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EL AUTOR
El autor es el Apóstol Juan; el cual fue testigo de los acontecimientos que relata.
Veremos más tarde que el gran texto 1:14 es la clave para la comprensión del
Evangelio, y precisamente aquí el autor afirma:
1 Jn. 1:1-4
«lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos,
7:1 "Después Jesús recorrió la región de Galilea. Quería alejarse de Judea, donde los
líderes judíos estaban tramando su muerte"
10:22 "Ya era invierno, y Jesús estaba en Jerusalén durante el tiempo de Januká, el
Festival de la Dedicación.
Este judío de Palestina, conocedor exacto de la vida del país en el período del ministerio
de Cristo, que pretende ser testigo ocular tanto de los acontecimientos públicos como
de los privados, que se esconde bajo el velo de una semi-anonimidad, que es amigo de
Pedro, y tan íntimamente relacionado con el Señor que éste encomienda su madre a su
cuidado, no puede ser otro que el apóstol Juan. Pedro no era, desde luego, ni Jacobo,
que murió bajo la espada de Herodes, y la intimidad no corresponde a discípulo alguno
fuera del núcleo de «los tres».
1. Su juventud.
Por Juan 1:44 y Lucas 5:10 sabemos que era oriundo de Betsaida, al norte del Mar de
Galilea, siendo su padre Zebedeo, su madre Salomé y su hermano Jacobo (Mr. 1:19,
20; 15:40; Mt. 27:56).
El hecho de que Juan era conocido en el palacio del sumo sacerdote indica importantes
relaciones comerciales, o un lejano parentesco (Mr. 1:20; Mt. 27:56; Lc. 8:3; Jn.
18:15,16).
Por Juan 19:27 es evidente que Juan tenía el uso de una casa en Jerusalén.
Juan era uno de los dos que siguieron a Jesús después de la proclamación del Bautista.
1:35 "El siguiente día otra vez estaba Juan, y dos de sus discípulos.
Lo que nos indica que había aceptado el bautismo del arrepentimiento, estando
dispuesto a recibir al Mesías por el testimonio del precursor.
3. Discípulo-amigo de Jesús.
La sección 1:35 a 4:54 parece representar un período cuando Juan, Jacobo, Pedro y
Andrés pasaban algún tiempo con el Maestro sin dejar su negocio de la pesca.
4. Discípulo-apóstol.
En tres ocasiones Pedro, Juan y Jacobo fueron admitidos a revelaciones del Señor que
no recibieron los demás apóstoles, estas ocasiones son las siguientes:
Marcos 5:36 Jesús oyó lo que decían y le dijo a Jairo: «No tengas miedo. Solo ten fe».
2. En la transfiguración.
Mateo 17:1 Seis días después, Jesús tomó a Pedro y a los dos hermanos, Santiago y
Juan,
Mateo 26:36 Entonces Jesús fue con ellos al huerto de olivos llamado Getsemaní y dijo:
«Siéntense aquí mientras voy allí para orar».
El sermón profético se dio a los mismos, juntamente con Andrés (Mr. 13:3).
Jn. 13:22 Los discípulos se miraron unos a otros sin saber a cuál se refería Jesús.
Hch. 3:4 Pedro, con Juan, fijando en él los ojos, le dijo: Míranos.
6 Mas Pedro dijo: No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy; en el nombre de
Jesucristo de Nazaret, levántate y anda.
4:13 Entonces viendo el denuedo de Pedro y de Juan, y sabiendo que eran hombres sin
letras y del vulgo, se maravillaban; y les reconocían que habían estado con Jesús.
c. Cuando fueron enviados a Samaria.
8:14 Cuando los apóstoles que estaban en Jerusalén oyeron que Samaria había recibido
la palabra de Dios, enviaron allá a Pedro y a Juan.
8. Su estancia en Patmos.
Desterrado a Patmos por Domiciano (81-96 d. C.), recibió las visiones del Apocalipsis
(Ap. 1:1,4,9).
EL CARÁCTER DE JUAN
Juan y Jacobo, hijos de Zebedeo, son apellidados «Boanerges», «hijos del trueno» o
«del tumulto» (Mr. 3:17). Es de suponer, pues, que por naturaleza tenía un
temperamento fuerte, dado a explosiones de ira frente a los males que presenciara, y
este aspecto de su carácter se ilustra por los incidentes de Lucas siguientes:
50 Jesús le dijo:
Señor, ¿quieres que hagamos bajar fuego del cielo para que los consuma
55 Entonces Jesús se volvió a ellos y los reprendió.
Desde luego, todos los evangelistas detallan los acontecimientos del preludio y de la
consumación de la pasión en Jerusalén, pero es sólo Juan quien nos hace ver que Jesús
había llevado a cabo una gran obra en Judea entre la tentación y el principio de la
proclamación del Evangelio del Reino en la provincia norteña, y quien detalla el
ministerio de Cristo en los atrios del Templo durante sus frecuentes visitas a la capital.
Juan también narra la bendición espiritual que resultó de la visita del Señor a Sicar,
preparación tal vez para la futura campaña de Felipe y la amplia extensión del
Evangelio en esa provincia.
3. Es complementario en su cristología
La primera impresión que se recibe al leer algún pasaje de Juan es la de la sencillez del
vocabulario y del estilo. Ni el lector más sencillo se asusta, ya que halla delante de sí
vocablos muy conocidos, a menudo cortos, como lo son luz, vida, palabra (o verbo),
pecado, mundo, amor, saber, conocer, ver, testificar, creer, etc.
La sencillez del vocabulario y del estilo de Juan, no impide que trate con profundos
conceptos relacionados con la vida y la condición del hombre, con las manifestaciones
que Dios da de sí mismo y con el gran conflicto entre la luz y las tinieblas.
El concepto del «Logos» es filosófico en otros escritos, pero aquí Juan lo convierte en
un título que expresa al Hijo encarnado como revelación del Padre, y su sentido
esencial está al alcance de todo niño en Cristo.
«en la casa de mi Padre muchas moradas hay; si no fuera así, os lo hubiera dicho»
(14:2).
Pero en otros casos figuras como la del «Templo» (2:19), del «nuevo renacimiento»
(3:3—8), del «pan de vida» (6:1-35 y 41-58), del «buen pastor», de la «puerta»
(10:1-29), de la «vid verdadera» (15:1-16), se desarrollan ampliamente, resaltando
muchas facetas de la alegoría.
Juan elige 7 señales realizadas antes de la cruz, con otra después. Lo importante no es
la obra en sí, sino lo que «señala» o «revela». De estos milagros, seis son peculiares a
Juan.
2. La curación del hijo del noble (4:46-54) Señal del poder sanador del Verbo, ejercido
a distancia. Se ilustra la eficacia de la fe.
3. La curación del paralítico (5:1-18) Señal de la presencia del gran Restaurador, quien
llevaba a cabo las obras de Dios.
5. Cristo anda sobre el mar (6:16-21) Señal de su control de todo elemento natural en
beneficio de los suyos.
6. El ciego de nacimiento recibe la vista (9:1-38) Señal de la Luz que vino al mundo
para la guía de los sumisos.
A) Su deidad y plenitud
Muy conocida es la declaración: "Yo y el Padre uno somos" (10:30), osea una misma
esencia.
Llenando el sentido de su «plenitud» divina (1:16) frente a los hombres de fe, hallamos
las siete declaraciones:
Con frecuencia hallamos frases como éstas: «De cierto, de cierto os digo: No puede el
Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre" (5:19).
"No puedo yo hacer nada por mí mismo; según oigo, así juzgo; y mi juicio es justo,
porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió, la del Padre" (5:30).
"El Padre ama al Hijo, y todas las cosas ha entregado en su mano" (3:35)
"y todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío; y he sido glorificado en ellos" (17:10).
Lo que Jesús quería demostrar, al reiterar que nada hacía sin el Padre, es que Él se
distinguía de todos los impostores anteriores que pretendían ser el Mesías, ya que su
obra se identificaba perfectamente con la voluntad del Padre.
Juan había hecho una cuidadosa selección entre tantas señales y en el capítulo 20:31
nos expresa su finalidad general, con dichas señales:
«Pero estas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para
que creyendo, tengáis vida en su nombre».
La finalidad específica
Al propósito indicado en 20:31, hemos de añadir el del «texto clave» del Evangelio que
se halla en 1:14:
«Y el Verbo llegó a ser carne, y habitó entre nosotros, lleno de gracia y de verdad; y
vimos su gloria, gloria como del Unigénito del Padre».
Juan habla como uno de los testigos-apóstoles, y sus palabras en 1 Juan 1:14 nos
hacen saber que él y sus compañeros no sólo contemplaron la gloria del Verbo
encarnado, sino que también recibieron la comisión de declararla, con el fin de que
otros entrasen en plena comunión con el Padre y el Hijo.
He aquí el plan fundamental del autor: adelanta los grandes conceptos relacionados con
el Verbo, y luego los saca a la luz, los desarrolla y los ilustra, hasta llegar a la
consumación de la muerte y la resurrección.
1. El Verbo:
Para los griegos, el «logos» era el principio vital, la "razón divina", que crea, domina y
dirige la naturaleza y el universo.
escogió pues este término, que ya era común en la filosofía, para designar al Mediador,
echando así un puente entre el modo de pensar de los griegos y la verdad que brotó,
en su parte histórica, de Israel.
El Verbo del prólogo de Juan no es una vaga abstracción, sino Dios en manifestación y
en acción en Cristo.
Desde el principio (la eternidad) era con Dios (en relación especial con Dios) y era Dios.
Como tal era la Fuente y Origen de todas las cosas creadas, de la vida, y de la luz. El
gran tema del libro es que el Verbo «se hizo carne» (perfecta humanidad) para exhibir
la gloria de Dios por medio de una vida humana (1:14).
Algunos escritores hallan extraño que la designación del «Verbo» desaparezca después
del prólogo. De hecho cumplió su propósito al indicar al lector griego que el
protagonista del relato de Juan trascendía infinitamente el marco de unas ideas
judaicas sobre un Mesías nacional, siendo nada menos que el Mediador eterno entre
Dios y los hombres, el que dio realidad histórica a las aspiraciones del pensamiento
filosófico griego, al par que cumplió el sentido de la «palabra operante» del AT.
Cada señal, cada incidente, cada enseñanza refleja un rayo de gloria de las
innumerables facetas de la gracia de Dios revelada en Cristo.
2. La plenitud:
3. El Verbo Creador:
El plan es del Padre, pero la ejecución pertenece al Verbo Creador. Las dos señales de
convertir el agua en vino, y de dar de comer a la multitud, son milagros de creación, y
el concepto se relaciona estrechamente con el de la «plenitud» que se recibe por medio
del Verbo encarnado.
4. La Vida:
Cristo se presentó a Marta como «Vida», y lo que es más apropiado a nuestro caso,
como «Resurrección y Vida», ya que necesitamos vida después de la muerte.
«La vida era la luz de los hombres... la luz verdadera era la que, entrando en el mundo,
alumbra a todo hombre» (1:4,9).
La luz es una necesidad para la vida y, figurativamente, para toda orientación moral e
intelectual del hombre.
Su uso metafórico, en contraste con las tinieblas del mal, es tan patente que no
necesita recalcarse.
En los capítulos 8 y 9 Cristo se presenta como «luz del mundo», no sólo frente al
hombre fiel que le sigue, y que no andará en tinieblas, sino frente a los fariseos
hipócritas cuyos pecados secretos se revelaban por la luz que todo lo descubre (8:1-12
y el pasaje siguiente).
6. La gloria:
He aquí otro concepto clave del Evangelio. La «gloria» viene a ser la exteriorización de
los atributos de Dios, que se hacen visibles a los hombres (1:3), .
Los versículos 12 y 13 del prólogo describen una nueva familia de «hijos de Dios»,
engendrados de la sustancia de Dios (su vida) por el principio de la fe, y que se
contrastan con aquellos que debieron haber recibido al Creador cuando visitó a los
suyos, pero «no le recibieron».
Es decir, los judíos rebeldes, a pesar de su continuidad racial con Abraham, perdieron
sus privilegios por no reconocer al «Hijo», al Heredero.
Pero el plan de Dios no podía quedar frustrado, y en lugar de la nación (en esta
dispensación) forma una familia de los nacidos de arriba.
La nueva familia crece y se ve en contraste con los falsos hijos de Abraham (8:31-59;
10:23-29).
8. El Cordero de Dios:
El Prólogo hace mención del ministerio del Bautista en dos etapas, subrayando su
testimonio a la preeminencia de Cristo, y, como rasgo muy especial, su declaración de
que era «el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo» (1:29).
No bastaba que el Cristo fuese el Verbo revelador y mediador; ni siquiera que fuese la
Plenitud, pues la vida de Dios no podía comunicarse al hombre sin la obra de expiación
del pecado. A algunos les ha extrañado esta temprana referencia a la obra de
expiación, pero Juan era profeta, y si había comprendido tan claramente la naturaleza
de su propia misión por meditar en Isaías 40, ¿por qué no podía serle revelado también
que el Mesías era el Siervo de Jehová que había de padecer por el pueblo según Isaías
53?
Así se inician los anuncios de la pasión que, de una forma muy peculiar en este
Evangelio, anticipan la hora de dolor y de triunfo. El lenguaje de 19:33-36 se basa
también en el simbolismo del Cordero pascual, y todo el capítulo 19 lleva el concepto a
su culminación. Juan subraya el triunfo de la cruz: «Consumado es» (19:30.
9. El Espíritu Santo:
Juan el Bautista había de ver al Espíritu Santo descender y permanecer sobre el Hijo de
Dios (1:32-34), sabiendo al mismo tiempo que éste bautizaría en Espíritu Santo, que es
la consumación de su obra redentora desde la diestra. Así se abre paso a la rica
doctrina sobre el Espíritu Santo que caracteriza a este Evangelio, siendo tema
predominante del discurso en el cenáculo.
Al final un acto simbólico representa la manera en que el Cristo exaltado había de dar el
Espíritu Santo a los suyos (20:22, comp. 7:37-39 y Hch. 2:1-4,33).
10. El testimonio:
El Bautista se presenta en el prólogo como el que desvía las miradas de los hombres de
su persona, para que se fijen en Aquel que venía. Era el testigo fiel por excelencia
(1:6—8,19-36).
Así se inicia el tema del «testimonio» que ocupa lugar prominente en el Evangelio. Sólo
el Hijo pudo ser testigo de las cosas de arriba (3:11-13,31-33), y, al acabar su
testimonio en la tierra, nombró a los testigos-apóstoles, cuyo mensaje había de ser
vivificado por el testimonio celestial del Espíritu Santo en ellos (15:26,27; 16:7-15,
comp. también 5:31-47).
11. Creer:
Sólo este gran principio, posible a todos, puede anular la tragedia de la Caída y poner al
hombre en contacto con el Salvador para vida eterna.
Desde el punto de vista de las reacciones humanas es el tema más importante del
Evangelio, y al presentarse Cristo dice en efecto a todos: «¿Crees tú en el Hijo del
Hombre?» (9:35; comp. 3:14-18,36; 6:29,35-58,69).
«La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no prevalecieron contra ella» (mejor
traducción que «no la comprendieron»; 1:5).
Al umbral del Evangelio se nos presenta la lucha entre la luz de la presencia del Verbo
en el mundo, y la oposición a ella de todas las fuerzas del mal, los poderes «anti-Dios»
de las tinieblas. A través de todo el libro la presentación del Dios-Hombre provoca
distintas reacciones entre los observadores, lo que ilustra esta lucha fundamental.
Desde el principio algunos responden con humildad y fe, reconociendo al
Mesías-Salvador (1:37-51).
Pero pronto reaccionan en contra de la luz las clases privilegiadas que preferían sus
intereses creados de religión, de dinero y de prestigio humano, a los rayos de la
revelación de la «gloria de Dios en la faz de Jesucristo» (2:13-25).
La tensión producida por esta lucha va en aumento a través del Evangelio hasta que el
creciente odio de los príncipes logra, en lo humano, que un débil gobernador gentil
sentencie al Cristo de Dios a la cruz. Pero las tinieblas no prevalecieron contra la luz,
que brotó con renovada fuerza en el día de la resurrección, iluminando los corazones de
los fieles con luz que nunca había de apagarse.
Aun las tinieblas del calvario se convirtieron en «gloria» por medio de la revelación del
corazón y del propósito de gracia de Dios.
13. El amor:
El amor (en su forma verbal) no se halla hasta que llegamos a 3:16, pero desde
entonces llega a ser tema fundamental del libro, asociado muchas veces con la
obediencia (15:9,10). Si la fe es la antítesis de la soberbia del hombre que se cree
suficiente por sí,
el amor, definido a la luz de 3:16, es la antítesis del egoísmo que busca lo suyo.