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2
Kitiara Mich Fraser
Kari gabyguzman8
3
Pagan Moore
Jessibel Caile
Daliam
Romina22
R♥BSTEN
Sinopsis
Prólogo
Capítulo 1 Celeste
Capítulo 2 Celeste
Capítulo 3 Celeste
Capítulo 4 Celeste
Capítulo 5 Celeste
Capítulo 6 Celeste
Capítulo 7 Celeste
Capítulo 8 Celeste
4
Capítulo 9 Celeste
Capítulo 10 Celeste
Capítulo 11 Celeste
Capítulo 12 Celeste
Capítulo 13 Leonide
Capítulo 14 Celeste
Capítulo 15 Celeste
Epílogo Leonide
Si odiaras tu vida, queriendo demostrarle al mundo que podías cambiarla,
¿Cómo lo harías?
Tenía un plan. También no tenía familia, ni amigos y definitivamente no un
ex novio idiota quien pensaba que yo era aburrida.
Estaba cansada de ser yo.
En las vegas, podía ser cualquier persona.
Entonces lo vi a él.
Su sonrisa hambrienta quería probar a la nueva yo.
Sólo una persona aburrida hubiera dicho que no.
Fue tonto seguir a un extraño a su cama. Peligroso tomar esa bebida que me
dio. Pensé que lo peor que obtendría sería una resaca, un paseo de la vergüenza a
través del hotel. 5
Excepto que no me desperté en el hotel.
O en las Vegas.
Dudo que mi cara termine en las noticias. “Mujer desaparecida” diría en el
titular. “Una estúpida que pensó que podía ser otra persona”.
No soy alguien más. Sólo estaba jugando a fingir.
Una lástima que él estaba jugando para siempre.
Músculos rígidos, tan firmes que podía haber canicas rodando por mi brazo.
Todo mi alrededor siempre apestaba a grasa, el olor penetraba en mi nariz,
infiernos, incluso mis poros.
Era una existencia incómoda, pero una a la cual me había acostumbrado.
Pero eso no importaba.
En ese momento, mientras mi novio bobo se removía y se preocupaba, no 7
importaba en lo más mínimo.
—¿Qué? —Mi lengua tocó mi labio inferior, pasándola por la piel agrietada
que necesitaba de la humedad—. ¿Me estás despidiendo o estás rompiendo
conmigo? ¿Qué es esto, Jones?
Deslizó una mano pegajosa en su cabeza. —Ambas. Las dos.
—Ambas. —La palabra sonó sin sentido. Tal vez, si la seguía repitiendo
perdería todo el impacto y nada de esto, ¿estaría pasando?—. ¿Por qué? —
Finalmente dejé que mi mano bajara la espátula. Estuve cocinando hamburguesas
en el camión de Jones toda la tarde—. ¿Qué hice mal?
—Mierda, Celeste, no me hagas decirlo.
—¡Pero no entiendo por qué estás haciendo esto de repente!
Sus cejas se fruncieron, arrugando su frente. —Celeste, vamos. Esto no es
tan imprevisto. No si lo piensas.
Estaba arrastrándome a través de mi cerebro, tratando de poner las piezas
juntas. Claro, Jones y yo no teníamos la mejor relación, pero acabar con ella ahora
mismo, ¡ahora mismo! ¿Después de todo lo que pasamos?
Lentamente, puse la espátula al lado de la plancha. —Dime en donde la
cagué. Dame una oportunidad…
—Celeste.
—¡Dame la oportunidad de arreglarlo! —¿Le acabo de gritar? De pie en este
pequeño camión, mirando hacia abajo, a mi novio. Bueno, supongo que ex novio,
ahora sentía cómo las paredes se estaban reduciendo.
Jones era un tipo delgado. Deslizar su delantal manchado solo lo hacía
parecer más pequeño. Pude ver que respiraba pesadamente, vi que se calmó a sí
mismo para hablar. No había mucha tristeza en sus ojos marrones. —No puedes
arreglar lo que eres.
¿No puedo arreglar lo que soy? Pensé frenéticamente digiriendo su comentario.
Él enterró sus pulgares en los bolsillos. —Celeste. No eres más que…
aburrida.
Necesitaba aire, tan desesperadamente. —¿Aburrida? —Me aferré a la
pared.
—Nos hemos enredado por un tiempo. Lo siento, ¿pero qué cosas podrías
arreglar? ¿Tus habilidades en la cocina, tu ética de trabajo? —Escucharlo recitar 8
una lista fue una tortura—. Infiernos —agregó riendo con amargura—, incluso esta
mañana llegaste tarde. ¡Te vi durmiendo cuando me fui a preparar el camión!
Durmiendo hasta las diez, sólo… vamos.
¿La humedad en mis mejillas era sudor o lágrimas? —Jones —su nombre era
tan familiar en mis labios. Después de tres años, tenía que serlo—. Esto no está
bien. ¿Qué se supone que haré si rompes conmigo?
—Ya está hecho —girándose, evitó mis ojos suplicantes—. No trates de
discutir esto. Por favor.
Dar un paso fue difícil. Mis piernas nunca habían estado tan pesadas.
Cuando me acerqué a su hombro, él se alejó. Ni siquiera quería que lo tocara. Eso
realmente fue duro. Todo este tiempo y no me dejaba acercarme. ¿Cómo todo había ido
tan mal? Era cierto, estuvimos un poco distanciados, ¡pero eso era normal!
¿Era normal?
Se estableció una rutina. Pasábamos todo el día juntos, aunque últimamente
yo me acostaba más tarde que él…. y esquivé sus intentos de tener sexo, pero es que
estaba tan cansada.
Eso es lo que era la vida.
Eso era todo.
Arreglando mis mechones de cabello sueltos de mi moño, me cerní sobre la
puerta del camión. Aunque Jones estaba a apenas dos pies de distancia, se sentían
como malditos kilómetros. —Entonces creo que solo voy a ir por mis cosas al
apartamento. No sé qué voy… realmente no tengo a nadie para quedarme, ya
sabes.
—Voy a trasferir un poco de dinero en tu cuenta para un motel —
murmuró—. Después de eso, estás por tu cuenta.
Por mi cuenta, me pareció de mal humor. Si fuera honesta conmigo misma…
Estaba por mi propia cuenta desde hace mucho tiempo.
***
No tomó mucho tiempo juntar mis cosas. Aun así, viviendo juntos tanto
tiempo, acumulé poco. Nunca fui de comprarme algo para mí misma y Jones fue
escaso en su generosidad.
Él estaba loco, tal vez con estrés. Aquello estaba poniendo su cerebro raro.
¡Tenía que ser la razón por la cual rompió conmigo!
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Con una bolsa de ropa y algunas cosas básicas, las dejé en mi coche y sólo…
miré. La última vez que empaqué y conduje cualquier distancia, fue para moverme
a través de California, desde Bakersfield a los Ángeles, para estar con mi ex novio,
mi ex. Mi ex por ahora. Era demasiado difícil creer que esto no podía ser arreglado.
Mirándome en el espejo, observé mi aburrido cabello moreno, agobiado por
la suciedad y el estrés, recordé sus palabras. Aburrida. Dijo que yo era aburrida. ¿Lo
era? Era cierto, no era exactamente la persona más espontánea. ¡Pero eso no debería
de importar!
Me convencía a mí misma que era un examen fallido.
En mi cerebro, las palabras de Jones se arrastraban. Aburrida, aburrida,
aburrida. Pensaba que era aburrida.
Me dolían las costillas por mi inhalación; giré las llaves y encendí el coche.
Dijo que no podía arreglar quien era yo.
Tenía toda la intención de demostrarle lo contrario.
En el salón estaban más que felices de ayudarme cuando atravesé su puerta.
La campana sonando después de que entré, fue encantador. Las chicas me
sentaron, encresparon mi largo cabello con un corte anticuado y chasquearon sus
lenguas.
—¿Cómo lo quieres? —Lo único que pedí fue algo con volumen, labios
brillantes y rojos. Levantando la barbilla, apunté a sus lagos mechones rubios. Ella
sonrió ampliamente. —Oh, cariño. Has hecho mi día.
Nunca teñí mi cabello. Ni una sola vez en mi vida. Simple, el marrón con el
que fui dotada. Lo mantuve para trabajar en el camión de comida de Jones.
Aquello nunca pareció molestarle.
Pero ahora…
No soy aburrida, me dije en silencio. Y una hora más tarde, con mis nuevas
ondas rubias hasta los hombros, casi empecé a creerlo. Mientras las chicas me
hicieron pedicura, me mimaban, me quedé sorprendida conmigo misma en el
espejo.
Celeste, la chica que dormía hasta demasiado tarde y no excitaba a su novio,
no me miraba. Era una extraña, una que estaba en mi propia piel.
Y… y honestamente, me gustó.
Me sentía poderosa. Me sentía hermosa y sexy y sorprendente, todo junto. 10
¿Por qué no había hecho esto antes?
Cuando salí del salón, mi corazón empezó a hincharse y cosquillear.
Divertido. Ajusté mi espejo, sintiendo mi cabello sedoso. ¿Cómo podía ser tan
simple? ¿Esto era lo suficiente para cambiarme, arreglarme y hacerme interesante?
Acariciándolo, el resentimiento comenzó a salir. Dijo que era aburrida… pero que
también hacía mal mi trabajo.
No había manera que fuera cierto.
Me quedé inmóvil, tocando mi cabello. Él estaba equivocado sobre mí. No era
aburrida o perezosa o nada de eso. Jones estaba equivocado sobre mí. En mi propio reflejo,
vi la amargura hundirse en mis ojos azules claros.
En realidad me llamó aburrida.
¿Qué clase de idiota decía eso? Especialmente a mí, ¡la chica que se arrancó
de todo, vino todo el camino hasta aquí para trabajar en su estúpido camión de
mierda, ayudándolo a conseguir su sueño! El primer año que trabaje para él fue
gratis.
¡Gratis!
Cuando más empujaba el pie en el pedal del coche, el motor más rugía. Tal
vez la Celeste de hace horas sería boba, mocosa y rezongona porque salía con
alguien que se atrevió a llamarla aburrida…
¿Pero la Celeste de ahora, la rubia con el cabello volando?
Le mostraría lo que era ser espontaneo.
Sabía exactamente a donde ir abrazar el concepto de salvaje.
Eran más de la cinco en una noche de viernes. Si me iba ahora….
Llegaría a Las Vegas cuando las cosas estuvieran calentándose.
***
23
Traducido por Mich Fraser
Corregido por Florpincha
****
61
Traducido por Camila Cullen, SOS Mich Fraser
Corregido por Jessibel
***
Una chica grande con el cabello marrón rizo me dio un vistazo con sus labios
fruncidos. Lo que sea que dijera, fue corto y exasperado. Todas sus espaldas
estaban hacia mí, actuando como si fuera invisible.
Invisible.
Girándome, salí silenciosamente de la cocina. Nunca había explorado la casa
por mi cuenta. Toda su extensión, pasillos y puertas que podrían llevar a lo que
fuera. Mis propios pasos comenzaron a ponerme nerviosa, girando en un largo
pasillo que nunca había visto. Cuándo más profundo iba, menos luz había.
El patrón de mi corazón era errático. Ahí, en una amplia habitación con
otras dos escaleras, había un grupo de ventanas y una puerta. Podía ver el exterior.
El sol me hacía señas, forzándome a avanzar. ¿Esto es un truco? Mis ojos fueron
detrás de mí, a la inclinación del pasillo sombreado. Alguien va a saltar y a
detenerme. Tienen que hacerlo.
Mi mano tembló mientras tocaba el pomo de la puerta. El chasquido de este
girando, abriéndose, colocó golpes de bombo en mi pecho. Esto no podía ser. Era
jodidamente imposible.
Dejando caer mis zapatos en la parte delantera, tomé un gran salto dentro
del mundo.
Y corrí.
Nada más existía que el salvaje fuego en mis venas. Mantenía a mis
extremidades volando, llevándome por el camino de entrada. Ni una vez miré
atrás. No lo haría, no podía tomar ese riesgo. Los ojos delante. Sigue moviéndote.
¡Sigue corriendo, Celeste!
Estaba en la punta de una pendiente, la calle empedrada me llevaba a un
grupo de construcciones debajo. Gruesos árboles salpicaban la tierra, la
propagación de brillante agua azul en la distancia. Un lago, ¿o un océano?
Mis pulmones amenazaron con destrozarse para el momento en que entré
en el pueblo. No necesitaba saber dónde estaba para entender que era extranjero
para mí. La arquitectura era simple; limpia, bien hecha a pesar de cuan pintoresco
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se sentía todo.
Policía, ¡necesito a la policía? Sujetando mí pecho, mis pies desnudos latían
de correr sobre el duro suelo. ¡Necesito a alguien! En medio del día, el sol brillando
muy dulce, mis ojos cayeron en una pequeña multitud fuera de un puesto de fruta.
Estaba gritando antes de aproximarme. —¡Auxilio! ¡Alguien ayúdeme, por
favor! —Todos se giraron, boquiabiertos. Se pararon ahí, luciendo como peces
dorados cuando agarré a uno de ellos. Rasguñando la playera del extraño,
sollocé—. ¡Por favor! Necesito ayuda, ¡un hombre me secuestró!
Algunos de ellos corrieron hacia atrás. Otros levantaron sus manos,
buscando protección de… ¿qué? ¡No de mí, seguramente! En el reflejo de una
ventana de una tienda, observe mi expresión frenética. —Yo… necesito a la policía,
—dije, soltando al hombre—. Por favor. ¡Llámalos!
Todos alrededor se habían congelados, mirándome, mirándose los unos a
los otros. Susurraban, algunos sonando como ruso, el resto ligeramente diferente.
Mientras más me expusiera ahí, esperando a que alguien me ayudara, más rápido
florecía el miedo. Cada señal en los edificios era imposible de leer para mí.
—Inglés. —Giré en el lugar, las manos en mi cabeza—. ¡Oh Dios, por favor!
¿Alguien habla inglés? ¡Necesito a la policía! —Estaba a punto de empezar a
chillar—. ¡Un hombre me secuestró! ¿Alguien entiende? ¡Vive arriba de la colina,
su nombre es Leonide!
La ola de su pesado silencio se estrelló en mí. La ansiedad de sus pálidas
caras me hizo entender. Estas personas, quienquiera que fueran… ¿estaban tan
asustadas de Leonide, cómo yo?
Más adelante, en una curva en la calle empedrada, mire a un hombre en una
cabina telefónica. La adrenalina se disparó en cuestión de segundos. Me miro
caminar hacia el lugar, con sus ojos como platos, su voz era baja y rápida en la
línea.
—¡Necesito que llames a la policía! ¡Por favor! ¡Mi nombre es Celeste
Barstow, fui secuestrada!
En el teléfono, vi el blanco de sus nudillos.
Un repugnante nudo se formó en mis entrañas. Creció en el momento que oí
el ruido de un coche, miré el brillante coche plateado disparado por la colina. No
necesitaba ver al conductor para saber quién era.
Leonide.
Correr. Tenía que correr de nuevo. Si él me atrapaba después de que traté de 66
escapar… ni siquiera quería adivinar qué pasaría.
Jadeando mientras me iba, mis piernas me empujaron más adentro de la
ciudad. No conocía el lugar, sin embargo. Cada puerta que encontré golpeé la
cerradura. En las ventanas mire a la gente observando con temor. A mí. Tenían
miedo de ayudarme.
Fui por una esquina áspera, parcialmente cayendo y zambullida en un
callejón. El otro lado estaba tan despejado, tan acogedor. El coche rugió como un
león al acecho. Estaba segura que estaba detrás de mí. Tan segura.
La pintura plateada se detuvo en seco fuera del callejón y en mi camino; me
estampé en frente, con las manos sobre el capó. A través del parabrisas, Leonide y
yo hicimos contacto visual.
La pura rabia en sus pupilas me mandaba a arrancar de nuevo.
Para mi crédito, salí a la plaza principal, la gente llenaba las aceras, antes
que él agarrara mi vestido por detrás. —¡No! —grité—. ¡Déjame ir! —Miré a todos
rogando, frustrada con las lágrimas en mi mejilla—. ¡Ayúdenme! ¡Maldita sea,
idiotas! ¡Ayúdenme! ¡Por favor!
—¡Celeste! —Él gruño, agarrando mi codo fuertemente. Mi cuerpo se
retorció, amenazando con romperse el brazo sólo para poder escapar.
Eso no iba a suceder.
Me llevó al suelo, aplastándome en el polvo de la calle. Las rocas calientes
por el sol quemaron mi piel, pero no me importó. —¡Aléjate de mí! —Grité, el
barro se apelmazaba en mi frente.
—¿Pensaste que llegarías aquí y que estás personas, mis personas, te
elegirían a ti sobre mí?
Escuche su disgusto a medias. ¿Sus personas? Mirando a la multitud, pensé
en el hombre al teléfono, lo entendí. Lo estaban llamando. Le dijeron que yo estaba
aquí. Así fue como me encontró tan jodidamente rápido.
Estas personas estaban en su bolsillo. Nunca me ayudarían.
Leonide estrangulaba las venas de mi muñeca hasta que no pude reprimir
mi grito. —¡Basta, por favor!
Bruscamente me puso hacia delante. —Arrodíllate —espetó, en sus ojos la
violencia brillaba intensamente.
Limpiando la suciedad de mi mejilla, hice lo que él dijo.
Horriblemente, me golpeó de nuevo. Colores brillaban en mi cerebro,
cegándome. —Sigues luchando contra mí, Celeste. ¿De verdad no lo entiendes 67
ahora?
No lo hacía. No entendía nada de esto. Fui interrumpida cuando cerraba
mis ojos. Tiró de mi cabello, obligándome a sentarme sobre los talones. —¡Por
favor, sólo para esto! ¡Me comportaré!
—¿Te comportarás? —Soltó una carcajada, dándome la vuelta así mi cara
daba a la calle. Aún sostenía mis rubias hebras, lo que funcionaba como una
correa—. ¿Ahora vas a obedecer? ¿Crees que te mantengo oculta, formándote en
privado por mí, Celeste? —No dije nada; gemí cuando me sacudió—. ¡No!
Estúpida chica, ¡te formo en privado para tu propio bien! ¡El tuyo!
Leonide me empujo de nuevo. No tenía fuerzas para atraparme a mí misma,
así que caí sobre mis codos.
A nuestro alrededor, las personas evitaban sus ojos. Sí, pensé sombríamente,
no los mires. No quieres ver lo que está permitido pasar debajo de tus narices.
Su sombra cayó, se extendía sobre mí y predijo mi derrota. —Arrodíllate,
Celeste.
Con mi barbilla colgando, una vez más hice lo que dijo. Todo lo que podía
ver era mis manos en mi regazo, estaban rasgadas y cortadas por la calle. Ni
siquiera sentía dolor.
—Date la vuelta.
Avanzando lentamente sobre mis piernas magulladas, lo hice. Vi en sus
zapatos lustrados, mi propia cara mirándome. Por encima de mi cabeza, algo
metálico cortó el aire. Conocía el sonido, pero la situación estaba fuera de lugar, yo
sólo… no. No podía ser.
—Mírame, Celeste.
El puro terror me movió. Arqueando el cuello, vi lo que estaba haciendo. Él
tenía una mano en su bragueta, dispuesto a liberar a su erección. Mi lengua se
convirtió en cenizas. —Por favor no —susurré.
Él arqueó una ceja. —¡Señor! ¡Por favor no, señor! ¡Señor!
Aquí no. No frente a todos.
No había ninguna simpatía en su cara. —¿Oh? ¿Me estás rogando que no te
use donde todos pueden ver? Que no tome lo que cualquier hombre puede, las
veces que él quiera, ¿ya que eres una buena esposa? 68
Estuve a punto de decir bruscamente que no era su maldita esposa.
Lo que hice en cambio no fue mejor.
Desmoronándome hacia delante, envolví mis brazos alrededor de su pierna.
Cada átomo estaba temblando, mi cuerpo estaba caliente y frío, demasiado
inestable para cualquier cosa lógica. —Por favor —dije contra la tela. Debajo de ella
sentí el borde firme de su fuerte músculo de la pantorrilla—. No aquí. Cualquier
cosa menos aquí. Seré buena, no correré de nuevo. Lo prometo.
—Una promesa no significa nada —Me aferré a él con más fuerza—. Quiero
que me escuches, ahora mismo. Estás personas, son mi gente. Ellos me conocen,
saben lo que hago por ellos, siempre me protegen como yo protejo a esta ciudad.
No eres la primera chica que corre. Por cierto, no serás la última —Lo soporté hasta
que oí el sonido de sus pantalones cerrándose, trayendo una ráfaga de alivio a mi
corazón—. Entra al coche.
No sonaba muy feliz. Eso estaba bien. No necesitaba que me perdonara, sólo
no necesitaba que me humillara delante de un grupo de desconocidos.
Me metí al lado del pasajero.
Leonide se quedó afuera, saludando a alguien entre la multitud. Lo reconocí
como el hombre de la cabina. Ellos inclinaron sus cabezas, susurraron y finalmente
se dieron la mano. La visión confirmo mi sospecha, sumado a lo que Leonide dijo.
Con eso, lo último de mi esperanza comenzó a desaparecer. No había duda. Estaba
en un lugar desconocido, en un lugar donde nadie hablaba, o se atrevía hablar, el
único idioma que conocía. Estaba tan atrapada como si Leonide me hubiera
arrojado a una jaula.
Se subió a mi lado, sin darme una mirada mientras giraba la llave.
Estrangulando al volante, nos llevó fuera de la ciudad y de vuelta a la colina. Pude
ver la casa… la mansión… mientras nos acercábamos. Era de un marrón oscuro y
carmesí, con tejas grises y un hermoso trabajo de piedra. Era una espléndida casa.
Ojala no fuera mi prisión.
—Sabes que todavía tendrás que ser castigada —dijo en voz baja.
Hundiéndome en mi asiento, asentí. —Sí, señor.
En el espejo, el me miró. —En parte esto es culpa mía. —Su admisión de
culpabilidad se sentía fuera de lugar, me giré—. Tuve que haberte entrenado
mejor. Dejándote sola tan pronto… bueno. Las situaciones pasan. Hoy me distraje.
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En mi regazo, mis dedos se juntaron. —¿Distraído, señor?
Esa sonrisa frágil de él comenzó. —Sí. Tuve una reunión telefónica hoy —
Apagando el motor, se giró hacia mí, rozándome la barbilla—. Celeste, mi querida,
las cosas van a cambiar por aquí.
Cambiar… lo que él hace…
Cerrando la brecha, Leonide casi toca su nariz conmigo. —Alguien pago tu
cuota. Mi preciosa chica, te vas a casar. ¿No es emocionante?
La frialdad se sintió desde los dedos de mis pies hasta el pecho.
Matrimonio.
No.
Leonide podría llamarlo como él quisiera. No tenía el poder de detenerlo. La
verdad estaba allí, sin embargo. Se sentó entre nosotros como carne podrida y
convirtió su toque suave y la sonrisa empalagosa en una cosa digna de ser
quemada en el suelo.
No me iba a casar.
Me habían comprado.
—Va ser divertido para mí —continuó, empujando la puerta—. El hombre
que te eligió, tiene… gustos específicos —Mierda, la risa baja rasgó mis huesos—.
Gustos similares a los míos. Mi única queja es la rapidez con la que espera que te
tenga lista. —Encogiéndose de hombros, se dio la vuelta, me abrió la puerta y me
ofreció una mano—. Bueno. Un desafío no le hace daño a nadie, ¿eh?
Resistiendo decir algo, dejé que me ayudará. Un hombre con gustos
específicos.
Miré a escondidas a Leonide mientras entramos a la casa, luchando contra
un escalofrío. ¿Gustos como los suyos? Estaba bastante segura que sabía cuáles
eran esos gustos.
Todo el tiempo sospeché que la formación empeoraría. La limpieza, la
cocina, el aseo incluso vestirme… nada de eso era tan malo.
El demonio hambriento a lo largo de los labios de Leonide me dio a
entender las cosas por venir.
70
Traducido por Getzee & Mich Fraser
Corregido por Jessibel
81
Traducido por Mich Fraser & Kari
Corregido por Jessibel
***
****
No dormí ni un pestañeo.
Deambulando por mi habitación, yaciendo en la cama, ocasionalmente
probaba la puerta como si necesitara un recordatorio de mi situación. Lo que sea
estaba mal, y el nuevo mal, del antiguo mal, que había un montón, Leonide, no
quería dejarme.
No hay ventanas para saber si el sol estaba alto o no, sentía que cada minuto
se prolongaba. Dándome tiempo para pensar.
Demasiado tiempo.
Algo lo puso en marcha. Rastreé en mi memoria por cada detalle. Debe de
haber sucedido durante la cena. Fue la única cosa entre cuando me conoció,
sonriendo en la parte inferior de la escalera… y cuando él se arrastró sobre mí en
la noche. Me estremecí.
Cepillando los dedos sobre mis labios, todavía podía probar el vino. Bebió
demasiado. Ni siquiera con la comida. Esto sucedió después de que todos se
fueran. Golpeando una almohada sobre mi cara, me queje.
Dios. Todos esos hombres, mirándome y viéndome perder el control.
Viéndome manipulada.
Durante todo eso, mientras Marat me faltaba el respeto, ninguno de ellos 101
intervino. Mierda, todos parecían disfrutar del espectáculo. Pensar sólo en cómo
Marat había sentido mi pecho hizo que mis mejillas ardieran. Todos ellos, mirando
con alegría… no. Tiré la almohada, boquiabierta al techo. No todos ellos.
Ojos ónix, tirantes con su marca de disgusto.
No.
Leonide había estado disgustado, pero había algo más en su rostro que no
podía comprender, que estaba encerrado. Ahora, a través de las imágenes en mi
cerebro, sentía apretado mi pecho. Si, sabía qué era esa mirada. Labios tensos, los
ojos entrecerrados, los dedos sin sangre, con su creciente ira.
Leonide había estado celoso.
Me entraron ganas de reír, cubrí mi boca en caso de que ocurra. Jodida
mierda. ¿Qué significa eso? ¿Cómo podía un hombre que se jactaba de vender
mujeres, emparejándolas con hombres desconocidos, sentir incluso un manojo de
celos al ver que me toca otra persona?
Mi cráneo se desborda de incredulidad. Así que se puso un poco egoísta.
Bien. Mierda, mi corazón estaba bailando de una manera que me preocupaba.
Basta de emocionarse. ¡Este es el tipo que te drogó, y te secuestró! ¡Él planea
venderte, Celeste!
Empujé mi pelo hacia atrás, respiré bajo en mi vientre. Ahí tienes. Recuerda
esta parte. Eso te serenará.
Entonces Leonide había reaccionado raro por verme siendo tocada. No
significaba nada. Él había tropezado en mi habitación, me aterrorizó, me besó y me
encerró una vez más.
Nada había cambiado.
Presioné mi labio inferior con el pulgar. Nada va a cambiar, si no hago que
suceda. Estaba por mi cuenta. Al otro lado del océano, en la maldita Estonia de la
cual no sabía una mierda. ¿Quién podría salvarme, excepto yo misma?
El aire de mi habitación olía a él. Se había ido hacia horas, y aún…
Leonide no es tu salvador. En medio de mi piso, mi almohada yacía como
un cadáver olvidado. Él es un demonio manteniéndote aquí. Él es el chico malo, ¡el
monstruo! El villano quien te está vendiendo y agitando tu mente en pedazos.
¿Por qué un hombre tan malvado posee labios que fueron hechos para
besar?
Con retorcijones por el hambre, empujo mis pensamientos crípticos. El
tiempo avanza, atormentándome con la forma en que quería ya sea dormir o 102
alimentarme. Continué esperando que Leonide regrese. Con la oreja en la puerta,
me esforcé por escuchar pisadas.
¿Por qué no viene? Tiene que ser pasado el desayuno en estos momentos.
Inclinándome lejos examiné la puerta, buscando… ¿qué? No hay manera de salir
de esta habitación. Si Leonide quería, si a él realmente no le importaba, podría
encerrarme hasta que muera de hambre.
Imaginándome como una pila de huesos y polvo, me deslicé hasta el suelo.
Él no lo haría. Planea casarme con ese hombre Vitaly. Metí mi barbilla encima de
mis rodillas. Mi error es que creo saber lo que Leonide planea. Él es tan… inestable.
Me había cambiado de nuevo al vestido que había estado limpiando ayer.
Era demasiado considerar usar gasa de nuevo. Se hizo un lio en la esquina,
brillando de manera injusta en medio de la aburrida sala. La visión de eso apretó
mi estómago. Él me da cosas, pero todos sus regalos tienen la intención de
atormentarme.
Estar sola, lejos de él, era también un tormento.
Vi el peligro en mis errantes pensamientos. La salvaje frustración controlaba
mi cuerpo; la parte posterior de mi cráneo golpeaba la puerta. El ruido, el golpe,
me estremecía a través de mis rodillas.
Mierda Celeste, me regañé a mí misma, no lo hagas, ni siquiera por un
segundo, pensar en su presencia como un regalo.
¡Nada en él es una recompensa!
Pero sin él, ¿qué tenía? Sin comida, sin agua, no existía nada más que yo y
mi doloroso consentimiento de lo poco que podía hacer. Estaba atrapada si él
estaba a mi lado o a millas de distancia. Mientras, Leonide me tenía… no
importaba donde él estaba.
Era consciente de él, incluso ahora, yo… ¡basta! Una vez más, la madera
vibraba. Las chispas explotaron detrás de mis ojos, dolor que elimina mi
traicionera, errante mente. No quiero verlo.
Mi cerebro se empuja con el impacto de la puerta. ¡No quiero pensar en él!
En lugar de un repiqueteo, mis oídos rugieron. ¡No quiero nada que ver con
Leonide! Yo no… yo no lo quiero.
Colgando mi cabeza, me esforcé por respirar. Lo había hecho, había
encontrado un respiro de mi traicionero cerebro. La base de mi cráneo latía de
dolor porque había abusado de ella. Lágrimas calientes (lágrimas de dolor, sólo de
dolor) rodaron por mis mejillas. Una alcanzó mis labios, sabiendo a mar.
Si lloraba bastante, tal vez podría ahogarme en mis lágrimas.
103
Eso me liberaría de esta locura.
Por encima de mí, la cerradura se movió. Tuve tiempo suficiente para
deslizarme, dejando a Leonide abrir la puerta. Duras líneas entrecortaban las
comisuras de su boca mientras me veía.
—¿Qué demonios estás haciendo aquí!?
Caí hacia atrás hundiéndome, no podía responder. Aplastando mi cabeza
para olvidarme de ti. No podía pronunciar eso. Imposible.
Él no me dejaría lejos ahora. Extendiendo la mano, Leonide enganchó la
parte delantera de mi vestido, extendiéndolo lejos. —¡No te muevas! —gruñó,
tirando de mi hacia sus piernas. Su mano fue hacia mi pelo, tirando, lo que agravó
el daño que había hecho.
—¡Ah! —lloré, rasgando sus brazos para alejarlo.
Sorprendentemente, me soltó. La tregua fue breve; se arrodilló con los
dedos en mi cuello.
—Celeste, ¿qué diablos hiciste?
La culpa aguando mis ojos. —Nada.
Haciendo caso omiso a mi mueca, corrió los dedos sobre mi cuero cabelludo
hasta que descubrió el bulto del tamaño de un huevo.
—¿Te hiciste esto a ti misma? ¿Por qué?—apreté mis labios; me sacudió
hasta que no pude ver bien—. ¿Por qué?
—¡Debía!—me quedé sin aliento, cayendo en mis manos cuando me soltó.
Porque ya no sé más lo que quiero. —Solo… solo porque.
De todas las cosas que Leonide había hecho, podría hacer, yo no estaba lista
para que me recoja en sus brazos. Estábamos en la cama, yo en su regazo y la nariz
contra los botones duros de su camisa. Era una posición destinada a niñas siendo
rescatadas, chicas que están llevando al umbral.
La situación, en mi corazón, fue cambiada.
Acunándome para que no viera nada más que su pecho, una pizca de
meneo de su nuez de Adán. Leonide bajó su tono.
—¿Realmente crees que el momento de hacerte daño a ti misma terminó?
Celeste, ¿cómo puedo hacer para que entiendas lo bendecida que eres?
Todos los restos de la dulce niebla quemados en la distancia.
—Estás loco —empujándome lejos, nivelo mis ojos a los suyos—.
104
¿Bendecida? ¡No es una bendición ser una prisionera!
Él hiere mis brazos para mantenerme en el lugar. —El matrimonio no es una
prisión.
—¡Esto no es matrimonio!
—Lo que te estoy dando te dirigirá a un matrimonio, Celeste. —En realidad
sonaba apagado por mi reacción—. Sin familia, sin nada esperándote de nuevo en
la basura en que te saqué. —Mis costillas crujieron bajo su aplastante presión—. Yo
te he tomado de los desechos de la realidad, te estoy transformando en alguien
digno de una vida sin conflictos, ¡sin preguntarse dónde encajas o dónde
terminarías!
No podría parpadear. Quería mirar fijamente sus profundidades negras y
entender lo mucho de esta mierda que él creía. Leonide tenía una envidiable cara
de póker.
—Realmente piensas eso. ¿Qué demonios te ha convencido de que esta vida
es mejor de lo que tenía?
—No tenías nada, Celeste.
Mis fosas nasales se encendieron. —Tenía libertad.
—Si —estuvo de acuerdo, empujándome de su regazo y al suelo—. Y mira a
donde te llevó.
Dolor irradio de mi codo; lo ignoré, me volví para mirarlo. —¡Me tienes
aquí! ¡Yo no! Tú y tu engaño —¡ah!—. ¡Me dio una maldita patada!
Condujo otro talón a mi cadera. —Yo no. Tú, dulce niña. Tú y tu debilidad
que te engatusaron a mi habitación. Una noche con un desconocido, ahí es donde
tu libertad te llevó. —Leonide indicó alrededor de la habitación—. Esta es tu
recompensa por querer ser libre.
No le doy la satisfacción de frotarme donde me había pateado. —Y usted,
señor. Tú crees que mi recompensa por obedecer, por ser libre y una boba pequeña
esclava, ¿es conseguir vivir bajo el control de un hombre que nunca he conocido?
Una sonrisa poderosa creció en él. —Demasiada ira. Sospecho que disfrutas
revelándote.
Tomó mi cara antes de que pudiera girar fuera de su alcance. —¿Te revelas
contra mí? Continuaremos con tu entrenamiento. —Los pulgares excavan, una
trampa para moscas; nunca me había sentido más que un pequeño insecto. —Tú te
revelas contra tu marido, y él te reemplazará.
Leonide ya no olía a vino viejo. El hombre que tropezó conmigo anoche, que
105
me amenazó y besó… fue tan solo un sueño.
El monstruo frente mío era mi realidad.
Dejándome ir, se levantó sin problemas de la cama.
—Límpiate y cámbiate. Vamos a salir.
Sentía el daño de su agarre como garras. —¿Salir a dónde?
—Estás convencida de que el matrimonio no es bueno para ti—apoyándose
en la puerta, esperó a que me pusiera de pie—. Voy a abrir tus ojos.
Traducido por Mich Fraser
Corregido por Daliam
El sol exterior secaba cada hoja de los árboles, esperando a ser arrancadas.
Con la ventanilla baja del coche, entraba aire fresco en mi nariz, aquello era una
imagen pintoresca para un día de picnic o una tarjeta postal.
No podía disfrutar nada de eso.
¿A dónde me estaba llevando? Conducíamos al pueblo, me imaginaba.
Había un solo camino desde su casa a las construcciones de abajo. Para ir a
cualquier parte necesitábamos pasar las casas y tiendas. ¿Me estaba llevando más
allá? Por delante la tierra era plana, el camino recto hacia el horizonte. No había
nada por aquí, por lo que mis ojos mostraban preocupación. 106
Los neumáticos rodaron hasta detenerse. Entonces supongo que nos
quedaríamos en el pueblo. Sin saber lo que me esperaba, no podía quitar mi
ansiedad. La última vez que estuve en este lugar, Leonide me había golpeado
delante de la gente. Con facilidad recordé el sonido de su cremallera.
—Sal. —Las llaves se desvanecieron en su bolsillo. No me miro mientras
salía y cerraba con un portazo.
Tuve el divertido deseo de bloquear el auto desde adentro. Imaginando que
Leonide con furia, rompiendo las ventanas para llegar a mí… mantuve la puerta
abierta y enfrenté al sol.
En la ventana del edificio, me miré; vestida con un vestido de algodón azul,
con el cabello fresco. Me miraba como una normal persona caminando hoy, pensé.
Desde ese pensamiento, surgió Leonide. Se puso frente a mí, impregnando
su aura. —Sígueme, tenemos una mesa esperando.
—¿Una mesa? —pregunté, notando como su boca se retorcía. A nuestro
alrededor las personas no ocultaron sus miradas curiosas. Estábamos bajo un
microscopio. Me di cuenta de su desaprobación.
—Un… ¿una mesa, señor?
Inclinando su cabeza, seguí su mirada al cartel de la ventana, con palabras
gruesas, grises en un signo de color mostaza “Kummel Resto”. No tenía idea de lo
que significaba, pero cuando pasamos por la puerta este tintineo y los olores
salados me asaltaron.
Leonide me había llevado a un… restaurante.
Un gran hombre se nos acercó, secándose las manos una y otra vez. Su voz
retumbó jovialmente, pero no en inglés. De pie en el lugar miré mientras Leonide
lo saludo en ruso. Ellos se rieron, abrazaron, y yo sólo me quedé allí, fuera de
lugar.
—Celeste —llama Leonide. Enderezándome ante mi nombre, veo al
rechoncho extraño sonriendo enfrente de mí—. Este es Nestor, el dueño del lugar.
—Hola, Nestor —digo educadamente. Ser agradable es tu mejor apuesta.
Después de ser rechazada la última vez que estuve en el pueblo, sentí un poco de
compasión por cualquiera de los habitantes.
Nos llevaron a una pequeña mesa en la esquina, dónde no llegaba el sol de
fuera. Él nos escogió la sección más tenue del restaurante; me las arreglé para no
rodar los ojos. Nestor nos dio los menús, alejándose finalmente con un par de
palabras estonias o rusas, todavía no podía comprenderlas. 107
Con el desconocido fuera, me quede mirando con recelo sobre la parte
superior de mi menú. —¿Qué vas a pedir? —preguntó, alegre como un maldito.
—¿Cuál es tu plan?
—¿Mi plan?
—Yo… —Sentada en ese lugar, sosteniendo el menú en medio del
restaurante, todo se sentía como una cruel estafa. En cualquier segundo, él iba a
tirarme al suelo; exponiendo al mundo mi alma en ruinas—. ¿Qué estamos
haciendo aquí?
Volvió a mirar el menú. —Estamos consiguiendo el almuerzo. Pareces estar
luchando con eso.
Mis ojos no podían dejar de ver alrededor. ¿Dónde estaba el truco? ¿Cuándo
toda la normalidad iba a convertirse en mi tortura? Esto está mal, tiene que estar
mal. ¡Él nunca me dejaría sentarme aquí y comer el almuerzo después de esas
semanas en esa maldita casa!
En mi frenesí, miré a la mujer en el instante que empujo las puertas de la
cocina. Vi el interior, una pequeña cocina y el humo flotando; una pintoresca
cocina. La chica, quien sea que era, estaba adecuada al ambiente, con el cabello
castaño, rizado, ojos verdes y unas lindas pecas salpicadas por su piel. Estaba
sonriendo como si necesitara mostrarle al mundo cada diente.
Esa adoración se fijó firmemente en Leonide.
Desconcertada, observé mientras ella venía a nosotros, con sus manos
retorciéndose en el delantal. Al igual que Nestor su voz era melodiosa. Los dos se
conocían. Ella lo miraba como si quisiera abrazarlo y sostenerlo.
—Ira —dijo él asintiendo hacia mí—. DIya nashego gostya. En inglés por
favor.
Sonrojándose salvajemente, la chica, Ira como él dijo, asintió. —¡Oh!
Perdóname, tuve que saberlo.
Me miraban expectantes. —Encantada de conocerte —dije lentamente.
Leonide no parecía enojado, así que continúe hablando—. Soy Celeste. Ira, ¿ese es
tu nombre?
De nuevo, recatadamente se inclinó. —Sí. Encantada de conocerte.
Doblando su menú, Leonide agarro el mío antes de que reaccionara. —Te
ves maravillosa, Ira —la chica casi se desmaya—. Sé un encanto y tráenos algo
fuerte —Su sonrisa arrogante se enceró. Estirando los menús, los soltó de un tirón 108
suave—. Que Nestor escoja nuestra comida, él sabe lo que está fresco.
Ira se rió, sus caderas se balancearon con exageración cuando desapareció.
Un dolor sordo en mis manos me hizo mirar hacia abajo; las había estado
apoyando fuertemente en el borde de la mesa. ¿Qué demonios? Quitándolas,
escondí mis puños en mi regazo, mirando a Leonide por si se había dado cuenta.
Cálmate, no seas una extraña sólo porque viste a una chica coqueteando con el
hombre al que se supone que debes odiar. ¡Ni siquiera la conoces!
Pero Leonide si lo hacía. Parecía conocerla muy bien. —¿Cómo?... —Me
detuve, perdiendo la confianza en el segundo que se encontró con mi mirada.
—¿Umm? Vamos, ¿qué quieres preguntar?
—Esa chica —ugh, sonaba patética—. ¿Cómo la conociste?
Leonide acarició con el dedo el borde de su corbata plateada. —Ira es una de
las chicas a las cuales ayudé a encontrar una pareja.
La revelación hizo un nudo en mi cuello aún más grande. ¿Ella era como yo?
Él la capturó, la entrenó, casándola y… la visión de manos deslizándose por mis
muslos llenó a mi corazón con plomo.
El pensamiento de Leonide y otra mujer… No, ¡basta! Sabes que se lo hizo a
otras.
Sin embargo, ver una en vivo… mirando su sonrisa tonta y como se lo
comió con los ojos…
Inclinándose; tocó mi hombro y me hizo saltar. —¿Te diste cuenta de lo feliz
que era?
—Yo… ¿qué?
Acariciando un mechón de mi cabello, lo dejo ir y se sentó. —Ira. Su actitud,
su resplandor. ¿Te diste cuenta?
Me di cuenta de cuán amorosamente te miraba. Frunciendo las cejas, busqué
mi voz. —Me trajiste aquí para convencerme del matrimonio. Ya entiendo.
La sonrisa de Leonide no tenía sentido para mí. —Pero no crees en esto.
—¿Cómo hacerlo? No sé una cosa acerca de ella, e incluso si lo hiciera… sólo
es una. —Una chica de las muchas, a las cuales él les hizo esto también. De repente,
quería saber. ¿Qué tan profundo y largo era este agujero asqueroso? Levantando la
vista, luché contra la ola de nervios; era difícil ser valiente cuando él tenía esa
sonrisa—. Dijiste que les hiciste esto a otras. ¿Cuántas? 109
Mis expectativas que diera mucho rollo se rompieron en mil pedazos. —
¿Desde cuándo he estado haciendo esto sólo? Alrededor de cuarenta, cincuenta
chicas.
Mis pantorrillas comenzaron a temblar. —¿Cu.. Cuarenta o cincuenta?
—Correcto —Sórdido placer vagó por su cara—. Alrededor de una o dos
chicas al mes. Es difícil recordarlo.
Las arcadas comenzaron, robándome las cosas que quería decir. Monstruo.
Demonio. Alguien sin emociones.
Leonide arrugó la nariz. —Relájate. Ya viene Ira para bajar tu furia.
Vi que se acercaba; ella miro mi cara blanca como la leche. La alegría en su
paso se desvaneció a incertidumbre. Dejo dos vasos de algo color naranja, Ira
estaba inquieta. —¿Está todo bien, señor?
Señor. Señor, señor, señor. Agarrando la bebida, tomo un largo trago;
tosiendo ante la quemadura.
—Está bien. Celeste está luchando con algunas noticias, eso es todo.
Ella lo llama señor y él ha vendido tantas chicas que ha olvidado el número
exacto —y… —mi susurro era muy bajo; ambos me estaban mirando, pero no
levante mi mirada. —¿Cómo le puedes hacer esto a la gente?
Sobre la mesa, las manos de Leonide se movieron. Fue Ira quien respondió
primero.
—Leonide arreglo mi vida.
Sus palabras me golpearon, la declaración me golpeó… ¿hace cuánto
tiempo?
No quería ser aburrida.
Me podía arreglar a mí misma.
Ella continúo hablando; levante mis ojos, no se podía romper el orgullo en
sus bonitos ojos verdes. —Me dio todo lo que nunca pensé que podría tener. Él me
salvó.
—¡Te salvo! —Oraba para que pudiera destruir el vidrio, me conformé con
golpearlo fuertemente. Ira se estremeció—. ¡Él te hizo una esclava!
—¡Él me hizo una esposa! —La chica frágil se había ido. Ira miro por encima
de su hombro hacia mí—. Me dio a un hombre que me ama, alguien que nunca me 110
abandonaría.
Sus palabras me cortaron, borraron mis fuerzas. Leonide llamó mi atención,
sus labios eran una suave línea de suficiencia. Los dos sabíamos lo que yo estaba
pensando.
Ira respiró pesadamente, bajando su tono. —No puedo decirte lo que está en
tu corazón, Celeste. Pero no me digas lo que está bien o mal en el interior del mío
—Inclinándose hacia Leonide, regreso a su lado—. Perdone mi arrebato. Nestor
traerá su comida.
—Está bien —él dijo suavemente.
Regresé a mi bebida, lo tome todo y esperaba que me ahogara.
Aquello no podía ser.
***
Nuestra comida llegó, platos hondos con algo llamado mulgikapsad que
olía a algo salado y picante. No sabía lo que era; no me importaba. Antes me estaba
muriendo de hambre al no tener mi desayuno, pero ahora sólo quería beber para
quitar mi estado de ánimo.
Eso era algo tentativo.
—Celeste, tienes que comer.
Girando hacia la pared, me quede mirando mi vaso. Lo que bebí era lo
suficientemente fuerte para poner mis ojos secos y mis labios entumecidos. —¿Me
quieres engordar para venderme como un cerdo?
Afuera el sol se había escapado detrás de nubes color carbón. No podía ser
tan tarde, sin embargo, la noche se acercaba arrastrándose.
—Quiero que hagas lo que digo.
Sí, claro que sí. Acabando mi copa, la baje de golpe. Quería que me
convirtiera en una dulce y perfecta esposa. Igual que las jodidas cuarenta chicas.
Igual que Ira. En el otro lado del restaurante, mire a la chica al lado de Nestor. Él le
entregó una bandeja y beso suavemente su mejilla. El amor que brotaba en los ojos
de ella heló mis venas.
Entrecerré los ojos hacia Leonide. —Bien. Haré lo que me digas. Dime y te
voy a obedecer en todo. 111
Una ceja se movió hacia arriba. —Ya has dicho eso antes.
Miré su dura mandíbula, como su cabello brillaba ante la luz, sentí el
recuerdo de las Vegas. Recordé su rica voz, su lengua perversa.
—Has hecho esto con todas esas chicas. ¿Alguna vez has fallado? ¿No
casarlas?
Sacudió su cabeza.
—Entonces —Reflexioné, inclinando mi vaso—. ¿Cuál es el punto de esto?
Después de mi gesto, Leonide suspiró. —Eres muy dramática.
Me encogí de hombros. —Ella se ve muy feliz.
—Estás fingiendo que te he convencido.
—Voy a tratar de ser la mejor mentirosa cuando me envíes con Vitaly.
Su mano cayó sobre la mía, mandando el vaso al suelo. Los pedacitos
salpicaron sobre la alfombra cuando se quebró. —Quiero dejar esto claro. Cuando
dije que esas mujeres a las cuales empareje con mis clientes estaban mejor, más
felices y seguras, lo decía enserio —En el restaurante las pocas personas buscaban
alejarse. Yo estaba en una burbuja con este hombre, aquella burbuja era imposible
de romper o salir.
Una vez el líquido permitió que me presentara a Leonide. Con el fuego
bajando por mi cuello, controlando mi lengua, sentí la misma desconexión. —Yo
no soy como esas mujeres. Soy Celeste Barstow… y tú eres un jodido demonio.
Sus ojos de Onyx se entrecerraron. —No hay argumento —Había puntos
blancos en mi brazo después que me soltó. Empujando su silla, vio a Ira
viniendo—. Vuelvo enseguida. No trates de irte, espero que lo sepas mejor.
Los hombros de Leonide estaban tensos por su espalda. Hacerlo enojar era
una tontería, pero no me importaba. Tal vez, convirtiéndome en una alcohólica era
la solución a mis miedos. ¿Quizás Vitaly me dejaría beber constantemente?
Inclinándose, Ira recogió la basura. —Lo siento —murmuré—. Él hizo eso
por mí culpa.
No me miro mientras barría. —Te estás equivocando con él.
—¿Discúlpame?
Ira limpió más rápido. —Leonide. No lo conoces. Ese hombre… ha hecho
mucho por todos nosotros en este lugar. 112
Me reí. —Él me secuestró.
Sus ojos vacilaron, viéndome y después alrededor con nerviosismo. —No
puedo hablar sobre eso. Escucha, hace años me tomó de un hogar roto donde yo
era una verdadera esclava. Es un hombre duro que cree en lo que hace. Yo tenía
miedo, al principio… pero él fue generoso. Me mostró quién era yo, me presentó a
un hombre que pagó con todo lo que pudo por mi dote —Lo último de basura
desapareció en el recogedor; Ira permaneció enojada—. Leonide me trajo el amor,
igual que su padre lo hizo con otras chicas cuando estaba vivo.
Me estaba agachando hacia ella, no me había dado cuenta de lo que estaba
haciendo. —¿Su papá está muerto?
Ira lanzo una mirada por encima de mi hombro. La seguí, vi que Leonide se
acercaba. La voz de la chica fue tan baja que tuve que esforzarme. —Él ha sufrido
mucho. Él y su padre, siempre ayudaron al pueblo. Trajeron empleo y todavía les
daban alimentos a las personas que eran demasiado pobres.
¡Las mujeres haciendo comida extra en su cocina! Una pieza del
rompecabezas hizo click.
Escuché que lo llamaste demonio —Levantó la barbilla, mirándome
suplicante—. En verdad él es un ángel —Recogiendo la escoba, Ira me dejo allí en
un silencio atónito.
Leonide se acomodó en su silla. Bajo el vaso nuevo, el líquido naranja
chapoteó, sonando en mis oídos. —Aquí.
La bebida se puso entre nosotros. No hice ningún movimiento. —¿Me
trajiste otra?
—Tan astuta.
—¿Por qué? Antes estabas actuando como si yo necesitara bajar la velocidad
con eso y comiera.
Sus dedos me acercaron más el vaso. —Bebe.
Moví mi cabeza de lado a lado. Destellos de él ofreciéndome una copa en las
Vegas me pincho con advertencia.
La comprensión fría cruzó por su cara. —¿Crees que te voy a drogar de
nuevo?
—Me has engañado una vez —susurré.
Encorvándose hacia delante, la boca de Leonide se levantó con maldad. —
113
Sin duda hay mejores cosas que recordar de esa noche. —Debajo de la mesa, su
zapato tocó mi tobillo sugestivamente.
No podía dejar de mirar sus labios. Un hombre talentoso ofreciéndome nada
más que deseos intangibles y sólidas amenazas. Tal vez estaba en el infierno y ese
era mi castigo. ¿Tal vez era tan terrible que merecía estar en las garras de un
hombre como Leonide? —Sí —dije planamente, mirándolo—. Me acuerdo de algo
maravilloso —La curiosidad lo empujó hacia mí. Juntándonos y sentí una oleada
de poder que no había sentido antes.
Leonide quería escuchar lo que yo tenía que decir.
Se sentía extraño sonreír. —Recuerdo el último momento en que era libre.
—¿Eso es lo que nunca olvidarás? —Su risa era burlona, alimentando mi
mente de amargura e incierto.
Los ángeles no se ríen de esa manera. —Qué, ¿pensaste que nunca te
olvidaría?
Su boca se torció; mi corazón copió el movimiento. Arrebatando la bebida
que trajo para mí, Leonide lo bebió. —De nuevo te has convertido en una
irrespetuosa, dulce niña.
Tuve que haber escuchado la ocasional advertencia. En cambio, mi mente
estaba persiguiendo las cadenas de acciones entre la noche anterior y hoy. —¿Por
qué estabas ebrio cuando me despertaste?
El vidrio se congeló en sus labios.
Como consecuencia, hice caso de todos mis instintos para retroceder.
Aquello era irracional, ilógico… pero al mismo tiempo mi instinto me dice que es
cierto. —No pudiste manejar a ese tipo anoche, Marat. Él te percibió y tú…
—¿Yo qué? —susurró quieto como una piedra.
—Me deseabas —Mi mandíbula se abrió ante mis palabras. La soga creció
con más fuerza—. Aquello te molesto, ¿no? Viendo a alguien hacerme algo que tú
hiciste, y… —Me callé, hundiéndome más profundamente en la locura de la
situación.
A pesar que colocó el vaso suavemente, su movimiento me hizo saltar. —
¿Y?
—Y-y, ¿por qué no me estás callando? ¿Por qué no me haces parar?
Leonide torció el vidrio. El líquido se tambaleo. —Porque estás equivocada.
Tan simple como eso. 114
Tragar era difícil. No podía estar equivocada. Vi su cara, lo vi todo. —Pero
te mirabas tan enfermo.
—Muchas chicas, Celeste —Con una ternura que no coincidía con el ácido
en sus ojos, Leonide se inclinó para acariciar mi cabello. Estaba demasiada
conmocionada para alejarme—. Nunca sentí alguna cosa por cualquiera de ellas,
además de pura lujuria. ¿Por qué crees que eres diferente?
—Tú… tú entraste a mi habitación y luego…
Riéndose profundamente desde su garganta, la sonrisa de Leonide se
levantó de lado a lado. —Ah, con que es eso. Estás molesta porque estás
equivocada conmigo.
¡No estoy equivocada! Yo… por qué más podría…
—Celeste —dijo, enredando sus dedos en mis mechones rubios—. ¿Te has
enamorado de mí?
La soga me ahogaba en silencio.
—Es por eso que estás tan triste, ¿la razón por la cual discutes y peleas
tanto? —Afuera el mundo se había vuelto cenizo; nada rivalizaba con la oscuridad
de su mirada—. Quieres que te ame. Deseas que lo haga. Mi dulce niña, te quiero
dejar esto claro —Su puño estrangulo mi cuero cabelludo, pero estaba demasiada
confundida para hacer un sonido—. No te amo. Nunca lo voy hacer.
Me soltó. Me quedé exactamente donde estaba. ¿Qué fue eso que se
desgarró dentro de mí?
Sus palabras no tuvieron que haberme sorprendido o herido. Tuvo que
haber sido sus dedos tirando de mi cabello o los pinchazos detrás de mis ojos.
¿Qué estaba mal conmigo?
Estaba aturdida cuando me hizo pararme; no sentía el suelo mientras
caminábamos a la puerta. A través de la ventana del restaurante, vi a Ira
mirándonos. Sus ojos verdes eran injustamente esperanzadores.
Estás equivocada, pensé sombríamente, el coche nos alejó. Lo llamaste
ángel.
Y te has equivocado.
115
Traducido por Mich Fraser
Corregido por Daliam
Caras. A veces del doctor que me había pinchado con una aguja, a veces de
otras mujeres, a veces de Jones, quien me decía que estaba alucinando. Pero la
mayoría de todas las caras nadando alrededor de mí, eran de Leonide.
Ninguna parte de mi cuerpo quería escuchar. Era como estar drogada de
nuevo, el pánico controlaba lo que veía y cómo lo interpretaba. Mi conciencia fluía
dentro y fuera.
Cuando me desperté lo suficiente como para hacer sonidos, había dolor.
Cuando Leonide se abalanzaba a la vista, la única cosa que podía ver era el
sombrío terror distante. Existiendo bajo sus ojos, estaba segura que todo lo que viví 128
era falso.
¿Cómo podía explicar su preocupación?
Caí más profundo, justo debajo de la superficie de la conciencia. El dolor
estaba encima de mí. No podía tomar aire. Respirar me llevaría a ese lugar, a un
montón de hombres crueles que querían utilizarme y hacerme su propiedad.
Su cara era un misterio, pero Vitaly existió como mi enemigo durante
mucho tiempo. Había bastado ver sus correos electrónicos, escuchar su voz, para
darle forma a mi terror.
Un hombre que pensaba que no era nada, alguien que me quería cambiar en
algo que no era. ¿Por qué todo el mundo me quiere cambiar? Y ¿Por qué pensé alguna
vez que podría hacerlo yo?
Ya no sabía quién era.
No me conocía… pero, ¿conocía a los demás?
Unos negros iris querían chuparme. Una boca que me marchitó con besos,
todo mientras me abría el corazón. Leonide le dio a su pueblo comida, trabajo y, al
parecer, bendijo a hombres con mujeres que aprendieron a amarlos.
Todos quienes se negaron a ayudarme.
¿Y qué si ellos están en lo correcto?
Soñaba con una pequeña casa en una hilera de duplicados. Cada edificio era
una copia, un barrio tan chico que mantenía las cosas frescas y perfectas. La casa
de mis padres se había quemado, habían estado durmiendo en el interior, yo había
pasado la noche con mi novio.
Mirando hacia mi interior, vi el fuego consumiendo mi carne. Ellos sólo
querían que fuera buena. Entonces empecé a salir con chicos, me atreví a preguntar acerca
del sexo y control de natalidad, les hizo creer que los estaba traicionando.
Pensaban que tener sexo antes del matrimonio era horrible. Pensaban que yo era
horrible. Las llamas se lo llevaron todo, dejando atrás sólo unos huesos
carbonizados. Tal vez ellos tenían razón.
Había sido mi deseo de ir salvaje, mostrarme y encarar a mi ex lo que me
había conducido a donde estaba.
Nadie me quería como era.
Tuve que haber muerto en ese incendio con ellos.
En la superficie, alguien dijo mi nombre. No quería despertar, no estaba
preparada para enfrentar… para enfrentar lo que me esperaba. Vitaly. El hombre 129
con el cual me casaría, pero no el hombre que yo quería. Él no me conocía y quería
arruinarme.
Leonide también te quiere arruinar.
De nuevo, alguien me llamó. Alejándome del humo negro, luché para
permanecer quieta. Despertar era doloroso. Despertar me arrancaría de la única
persona que estaba frente a mí—para mí—como nunca nadie lo había hecho.
¿Lo quería por eso? ¿Porque él me ablandaba, me quitaba el control? Tal vez
estaba enferma. Sí. Eso lo explica. Todo este tiempo, fui demasiado retorcida para
mis padres, aún no lo suficientemente retorcida para Jones.
Para Leonide… yo estaba bien.
El oscuro y guapo extraño que me había capturado en la noche. Leonide
había hecho todo para que lo odiara. Y tenía que hacerlo. ¿Así que cuándo cambió
eso? ¿Cómo podía hacerme odiar a alguien que me miraba, alcanzaba mi interior,
sentía mi corrupción y todavía me perseguía entre los truenos y la lluvia?
No quería que Vitaly me tuviera.
Quería al hombre que estaba tratando de deshacerse de mí.
El mundo apestaba… incluso para las personas perversas.
La gente como yo.
—Celeste.
Lentamente, mis ojos agrietados se abrieron. Había presión en mi mano
izquierda; giré mi cabeza para mirar. Unos dedos fuertes y hábiles estaban
envueltos en los míos. Igual que los peces sorprendidos en el río, ellos se alejaron.
Pasó tan rápido, que me preguntaba si me imaginé que alguien me estaba
sosteniendo la mano.
Entonces lo vi.
Leonide estaba en una silla, sentado a mi lado con la tenue luz de un
ordenador. Estoy en su habitación. El pensamiento me apuñaló con los recuerdos,
alejándose un poco en mis sentidos. Sentarme me hizo gruñir.
—Estás despierta —dijo, no moviéndose para tocarme. ¿Había círculos bajo
sus ojos? Era difícil decirlo en las sombras—. ¿Cómo te sientes?
Agachando mi mirada, vi las vendas en mi brazo. El cristal me había cortado.
—Me siento… torpe. —El interior de mi boca estaba rancio. Hablar cortaba mi
garganta.
Leonide dejó caer sus manos entrelazadas a sus rodillas. —No es 130
sorprendente. La lluvia te afectó.
—¿La lluvia? Pensé… con toda esa sangre…
—Te heriste gravemente, Celeste —su tono era un poco duro—. Te cortaste
escapando. El agua no ayudó cuando te dio una infección respiratoria. Has estado
consciente e inconsciente durante tres días.
Tres días. Empujé la parte posterior de mi cabeza en la almohada, doblé mis
dedos, sentí mi cuerpo drenado. —Oh —fue todo lo que pude decir.
Nos sentamos allí, yo lanzándole miradas y él mirando el suelo. Sabía que
alguien me había dado medicamentos para el dolor, eso era claro mientras el dolor
empezaba a palpitar en mi herida. No merecía la comodidad. Soy una maldita chica
idiota que estaba perdida por su captor. El anhelo de disculparme, aunque sólo sea
para conseguir que me hablara, se hizo más fuerte.
Leonide susurró, su acento era fuerte—: Lo que me dijiste. ¿Qué quisiste
decir con eso?
Mi corazón empezó a latir más fuerte. —¿Qué dije?
Levantando la barbilla, me miraba con una expresión indescifrable. —Me
dijiste que no estabas huyendo de mí.
Si le digo la verdad… ¿iba a cambiar algo? Sentí mis pulmones extendiéndose,
trabajando para manejar mi respiración mientras se recuperaba de la enfermedad.
—Quise decir lo que dije. Escapé porque estoy aterrorizada de Vitaly. No de
ti.
Sus ojos brillaron. —¿Por qué tienes miedo de él?
Saqué mis dedos de las mantas. —Yo… yo sólo sé que es peligroso.
—¿De veras? —Veneno goteaba de su voz, su sombra cayó sobre mí con un
pequeño movimiento en la forma que se ajustó—. Entonces, ¿me estás pidiendo
quedarte aquí, para estar conmigo?
¿Podrían mis ojos estar más amplios? —Sí —no quería mentir. Mentir me
había puesto en el camino de Vitaly en primer lugar.
Delante de mí, las características de Leonide se arrugaron; vi un atisbo de
sus dientes. —Las partes que te asustan de él, son iguales a las mías. —Su mano
bajó a la mía, atrapándola en el colchón—. ¿Las cosas que él ha pedido? Disfruté
haciéndote pasar por ellas. Él y yo no somos diferentes.
Mirando su mirada amenazadora no me inmuté. —Estás equivocado. Hay
algo diferente. Él no se preocupa por mí. 131
Su mano se tensó sobre la mía. Me puse rígida esperando que me hiciera
daño. Fue peor cuando me soltó, dejando caer su brazo en su regazo. Nada de la
tensión había dejado su tono. —Yo tampoco.
Cuchillos me apuñalaron. —Eres un mentiroso.
—¡No! —Sus labios se curvaron—. Tú eres la que dices mentiras, dulce
chica. Te has mentido a ti misma, convenciendo a esa mente tuya que de alguna
manera me preocupo por ti. —Se alejó, la mecedora iba de ida y vuelta. Leonide
ardía de energía, abiertamente agitado. Me pregunté si estaba luchando entre huir
de mí o atacar—. Piensas que porque he trabajado en mantenerte, tratando de
salvarte de ti misma, significa que siento algo más.
—Detente —dije con voz ronca, perdiendo terreno ante su crueldad.
Poniéndose de pie frunció el ceño. —Quieres que te ame. Eres la chica más
delirante que he conocido.
Me dije que no lloraría más. Tal vez me mentía a mí misma; el líquido
caliente corriendo por mis mejillas era un trago amargo. —Por favor sólo detente.
—Estoy tratando de darte una nueva vida, un nuevo hogar y tú me
agradeces haciendo que te persiga desnudo por el maldito fango…
—¡Basta!
—Todas las mentiras acerca de ser obediente, ¡acerca de escuchar lo que
digo! Quieres tratar de convencerte de que te amo, ¿para tratar de engañarme
pensando que quieres estar a mi lado?
A través de mi visión borrosa, sólo vi su ceño fruncido. —¡No estoy
mintiendo! Quiero quedarme contigo, no quiero ser vendida como esclava para
alguien al que nunca…
Su mano bajó, deteniéndose a centímetros de mi cara. Estaba listo para
golpear y apenas se frenó. —¿Qué te dije antes? ¿Acerca de llamarme esclavista?
Encogiéndome lejos, sostuve mis brazos débiles para protegerme. —Yo no..
Sólo…
Lentamente, bajó el brazo. El calor de sus ojos se había evaporado, se veía
como si hubiera recordado algo que lo ponía triste. En un abrir y cerrar de ojos,
aquello desapareció bajo su máscara severa; dedos cepillaron mi cabello. —No
importa. ¿Cómo voy a creer cualquier cosa que digas, Celeste? Me has mentido
desde el principio.
Él no necesitaba explicarlo. Me toqué el cabello, sentí el peso de eso como si
las mechas rubias fueran cadenas de hierro. La angustia se fundó en cada una de
132
mis palabras. —Sólo estaba pretendiendo.
Leonide me miró, con un crudo invierno y navajas tanto en sus ojos como en
su lengua. —Y ahora tienes que seguir pretendiendo. Esta es tu existencia, Celeste.
Jugar a pretender para otro hombre. Espero que estés lista para jugar este juego
por el resto de tu vida. Si paras, los dos vamos a perder… pero tu pérdida será más
grande.
Sabía a qué se refería.
Él iba a perder contacto con el hombre que compró su “bien” y su nombre
sería despreciado.
Pero yo sería dejada a un lado por mi nuevo marido.
Me matarían.
De su bolsillo sacó una jeringa. —Es para el dolor —dijo mirando mis
vendajes. No había manera de saber si lo hizo por bondad, o para afirmar más y
más que él me cuidaba por pura avaricia. Yo era su producto, la prueba final.
Entregarme a Vitaly significaba que él podía ofrecer cualquier cosa.
Leonide afirmó que no le importaba. Lo alardeó, luchó para hacerme creer
cada palabra. Pero mientras me quedaba dormida bajo el peso aplastante de las
drogas, luché por un último indicio; el recuerdo de Matat, cómo los celos de
Leonide me habían mirado a los ojos.
Los había visto dentro de su cabeza.
Deseaba más que mi cuerpo.
Eso mantenía mi esperanza viva.
**
La cicatriz en mi brazo era la prueba evidente de mi escape. Había sanado
bien, los puntos eran delgados y uniformes. No recuerdo al médico poniéndolos;
no me gustan los agujeros en mi memoria.
Leonide dejó que me quedara en su habitación mientras me recuperaba.
Estaba allí cuando me desperté y por lo que sabía, allí cuando estaba dormida.
Siempre en esa silla, el centinela cuestionando mi mundo.
Las drogas eran cada vez menos, hasta que aguanté las ganas de arrancarme
la cicatriz sin medicamentos. Ese fue el día en que trajo la correa. Sentada en el
borde de la cama, miré con recelo entre la correa de cuero entre sus puños y su
sonrisa expectante.
—No me vas amarrar como un perro, ¿verdad? 133
—Has recuperado algo de chispa. —Observó. El sonido de la correa
chasqueando me sobresaltó—. El tiempo para prepararte está pasando. Vitaly dijo
que te aceptaría como eres, pero eso era cuando él pensaba que eras como su lindo
bizcochito de ensueño americano. —Sus cejas se fruncieron—. Nosotros sabemos la
verdad, él no.
Tragué con fuerza. —Esperas que me escape para retocar mis raíces en
secreto. Sin que él se dé cuenta.
—Me engañaste. Encontrarás la manera de engañarlo a él.
Mi atención fue de nuevo a la correa. —¿Entonces para qué es eso?
—En caso de que descubra tu mentira. —Leonide miró el cuero brillante—.
Vitaly no es conocido por ser indulgente. Sin embargo, te puedo moldear a la
perfección en todo lo demás… lo puede dejar pasar el día que descubra que su
esposa no es lo que pensaba.
Antes quería enviarme lejos lo más rápido posible. Ahora quería entrenarme.
Si Leonide estaba pensando en mi muerte, ¿estaba tratando de prevenirlo?
Podría salvarme no enviándome a Vitaly, pensé con amargura. —¿Qué hombre tiene que
llevar a su esposa con una correa?
—Algunos hombres disfrutan degradando a sus mujeres. —Oscuridad brilló
en su sonrisa; una pista de la criatura con la cual estaba viviendo, una parte de él
que escondía por alguna razón.
—Pero esto no es para eso. No del todo. —Moviéndose más cerca, me
sostuvo la mano—. Dejándote sola, incluso encerrada, no ha ayudado a
domesticarte. Cuando estoy a tu lado parece que te suavizas.
Dejé de mirar el gancho plateado de la correa. —Por favor no lo pongas
alrededor de mi garganta.
Se rió entre dientes, cavando en su bolsillo. —Si quisiera ponértelo como
collar, no podrías detenerme. Pero ese no es mi objetivo. —Un pequeño brazalete
negro estaba abrazando mi muñeca. La correa se enganchaba, un pequeño candado
se añadía al elemento permanente.
Girando mi brazo, sentí el material. Tratar de quitarlo sería una pérdida de
tiempo. —Si estoy aquí contigo, no puedo limpiar, no puedo cocinar. ¿Eso no es
desperdiciar mis habilidades?
De pie, Leonide bloqueó el otro extremo de la correa en el poste de la cama.
—Las habilidades por las cuales se preocupa Vitaly en su mayoría poco
tienen que ver con tus tareas. Sabes cómo hacerlas de todos modos.
134
Agitando la correa, medí la longitud. Sería capaz de caminar al baño, pero
no de salir al pasillo. Sabía lo que le preocupaba a él. La computadora estaba más lejos
de lo que la vi la última vez. Había remplazado el teclado, ese hecho se hundió en
mi estómago como grava.
Leonide miró donde yo estaba mirando. —Sí. Te quiero aquí donde puedo
verte a todas horas, influyéndote, trabajando contigo. No voy a dejar que intentes
cualquier otra cosa. —Se frotó el puente entre sus ojos—. Una nariz ensangrentada
es suficiente.
Masticando el interior de mi mejilla, me moví en la cama. —Así que voy a
ser tu puta personal.
Resoplando, se agachó acariciándome el cuero cabelludo. —Tenemos que
empezar de nuevo, dulce chica. —Un dedo tiró de mis raíces hasta que di un
grito—. Es “tu puta personal, señor”.
Fuego floreció desde la parte superior de mi cabeza, precipitándose en mis
entrañas. La forma en que dijo “puta” con ese acento suyo, despertó a mi cuerpo,
dejándome mareada. Sí, era una retorcida. Soy un maldito desastre, excitándome por
esto. Pero se sentía maravilloso, de una manera extrañamente familiar, tenerlo
alrededor de mí de esta manera.
Si no podía convencerlo que quería quedarme con él con mis palabras…
Tal vez mi cuerpo lo pueda explicar por mí.
—Señor —la palabra era perversa—. Estás en lo correcto. Seré tu puta
personal, señor.
Su mano se aflojó. ¿Lo sorprendí? Dejándome ir, se puso delante de mí
visiblemente recompuesto. —Creo que te estás burlando de mí. Vamos a poner
esto a prueba. —Leonide me estaba escaneando—. Quítate la ropa.
Un tirón de entusiasmo bailó en mi corazón. Había hecho esto antes con él,
los desafíos no eran nada. Vestida con un vestido de tirantes color rosa, lo plegué
en mi cintura. Mis pantorrillas colgaban sobre el borde de la cama, los pies no
tocaban el suelo.
Los ojos de Leonide decían que estaba hambriento.
Me encontré en un problema rápidamente. Tirando la prenda sobre mi
cabeza, estropeando mi cabello, aquello pendía de mi brazo con la correa atrapada.
En nada más que ropa interior color amarillo pálido, le di una mirada implorante.
—Creo que necesito ayuda, señor.
La navaja brillaba como un nuevo sol. Me había olvidado del cuchillo, ahora 135
cortó la tela. El vestido destrozado cayó al suelo. —¿Te gustaría más ayuda? —Se
inclinó sobre mí, con una de sus rodillas en la cama a un lado de mí. La parte plana
del cuchillo besó mi hombro.
Ahora el miedo se apoderó.
—Por favor no me cortes —susurré, lamiendo mi labio inferior.
Sus ojos se movieron, ni la luz o la sombra los tocaron. Sin palabras,
presionó la punta de la navaja bajo el tirante del sujetador, arrancándolo. —
Acuéstate.
Cada fibra de mí se tensó, cuidadosamente bajé sobre mi espalda. Aunque
no creía que me cortara, fue una batalla decirle eso a mi subconsciente.
El frío metal entre mis pechos desnudos me hizo cosquillas. Mis costillas se
apretaron, sosteniendo el aire, con una sola sacudida me había cortado las tiras.
Los largos dedos giraron el cuchillo, al nivel de mi ombligo.
—¿Me tienes miedo, dulce chica?
Demasiada nerviosa para hablar, negué.
El rosto de Leonide era de piedra. —Deberías.
Cada palabra que dije era un desafío. Sentí la cuchilla cuando respiré. —No
me harás daño… a propósito.
Sus oscuros ojos se estrecharon, había curiosidad en su voz. —¿Qué me está
deteniendo?
Mi lengua se sentía entumecida. —Tú. —Una simple palabra. El peso de ella
le dio una pausa.
En un rápido y hábil movimiento, enganchó el cuchillo debajo de la parte
superior de mis bragas. Ambos nos tensamos. —No seas tan confiada —dijo.
Dividiendo la tela sedosa, bajándola por mis muslos moribundos—. Te he hecho
daño antes.
—Sólo cuando no lo obedecí, señor. —Me di cuenta que él deslizó el cuchillo
lejos, suspiré con alivio.
—Sólo cuando no me obedeces —estuvo de acuerdo—. ¿Me estás
obedeciendo ahora?
Mi barbilla se balanceó.
Sosteniéndome por debajo de mis brazos, me empujó hasta la cama. Era lo
suficientemente grande para que él pudiera sentarse en la base de mis pies. — 136
Entonces juega contigo misma para mí.
Concentrado por debajo de mis rodillas, era hiper consiente de mi
desnudez. La correa estrangulaba mi muñeca, junté mis muslos por vergüenza. —
Eso…
—Deberías saber cómo. Te atrapé tratando de hacerlo hace unas semanas.
—¿Cómo sabías que estaba haciendo eso?
Inclinando su cabeza, se acercó a penas unos centímetros; aquello aún me
hacía temblar. —Si te digo que tenía a alguien escuchando, ¿me creerías? —
Arrugué mi nariz ante su sonrisa—. No te va a gustar la verdad. He tenido
cámaras con visión nocturna en la casa por algún tiempo.
—Cámaras —espeté, la vergüenza me tomó—. ¿Has estado observándome
mientras duermo? Pero… entonces, ¿por qué es necesario hacer esto? —Sacudí las
correas.
—Te lo dije. —Su mano acarició mi tobillo—. Es mejor tenerte cerca.
Además, cámaras o no, difícilmente planeo quedarme despierto toda la noche
supervisando mi computadora.
Lancé mi mirada azul hacia el dispositivo a través del cuarto. No debería estar
sorprendida. Está claro que tiene el dinero y la experiencia para haber colocado audífonos en
su casa.
Dedos se deslizaron a lo largo de mi pie. —No más retrasos. Tócate, Celeste.
Te llamaste mi puta personal. Demuéstrame que no estás mintiendo. Muéstrame lo
que puedes hacer, hazme entender que no estoy perdiendo el tiempo entrenándote
para obedecer.
Temblando como una hoja, extendí mis rodillas. No ocultó que me estaba
viendo intensamente. Leonide carecía de vergüenza mientras yo luchaba porque
no me estrangulara.
—Buena chica —dijo aleatoriamente—. Muéstrame que puedes darte un
orgasmo.
El calor devoró mis mejillas. Bajando mis dedos, rocé tentativamente la
parte superior de mi vagina. Parte de mí estaba disgustada por lo que él me estaba
haciendo hacer; la parte más grande estaba tomada por el deseo sofocado.
Tocarme pasó de ser humillante a glorioso. Si me quería de esta manera,
pues a la mierda, iba hacerlo. Dejar que me viera. Me atreví a mirar sus ojos
brillantes. Dejarlo ver lo que me había hecho. 137
O tal vez lo que siempre he sido.
—Mmm —gemí, las puntas de mis dedos se molieron sobre mi bulto
hinchado. En realidad ya estaba salvaje, lista para entrar en el calor de la
liberación. Leonide se movió entre mis pies, con la palma de su mano agarrando su
erección. Esa visión sacudió mi corazón.
Se acariciaba. —Sigue adelante, Celeste. —La cremallera se bajó, su eje
rígido rápidamente salió a la luz—. No reduzcas la velocidad. Quiero verte gemir.
Su voz gobernó mis oídos, mi propia lujuria gobernó mi cuerpo. Nos
masturbamos juntos, en un ritmo en el cual me preguntaba si quería más su
orgasmo que el mío. Nunca lo había visto terminar, él sólo se burlaba de mí o huía
en el último momento.
Sudor se deslizó por su frente; sus deliciosos labios estaban entreabiertos
mientras respiraba. La punta de su pene era rojiza, enojada y brillante con sus
primeros jugos. Quería besarlo y joderlo y hacer todo o nada para sentirlo tocarme.
Mi pie se deslizó hacia adelante, rozó su muslo y después su puño en su
virilidad. Si eso era su gruñido de sorpresa o sus ojos fijos en mí, no lo sabía. Sólo
sabía que me estaba retorciendo, gobernada por el hormigueo que era mi orgasmo.
Me vine, temblando y jadeando con mis dedos curvándose, tocándolo.
—Mierda —dijo entre dientes. Su acento hizo la palabra poesía. Mis
músculos todavía se retorcían mientras él se empujaba sobre mí. Manos a cada
lado de mi cabeza agarraron la manta. Sin pensarlo, me incliné y lo besé. Pecado,
locura y un toque de whisky, así era como sabía.
Leonide se apartó. Empecé a seguirlo, pero agarró mi hombro y lo empujó.
Debajo de él, miré hacia su cara hambrienta y sentí que mi vientre bajo se
apretaba. Había más bajo su superficie, filtrándose en sus labios. ¿Quería fruncir el
ceño o sonreír? Ansiosa con mi necesidad, deslicé mis manos a su cintura, tratando
de arquearme hacia él. Leonide me esquivó.
—¿Qué pasa? ¿Qué hice? —pregunté, deseando poder ver dentro de su
mente.
Una franja de peligro se movió de su lengua a mis oídos. —Todo. Hiciste
todo… —Eso era acusatorio, pero no tenía tiempo para pensar. Leonide se estrelló
en mí como un cometa, impactando más allá de mi piel y huesos. Manos atraparon
mi mandíbula, obligándome a estar quieta mientras exploraba cada rincón de mi
boca. Un beso así, buscaba—juzgaba—como si tuviera la respuesta que lo
aquejaba.
Lo que sea que encontró, no curó su fervor. Dientes mordieron, tiraron, me 138
enseñaron que el dolor vale la pena para experimentar. Tendría que dejar que él
me consumiera hasta que no quedara más que un débil gemido. Dejé que hiciera lo
que sea a mi cuerpo, a mi alma. Mientras Leonide me devoraba, sentí que mis
temores sobre el futuro se desmoronaban bajo su presencia.
Para distraerme de mis demonios, de mi tristeza, de todo lo que me
masticaba en pedazos…
Lo deseaba más que nunca.
Sus extremidades me aplastaron, su pene estaba entre nosotros y alimentaba
mi locura. Su camisa tensaba mis pezones, su barba raspaba mi mejilla. Me hundía
hasta que no era más que un lío mojado, rogando para que finalmente me tomara.
Gruñó en mi oído, rasgándome no como alguien que estuviera enamorado,
si no como alguien que odiaba mis entrañas. No me importaba. Joder, no me
importaba en absoluto. Incluso el odio era mejor que su indiferencia; más
satisfactorio que el hombre que se adentraba en una máscara y podía caminar lejos
de mí después de que su pene había estado en mi boca.
Esta era la criatura que se había estrellado contra mí al mismo tiempo que
yo me estrellé contra ella.
Quería aferrarme y nunca dejarlo volver a su caparazón sin emociones.
—Estúpida niña de mierda —dijo contra mí. Mis vellos se erizaron ante su
tono ronco—. ¿Vas hacerlo, no? —Las uñas me cortaron las costillas—. Vas
arruinar todo.
¿Arruinar todo? Era ridículo. Él era el único que me arruinaba. No dije nada
más que un gemido de argumento; la cabeza de su pene se acurrucó contra mis
labios empapados. En un segundo la tensión zumbó en mí.
Leonide deslizó toda su longitud en mi interior hasta la raíz. Manchas de
colores llenaron mi cerebro, mi visión. Sabía que estaba llorando, pero sólo porque
mis pulmones dolían por el esfuerzo; no había nada en mis oídos más que un ruido
sordo.
Eso no estaba bien, o correcto, o cualquier cosa lógica. Podía culpar a la
acumulación de excitación, la forma que se burló por semanas ¿para ahora ya
había sido un mes? La realidad era que nunca me había sentido tan liberada al
placer de un hombre que me llenaba. Nunca me quejé del sexo con Jones, pero la
comparación de esto era como comparar un río y un océano.
Ambos eran el agua.
Ahí era donde acababa.
—¡Leonide! —Su nombre se escapó de mis labios; no pude atraparlo. Sus
139
caderas giraron, robándome lo que quedaba de mí, era terrorífico, si no hubiera
sido una bola de delicioso placer.
Él se flexionó dentro de mí, respirando contra mi garganta. Hilos de éxtasis
sacudieron mi núcleo hasta los dedos de mis pies, tomando fuerza a su paso. No
podía decir cuál de los dos terminó primero. Los dos estábamos fundiéndonos en
el sexo, completándonos juntos mientras nuestro corazón vibraba a través de
nuestros pechos.
Leonide me mordió el hombro mientras se venía; una ola de calor y fuego
quemó dentro de mi sangre. Era un milagro que mi orgasmo se detuviera. Cuando
se deslizó fuera de mí, mis paredes luchaban por mantenerlo dentro.
Proyectando sombras en mi rostro, me miró mientras el sudor de su frente
se deslizaba por su nariz. Su cabello estaba pegado a su frente; pensé que los dos
nos reflejábamos entre sí. Una preocupación genuina depuraba de sus ojos,
tomándose su tiempo considerando que yo descansaba bajo su cuerpo.
Fui la primera en hablar con un aliento estremecedor. —¿Arruinar?
Su boca hizo una mueca, me dio la espalda. El movimiento de sus
pantalones cerrándose tenía una finalidad. De pie, empezó a meter su camisa. —Ve
a limpiarte.
La vacilación me mantuvo en el lugar. Finalmente, me dirigí descalza al
baño; la correa se extendió lo suficiente con toda su longitud. Pude lavarme,
arrancando la prueba de lo que habíamos hecho hace unos minutos.
Ninguna cantidad de limpieza podría tomar lo que estaba en mi memoria.
Incluso si Leonide no me quería—¿si me odiaba?—lo que habíamos hecho
era una nueva forma de armadura para mi estado frágil.
En esta jodida situación…
Los dos logramos hacer el amor.
Y yo era más fuerte a causa de eso.
140
Traducido por gabyguzman8 y July
Corregido por Caile
Suavizando sus facciones para ocultar toda emoción, me dejó sin decir
adiós.
148
Traducido por Mich Fraser
Corregido por Caile
1
Blackjack: es un juego de cartas, propio de los casinos, que consiste en obtener 21 puntos mediante
la suma de los valores de las cartas. Las cartas numéricas suman su valor, las figuras suman 10 y el as es un 11
o un 1, según como convenga al jugador (este tipo de jugadas con el As se llaman apuestas "suaves"). Si se
consigue 21 con sólo dos cartas, se gana automáticamente.
Moviéndome a una silla, me senté mirando a la mujer joven. También era
rubia. No.
Celeste no era rubia ¡Mierda! Para o nunca podrás hacer esto. Levantando mi
mirada negra, observé deliberadamente a la chica. Su reacción fue evidente. Se
enderezo más, mirando de lado a lado.
El borde de mi sonrisa se levantó un poco. Asintiendo hacia la camarera,
agité mi mano para que ella se acercara. —¿Me podrías traer un whisky y a esta
hermosa chica un gin tonic? —Antes de que me respondiera, le deslice un billete
de cincuenta.
Vi la escena desarrollándose. Siempre seguía el mismo camino; las bebidas
llegaban, la rubia la bebía y en cinco minutos estaba de pie a mi lado. Se veía de la
misma edad que Celeste, entre los veinte o un poco más. Sin duda Celeste era más
original, con piel más pálida, y una buena figura, la mujer que tenía en Estonia
tenía curvas en los lugares correctos.
Si tenía que compararlas, yo....
—¿Qué? —pregunté viendo a la extraña mirándome con recelo.
—Tu nombre. Sólo quería saber quién eras. Soy Alice —Ella envolvió sus
mechones rizados.
152
Incluso su voz carecía de la misma energía. No sabía lo que estaba pasando.
Había sido tan bueno coqueteando. Años de práctica habían logrado que no
tuviera que hacer ningún esfuerzo por convencer a una chica hermosa de tomar
una copa y seguirme a la habitación.
Así que… ¿Por qué estaba dudando?
Alice—dijo Alice, estaba seguro. —¿Hola? ¿Me estás escuchando?
Me puse de pie, dejando mi bebida sin tocar. —No. Yo no —Había un fuego
frío en mi boca. Ella se quedó después de mí, confundida y disgustada. Por los dos,
yo me tenía bastante asco.
Soy un maldito idiota. ¿Cuán patético era? Incapaz de hacer por lo que había
venido. Ella estaba en mi memoria, mi sangre y mi oxígeno. Celeste era un fantasma
que me perseguía incluso ahora.
El punto de venir aquí… ¿no era por ella? En cierto modo, lo sabía. Si pudiera
robarme a otra chica, una rubia de verdad, una Americana con ojos azules para
Vitaly… tal vez la tomara en vez de a Celeste.
No podía decir lo que quería más.
No. Eso era una mentira horrible.
Lo que ansiaba estaba a miles de millas atrás en Estonia.
Mis zapatos me llevaron al Caesar Palace2. Trataba de evitar ir a mis lugares
de caza tan pronto. Pero esta noche, no me importaba. Estaba en el casino, mirando
fijamente el lugar donde vi por primera vez a Celeste.
El recuerdo de ella, me ponía ansioso precipitadamente, ponía a mi corazón
palpitante. Ella había huido de mí y eso humedeció mi apetito. Le había tomado
una copa entera para que se atreviera a caminar hacia mí. Tímida, torpe en su
coqueteo. Celeste tenía un brillo de lujuria.
Demasiado rápido pensé en otra cosa. El día en que ella salió huyendo de mi
casa, se cortó el brazo por su prisa de escapar de mí. No. Dijo que no de mí. Ella fue
un desastre y la llevé a través de la lluvia, dejándola en mi sofá empapada de
barro.
No me importó.
Presionando los dedos en mi frente, cerré los ojos con fuerza. Aquél día no
era un agradable recuerdo. Había sido una bola de nervios, paseándome cuando el
Dr. Helen la levanto. Había sido un accidente sobre la salud de Celeste y ahora
estaba preocupado por cómo me había comportado. Me quedé a su lado mientras
153
dormía. Con mis dedos flexionados en mi cadera. Y ella apretó mi mano para más
comodidad.
Celeste me había convertido en un tembloroso hombre patético.
Sólo había otra mujer por la cual era un lío de emociones. Otra persona con
la cual me había sentado a su lado mientras ella se consumía, no dispuesta a seguir
viviendo.
Pero lo que le había pasado a mamá no era mi culpa.
Lo que le había pasado a Celeste sí lo era.
No pienses en ella. Cualquiera de ellas dos. Sólo—¡Mierda! Apretando los
dientes, fui por el casino. No tenía ningún plan. Nunca había estado sin ningún
plan.
Quería mantenerla. Es por eso que había venido. Celeste se había tallado en
mi alma y para bien o mal, no veía ninguna manera de eliminarla. La forma en que
besaba, se retorcía debajo de mí, la chica estaba hecha para corromper.
2
Caesar Palace: Es un hotel y casino ubicado en Las Vegas Strip, Nevada, Estados Unidos.
Fue inaugurado el 5 de agosto de1966.
¿Quién era mejor para darle ese regalo que yo?
Y la había vendido a Vitaly. Le había dicho a Celeste que no había manera de
salir de mi contrato. Yo había estado de acuerdo, ya que mi padre había puesto los
acuerdos, los términos de venta desde hace décadas. Pero ¿qué se perdía en tratar de
intentarlo y ofrecer algo más?
Agarrando mi teléfono, me apresuré hacia mi habitación.
No era una llamada por la cual estaba emocionado.
Pero tenía que hacerlo.
Tenía que intentar.
El sonido se ahogó a su fin. —Hola, Mr. Vetrov.
—Vitaly. Espero que te encuentres bien.
—Eso depende de la razón de tu llamada durante mi desayuno —La
diferencia entre la zona horaria de las Vegas a Rusia no era ideal.
Como un animal enjaulado me paseé por mi habitación. —Voy a ser franco.
Hay un pequeño problema con tu novia.
Vitaly hizo una pausa en la línea. —Un problema. 154
—Me temo que la chica no es adecuada para ti. Ella es… bueno. Orgullosa.
—No pudiste romperla —Aquello fue una crujiente, precisa, observación—.
El gran Leonide Vetrov, incapaz de domesticar a una simple chica americana.
Hirviendo con ira, sostuve mi tono uniforme. —No puedo afirmar lo
contrario.
—Y ¿Es por eso que me llamas?
—Nunca había tenido que ofrecer esto antes —Le eché un vistazo a mi
corbata, sentí el material sedoso una y otra vez—. Pero no puedo entregar a una
chica que no se adapte a sus necesidades. Te voy a dar un reembolso completo,
Vitaly. Cada pequeña fracción es tuya.
La línea crujió con el repentino estallido de risa. —¡Estás bromeando!
Leonide, ¿por qué iba a querer mi dinero de regreso? No necesito el dinero.
Necesito a la mujer que he estado esperando.
Quebradiza desesperación inundó mi garganta. —Otra chica, entonces.
Puedo conseguirte a una más apropiada, otra rubia americana. Vitaly, déjame…
—Creo que no me has escuchado —Me cortó, con un sordo ruido como una
amenaza silenciosa—. En primer lugar, intentas entregarme la chica más temprano.
Ese día se revuelve en mi estómago. Celeste, la tentadora me hizo
cuestionarme a mí mismo. Después de ver a Marat con ella, sentí las garras de la
envidia crecer en mi entrañas, luche cuando estaba cerca de ella. Cada segundo era
una agonía; me había puesto ebrio sólo para sacarla de mis pensamientos.
Y no había funcionado.
La vergüenza de tropezar con ella, en estado de ebriedad y hecho un lío, me
había hecho querer levantar una pared. Y entonces cuando intenté regresarla a su
formación, conociendo el poco tiempo… en el momento que ella envolvió sus
labios en mi pene, me miró a los ojos, deseé que se largara de mi vida.
Era el único modo de ser libre del deseo.
—Después —él continua, cortando mis pensamientos—, intentas devolverme
la factura. Ahora, me estas ofreciendo un cebo e intercambio. He estado esperando
por esa chica, Leonide. ¿Sabes lo que he estado esperando? Nada.
Mi boca se estaba retorciendo mientras echaba humo. Era bueno que no
pudiera verme.
—Entonces no aceptas un reembolso o una nueva chica. ¿Es lo que estás
diciendo?
155
—Incluso si mi futura esposa no está domesticada, me reúso a comerciarla
por algo más o alguien más. Si tienes la razón y no está lista, no estaré sorprendido
por los resultados —Él suspiró, pero faltaba algo genuino—. Aquello sólo significa
que aprenderá a comportarse bajo mi tutela. Así es la vida. Nos vemos en cuatro
días, Leonide.
La llamada se convirtió en un ruido blanco. Sin pensarlo lancé el teléfono a
la cama; desapareciendo por las almohadas, salvado de romperse.
Colapsando en el colchón, sostuve mi cabeza entre mis manos.
Cuatro días.
Ahora sólo tenía cuatro días.
Uno de ellos se perdería en viajar.
En este hotel, sentí a mis demonios estrangulando mi corazón y mi cabeza.
No era el tipo que negaba las cosas. Así mismo no era el tipo que quería algo que
no podía tener.
Pero quería a Celeste.
Vitaly lo hizo así.
En esta batalla, ¿quién realmente podría ganar?
Cualquier cosa que pasara a partir de aquí… los resultados cambiarían todo para
mí.
Esa noche volví a mi jet. Nunca volvía con las manos vacías de un viaje. La
maleta grande estaba perfectamente vacía de un premio a comerciar, era pesada
como una lápida.
156
Traducido por Mich Fraser
Corregido por Caile
174
Traducido por Mich Fraser
Corregido por Nuwa Loss
FIN
180
Sus chicos malos preferidos son los que tienen
tatuajes, ¡los tipos alfa todos intensos que te hacen
sudar y mendigar por más! Inspirada por eventos
complicados y experiencias salvajes de su propia vida,
ella quiere compartir esas historias con su audiencia.
También es posiblemente adicta al café y al suchi. No
al mismo tiempo, por su puesto.
181
182