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RAZONES
Encuentros El primer capítulo del evangelio de Juan lo podemos dividir en tres partes: “prólogo” (vv.
1-18), “testimonio del Bautista” (vv. 19-34) y “llamada a los primeros discípulos” (vv. 35-51).
y miradas
Parte del testimonio de Juan está dirigido a los enviados de los judíos, “sacerdotes y levitas”,
“de los fariseos”, que, con insistencia, quieren saber la identidad del precursor, como si más
que esperar la venida del Mesías, la temieran. De hecho, a pesar de la cercanía de Jesús entre
(Jn 1, 35-51) ellos, no lo reconocen: “En medio de vosotros está uno a quien no conocéis”, les dice Juan (cfr.
v. 26). Parece una confirmación a las palabras del prólogo: “Y los suyos no le recibieron” (v. 11).
Sin embargo, todo cambia en la tercera parte: se presenta como una sucesión de miradas y
encuentros todos en torno a Jesús, reconocido por algunos como “Maestro”, “Mesías”, “aquel de
quien escribieron Moisés en la Ley y los Profetas: Jesús de Nazaret, el hijo de José”, “hijo de Dios”
y “rey de Israel”. Podemos ver esta parte como una confirmación a otras palabras del prólogo:
“A los que le recibieron les dio potestad de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre” (v. 12).
Ver y encontrar
La primera mirada es la de Juan: “ve” a Jesús sobre el que desciende el Espíritu y da testimo-
nio de que es el Hijo de Dios (cfr. vv. 29.33-34). Ya con dos de sus discípulos, esta vez Juan “se
fija en Jesús que pasa” (cfr. 35) e les invita a seguirle. Jesús, a su vez, “viendo que le seguían”,
les invita a ir tras él y ver dónde vive. “Fueron y vieron donde vivía” (v. 39). Terminado ese
primer encuentro, Andrés, uno de los dos, “encontró primero a su hermano Simón y le dijo:
‘Hemos encontrado al Mesías’”. Es entonces cuando Jesús se adelanta en su mirada, fijándose
JOSEP BOIRA en Simón, de quien ya conoce su nombre y le anuncia un nombre nuevo para el futuro: “Te
—Profesor de llamarás ‘Cefas’” (v. 42).
Sagrada Escritura Sigue el relato. “Al día siguiente determinó encaminarse hacia Galilea y encontró a Felipe” (v.
43). No puede determinarse a ciencia cierta cuál es el sujeto de esta frase, si Jesús o Andrés,
pero sí se dice que Jesús llama a Felipe; no se puede descartar, por tanto, la mediación de An-
drés en este nuevo encuentro. El relato avanza: “Felipe encontró a Natanael y le dijo: ‘Hemos
encontrado a aquel de quien escribieron Moisés…’” (v. 45). Después de la primera negativa del
amigo (“¿De Nazaret puede salir algo bueno?”, v. 46), Felipe, con las mismas palabras con que
Jesús invitó el día anterior a los discípulos a seguirle (“venid y veréis”, v. 39); insiste a su amigo:
“Ven y verás” (v. 46), y accede. Y al igual que antes con Simón, la mirada de Jesús se adelanta:
“Vio Jesús a Natanael acercarse” y demostró conocerle como “un verdadero israelita en quien
no hay doblez” (v. 47), pues le dijo: “Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de Para reflexionar
la higuera, te vi” (v. 48).
¿Cómo se relacionan con el prólogo
De la fe a la visión del evangelio de San Juan la segunda
Este último encuentro con Natanael parece como un gran colofón a este primer capítulo del y tercera parte del primer capítulo del
evangelio de Juan, si lo vemos dentro de este ángulo particular de los encuentros y las mi- mismo evangelio?
radas. El discípulo de Caná queda sorprendido del conocimiento que Jesús tiene de él. Sin
duda, su personalidad parece distinta a la de Andrés, Simón y Felipe, quienes han creído “a ¿Qué han hecho inmediatamente los
la primera”. Él necesita algo más. Se parece algo a los enviados de los judíos, aunque estos discípulos que han encontrado a Jesús?
preguntan con rematada insistencia, hasta siete veces, como si preguntaran infinitamente,
pues no les satisface ninguna respuesta. Natanael solo una vez: “¿De Nazaret puede salir algo ¿Cuál es la actitud de Jesús ante el que
bueno?”. El resto de las preguntas quizá las ha meditado “debajo la higuera”, un modo enig- viene porque lo acerca a él un discípulo
mático que puede expresar cómo Natanael quiere ser el hombre dichoso que “se complace en suyo?
la Ley del Señor, y noche y día medita en su Ley. Será como un árbol frondoso […] que da fruto
a su tiempo” (Sal 1.1.2-3), no como la higuera que no da fruto y se seca (cf. Mc 11,13.20-21), y ¿En qué se diferencia la actitud de
de ese modo se prepara para encontrar a Jesús, para creer en él. Y a partir de la fe, Natanael, Natanael y la de los sacerdotes y levitas?
podrá ver cosas mayores.
La última revelación de Jesús se dirige no solo al nuevo discípulo, sino a todos, en plural. El
Maestro desvela cuáles son esas “cosas mayores” que verán esos discípulos, que representan
a los que creen, a los que han acogido a Jesús, a quienes han dado cabal testimonio de él y han
provocado esos encuentros con el Maestro. Los dos primeros discípulos “vieron dónde vivía”
Jesús, “y se quedaron con él aquel día” (v. 39), día que quedará grabado de modo imborrable
en sus vidas. El evangelista silencia el contenido de esa larga conversación del Maestro con
sus discípulos, como alimentando la esperanza de lector/oyente de poder experimentar lo
mismo. De algún modo el contenido de esa visión de dónde vivía Jesús está en las palabras
finales: “En verdad, en verdad os digo que veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir
y bajar sobre el Hijo del Hombre” (v. 51). El “cielo” es la casa del Padre, es el mismo Padre, a
cuya derecha mora el Jesús, el Hijo, que nos invita en esta tierra a acogerle en la fe, dando
testimonio de él como lo hicieron los primeros discípulos, en espera de la eterna visión. n