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Kohan, Walter Paulo Freire más que nunca : una

biografía filosófica / Walter Kohan. - 1a edición para


el alumno - Ciudad Autónoma de Buenos Aires :
CLACSO, 2020. 248 p. 22 x 16 cm. - (Temas) ISBN
978-987-722-583-9 1. Biografías. 2. Acceso a la
Educación. 3. Acceso a la Educación. I. Título. CDD
370.9
Selección de la página 168 a 170

5. OTRAS REFERENCIAS, YA NO SIEMPRE CRONOLÓGICAS, A LA INFANCIA


CRONOLÓGICA, A LA PROPIA Y A LA DE LOS HIJOS E HIJAS

La necesidad de partir de la infancia para pensar el presente aparece también en un “libro


hablado” con Sérgio Guimarães. “Partir de la infancia” es el título de la sección en la que
Paulo Freire responde afirmativamente a la invitación de comenzar por la infancia, pero no
por la historia de la infancia y sí por la “infancia en cuanto escolaridad” (Freire y Guimarães,
1982). En ese contraste entre historia y escolaridad podemos leer otro contraste, entre dos
temporalidades, la de chronos y la de kairós (Kohan, 2004). La historia se desarrolla en
chronos, sigue el movimiento numerado mimético, consecutivo, sucesivo e irreversible que
constituye el tiempo cronológico −que, de alguna manera, es independiente de nuestra
percepción y es cualitativamente indiferenciado−. Es el movimiento de los relojes, de las
planificaciones, de los cronogramas. De modo diferente, la escolarización sigue un tiempo
kairós, necesita acontecer en el momento oportuno, en uno y no en otro momento, solo
ocurre cuando las condiciones son propicias. Las ciencias de la vida establecen un kairós
para la escolarización y, dentro de ella, la alfabetización. Sin embargo, la dureza de las
condiciones de vida, por lo menos en Brasil y en muchos países de América Latina, permite
que apenas una minoría tenga ese tiempo kairós respetado. Para Paulo Freire, un educador
popular y de jóvenes y adultos, esto es, de personas que son colocadas en la posición de
tener que correr detrás del tiempo que les fue robado, el tiempo oportuno, el kairós, es
siempre el ahora, porque es justamente una oportunidad, una especie de posibilidad de
pasaje entre dos mundos. En este sentido, cuando Paulo Freire habla de la infancia como
escolaridad, podemos leer que se refiere a un estado de infancia más allá de la cronológica:
son vidas escolares no cronológicamente infantiles que Paulo Freire está especialmente
interesado en alfabetizar −infantes en cuanto al estado de escolaridad, aquellos que entran
en la vida escolar cuando no están más en el tiempo cronológico socialmente reconocido
como el más oportuno para entrar en la escuela−. En este diálogo, entonces, Paulo Freire
se va a referir nuevamente a su escolarización, que, en su caso particular, coincide en
buena medida, con su infancia cronológica, con el kairós socialmente establecido para ella.
Él enfatiza cómo la manera en que fue alfabetizado, aún siendo niño, con palabras de su
mundo infantil, también está presente en sus ideas sobre la alfabetización y en su manera
de pensarla y practicarla como educador de jóvenes y adultos. En este texto el recuerdo es
más nítido, preciso, con más detalle: la mamá, Edeltrudes (Trudinha), sentada al lado de él

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y de su papá en una silla de mimbre; el papá, Joaquim, se mece en la hamaca, a la sombra
de dos árboles de mango, espacio libre y sin pretensiones, informal, de su patio.
Otro aspecto importante del relato es la manera en que Paulo Freire destaca, en ese
período cronológicamente infantil, la importancia de las relaciones para tornarse en quien se
tornó. Menciona sus relaciones con los demás miembros de su familia, con los animales,
con los árboles, con las palabras… Destaca que su alfabetización fue un proceso afectivo,
dialógico y amoroso (Freire y Guimarães, 1982, pp. 15-18). Paulo Freire deja en claro que ni
su papá ni su mamá eran formados como docentes –a pesar de considerarlos educadores−,
y que le dieron, entre otras cosas… ¡tiempo! Ambos estaban, su mamá en la silla y su papá
en la hamaca, pacientemente, enseñándole a leer las palabras de su mundo.
Es importante detenerse en esta observación. Paulo Freire que, en un sentido, defiende la
profesionalización docente frente a los intentos de descalificar el trabajo docente (Freire,
2012 [1993]), es alfabetizado por educadores no profesionales que cuidan de lo más
importante para que alguien pueda entrar en el mundo de las letras con alegría y emoción:
ellos hacen que la lectura y la escritura de las palabras acompañe la lectura y la escritura
del mundo. Sus padres vivencian un clima dialógico y ofrecen todo el tiempo lo que el hijo
necesita para alfabetizarse. Ofrecen un tiempo propio, de afectos y sentimientos, que no se
puede medir con el reloj.
Además de letras y palabras, Paulo Freire aprende la forma con que su mamá y su papá lo
introducen en el mundo de las letras. Aprende un tiempo de presente, una presencia, un
presente. Paulo Freire afirma que la forma dialógica con la cual fue alfabetizado terminó
siendo la misma que él propuso para la educación de adultos, años después: es uno de los
ejes centrales que atraviesa sus ideas pedagógicas en las distintas Pedagogías,
comenzando por el desplazamiento del eje centrado en el docente o en el alumno para
colocarlo en la relación entre ellos. Su concepción educativa resulta de una recreación de la
primera relación pedagógica vivida, en la que él fue educado. El “andariego de la utopía”
habla también muy positivamente de su relación con la mamá y con el papá, quien, a pesar
de ser militar, tiene un trato dialógico, amoroso y afectivo con su familia y con Paulo Freire
en particular (Freire y Guimarães, 1982).
No encontramos tantos testimonios de Paulo Freire sobre sus hijos (cinco: Maria Madalena,
Maria Cristina, Maria de Fátima, Joaquim Temístocles y Lutgardes) en su obra escrita, y la
mayoría de ellos hablan sobre los años en Santiago de Chile, donde los dos más pequeños
–Joaquim Temístocles y Lutgardes– pasaron la mayor parte de su infancia cronológica. No
obstante, tanto su testimonio como el de algunos de sus hijos e hijas sugieren que también
esa dimensión afectiva vivida en su infancia fue revivida por Paulo Freire con sus hijos, y no
solo cuando eran cronológicamente infantes. Una de esas referencias está en el contexto
de una reflexión más amplia sobre el exilio y su relación con su primera esposa, Elza (Freire
y Betto, 1985, pp. 90-91). Después de mostrar cómo Elza compartió con él la experiencia de
la prisión y del exilio, acompañándolo sin ella misma estar de hecho en la condición jurídica
de exiliada, sino como un acto político, de forma totalmente solidaria, reconoce que Elza
sustentó la mayor parte de la vida familiar y “fue educadora de todos nosotros” (Ibíd.,, p.
90). De hecho, Elza era maestra de escuela primaria y estaba mucho más ocupada que
Paulo Freire con el cotidiano de la educación de sus hijos.
Él comenta, en esa misma página: “en el exilio, los hijos llegaban a decir, jugando: ‘viejo, en
verdad, ¡la que sustenta esta familia es la vieja!’” (Ibíd., p. 90). Y, a continuación, traduce
esa frase cómo: “es decir, abre los ojos, porque si ese sustento se cae, nosotros mismos

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estamos acabados...” (Ibíd., p. 90). A ello sigue un gran elogio a Elza y su papel en lo que
refiere al sustento de la familia durante los años del exilio y el sentimiento de culpa, que, en
él, no era fácil de evitar, como: “en una dificultad de un hijo −su escolaridad, el comienzo de
un hijo en la escuela, una necesidad mayor de un hijo−” (Ibíd., pp. 90-91). Paulo Freire
también da algunos ejemplos de cómo, ocasionalmente, era invadido por un sentimiento de
culpa a causa de las condiciones de su esposa y de sus hijos. Por ejemplo, ese sentimiento
surgió fuertemente una vez, en un crudo invierno de Santiago, cuando uno de los niños dijo
que estaba sintiendo frío y Paulo Freire no tenía dinero para comprarle ropa abrigada. Freire
observa cómo sufrió con ese episodio y cómo el problema fue resuelto, con la solidaridad de
un amigo amoroso que trabajaba en Naciones Unidas, que gozaba de un crédito en una
tienda de Santiago y, por eso, compró ropa de invierno para toda la familia. Nordestino
como él, decía: “el frío está llegando y ustedes son del Nordeste, como yo” (Freire y Betto,
1985, p. 91). Otra referencia a los hijos e hijas está en ese mismo diálogo con Ricardo
Kotscho, en el que Paulo Freire cuenta que, cuando estuvo preso por la dictadura militar en
1964, las tres hijas lo visitaron en la prisión, pero sin los dos niños más pequeños, siguiendo
una sugerencia de su esposa Elza, que estaba con miedo de que ellos pudieran
traumatizarse por la situación. Sobre ese episodio, Paulo Freire dice: “Creo que tenía
razón”, finalizando el relato (Freire y Betto, 1985, p. 62). Una anécdota más feliz en relación
con los hijos está en sus Cartas a Cristina. Recuerda la ocasión en que, por primera vez en
su vida, el primer año de su exilio en Santiago, experimentó la nieve. Ya tenía más de
cuarenta años y fue con sus hijos a sentir cómo la nieve caía en su piel tropical al jugar con
las bolas de nieve, y cuenta la anécdota con una palabra fabulosamente infantil: “salí a la
calle a ‘aniñarme’” (Freire, 2008 [1994], p. 27), forma pronominal de un verbo de la palabra
más infantil para decir infancia en portugués (meninizar-me). Una vez más, Paulo Freire
vive, jugando con la nieve, una infancia lúdica, pero esta vez con sus hijos, niños
cronológicos, él mismo en una edad no cronológicamente infantil. Y, en una edad aún más
adulta, la de la escritura de las Cartas a Cristina, ya septuagenario, cronológicamente más
lejos de su infancia, juega con el lenguaje e inventa un verbo para decir la acción de alguien
que, no siendo niño, se hace niño para jugar en la nieve con sus hijos. Así Paulo Freire se
aniña doblemente y, con él, aniña a sus lectores y lectoras de todas las edades.
Hay, por último, una referencia enigmática en un párrafo en que, después de percibir cómo
el sentimiento de haber sido cuidado y amado por sus padres fue importante en su vida,
afirma: ...no siempre somos capaces de expresar con naturalidad y madurez nuestro
necesario afecto hacia nuestros hijos e hijas a través de diferentes formas y procedimientos,
entre ellos el cuidado preciso, ni de más ni de menos. A veces por “n” razones no sabemos
revelar a nuestros hijos que los amamos. (íbíd., p. 44) Quién sabe el próximo testimonio
ayude a entender el anterior. Es tal vez el más educativo de todos. Es un testimonio de su
hijo menor, Lutgardes, quien parece confirmar que Paulo Freire siguió con sus hijos el
mismo camino que recorrió con sus padres, lo que parece más que esperado. Lutgardes,
sociólogo y profesor, comenta, en un video hecho por el Instituto Paulo Freire de San Pablo,
la manera como el papá estaba siempre ocupado cuando estaba en Santiago, en Chile.
Trabajaba toda la semana y los fines de semana escribía la Pedagogía del oprimido. Los
niños cansados de no tener tiempo con su papá, decidieron conversar con él en su oficina:
“Mira papá, así no podemos seguir, estás trabajando toda la semana y el fin de semana
trabajas todo el tiempo, ¿cómo es posible esto?”. El papá respondió: “Es verdad. De ahora
en adelante todos los sábados vamos a salir juntos.” Lutgardes, ya papá al momento de la

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entrevista, sentado con su hija en sus piernas, sonríe y sus ojos brillan mientras completa
su relato: “Ahí fue maravilloso, salíamos juntos, paseábamos por la ciudad, íbamos al cine,
almorzábamos juntos, nos dábamos las manos… Paulo Freire era muy cariñoso, era una
persona muy dulce, muy afectiva, ¿no?” (Instituto Paulo Freire, 2005). Este testimonio tal
vez ayude a entender el anterior porque muestra dos fases de la relación de Paulo Freire
con sus hijos: un estilo de vida que lo hizo muchas veces ausente por su dedicación al
trabajo académico −y, posteriormente, por sus viajes por el mundo−, pero intensamente
presente en la amorosidad de la escucha, de la palabra, de la respuesta atenta y afirmativa
al pedido de los hijos e hijas. En la entrevista (en este libro, p. página 51) que mantuvimos
con él, el propio Lutgardes bromeó que esos sábados no duraron mucho, pero reafirmó el
carácter principalmente amoroso de la relación. También es perceptible, a partir de esa
entrevista, cómo los viajes de cierta forma obstaculizaron y, al mismo tiempo, enriquecieron
el proceso de escolarización del hijo menor. La amorosidad con la que Paulo Freire trata a
sus hijos e hijas es muy semejante al modo como él describe la importancia de la escucha
de su mamá y de su papá para sus inspiraciones infantiles. Para ejemplificar la postura que
él y su esposa Elza mantenían en relación con sus hijos e hijas destacamos su propio
testimonio: Mi padre tuvo un papel importante en mi búsqueda. Afectuoso, inteligente,
abierto, jamás se negó a escucharnos en nuestras curiosidades. Él y mi madre hacían una
pareja armoniosa, cuya unidad sin embargo no significaba ni la nivelación de ella a él ni la
de él a ella. El testimonio que nos dieron siempre fue de comprensión, jamás de
intolerancia. Católica ella, espiritista él, se respetaron en sus opciones. Con ellos aprendí el
diálogo desde muy temprano. (Freire, 2008 [1994], pp. 45-46) Como consecuencia de esa
postura de la mamá y el papá, resalta, luego: “Nunca me sentí temeroso de preguntar y no
me acuerdo de haber sido castigado, o simplemente amonestado, por discrepar” (Ibíd., p.
46). Como vemos, la amorosidad y la tolerancia que recibió de la mamá y del papá
educaron al Paulo Freire papá. De este modo, mantiene una relación amorosa,
antiautoritaria con sus hijos e hijas. En otro texto, Por una pedagogía de la pregunta, al
pensar con Antonio Faundez la importancia de la pregunta y de la respuesta en la formación
humana, Paulo Freire se muestra un papá parecido al suyo, lo que ayuda a ilustrar la
conectividad que insistió en mantener con sus hijos e hijas: Una de las exigencias que
siempre nos hicimos Elza y yo, en cuanto a la relación con nuestras hijas e hijos, fue jamás
negarles respuestas a sus preguntas. Estuviéramos con quien estuviésemos,
interrumpíamos la conversación para atender la curiosidad de cualquiera de ellos. Solo
después de haber demostrado respeto a su derecho por preguntar les hacíamos notar que
estábamos con alguien. Creo que, ya desde la tierna edad, iniciamos la negación autoritaria
de la curiosidad con frases como “¡Pero a qué viene tanta pregunta, niño!”, “Cállate que tu
padre está ocupado” “Ve a dormir, deja la pregunta para mañana”. (Freire y Faundez, 2013
[1985], p. 70) Así, Paulo Freire muestra, en este fragmento, como él y Elza cuidan de que la
curiosidad de sus hijos e hijas, su “derecho a preguntar”, sea respetado. En este pasaje,
contrapone a una postura autoritaria frente a las preguntas, que las desalienta, una postura
respetuosa, que las responde. Parece claro que, aquí, Paulo Freire no está considerando
otras opciones frente a las preguntas de los niños. En otras palabras, podríamos preguntar:
¿será que responder sus preguntas es la forma más respetuosa frente a ellas? ¿Qué otras
alternativas, dialógicas, tenemos para enfrentar las preguntas de nuestras hijas e hijos y así
corresponder a un pedido de atención? ¿Darles respuesta a sus preguntas es la manera
más adecuada de respetar su derecho a preguntar?

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