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Esto exige una respuesta plena, a satisfacción del cliente, a una cuestión clave: ¿Qué saca el cliente (de
forma positiva y no positiva) con perpetuar esa conducta destructora? El asesor impulsa luego al cliente
a analizar posibles alternativas al pensamiento, al sentimiento y la acción contraproducente. La siguiente
etapa del proceso consiste en establecer objetivos que el cliente pueda alcanzar de forma concreta y
real. Una vez establecidos los objetivos, el cliente prueba los hábitos alternativos propuestos en las
sesiones de asesoramiento, en las que el asesor proporciona intervenciones, estructuras, actividades o
simulaciones auxiliares. Se inician luego, y se aceptan de forma mutua, tareas psicológicas que el cliente
ha de ejecutar por su cuenta, y ensaya éste la nueva conducta en su mundo personal, fuera de la sesión
de asesoramiento, que es donde importa de veras. En sesiones posteriores, el 15 1. 2. 3. cliente informa
sobre las nuevas ideas y los nuevos sentimientos engendrados por la nueva forma de pensar y por los
nuevos hábitos. Siguen a esto objetivos de conducta revisados, que se establecen como resultado del
análisis y la valoración del asesoramiento. Estos informes se prolongan durante todo el período de
asesoramiento. El individuo incorpora las nuevas ideas y los nuevos hábitos, o bien los rechaza, o bien
queda reciclado para un análisis suplementario, para comprenderse a sí mismo y establecer objetivos. El
propósito básico es la adquisición e incorporación al propio sistema del sujeto de nuevos hábitos
realmente eficaces.
Hay una serie de supuestos básicos en la definición anterior. Los más
significativos son los siguientes:
Si el éxito del asesoramiento se mide por la nueva conducta de un cliente que pasa a llevar una vida que
controla de modo más personal, es necesario añadir algo más respecto a esta definición: todo el proceso
persigue su propia disolución. El asesor que funciona a niveles similares o más bajos que el cliente en
cualquier dimensión concreta de la vida sobre la que se ha centrado el asesoramiento, ya no es de
utilidad para ese cliente. Lo vital es el proceso de asesoramiento, no el asesor concreto que lo ha
plasmado y ha sido su instrumento.
La aptitud o competencia asesora es un concepto más amplio que el dominio técnico del asesoramiento.
Podemos definirla como una capacidad de juicio bien informado que ayuda al asesor a realizar
valoraciones precisas de los datos de la realidad del cliente y de lo que ha sucedido en el proceso asesor,
a corto y largo plazo, o lo largo de su duración.
Este proceso de valoración es paralelo y contiguo al asesoramiento. Es decir, siempre que el asesor está
en presencia del cliente y tiene la posibilidad de emprender una u otra acción, tras la que elija el asesor
hay una aptitud o competencia mayor o menor. Así pues, la competencia asesora, el procesado mental
crítico de los datos de realidad del asesoramiento es la base de la selección e iniciación de conductas
personales que deliberadamente centran y aceleran la interacción asesora. Sin duda, es más difícil de
definir operativamente la competencia del asesor que el dominio de técnicas de asesoramiento; exige
un nivel de funcionamiento mental más elevado que supone el uso de conocimientos acumulados,
percepción precisa y capacidad de diagnóstico; proviene de la matriz misma de la experiencia analizada:
cuanta más mejor.
Casi todas las demás técnicas son de más importancia para el progreso del cliente. Tom Anderson, que
manifestó un abanico más amplio de dominio técnico en un nivel más bajo de ejecución, podría parecer
así un asesor menos eficaz que Carl, si se comparasen sus puntuaciones en la escala, cuando, en
realidad, sería un asesor más competente. Este problema de la importancia desigual de los elementos
de la escala se resuelve mediante una contabilización diferencial de las catorce técnicas y ha de
incorporarse en las revisiones de la escala. Otro problema es el relacionado con el sujeto que hace la
clasificación. Hay que adiestrar a los clasificadores para que valoren con precisión cada manifestación de
una capacidad técnica. Hemos aprendido que es posible instruir a clasificadores, aunque la clasificación
quizá no muestre ni materialice la capacidad técnica dada en cuestión cuando se pida personalmente
que se haga así. Esto es de suma importancia en las autovaloraciones clasificatorias del asesor hayamos
utilizado.