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HIGHLANDER
Al tiempo del highlander, Livro 2
MARIAH STONE
Traducción:
CAROLINA GARCÍA STROSCHEIN
Í N DICE
Estás invitado
Otras Obras de Mariah Stone
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Epílogo
Sìneag
La cautiva del highlander
El secreto de la highlander
El corazón del highlander
El amor del highlander
La navidad del highlander
El deseo del highlander
La promesa de la highlander
La novia del highlander
En Inglés
ISBN
— Emily Dickinson
PRÓLOGO
—¡C RUACHAN !
Marjorie gimió. Debía estar soñando. ¿Por qué otro motivo
oiría el llamado a guerra de su clan?
El colchón de paja le rasguñaba la piel. La habitación
estaba en silencio y olía al polvo acumulado en las cortinas
del dosel. ¿Estaba sola? Intentó abrir los párpados, pero le
pesaban, y de pronto recordó...
Si abría los ojos, podía verlo a él. Y él querría golpearla de
nuevo.
O tomarla de nuevo.
«No más dolor, por favor. No más humillación».
Quería perderse en el olvido oscuro y entumecedor. El
olvido le permitía estar lejos del dolor que sentía en todo el
cuerpo. Un sonido extraño le llenó los oídos, y se aferró a él
como si estuviera al borde de un precipicio. El ruido venía de
afuera y de abajo. Gritos de dolor. Varias espadas chocando
contra otras.
Y, de pronto...
—¡Cruachan! —En esta ocasión, el grito se oyó más fuerte
y más cerca. Era el coro de varios hombres.
¿Acaso se lo estaba imaginando? ¿Estaba tan desesperada
y quebrada que estaba soñando con su hogar?
El aire olía a humo. Varios pasos resonaban contra el piso
de piedra al otro lado de la puerta de la habitación en la que
la tenían prisionera. La puerta se abrió, y el enrejado de
hierro soltó un chirrido. Luego se cerró.
Ese sonido, el de esa puerta, significaba una cosa: «Él ha
regresado».
Y si él se encontraba allí, sería para causarle dolor.
Unos pasos rápidos y pesados se aproximaron. El hombre
respiraba agitado y caminaba de un lado al otro de la
habitación. La cota de malla hacía un sonido metálico. Aún
no la había tocado, de modo que quizás no había venido por
ella.
«Pero, entonces, ¿qué hace aquí?»
Afuera, los gritos se intensificaron. Algo pesado arremetió
contra la madera.
—¡Cruachan!
«Han venido».
La esperanza floreció en el pecho de Marjorie y le dio
fuerzas. Abrió un solo ojo, pues el otro estaba hinchado y
cerrado, y volvió la cabeza hacia la luz que se colaba por la
ventana.
Alasdair MacDougall recorrió la dura pared de piedra
oscura. Tenía las fosas nasales dilatadas, la mirada perdida y
el cabello oscuro despeinado bajo la cota de malla que le
cubría la cabeza y los hombros. Tamborileaba la hoja plana
de la espada contra la mano.
La miró de reojo y se congeló durante un instante, con el
rostro inexpresivo.
—¿Estás despierta, zorrita? —Cruzó la distancia que los
separaba con tres zancadas.
Aunque no le quedaban fuerzas en el cuerpo, Marjorie se
incorporó en la cama para intentar alejarse de él lo más
posible. La manta que la cubría se cayó, y sus muslos
desnudos, cubiertos de sangre seca, destellaron en tonos
blancos, rojos y amarronados. Se quería cubrir, pero se sentía
muy débil. El aroma de él, con el que ya estaba familiarizada,
se impregnó en el aire; apestaba a sudor y almizcle
masculino. Dejó caer la espada, que aterrizó en el suelo con
un fuerte ruido metálico. Con una mano, la sujetó del cabello
y con la otra, la abofeteó.
Una oleada de dolor cegador le atravesó la cabeza. Luego
la golpeó del otro lado. Marjorie sintió que los ojos le
explotaban dentro del cráneo. Sin embargo, no lloró. Alasdair
la jaló del cuero cabelludo para acercarla a su rostro, y ella
sintió su mal aliento: una mezcla de cerveza, alcohol y carne
con cebollas.
—¿Estás contenta ahora, princesita? Creíste que eras
demasiado buena como para aceptar mi propuesta, pero
ahora todos verán la zorra que eres en realidad. No vales
nada.
Ella tomó aire para llenarse los pulmones.
—¿De qué hablas? —se las ingenió para preguntar.
—El clan Cambel está llamando a nuestra puerta. Pero
mientras yo te tenga, tengo el poder.
Que él dijera que su familia había venido a buscarla era
muy distinto a que ella lo pensara o lo imaginara. Era un
hecho real.
Habían venido.
Marjorie sonrió y se rio abiertamente en su cara. Juntó
saliva en la boca y le escupió una mezcla de saliva y sangre
en el rostro antes de romper a reír más fuerte. El esfuerzo le
causó dolor, pero a la vez le trajo alivio. Marjorie lucharía su
batalla en esa habitación mientras su clan peleaba por ella en
el patio.
—Se ha acabado, maldito violador —le aseguró. El rostro
de Alasdair empalideció, y ella se siguió riendo, aunque
podría acabar muerta en cualquier momento. Alasdair
descargó toda la fuerza de su puño contra su rostro, y
Marjorie se hundió en una niebla oscura. A través de la
neblina, divisó a dos hombres blandiendo sus espadas.
—¡Te voy a matar, alimaña! —gritó alguien.
El acero resonó y destelló contra la luz que se colaba por
la ventana. Gritos de dolor le perforaron la mente. Luego oyó
un aullido mortal y desesperado, y un sonido estrepitoso de
algo pesado que cayó al suelo. Se despertó al oír una voz
familiar que la llamaba. Una voz muy querida que había
conocido durante toda su vida.
—Marjorie.
Alguien le acarició la cabeza, pero se sintió como si unas
cuchillas le estuvieran atravesando la piel. Se esforzó para
abrir los ojos y apenas logró levantar un párpado. Era Craig.
Su hermano. Ensangrentado y lleno de moretones, se hallaba
arrodillado a su lado. Le sonreía, tenía los ojos rojos y el
cabello enmarañado. Las lágrimas le nublaron la vista y le
hicieron arder los ojos. Él estaba allí. Y eso significaba que
Alasdair ya no representaba una amenaza para ella. Craig la
cuidaría. La llevaría a casa.
Una ola de alivio la invadió. El eco de los sentimientos de
gratitud y amor le llenó el pecho. A pesar de que tenía los
labios partidos y magullados, se las ingenió para sonreír.
—Hermano —susurró.
La puerta se abrió de par en par, y su primo Ian entró en
la habitación. Sus rizos pelirrojos estaban cubiertos de sudor
y tenía el rostro lleno de cortes y moretones, pero estaba
vivo.
—La encontré —le dijo Craig.
—Qué bien. Vámonos. El camino está despejado.
Craig asintió. Marjorie supo que le estaba prometiendo
que todo estaría bien. Con cuidado, la envolvió con una
manta y la levantó. El dolor la atravesó. Mientras Craig se la
llevaba de la habitación, vio el cuerpo sin vida de Alasdair en
el suelo, con un charco de sangre a su alrededor. Le hubiera
gustado sonreír y reírse, pero se sentía vacía.
Craig bajó hasta el descanso de la escalera de madera,
donde los hombres de su clan aguardaban de pie. La luz de
las antorchas iluminaba sus rostros serios. Ian bajó las
escaleras primero con la espada en alto, para asegurarse de
que no hubiera más peligros en el camino. Sin embargo,
mientras Craig descendía los escalones, la lucha se fue
deteniendo en el piso de abajo. Su padre se hallaba de pie en
el siguiente descanso, con el rostro distorsionado de dolor al
ver a su hija a los ojos. Ella intentó sonreír para calmarlo y
demostrarle que no estaba enfadada con él por no haberla
protegido o no haber venido antes. Craig siguió avanzando, y
Marjorie vio al tío Neil y sus hijos. Sus miradas reflejaban
sentimientos de pena y furia.
Al salir de la torre, Marjorie vio a John MacDougall, jefe
del clan MacDougall y padre de Alasdair, aprisionado por dos
Cambel. Se retorcía en vano, tenía el pálido rostro crispado
con una rabia silenciosa al comprender que su hijo debía
haber muerto si Marjorie se encontraba en los brazos de
Craig.
MacDougall nunca debió haber permitido que Alasdair la
secuestrara y la tratara de ese modo. Debió haber puesto fin a
esa locura y haberla enviado a casa. John MacDougall había
consentido todo lo que le había pasado a Marjorie. Por lo que
a ella respectaba, él era tan culpable como su hijo.
Craig por fin salió a la luz del día del patio rodeado de los
muros cortina de piedra, y Marjorie cerró los ojos. Muchos
hombres habían muerto ese día para salvarla, y no podía
soportar ver la evidencia del hecho. No en ese momento.
Craig caminó un poco más y, de pronto, se arrodilló en el
suelo. Marjorie abrió los ojos. Su abuelo, sir Colin Cambel,
yacía sobre el césped teñido de rojo. Tenía una herida
profunda cerca del corazón, pero ya no manaba sangre. Sus
ojos estaban cerrados; su piel, pálida. Estaba completamente
quieto, excepto por el cabello blanquecino que el viento
mecía.
Craig tomó la mano de su abuelo y la apretó. Ian se detuvo
al lado de ellos y apoyó una mano sobre el hombro de Craig.
Craig le susurró algo a su abuelo, y Marjorie sintió que una
lágrima se le deslizaba por la mejilla. Entonces, su hermano
se puso de pie y caminó con ella hacia los caballos y las
carretas.
—Tenemos una carreta para ti. Está llena de mantas y
pieles. Estarás en casa en breve. —La depositó sobre el lecho
improvisado y la cubrió con las mantas. Pronto, el calor
comenzó a regresar a ella.
Se sintió a salvo.
Y libre.
Ciertamente, era libre; sin embargo, la humillación, el
dolor y el sentimiento de ser indigna le carcomían el
corazón. La mantenían prisionera. Marjorie se dobló en un
ovillo y comenzó a llorar.
—Oh, Marjorie, tesoro, no llores. —Craig le dio una
palmadita en la espalda—. Por favor, cariño. Lamento mucho
no haber venido antes. Hemos venido ni bien supimos quién
te había secuestrado.
Marjorie no podía dejar de sollozar. Craig se sentó a su
lado en la carreta, la abrazó y la cubrió como una manta
pesada y protectora.
Cuando por fin dejó de llorar, se quedó quieta e intentó
acostumbrarse a la sensación de libertad que le llenaba el
pecho y que se sentía tan extraña.
¿Cómo sería volver a estar rodeada de gente? ¿Poder andar
de una habitación a otra? ¿Salir a la luz del sol? ¿Montar a
caballo? Tras haber pasado un mes en cautiverio, pensó que
nunca volvería a experimentar esas cosas. Abrió los ojos y
miró a Craig. Él la observaba preocupado, con una mezcla de
dolor y furia en los ojos.
—¿Qué puedo hacer? —le preguntó.
Marjorie negó con la cabeza.
—Nada —susurró—. Me has salvado. Me has vengado.
Has asesinado a ese bastardo. No hay más nada que puedas
hacer.
Craig le apretó la mano y asintió.
—Ahora nos enfocaremos en sanarte. Pronto volverás a
ser la Marjorie de siempre.
Ella tomó una profunda bocanada de aire y cerró los ojos.
Por más que le doliera admitirlo, eso nunca sería cierto. Por
dentro, era una piedra: fría y dura. Nunca dejaría que un
hombre la tocara. Nunca se casaría. Y nunca dejaría que
nadie le volviera a hacer lo que Alasdair le había hecho.
CAPÍTULO 1
D OS DÍAS DESPUÉS …
FIN
Sìneag
La cautiva del highlander
El secreto de la highlander
El corazón del highlander
El amor del highlander
La navidad del highlander
El deseo del highlander
La promesa de la highlander
La novia del highlander
En Inglés
CALLED BY A VIKING SERIES (TIME TRAVEL):
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encantaría, no tengo la capacidad financiera que tienen los
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Lectores leales y comprometidos.
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Mariah
ACERCA DEL AUTOR