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RAZONES

Dos Dentro de los relatos de la pasión y muerte de Jesús, los cuatro evangelios narran detallada-
mente lo ocurrido después del prendimiento en Getsemaní y antes de que fuera conducido

interrogatorios
a Pilato. En concreto, el interrogatorio ante el sumo sacerdote y las negaciones de Pedro. Los
relatos de Mateo y Marcos son prácticamente idénticos: ambos episodios son presentados
secuencialmente. Primero, el interrogatorio a Jesús, luego el de Pedro, destacando así el

(Mc 14, 53-72) marcado contraste. Lucas lo hace al revés, indicando un orden cronológico: después de las
negaciones de Pedro y los ultrajes a Jesús, “al hacerse de día” (Lc 22, 66), Jesús es interrogado
ante el Sanedrín. Juan, sin embargo, presenta ambos hechos simultáneamente. Centrémonos
en el relato de Marcos, aunque señalaremos algunos matices presentes en los otros evangelios.

Jesús y Pedro
En primer lugar, el evangelista presenta a los dos personajes: Jesús conducido al sumo sacer-
dote; y Pedro que le sigue. La situación de ambos es bien distinta. Jesús llevado por la fuerza,
atado, ante las autoridades religiosas: “todos los príncipes de los sacerdotes, los ancianos y los
escribas” (Mc 14, 53). Pedro “desde lejos”, camina libremente, pero algunos detalles reflejan
su estado de ánimo: Juan apunta que entra en el palacio del sumo sacerdote como a tientas,
pues primero prefiere quedarse fuera, pero otro discípulo le introduce dentro del palacio (cf.
Jn 18, 16). Allí, entre los sirvientes del sumo sacerdote, se sienta a la lumbre de un fuego, para
calentarse (Cf. Mc, Lc y Jn) y presenciar el desenlace (Cf. Mt 26, 58) como si fuera un especta-
dor anónimo de aquel juicio.
JOSEP BOIRA
—Profesor de Interrogatorio a Jesús
Sagrada Escritura Las autoridades empiezan a buscar testimonios contra Jesús, pero sin éxito: son falsos testi-
gos y sus testimonios no concuerdan; transgreden de ese modo la ley mosaica, que prohíbe
dar falso testimonio en causa capital contra el prójimo (cf. Lv 19, 16). Se cumple así lo que a
menudo lamenta el salmista: “Se levantaban testigos inicuos: / me pedían cuenta hasta de
lo que ignoraba […]; / traman engaños contra los pacíficos del país” (Sal 35, 11.20); “el impío
concibió iniquidad, / se preñó de maldad / y parió engaño” (Sal 7, 15).
Normalmente, de una mentira, se puede obtener un beneficio, aunque al final se descubra
el engaño. Pero de varias mentiras sobre un mismo asunto, se obtiene una gran confusión,

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SAGRADA ESCRITURA

más aun si el objeto de esas mentiras es el mismo Jesús, la Verdad encarnada. Entonces el
confusionismo llega al extremo. Solo el silencio de quien es la Palabra verdadera acalla las Para reflexionar
voces de los falsos acusadores: Jesús “permanecía en silencio y nada respondió” (Mc 14, 61).
También aquí Jesús cumplió la Escritura en el hombre calumniado que dice: “Pero yo soy ¿Qué busca el evangelista Marcos al narrar
como un sordo, no quiero oír, / como un mudo, no abro la boca; / soy como hombre que no oye, secuencialmente los dos interrogatorio,
/ ni tiene réplica en su boca” (Sal 38, 14-15). Ese silencio se repetirá ante Herodes (cf. Lc 23, 9) primero el de Jesús y luego el de Pedro?
y ante Pilato (Jn 19, 9).
Viene entonces la pregunta del sumo sacerdote: “¿Eres tú el Mesías, el Hijo del Bendito?”, Jesús ¿Qué detalle significativo aporta Lucas
responde afirmativamente: “Yo soy” (Mc 14, 61-62). Como dijo Jesús ante los fariseos: “aunque en su relato?
yo doy testimonio de mí mismo, mi testimonio es verdadero” (Jn 8, 14). Ante tan clara respues-
ta, considerada una “blasfemia”, “todos ellos sentenciaron que era reo de muerte” (Mc 14, 64). ¿En qué se diferencian el testimonio de
Jesús y el de Pedro?
Pedro
Miremos ahora a Pedro, en una situación bien distinta. En el camino hacia el palacio, seguía ¿De qué modo “se acerca” finalmente
a Jesús “desde lejos” (v. 54). Luego, se quedó “abajo en el atrio” (v. 66) a una prudente distan- Pedro a Jesús?
cia, como en el lamento del salmista: “Mis amigos y compañeros se alejan por mis dolencias,
/ mis parientes se mantienen a distancia” (Sal 38, 12). Pedro, sentado entre los sirvientes y
bien protegido del frío, no podía imaginar que también él iba a ser sometido a un interroga-
torio, esta vez por parte de jueces improvisados: una criada se dirige a él abiertamente y con
seguridad: “Tú también estabas con Jesús, ese Nazareno” (v. 66). Pedro lo niega y “salió fuera”
(v. 68), alejándose más de Jesús. “Y cantó un gallo” (v.68). Entonces la criada proclama con
insistencia a los que estaban alrededor que Pedro “es de los suyos”, de los de Jesús (v. 69). Por
último, son los que estaban allí quienes delatan a Pedro: “Desde luego eres de ellos, porque
también tú eres galileo”. La tercera negación es con “imprecaciones” y juramentos: “¡No conozco
a ese hombre del que habláis!” (v. 71).
El contraste así llega al extremo: unas “acusaciones” verdaderas y un testimonio falso li-
beran a Pedro. Por otro lado, unas acusaciones falsas y un “testimonio verdadero” llevan a
Jesús a la condena.
Pero el segundo cantó del gallo recuerda a Pedro las palabras premonitorias de Jesús pocas
horas antes, camino de Getsemaní: “Antes de que cante el gallo dos veces, me habrás negado
tres” (v. 72; cf. v. 30). Es entonces cuando Pedro “se acerca” a Jesús por el arrepentimiento:
“rompió a llorar” (v. 72). El evangelista Lucas aporta un significativo detalle, que acorta todavía
más la distancia que se había producido entre el Maestro y el discípulo. No solo es el canto
del gallo, sino el mismo Señor que “se volvió y miró a Pedro” (Lc 22, 61). n

Mc 14, 53-72 leído en la Tradición


San Jerónimo, Comentario al Evangelio de San Marcos San León Magno, Sermones, 60, 4
“Dios nuestro Salvador que ha redimido al mundo llevado de su mise- “Felices tus lágrimas, santo Apóstol, que tuvieron la virtud del santo
ricordia, se deja conducir a la muerte como un cordero sin decir una bautismo para borrar la culpa de la negación. Intervino, pues, la diestra
palabra; ni se queja ni se defiende. El silencio de Jesús obtiene el perdón de nuestro Señor Jesucristo, para impedir tu precipicio cuando ya caías;
de la protesta y excusa de Adán” y recobraste la fortaleza de perseverar, en el mismo peligro de caer.
Pronto, pues, se rehabilitó Pedro, como quien recibe una nueva fuerza;
San Ambrosio y en tanto grado, que el que entonces se había asustado de la pasión
“Negó [Pedro] por primera y segunda vez, y no lloró, porque aún no lo de Cristo, permaneció después constante sin temer su propio martirio”.
había mirado el Señor. Pero negó la tercera vez, lo miró el Señor, y en
seguida lloró amargamente. Tú también, si quieres lavar tus pecados,
lava tus culpas con tus lágrimas”.

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