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Tres propuestas

que reducen el
crecimiento y
destruyen el empleo
Tres propuestas que
reducen el crecimiento
y destruyen el empleo
Introducción

“Copien lo que los países ricos hicieron para hacerse ricos,


no copien lo que están haciendo ahora que ya son ricos”
Milton Friedman

Cuando al gran economista Peter Bauer, uno de los más impor-


tantes expertos en desarrollo económico, una vez le preguntaron
cuáles eran las causas de la pobreza, respondió: “La pobreza no
tiene causas. Es la condición natural del ser humano, ha existido
por miles de años. Sólo la riqueza tiene causas que se deben
averiguar. Esto lo vienen haciendo los economistas desde hace
más de 200 años, cuando Adam Smith publico La riqueza de las
naciones, investigando las causas de por qué algunos países se
volvían ricos”.

Ahora bien, aunque la pobreza no tiene causas, en los tiempos


que corren, sí tiene culpables y el hecho de que un país continúe
siéndolo es una cuestión casi totalmente opcional. La realidad es
que, en casos como el de Colombia, cuando los políticos y los
académicos más influyentes buscan inspiración y ejemplo en los
países ricos y exitosos para superar crisis como la actual y salir
de la pobreza, en lugar de enfocarse en las políticas de libertad

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económica que años atrás, cuando eran pobres, los llevaron a
la prosperidad y el éxito, prefieren concentrarse, con terquedad,
en la peor parte de sus políticas actuales, basadas en asisten-
cialismo estatal, impuestos altos, proteccionismo comercial y
rigidez del mercado laboral, olvidando que esos países, que ya
son ricos, pueden darse lujos que países menos desarrollados
como Colombia no pueden ni deben permitirse.

Es por esto que el centro de pensamiento y acción, Libertank,


luego de publicar sus tres propuestas para el crecimiento y el
empleo, presenta este nuevo análisis, titulado: tres propuestas
que reducen el crecimiento y destruyen el empleo. Se trata de
un documento de advertencia para los colombianos, invitando
a ser cautos y críticos sobre lo que nos están planteando, en
relación con tres iniciativas: la renta básica, el proteccionismo
arancelario y la reducción de la jornada laboral. Siguiendo al
gran economista estadounidense, Thomas Sowell, pasamos a
cada una de estas propuestas por una sencilla prueba de tres
preguntas de sentido común, aplicables a cualquier iniciativa,
para saber si son ideas sensatas y buenas para los colombianos
o si, por el contrario, resultan perjudiciales y contraproducentes:
¿comparado con qué?, ¿cuánto cuesta? y ¿qué evidencia sólida
existe? Ninguna de esas tres propuestas pasó la prueba. Veamos
por qué.

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Renta básica

“Soy gran creyente en la suerte y he descubierto que mien-


tras más duro trabajo, más suerte tengo.”
Thomas Jefferson

La renta básica puede entenderse como una transferencia di-


recta de dinero que hace el gobierno a las personas o a los
grupos de personas de forma periódica. Que la transferencia sea
en dinero significa que no se hace en especie, ni en bonos, ni en
descuentos; y que sea periódica quiere decir que se realiza cada
cierto tiempo. Sin embargo, existen múltiples propuestas sobre
renta básica, cada una de las cuales posee nombres y caracte-
rísticas que las diferencian a unas de otras. Por ejemplo, algunas
propuestas sobre la renta básica exigen que esta sea universal:
que se le otorgue a todos los ciudadanos sin importar su si-
tuación económica. Otras, exigen que esta se haga de manera
permanente o vitalicia. Adicionalmente, existen las propuestas
de renta básica incondicional; es decir, que no se exija abso-
lutamente nada a cambio a quien reciba el beneficio. También
existen las propuestas sobre renta básica universal, permanente
e incondicional, juntando todas estas características.

A raíz de la crisis económica desatada por las medidas para


contener la propagación del COVID 19, distintas versiones sobre
la renta básica han sido propuestas en Colombia por diferentes
sectores, líderes de opinión y dirigentes políticos. Inclusive, algu-
nas de ellas se han abierto camino hasta llegar al Congreso de la
República como proyectos de ley y otra, Ingreso Solidario, viene
siendo implementada desde el 2020.

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Con el doble propósito de evitar el dogmatismo que condena o
que absuelve ideas “de plano” y de advertir a los colombianos
sobre propuestas que pueden ser peligrosas, a continuación, se
hace un repaso de algunos modelos de renta básica a partir de
las tres sencillas preguntas propuestas en la introducción de
este texto.

1. ¿Comparado con qué?

En un extremo del “abanico” de propuestas sobre renta básica,


está el de la renta básica universal. Ésta se define como un in-
greso pagado por el gobierno de forma permanente, uniforme
y a intervalos fijos a cada adulto de la sociedad, y se otorga sin
consideración al nivel de ingresos de la persona, su disposición
para trabajar o el número de personas con quienes conviva el
beneficiario, con el objetivo de satisfacer un nivel de vida “respe-
table” según los parámetros culturales de la sociedad. Algunas
de sus características ya fueron insinuadas más arriba en este
texto: es un pago periódico y en efectivo. Además, es individual,
se le otorga a las personas y no a los grupos de personas como
hogares o sectores poblacionales, como por ejemplo a estu-
diantes o mujeres cabeza de familia. Es incondicional, en tanto
no se debe cumplir ningún requisito para recibir el dinero, como
demostrar que se está buscando empleo de forma activa o que
se está intentando ejercer alguna actividad económica. Adicio-
nalmente, es universal, puesto que se paga a toda persona sin
importar su nivel económico, tanto a los más adinerados como
a los menos (Basic Income Earth Network, 2016).

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En el otro extremo, se encuentra la propuesta de no implementar
un modelo de renta básica y de eliminar los subsidios guberna-
mentales. Esta propuesta es incondicional y universal como la
anterior, aunque a la inversa: el Estado no otorgaría auxilios ni
ayudas a nadie, sin importar su condición económica, salubre,
social o cultural. Es decir, no se tendría en consideración si se
padece una enfermedad cuyo tratamiento es largo y costoso;
si su trabajo dejó de existir debido a cuarentenas y toques de
queda; o si se es menor de edad, huérfano, anciano o incapaz.

Casi todos los modelos que se han propuesto sobre la renta


básica se encuentran en algún punto entre los dos extremos.
Casi, pero no todos. En Colombia, algunas de estas propuestas
fueron radicadas en el Congreso como proyectos de ley bajo
nombres diferentes: renta básica, renta básica de emergencia
y renta básica de vida, por ejemplo. Una de las propuestas, el
programa Ingreso Solidario, se convirtió en política pública a
través del Decreto 518 de 2020 (Presidencia de la República,
2020). Este consiste en una entrega monetaria a hogares en
situación de pobreza, pobreza extrema y vulnerabilidad que no
sean beneficiarios de programas similares (i.e. Familias en Ac-
ción, Protección Social al Adulto Mayor, Jóvenes en Acción) por
el tiempo que perduren las causas que motivaron la emergencia
económica, social y ecológica declarada debido a la pandemia
del Coronavirus 19.

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De estas características y de la lectura del decreto se concluye
que Ingreso Solidario fue concebido como un auxilio de emer-
gencia, temporal y condicionado. No obstante, con el fin de elimi-
nar la pobreza extrema y de reducir la inequidad de la sociedad
colombiana, el gobierno nacional viene impulsando una agenda
de solidaridad sostenible, la cual pretende, entre otras medidas,
ampliar la cobertura del Ingreso Solidario y perpetuarlo como un
programa permanente.
2. ¿Cuánto cuesta?

En cuanto a costos directos, la implementación de un modelo


de renta básica universal incondicional, pagando cada mes un
salario mínimo mensual legal vigente (SMMLV) a cada colom-
biano mayor de 18 años (cerca de 35 millones de personas),
costaría alrededor 381.5 billones de pesos anuales. Por su parte,
el costo directo de no otorgar una renta básica de ningún tipo es
de cero, como también lo sería el de eliminar todos los subsidios
gubernamentales.

Por otro lado, el presidente de la república anunció que pretende


ampliar la cobertura de Ingreso Solidario de tal manera que se
beneficien 20 millones de colombianos (5 millones de hogares)
y que, además, el beneficio sea permanente y no temporal como
se planteó inicialmente (Presidencia de la República, 2021). Si
el monto del beneficio se mantuviese en 480 mil pesos y este
se desembolsa de manera mensual a 5 millones de hogares, el
costo total del programa sería de 28.8 billones de pesos anuales.

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Ahora bien, en lo referente a costos indirectos, si se eliminan
todos los auxilios, subsidios y ayudas que existen en Colombia,
los sectores de la población que son beneficiarios de estos
probablemente sufrirían. Estos incluyen a las personas que no
pueden procurarse un mínimo de alimento, vivienda, vestimenta
y salud para mantener su capacidad productiva y de trabajo; y a
las personas que, aun siendo precavidas, sufren contratiempos
imprevisibles que no pueden resolver por sí mismas. Así, el costo
indirecto de esta opción sería la de vivir en una sociedad de
“sálvese quien pueda” (Hayek, 1944, págs. 158 - 159).

Los costos indirectos de una renta básica permanente o vitalicia


son sutiles, pero profundos. Si la renta básica es universal e in-
condicional, ésta alteraría, mediante un artificio gubernamental,
el vínculo natural y espontáneo entre la producción de un bien o
la prestación de un servicio -como el trabajo- y la remuneración
al mismo. Las personas estarían recibiendo un ingreso “porque
sí”, sólo por el hecho de ser ciudadanos, y no porque alguien más,
de manera libre, consideró valioso su producto o servicio; lo cual
representa una distorsión al mercado (García Vidal, 2020). Si la
renta básica es permanente, destruye los incentivos para que la
gente en situación de pobreza extrema, pobreza, vulnerabilidad o
desempleo salga de ella y prefiera vivir de la distribución estatal
de subsidios: “¿Para qué trabajar si igual voy a recibir un ingreso?”.
Otro problema es que una renta básica encaminaría al mercado
laboral en una dirección equivocada, puesto que reduciría el in-
centivo para conseguir trabajo remunerado, dado que la presión
por parte de quienes dependen de ella llevaría a los políticos
a aumentar periódicamente el monto de la renta básica para
“cerrar las brechas entre los que más y los que menos tienen”
(Annunziata, 2018). De esta manera, menos gente trabajaría, más
gente viviría de la renta básica y, necesariamente, los impuestos
a quienes sí trabajan y sí producen aumentarían (Schneider, 2017,
págs. 84-85). Esto, a su vez desincentivaría a la gente a trabajar
o a producir. Recordemos que el Estado financia sus proyectos,
incluyendo los subsidios, con el bolsillo de los contribuyentes.

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3. ¿Qué evidencia sólida existe?

El ejemplo tangible más reciente sobre un modelo de renta


básica universal es el que Finlandia implementó a partir de 2017.
El programa, diseñado y liderado por el Instituto Nacional de
Seguridad Social de Finlandia, otorgó 685 dólares mensuales a
personas desempleadas sin ningún tipo de condiciones con el
objetivo de saber si ese mínimo garantizado de protección social
los ayudaría a encontrar trabajo y les daría un apoyo en caso de
tener que tomar varios empleos esporádicos, por horas o de me-
dio tiempo (This is Finland, 2017). El programa fue cancelado en
2019 por considerarse que no incentivó a los beneficiaros buscar
trabajo ni bastó para cubrir todas sus necesidades básicas, pues
tuvieron que seguir acudiendo a otros subsidios otorgados por el
Estado en ese país (Cruz, 2019).

Por su parte, una mayoría amplia de la población suiza (el 77%


de los votantes) rechazó en 2016, mediante referendo popular, la
implementación de una renta básica universal del equivalente a
2250 euros mensuales para cada adulto y del equivalente a 565
euros para cada menor de 18 años (Library of Congress, 2016) .
Las razones principales tanto del gobierno de la época como de
muchos de los ciudadanos que votaron en contra del proyecto
se mostraron contrarios al mismo porque este aumentaría el
gasto público de forma desmedida y desincentivaría a muchos
a no trabajar ni producirle bienes y servicios útiles a la sociedad.

Actualmente, es casi imposible afirmar que existen países en


los que no haya absolutamente ningún subsidio, auxilio o ayuda
estatal.

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Esto, porque casi todos han acogido en alguna medida el concepto
de “gasto público social”. Es decir, han invertido dinero público en
áreas como educación, salud, trabajo y seguridad social (Flood,
2008, págs. 83 - 86). Lo que sí abunda es evidencia de lo que
hicieron los países actualmente desarrollados cuando aún eran
subdesarrollados. Estas sociedades no pensaron en aumentar sub-
sidios, ni apoyos, ni auxilios. Lo que hicieron fue crear condiciones
para multiplicar el empleo y facilitar los negocios, lo cual a su vez
robusteció el mercado de bienes y servicios, generándole mayores
ingresos a las personas los cuales, paulatinamente, permitieron al
gobierno financiar los programas sociales del que estas naciones
disfrutan el día de hoy.

Los ejemplos incluyen países como Corea del Sur, Irlanda, Alema-
nia, Chile y Estados Unidos. Otro es el Reino Unido. Para la década
de 1970, este país estaba sufriendo un déficit fiscal en tanto el
gasto crecía más que los ingresos por recaudo tributario. Su gasto
público social, por ejemplo, aumentaba en 5.9% anual mientras
que su PIB sólo crecía al 2.6% (Greenleaf, 2011). Así mismo, para
1979, Reino Unido tenía un gasto público anual del 52% de su PIB
(Dalingwater, 2015). Los ciudadanos, representados por el gobierno,
decidieron tomar medidas que redujeran sustancialmente el gasto
público (incluyendo, pero no limitándose a, la reducción del tama-
ño del Estado, el recorte de subsidios y auxilios y la privatización de
muchos activos estatales). Después de algunos años, estas políti-
cas lograron reducir el gasto público al 39% del PIB y se tradujeron
en un incremento en la cantidad de personas con vivienda propia,
en un mayor nivel de ingresos para toda la población y en un incre-
mento en el incentivo de la población para conseguir y mantener
empleo (Blanchflower y Freeman, 1993, págs. 18 - 19).

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Ahora bien, en la actualidad se encuentran muchos ejemplos de
auxilios, subsidios y beneficios sociales. Algunos de ellos reciben
el nombre de renta básica, otros, por ejemplo, el de auxilio al des-
empleo o a la vejez. Lo que casi todos tienen en común es que
son focalizados, temporales y condicionados. Es decir: no son para
todo el mundo (universales), no son permanentes y no se otorgan
sin exigirle algo a cambio al beneficiario (incondicionales).

Por ejemplo, en Dinamarca existe un beneficio al desempleo siem-


pre que se haya cotizado a una póliza de seguros de desempleo
durante un año y el promedio de ingresos de los últimos 3 años
alcance un mínimo determinado (Danish Agency for Labour Mar-
ket and Recruitment, 2019). Por su parte, Estados Unidos realizó
a comienzos de 2021 un desembolso de dinero no condicionado
a todos sus ciudadanos y residentes extranjeros de 1400 dólares
para sobrellevar la crisis desatada por la pandemia como medida
excepcional y de emergencia (Internal Revenue Service, 2021). Adi-
cionalmente, Chile activó varios programas de préstamo solidario
con modalidades de pago flexibles de bajo o ningún interés para
reactivar su economía tras la crisis del Coronavirus. Entre otros,
ofreció a sus ciudadanos un préstamo solidario al trabajador, al
independiente o al empresario individual con tasa del 0% (Servicio
de Impuestos Internos, 2021); además, implementó un bono a
la clase media para las personas que reporten una disminución
en sus ingresos durante el tiempo de pandemia y cuyo ingreso
mensual se encuentre dentro de un rango establecido (Servicio de
Impuestos Solidarios, 2021). Todos estos beneficios son, lo repeti-
mos, focalizados, temporales y condicionados.

El programa de ingreso solidario fue concebido inicialmente como


un auxilio temporal y de emergencia para ayudar a los hogares más
vulnerables de Colombia a sobrellevar las dificultades económicas
desatadas por las medidas para contener al COVID 19. Sin embargo,
el proyecto de ley de solidaridad sostenible pretende volver ingreso
solidario un programa permanente y no condicionado, sumándole
otro más a la larga lista de subsidios que tenemos en Colombia. Si
bien el proyecto de ley radicado ante el congreso fue retirado por
el gobierno recientemente y se encuentra en proceso de renego-
ciación con distintos sectores sociales, la intención del gobierno
de perpetuar ingreso solidario quedó plasmada en el texto inicial.

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De acuerdo con lo expuesto en los párrafos anteriores, conclui-
mos que Libertank no se opone a la política social, especial-
mente en tiempos de crisis económica. No obstante, aboga por
la austeridad general en el gasto público y por un mecanismo de
subsidio temporal, focalizado y condicional que no desincentive
la creación y mantenimiento del empleo, los negocios y la em-
presa. Si un programa como ingreso solidario va a prorrogarse en
el tiempo, debe ser ante circunstancias especiales, bien susten-
tadas y, reiteramos, excepcionales.

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Proteccionismo
arancelario
“Nunca una nación se ha arruinado comerciando”
Benjamín Franklin

Los aranceles son impuestos que el Estado le aplica al comer-


cio internacional. En otras palabras, son cobros obligatorios y
coactivos de una cantidad de dinero que debe pagarse a las
autoridades al realizar intercambios de bienes y servicios entre
personas ubicadas en países distintos del planeta. La mayoría de
los aranceles se aplican a las importaciones, o sea a las compras
de mercancías en el extranjero, aunque existe la posibilidad de
que se apliquen también a las exportaciones, es decir, a las ven-
tas de productos y servicios hacia otros países.

El comercio se refiere a los intercambios de bienes y servicios


que las personas realizamos de forma pacífica y voluntaria,
buscando satisfacer nuestras necesidades o intereses. Se trata
de un ejercicio de nuestros derechos de propiedad. Esta situa-
ción no cambia cuando se trata del comercio internacional. Las
fronteras imaginarias entre países no modifican las realidades
económicas. No es cierto que el intercambio comercial inter-
nacional se dé entre países. Se produce entre seres humanos
de carne y hueso que están ubicados en países distintos. Los
principios que rigen el comercio dentro de las fronteras de un
país (internacional) son los mismos que se aplican a los inter-
cambios entre seres humanos ubicados en lados opuestos de
una frontera (internacional), razón por la cual el comercio tanto
interno como externo debería regirse por las mismas reglas
jurídicas, permitiendo relacionarnos comercialmente con quien
deseemos o más nos convenga. Sin embargo, en Colombia te-
nemos marcos jurídicos distintos para la misma actividad: Si una
persona ubicada en Cartagena compra camisas en Medellín, no
se cobran aranceles, pero si el mismo negocio se realiza impor-
tando camisas de China a Colombia, sí se cobran aranceles.

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Esto no sólo viola nuestro derecho a la libertad y a la propiedad,
sino que también nos empobrece a todos. Se puede llegar a esta
conclusión luego de aplicarle las siguientes tres preguntas de
sentido común a cualquier propuesta de imponer o incrementar
los aranceles:

1. ¿Comparado con qué?

Respecto al comercio internacional existen dos caminos opues-


tos y muchos otros intermedios. Por un lado, se encuentra la
autarquía proteccionista comercial internacional, o sea una
prohibición o restricción total de las importaciones, prohibien-
do, penalizando, restringiendo o desincentivando al máximo, a
través de elevados aranceles, cuotas y otras medidas, cualquier
tipo de compra en el exterior, buscando el autoabastecimiento
de las personas que están dentro de un país.

El camino opuesto es el del libre comercio internacional. Esto


significa que, con reglas iguales para todos, las personas puedan
elegir responsablemente con quien comerciar sin que otros se
lo impidan y sin importar el lugar del planeta en el que se en-
cuentren ni su nacionalidad. En un verdadero marco jurídico de
libre comercio a nadie se le podría prohibir, limitar o condicionar
su derecho a establecer relaciones comerciales con quien desee
o le convenga y el Estado se abstendría de imponer cualquier
arancel o medida que prohíba, limite o condicione esos inter-
cambios.

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En la práctica, en los diferentes países del mundo no se en-
cuentran modelos puros de autarquía proteccionista o de libre
comercio total, sino multitud de grados intermedios como el
llamado modelo de industrialización por sustitución de impor-
taciones.

Si predominan las restricciones y los aranceles hacen más cos-


toso importar que comprar en el mercado local, habrá un mode-
lo cerrado y proteccionista. Tal es el caso de países como Corea
del Norte, Sudán, Zimbabue o Haití, Nicaragua, Bolivia, Cuba y
Venezuela en América Latina. Todos son pobres y atrasados.
En cambio, si las condiciones a las importaciones son pocas,
limitadas a medidas sanitarias y fitosanitarias de sentido común,
con aranceles reducidos, escasos o inexistentes, predominará
un entorno de apertura y libre comercio como sucede, por
ejemplo, en economías como las de Singapur, Nueva Zelanda,
Hong Kong, Australia, Suiza, Irlanda, Taiwán o Chile en América
Latina. Estos son los países más adelantados, más competitivos
y, naturalmente, los más prósperos del planeta.

2. ¿Cuánto cuesta?

Si en un país se le pone un arancel a la importación de algo, eso


significa que todos deberemos destinar más dinero, o una mayor
porción del fruto de nuestro trabajo, para comprar un bien o
un servicio que podríamos haber adquirido a un menor precio
y a una mejor calidad si no existiera ese impuesto. Al quitarse
el arancel, no sólo más personas podrán adquirir la mercancía,

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todos tendremos más opciones para elegir, sino que tendremos
más dinero en nuestros bolsillos para comprar otros bienes y
servicios que deseemos o que necesitemos, con lo que todos
mejoraríamos nuestra condición. La existencia de un arancel
también implica que aumentarán los incentivos para comercia-
lizar la mercancía en el mercado ilegal o en el mercado negro, a
través del contrabando.

Quienes defienden el incremento de los aranceles para ciertas


mercancías, suelen decir que se requiere “proteger” a la produc-
ción o a la industria nacional incipiente, junto con los empleos
que generan, mientras van preparándose para competir con los
productores extranjeros. Esto quiere decir que los empresarios
productores de esas mercancías en lugar de enfrentar y pagar
con su dinero y con sus recursos ese proceso de adaptación,
nos están transfiriendo o endosando el costo a todos los de-
más, obligándonos, con los aranceles, a comprar mercancías
más caras y de peor calidad, al tiempo que se reducen nuestras
opciones para elegir. Ahora bien, si no tienen cómo financiar su
adaptación y si tampoco encuentran inversionistas interesados
en apoyar su proyecto empresarial, significa que no es una
idea de negocio rentable y, por lo tanto, deberían reorientar sus
recursos hacia otros negocios que sean más atractivos y más
lucrativos. De lo contrario, se estarían desperdiciando recursos,
que son siempre escasos, en un proyecto inviable.

Además, la experiencia enseña que los fabricantes protegidos


con el arancel, al verse libres de la presión de la competencia
exterior, tienden a encarecer sus productos y a hacerlos cada
vez de peor calidad, porque, en la práctica, el mercado interno
está bajo su control. Con el correr del tiempo dejan de invertir
en mejor maquinaria y dejan de innovar. Así todos perdemos.
En cambio, si podemos comprar, por ejemplo, pantalones en la
India porque son más baratos y de similar calidad a los tejidos
en Colombia, ganamos todos. Ganan en la India porque pueden
vender sus pantalones y ganamos en Colombia porque pudimos
satisfacer nuestra necesidad de pantalones a un precio y a una
calidad que los compradores colombianos consideraron subje-
tivamente adecuada. De lo contrario no los habrían comprado.

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El monto que nos ahorramos en Colombia por la compra de esos
pantalones más baratos no se guarda todo debajo del colchón,
sino que una parte se podrá invertir en mejorar la maquinaria
de las empresas colombianas y otra en comprar más bienes de
consumo. La parte que se ahorre en el banco se podrá prestar
para financiar otros proyectos empresariales o el consumo de
otras personas y hogares colombianos. Todo ello desaparecería
o nunca se llegaría a realizar si se aumenta el arancel a la ropa
traída de la India.

3. ¿Qué evidencia sólida existe?

A los países no los arruina el comercio internacional, sino la


ausencia del este. Así sucedió en Estados Unidos y en casi todo
el mundo durante la gran depresión económica de la década de
1930 con el arancel Smoot-Hawley y la reacción proteccionista de
muchos países, profundizando y prolongando la crisis (Llamas,
2016). Así también lo confirma un reciente y completo estudio
académico de varios economistas: David Furceri, Swarnali Han-
nan, Jonathan Ostry y Andrew Rose, titulado: Macroeconomic
Consequences of Tariffs (Consecuencias macroeconómicas de
los aranceles) (Furceri, Hannan, Ostry, & Rose, 2019). En su inves-
tigación estimaron los efectos económicos del proteccionismo

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comercial en 151 países diferentes durante el período 1963-2014.
La conclusión es que el proteccionismo arancelario tiende a re-
ducir el crecimiento del producto interno bruto (PIB), disminuye
la productividad, aumenta el desempleo y genera más desigual-
dad en los países que lo han impuesto.

Por ejemplo, señalan que por cada aumento de los aranceles


de 3,6%, se produce, después de 5 años, una disminución de la
productividad del 0,9% en promedio. Esto se atribuye a la menor
presión competitiva que tienen los productores locales. Además,
esto estimula una clara tendencia a que se creen oligopolios,
es decir, la existencia de un número reducido de fabricantes o
productores que empiezan a controlar y a acaparar la venta de
determinados productos protegidos con aranceles dentro del
respectivo país, en detrimento del precio y la calidad para los
consumidores locales.

El citado estudio también encontró que, al cabo de 5 años, con


un incremento promedio de los aranceles del 3,6%, se genera
una reducción del crecimiento del PIB del 0,4%. Igualmente, se
halló un aumento del desempleo del 0,2% y un incremento de la
desigualdad (medida por el índice Gini) de 0,15 puntos.

El contraste entre las experiencias de los países que se han


orientado hacia el proteccionismo arancelario y los que lo han
hecho por el camino del libre comercio, es la evidencia empírica
más sólida de que imponer o aumentar los aranceles al comer-
cio global es equivocado, tal como lo demuestra con multitud de
casos y datos el economista costarricense, Dr. Rigoberto Stewart,
en su libro: La magia y el misterio del comercio (Stewart, 2005).
Un buen ejemplo de dicho contraste lo trae el economista indio
de la universidad de Columbia, Jagdish Bhagwati, en su libro En
defensa de la globalización (Bhagwati, 2005), al comparar a la
India con algunos países del extremo oriente: “Desde la década
de 1960 hasta la de 1980, India permaneció enclaustrada en una
serie de políticas comerciales relativamente autárquicas. Los
países de Extremo Oriente – Singapur, Hong Kong, Corea del Sur
y Taiwán, los cuatro pequeños tigres – pasaron de forma drástica
a un planteamiento orientado hacia el exterior.

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Los resultados hablan por sí solos: las exportaciones y los ingre-
sos llagaron a niveles desastrosos en India; a niveles astronómi-
cos en Extremo Oriente. India perdió el tren”.

Lo mismo se puede decir de América Latina en general y de Co-


lombia en particular. El proteccionismo arancelario fue la política
predominante en la región desde la década de 1970, de la mano
de las recomendaciones de la CEPAL. Ningún país de la región
se desarrolló con ese enfoque. En cambio, Chile, el único país
latinoamericano que de verdad se alejó de ese modelo, registró
un crecimiento espectacular: Entre 1986 y 1997, período de ma-
yor liberalización económica y comercial, Chile creció a un 7,3%
en promedio, cifra sólo comparable a los cuatro “tigres asiáticos”,
que lo hacían al 10%, con una apertura comercial aún mayor
(Ulloa Oliva). Cuando predominaba el modelo proteccionista,
Chile registraba un crecimiento real del PIB del 1% (Sánchez de la
Cruz, 2016). Además, en Chile la pobreza se desplomó de niveles
del 50% en 1975 al 7,8% en 2015 (Piñera). Colombia, por su parte,
cuyas tímidas reformas de la década de 1990 se han revertido
parcialmente, ha mantenido un modelo mixto, con un lento
avance hacia el libre comercio y con unos resultados mediocres
en materia de crecimiento económico y reducción de la pobreza.

Así pues, la mejor evidencia empírica contemporánea disponible


confirma lo que ya señalaban economistas clásicos como Adam
Smith o David Ricardo: los países no se desarrollan aislándose
del mundo e impidiendo el comercio internacional. Mayor pro-
teccionismo arancelario significa menos generación de riqueza,
mercancías más caras y de peor calidad, menos oportunidades,
menos libertad de elección para los consumidores, menos
salarios y menos empleo, todo esto a costa de las crecientes
ganancias para unos pocos productores locales privilegiados por
su capacidad de presión y de influencia política en el Estado. Por
lo tanto, el proteccionismo arancelario no es la solución, sino el
problema. Como bien dice el Dr. Rigoberto Stewart, refiriéndose
a los políticos latinoamericanos: “Si verdaderamente quieren
a los pobres, libérenlos para que puedan intercambiar bienes
y servicios, sin restricción alguna, con ciudadanos de todo el
planeta. No existe mejor forma de aliviar su pobreza”.

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Reducción de la
jornada laboral y prima
adicional
“Pienso que el mejor programa social es el empleo”
Ronald Reagan

La jornada laboral o de trabajo se refiere al número de horas o al


tiempo que cada trabajador dedica efectivamente a prestar un
servicio. La regla general en el mundo y en Colombia son 8 horas
diarias o 48 horas semanales, con algunas excepciones. Así lo
dispone y lo garantiza la ley. Por su parte, la prima legal en Co-
lombia corresponde a una prestación obligatoria que la empresa
o el empleador debe reconocer a los trabajadores formales,
correspondiente al pago de 15 días de trabajo, o medio sueldo
adicional, por cada 6 meses laborados. Es decir, se les aumenta
su salario real o se les paga unos días que no trabajaron.

Respecto a la jornada laboral, es recurrente la propuesta de


reducir su máximo legal a 7 horas diarias o 40 horas semanales
o incluso menos, sin una reducción del salario, suponiendo que,
si todos trabajamos menos tiempo, se necesitará más mano de
obra para producir lo mismo y, por ende, parecería lógico que
se podrían crear rápidamente más puestos de trabajo para más
personas.

En relación con la prima extra o adicional se ha propuesto que


las empresas les paguen a sus trabajadores, por mandato de la
ley, el equivalente a otros 15 días de trabajo adicionales, que en
realidad no han laborado. Esta propuesta se ha planteado para
los trabajadores de menores salarios, en el caso colombiano,
para aquellos que devengan hasta 3 salarios mínimos legales
mensuales vigentes.

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Ni reducir la jornada laboral, ni crear una prima adicional son
medidas que ayudarán a crear más empleo, sino que harían
mucho más difícil generarlo. Veamos por qué es así:

1. ¿Comparado con qué?

Sobre la reducción forzosa de la jornada laboral hay dos opcio-


nes opuestas y varias posibles alternativas mixtas. En primer
lugar, estaría la posibilidad disminuir, mediante la ley, las horas
de la jornada laboral hasta que, supuestamente, se elimine el
desempleo en el país. En segundo lugar, en contraste, está la
opción de eliminar las leyes de jornada laboral, permitiendo que
empleadores y trabajadores negocien y pacten libremente sus
horas de trabajo.

Hay otras alternativas intermedias como la disminución gradual


de la jornada laboral o permitir que existan diferentes jorna-
das laborales dependiendo de la actividad económica o de la
industria. También existe la posibilidad de seguir con el actual
esquema de jornada laboral en el que, por regla general, son 8
horas máximas de trabajo diario o 48 horas semanales.

Ahora bien, sobre la prima extra o adicional, las opciones son


básicamente tres: En primer lugar, se encuentra la posibilidad de
crear una o varias primas adicionales. En segundo lugar, está la
opción de mantener la prima extra que ya existe. Y, en tercer lu-
gar, existe la alternativa de eliminar las primas extra obligatorias
o forzosas, permitiendo que sean voluntarias u opcionales para
los empleadores, quienes podrían eventualmente negociarlas
con el trabajador o con las asociaciones de trabajadores en las
empresas o con las asociaciones sindicales de determinadas
industrias o sectores de la economía.

26
2. ¿Cuánto cuesta?

Empecemos por la idea de reducir, de manera forzosa, la jornada


laboral. Esta propuesta parte de la base de que la cantidad de
puestos de trabajo en un país es fija. Por lo tanto, si por ejemplo
a todos los trabajadores se les recortara su jornada laboral a la
mitad, sin reducirles sus salarios, automáticamente se necesita-
ría el doble de trabajadores para realizar la misma labor, con lo
cual el desempleo disminuiría rápidamente.

Sin embargo, la realidad es muy diferente, porque la cantidad de


puestos de trabajo no es fija, sino que está en constante cambio,
tal como nos lo ha demostrado la actual crisis derivada de la
pandemia. No hay límites para el trabajo por hacer, porque siem-
pre existirán necesidades humanas insatisfechas que puedan
ser atendidas mediante el trabajo. Además, si a las empresas o
a los empleadores no se les permite legalmente disminuirles los
salarios a los trabajadores que tendrán una jornada laboral más
corta, les va a resultar más costoso pagar salarios y, por lo tanto,
no van a tener incentivos para contratar a más trabajadores que
puedan ejecutar la misma labor que antes hacía uno solo. En
consecuencia, el efecto real de la disminución de la jornada la-
boral, sin permitir una reducción correlativa de los salarios, sería
un claro aumento del costo de producción, con el consiguiente
aumento en los precios para los consumidores, incluyendo a los
trabajadores que esta medida buscaba proteger, quienes podrán
comprar menos artículos con el mismo dinero. Por consiguiente,
como señala Henry Hazlitt, “las empresas más débiles habrán
de cerrar sus puertas y los obreros menos eficientes serán
despedidos. Se reducirá la producción en todos los órdenes”
(Hazlitt, 1946).

27
Una segunda posibilidad sería que se estableciera una reducción
forzada de la jornada laboral, pero permitiéndoles a las empre-
sas o a los empleadores una disminución proporcional de los
salarios para los empleados que trabajarán menos horas. En
este escenario, sí se podría generar la ilusión de un aumento de
unos puestos de trabajo, pero lo que habrá ocurrido, en la prác-
tica, es que los trabajadores previamente empleados estarán
subsidiando a los trabajadores anteriormente desempleados.
Unos ganarán a costa de otros, sin que esto repercuta en un
aumento de la producción. Sería repartir el empobrecimiento
por mandato de la ley.

En la misma línea se encuentra la reducción forzosa pero gradual


de la jornada laboral. Esta opción podría ir acompañada de dife-
rencias en los sectores de actividad económica, por ejemplo, el
comercio y los servicios requerirían unos períodos de reducción
más prolongados mientras las empresas se van adaptando a
las nuevas circunstancias. Esta propuesta no sería tan costosa
para las empresas, porque lo que lo que haría sería ratificar la
actual tendencia de disminución de las horas semanales efecti-
vamente trabajadas, tal como lo muestra la siguiente gráfica de
la Organización Internacional del Trabajo (OIT):

28
Por lo tanto, el efecto de una medida gradual de esta naturaleza
sobre la generación de nuevos empleos sería prácticamente
inocuo y depende del sector económico.

En contraste con estas propuestas, se encuentra la idea de su-


primir la legislación que regula la jornada laboral, para que sean
los empleadores y los trabajadores quienes negocien y acuerden
voluntariamente sus horas de trabajo. Desde esta perspectiva, la
clave para determinar tanto la jornada laboral como los salarios
sería la productividad del trabajador y la voluntad libre de las
partes. Si empleador y trabajador acuerdan libremente que la
persona va a laborar menos horas, sería una decisión perfec-
tamente legítima y racional, siempre y cuando las partes estén
dispuestas a asumir los costos de esa decisión. Así, cada indi-
viduo podría decidir trabajar más o menos de acuerdo con sus
gustos, intereses y circunstancias particulares. En este sentido,
los cambios en la jornada laboral irían atados a la voluntad de las
partes y a los crecientes aumentos en la productividad por hora
que permiten las nuevas tecnologías, con lo cual, en una gran
parte de trabajos, no se necesitaría legislación del Estado para
establecer los límites de horas de trabajo, sino que las propias
condiciones del mercado y de la productividad irían permitiendo
una reducción de la jornada laboral.

29
Ahora bien, la propuesta de una prima extra para los trabajado-
res de ganen entre 1 y 3 salarios mínimos, lo que equivaldría para
un salario mínimo, por ejemplo, a $454.623 pesos adicionales
que los recibiría el trabajador en dos pagos: la mitad en marzo
y la otra mitad en septiembre. Este pago obligatorio adicional lo
recibirían, aproximadamente, el 90% de los trabajadores en Co-
lombia, lo cual les costaría directamente a las empresas del país
alrededor de $1,8 billones de pesos y al Estado unos $120.000
millones de pesos.

Los costos indirectos de una prima adicional en materia de


desempleo e informalidad serían notables, porque encarecería
la contratación laboral formal, particularmente de los más jó-
venes con menos experiencia y con menos aporte al proceso
productivo, condenándolos al desempleo o a la informalidad.
Esta nueva prima, por sí sola, no tiene como incrementar la
productividad de los trabajadores para que pueda justificarse
económicamente, porque haría más rígida y más onerosa la
estructura del mercado laboral, incentivando la informalidad. En
la práctica, esta prima adicional significa un aumento forzado de
salarios que no se origina en una mayor productividad, sino en
una disposición arbitraria. Seguramente llevaría a que se des-
pidan a muchos trabajadores que devengan el salario mínimo,
cuyo aporte está en el límite inferior de ese umbral, lo cual no
sólo llevaría a incrementar lo ya elevados niveles de desempleo,
sino a seguir aumentado el número de trabajadores informales.

En cambio, una prima extra voluntaria o extralegal que dependa


exclusivamente de la libertad y de la voluntad de las partes,
en las que podrían participar los sindicatos, no tiene por qué
implicar un costo adicional para las empresas si está asociada
a un incremento en la productividad del trabajador. De hecho,
puede ser una excelente medida para incentivar el bienestar
de los trabajadores en las empresas, pero esto lo conoce cada
empleador de acuerdo con sus circunstancias particulares, no
una legislación general del Estado, la cual no tiene la manera de
conocer ni de procesar la información dispersa de lo que sucede
en la realidad concreta de cada empresa del país.

3. ¿Qué evidencia sólida existe?

Un caso de estudio clásico de reducción forzosa de la jornada


laboral sin disminución de salarios es el de Francia en el año
2000, cuando bajaron dicha jornada de 39 a 35 horas semanales.

30
Los resultados fueron los opuestos a los que se buscaban: la
jornada laboral se volvió más intensa, es decir, se exigía más es-
fuerzo por hora a los trabajadores para compensar la reducción
de horas de trabajo. Así lo recoge un estudio del profesor cana-
diense Anders Hayden (Hayden, 2006). También se produjo un
estancamiento de los salarios, como lo demuestra un análisis de
2008, realizado por el académico francés Phillipe Askenazy (As-
kenazy). Además, se pudo encontrar una menor satisfacción de
los trabajadores con la jornada laboral, según lo documenta un
estudio académico realizado por el Fondo Monetario Internacio-
nal (Sá, 2006). Como consecuencia de estos efectos no desea-
dos, el gobierno francés se vio obligado a flexibilizar la aplicación
del régimen de disminución de la jornada laboral, por ejemplo,
mediante el incremento del tope máximo de horas extras al año
de 130 a 180. Otra medida fue que, en 2008, aumentaron los días
laborales del año de 218 a 235.

Por otro lado, existen países que tienen sistemas exitosos, carac-
terizados por tener los siguientes componentes: unos mínimos
que protegen la dignidad del trabajador, una amplia flexibilidad
respecto a las condiciones de contratación y despido, bajos
o inexistentes impuestos a la nómina, sumado a sistemas de
seguro para los trabajadores que quedan desempleados. Así lo
mide el índice de flexibilidad laboral del Free Market Institute de
Lituania (Lithuanian Free Markeet Institute, 2018, págs. 5-6).

31
De acuerdo con este indicador, los países con sistemas labora-
les más flexibles son, para el año 2020, los de Estados Unidos,
Japón, Nueva Zelanda, Reino Unido, Canadá Irlanda y Dinamarca.
El caso se este último país es muy interesante. Dinamarca tiene
desde hace varios años un sistema laboral conocido como “flexe-
curity” (que se podría traducir como flexibilidad con seguridad).
Combina facilidad para contratar y despedir trabajadores, con
protección a los desempleados mediante seguros privados que
representan el 90% de los ingresos del trabajo anterior. No existe
un salario mínimo legal y las condiciones de protección a los tra-
bajadores están reguladas por convenios colectivos realizados
entre sindicatos y asociaciones de empresarios. El resultado es
que el país nórdico tiene un desempleo que históricamente se
ha encontrado entre el 5 y el 4%. Algo parecido puede decirse
de todos los países mencionados como líderes en el índice de
flexibilidad laboral. También son países con reducidas tasas de
informalidad, porque contratar o despedir trabajadores es, en
general, fácil y barato.

Habiendo revisado la evidencia anterior, reiteramos que ni la


reducción de la jornada laboral ni la creación de una prima legal
adicional son medidas que en realidad contribuyan a generar más
empleo. Por el contrario, como indica el ejemplo de Dinamarca,
la flexibilidad del sistema laboral, el respeto por la dignidad del
trabajador y la libertad para negociar condiciones de trabajo
entre trabajadores y empleadores, están más estrechamente
relacionadas con tasas bajas de desempleo sostenidas a través
del tiempo.

32
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Gabriel Aramburo Gómez Juan David García
Director de Acción Legislativa Director de Formación
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