor se acercó para referirme:

- Quienes desean arrebatarte el futuro se alimentan de la tristeza, de la


amargura y el desasosiego. Si no quieres seguir presa de su influjo,
recupera tu alegría, expándela a tu alrededor con una actitud festiva que
irradie las ganas de vivir.

Poco a poco la figura se fue desvaneciendo entre el bullicio y la algazara.


Casi al mismo tiempo, ella volvió a emerger de sus cenizas para plantarse ante mi
imponente, dichosa, con la misma nobleza de siempre, ahora matizada con la
experiencia que dejan esas lecciones dolorosas que nos marcan de por vida,
dejándonos al mismo tiempo, la más valiosa de las enseñanzas. Esta vez la
abracé con la certeza de que no se esfumaría, sintiéndola tan mía como de
todos…

Desperté con la impresión de que había pasado mucho tiempo y no podría


recuperar estas ferias, pero al ver en mi celular el día 15 de noviembre… supe que
una nueva oportunidad se me había dado para celebrar este Amanecer con la
misma alegría de siempre, sin concederle a aquellos que me quieren ver sumido
en la amargura, la satisfacción de verme derrotado.

Fin

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Vista Aérea del Saladillo (Foto Cortesía Martha de Osorio)

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Sobre el autor:

Carlos Pereyra (Maracaibo 1974)

Licenciado en letras y en educación, egresado de la


Universidad del Zulia. Docente, investigador y asesor
académico de tesis, ensayos, trabajos de grado entre
otros.

Administrador de los Grupos: De Maracaibo, sus


vivencias, sus chistes y sus fotos; Maracaibo vive
enferiado, Truemerang y Esperando la Feria
Enferiado.

Contactos:

Carlos_victor74@outlook.es

04146640605

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