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CAPITULO 06

“Devil like to play”


“ALASKA”

L
a excitación me recorre el cuerpo a cada paso, mi corazón
está sufriendo algún tipo de arritmia descontrolada.
Caminamos uno al lado del otro, por el pasillo que ahora
se me hace interminable. Lo deseo tanto, solo obtuve una probada de
su oscuridad. Quiero más.
Su puerta y la mia colisionan, una frente a la otra. Nos detenemos,
¿Por qué me siento nerviosa? ¿Qué es esto en mi cuerpo? Es peor que
la adrenalina. Expectación… dulce en mi paladar.
—Si entras a mi habitación… —susurra sacando la llave de su
pantalón. Alzo mi mirada hacia la suya, saboreándome los labios—.
Solo tendrás esta noche, no más. Es todo lo que puedo ofrecerte,
Alaska. Una noche.
Su corbata está envuelta en mi cuello y su chaqueta sobre mis
hombros. Parpadeo antes de dar un paso a un lado, hacia mi recamara.
Sus labios se inclinan en una casi sonrisa.
—Buena elección —dice. Abro mi puerta y entro deprisa dejando
caer mi cabeza en la madera. Lo deseo, lo quiero para mí. Una
noche… ¿Eso sería suficiente?
Me quito su chaqueta y la corbata, luego mi ropa sintiendo
confusión. El deseo de la muerte baila en mi interior, es lo único que
conozco semejante a el caos que Nicklaus Romano está despertando.
Quería jugar con él, pero he termino siendo su juguete.
El poder está en sus manos, y lo sabe. Voy directo a la dusha,
entrando bajo la lluvia de agua fría. Me mojo el pelo y mis manos
tocan mi piel, mis ojos se cierran… Una noche.
Se ha metido bajo mi piel. Me seco el cuerpo, con la imagen de él
en mi mente. Mientras me tenía de rodillas, entregada, dócil, fui suya
y me gusto serlo. Abro mi tocador, encontrando lo que busco bajo mi
ropa interior. La tela sedosa enciende mis terminaciones nerviosa, me
cubro la piel y alzo el rostro al espejo. Mi pelo húmedo, tengo por
primera vez las mejillas encendidas y los ojos dilatados. Lo cepillo
retirando el excedente de agua con la toalla y respiro hondo antes de
abrir mi puerta, la suya está cerrada.
Avery me ha repetido tantas veces el tema de no necesitar un
hombre, de querer ser independiente y vivir fuera de la mafia, sin
embargo ¿es eso lo que espero de mi futuro?
Cruzo el pasillo con la respiración alterada y alzo mi mano,
tocando el tomo de la puerta al girarlo esta sin seguro. La abro y doy
un paso en su territorio. Una noche, prefiero caer en la tentación unas
horas que jamás experimentar lo que Nicklaus ha despertado en mí.
Jadeo impresionada, pensé que entraría a una recamara sin más,
pero la primera estancia es una sala, un sofá verde y dos butacas en
el mismo tono. Tiene una chimenea con un retrato abstracto, el techo
es alto y una lampara circular cae en el aire. Es precioso.
El culpable de mi mente atormentada esta al móvil, hablando
italiano mientras se sirve un trago de su bar. No un bar pequeño, sino
un bar real. Esta es su cueva. La madriguera donde el lobo se esconde
y puede ser él, sin restricciones. El amo del universo, un título que le
excita.
Candelabros en las paredes con velas decorándolo… Él se está
quitando la camisa cuando nota mi presencia. Me observa sobre su
hombro, entre la sorpresa y la fascinación.
—Madre debo colgar… —Deja el móvil inmediatamente—.
Olvida lo que dije sobre el rojo, dorado, ese es tu color.
—Si elijo esta noche… ¿Qué pasara mañana?
—Seguiré siendo quien debe cuidarte y nada más —responde.
—Quiero estas horas, pero debes tener en claro que mañana te
ignorare sexualmente por completo y puedo hacer mi vida como me
plazca. No tienes derecho sobre mí, no te pertenezco.
—Somos dos personas que quieren saciarse las ganas, tan fácil
como eso.
—Me agrada —concuerdo sonriendo.
—¿Una copa?
Cierro finalmente la puerta a mi espalda y camino hacia él,
tocando las vitrinas que exhiben una colección de vino espectacular.
He descubierto algunas cosas sobre Nicklaus. El vino es uno de sus
mayores placeres. Hay una botella que destaca, abro el cristal, la
temperatura fría del interior golpea mi pecho ocasionando que mis
pezones se yerguen de inmediato.
—¿Segura que quieres ese? —cuestiona tocándose los labios. Sus
ojos están inspeccionando mi cuerpo. Son llamas salvajes que
envuelven mi piel, así es su mirada, depredadora—. Es un Romanèe
Conti de mil novecientos noventa y cinco, único en su clase.
—Parece que tenemos algo en común, el vino y yo, me refiero,
somos únicos y exquisitos.
Acepta la botella sonriendo.
—Lo comprobaremos —musita lamiéndose los labios, parece
estar degustándome en su mente. Empieza a trabajar el corcho con
maestría sin siquiera despegar los ojos de mi persona—. La tela de
seda es tan delgada que me otorga la certeza de algo…
—¿Sí?
—No tienes ropa interior.
—Nos estorbaría, ¿no crees? —reto.
—Arrodíllate —ordena llevándonos a su terreno. Parpadeo, ¿Por
qué me gustan sus órdenes? Eso que despierta en mi cuando me habla
en ese tono que no permite replica. Jadeo haciendo lo que demanda,
levanto un poco la tela de seda dejando al descubierto mis rodillas
cuando tocan la alfombra negra—. Separa las piernas, así… Justo de
esa manera, ahora inclínate hacia atrás, sobre tus talones y sube la
tela sobre tus caderas.
Expuesta, así es como me siento y de algún modo arrebatara. Mi
sexo se encuentra al descubierto y con mis piernas abiertas, solo
necesita acercarse para tenerlo a su disposición. Mi respiración no ha
dejado de ser alterada y escucho mi propio pulso punzante en mis
oídos.
—Mírame, cariño. Alza esa mirada —Mis ojos lo buscan de
inmediato, mientras se quita la camisa y sus músculos quedan al
descubierto, curiosa detallo algunos tatuajes que tiene a un costado,
son simples muy delicados. El tatuaje sobre su corazón destaca,
jamás vi el sello de la famiglia. Su piel tiene algunas marcas,
pequeñas heridas de batalla al parecer.
Se quita el cinturón dejándolo caer junto a mi pierna, entonces
sostiene la copa, donde ha vertido el vino y acorta la distancia entre
nosotros.
—Te has quedado sin voz, Alaska… Parece que te gusta rendirte
ante mí.
—Si —confieso deleitándolo con una simple afirmación.
—Inclina la cabeza y prueba el vino —Hago lo que me indica sin
dejar de mirar sus ojos—. Abre la boca, eso es…
El vino cae en mi boca y un poco se derrama en mis labios,
bajando por mi mentón y cuello, pretendo limpiarlo con mi mano
cuando él se inclina sorpresivamente y saca su lengua, lamiendo el
líquido de mi piel. El placer explota incontrolable e irreverente. El
dolor en mi vientre se intensifica y mis manos se mueven a su cuello,
quiero su boca, pero no consigo moverlo un centímetro en esa
dirección. Su mano cae en mi rodilla y cierro los ojos, los dedos
largos suben, quemándome literalmente con su toque. Los entra en el
medio de mis piernas, es su pulgar el encargado de mojarse entre mi
húmeda. Gimo bajo mordiéndome el labio, su dedo juega con mi
clítoris en apenas un rose, luego se aleja y abro los ojos desesperada.
Tómame, por favor, ahora.
El dedo cubierto de mis fluidos va dentro de su boca, cierra sus
labios saboreándome en su lengua.
—Mmmm… Exquisita —ronronea—. Mucho más que el vino.
—Quiero probar —suplico.
Sonríe e intenta darme su dedo, cuando mis manos van a su cuello
y lo atraigo hacia mí, nuestras bocas chocan y mi lengua sale a
dominar la suya, saboreándome a mí y el vino. Sabe a frutos dulces.
Su mano rodea mi cintura y me alza sobre sus piernas. Ahora es su
turno de estar arrodillado. Todo a nuestro alrededor dicta que esto es
incorrecto, que estamos rompiendo miles de reglas con esta noche.
Él tiene una misión con Italia, mientras yo pertenezco a rusia y
aun así, mi deseo por Nicklaus es mayor que mi lealtad por Avery
Kozlova y esa parte es aterradora, porque estoy dispuesta a
quebrantar el mundo, por unas pocas horas. He perdido mi rumbo y
la razón, dejando que un hombre ciegue mi mundo.
Percibo cuando pasa el cuero de su cinturón por mi cuello y luego
tira quitándome el aire. Tira con fuerza, mi cuerpo se curva sobre el
suyo. Aprovecha a empujar la tela de mi camisón dorado revelando
uno de mis pechos y lo amasa, provocando unos gemidos fuera de
mis labios. Su mano es fuerte y posesiva, sin tanteo. Nadie ha hecho
esto conmigo, tocar las partes que él ha dominado. El pulgar y su
dedo índice pellizcan el pezón y muevo mi cadera, buscando alivio.
—Quiero lastimarte, Alaska —murmura mordiéndome el pecho.
—Y yo asesinarte —me sincero. Siento su sonrisa en mi pecho
antes de que tire de mi pezón. Grito empapándole el pantalón
mientras me restriego con fuerza, mis caderas tienen vida propia. Tira
de mi camisón, sacándomelo por la cabeza, dejándome desnuda por
completo.
—¿Qué tanto me deseas? —pregunta tirando del cinturón.
—Mucho —jadeo.
—Demuéstrame que estas dispuesta a hacer —demanda lamiendo
mi otro pecho, torturándome. Sopla aire luego de morderme—, para
tenerme en tu interior. Abriré tu carne y te golpeare muy duro, cariño.
Vas a sostenerte de lo que puedas y rogaras, Laska.
—Por favor…
—Quiero que gatees hasta mi cama y en ella, me supliques.
No está jugando con su petición, se aleja apartándome de su
cuerpo. Él lo quiere todo, por supuesto. Trato de hurgar en mi mente
la ira que vendría con un acto como el que me pide. Mataría por tales
palabras a cualquiera y con él, simplemente quiero complacerlo.
Bajo de sus piernas volviendo a mi posición de rodillas, el cuero
me cae en medio de los pechos. No es un cinturón, para él es una
correa y yo soy su juguete nuevo. Estoy muy excitada cuando me
muevo, colocándome a cuatro, las palmas de mis manos contra la
alfombra. Lo siento moverse levantando la copa del suelo, no sé si la
dejo caer o yo la he girado.
Curvo un poco mi espalda, logrando destacar mi culo hacia afuera.
Debería sentirme como una perra domesticada, pero en mi interior
soy una maldita leona. Empiezo a gatear, escuchando el siseo de
lujuria detrás. Puede ver mi intimida y el hilo de excitación que ya se
desliza por mi muslo interno. Me arrastro por su alfombra, gateando
hacia el arco donde deduzco sigue su habitación.
Es su respiración la que se vuelve pesada y me persigue unos pasos
detrás, admirando lo que pidió tener. La segunda estancia es más
amplia que la primera y el tono verde destaca, una cama enorme es
el centro, otra pared está cubierta de trofeos y espadas, párese que le
gusta el esgrima, pues tiene dos trajes elegantemente colocados en
unos maniquíes, también su espacio de trabajo.
Un mapa en la pared sobre un escritorio de madera y luego la vista,
es otra de sus fascinaciones, tener la vista de New York. Gateo sobre
un banco frente a su cama y luego sobre esta, girandome, abro las
piernas, ofreciéndome.
Él deja la botella de vino y la copa en la mesa redonda centrar,
abriéndose el pantalón, mientras mi mano curiosea mi cuerpo, bajo
al medio de mis piernas abriéndome los labios con mis dedos y
tocándome sin pudor.
Se quita los zapatos con desesperación y luego se abre los
pantalones, antes de venir hacia mi como un animal rabioso, deja una
de sus rodillas en el banco y espera oírme suplicar, sin apartar los
ojos de mi coño.
—Pídemelo, Nicklaus Romano —desafío, su ceño se frunce y la
ira cruza su mirada—. Eres tú quien está saltándose todas las reglas
de la Famiglia para probar tu tentación, eres tú quien me desea tan
fuerte que estás dispuesto a traicionar a tu Capo. Eres quien quiere
esto…
Alzo mis dedos mostrándole los hilos de húmeda que juega de un
dedo al otro, antes de abrir mi boca e intentar chupar mi propio sabor.
—Detente —ordena y sonrió.
—¿Lo quieres, Escorpio? —burlo ofreciéndole mis dedos—. Este
es tu veneno, ¿cierto?
—Alaska —gruñe, las venas en su cuello y brazos están alteradas.
—¡Suplícame! —demando con autoridad—. Pídeme dejarte
follarme, implora que te deje sentirme…
Tira de mi pierna llevándome al borde de la cama, mi culo cae en
el banco cuando su agarre se apodera del cinturón. Su mirada brilla
con rabia y malicia.
—Gánatelo —revira—. Y te suplicare.
Su rostro está a la par del mio, saca su lengua y lame mi mejilla
cortándome el aire. Mis manos van a su pantalón, lo empujo hacia
abajo con desespero y escucho su gruñido cuando mis dedos rodean
su verga dura y orgullosa. Nos mueve nuevamente, y termino
arrodillada en el piso y él sentado en el banco. Su miembro cae
encima de su ombligo, se me antoja con solo verlo. Y la saliva se me
vuelve agua en la boca, sin que deba pedírmelo me inclino sacando
mi lengua para lamerlo. Sisea algo en italiano, palabras que no logro
descifrar en medio del deseo.
—Quiero entrármelo en la boca —vocalizo mis pensamientos.
—Es tuyo, cariño. Tómalo.
Mio… Es la palabra que no debió usar. Lo rodeo con ambas
manos, subiendo y bajando, sintiendo sus venas alteradas y
observando el líquido en la punta, con mi lengua lo limpio
saboreando las gotas. Abro mi boca tomándolo en ella, guiándome
por mis instintos. Alza su cadera, impulsándose profundo. Una de sus
manos agarra mi pelo y la otra tira de la correa, cerrándome hasta
cierto punto el aire. Tiene la mirada cargada de lujuria en mis labios
con los suyos entreabiertos apenas dejando salir aire. Esto le gusta.
Suelta la correa para tocarme la mejilla, los actos cariñosos no son
esperados para mí, por ello mi reflejo es apartarme hasta que da una
palmada en mi mejilla, no es dura, pero tiene la fuerza suficiente para
escocer. Me encanta y sonríe, leyendo mi cuerpo.
Su verga la tomo a la mitad, sintiendo que casi me ahoga
retrocedo, parte de mi saliva me rueda por el mentón.
—Puedes hacerlo mejor —reta volviendo a metérmela
profundo—. Mierda… Eso es, ¡joder! —chilla cuando le muerdo.
Una nueva bofetada se une haciéndome gotear. Mis pezones se
sienten pesados y ese dolor en mi vientre necesita liberarse.
La saliva me cae entre los pechos cuando alzo la mirada hacia él,
escuchando sus gruñidos. Esta ido en el placer, como si la del poder
soy yo en estos momentos. Se hunde una y otra vez, follandome la
boca mientras me inmoviliza el rostro y su palma me abofetea varias
veces. Podría jurar que estoy teniendo un orgasmo justo cuando él se
tensa y deja caer su cabeza atrás.
Se agarra la base del miembro y retrocede fuera de mi boca, un
poco de semen me golpea los labios y me inclino por más, mientras
mueve su mano con fuerza. El líquido me golpea un lado de la cara y
en su vientre otra parte, ¿Por qué lo desperdicia así?
Suelto un quejido que lo hace verme en medio de su disfrute.
—Quería probarte —refunfuño limpiándome el que ha caído en
mi cara y luego me lamo los dedos. Delicioso.
Antes de que me quite ese placer, paso mi lengua por su miembro,
limpiando el semen de allí y luego voy a su vientre, sus músculos se
tesan bajo mi lengua. Lamo y saboreo cada parte, maravillada de su
sabor.
—Te falta una parte —murmura con la voz más ronca que antes,
parece que está en un viaje de mariguana. Drogado en otro espacio.
—¿Sí?
—Aquí —señala su pie y una parte en su pantalón. Sonrió bajando
al piso y lo observo mientras paso mi lengua sobre su pie y luego en
el pantalón—. Eres una criatura fascinante.
—Sabes delicioso —respondo lamiendo mis labios.
El juego acabo, me pongo de pie, sus ojos viajan por mi cuerpo
rápidamente. Ve la cicatriz bajo mi costilla e intenta hacer preguntas
que no le corresponden cuando subo un pie sobre el banco y me alzo,
retrocede, inclinándose en la cama. Estoy de pie… parece que todo
se ha invertido ahora. Las puntas de los dedos de mi pie le tocan el
pecho, haciendo presión para que ceda y se recueste en la cama -lo
cual hace- lucha contra su pantalón quitando la última prenda que nos
estorbaba.
—Desde aquí, luces como Perséfone. Una diosa.
Curvo los labios en una sonrisa, admirando su cuerpo desnudo. Su
miembro nuevamente duro por completo.
—¿Y tú quién eres, Hades o Zeus…?
Grito cuando tira de mí, ocasionando que caiga en la cama, en su
segundo su cuerpo cubre el mio, arrastrándose hasta que su boca y la
mia se encuentran unidas y mis piernas se abren para recibirlo. Su
miembro se roza con mi entrada. Su cadera se mueve y la mia va a su
encuentro, necesitando sentirlo. Deja de besarme para amasarme los
pechos con energía.
—Déjame entrar en ti, Alaska… Cariño —implora respirando
entrecortado junto a mi cuello, luego alza el rostro encarándome—.
Permíteme el honor de escuchar tus gemidos, de provocarlos. Déjame
arruinarte, porque luego de mí no existirá ningún otro que te
provoque de esta manera.
Esta rogándome… alzo las manos sobre mi cabeza, entregándome.
Su suplicas se asemejan a una promesa. Un hoyuelo en su mejilla da
lugar, cuando sus labios se inclinan genuinamente hacia un lado. Es
una sonrisa real, no un juego de seducción.
—Pensé que el diablo no rogaba…
—A la persona correcta si, ¿me guardaras el secreto? —Está
besándome el cuello, dejando besos y mordiscos. Una de sus manos
entre nosotros, tocándome el clítoris, asegurándose de que sigo
dispuesta. Su miembro empieza a abrirme la carne.
—No le diré a nadie… Como le rogaste a una cría —apostillo con
saña. Mis manos caen en sus hombros, mis uñas se le clavan en la
piel con fuerza cuando se hunde en mí de una sola estocada. El dolor
crudo y fiel compañero llega de pronto y lo absorbo, saboreándolo
como un aliado. Su cuerpo y el mio unidos, su respiración es
trabajosa y el grito de la mia nos envuelve. Las lágrimas se desbordan
por los laterales.
—Eso es para que no seas impertinente —Su boca cae en mi seno
derecho, cerrándose sus dientes en mi pezón y tira con fuerza,
castigándome sin moverse.
—Maldito hijo de puta —siseo. Me silencia de inmediato.
—¿Quieres más? —pregunta dejando libre mi pecho. Su mano
está en mi boca, silenciándome y solo puedo mirarlo a los ojos,
observa las lágrimas en los laterales. Feliz de su obra—. No te
escucho.
¡Sí! Grito internamente, ¡por favor!
—Oh, eso creí... —burla empezando a sonreír, entonces se mueve
y cierro los ojos curvando mi cuerpo para él.
Esto es... Tan bueno.
Sus golpes contra mi cadera no son delicados ni meticulosos, son
violentos y certeros. Esta follandome como un animal salvaje y
primitivo, un hombre hambriento y sediento de una mujer.
Me quita la mano y caen al lado de mi rostro, tiene los ojos
cerrados mientras empotra. No sé porque alzo mis manos hacia su
rostro, haciendo que me observe.
—Escorpión —gimo. Parpadea y me mira, sus caderas bajan el
ritmo. Y vuelve a hacer eso de girarnos sin que lo espere, esta vez
quedo encima de su cuerpo. Lanzo un gritito cuando siento su
miembro profundo, mi pelo le cae en el pecho y escucho su gemido
de placer.
Sus manos me acarician las piernas hasta subir a mi cadera y
animarme a moverme. Lo cual hago, sintiendo un placer distinto, una
oleada de calidez mezclada con pasión. Me enderezo, mi cadera se
mueve con su ayuda y como si entendiera este tipo de baile. Esta
perdido observando el punto donde su miembro se pierde dentro de
mi coño, la vista le encanta por como sus ojos empiezan a dilatarse.
Es la mirada de la muerte, tan bella y única.
—Eres embriagante —gime dejando caer su cabeza hacia atrás,
las venas en su cuello alteradas. Esta perdido en disfrutar su fruta
prohibida, lo que le advirtieron de no tomar. Es un rebelde
sucumbiendo ante la tentación. Soy su pecado capital.
Mis uñas le arañan la piel del pecho, quiero dejarle marcas. “Mio,
mio… mio” canturrea la voz en mi cabeza. Me pertenece.
Nos gira, cerniéndose sobre mí, libera una de mis piernas hasta
llevar mis dedos a su boca y chupar, dándome un placer extremo.
—Mira como entro en ti —gruñe. Deja mi pierna en su hombro y
me toca el clítoris con sus dedos. Tiene el vientre manchado de sangre
y ahora sus dedos. Su mano me golpea mi monte de venus y es mi
destrucción, no sé qué rompe dentro de mi o si estaba reteniendo el
placer y llego ese punto a superar todo. Mi cuerpo se curva y Nicklaus
se hunde con precisión, siseando mi nombre. Mi vientre se tensa y mi
pierna que descansa en su hombro tiembla.
—Oh, no… ¡Oh!
—Eso es, córrete para mi… Solo para mi —demanda repitiendo
ese golpe. Abro mi boca gritando cuando alza mi cuerpo.
Desmadejada me lleva hasta su encuentro y me besa, bebiéndose mis
gemidos, adueñándose de cada parte mia. Atando mi cuerpo.
Arruinándome…
Parece agrandarse dentro de mis paredes internas y luego el
caliente de su semen alivia mi interior. Deja que mi respiración se
calme, su mano me acaricia la piel que me arde mientras bajo del
paraíso.
—Bienvenida a mi infierno, Perséfone —Las palabras son
pronunciadas en italiano como un dulce canto de sirena.
Mi cuerpo toca sus sabanas, mi piel sensible. Liviana y sin carga,
sintiéndome segura… Y protegida. Me gusta la sensación, con los
ojos cerrados quisiera acurrucarme. Su labios me besan la mejilla,
donde recibí varias palmadas y luego desciende a mi hombro. Creí
que luego de venirse se alejaría de mi sin más, pero se dedica a
besarme y masajear mis muñecas y hombro. Abro los ojos,
reaccionando entre la neblina.
—No usamos condón —murmuro alarmada. Avery me matara.
Escucho una risilla de su parte muy impropia, antes de que se
aparte. Me siento en la cama, alcanzando a ver su espalda.
Mierda, es muy caliente, se está alejando hacia la otra estancia.
Me bajo de la cama y gimo al estar de pie. Dios mio… es como si lo
tuviera dentro de mi aún. Sus sabanas tienen mancha de mi sangre y
por mi muslo baja un hilo de sangre y semen mezclados. Regresa a
la habitación dejando mi camisón en la mesa junto a la botella de
vino, ¿es esta su forma de decirme que es hora de irme? Al fin y al
cabo, ya nos hemos follado.
¿Qué más debe pasar? Tira su móvil en la cama con la pantalla
encendida.
—Los resultados de mi último examen médico —dice caminando
de largo al otro extremo, ¿dónde va? Quiere que me largue,
obviamente.
Veo la pantalla, muy por encima verificando los resultados.
Camino hacia la mesa redonda y agarro la botella de vino, sigue un
poco fría y bebo directamente desde la cabeza. Dios mio, este líquido
es una delicia. Me pongo mi camisón dorado y pretendo huir, cuando
me acerco hacia el espacio de esgrima. Una de las espadas llama mi
atención, tiene un mango bastante grueso. La sostengo en mi mano,
es pesada.
—Eso podría lastimarte —murmura a mi espalda.
—Lo siento, ya me retiro. Es que me fascino el filo.
Giro con la espada en mi mano, tiene una toalla cubriendo la mitad
de su cuerpo anudada en su cadera, donde aún tiene mi sangre. Trae
otra pequeña toalla en su mano.
—¿Retirarte…?
—Se que quieres que me vaya.
—La noche no ha acabado —señala a la oscuridad tras los
ventanales—. Fui al baño para tratar de ser un caballero.
Se acerca alcanzándome, toca la espada y sonríe, parece recordar
algo. La toma, caminando a la cama la deja en la mesita de noche. No
quiere que me vaya, ¿por qué? Y me percato que tampoco quiero
marcharme, no aún.
—Tienes muchos trofeos.
—Mi padrino me inscribió —murmura frunciendo el ceño—. Ven
aquí.
Alza su mano, llamándome a su lado en la cama.
—¿Tu padrino…?
—Gabriel Cavalli —responde—. Quería hacerlo sentir orgullo, así
que me dedique a destacar en todo. Estudie economía empresarial y
social porque fue la carrera que eligió y sigo su plan —señala sobre
su escritorio. Intrigada camino hacia ese especio. Todo está
organizado, una maqueta de la casa blanca destaca sobre la madera y
el cuadro que antes creí era un mapa, en realidad es un esquema. La
casa blanca. Se posiciona a mi lado, agarrando un hombrecito de
plástico y lo coloca en la entrada de la maqueta—. Ese es mi futuro.
—¿La casa blanca? ¿Cómo? —Estoy muy confundida.
—Don tiene poder absoluto detrás de los más grandes del sistema,
pero necesita a alguien directo en ese lugar, siendo la máxima
potencia.
—Eres italiano…
—No para la sociedad, en la próxima elecciones seré uno de los
candidatos.
—Eres muy joven —medito. Qué vida más triste, ser lo que otros
esperan de ti, no tener tu propio destino. Alguien ya gobierna su
vida—. Y necesitas una esposa para lograrlo.
—Puedo ser el primer presidente soltero —Burla. Añadiendo un
toque juguetón, para otra persona seria una especie de broma, pero
puedo ver sus ojos y la pisca de tristeza en ellos.
—El hombre más poderoso del mundo necesita una mujer dulce,
pero fuerte a su lado. Que venga de la humildad, la perciban diferente
al resto y a la par la amen por identificarse con ella. Tiene que ser
perfecta y a su vez llena de imperfecciones —Sostengo otro de sus
hombrecitos colocándolo a su lado en la entrada—. Véndeles la
familia perfecta y tendrás a los votantes a tus pies, aunque teniendo
al Capo detrás estoy segura de que es una elección ya ganada.
Parpadea observándome, alza su mano apartándome el pelo del
hombro y se acerca despacio, inclinándose hacia mí.
—Eres muy inteligente —murmura cerca de mis labios.
—Soy observadora, eso es todo.
—¿Ah, sí? ¿Qué observaste en mí? —indaga.
—Este futuro no te apasiona, pareces infeliz hablando de todo eso
—Se aleja de inmediato, cuando señalo su maqueta y el montón de
planes—. Cuando estabas con tu amigo en el club y hablabas de las
carreras y los coches, eso si te apasiona.
—Estás hablando como si me conocieras —revira a la defensiva.
—Te gusta el poder… ¿Crees que siendo el presidente de los
estados unidos de américa bajaras la cabeza para tu Capo? —bufo.
—No sabes nada de lo que haría por Don, es como un hermano
para mi ¡Me ha dado todo!
—Y aquí estamos, me follaste en esa cama desobedeciendo lo que
expresamente se te ordeno no hacer. Esa es la lealtad que
demuestras…
—¡Cállate! —me ordena regresando a mi violentamente. Había
olvidado el cinturón en mi cuello hasta que tira del cuero y me rodea
el cuello con su mano—. No estás aquí para cuestionar mi lealtad y
parece que necesitas volver a entretener esa boca y mantenerla
cerrada.
Comienza a caminar empujando mi cuerpo hacia su cama, el fuego
de esa ira está presente. Por mucho que quiera fingir, no nació para
estar por debajo de nadie y cuando decida no obedecer. Él será un
infierno para todos a su alrededor. No es algo que me interese, cuando
eso suceda no estaré remotamente cerca.
Caigo en la cama y me abre las piernas subiéndome la tela, su boca
cae en mi centro y me arqueo con violencia. Es cruel y castigador,
succionando sin piedad. Intento moverme cuando me retiene con sus
brazos. Lamiendo mi semen, el suyo y mi sangre, como un demente.
Tiro de su pelo, pegándolo con desespero contra mi coño. Es rápido
para llevarme al orgasmo ya que su lengua se mueve sobre mi clítoris
sin parar, trato de cerrar las piernas mientras me corro. Grito
escandalosamente y vuelve a dejarme el cuerpo hecho una mierda
sobre su cama, cuando alza la cabeza mi sangre está en sus labios. Es
un maldito bastardo.
—Quieta… aún no hemos terminado.
Nicklaus Romano me hace suya en todas las formas que imagino
posible, mi cuerpo le pertenece en cada hora que marca el reloj y nos
entregamos del tal manera que, cuando caigo en sus brazos en el
amanecer sé que estoy arruinada para alguien más.
***
Descansar plácidamente no es común en mí, pero me siento
relajada y sumamente cómoda cuando una vibración empieza a
incordiar mi sueño. Me encuentro desnuda, con una sábana suave
cubriendo mi cuerpo, una pierna enredada en la mia y el pecho de él
a mi espalda, uno de sus brazos bajo mi cuello -donde ya no tengo el
cinturón- y otro apretándome los pechos. Me tiene pegada a él, como
si temiera que escapase. La vibración continua sin detenerse. Es de
día, el sol esta iluminando todo. Y yo quiero fingir que aun esta oculto
y es la luna en su lugar.
—Mia… —gruñe el hombre que me abraza en la espalda. El
sonido de un teléfono lo hace despertar maldiciendo—. ¿Qué…?
¡Joder!
—Tu móvil no para de vibrar —murmuro levantándome.
—¿Sí? —sisea levantando el teléfono de su mesita de noche, el
cual no es su móvil—. ¿Qué? ¿Qué hace aquí? ¡Mierda!
Estoy tratando de encontrar mi bata cuando salta de la cama
cortando la llamada.
—¿Todo bien? —pregunto por cortesía. Entra como un relámpago
a lo que ahora se es su closet—. ¿Nicklaus…?
—Don está subiendo —pronuncia colocándose una playera negra.
Ya tiene un chándal puesto.
—Tengo un entrenamiento con él, ¿Qué hora es?
—¡Las once de la mañana! Seguro estuvo buscándonos a ambos…
Se dará cuenta, cuando te vea ¡maldita sea! ¡¿En qué estaba
pensando?!
Cierro la boca por su arranque descontrolado.
—Sal y recíbelo, estabas entrenando o trabajando y no viste sus
llamadas. Yo estoy en mi recamara dormida o lo que sea que hago en
su interior, eso es lo que tienes que decir. Así de fácil, Don no es mi
padre.
Agarro mi camisón colgando de unos de los candelabros, ¿Cómo
llego allí? Me lo pongo mientras me alejo. La noche termino, el
placer nos dominó y nuestro acuerdo llego a su fin. Es mi cuidador
hasta que Avery regrese y fin, nada de lo cual preocuparnos.
Abro su puerta y atravieso el pasillo escuchando como le abren la
puerta principal al Capo. Cierro la mia caminando al tocador. Tengo
el pelo descontrolado y el cuello rojo del cinturón, mis labios más
llenos de lo normal. Al caminar me siento un tanto incomoda
mientras mi cara se nota relajada, no dormir mucho, sin embargo las
bolsas negras debajo de mis ojos esta vez no están presente. Busco
en mi closet un jersey para cubrirme, y un pantalón vaquero. Tendré
que salir y es obvio, enfrentar al Capo. ¿Por qué debe interesarle mi
vida sexual? Al final yo debería ser capaz de decidir a quién me follo.
Me dejo el pelo suelto cuando tocan mi puerta, es la servidumbre.
—Nicklaus no seas molesto —chillo tratando de fingir.
—Señorita, el señor Cavalli la busca.
—Ahh, ¡Ya salgo!
Me peino rápidamente el pelo y verifico estar oculta dentro del
jersey. Dios, camino gracioso, debo enderezarme. Es un poco de
molestia que bien puedo camuflar. Abro la puerta, aun no memorizo
el nombre de la chica, no es la chef esta es más de la limpieza según
entiendo. Le sonrió y la sigo por el pasillo, la voz de los hombres se
empieza a escuchar. Gracias a la misericordia Cavalli esta de espalda
cuando entro a la sala y me acomodo al lado del sofá, donde puedo
sentarme en caso de que tenga los ojos en mí.
—No puedes dejarla sola tanto tiempo —gruñe el Capo.
—Puedo cuidarme perfectamente —digo girando mis ojos. El
hombre se gira y Nicklaus entrecierra sus ojos en mí, es quien está
buscando si tengo alguna señal de su salvajismo visible—. Me gusta
mi soledad.
—Teníamos un entrenamiento hoy y faltaste.
—Estuve nadando esta mañana, también practicando esgrima —
Lanzo para molestar a Nicklaus—. El mango de esa cosa es muy
grueso y se me cae todo el tiempo, por cierto tu hombre llego tarde
anoche, ¿Andabas follando?
Nicklaus se aclara la garganta disimulando que no se atraganta con
mis palabras.
—Estaba trabajando en lo que me pediste, Don. La prensa y eso…
—Cierto —medita el Capo—. No deberías estar encerrada tanto
tiempo en tu habitación.
—Te dije que se la pasa todo el tiempo allí, no entiendo que tanto
hace —silba Nick. Desgraciado.
—Masturbándome mientras pienso en ti claramente no es —gruño
entrecerrando los ojos.
—Y no sabe mantener esa boca cerrada —revira el imbécil.
—¿Por qué no te la llevas a Italia? —interfiere Don. Ambos lo
miramos, ¿se iba a Italia dejándome sola? Cabron desgraciado—. Así
no está encerrada aquí sola.
—Don… —Empieza Nicklaus.
—¿Quieres ir?
Sonrió abiertamente.
—Nunca he estado en Italian, ¡me encanta la idea!
¿Qué planeaba el bastardo? Tenerme encadenada en mi habitación
mientras se iba a Italia por solo Dios sabe cuánto. Le guiño un ojo
siendo una hija de perra.
Oh, dulce Italia ¿Qué nos deparas?

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