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Para entender el mundo social en el que nos movemos, poder predecir la conducta de los demás y
adoptar decisiones, necesitamos mecanismos mentales que nos permitan resolver los problemas
que ese medio nos plantea continuamente.
La perspectiva de la cognición social se basa en el supuesto de que la conducta social está mediada
cognitivamente (interpretamos el contexto social), es decir, nuestra interacción con los demás está
determinada por lo que pensamos de nosotros mismos, de los demás y del contexto.
Los psicólogos sociales utilizan también el término cognición social para referirse al conjunto de
procesos mediante los cuales interpretamos, analizamos, recordamos y empleamos la información
sobre el mundo social. (Procesos psicológicos que tienen que ver con lo social).
Desde la investigación en Neurociencia Social, sugiere que la cognición social sea la actividad de
nuestro cerebro por defecto cuando está en reposo.
El origen de la cognición social se suele situar en los años 70, a raíz del auge de la investigación
sobre percepción social y atribución. La psicología social ha sido diferente de la psicología general,
puesto que esta estuvo bajo la doctrina conductista que solo se centraba en el análisis del
comportamiento observable.
En los años 70 surgió una nueva perspectiva que promovió el desarrollo de numerosas teorías y
métodos que permitían la observación directa e indirecta de estos procesos mentales de una
manera científica. Se asocia con la aparición de dos modelos de ser humano “pensante”:
Esta “cognición fría” ajena a todo lo que no era puro razonamiento, dio paso, en los 90, a la
“cognición caliente”, en la que se tiene en cuenta la influencia (no interferencia) de las emociones
y motivaciones en los procesos cognitivos. Esta relación se explica por las conexiones neuronales
entre el sistema límbico y la corteza cerebral. A partir de ese momento surge un tercer modelo de
ser humano al que se le empieza a considerar como estratega motivado, las personas
necesitamos dar sentido a nuestro mundo social que nos rodea, para lo cual recurrimos a
diferentes estrategias, cuya elección depende muchas veces de factores no cognitivos, como las
metas que persigamos o nuestro estado afectivo en ese momento concreto. En ocasiones,
queremos ser mentalmente eficientes y formamos impresiones, y en otras necesitamos elaborar
juicios mucho más precisos. Nuestro sistema cognitivo es flexible, y según cambian nuestros
objetivos, o nuestro estado de ánimo, adoptamos estilos de pensamiento diferentes.
Nuestros recursos cognitivos son limitados, lo que obliga a las personas a hacer uso de estrategias
que les permitan manejar toda esa información de la forma más eficiente posible. El término
“eficiente” aquí no es sinónimo de lógica, sino de adaptativa, es decir, se trata de sacar el máximo
partido a la información optimizando los recursos cognitivos que tenemos. A veces da lugar a
errores, en general es bastante práctica y el balance final suele ser positivo.
La atención selectiva es una estrategia que consiste en fijarnos sólo en aquellos estímulos que
nos resulten “salientes” o distintivos por alguna razón debido a alguna característica que
posea, por ejemplo, que destaque de forma especial dentro del contexto en que se encuentra
o porque resulta incongruente con nuestros conocimientos previos y nuestras expectativas.
Pero también puede ser por factores subjetivos como nuestras actitudes, estado emocional o
nuestra motivación. La función adaptativa de la atención selectiva es obvia, puesto que los
estímulos salientes suelen ser los que más información nos proporcionan y los que más útiles
nos resultan.
Contamos ya con cierta información que nos ayuda a interpretar lo que vemos y a saber lo que
podemos esperar de las personas y las situaciones que nos encontramos. Ese conocimiento previo
está almacenado y organizado en una especia de estructuras cognitivas, que son representaciones
mentales sobre conceptos o categorías de estímulos y que nos sirven para interpretarlos. Nos
centraremos en dos estructuras cognitivas: los esquemas y ejemplares. La categorización es el paso
previo al funcionamiento de esquemas y ejemplares.
Efecto de homogeneidad relativa: tendemos a percibir a los miembros del exogrupo como
más semejantes entre sí de lo que percibimos a los miembros del endogrupo. Es decir, al
establecer la distinción “nosotros-ellos”, “ellos” nos parecen todos iguales, mientras que
“nosotros” tenemos cada uno nuestros rasgos diferenciadores -heterogeneidad
endogrupal-. Aun así, nosotros seguimos percibiendo que tenemos más cosas en común
entre nosotros que con ellos, es decir, el efecto de homogeneidad relativa no anula el
principio de acentuación. (Sacamos más semejanzas de las que hay en realidad porque
categorizamos).
Esquemas sociales estructura cognitiva independiente que representa el conocimiento
abstracto que tenemos acerca de un objeto, una persona, una situación o una categoría, y
que incluye las creencias sobre las características de esos estímulos y las relaciones que se
establecen entre dichas características. (POR EJEMPLO, es probable que un alumno que
comience a estudiar en la UNED tenga un esquema sobre dicha universidad, aunque sea
simple, que incluya información sobre cómo funciona la enseñanza a distancia, así como
de las materias que se imparten en su carrera. Gracias a este mapa mental que ha
construido, el alumno sabe que debe ser autónomo en la planificación de su tiempo y en
su método de estudio, y que cuenta con la ayuda de los centros. Aunque la realidad de la
enseñanza a distancia es mucho más compleja que todo esto, este esquema le guiará hasta
que obtenga información adicional. A medida que transcurra el curso, y el estudiante
descubra nuevas herramientas, irá completando su esquema inicial.)
Los esquemas sociales son abstracciones mentales almacenadas en la memoria que representan un
conocimiento global, no de ejemplos particulares. Gracias a la información almacenada que
contienen, nos ayudan a interpretar la información social que recibimos y guían nuestro
procesamiento de esa información, ahorrándonos mucho esfuerzo de procesamiento, sobre todo
cuando las cosas ocurren tal como esperamos. En Psicología se han estudiado unos tipos de
esquema de forma especial:
Los esquemas se pueden adquirir a través de los demás o por la propia experiencia. A medida que
se van encontrando más casos de una categoría, el esquema correspondiente se va haciendo más
abstracto (menos vinculado a casos concretos), más complejo (con más conexiones entre sus
distintos elementos) y más abierto a incorporar excepciones.
Los esquemas se activan de forma espontánea cuando nos encontramos con un estímulo
perteneciente a la categoría que se refieren. Una vez activado un esquema, éste dirige nuestra
atención hacia la información relevante, nos ayuda a interpretarla.
Los esquemas funcionan como un filtro, de forma que se percibe y se recuerda de forma
automática y a nivel preconsciente, por lo que no nos damos cuenta de su influencia y creemos que
lo que percibimos o lo que recordamos es lo que ocurrió realmente. Por tanto es práctico pero
tiene su “lado oscuro”.
Los esquemas muestran un efecto de perseverancia, que los hace difícilmente modificables incluso
frente a información contradictoria. Por eso, cuando nos encontramos con información claramente
inconsciente con nuestros esquemas, el proceso ya no es tan automático porque tenemos que
prestarle más atención. En estos casos las personas tienen tres alternativas: 1) resolver la
discrepancia confirmando el esquema que ya tenía bien desarrollado y rechazando la información
inconsciente, 2) abandonar el esquema previo juzgándolo inadecuado o 3) incluir la inconsciencia
en el esquema considerándola una excepción (subtipos dentro de una categoría).
Profecías autocumplidas/efecto “Pigmalión” los esquemas que tenemos sobre otras personas
nos hacen generar unas expectativas concretas sobre cómo son o se comportan esas personas.
Esas expectativas, nos hacen comportarnos con ellas de una manera determinada, con lo que las
influimos para que se ajusten a lo que esperamos de ellas o les pedimos que actúen de otra forma,
provocando así que la expectativa se cumpla y el esquema se mantenga.
El efecto Pigmalión también refleja las consecuencias que puede tener el uso de esquemas.
Resultan de gran utilidad para procesar e interpretar la información pero también pueden producir
distorsiones en la compresión del mundo social.
La Cognición Social no solo consiste en recibir, procesar y recuperar información social, sino que
también tenemos que hacer juicios y tomar decisiones, para lo cual la información que podemos
conseguir del medio muchas veces no es suficiente, esto, nos obliga a hacer inferencias. POR
EJEMPLO, si tenemos que elegir a un compañero para trabajar con él entre varios de la clase que
no conocemos, haremos inferencias a partir de la información disponible: alguien que siempre
venga a clase y tenga hecha la asignatura, con esos datos, inferiremos que podría ser un buen
compañero para hacer el trabajo.
Cuando tratamos de buscar la causa del comportamiento de otra persona, realizamos inferencias a
partir de los que vemos o nos dicen que esa persona hace (inferencias causales).
Se ha planteado el estudio de la inferencia desde dos perspectivas: una centrada en los pasos que
deben seguirse para realizar una inferencia correcta (científico ingenuo) y la otra interesada en
cómo las personas hacen realmente las inferencias (perspectiva estratégica e intuitiva del indigente
cognitivo y, más tarde, del estratega motivado).
De acuerdo con el modelo motivado, o del científico ingenuo, las inferencias deben realizarse
siguiendo una secuencia lógica a través de tres fases sucesivas:
a. Reunir información, lo que implica decidir cuál es más relevante para el juicio que tenemos
que hacer
b. Seleccionar los que más se adecúen al objetivo. Los datos seleccionados deben ser
representativos, extraídos de una muestra suficientemente grande y no sesgada, y no ser
ejemplos extremos dentro de esa muestra
c. Integrar los datos seleccionados y combinarlos para hacer un juicio. Para que la inferencia
sea correcta es necesario aplicar una regla de decisión adecuada, dando a cada uno el peso
que le corresponde y combinando toda esa información para extraer un juicio.
Aunque las personas no somos normalmente tan sistemáticas. La respuesta de por qué hay tanta
diferencia entre lo que hacemos y deberíamos hacer la propone la perspectiva intuitiva del
indigente cognitivo: nuestro sistema cognitivo tiene sus limitaciones, la complejidad y el volumen
de información que hay que considerar, hacen que resulte poco realista utilizar estrategias tan
exhaustivas para la realización de juicios. Por eso, echamos mano de los recursos que tenemos y
uno de los más potentes es el conocimiento almacenado en nuestra memoria a largo plazo
(esquemas y/o ejemplares). Nuestras inferencias están muchas veces influidas por las creencias y
teorías previas, esto no es malo salvo que las creencias y teorías sesguen el proceso e impidan
detectar posibles errores.
La mayoría de ocasiones en las que tenemos que hacer un juicio, no tenemos ni tiempo ni
motivación para llevar a cabo todas las operaciones que exige el modelo normativo. En lugar de
eso, lo que realmente hacemos es sacrificar la exactitud a cambio de la eficiencia en función de
nuestras metas en cada situación (propuesto por el estratega motivado). Cuando se trata de
extraer conclusiones a partir de información previa o emitir opiniones sobre un objeto-estímulo,
recurrimos a reglas simples que nos permiten hacer inferencias adecuadas sin sobrecargar nuestro
sistema cognitivo ni dejarlo colapsado para otro tipo de tareas. Estas reglas simples se llaman
“heurísticos”, que son atajos mentales que utilizamos para simplificar la solución de problemas
cognitivos complejos, transformándolos en operaciones más sencillas.
Son estrategias realmente útiles para evitar la sobrecarga de nuestro sistema cognitivo en las
innumerables ocasiones en las que tenemos que hacer inferencias para emitir juicios o tomar
decisiones. Se adaptan al contenido de la información y al contexto en el que hay que realizar el
juicio, por lo que son más flexibles y más aptas que el rígido modelo normativo para la diversidad
de problemas que encontramos en la vida cotidiana. Cuanto más usamos estas estrategias, más
confianza tenemos en nuestros juicios. Esto se debe a que nos fijamos en los casos confirmatorios y
pasamos por alto los errores, por lo que resulta difícil la rectificación.
¿Pueden ser los sesgos adaptativos? (ser eficaces, no perfectos ni correctos) distinción entre
perfección y eficacia. Los evolucionistas creen que la existencia de esos errores y sesgos no se
deben a efectos de diseño, sino que han evolucionado como parte de nuestro funcionamiento
mental. Tampoco es necesario que nuestra mente haya sido diseñada por la evolución para
perseguir ciegamente la lógica y alcanzar la verdad, sino para ayudarnos a actuar de forma
coordinada con los demás y asegurar así nuestra supervivencia. A veces los sesgos son útiles
porque nos impiden incurrir en errores más graves. Es decir, la selección natural habría favorecido
un sesgo hacia los errores menos costosos en cada situación“teoría del manejo del error”,
habrán evolucionado adaptaciones para formar juicios o tomar decisiones que sesguen las
inferencias hacia el error menos costoso. POR EJEMPLO, imaginemos que tenemos que estimar el
tiempo que tardaría un objeto que se aproxima a nosotros en hacer impacto. Podemos cometer
dos tipos de errores: la sobreestimación o la subestimación; dos ejemplos relacionado con la
comunicación en situaciones de cortejo: el primero es el sesgo que presentan los hombres en
interacciones breves con mujeres, este sesgo, hace que los hombres sobreestimen el interés sexual
de las mujeres en esos encuentros, el subestimar ese interés podría llevar a los hombres a perder
oportunidades y ese error sería más costoso en términos reproductivos que el de hacerse falsas
ilusiones y perder algo de tiempo. En cambio, las mujeres, no muestran ese sesgo, sino uno
complementario: infravaloran el interés mostrado por los hombres en formar relaciones duraderas,
este escepticismo supone un posible error que habría sido mucho menos costoso para nuestras
antepasadas que fiarse ciegamente de cualquier promesa y arriesgarse a ser abandonadas y perder
su descendencia.
El ser humano ha llegado hasta aquí por ser “eficaz”, por ser “perfecto”.
Diferencias culturales en los sesgos optimistas: nos podemos encontrar con personas que
piensan que a ellas les va a ocurrir algo bueno (optimismo ilusorio) y que, además, no les va a
suceder acontecimientos negativos (ilusión de invulnerabilidad). No todos los sesgos optimistas se
producen igual en las distintas culturas. POR EJEMPLO, solicitaron a los participantes (canadienses y
japoneses) que estimaran la probabilidad que les ocurriera un mismo suceso a ellos y a una
persona similar a ellos. Los resultados mostraron que, ante la perspectiva de vivir un suceso
positivo o negativo, los canadienses percibían que tenían más posibilidades de vivenciar hechos
positivos (optimismo ilusorio) y menos de sufrir acontecimientos negativos (ilusión de
invulnerabilidad) que a una persona media similar a ellos, en cambio, los japoneses no mostraron
estos sesgos optimistas. Las culturas colectivistas se adaptan mejor a los sucesos negativos,
pensando que no son controlables, mientras que los individualistas lo toman como un desafío (una
enfermedad), además, las culturas colectivistas se ven más similares entre ellos, no creen ser mejor
que la media en cuanto a capacidades. Estos datos muestran un estilo más estoico de adaptación
por parte de los colectivistas, y ello se asocia a una menor utilización de los sesgos optimistas.
Estrategias que ayudan a nuestro sistema cognitivo a seleccionar y manejar la gran cantidad de
información procedente del medio social y a utilizarla para hacer inferencias. Una de las principales
razones de su utilidad es que se pueden emplear de forma automática cuando las circunstancias lo
exigen. Para que una respuesta llegue a ser automática, es necesario que la información se haya
procesado de forma repetida. Los procesos automáticos implican una gran economía para el que
procesa la información. El procesamiento automático de la información que recibimos sobre
distintas personas o grupos puede tener efectos tanto en las creencias como en el
comportamiento. POR EJEMPLO, esto se ha demostrado con el estereotipo de las personas
mayores, que se activaba esta categoría a través de frases desordenadas que contenían palabras
relacionadas con el esquema vejez; en una tarea posterior, se observó que los participantes a los
que se les había activado la categoría caminaban de forma más lenta.
En los años 70, se empieza a considerar la idea de que los pensamientos y comportamientos
racionales del ser humano no siempre son conscientes y controlados, sino que muchas veces se
producen de una manera automática e inconsciente.
En un principio se consideró que los procesos automáticos y los controlados eran opuestos e
incompatibles entre sí, y que se diferenciaban en cuatro aspectos fundamentales:
Los procesos automáticos se producen sin que las personas sean conscientes de ellos, no son
intencionados y no están sujetos a un control deliberado. Frente a los procesos controlados se
producen con consciencia y requieren mayor esfuerzo cognitivo.
La distinción entre ambos tipos de procesos no se puede establecer de una manera tajante, y que
es más adecuado hablar de distintos grados de automaticidad.
En el punto más extremo de automaticidad se encuentran los procesos preconscientes, que tienen
lugar totalmente fuera de la conciencia pero afectan a la elaboración de juicios y a la conducta. Un
ejemplo de proceso preconsciente es la percepción subliminal, es decir, la que ocurre cuando la
información nos llega por debajo del umbral de la conciencia y, aunque la procesamos ni siquiera
recordamos haberla visto. POR EJEMPLO, si nos exponemos a estímulos que parecen destellos de
luz durante un periodo muy corto de tiempo e inmediatamente después hacen una serie de
caracteres, por ejemplo, ideogramas chinos y le piden que evalúe estos símbolos, se dará cuenta
con sorpresa que valora algunos más positivamente que otros, sin motivo aparente. Sin embargo,
la razón es que esos símbolos iban precedidos de estímulos que contenían información positiva o
negativo, por ejemplo, caras sonrientes o enfadadas, que se emitían tan rápidamente que solo se
percibían como un destello. (La preactivación –priming- es muy utilizado para medir actitudes
implícitas)
Las rumiaciones son pensamientos conscientes que las personas dirigimos a un objeto dado (un
suceso, idea o persona) durante un periodo de tiempo prolongado como resultado de alguna meta
frustrada. Cuando no se puede conseguir lo que se desea, esta frustración, puede llevar a un nuevo
intento por conseguir la meta, a pensar constantemente una forma de conseguir el objetivo y a
pasar todo el día dándole vueltas al asunto sin poder evitarlo. No facilitan la solución del problema
y pueden acabar provocando depresión por la incapacidad para obtener la meta deseada y para
controlar los pensamientos recurrentes. Los pensamientos son conscientes, pero el proceso es
incontrolable.
Caracterizados por ser plenamente conscientes e intencionados. Son los procesos que ponemos en
marcha cuando tenemos que tomar alguna decisión importante o hacer una elección difícil entre
dos o más opciones, pero también cuando estudiamos y cuando buscamos la solución a algún
problema complejo.
Antes de poner en práctica una decisión, por ejemplo, son necesarios dos procesos: el proceso
deliberativo en el que la persona considera las opciones que tiene y sopesa toda la información a
favor y en contra de cada una; y el proceso de implementación en el que (fijando objetivos
complejos, que nos motiven a llevar a cabo nuestros propósitos).
La manera en que nos sentimos moldea y contribuye a formar cómo pensamos, aunque la
influencia se da también en sentido contrario. La relación que se establece entre el estado
afectivo (lo que sentimos o el estado de ánimo que tenemos) y la cognición (la forma en la que
procesamos la información social)
5.1 LA INFLUENCIA DEL ESTADO DE ÁNIMO SOBRE LA COGNICIÓN
El estado de ánimo influye sobre los juicios sociales que se hagan sobre uno mismo y los demás.
Nuestro estado de ánimo influye tanto en la forma en la que percibimos e interpretamos a los
distintos estímulos, como en la forma en la que recordamos hechos pasados y, por supuesto, en los
sesgos que cometemos en cada uno de esos procesos. Es lo que se denomina efecto de
congruencia con el estado de ánimo
Según Forgas, el estado emocional influye en los procesos cognitivos a través de dos mecanismos:
Otros efectos de las emociones en la cognición puede ser que la información que provoca
reacciones afectivas se puede procesar de forma diferente y por lo tanto es más difícil de ignorar,
esto ocurre porque las personas tienen poco control sobre la experiencia emocional. En este
sentido, la información puede ser una fuente de contaminación mental, puesto que los juicios que
emitamos estarán influidos (“contaminados”) por dicha información cargada emocionalmente. POR
EJEMPLO, las pruebas que se presentan en los tribunales, es posible que muchas de ellas, como
algunas fotos, sean realmente impactantes, de forma que generen emociones fuertes que hagan
difícil ignorar dichas pruebas.
Se han señalado algunos mecanismos por los que las cogniciones influyen en la forma en que
sentimos. La teoría de los dos factores de la emoción, en ocasiones nos dificulta difícil identificar
nuestras emociones, por lo que vamos a inferir su naturaleza a partir de las situaciones en las que
experimentamos la activación. POR EJEMPLO, si sentimos cierta activación antes de un examen,
inferimos que es ansiedad.
Las estructuras cognitivas también tienen impacto en las emociones. Cuando se activa un esquema
(de personas o de situaciones), no sólo se aplica el conocimiento almacenado en él, sino también
ese componente afectivo, que puede influir en la forma en que nos sentimos hacia el estímulo que
ha activado el sistema. Si se activa un estereotipo sobre un determinado grupo, la carga afectiva
contenida en ese esquema probablemente determinará como nos sentimos hacia los miembros
de ese grupo. POR EJEMPLO, hay grupos que nos pueden hacer sentir desprecio, porque su
estereotipo esté ligado a la delincuencia y otros que nos despierten admiración porque su
estereotipo está relacionado con el éxito.
Lo mismo ocurre con los esquemas de situaciones: hemos tenido una mala experiencia en una
situación concreta, el esquema que tendremos sobre ese tipo de situaciones tendrá una carga
emocional negativa, y cada vez que nos encontremos en una situación similar, experimentaremos
esa emoción negativa.
Otro ejemplo lo constituye el pensamiento retrospectivo, con el que la gente trata de disminuir el
impacto de sus sucesos negativos o frustrantes a través de cogniciones. La estrategia consiste en
reducir las probabilidades de éxito convenciéndose de que, en realidad, dadas las circunstancias,
era imposible que aquello saliera bien. Este tipo de pensamientos hace que los resultados
negativos parezcan inevitables y menos estresantes.
Es difícil concebir una actividad cognitiva que esté libre de base motivacional, de ahí que desde el
enfoque de la “cognición caliente” se considere al ser humano como un “estratega motivado”.
Puesto que nuestros recursos atencionales son limitados, debemos elegir a qué atendemos, y esa
elección es característicamente motivacional (intereses o metas). Centrar la atención en algo
requiere esfuerzo mental, y esto también es una actividad típicamente motivacional. La motivación
no sólo afecta a los procesos de atención, como se ha puesto de manifiesto en el razonamiento
motivado, está presente en todas las fases del procesamiento cognitivo.
¿Cómo tiene lugar esa influencia? En relación con esta cuestión la evidencia empírica permite hacer
dos afirmaciones: a) que la motivación puede hacer sus efectos tanto en la dirección como en la
intensidad del procesamiento y b) que sus efectos están limitados por nuestra capacidad para
justificarlos de acuerdo con nuestra comprensión de la realidad.
Las metas influyen en qué creencias y reglas aplicamos al ejercer juicios y también en cuánto
tiempo y esfuerzo dedicamos a hacerlos. Como resultado, personas con diferentes metas pueden
llegar hacer juicios muy distintos, y una misma persona puede sacar conclusiones diferentes de la
misma información según cambian sus metas.
Krugalinski diferencia entre metas de precisión, que nos motivan para llegar a la conclusión más
acertada posible, para lo cual invertimos mayor esfuerzo al hacer juicios, este tipo de razonamiento
está motivado por el deseo o la necesidad de evitar cometer errores y metas de dirección, que nos
ayudan a llegar a las metas que más nos conviene, sesgan la selección de creencias y reglas a las
que accedemos cuando razonamos (favoreciendo aquellas que apoyan lo que queremos), e
influyen en la cantidad de esfuerzo que invertimos al hacer los juicios. Eso no significa que nos
vuelvan ciegos a la realidad. De hecho, por mucho que nos convenga una determinada conclusión,
sólo la obtendremos si podemos justificarla, y para eso debe ser plausible y no chocar con la
realidad, o con nuestra percepción de la realidad. Las personas utilizan diversas estrategias de
evitación cuando la evidencia les impide mantener una autoestima positiva (es el caso de las
atribuciones favorecedoras al yo) POR EJEMPLO, por mucho que nos empeñemos en creer que
somos competentes en algún ámbito, esa creencia choca con la realidad representada por los
malos resultados de nuestro trabajo.
Hay ocasiones en las que nuestra meta es evitar la indecisión, y llegar a una conclusión lo más
rápido posible. Adoptamos también la vía automática de procesamiento de la información,
echando mano inmediatamente de la que está más accesible y aferrándonos rápidamente al
primer juicio que elaboramos al partir de ella, sin considerar otras opciones.