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Destructividad vengativa
Destructividad de éxtasis
He dado estos ejemplos del sadismo de Stalin porque vienen muy bien
para introducir la cuestión principal: la naturaleza del sadismo. Hasta ahora
hemos tratado descriptivamente varios tipos de comportamiento sádico:
sexual, físico y mental. Estas diferentes formas de sadismo no son
independientes unas de otras; el quid está en hallar su elemento común, la
esencia del sadismo. El psicoanálisis ortodoxo pretende que es común a
todas estas formas un aspecto particular de la sexualidad; en la segunda fase
de la teoría de Freud se aseveraba que el sadismo era una mezcla de Eros
(sexualidad) y el instinto de muerte, dirigido hacia fuera de uno mismo,
mientras que el masoquismo es una mezcla de Eros y el instinto de muerte,
dirigido hacia uno mismo.
Frente a esto propongo que el fondo del sadismo, común a todas sus
manifestaciones, es la pasión de tener poder absoluto e irrestricto sobre un
ser vivo, ya sea animal, niño, hombre o mujer. Obligar a alguien a aguantar
dolor o humillación sin que se pueda defender es una de las manifestaciones
del poderío absoluto, pero no la única. La persona que tiene un poder total
sobre otro ser vivo hace de ese ser su cosa, su propiedad, mientras que ella
se convierte en dios del otro ser. A veces incluso puede ser bueno el
poderío, en cuyo caso podríamos hablar de sadismo benévolo, como el que
se halla en los casos en que una persona manda a otra por su propio bien, y
en realidad la favorece de muchos modos, salvo que la tiene en
servidumbre. Pero en general, el sadismo es malévolo. El poder total sobre
otro ser significa menoscabarlo, ahogarlo, malograrlo. Ese poder puede ser
de todas las formas y en todos los grados.
La pieza teatral de Camus Calígula proporciona un ejemplo de poder
sádico extremado que equivale a un deseo de omnipotencia. Vemos a
Calígula, elevado por las circunstancias a una posición de poderío ilimitado,
que cada vez se va hundiendo más y más en su ansia de poder. Se acuesta
con las esposas de los senadores y goza con la humillación de ellos cuando
tienen que obrar como amigos admiradores y serviles. Mata a algunos de
ellos, y los que quedan han de sonreír y bromear todavía. Pero ni siquiera
todo este poder le satisface; quiere el poder absoluto, quiere lo imposible.
Como le hace decir Camus, «Quiero la luna».
Es harto fácil decir que Calígula está loco, pero su locura es un modo de
vida; es una solución al problema de la existencia humana, porque favorece
la ilusión de omnipotencia y trasciende las fronteras de la existencia
humana. En el proceso de tratar de conquistar el poder absoluto, Calígula
perdió todo contacto con los hombres. Se convirtió en excluido al
excluirlos; tenía que volverse loco porque al fallar su aspiración de
omnipotencia quedó nada más un individuo solitario e impotente.
El caso de Calígula es, naturalmente, excepcional. Pocas personas
tuvieron jamás la oportunidad de lograr tanto poder como para hacerse la
ilusión de que llegara a ser absoluto. Pero ha habido algunos casos en la
historia hasta nuestra época. Si quedan victoriosos, son celebrados como
grandes estadistas o generales. Si pierden, se les considera locos o
criminales.
Esta solución extrema al problema de la existencia humana le está
vedada a la persona común y corriente. Pero en muchos sistemas sociales,
entre ellos el nuestro, incluso en los niveles sociales inferiores puede haber
quien tenga mando sobre otros. Siempre hay hijos, esposas o perros a quien
mandar; o bien gente indefensa, como los presos de las cárceles o los
pacientes de los hospitales, si no son acomodados (sobre todo los enfermos
mentales), los alumnos de las escuelas, los miembros de las burocracias
civiles. Depende de la estructura social el grado en que el poder efectivo de
los superiores sea en cada uno de esos casos controlado o restringido y por
ende, la posibilidad que sus puestos les ofrezcan de satisfacción sádica.
Aparte de todas estas situaciones, las minorías religiosas y raciales, en tanto
inermes, ofrecen una ingente oportunidad de satisfacción sádica aun al
miembro más pobre de la mayoría.
El sadismo es una de las soluciones al problema de haber nacido
humano, cuando no son posibles otras mejores. La experiencia del poder
absoluto sobre otro ser, la omnipotencia en lo relacionado con él, crea la
ilusión de trascender los límites de la existencia humana, sobre todo en
aquel para quien la vida real está exenta de productividad y alegría. El
sadismo, por esencia, no tiene objetivo práctico; no es «trivial» sino
«devocional». Es la transformación de la impotencia en la experiencia de
la omnipotencia; es la religión de los lisiados psíquicos.
Pero no toda situación en que una persona o un grupo tiene poder
incontrolado sobre otro engendra el sadismo. Muchos —quizá la mayoría—
de los padres, guardianes de prisión, maestros de escuela y burócratas no
son sádicos. Por cierto número de razones, la estructura de carácter de
muchos individuos no conduce a la formación del sadismo aun en
circunstancias que ofrecen una buena oportunidad para ello. Las personas
que tienen un carácter predominantemente favorable a la vida no se dejan
seducir fácilmente por el poder. Pero sería una simplificación exagerada y
peligrosa clasificar a la gente en diablos sádicos y santos no sádicos. Lo que
importa es la intensidad de la pasión sádica que hay en la estructura de
carácter de una persona. En el carácter de muchas personas pueden hallarse
elementos sádicos, pero compensados por fuertes tendencias favorables a la
vida, de modo que no es posible catalogarlas como sádicas. No es raro
entonces el conflicto interno entre las dos tendencias, con el resultado de
una mayor sensibilidad al sadismo y una formación de reacciones alérgicas
contra todas sus manifestaciones. (En el comportamiento marginal leve
puede haber todavía huellas de tendencias sádicas, bastante ligeras para
pasar inadvertidas). Hay otras con carácter sádico en que el sadismo al
menos está contrapesado por otras fuerzas (no meramente reprimido), y si
bien es cierto que pueden sentir cierto gusto en dominar a gente indefensa,
no participarían en torturas verdaderas o atrocidades semejantes ni se
deleitarían con ellas (salvo en circunstancias extraordinarias, como una
locura colectiva). Esto puede verse en la actitud del régimen hitleriano
respecto de las atrocidades sádicas que ordenaba. Tenía que guardar la
exterminación de los judíos y de los civiles polacos y rusos en secreto total,
conocido sólo de un pequeño grupo de la élite de los SS e ignorado de la
inmensa mayoría de la población alemana. En muchas alocuciones,
Himmler y otros ejecutores de atrocidades insistían en que las muertes
debían efectuarse de un modo «humano», sin excesos sádicos, ya que de
otro modo hubieran sido repugnantes incluso para las tropas de SS. En
algunas circunstancias se dieron órdenes de que a los civiles rusos y polacos
que debían ser ejecutados se les hiciera un juicio breve proforma, para dar a
sus ejecutores la impresión de que el fusilamiento era «legal». Todo esto
parece absurdo en su hipocresía, pero es de todos modos la prueba de que
los dirigentes nazis creían que los actos sádicos en gran escala serían
sublevantes para muchos partidarios por lo demás leales del régimen. Desde
1945 ha salido a la luz mucho material, pero todavía no se ha investigado
sistemáticamente hasta qué grado los alemanes se sentían atraídos por los
actos sádicos, aunque evitaran saber de ellos.
Los rasgos de carácter sádicos no pueden entenderse si uno los aísla de
toda la estructura del carácter. Son parte de un síndrome que ha de
entenderse como un todo. Para el carácter sádico todo cuanto vive puede ser
controlado. Los seres vivos se convierten en cosas. O, más exactamente
aún, los seres vivos se transforman en objetos de control vivos,
temblorosos, pulsátiles. El que los controla les impone las respuestas. El
sádico quiere convertirse en amo de la vida y de ahí que en su víctima deba
conservarse la propiedad de la vida. Esto es, en realidad, lo que lo distingue
de la persona destructora. El destructor quiere acabar con la persona,
eliminarla, extinguir la vida misma; el sádico necesita la sensación de
dominar y sofocar la vida.
Otro rasgo propio del sádico es que sólo lo estimulan los inermes, nunca
los fuertes. No ocasiona ningún placer sádico, por ejemplo, infligir una
herida a un enemigo en una lucha entre iguales, porque en esa situación la
herida infligida no es manifestación de control. Para el carácter sádico sólo
hay una condición admirable, y es el poder. Admira, ama, se somete a
quienes tienen poder, y desprecia y quiere dominar a los indefensos que no
pueden hacerle frente.
El carácter sádico teme a todo lo incierto e impredecible, lo que
presenta sorpresas que le obligarían a reaccionar en forma espontánea y
original. Por esta razón teme la vida. Lo espanta ésta precisamente porque
es, por su misma índole, insegura e impronosticable. Está estructurada, pero
no ordenada; sólo hay una seguridad en la vida: que todos los hombres
mueren. El amor es igualmente inseguro. Ser amado requiere una capacidad
de amar uno mismo, de despertar amor, y siempre entraña el riesgo del
rechazo y el fracaso. Por eso el carácter sádico sólo puede «amar» cuando
manda, cuando tiene poder sobre el objeto de su amor. El carácter sádico
suele ser xenófobo y neófobo: lo que es extraño constituye novedad, y lo
que es nuevo despierta temor, suspicacia y disgusto, porque de otro modo
habría que reaccionar espontáneamente, en forma vivaz, no rutinizada.
Otro elemento del síndrome es la sumisión y cobardía del sádico. Puede
parecer una contradicción que el sádico sea sumiso, pero no lo es…
dinámicamente hablando es necesario que así sea. Es sádico porque se
siente impotente, sin vida ni poder. Compensa este defecto teniendo poder
sobre otros, transformando en un dios el gusano que él siente ser. Pero
incluso el sádico con poder padece de su impotencia humana. Podrá matar y
torturar, pero no deja de ser por eso una persona sin amor, aislada y
asustada, que necesita un poder superior al que someterse. Para los que
estaban un escalón más abajo de Hitler, el poder máximo era el Führer; para
el propio Hitler, era el Destino, las leyes de la Evolución.
La necesidad de someterse tiene sus raíces en el masoquismo. Sadismo
y masoquismo, invariablemente ligados, son contrarios en términos
conductistas pero en realidad son dos facetas de una situación fundamental:
la sensación de impotencia vital. Tanto el sádico como el masoquista
necesitan otro ser para que los «complete», por decirlo así. El sádico hace
de otro ser la prolongación de sí mismo; el masoquista se hace la
prolongación de otro ser. Ambos buscan una relación simbiótica porque
ninguno de ellos tiene su centro dentro de sí. El sádico parece libre de su
víctima, pero la necesita de un modo perverso.
A causa de la íntima relación entre sadismo y masoquismo es más
correcto hablar de carácter sadomasoquista, aunque en una persona
determinada predomine el uno o el otro aspecto. El carácter sadomasoquista
ha sido denominado también «autoritario», traduciendo el aspecto
psicológico de su estructura de carácter a términos de actitud política. Este
concepto halla su justificación en el hecho de que las personas cuya actitud
política suele calificarse de autoritaria (activa y pasiva) por lo general
presentan (en nuestra sociedad) los rasgos del carácter sadomasoquista:
dominio sobre los que están abajo y sumisión para con los de arriba[210].
El carácter sadomasoquista no puede entenderse plenamente sin
referencia al concepto freudiano del «carácter anal», ampliado por sus
discípulos, en especial K. Abraham y Ernest Jones.
Freud (1908) creía que el carácter anal se manifestaba en un síndrome
de rasgos caracteriales: tenacidad, orden y parsimonia, a los que después
añadió puntualidad y limpieza. Suponía él que el síndrome radicaba en la
«libido anal», cuya fuente es la zona erógena anal. Los rasgos de carácter
del síndrome se explicaban como formaciones de reacción o sublimaciones
de las metas de esa libido anal.
Al tratar de poner en lugar de la teoría de la libido el modo de relación
llegué a la hipótesis de que los diversos rasgos del síndrome son
manifestaciones del modo de relación conservador de la distancia,
dominante, de rechazo y atesoramiento («carácter acumulativo»).
(E. Fromm, 1947). Esto no implica que las observaciones clínicas de Freud
en relación con el papel particular de todo lo relacionado con las heces
fecales y el movimiento intestinal no fuera acertado. Por el contrario, en la
observación psicoanalítica de individuos he hallado plenamente
confirmadas las observaciones de Freud. Pero la diferencia está en la
respuesta a esta cuestión: ¿Es la libido anal la fuente de la preocupación por
las heces, e indirectamente del síndrome de carácter anal, o es el síndrome
la manifestación de un modo especial de relación? En este último caso es
necesario entender el interés anal como otra expresión, pero simbólica, del
carácter anal y no como su causa. Las heces son ciertamente un símbolo
muy apropiado: representan lo que eliminado del proceso de la vida humana
ya no sirve para ella[211].
El carácter acumulativo es ordenado con cosas, pensamientos y
sentimientos, pero su orden es estéril y rígido. No puede soportar que los
objetos estén fuera de su lugar, y tiene que ponerlos en orden; de este modo
manda en el espacio; por la puntualidad irracional, manda en el tiempo; por
la limpieza compulsiva rompe el contacto que tenía con el mundo,
considerado sucio y hostil. (Pero a veces, cuando no ha habido formación
de reacción ni sublimación, no es exageradamente limpio sino propende a la
suciedad). El carácter acumulativo se siente a sí mismo como una fortaleza
asediada: tiene que impedir que salga nada y economizar cuanto está
dentro. Su tenacidad y obstinación constituyen una defensa casi automática
contra la intrusión.
El acumulativo propende a sentir que posee sólo una cantidad fija de
fuerza, energía o capacidad mental y que esa reserva disminuye o se agota
con el uso y nunca puede reponerse. No puede entender la función de
autorreposición o autorrenovación de toda sustancia viva, y que la actividad
y el uso de nuestros poderes aumenta nuestra fuerza, mientras el
estancamiento la debilita; para él, la muerte y la destrucción tienen más
realidad que la vida y el desarrollo. El acto de creación es un milagro de
que oye hablar pero en el que no cree. Sus valores supremos son el orden y
la seguridad; su divisa, «nada nuevo bajo el sol». En su relación con los
demás, la intimidad es una amenaza; la distancia o la posesión de una
persona significa seguridad. El acumulativo tiende a ser suspicaz y a un
sentido especial de justicia que en esencia es: «Lo mío es mío y lo tuyo,
tuyo».
El carácter anal-acumulativo sólo tiene un modo de sentirse seguro en
su relación con el mundo: poseerlo y dominarlo, ya que es incapaz de
relacionarse por el amor y la productividad.
Los datos clínicos sustentan ampliamente la íntima relación del carácter
anal-acumulativo con el sadismo descrita por los psicoanalistas clásicos, y
no importa gran cosa que se interprete esta relación en función de la teoría
de la libido o de la relación del hombre con el mundo. También lo prueba el
hecho de que los grupos sociales con carácter anal-acumulativo tienden a
dar muestras de un alto grado de sadismo[212].
Más o menos equivalente del carácter sadomasoquista, en un sentido
social más que político, es el carácter burocrático[213]. En el sistema
burocrático cada persona domina a la que está situada debajo y es dominada
por la que está situada arriba. Tanto los impulsos sádicos como los
masoquistas pueden realizarse en ese sistema. A los de abajo, el carácter
burocrático los menosprecia; a los de arriba, los admira y teme. Basta ver la
expresión del rostro y oír la voz de cierto tipo de burócrata criticando a su
subordinado o mirándolo ceñudo cuando llega un minuto tarde, o bien
insistiendo en el comportamiento que indica, por lo menos simbólicamente,
que en las horas de oficina el otro «pertenece» a su superior. O podríamos
pensar en el burócrata que está tras la ventanilla de correos y observar su
ligera sonrisita apenas perceptible cuando la cierra a las 5:30 p. m. en punto
mientras las dos personas que quedaban y llevaban media hora esperando se
retiran y tendrán que volver mañana. Lo importante no es que deje de
vender timbres a las 5:30 en punto; lo que importa en su comportamiento es
el hecho de que goza frustrando a la gente, mostrándoles que es él quien
manda, y esa satisfacción se refleja en su rostro[214].
Innecesario es decir que no todos los burócratas a la antigua son
sádicos. Sólo un estudio psicológico profundo podría mostrar cuál es la
incidencia de sadismo en este grupo en comparación con los no burócratas
o los burócratas contemporáneos. Para mencionar sólo algunos ejemplos
descollantes, el general Marshall y el general Eisenhower, ambos miembros
de suprema categoría de la burocracia militar durante la segunda guerra
mundial, eran conocidos por su falta de sadismo y su verdadera
preocupación por la vida de sus hombres. Por otra parte, cierto número de
generales alemanes y franceses de la primera guerra mundial fueron
notorios por la dureza y brutalidad con que sacrificaron la vida de sus
soldados para fines tácticos desproporcionados.
En muchos casos, el sadismo se disfraza de amabilidad y parece
benevolencia respecto de ciertas personas en algunas circunstancias. Pero
sería erróneo pensar que la amabilidad sencillamente lleva la intención de
engañar o que sólo es una actitud sin base en un sentimiento genuino. Para
comprender mejor este fenómeno es necesario considerar que muchas
personas sanas desean conservar una imagen de sí mismas que las haga
humanas por lo menos en algunos respectos. Ser completamente inhumano
significa estar totalmente aislado, perder toda sensación de formar parte del
género humano. Por eso no es sorprendente que haya muchos datos que nos
hacen suponer que la ausencia total de generosidad, amistad o ternura para
con ningún ser humano a la larga origina una angustia intolerable. Hay
informes[215] de casos de insania y trastornos psíquicos, por ejemplo, entre
hombres que estaban en las formaciones especiales nazis y que hubieron de
matar a millares de personas. Con el régimen nazi, cierto número de
funcionarios que debían cumplir las órdenes de matanzas en masa sufrieron
colapsos nerviosos llamados Funktionärskrankheit («enfermedad de los
funcionarios»)[216].
He empleado las palabras «control», «dominio», «mando», «poder»,
etc. en relación con el sadismo, pero debemos tener clara conciencia de su
ambigüedad. Poder significa poder sobre la gente, o bien sobre las cosas. A
lo que el sádico aspira es al poder sobre la gente, precisamente porque no
tiene poder para ser. Por desgracia, muchos escritores emplean
ambiguamente estas palabras con el fin de que con el «poder sobre» se
introduzca de contrabando el «poder para» o «poder de». Además, la falta
de control no significa ausencia de todo tipo de organización sino sólo de
esos tipos en que el control o mando es explotador y los controlados no
pueden controlar a los controladores. Hay muchos ejemplos de sociedades
primitivas y comunidades especiales contemporáneas en que existe una
autoridad racional basada en el consentimiento verdadero —no manipulado
— de todos, y donde no aparecen relaciones de «poder sobre».
Claro está que quien no tiene poder para defenderse padece también
caracterológicamente, Puede hacerse sumiso y masoquista en lugar de
sádico. Pero su efectiva falta de poder podría también conducir en él a la
aparición de virtudes como la solidaridad y la compasión, así como a la
creatividad. Carente de poder y por ende esclavizable, o provisto de poder y
por ende deshumanizable: son dos males. Lo que ha de obviarse sobre todo
es la cuestión de convicción religiosa, moral o política. El budismo, la
tradición judía que arranca de los profetas y los evangelios cristianos toman
una decisión clara, contraria al pensamiento contemporáneo. Es
perfectamente legítimo establecer diferencias entre poder y no poder, pero
hay que evitar un peligro: el empleo ambiguo de ciertas palabras que
recomienden servir a Dios y al César simultáneamente, o, todavía peor, que
los designen.
Franzosen, Franzosen, O gebt nur recht acht für euch wird kein
Pardon gemacht.
Uns’re Kugeln pfeifen und sausen
und verbreiten euch Schrecken und Grauen
wenn wir da so unheimlich hausen.[a]